miércoles, 11 de octubre de 2017

Cataluña: ¿y ahora qué?

Escribo estas líneas después del debate, hoy miércoles 11 de octubre, en el Congreso de los Diputados. El presidente Rajoy, una vez más, ha mostrado su terca obstinación en no acudir al diálogo, a pesar de las numerosas llamadas a sentarse a negociar que le dirigen desde dentro y fuera de España y que le han suplicado la mayoría de los grupos parlamentarios de las Cortes en la sesión de hoy, invitándole vehementemente a sustituir el poder de la fuerza por el poder de la persuasión.

Ayer, el president Puigdemont, tras una llamada de Donald Tusk, máxima autoridad europea, decidió posponer sus planes para dar una nueva oportunidad al diálogo. Fue un discurso conciliador. Su actitud prudente y generosa. Todo el mundo pudo constatar su voluntad de desescalar la tensión. Sin embargo, la respuesta de Rajoy, una vez más, ha sido el desplante, la intransigencia y el inmovilismo. "No hay nada que hablar fuera de la Constitución", sentencia como una letanía ya cansina. No quiere entender que la Constitución ha quedado en algunos aspectos obsoleta y deja fuera a muchos españoles; que los tiempos han cambiado y que ya no sirve a los intereses de todos. Este empecinamiento en apelar a la ley, cuando una parte claramente mayoritaria de los catalanes y muchos españoles le demandan sentido de Estado y hacer política, en lugar de responder a golpe de querellas, impugnaciones, detenciones y sanciones, no lleva a ningún sitio. En definitiva, falta altura de miras para solucionar con la política un conflicto que es político. Hasta los propios jueces se lo han dicho, pero nada, nuestro registrador de la propiedad Rajoy no quiere ver más allá de sus narices.

En el colmo del cinismo, esta mañana, en el tenso ambiente después de la mano tendida de Puigdemont, el jefe del ejecutivo de Madrid devuelve la pelota a la Generalitat rehuyendo la invitación al diálogo y formulando una pregunta retórica: “el president Puigdemont, ¿declaró o no la independencia de Cataluña?” Y digo cinismo porque Rajoy hace ver que no entendió lo que sin duda entendieron perfectamente en Madrid. El ejecutivo español, en su prepotencia, en su persistente actitud de humillar a los representantes de los catalanes, sólo espera una rendición sin condiciones. Ordeno y mando. ¡Quienes os habéis creído que sois para poneros de igual a igual con el Estado español!, piensan, soberbios. Y con una mirada de desdén y una actitud prepotente, que pone en evidencia sus maneras autoritarias, amenazan ya con aplicar el artículo 155 de la Constitución. Uno no puede evitar la sensación de que disfrutan con la aplastante superioridad que les da la fuerza bruta y la sospecha de que acarician en su fuero interno, con la emoción contenida, la inminente derrota de las instituciones catalanes, la laminación de su ya precaria autonomía y la subsiguiente represión que sin duda alguna ya está prevista y preparada. Se han llenado la boca con la unidad de España, con que Cataluña es España, pero no han pestañeado a la hora de entrar a saco en la comunidad, saquear los despachos de nuestros representantes políticos, detener y humillar a nuestros cargos electos, arruinarlos con sanciones abusivas e injustas, intervenir nuestras finanzas, enviar un contingente policial especialmente seleccionado para esta represión y adiestrado en el odio hacia Cataluña –“¡a por ellos!”— para infligir un duro correctivo a la población inocente y pacífica --¡que iba a votar!--, han facilitado el cambio de sedes de nuestras empresas para crear un escenario de pánico, poniendo en riesgo la economía de Cataluña y España… Y todo ello para evitar que los catalanes manifiesten su derecho a decidir. ¿Quién rompe España? Para Pablo Iglesias, líder de Podemos, con 5 millones de votos en las elecciones de 2015–ellos y sus confluencias--, es el PP el que rompe España y concuerdo con él. Es muy triste y vergonzoso. ¿No hubiera sido más sensato dejar votar y conocer cuál es la opinión de los catalanes?

En esta situación, ¿Cuál es a mi entender el escenario que nos espera? Está claro que ayer Puigdemont solicitó al Parlament declarar la independencia de Cataluña y proclamar la República Catalana, pero con una condición suspensiva: dar un plazo al Gobierno de España para negociar, en defecto de lo cual la declaración formal de independencia se produciría pasado el plazo establecido. En las declaraciones de hoy del presidente Rajoy ha quedado claro que espera simplemente que Puigdemont le confirme que dijo lo que dijo y, a continuación, el gobierno solicitará al Senado la aplicación del artículo 155 de la Constitución que faculta a las instituciones del Estado a intervenir la autonomía, que sería tutelada desde Madrid. Para ello necesita el permiso del Senado, que es la cámara territorial en España y donde el partido gobernante tiene amplia mayoría. Hay que hacer observar también, que ayer Rajoy obtuvo el apoyo del jefe de la oposición, Pedro Sánchez, jefe de filas del partido socialista. Así que el gobierno cuenta con una holgada mayoría de la Cámara de los diputados para imponer unas medidas tan drásticas. Para lavar su imagen, el partido socialista ha exigido a Rajoy un compromiso para reformar la Constitución en el plazo de seis meses. Algo es algo. Es un gesto. Alivia la presión y pone en evidencia que ellos mismos están de acuerdo en que es necesaria esta reforma constitucional. Pero yo no tengo muchas esperanzas puestas en esta reforma. Ambos partidos son muy hostiles a las concesiones nacionalistas.

Como consecuencia de la intervención del gobierno autónomo de Cataluña después de la aplicación del artículo 155, Madrid impondrá un ejecutivo “títere” y se convocarán elecciones inmediatamente. Mientras tanto Cataluña está tomada militarmente. Al que se mueva, palo. Puesto que existe el riesgo de que las fuerzas independentistas vuelvan a ganar, es más que probable que se busque una excusa –por ejemplo, tumultos en la calle—para criminalizar a los partidos independentistas –PDCAT, ERC, CUP-- y se solicite a los jueces que “fuercen” la legalidad para declararlos fuera de la ley. Con tal cosa, estaríamos asistiendo a dejar fuera del sistema democrático a por lo menos la mitad de los electores catalanes y a la demolición de la democracia en Cataluña. Las elecciones serían ganadas sí o sí por los partidos unionistas o por aquellos que no discuten que Cataluña siga formando parte de España.

Una vez instalada esta situación, vendría el momento de la propaganda. Ya hemos sido testigos de las manipulaciones, las mentiras y las deformaciones de la realidad con un discurso posverdadero con el que el Estado ha intoxicado a los españoles para evitar que conocieran lo que estaba ocurriendo en Cataluña. Utilizando esta misma estrategia, intervendrán los medios de comunicación autonómicos para asentar su verdad: el discurso criminalizador se instalará con la crudeza de su particular vocabulario: “desafío independentista”, “golpe de Estado”, “bandas tumultuosas de ciudadanos”, “policías heridos”, “desorden”, “caos”, “insurgencia”, “elementos anti-sistema”, “catalanes partidarios de la unidad de España maltratados y señalados”, “niños adoctrinados en las escuelas” … Con un poco de suerte y tiempo, acabarán convenciendo a muchos, metiendo en la cárcel a los irreductibles y desplazando la lengua catalana –pues es la raíz de todos los males—e imponiendo de nuevo la española.


Pero como decía hoy el diputado Doménech en el Congreso, citando a un premio Nobel, “un pueblo reprimido no desaparece simplemente en la noche”. Los catalanes seguirán luchando y resistiendo. El Estado español no conseguirá apagar el incendio, que ellos mismos han encendido, hasta que comprendan que las cosas no se imponen por la fuerza sino por el libre consentimiento de las partes, en un pacto entre iguales, establecido con libertad.


viernes, 29 de septiembre de 2017

Yo iré a votar, por dignidad


El pasado martes 26 de septiembre viajé de Barcelona a La Rioja y pude comprobar los preparativos de la operación Jaula y Anubis (inquietante Dios egipcio de la muerte, ¡vaya nombre que han buscado!) para evitar que los catalanes votemos el próximo domingo. Estupefacto, constaté como decenas de furgonetas de la Guardia civil subían en sentido contrario al mío hacia Barcelona. Un continuo de vehículos, uno detrás de otro, circulaban hacia la Ciudad Condal durante la hora y media que viajé entre Barcelona y Lleida. Sinceramente, impresionaba. Podría decir incluso que amedrentaba. Sí. Y sentí una profunda rabia. Es una sensación realmente vejatoria pensar que envían todos estos efectivos –algunas fuentes hablan de 35.000 policías—para reprimir a la gente corriente que sólo pretende ejercer un derecho que es legítimo.

No quiero que nadie se confunda al leer esto. Yo no estoy en guerra contra España. Ni estoy aquí haciendo propaganda del independentismo. No estoy ni mucho menos a favor de una declaración unilateral de independencia. Es lamentable que los medios españolistas nos metan a todos en el mismo saco. España es un gran país, al que quiero mucho. Me gustan sus gentes, me gustan sus paisajes, y me gusta por encima de todo su diversidad cultural. Pero no me gusta nada, ya lo he repetido varias veces en mis escritos, el Gobierno que tenemos y el partido que lo sustenta. Creo sinceramente que no han actuado bien. Algunos individuos, altos cargos del Gobierno, han mostrado abiertamente su animadversión hacia el oponente político catalanista, incurriendo en la incitación al odio, que por cierto está penado por nuestras leyes. Véase, a modo de ejemplo, el execrable video “Hispanofobia”. Son gente peligrosa. Son peligrosos sobre todo porque evitando el dialogo, desde su (i)responsabilidad en el Gobierno de España, han incendiado la situación y no han perdido ocasión de echar más gasolina al fuego. Son peligrosos e irresponsables. La prueba es la situación a la que hemos llegado. Dejen ya de una vez las mentiras y reconozcan que una parte mayoritaria de la sociedad catalana está harta y soliviantada. Dejen de engañar al resto de los españoles explicándoles que somos unos revoltosos y nos quejamos de vicio. No es así. Los catalanes no se han levantado porque sí. No somos gente follonera. Todo el proceso se ha conducido con una actitud pacífica impecable, fuera de incidentes puntuales inevitables y que yo soy el primero en denostar. Y no es cierto que estamos siendo manipulados por nuestros gobernantes. Urge que la UE medie en el conflicto. Al fin y al cabo, es un problema europeo; ¡y tanto que lo es!

Hace por lo menos diez años que esto se veía venir. No se puede ignorar a la gente durante tanto tiempo y después pretender que, desesperados, impotentes y acorralados, no busquen una solución. Si todas las puertas han sido cerradas, ya sólo queda ejercer nuestro derecho a la autodeterminación. Es un derecho legítimo y lo queremos ejercer in extremis, ante la desesperación de haber comprobado que todas las vías están cerradas.

Yo iré a votar el domingo. En primer lugar, porque estoy convencido que el derecho me corresponde, por mucho que el Gobierno, manipulando el sistema judicial, pretenda hacernos creer que no. Se aducirá que es inconstitucional, pero esta Constitución que tanto esgrimen se ha convertido en una mordaza para nosotros, en un cepo para mantenernos inmovilizados. En mi propia familia, o entre mis amigos, hay partidarios del SÍ y del NO; también partidarios de que este referéndum no se debe convocar. Todas las posiciones son respetables. Pero es intolerable que el Estado imponga su criterio por la fuerza. Por todas estas razones, iré a votar: por dignidad. Ahora ya no se trata sólo de si SÍ o si NO. Quiero hacer oír mi indignación. Para hacer valer mi protesta por una situación que considero intolerable: la vulneración de nuestros derechos civiles. No quiero quedarme en casa amordazado y viendo cómo se utiliza mi amedrentamiento, para imponer por la fuerza lo que piensa una facción: el relato mezquino y mentiroso de que por fin han defendido los derechos de Cataluña salvaguardando el orden perturbado por una pandilla de tumultuosos. 

Desde que el pasado día 20 de septiembre el Estado intervino la autonomía de Cataluña –por cierto, a partir de esa día todos los ciudadanos hemos podido comprobar que una autonomía puede ser intervenida en menos de 48 horas; así que, para nuestra sorpresa, este es el Estado de las Autonomías del que nos hemos dotado, así de fácil lo tiene el Estado para acabar con esas libertades en el momento que lo considera oportuno--, los catalanes hemos constatado el atropello a nuestras Instituciones, deteniendo de forma arbitraria a nuestros alcaldes y representantes públicos, represaliándolos con la amenaza de la cárcel y la confiscación de sus bienes, sembrando entre los ciudadanos el temor a represalias si acuden a votar, amenazándoles con penas desproporcionadas; hemos asistido a una auténtica invasión policial para sembrar el miedo y la intimidación de una población pacífica, destituyendo a los mandos policiales autonómicos y nombrando un coordinador venido de Madrid para mandar a todos estos efectivos venidos de fuera; a los padres se nos amenaza con que nuestros hijos no estén en la calle, pues si reciben nosotros seremos los responsables… es ignominioso; hemos visto como se cerraban los grifos de la financiación de nuestra comunidad impidiendo, entre otras muchas cosas más importantes, que nuestros equipos científicos puedan pagar a sus colaboraciones extranjeros, comprometiendo nuestro prestigio internacional; hemos visto como se entra a saco en nuestras empresas, sin orden de registro, para detectar materiales para el referéndum; hemos visto cuarteles de la Guardia Civil en algunos lugares de España donde familiares, mandos policiales y voluntarios espontáneos, hacen vítores a los efectivos que se desplazan a Cataluña para reprimir a la gente, animándoles a “darles su merecido”, en una injustificada y miserable explosión de rencor y odio. Ahora acabo de saber que se ha dispuesto cerrar el espacio aéreo sobre Barcelona el domingo 1-0 por temor a que puedan tomarse fotos aéreas de Barcelona y pueda conocerse el abasto de la voluntad de los Barceloneses por votar. En definitiva, constatamos con tristeza que el Gobierno de España, en una actuación arbitraria que más parece una venganza que otra cosa, ha puesto patas para arriba Cataluña, entrando como elefante en cacharrería, perjudicando seriamente nuestra economía como diciendo, “¡Fastidiaros!¡así aprenderéis quien manda!”


Sostengo pues que es una cuestión de dignidad. Si hoy dejamos pisotear nuestros derechos impunemente, nuestra democracia –por desgracia, tan vapuleada y mermada—acabará por desaparecer. Con su actitud cerril, desproporcionada y visceral, las instituciones del Estado central que defienden la involución a un Estado jacobino, incompatible con la diversidad de España, han hecho ver a muchos españoles que aquello de lo que las acusaban desde la periferia tenía un fundamento real; así lo ven ahora muchos españoles que, sin querer la ruptura de España, ven como se conculcan los derechos y se pisotean los sentimientos de los catalanes. Yo voy a ir a votar; no diré si voy a votar SÍ o NO; para mí, ahora, es lo de menos. Voy a votar para que mis hijos vean que siempre hemos de estar vigilantes por nuestros derechos y libertades. No nos los han regalado y hay que conquistarlos de nuevo. Así es la Historia. Ahora hay que defenderlos. Y yo creo firmemente que los defiendo votando el domingo.


viernes, 22 de septiembre de 2017

Cataluña: punto de no retorno (2)


Ya hemos visto en mi post anterior que no existe realmente una voluntad negociadora por parte del Estado, ahora en manos de recalcitrantes españolistas. En su intolerancia y aversión hacia la diversidad cultural del Estado español, llevan años orquestando una operación soterrada para uniformizar a todas las nacionalidades españolas. Hasta aquí no habría problema, si este proceso se hubiera realizado de común acuerdo entre todas las partes. Pero no ha sido así; como siempre, el poder central, prepotente y celoso de sus privilegios, no ha cedido a la tentación de someter a todo el mundo a una españolización uniformadora. La transición, que debiera haber sido una oportunidad para la reconciliación, permitiendo que todas las nacionalidades se comportaran como primus inter pares, no funcionó. La impugnación del Estatut del 2010, de forma antidemocrática, por el Tribunal Constitucional, que ya había sido aprobado en referéndum por el pueblo de Cataluña, fue la constatación de que las cosas no habían cambiado. Se instalaba un pensamiento único: la nación española es la única que existe. El nacionalismo más prepotente y hegemónico de la península ibérica demonizaba a los otros nacionalismos. Acusaban a estos de los pecados que ellos mismos practicaban con la arrogancia del más fuerte. Veían la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esta flagrante injusticia está en la base de las heridas emocionales de hoy. No nos llamemos a engaño; esto no es una cosa surgida de repente, sino una crisis largamente incubada en el desprecio y la intolerancia, que ha acabado indignando a la gente y exacerbando los ánimos.

Muchos de vosotros, sobre todo los que no sois catalanes, os debéis preguntar porqué las partes no se han sentado a la mesa a negociar. En mi opinión, como defendía en el post anterior, no ha habido nunca por parte del Estado español una verdadera voluntad de negociar. Es un programa para desmantelar la diversidad e instalar el Estado nacional español hegemónico, de una vez por todas. A lo largo del último lustro, como podréis comprobar en las hemerotecas, una amplia mayoría de los catalanes ha desbordado las calles para manifestar su voluntad de ser respetados y que el Estado central se avenga a negociar una nueva etapa de la convivencia entre todos. La actitud, anodina, ha sido el silencio por respuesta por parte del gobierno de Rajoy. Los analistas se hacían cruces; pero, ¡cómo es posible! Los más sesudos defendían la tesis de que Rajoy jugaba a la estrategia del “wait and see”, quédate parado y a ver que pasa. Pero había algo que no cuadraba; la situación se iba tensando, cada vez salía más gente a la calle indignada y el Gobierno y otras instancias del Estado afines a la estrategia, en lugar de enfriar los ánimos de una situación que, por momentos, se volvía peligrosa, arremetían irresponsablemente con fanfarronadas provocando y encendiendo aún más la situación. Así hemos llegado hasta aquí.

Ahora, tenebrosos buques disfrazados con inocentes dibujos infantiles esperan en los puertos de las principales ciudades de Cataluña para desembarcar un ejército de policías. ¡Que decepción, que gran timo! Que miserable es ver cada mediodía la televisión y constatar las mentiras que se les cuentan a nuestros conciudadanos del resto de España respecto a lo que pasa aquí, haciéndoles creer que un corpúsculo de radicales tiene la perversa intención de hacernos pasar a todos por el tubo, cuando la verdad –pasa delante de mis narices—es que una muchedumbre de todas las edades, muestra pacíficamente su indignación en la calle. ¿Acaso están programando apalear a la población? Es muy inquietante. Yo personalmente no me fío de nuestros gobernantes. No hay más que ver la actitud chulesca, prepotente, arrogante y despectiva de algunos de los ministros del PP que ahora dirigen esta truculenta operación y con la que descalifican las legítimas ideas de otros. Es para escalofriarse con lo que pueden ser capaces de hacer.

Si hubiera habido una verdadera voluntad de solución del conflicto catalán, el gobierno de España lo tenía muy fácil: hacer lo mismo que hicieron ingleses y escoceses. Para esto está la democracia. Es más, en opinión de muchos, entre los que me encuentro, hubieran ganado el referéndum. En buena lid. Estarían legitimados. Es evidente que la sociedad catalana es muy plural y compleja; hay muchas sensibilidades políticas, muchos matices. Los partidarios del NO son muchos, es plausible pensar que las cosas están empatadas entre el SÍ y el NO. Por esto urge votar, esta es la voluntad de la mayoría de los catalanes, incluso de los que no son independentistas. Los unionistas tienen evidentemente perfecto derecho a defender nuestra continuidad en España. Yo creo que es fundamental y necesario que defiendan su opción, aunque yo no lo comparta. Por eso creo que es fundamental que voten en el referéndum. Tienen opciones de ganar y lo habrán hecho de una forma democrática, legitimando su posición y obligando al resto de los catalanes a acatar la voluntad de la mayoría.


Pero lo peor es que no quieren votar. No y no. Rotundamente NO. ¿Porqué? Yo creo que esto es un error. Ahora que ven que el Estado recurre a la fuerza para reprimir a la población de Cataluña, muchos unionistas se echan las manos a la cabeza ante esta estrategia antidemocrática que no comparten. ¡Así no!, dicen. Pero ya es demasiado tarde, se hallan prendidos en una trampa. Los que debieran haberlos defendido y ayudarles a hacer campaña para que ganara el NO, se han puesto sus negras calaveras y los han abandonado a ellos también.

Foto: Mapa de Cataluña del siglo XVII. Se llama "Cataloniae Principatus novissima te acurata descriptio"y se realizó en el año 1612.



jueves, 21 de septiembre de 2017

Cataluña: punto de no retorno


Los hechos de ayer, 20 de septiembre de 2017, son de tal gravedad que quedarán grabados en la memoria durante mucho tiempo. Una vez cometido el ultraje, ya todos sabemos que nada volverá a ser igual. La ofensa y la tristeza, interiorizada en el corazón de mucha gente, comportan una consecuencia tanto más grave: se ha producido la ruptura emocional. Estamos en un punto de no retorno.

Es como aquella pareja, que después de muchos años de matrimonio, entra en una situación de desencuentro. Ella le dice que ya no quiere estar con él, le reprocha su comportamiento dominante. Él insiste, la quiere. Ella abunda: “no me respetas”. La situación se enrarece a medida que avanza el tiempo, haciendo evidente un desencuentro que no tiene solución. Ella insiste que no es una unión entre iguales. La situación se vuelve explosiva y, un día, salta la tragedia: él, en un ataque de impotencia, viendo que la pierde, herido en su amor propio, la viola. El ultraje ya es un hecho irremediable, terrible. Ya nada volverá a ser igual.

Muchos amigos que no son catalanes me preguntan a menudo, con cierta extrañeza, qué ocurre en Cataluña. No es fácil de explicar, como todas las cosas en las que el aspecto emocional es esencial. Lo que ocurre en Cataluña, y en España, no se puede explicar sin recurrir a la historia de este país. Por desgracia, la historia ha sido manipulada sistemáticamente. Pero hay un hecho cierto: Cataluña es una nación y mucha gente aquí lo siente así. Y, como tal, quieren ejercer su derecho de autodeterminación en un momento histórico en que se replantea su “matrimonio” con el Estado español. No es un capricho, es la consecuencia de un legítimo malestar. Un malestar que ha acabado enquistándose, creando una sensación de impotencia y provocando la desafección de una parte muy considerable de la ciudadanía de Cataluña.

Cuando hay un conflicto, es pueril alegar que la otra parte no tiene razón y se queja de vicio: hay que abordar la situación a través del diálogo, ceder ambas partes, intentar buscar consensos. Pero, en cualquier caso, no se puede ningunear de forma chulesca al adversario y, en lugar de buscar soluciones, incendiar más la situación con una actitud prepotente y provocadora. Así hemos llegado hasta aquí.

A España la han lastrado, a mi entender, dos errores básicos de nuestra Constitución. No tengo nada contra nuestra constitución, la voté en 1978, pero no la sacralizo y no la convierto en un arma arrojadiza para someter a las multitudes. Cuando una ley no funciona, pues no sirve a una parte importante de la ciudadanía, hay que enmendarla. Esto no tiene nada de revolucionario, es el modo como han avanzado nuestras sociedades. El primer error de la Constitución es el de haber solucionado mal el tema de las nacionalidades históricas. De ahí viene gran parte del problema actual. Otro error grave es no haber separado adecuadamente el poder judicial del poder ejecutivo. El Tribunal Constitucional, la más alta instancia judicial, tiene un consejo manipulado por el gobierno, pues muchos miembros son nombrados por el él y afectos a su partido. Y es este alto Tribunal el que desde la impugnación del Estatut ha emprendido la progresiva liquidación del estado autonómico.

Ahora vamos a otro problema, que tiene que ver con el sistema político imperante en España. El problema tiene que ver con una perversa coincidencia. Resulta que nuestro sistema político es básicamente bipartidista. El poder central ha estado en manos del Partido Popular y del Partido Socialista desde el inicio de la democracia. Ambos partidos se han mostrado claramente españolistas –antes se decía centralista—desde el inicio del conflicto catalán hace unos siete años. Como consecuencia de esto, los votantes catalanes se han decantado hacia otras formaciones políticas –sean o no independentistas--, de tal manera que ambos partidos se han convertido en fuerzas residuales en Cataluña. En las últimas elecciones catalanas, por ejemplo, El PP, partido ahora gobernante en España, obtuvo el 8,5% de los votos. ¿Qué quiere decir esto? Volvemos a la perversión de la que hablaba: los catalanes están condenados a ser gobernados por un partido al que detestan y que representa un 8,5% de los votos. Pero, me diréis: ¿Por qué detestan de esta manera al Partido Popular? Aquí viene el meollo del asunto. El Partido Popular, de orientación neoliberal, sigue un programa ideológico, que se debatió largamente en los años noventa, pero sobre todo desde la llegada de Aznar al poder, inspirado por los think tanks neoliberales españoles como la FAES, Foro Babel y otros, que persigue la recentralización jacobina de España. Parte del siguiente principio: “el estado autonómico es un error y, en la medida en que nos mantengamos en el poder, hemos de revertir la situación”.

En consecuencia, una fuerza política residual en Cataluña, que no sólo no representa a los catalanes, sino que está enzarzada en una operación, desde hace veinte años, para dinamitar el estado autonómico reconocido por la misma Constitución que ellos dicen defender, ha llevado Cataluña a un progresivo desmantelamiento de su autogobierno sin que estos, atados de pies y de manos, puedan hacer nada. La indignación y la impotencia para defenderse han llevado a Cataluña a un callejón sin salida –y de rebote a España—. Impotentes, cansados de recibir el silencio como respuesta, el ninguneo y el desprecio sistemático a legítimas reivindicaciones, los catalanes han empujado a sus dirigentes hacia otras soluciones: “no nos queda más remedio que emprender nuestro propio camino”. Ahora Cataluña es como un jabalí acorralado, y el cazador, que sabe que no entrará en la jaula, pretende que, en su desesperación por zafarse, lo ataque y así justificar su sacrificio. Esta es la situación.

Lo que ayer se produjo en Cataluña es una especie de “ocupación de Checoslovaquia”. No solo en el hecho flagrante de la agresiva irrupción, sino en los matices de la reacción emocional que han provocado en la gente. Los españoles, desinformados por una televisión pública que se ha convertido ya en un órgano de propaganda, tienen que saber que con la invasión de ayer Cataluña ha sufrido una de las persecuciones más graves de su historia. Conculcando los derechos civiles de los ciudadanos, han practicado detenciones arbitrarias de nuestros altos representantes políticos a cartas destempladas, sin órdenes judiciales, han puesto patas para arriba los despachos de nuestras instituciones, han suspendido la autonomía financiera de Cataluña, sembrando el desconcierto entre miles de funcionarios que desasosegados no saben si cobrarán a final de mes. Y lo que es más grave: los españoles y el mundo deben saber que se hallan anclados en el puerto de Barcelona y Tarragona, cruceros especialmente habilitados, con 4.000 policías a bordo con la intención de reprimir a los ciudadanos catalanes. Es intolerable.

En su escalada irresponsable, propia de matones, los que están organizando esta caza en Cataluña, buscan provocar a la gente para que reaccione violentamente y así justificar su miserable actuación. Pero no lo han conseguido. La gente no ha caído en la trampa. Ayer hubo una importante, masiva y pacífica demostración de indignación en Barcelona que duró hasta altas horas de la madrugada. A las diez de la noche, una cacerolada convirtió a la capital catalana en un clamor que impresionaba. Me siento orgulloso de que los catalanes se hayan manifestado de forma pacífica y responsable.

Ahora, ya no hablamos de prohibir un Referéndum, sino de un flagrante atropello de las instituciones y de la ciudadanía de Cataluña. Es gravísimo. Los irresponsables que en España han creado esta situación, lo pagarán muy caro. Ellos saben que una mayoría clara de los catalanes quiere votar, según las encuestas alrededor de un 80%, que no quiere decir que quieran votar SÍ por la independencia. Simplemente, quieren ejercer su derecho, un derecho que les reconoce el derecho internacional, porque es un derecho natural de todos los pueblos. Está en juego la democracia. Estamos al borde del abismo. ¡Ayudad a Cataluña!Principio del formulario

Foto: Poster del artista Jordi Pagès


viernes, 25 de agosto de 2017

Meltemi


Meltemi

En el imponente paisaje
un aire espiritado y seco
peina de plateados reflejos
las aguas de un mar inmenso.

Huye raudo por el horizonte,
que nueva tierra intuye;
lleva la perfumada esencia
de los espinosos secarrales.

Apenas rompe la estampa
una cortina de espuma blanca
y el desierto ulular del viento.

*

Arde la plata de los olivos
que el Meltemi aviva con su furia;
también flamea la emoción
desde esta única atalaya
alma es encendida lumbre
sobre un mar ancho y solitario.

*
  
En las soleadas orillas
horadadas pizarras viejas
vierten al mar su viejo estaño;
la sal y la luz pulen sus brillos
junto al espejismo transparente
de sus líquidas turquesas.


Andros, julio de 2017 


miércoles, 23 de agosto de 2017

No nos dividirán


La otra tarde, apenas dos días después del atentado en Barcelona y Cambrils, me acerqué hasta las Ramblas. Un magnetismo inexplicable me conducía hasta allí, quizás con el inconfesable motivo de rendir un homenaje a las víctimas y reflexionar sobre las incomprensibles razones que llevan a algunos a cometer semejantes barbaridades. Cuando pienso en los dos niños, de tres y siete años, que murieron masacrados… Los periódicos han publicado la foto del niño australiano de siete años; es terrible, puede leerse en su mirada todo el brillo y la ilusión de una vida que empieza, truncada de repente por razones que en su inocencia no llegó ni a sospechar.
El trayecto de la Rambla que va desde Plaza Cataluña hasta El Liceo se había convertido en un santuario. La gente que llenaba el paseo se movía en silencio, conmocionada. La atmosfera estaba electrizada. En los lugares donde cayeron las víctimas, la gente se arracimaba, pensativa, alrededor de las velas, las dedicatorias y los objetos más diversos que una muchedumbre traumatizada ha venido ofreciendo en muestra de respeto por los muertos, un poco como si se tratara de una medicina espiritual para abjurar contra la violencia, contra el odio ciego, contra una barbarie que golpea de una forma imperturbable, de la mano de unos jóvenes que no parecen inquietarse lo más mínimo por la gravedad de sus actos. Es precisamente esta actitud la que más sorprende, la que nos deja anonadados, sin respuestas… Pero, ¿cómo puede ser?
Seguramente, a la mayoría de nosotros nos gustaría comprender las razones que pueden llevar a jóvenes veinteañeros a realizar acciones que suponen el paroxismo del mal, de la barbarie. Sin inmutarse. Ya sabemos la importancia que tienen los mecanismos de adoctrinamiento –un auténtico lavado de cerebro—para convertirlos en autómatas peligrosísimos. Pero, ¿cómo puede llevarse a cabo tan rápidamente, tan fácilmente? Hemos leído en las redes sociales la conmovedora historia de una profesora de Ripoll que los tuvo como alumnos y no da crédito a lo ocurrido, asegurando que sus pupilos, a los que conocía bien, eran buenos chicos, responsables y educados. ¿Qué ha pasado? Pero en cierto modo estos chicos son también víctimas, juguetes en manos de los verdaderos actores principales de esta tragedia: poderosos dirigentes islamistas radicales que mueven los hilos desde fuera, que cuentan con una inmensa influencia, poder y abundantes recursos y que están dispuestos a hacer lo que sea para hundir nuestro mundo. Son gentes sin escrúpulos que quieren levantar su poder para saciar mezquinos intereses personales, con la excusa de vengar a los musulmanes de las reiteradas ofensas que Occidente les ha infligido en el último siglo.
Pero la comunidad musulmana no se deja engañar por estos falsarios, una pandilla de piratas que sólo aspiran a aprovecharse de las difíciles circunstancias para hacerse con el poder y saquear así a los países y a las poblaciones a las que en sus delirantes discursos dicen querer defender. Ya hemos visto de que forma imponen el orden en los territorios en los que este Califato de pacotilla hace valer sus principios. Yo he tenido la suerte de viajar en países islámicos en mi juventud y puedo asegurar que siempre fui tratado con gran respeto. Tuve la suerte de comprobar la generosidad de sus gentes y la predisposición para agasajar a los forasteros. Nunca tuve la menor duda que estos principios son los preceptos que han aprendido del Islam. El verdadero Islam, y no este que profanan estos falsarios.
Ese mismo día en que paseaba por las Ramblas tuvo lugar una manifestación de las comunidades musulmanas de nuestro país. Por las pancartas podía verse que habían venido, no sólo de todos los barrios de Barcelona, sino de toda Cataluña. Esta demostración me pareció oportuna, pues mucha gente, equivocadamente, sigue pensando que esta es una lucha de civilizaciones. Nada más alejado de la realidad. Estoy convencido que nuestros conciudadanos musulmanes, en su inmensa mayoría, abominan de la barbarie y están junto a nosotros en todo esto. Más bien al contrario, pienso que muchos musulmanes se deben sentirse estigmatizados, intimidados por los ataques que unos locos dicen realizar en su nombre. Deben sentir una enorme presión sobre ellos y deben sufrir mucho por ello.
Yo creo que no debemos caer en esta trampa. Los bandidos del DAESH y todas las organizaciones criminales que explotan el radicalismo islamista buscan precisamente dividirnos y asentar la falsa creencia de que estamos en una guerra de civilizaciones. Es rotundamente falso.
Debemos mantenernos unidos, firmes y convencidos que una convivencia multirracial y multicultural es posible. Que nuestros valores de tolerancia, de respeto por la vida y la búsqueda pacífica y dialogada de los conflictos es lo que debe prevalecer. Yo estoy hasta tal punto convencido de esto, que no tengo duda que estos ataques, con todo lo crueles y duros que son, solo suponen un pellizco a nuestra forma de vida. No conseguirán nada. Prevaleceremos, claro que sí. Tarde o temprano, la historia barrerá a estos desalmados como al polvo en el camino. Y, por descontado, no tengo miedo.

Creo también que este es el mensaje que Barcelona ha enviado al mundo después de este ataque. Por esto me siento orgulloso de Barcelona.


viernes, 14 de julio de 2017

Haiku IV



Haiku IV

De yodo y alga
perfumado ocaso.
Brama el mar de estío.


Barcelona, 25 de junio de 2017


miércoles, 28 de junio de 2017

Un rey de cartón piedra


Solemne sesión en el Congreso para celebrar los cuarenta años de democracia. Discurso del Rey convertido en una proclama propagandística contra la voluntad independentista en Cataluña. Lamentable. Con estos discursos, el Estado remacha su voluntad de criminalizar a los ciudadanos que piensan diferente. En una puesta en escena de afirmación nacionalista --de un nacionalismo españolista, por supuesto--, los poderes del Estado, la Monarquía y la Cámara de diputados, han afirmado sus convicciones democráticas y su adhesión a la Constitución en un acto que, de forma torticera, pretende demostrar que ellos son los verdaderos defensores de la Constitución y la democracia y no los catalanes partidarios de encontrar un nuevo encaje.
Una manipulación tan sutil como mezquina y cobarde, pues no es cierto que los ciudadanos catalanes que estamos indignados con la situación actual seamos anti constitucionalistas o anti demócratas. Más bien al contrario, muchos de nosotros luchamos en los años setenta por el advenimiento de esta democracia y ratificamos entonces con nuestro voto la presente Constitución. Es más, curiosamente veo muchas caras, hoy militantes en el PP, que en aquellos días estaban del lado del franquismo más recalcitrante, no sólo contrarios a lo que se estaba gestando sino claramente beligerantes con la nueva Constitución y el orden democrático que estábamos instituyendo.

Así que lo de hoy, además de vergonzoso, injusto y manipulador, es una muestra más del cinismo de un Estado que ha orillado intencionadamente a una parte nada desdeñable de la ciudadanía, no aceptando la diferencia de pensamiento que estos representan. Así, mientras el gobierno incumple con su principal función, que es la de dar salida a los conflictos democráticos que la sociedad plantea, escondiendo la cabeza debajo del ala y rehuyendo su responsabilidad, cuando no azuzando el fuego, el Estado abunda en la injusticia y muestra su talante intolerante al abandonar a miles de ciudadanos que, impotentes, ven como, no solo no se da solución a sus problemas, sino que se utilizan las instituciones de todos para criminalizarlos y exponerlos ante el resto de los españoles como delincuentes.


domingo, 25 de junio de 2017

Experiencia esencial


Los comensales, circunspectos, entraron en la biblioteca. En completo silencio husmearon la estancia preparada para la ocasión. La mesa, impecablemente parada, anunciaba por anticipado las solemnidades gastronómicas que iban a tener lugar. El profesor Butrón, acentuando la trascendencia del momento, asentía pomposamente a medida que los invitados, algunos de ellos avezados especialistas del paladar, entraban en el improvisado comedor. Los viejos anaqueles cargados de libros se habían ocultado tras unas mamparas japonesas con la intención de distraer lo menos posible la atención de los comensales e invitarlos a concentrarse en la degustación que iban a servirles. Los doce invitados cuidadosamente seleccionados para este acontecimiento, escrutaban sobre la mesa los nombres que indicaban en dónde debía sentarse cada uno. ¿Por qué este número?, se preguntó el viejo editor… ¿acaso tenía que ver con los doce apóstoles? O, mejor… ¿con los doce componentes tradicionales de un jurado? Los profesores Butrón y Saguer, perfeccionistas y meticulosos, no habían dejado nada al azar, haciendo valer su máxima que la medida, el orden y la exactitud son valores esenciales de su oficio. La luz roja del rótulo Esencia, que anunciaba a través de la amplia fachada acristalada la existencia de este templo dedicado a los sabores complejos, extendía un vaporoso velo rojo sobre la estancia. Acentuaban esta atmósfera misteriosa las tenues luces blancas, que iluminaban los doce platos de madera clara de sendos comensales, subrayando el que debía ser el principal centro de atención a lo largo de la velada. Y, al mismo tiempo, proyectaban las sombras de los libros que se escondían detrás de las fusumas japonesas, levemente opacas, así como la silueta de una hormiga gigante que corría entre ellos. Así, a la experta circunspección de los expertos se añadía la jocosa ironía de la inquietante presencia de esta hormiga agigantada, acaso una sutil sugerencia, inconscientemente inducida por los profesores Butrón y Saguer, acerca de las hacendosas habilidades y de la tenaz persistencia en el trabajo de este insecto inverosímil.

El profesor Butrón pontificó sobre el sabor complejo. El mutismo de la sala confirmaba la trascendencia del tema expuesto. Fue entonces cuando los camareros, como si se tratara de un desfile de oficiantes en una ceremonia iniciática, sirvieron el primer plato frente a cada uno de los comensales. Con un gesto trascendente de su mano, la cabeza erguida y una mirada profesoral que planeó, condescendiente, sobre las cabezas de los comensales, el profesor Butrón, como un sacerdote de Amón, dio su aquiescencia para iniciar la degustación, seguro de los positivos resultados de su infalible sabiduría culinaria. Mientras tanto, el profesor Saguer, complemento perfecto de su colega en su carácter discreto y disciplinado, se aplicaba a preparar un spoiler del plato Mediterráneo –¿casualidad? …acaso, un inconfesable deseo de llevarle la contraria a su viejo colega, una forma sumergida en el inconsciente de rebelarse contra su preeminencia magistral-- depositando, con parsimoniosa maestría, unas gotas de un cremoso de aceite de oliva virgen extra de la variedad picual, con su manga pastelera, sobre la tepanyaki cryo, que humeaba vapores gélidos en la cabecera de la mesa.

El observador gastronómico Regol acabó, goloso, con el último bocado del plato Vinagre. Expectantes, los profesores Butrón y Saguer esperaban su veredicto, así como el resto de comensales, curiosos por conocer los sesudos algoritmos de su avezado paladar psicológico y su exhaustiva biblioteca de sabores. Contra el parecer del viejo editor, el observador Regol sentenció severo que, precisamente el vinagre, era el elemento estrella del postre, hilo conductor de la creación y el que dotaba al plato de su nervio, enlazando la equilibrada estructura de matices gustativos dulces, agrios, sutilmente salados… y las diferentes texturas acuosas, o cremosas o, aún, crujientes del apio y el hinojo.

Mientras el profesor Butrón aleccionaba a los presentes acerca de las virtudes de la pimienta sansho, entre las que destaca su original perfume cítrico, espolvoreando en la palma de sus manos, con la ayuda de un enorme molinillo, una exhalación de la exótica especie, el sumiller Caballero, verdadero mago de las pociones, artífice de singulares maridajes, servía la infusión que debía acompañar al siguiente plato, Cítricos. La infusión, era una delicia que utilizaba la hierbaluisa como elemento conductor hacia un ramillete de complejos matices, entre los que destacaban las medrosas tonalidades del hidromiel, que condujeron las ensoñaciones de algún comensal hasta los profundos bosques del Finisterre donde, a parte de las meigas, moran los secretos aromas de las resinas y el eucalipto.

Empireumático fue el postre culminante. En las profundidades de este plato se miden las singulares destrezas que se aprenden en esta escuela del sabor. Es aquí donde las dotes culinarias del profesor Butrón y su alter ego Saguer se mostraron más extraordinarias. En un alarde de conocimiento, buscando mayor complejidad y elegancia en el sabor, la sofisticada familia gustativa de los ingredientes que se caracterizan por las notas ahumadas, torrefactas, tostadas, de cavernosos retrogustos achocolatados, representadas en este portento por el café, el mascarpone, el té english breakfast, la melaza, el regaliz, el chocolate con leche y la ciruela, componían un raro equilibrio, en el que en un alarde técnico –como un triple salto mortal de la culinaria—dos ingredientes, el té y el café, aparentemente incompatibles en la paleta de las armonías, mostraban una perfecta integración en la arquitectura de este plato. Un postre realmente conseguido, lo que el profesor Butrón, en sus clases, arrastrado por la vehemencia de sus convicciones, llamaría la sublimación en la elegancia del sabor.


La medianoche marcó el fin de los murmullos que procedieron a la cena y los doce comensales se despidieron de los profesores Butrón y Saguer, así como de Caballero, el habilidoso druida de las pociones que había iluminado los platos con los líquidos de su sabiduría, un hombre alto, espigado y misterioso, con ojos pequeños y profundos en sus cavernosas cuencas, dotado de una perilla que acentuaba su quijotesca esbeltez y, acaso, acababa de construir su aspecto mefistofélico.


martes, 20 de junio de 2017

La cosa está caliente


La canícula ha entrado de pleno. Calor insoportable en Barcelona. Coincide con un incendio tremendo en el centro de Portugal, que ocasiona 69 muertos y veinte mil hectáreas de bosque de eucalipto calcinadas. Greenpeace sostiene que son el efecto del cambio climático. Otras voces alertan de la progresiva desertización de la península ibérica. Un proceso que avanza rápida e inexorablemente. Muchos, somos partidarios de un cambio radical para revertir la situación, que pasa por eliminar progresivamente la utilización de las energías fósiles y sustituirlas, de forma urgente, por energías alternativas que sean limpias y no dañen al planeta. Pero este programa choca con una considerable resistencia. Una oposición que no proviene sólo de las grandes corporaciones industriales, del sector del automóvil, de los grandes intereses petroleros, etc., sino de una parte significativa de la ciudadanía, de la propia población trabajadora que, con las políticas ecologistas, ven peligrar su puesto de trabajo. Difícil encrucijada. ¿Cómo abordar la solución de un problema que nos arrastra al desastre y, al mismo tiempo, no dañar la ya frágil situación de muchos puestos de trabajo? La magnitud del dilema es de proporciones gigantescas. No es fácil. Y lo que es peor; su solución requiere de unas circunstancias que son muy complicadas que se den. ¿Cómo convencer a los mercados –esa figura fantasmal, pero que existe—para que renuncien a unos recursos que suponen jugosos beneficios? ¿Cómo convencerlos a que renuncien a semejante tajada –es evidente que no podemos obligarlos-- en un mundo cada vez más polarizado, dónde los poderosos –los dueños del mundo--, cuya riqueza –inmensa, como nunca antes en la historia de la humanidad-- está ahora concentrada, más que nunca, en pocas manos? Algunas personas tienen un poder de decisión casi absoluto sobre los asuntos del mundo. Estamos entrando en un mundo neofeudal. En una época de claro retroceso de la democracia, en la que los ciudadanos tienen cada vez menor poder de decisión, pues los estados les han ido sustrayendo este poder en beneficio de las élites financieras, o de esas entidades fantasmales que llamamos mercados, que no tienen rostro, pues el capitalismo avanzado se ha sustraído a la tangibilidad, pero que son, aun así, unas entidades más que reales, incluso implacables por sus efectos. ¿Cómo maniobramos para cambiar todo esto, si los propios ciudadanos, como decía más arriba, temen perder lo poco que tienen si se aplican las necesarias políticas de sostenibilidad?
El ejemplo del presidente Trump es una clara ilustración de esta paradoja. Por primera vez, en EE.UU. --en el Imperio--, la opinión de una mayoría de ciudadanos se alinea con un presidente negacionista. Paradójica coincidencia de intereses. Tal como se temía, Trump salió del acuerdo sobre el clima firmado en París. Un retroceso decepcionante. Seguramente de consecuencias desastrosas pues, si no me equivoco, EE.UU. es el responsable de una cuarte parte de las emisiones nocivas de todo el planeta. Lo peor es el ejemplo que esta práctica puede ofrecer al mundo, animando a otros a hacer lo mismo, con la excusa de que “si lo hace el imperio, por qué no yo”. Un escándalo. Un gravísimo atentado contra la sostenibilidad de nuestra vida futura y la continuidad de nuestra especie.
Estados Unidos, con esta huida de su responsabilidad climática, ha perdido definitivamente el liderazgo moral del mundo. Su actual presidente es un síntoma. Trump nos recuerda a los Calígula y los Nerones de la antigua Roma. Y, como ella, ha entrado en una época de decadencia. La humanidad se encuentra ahora huérfana de un “hermano mayor” que ha velado durante un largo periodo de tiempo por los derechos humanos y los principios democráticos. Esto ya se ha acabado. Europa tiene aún prestigio, pero poco poder para ejercer su influencia. El fracaso de su unificación, su incapacidad para intervenir en los conflictos del mundo, le han restado autoridad. Y el caso del reino Unido, con el Brexit, nos presenta la desolación de una nación a la deriva, que ha cometido el inmenso error de desvincularse del único proceso que puede salvarnos y fortalecernos, a pesar de ser uno de los miembros fundadores de la UE. Ya nada es lo que era. Nuestros políticos, mediocres, hablan de crisis; pero lo que está ocurriendo es simplemente que estamos cambiando de mundo, de la misma forma que el Renacimiento dio paso a un mundo nuevo dejando atrás la Edad media.
Ante este panorama, no queda más que esperar que surja una iniciativa, ahora inconcebible, para hacer frente a nuestros ingentes desafíos. Si somos optimistas, creeremos en la infinita capacidad creativa y la resiliencia de la humanidad, de su determinada capacidad para la lucha y la supervivencia, de su tenacidad para sobreponerse a lo peor, anteponiendo finalmente su sensatez. En todas las épocas, los analistas, sobrecogidos por las tragedias de la humanidad, han pensado que estaban al borde del precipicio, que se acercaba el fin del mundo. Pero siempre hemos sido capaces de resurgir, ¿por qué no debería ser así ahora?
Para abordar los ingentes problemas que tenemos por delante, lo primero es analizarlos bien y decidir prioridades. Yo pienso que nuestra prioridad es el cambio climático, pues si no revertimos la situación actual, el planeta no sobrevivirá y nosotros desapareceremos con él. Por esta razón sostengo que debe aparecer un nuevo humanismo que ponga a la preservación de la Tierra en el centro de nuestro interés, desplazando el anterior humanismo, que nació con el Renacimiento, y que sostenía que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Ahora descubrimos que nuestra acción debe ser necesariamente limitada. No podemos aspirar a un crecimiento infinito como creían nuestros antepasados. El planeta Tierra no lo hace sostenible.
Este nuevo humanismo, que yo llamo Neohumanismo, debe formar a las nuevas generaciones en un nuevo código ético. Uno de los puntos fundamentales en los que debe incidir es en nuestro concepto de la riqueza. Hasta ahora nadie discutía que la riqueza era un valor positivo para la humanidad. Ni nadie discutía la necesidad de su crecimiento ilimitado a fin del bien de la comunidad humana. Lo que sí se discutía era el reparto de la misma. Se disentía respecto al uso y propiedad de la misma; mientras que unos sostenían que la riqueza pertenecía a una minoría, por derecho de sangre, o bien por que la hubieran acumulado haciendo uso de sus habilidades, otros defendían que la riqueza debía redistribuirse socialmente, compartirse de forma común beneficiando a la sociedad en su conjunto. Este escenario se ha presentado a lo largo de las épocas como una lucha de clases, como un proceso progresivo que llevaría a la humanidad hacia un comunismo de la propiedad. Sin embargo, debemos enfrentarnos a la constatación de que ahora el problema no es sólo como se distribuye la riqueza, sino que esta misma riqueza ya no puede crecer infinitamente. Por primera vez, la humanidad toma conciencia que nuestra capacidad de crear riqueza tiene un límite: la sobreexplotación de la Tierra que, exhausta y agotada, está a punto de abocarnos a la autodestrucción, si no encontramos rápidamente una solución.

En consecuencia, en el futuro no será sólo más difícil crecer, sino que la riqueza existente, al ser limitada, provocará mayores tensiones en la comunidad humana. Los ricos se encastillarán para protegerse de la presión redistributiva y la humanidad – los humanos comunes—deberán ingeniárselas para dar un salto adelante que suponga, primero, la salvaguarda de la especie y, luego, el acceso a la dignidad que ahora está muy lejos de existir, redistribuyendo la limitada riqueza disponible.

Foto: Nuestra responsabilidad es preservar la naturaleza para las futuras generaciones


viernes, 16 de junio de 2017

Afganistán


Lectura de Els Nois del Zinc. Conmovedora historia, de nuevo, de Svetlana Aleksiévich sobre Afganistán. La Guerra Afgano-soviética de 1978-1992. Terrible. Leo que murieron entre 600.000 y 2 millones de civiles… espeluznante. Los soviéticos tuvieron 15.000 bajas militares. Es mucho, considerando que la mayoría eran chicos muy jóvenes, que no sabían dónde se metían. No tenían suficiente preparación y murieron como moscas. Carne de cañón. Ocasionó una verdadera conmoción nacional. Contribuyó, sin duda, a la debacle final de la URSS. Aleksiévich describe el drama, como siempre, con una maestría conmovedora hasta convertir el texto en un clásico antibelicista. Aconsejo la lectura de la obra que, en catalán, tiene una excelente traducción de Marta Rebón en editorial Raig Verd.
No puedo resistirme a ofreceros un pasaje del libro, pues a su impactante alegato contra la guerra, que lo convierte a mi entender en uno de los grandes relatos antibelicistas de la historia de la literatura, cabe añadirle la sublime destreza de la escritora bielorusa, premio Nobel de literatura 2015, para dotar al texto de una tremenda fuerza dramática, de una gran tensión emocional. El libro se titula Els nois de zinc, impactante imagen de estos miles de chicos inocentes que devolvían envueltos en sus ataúdes de zinc. Aleksiévich tiene una habilidad prodigiosa para hacerte revivir el punzante dolor de las madres, de las familias, que recibían así los masacrados cadáveres de sus hijos. El testimonio de una madre; ahí va:
Van picar a la porta… Corro a obrir: no hi ningú. Em sobresalto a cada instant. Que potser és el meu fill que ha tornat?
Dos dies més tard truquen a la meva porta el militars:
__ El meu fill, ja no hi és?
__ Exacte, ja no hi és.
Es fa fer un gran silenci. Vaig caure de genolls a l’entrada, davant del mirall:
__ Déu! Déu! Déu meu!
Sobre la taula encara hi havia una carta que no havia acabat d’escriure-li:
Hola, fill meu!
He llegit la teva carta i m’he posat molt contenta. Aquesta vegada no hi ha un sol error de gramàtica. Només dos errors de sintaxi, com en l’anterior: “al meu parer” és un incís i “en cas que” una locució conjuntiva que no requereix coma. Sisplau, no t’enfadis amb la teva mare per aquestes observacions.
A l’Afganistan fa calor. Mira de no constipar-te. Et refredes fàcilment...
Al cementiri tots callaven, hi havia molta gent, però no se sentia ni un piu. Jo tenia un tornavís a la mà, no me´l van poder agafar:
__ Deixeu-me obrir el taüt... Deixeu-me veure el meu fill... __ Volia obrir el taüt de zinc amb aquell tornavís.
El meu marit va intentar llevar-se la vida: “No vull viure. Perdona´m, però jo no vull continuar vivint”. El vaig convèncer:
__ Has de ocupar-te de posar la làpida, de posar una tanca a la tomba. Cal prendre´n cura, com fan els altres.
Li costava molt de agafar el son. Em deia:
__ Quan m’adormo, ve el nostre fill. Em besa, m’abraça.
Segons l’antic costum, vaig conservar un tros de pa durant quaranta dies... (a l’església ortodoxa es commemora el difunt quaranta dies després de la seva mort, a més del dia de la seva defunció). Després de l’enterrament... Al cap de tres setmanes el pa es va fer miques. Significa que la família desapareixeria...
Vaig penjar fotografies del meu fill per tota la casa. A mi em feia sentir millor; al meu marit, però, pitjor:
__ Treu-les. Em mira.
Vam posar la làpida. Una de bona, de mabre car. Els diners, que teníem estalviats per al casament del nostre fill se´n va anar en aquesta làpida. Vam fer construir també una coberta per a la tomba, una làmina vermella, i també van plantar unes flors vermelles. Unes dàlies. El meu marit va pintar la tanca:
__ Ja he fet tot el que calia. El nostre fill pot estar-hi ben content.
Aquell matí em va acompanyar a la feina. Es va acomiadar de mi. Vaig tornar a casa després del meu torn i el vaig trobar penjat a la cuina, just davant de la fotografia del nostre fill, la meva preferida.
__ Déu! Déu! Déu meu!
Digui´m vostè: són herois o no? Per què haig de suportar tant de dolor? Què m’ajudarà a resistir-lo? De vegades penso: “Sí, són herois!”. No només ell... N’hi ha desenes... Files senceres de tombes al cementiri municipal...
Els dies de festa hi retrunyen les salves. S’hi fan discursos solemnes. La gent hi porta flors. Allí s’organitzen les cerimònies d’admissió als Pioners de l’URSS... Hi ha vegades que maleeixo al govern, al Partit... El nostre règim... Encara que jo sóc comunista... però vull saber: a què treu cap, tot això? Per què al meu fill el van embolcallar en zinc? Em maleeixo a mi mateixa... Sóc professora de llengua i literatura russes. Jo mateixa li ensenyava: “El deure és el deure, fill meu. Cal complir-lo” Maleeixo el món sencer, però l’endemà corro a la seva tomba i li demano perdó:
__ Perdona´m, fillet meu, pel que he dit. Perdona´m.
Una mare

Tenéis hijos?... No hay palabras... o sí... estas. Terrible.
La guerra afgano-rusa se inició a consecuencia de los intereses soviéticos en la región –o debería decir, mejor, los temores--. La invasión soviética ya suscitó muchos interrogantes en la época de Gorbachov, que éste aclaró en parte. ¿Por qué la URSS de Brezhnev se embarcó en la guerra afgana? No fue, como se cree, una aventura expansionista como se dijo en su momento, la propia cúpula militar soviética desaconsejó la operación, pues los militares estaban convencidos de que sería un fracaso. En realidad, la invasión fue una reacción de los soviéticos ante el temor de que la revuelta de la sociedad afgana no se iba a llevar tan sólo por delante al régimen político de Kabul sino que, a tenor de quienes comandaban la rebelión, existían fundadas sospechas que Afganistán pudiera caer en manos “enemigas” –entiéndase EE.UU. y sus aliados-- perdiendo su tradicional neutralidad y amistad con la URSS. Hay que tener en cuenta, además, la frágil situación política como consecuencia del triunfo de la Revolución islámica de Jomeini en Irán. El temor a un brote de radicalismo islámico no sólo en Irán, sino en Afganistán, ponía a las repúblicas soviéticas de mayoría musulmana –Turkmenistán, Uzbekistán. Tayikistán y Kirguistán—en una posición delicada. Gasolina junto al fuego. Así, las autoridades soviéticas temían, con razón, lo que acabó sucediendo.
La propia URSS era ya un ente en descomposición. En este sentido, también las novelas de Aleksiévich son un retrato portentoso de esta caída, del embrutecimiento de mucha gente y, en el mejor de los casos, de la inmensa desilusión de tantos rusos, de tantos millones de ciudadanos que se sacrificaron por la construcción de un mundo mejor --¡que sarcasmo!--, o que dejaron la vida, detrás de un sueño que no pudo ser y acabó corrompiéndose.
Volvamos a Afganistán. Posteriormente, el país se enzarzó de nuevo en una guerra. Esta vez fueron los norteamericanos que lo invadieron para librarlo de los talibanes. Es el periodo 2001-2014. Una vez más, acaba en un caótico desastre. ¡Cuántos errores se cometieron! Al igual los soviéticos anteriormente, los americanos salieron también con el rabo entre las piernas. Muchas de las tempestades que hemos cosechado en estos tiempos, provienen de sembrar aquellos vientos… aunque ahora, nadie parece acordarse.
Afganistán está situado en un cruce de civilizaciones. Por el norte, en Kabul, conecta con las grandes estepas de Asia central a través de la imponente cordillera del Hindú Kush; al sur, Kandahar y Ghazni se abren hacia Pakistán y las llanuras indias y el valle del Indo, tradicional camino de penetración en esta región del mundo. Afganistán es una encrucijada de caminos comerciales y culturales desde el neolítico, quizás más lejano en el tiempo de lo que conocemos o imaginamos. Pensemos en la ruta de la seda, posiblemente la transición más emblemática de la historia de la humanidad. Tiene una dimensión mítica, casi fabulosa… Marco Polo. Pero no es sólo un lugar de paso, sino un universo riquísimo en sí mismo, donde habitan centenares de etnias distintas, con culturas, lenguas y costumbres muy diversas. Afganistán, contra una primera impresión precipitada, tiene un colorido impresionante, fascinante. Debajo de su apariencia gris y polvorienta de las grandes estepas y cordilleras de Eurasia, se esconde un centro neurálgico del planeta.
Podríamos afirmar que Afganistán es, en sentido figurado, como las fallas tectónicas de la Tierra, que de vez en cuando se quiebran o se deslizan una sobre otra, produciendo inmensos cataclismos. Afganistán es una falla geoestratégica del planeta, en el sentido que lo es también, por ejemplo, Oriente Medio. Siempre lo ha sido. Es decir, uno de aquellos lugares de la Tierra que están permanentemente en conflicto, a consecuencia de su situación geoestratégica. Además, Afganistán es un país rico en recursos minerales de lo más variado. Con toda seguridad suscita la codicia de Rusia, China o los EE.UU. Razones inconfesadas subsisten también en los conflictos actuales y de todos los tiempos.
Desde la época del Imperio británico en la India, Afganistán se convirtió en un estado bisagra entre las potencias de la zona, Rusia e Inglaterra. La falla geoestratégica, el vórtice en el que chocan los contrapuestos intereses humanos generan una energía inaudita, volcánica, que se expande en un temblor diabólico por todo el planeta. Unos y otros aspiraban a saber más de este remoto reino del que casi nada se sabía desde la campaña de Alejandro de Macedonia. Curiosidad… acaso codicia, también. La embajada de Napoleón, desplazada unos años antes hasta Teherán, en 1807, para intentar penetrar en el país, resulta infructuosa. Lo mismo por parte de los rusos, unos años más tarde. El reino era todavía un misterio para las potencias europeas, en aquellos tiempos de aventura y, aún, de descubrimiento, con la velada intención del saqueo.
Afganistán es un país intrincado, difícil de invadir. No sabían dónde se metían. Sus gentes son aguerridas, difíciles de vencer. Así ha sido desde la antigüedad. Veamos sino lo que le pasó a Alejandro Magno, un genio militar que conquistó el mundo, pero que también encalló aquí, más de trescientos años antes de nuestra era. Afganistán, más allá del Hindú Kush, era el fin del mundo según Aristóteles --contemporáneo del conquistador macedonio, por cierto--. Era una proeza llegar hasta Kandahar en aquellos tiempos, que los helenos bautizaron con el nombre de Alejandría. Y más allá, atravesando desiertos y peligrosos desfiladeros, hasta Herat o Kabul. La ferocidad de los nativos era más peligrosa que el frío y el hielo, y diezmaron más a su ejército que las inclemencias del clima riguroso. Algo parecido había de ocurrirles a los ingleses veintidós siglos más tarde. Algunos antropólogos han sugerido que existe una etnia remota en una apartada región montañosa de Afganistán en la que sus habitantes son rubios de ojos azules y muestran un extraordinario parecido con europeos nórdicos. ¿Casualidad? O, acaso, una parte del ejército del gran macedonio decidió quedarse aquí para siempre y hoy contemplamos a sus descendientes, apenas mezclados con las gentes de otros valles. No hay pruebas concluyentes, pero alimentan la fábula de un país fascinante y aún desconocido. Son los nuristaníes, habitantes del Kafiristán, una región aún más misteriosa en las estribaciones de los Himalayas. Ahí donde se separa el Afganistán del Chitral. Una tierra de “paganos”, que jamás se convirtieron al islam, altos y rubios, y que gustan de beber vino… como sus ancestros… ¿macedonios? Lo que es seguro, es que son muy fieros; les precede la fama de no dejar salir vivo de su territorio a ningún extranjero. Monstuart Elphinstone, agente británico de la Compañía de Indias, llega a Kabul en 1809, pero no puede entrar en Kafiristán. Envían a un emisario local, que reúne información sobre los usos y costumbres de esta etnia misteriosa. “Poseen rasgos europeos –decía Elphinstone, en el libro que escribió más tarde—y sus mujeres, de cabellos a menudo rubios, son destacables por su belleza –imaginamos que a Elphinstone le emocionaba el canon de belleza europeo, pues no vemos que las mujeres de otras etnias sean menos hermosas en esta tierra--. Hablan una lengua totalmente desconocida por sus vecinos –continúa--, utilizan mesas y sillas bajas, contrariamente a los musulmanes de la llanura. Beben vino en grandes copas de plata, que constituyen sus más preciadas posesiones. Rinden culto a sus antepasados y adoran a un gran número de ídolos a los que ofrecen sacrificios de cabras o vacas” –como en las antiguas hecatombes de los helenos--. Y, atención, aquí viene lo más sorprendente: “para ellos constituye un deber matar musulmanes y ningún joven podrá casarse en tanto no haya matado a uno.” Una cosa está clara, ni Elphinstone, ni los estudiosos posteriores pudieron jamás demostrar que la lengua que hablan los nuristaníes tenga nada que ver con el griego clásico. En cualquier caso, todo lo que concierne a este pueblo está cubierto bajo un misterioso velo, poco se sabe. Alexander Burnes, un aventurero inglés que viajó por estos parajes en 1826, afirmó que eran los auténticos aborígenes del Afganistán.
La destrucción de los budas de Bamiyan, verdaderos gigantes tallados en las altas laderas de piedra de los imponentes valles del Afganistán central, dinamitados por el fanatismo de los talibanes, mostraron al mundo el retorno de las tinieblas, como si la humanidad se sumergiera de nuevo en los tiempos oscuros y todos nosotros, estupefactos, descubríamos de repente, detrás de la barbarie, la suntuosidad y grandeza de estos dioses de piedra que nos hablan del fervor de civilizaciones desaparecidas. Hoy inquietan de nuevo a los fanáticos, que nada entienden. Bárbaros de tiempos oscuros y violentos a los que se les escapa la comprensión de la edad de oro de sus antepasados. En tiempos muy lejanos, entre los siglos V y VII, peregrinos chinos que se dirigían a India atraídos por la buena nueva del budismo, habían oído contar fascinantes historias de estos budas tallados en los inmensos macizos montañosos de Bamiyan. Atravesaron entonces los desiertos de Xinyiang –que, por cierto, tiene la particularidad de ser el punto de la Tierra más alejado de cualquier mar-- y se aventuraron en ese mundo difícil, desconocido y fascinante de Afganistán.
Efectivamente, Afganistán es un país deslumbrante. Único en el mundo. Lástima que sus guerras contemporáneas, ligadas al fundamentalismo islamista, hayan producido una imagen aborrecible. La realidad es, sin embargo, que pocos países en el mundo tienen una mayor diversidad humana y cultural. Tierra de paso en medio de Eurasia, constituye un cruce de caminos fundamental en la larga y compleja historia de la humanidad. Los occidentales, siempre tan egocéntricos, creemos que Afganistán es un país desértico y desabrido, abandonado de la mano de Dios, donde hombres pobres y atrasados, medran en una vida monótona y miserable. Al contrario, Afganistán esconde una paradójica riqueza cultural. Ha sido una verdadera encrucijada de la humanidad; por aquí han pasado desde los griegos hasta los grandes emperadores de la civilización Mogol, paso obligado de la mítica ruta de la seda que une China y Occidente desde la noche de los tiempos, mucho antes de lo que nos pensamos. Y volverá a serlo, como apuntan los planes de Xi Jinping para construir un inmenso corredor euroasiático que acercará a todos los pueblos de Asia, Europa y África. ¿Un retorno a los orígenes?
En los felices años setenta, época de reivindicaciones pacifistas y ensoñaciones románticas que nos hicieron creer a muchos occidentales, ingenuamente, que la revolución hippie iba a cambiar el mundo, algunos de nosotros, privilegiados de una civilización opulenta, recalamos aquí para sucumbir a los encantos del hachís y otros exotismos. ¿Qué sabían entonces esos jóvenes ingenuos, que defendían el amor y no la guerra, de placas tectónicas, de los avatares de antiguas civilizaciones o de vórtices geoestratégicos… ¡Ay, como perdimos la inocencia… y la virginidad de nuestros ideales, despertando de nuestro sueño a un mundo más desabrido, acaso más… ¿real?... y, con toda seguridad, mucho más truculento!

Foto: Bellísima figura de influencia helenística encontrada en Hadda, Afganistán. Se llama El genio de las flores. S. III-IV