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martes, 15 de mayo de 2018

¿Qué será de Cataluña?



El conflicto

No es fácil adivinar cómo será Cataluña dentro de unos años. Hay una cosa cierta: después de los hechos de septiembre y octubre de 2017, España ya no volverá a ser lo que fue. Después de la durísima represión del uno de octubre y de las humillaciones deliberadas del Estado hacia Cataluña los meses previos y los posteriores, se produjo una ruptura emocional que acabó para siempre con la posibilidad de que un número importante de catalanes (hoy, la mitad de los ciudadanos de Cataluña) vuelvan a sentirse españoles. Y hemos de presumir que otra parte significativa, los que quieren seguir formando parte de España —pero que se sienten también catalanes—, no vieran con buenos ojos como se apaleaba a sus conciudadanos partidarios de la independencia. Hay muchos catalanes que, sin ser independentistas, demandan también otro trato para Cataluña. Así, con distintos grados, pues Cataluña es muy diversa, son muchos los ciudadanos que están convencidos que la relación Cataluña-España debe cambiar.
El Estado español ha apostado por la fuerza, por la imposición. Y ha reconocido que está dispuesto a pagar el alto precio que representa sujetar a Cataluña, aunque ello represente degradar la democracia. Los catalanes, lejos de amilanarse, se han puesto en pie. Ahora ya no se trata sólo de impulsar la independencia, sino de defender la democracia. Los derechos civiles y las libertades están amenazadas, como se ha podido comprobar en las amenazas y las detenciones arbitrarias que en algunos casos han acabado en penas de prisión. De ahora en adelante, después de esta brutal acometida, el Estado español tendrá en contra a una de sus “regiones” más ricas, más prósperas, más dinámicas (sino la más). ¿Cómo se puede construir un país con más dos millones de ciudadanos, entre los más preparados y motivados, yendo a la contra y soñando con formalizar una República? ¿Alguien se imagina a un empresario encauzando su proyecto con una parte importante de la plantilla en contra, por ejemplo? ¿Adónde va así? Todos sabemos que a ningún sitio.
El Estado español, con su política autoritaria del ordeno y mando, ha apostado por la imposición en lugar del diálogo, renunciando a la negociación, a seducir a los ciudadanos de Cataluña convenciéndoles con un proyecto para seguir en España, buscando la manera de satisfacer sus legítimas reivindicaciones por la vía de la mano tendida, de las concesiones, sin renunciar a la astucia que se le supone a un estadista de altura para contentar a todas las partes, sin lesionar los intereses de nadie. Eso era perfectamente posible. Pero la mediocridad de nuestros políticos, su incapacidad para hacer política inteligente, los ha enrocado en una actitud cerril, inmovilista, que ha acabado dejando la política en manos de los jueces. ¿Qué proyecto se le ha propuesto a Cataluña desde el Estado central para seducirla? Ninguno.

Democracia, esta es la cuestión

Pero a las gentes que hoy colonizan el aparato del Estado esto no les importa: “Los someteremos a la fuerza”, piensan. Se equivocan. La democracia se acabará imponiendo. Porque el meollo del asunto de lo que está ocurriendo no es tanto el separatismo, ni el nacionalismo catalán, sino la incapacidad de respetar las ideas ajenas. El problema de fondo tiene que ver con la democracia; con una concepción de la vida, de los valores y de las actitudes que las élites que hoy están en el poder en España —y que por cierto siempre han estado, por eso se les llama franquistas—, no comparten. Se abre una brecha cada vez más grande entre las élites conservadoras en el poder y los ciudadanos. El juicio de “la manada” ilustra bien la distancia entre los valores del stablishment y una parte significativa de la opinión pública. Nos encontramos ante una revuelta masiva de las mujeres —pero, ojo, también de muchos hombres— que están perplejos ante la ideología machista de legisladores y jueces, de un código penal obsoleto. Los jueces, a su vez, se muestran desconcertados por esta oleada de indignación, delatando así su incapacidad para conectar con los valores de la sociedad actual. Lo mismo ocurre con los presos políticos; muchos ciudadanos son abiertamente contrarios a la independencia de Cataluña, pero eso no quiere decir que compartan la arbitrariedad de los jueces que mantienen en prisión a ciudadanos pacíficos imputándoles delitos que no han cometido, y sometiéndoles a una larga e injusta pena de prisión, sin condena previa y sin respetar la preceptiva presunción de inocencia. Hoy, el mundo democrático es un clamor contra esta injusticia. Los propios jueces europeos no se han atrevido a respaldar a sus colegas españoles, con lo que el descrédito de nuestras instituciones crece cada día. Y son muchos los que empiezan a señalar a España como un país que se desliza cuesta abajo en los principios democráticos, en una progresiva y creciente vulneración de los derechos civiles. Véase un reciente artículo del prestigioso NYT, nada menos, sobre esta cuestión.

Insisto; España no podrá imponer por la fuerza la permanencia de Cataluña dentro del Estado español, obligándola a acatar un sistema legal que considera injusto y que repudia una mayoría de los catalanes. El camino que se impondrá será el democrático, es decir: aquel que busque la convivencia entre las distintas naciones de España a través de la seducción, del trato entre iguales, del respeto mutuo, de la restauración de la fraternidad. Esto implica, previamente, el reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado. Ahora estamos muy lejos de eso, pero se acabará aceptando. En mi opinión, la sociedad española está preparada para asumir este hecho. Pero, una vez más, el Estado —el viejo Estado autoritario e intransigente— se niega a aceptarlo. Este es el camino que se ha cerrado precisamente ahora, como consecuencia de las formas antidemocráticas de las derechas españolas hoy en el poder. Una derecha que ha dejado de tener el contrapeso opositor del Partido Socialista, que ha abandonado su tradicional concepción federal y plurinacional de España, y que se ha aliado con ella en este embate ultranacionalista. Hay razones que explican esta actitud: el PSOE busca un rédito electoral apoyando al nacionalismo español y, sobre todo, se protege de su connivencia con el PP en asuntos de corrupción durante lo que se ha dado en llamar el Régimen del 78, haciendo piña con la derecha para neutralizar la acción de la justicia y el previsible castigo de la opinión pública.

Imponer en lugar de seducir

Esta es la clave para entender porqué el Estado español ha implosionado. Esto ha sido fatal. Pues este desequilibrio está en la base del resurgimiento de un nacionalismo español furibundo, que ve en los legítimos anhelos de muchos catalanes una odiosa maniobra contra la unidad de la patria y los sagrados principios de la nación española. Así pues, con tal de eliminar el riesgo de una secesión en Cataluña, los partidos que han conformado el bipartidismo durante los años de la democracia, tradicionalmente mayoritarios, han atizado a la bestia negra del nacionalismo españolista radical—de claros orígenes fascistas (franquistas), de infausta memoria en nuestro país— contra Cataluña, con una brutalidad que causa verdadero estupor, y que está en la base de una desafección traumática que durará generaciones. Pagarán caro este desaguisado, pues cuando las aguas vuelvan a su cauce, no sólo los catalanes, sino muchos españoles se avergonzarán de lo que aquí ha pasado. Y sentará las bases para justificar moralmente el derecho a decidir de los catalanes, una vez se imponga la previsible reconciliación. Y cabe suponer que este derecho a decidir se decantará hacia la elección de un Estado independiente, pues después de lo que ha pasado muchos catalanes tienen ahora la certeza de que España no los quiere, que existe un movimiento de odio contra Cataluña y que, dado el caso, las fuerzas armadas son perfectamente capaces de volverse contra los propios catalanes, pues lo han tratado como a un pueblo extranjero, en los hechos infaustos del uno de octubre. Este, estoy seguro, es uno de los hechos más dolorosos de todo lo que ha pasado. Así, se ha producido una terrible paradoja; frente a la propaganda del Estado que acusa a los “separatistas” de desafectos, el propio Estado español es el que, con su brutal intervención en Cataluña, ha demostrado que no nos quiere y nos trata como una tierra invadida, convirtiendo en ciertos los argumentos que ellos mismos atribuyen a los independentistas. El Gobierno no debió lanzar nunca a la Policía Nacional y a la Guardia Civil contra gente pacífica. A parte de una ignominia miserable es, también, un tremendo error. Con esta estrategia deplorable, terrible, el gobierno del PP ha enemistado al pueblo catalán con las fuerzas armadas, que ahora sienten hacia ellas una desafección parecida a la que siente una víctima hacia su violador. Esto es tremendo, pues todo el prestigio que estos cuerpos se habían ganado durante treinta años de democracia, se ha perdido de golpe en las infaustas jornadas de represión del uno de octubre. Las fuerzas de seguridad creen ahora que su enemigo son los independentistas catalanes, pero la realidad es que su peor enemigo ha sido el propio Estado, a través de un Gobierno irresponsable: ¡En dónde se ha visto que un país civilizado lance sus fuerzas armadas contra su propio pueblo! Estoy seguro que el Gobierno Rajoy, tarde o temprano, pagará muy cara su irresponsabilidad criminal. Igualmente miserable es humillación de los Mossos por parte del Estado, en el que subyace la mezquina estrategia de socavar el prestigio de un excelente y eficiente cuerpo policial, por el hecho de serlo, en una zafia maniobra para evitar que le haga sombra a los “cuerpos nacionales”.

La confrontación

Hay una confrontación. Es evidente que existen dos posiciones irreconciliables, una polarización entre independentistas y españolistas. Es una situación reduccionista, pues borra los contornos de una sociedad llena de matices, desdibuja el colorido de una Cataluña muy rica en su diversidad: las posiciones moderadas, las sutilezas, los matices se desdibujan a favor de la confrontación entre dos bandos que parece que vivan en mundos distintos, hasta tal punto ven las cosas de manera diferente. Y la tensión entre ambos bandos crece, el fantasma del odio aparece entre las brumas de la incomprensión. Este es el drama.
Las posiciones intermedias tienen a hora la sordina puesta. Los sentimientos, las reacciones emocionales, se imponen sobre la frialdad de la razón, una razón necesaria para acometer el pacto que ineludiblemente deberá llegar. Atiza esta situación una mayoría parlamentaria española que se caracteriza por la intransigencia. Hay fundadas sospechas de que el Partido Popular, a través de sus ideólogos, de sus think tanks, de sus foros, vienen impulsando desde hace años una recentralización y españolización, en una clara “declaración de guerra” a las comunidades históricas. La emergencia de Ciudadanos, un partido que ha nacido para españolizar a Cataluña, populista, con un sesgo que nos recuerda el Lerrouxismo del siglo pasado y también el “buenismo impostor” del falangismo de los años treinta. Este ha sido el reactivo para la aparición del soberanismo en Cataluña. La decantación del Partido Socialista hacia las posiciones ultranacionalistas del Estado ha roto el equilibrio y decantado la situación hacia la grave confrontación en la que nos encontramos.
Es previsible que la derecha conservadora siga gobernando en España. Y todo indica que la derecha populista que representa Ciudadanos gane las próximas elecciones. El reactivo ultra españolista está en marcha. Tenemos confrontación para rato. España degradará progresivamente su democracia, reprimiendo las aspiraciones de Cataluña. Y Cataluña persistirá en su lucha por la emancipación. Es previsible que entre más gente en la cárcel, que se agudice el conflicto. Tarde o temprano, en un país ingobernable, con su principal economía en pie de guerra, se impondrá la negociación. En mi opinión, la solución pasará por satisfacer los anhelos de los catalanes sin perjudicar a los españoles; lo que implica disimular la independencia de Cataluña, que se producirá de facto, como una nueva relación de interdependencia entre Cataluña, España y Europa.

La cuestión económica

Hay otras cuestiones de fondo más allá de las emocionales para explicar cómo se ha llegado hasta aquí: la rivalidad en el terreno económico. El poder central siempre ha visto con recelo la voluntad de poder catalana, su extraordinario empuje industrial, su capacidad de trabajo e iniciativa privada. Cataluña intenta emerger como un poder económico con libertad y autonomía frente a Madrid. Por el contrario, las élites funcionariales de la “corte” tienen desde siempre una vocación extractiva, y ven en Cataluña, como en otras regiones de España, las locomotoras de un desarrollo y las generadoras de una riqueza que ellos desean administrar y distribuir. Siempre fue así. En consecuencia, lo que está ocurriendo en Cataluña puede verse como un conflicto en el seno de esta lucha económica. Por una parte, una élite extractiva —la de siempre— que defiende un modelo radial de España y que ahora fuerza una recentralización; y por otra, una España liberal, descentralizada, de polos de desarrollo periféricos —eje mediterráneo: Cataluña-Valencia-Baleares; y eje del norte: Euskadi-Navarra-La Rioja, por ejemplo—, que desea obtener una mayor emancipación. Esta cuestión económica, de la que se habla poco fuera del manido déficit fiscal, no es una cuestión menor en lo que está sucediendo. Y es determinante para entrever lo que será Cataluña en el futuro. Se argumenta que la secesión de Cataluña sería un desastre, pues saldría de la Unión Europea. Nada más lejos de la realidad, pura propaganda. Cataluña tiene una fortísima vocación europea y no la abandonará por su independencia. La prueba más firme de lo que digo es que, en el fondo, a lo largo de esta crisis quién más ha confiado en la UE ha sido Cataluña, que ha fiado la resolución de su conflicto a Europa, en una campaña de internacionalización del conflicto con procesos en sus tribunales internacionales, exiliados, etc. Para Cataluña todo este proceso es impensable sin el anclaje en Europa. Y España, aunque europeísta y disciplinada en el seno de UE, recela de Europa, pues en el fondo nunca se fio de las ideas liberales que inspira y que ahora percibe como una amenaza contra su arbitraria intervención de Cataluña.

¿Cataluña independiente?

Y todo esto nos permite abordar una cuestión que genera un enorme malentendido: ¿qué se quiere decir cuando se habla de una Cataluña independiente? ¿entiende todo el mundo lo mismo? Los nacionalistas españoles responden furibundos que la unidad de la patria es indisoluble, y amenazan con los sables. Imaginan una patria amputada, con un muro divisorio en la frontera catalana. Pero pocos de estos furibundos ultranacionalistas saben que el Estado español ya hace tiempo que ha iniciado una operación de cesión de soberanía a la UE. Como debe ser. Esta cesión de soberanía implica que España ya no decide sola en temas esenciales, como la política monetaria, etc. Ese es el camino. Estamos en un proceso de creación de un Estado supranacional. Y dentro de este gran Estado europeo la España radial, por ejemplo, no cabe. Las interconexiones económicas y de otra índole se realizarán de otra manera, con otras prioridades y seguramente con mayor eficiencia. Lo mismo ocurrirá para las interconexiones culturales, para los reposicionamientos de identidades; en este contexto cabe interpretar “la independencia” de Cataluña. Este es el reto. Cataluña quiere reubicarse dentro del nuevo contexto europeo de una forma diferente a cómo lo ha estado hasta ahora dentro del viejo Estado español: consiguiendo el respeto a su identidad y encontrando nuevos ámbitos en los que desarrollar plenamente sus inquietudes económicas, políticas, sociales y culturales. Hay un tremendo potencial en la sociedad catalana. Y es bien cierto que ahora no se puede desarrollar plenamente. También es bien cierto que existe una amplia base social cohesionada para ver cumplida esta ilusión. Y nadie podrá frenarla. Antes o después eclosionará y se realizará con plenitud.

Solidaridad catalana

Lo que Cataluña pretende es gestionar su presupuesto. Uno de los temas más mezquinos que se han esgrimido es el de la supuesta falta de solidaridad de Cataluña, de su egoísmo hacia el resto de España. No es cierto; es pura propaganda. Cataluña es solidaria y quiere seguir siéndolo. Este es un falso debate que busca desprestigiar una reclamación legítima: el de un mayor equilibrio fiscal. Es más, sostengo que una futura Cataluña independiente será igualmente solidaria con España, en el marco de la UE.

Monarquía o república

Otra cuestión de gran importancia que ha eclosionado con fuerza durante este conflicto es el de la forma del Estado. El rey Felipe VI cometió un grave error en su discurso del 3 de octubre perdiendo su tradicional imparcialidad y posicionándose contra los catalanes, y avalando la brutal agresión contra la población indefensa y pacífica. Esto le costará la monarquía, no sólo la corona. Tiempo al tiempo. Los catalanes hirvieron de indignación ese 5 de octubre; en Barcelona, el ruido ensordecedor de la cacerolada de ese día seguirá resonando en los anales de la historia. Con ese discurso, el borbón perdió la credibilidad y el apoyo que pudiera tener entre los catalanes. Los borbones no tienen precisamente un historial prestigioso. Si con la restauración de la democracia y la acción de Juan Carlos I defendiéndola frente al golpe de estado del 23 F, parecía que la monarquía se consolidaba en España, con las noticias que se han ido conociendo en los últimos años el prestigio de la monarquía se ha venido abajo. Los ciudadanos van conociendo poco a poco, pues el Estado y la prensa lo han escondido a la ciudadanía, que el rey Juan Carlos amasó una enorme fortuna a base de cobrar comisiones en las compras del Estado, por ejemplo, de petróleo a las monarquías del Golfo. Así, el corrupto enriquecimiento del rey y otros miembros de la familia real, han acabado definitivamente con el crédito que tenían. Sólo faltaba lo de Cataluña, donde impera desde siempre una tradición republicana, para echar por la borda la última esperanza de salvar la monarquía borbónica. Estoy convencido que el futuro de Cataluña, pero también el de España, pasa por la abolición de esta institución obsoleta, que no ha sido votada por el pueblo, y veremos la instauración definitiva de la república, la forma de Estado democrática por excelencia.

La cuestión de la lengua

¡ay, aquí está una de las cuestiones esenciales de todo este embrollo! La lengua es el signo más objetivo de la existencia de una nación. El catalán, esa bestia a batir por los ultranacionalistas… ¿Por qué el catalán genera tanto odio a sus detractores? Seguramente por que la identifican con la resistencia irredenta de los catalanes a españolizarse. Sí, es triste, pero a una parte nada desdeñable de los españoles le cuesta aceptar que los catalanes tienen una identidad catalana y una lengua propia. Lo ven como una disfunción, como el empeño impertinente de no aceptar la “verdad” de que son españoles. Esa persistencia en mantener una lengua que consideran residual es un insulto a la razón, consideran; no puede haber otro motivo que la provocación, la persistencia de una rebeldía para joder la marrana. “El español es una lengua hablada en todo el mundo”, dicen; “¿A qué viene enseñar el catalán en la escuela en preeminencia sobre el español? Está bien hablar el catalán en casa, en la calle… ¡pero en la escuela! ¡es un anacronismo!” esgrimen. “¡Pero es nuestra lengua, ¿no lo entendéis?!” se desgañitan los otros. Los ataques al sistema de inmersión lingüística en Cataluña están en el epicentro de la gravísima crisis actual. Para los que vivís fuera de Cataluña, debéis saber que este sistema funciona perfectamente, contra lo que dice la propaganda ultra. La comunidad catalana ha funcionado con este sistema durante décadas con una armonía total, sin el menor problema. Nuestros hijos son bilingües, hablan el catalán y el castellano sin más. Cataluña es una tierra de acogida, los numerosos inmigrantes de las más diversas procedencias que han llegado, se han adaptado sin el menor problema. Pero hay poderosos intereses obsesionados con tirar todo esto por la borda. Se ha hecho un daño inmenso. Se han intentado verdaderas barbaridades para desmantelar el sistema, recurriendo al juego sucio, a las trampas, a las mentiras, y ahora a las falsas denuncias. Pero a pesar de todo ello, Cataluña seguirá siendo bilingüe, su lengua continuará protegida y el catalán continuará siendo la lengua vehicular en la escuela. Hay una imagen falsa en España respecto al uso del castellano en Cataluña: se dice que está en retroceso. Se habla del poco respeto por el castellano en Cataluña y del acoso al que se somete a los que lo hablan. Es rotundamente falso. Las declaraciones recientes del ministro Rafael Catalá, por ejemplo, son infames; rotundamente falsas, y él lo sabe. En una situación hipersensible, echa gasolina al fuego. Por eso es un miserable. Los españoles del resto del Estado deben saber que en Cataluña se habla sobre todo el castellano, que predomina sobre el catalán. El catalán, a pesar de lo mucho que ha progresado, sigue siendo la lengua frágil. Todos los que vivimos aquí lo sabemos perfectamente. También es rotundamente falso el que los catalanes nos neguemos a hablar en castellano con aquellos que nos interpelan en esta lengua. No es así. Nunca ha habido conflicto en este asunto y los que afirman que no es así, mienten, manipulan zafiamente la situación, dando a entender que este asunto rompe la convivencia en nuestra tierra. Cataluña es una tierra de acogida. Siempre lo ha sido. Los que dicen lo contrario, hablan desde un resentimiento difícil de entender.

El procés

La mayoría parlamentaria independentista del Parlament y el President que salga investido y su Govern deberán encontrar una nueva estrategia para avanzar en los anhelos del pueblo de Cataluña. El proceso que hoy está en marcha no es el fruto del capricho de cuatro políticos radicales que manipulan la situación, sino el efecto de una activa mayoría social muy transversal, que empuja a sus lideres hacia la emancipación nacional. Cualquier ciudadano que viva en Cataluña puede constatar este hecho fácilmente. Ahora bien, el proceso aún no es lo suficientemente potente como para iniciar un proceso unilateral de independencia. No tiene todavía suficiente masa social. Es aún una mayoría dudosa. Ahí radica uno de los problemas fundamentales del procés, que le ha restado legitimidad y que ha supuesto el gran error aún no reconocido por los independentistas y que ha abocado a la proclamación ficticia de la República y la consiguiente frustración de mucha gente. Yo creo que tarde o temprano los líderes catalanes harán autocrítica y reconocerán los errores, fruto de la precipitación, de una excesiva impaciencia y, digámoslo claramente, de una mezcla de rabia, de impotencia, ante la intransigencia del Estado a dialogar y de incontenible ilusión empujada por la coercitiva presión de una ciudadanía cegada por llegar cuanto antes al objetivo. En consecuencia, los independentistas deberán trabajar para ampliar la base social del independentismo, dotándose de una mayor legitimidad para emprender el gran paso. Y eso sólo se conseguirá si convence a muchos ciudadanos, hoy escépticos, de las virtudes de una Cataluña emancipada, explicando bien los pros y los contras de esta aventura, sin engaños, explicando a los ciudadanos qué arriesgan y qué ganarán con todo esto. Otra forma de ampliar esta base es la de convencer a ciudadanos suspicaces que el castellano continuará siendo, como hasta ahora, una lengua oficial de Cataluña, respetada, querida y protegida como propia de los catalanes. Esto es fundamental. Sostengo que sin convencer a todos los catalanes que ambas lenguas serán protegidas y estimadas como propias, será imposible conseguir la tan anhelada mayoría social independentista por encima del 50%.

Artículo 155

Uno de los hechos que más han humillado a Cataluña ha sido la aplicación del polémico artículo 155 de La Constitución. Todos los españoles, no solamente los catalanes, hemos podido comprobar, con estupor, como se desmantela una autonomía en 24 horas. De la noche a la mañana, los ciudadanos de este país, constatamos estupefactos que el estado autonómico es un paripé que devuelve al Estado central todos los poderes, si las cosas no van como a él le gustan. En un abrir y cerrar de ojos, el engaño por fin se ha desvelado en toda su crudeza. Con la aplicación del 155 hemos verificado las debilidades de una Constitución que ahora comprobamos que no instauró un Estado autonómico sólido, sino un simulacro con un mecanismo para recuperar ipso facto el poder en caso de alarma. Una Constitución que se redactó en la frágil situación de una democracia que nacía bajo la amenazante mirada del poder franquista. Y así, ese fatídico día 27 de octubre en que el Gobierno Rajoy intervino la Generalitat, los catalanes pudimos asistir al triste espectáculo de ver como un gobierno, que tiene una representación residual en el parlamento de Cataluña, desmantelaba con furor vengativo años de labor de las instituciones elegidas por el pueblo de Cataluña. ¡Que tremenda desilusión! ¡Cómo volver a convencer a los catalanes de las bondades de retornar al autonomismo!
¿Cómo piensan que se sienten los catalanes al ver que sus instituciones son pisoteadas, desmantelados algunos de sus departamentos, despedidos fulminantemente algunos empleados y sometidos los funcionarios a la humillación de acatar por la fuerza una obediencia que no comparten? ¿Alguien se ha parado a pensar en el rencor que genera todo esto? El Partido Socialista de Cataluña habla de reconciliación, de cerrar las heridas… ¡qué cinismo! ¿Esta es la manera de cerrar las heridas, entrando a saco en las instituciones catalanas en lo que se puede considerar una ocupación en toda regla, mientras se mantiene a los adversarios políticos en la cárcel, en condiciones indignas y humillantes, lejos de sus familias?
Reitero estos argumentos, no tanto para hurgar en la herida, sino para demostrar que nos hemos adentrado en un camino sin retorno, que el empeño de los unionistas de continuar con el autonomismo ya no es una opción realista.

Los catalanes unionistas

Por otra parte, los derechos de estos ciudadanos deben ser respetados: no se les puede imponer antidemocráticamente la República. Deberá revertirse la confrontación y buscar un nuevo escenario en el que se dé una lucha pacífica y leal, en el que cada bando aporte argumentos para convencer a los ciudadanos de sus proyectos respectivos. No vale encarcelar al adversario, minándolo con el abuso del poder que se detenta. Y, al final, aceptar un referéndum. Y acatar el resultado. No es aceptable esgrimir el acatamiento de la ley, de la Constitución, cuando en 2010 el Tribunal Constitucional rompió el pacto constitucional de 1978 laminando el Estatut aprobado por el pueblo de Cataluña. Pero tampoco es aceptable conducir atados por el morro a los unionistas hacia la República. Es una imposición inaceptable. Los españolistas tienen razón cuando esgrimen que una mayoría de escaños no implica una mayoría social y que, en esas condiciones, fue antidemocrático aprobar la llamada ley de desconexión antes incluso de conocer los resultados del referéndum del uno de octubre. 
  
Diálogo y mediación

Hoy he leído en la prensa que Rajoy quiere negociar con Cataluña tan pronto como haya Govern. ¿Es creíble este mensaje? Yo creo que no, si tenemos en cuenta el camino recorrido. Son muchos los que pensarán que vuelve a ser una invitación vacua, tramposa, que sigue la estrategia del cinismo que caracteriza al presidente del Gobierno más nefasto, me atrevo a decir más peligroso, que ha tenido España desde el final de la dictadura franquista. Por la misma razón, no parece probable, en el actual estado de crispación de las partes, que el President investido esté dispuesto a establecer un diálogo sin condiciones con el Estado que vaya más allá de un dialogo de sordos. La mediación internacional se impone. La UE debe ayudar, tiene el deber moral de implicarse, mostrando que poco a poco se gana la autoridad necesaria para convertirse en el Estado supranacional en el que confiemos todos los europeos. Por decirlo de otra manera, con el conflicto catalán, la Unión Europea tiene la oportunidad de demostrarle a los ciudadanos europeos que está madura para liderar el continente, implicándose en la resolución de los conflictos planteados y ganándose el prestigio y la confianza para custodiar la soberanía de todos. Sólo así ira consolidando el nuevo supraestado de todos los europeos. Intentando vislumbrar ese futuro, yo auguro que esa mediación se producirá, pues España será impotente para imponerse por la fuerza en Cataluña; a su vez, Cataluña, no podrá hacer efectiva una República con la sola fuerza de su gente. Necesita complicidades, necesita adhesiones. Y parece lógico pensar que esos cómplices externos de unos y de otros, intermediaran por conseguir un acuerdo que satisfaga a ambas partes. Nadie ganará, pero tampoco nadie perderá. Ni nadie estará enteramente satisfecho. Pero en ese proceso, España habrá madurado en su respeto hacia Cataluña; y las instituciones catalanas deberán buscar la manera de encajar sus planes de autodeterminación en el gran puzle europeo. 
  
Conclusión

El conflicto entre Cataluña y España entrará en una fase larga de confrontación, pues todo apunta a que la situación no estará madura, a corto plazo, para avanzar hacia la distensión. La distensión vendrá cuando se restablezca el respeto mutuo entre las partes. Es previsible pensar que PP y Ciudadanos estarán en el poder en los próximos años. Mientras sea así, habrá confrontación. A mi entender, sólo la llegada de gobiernos liberales, de mayorías progresistas en las Cortes, propiciarán una negociación que será mediada por un organismo internacional, previsiblemente la UE. No veo una solución al conflicto antes de diez años por lo menos. No se producirá una ruptura unilateral, no habrán más DUI; será un acuerdo consensuado entre las partes. Habrá un referéndum; ambas partes tendrán que luchar arduamente para ganarlo, y sigo pensando que los unionistas tienen enormes posibilidades de ganarlo. El juego limpio, la buena lid democrática, les favorecerá; dentro de Cataluña, en Europa y el mundo. Mantengo que la cuestión de la(s) lengua(s) es esencial. Si Cataluña quiere ganar su independencia, deberá asumir que el castellano es una lengua de Cataluña. Si no, no arrastrará a la masa social que necesita para el sí. El artículo 155 no se debería volver a aplicar. Lo cual no quiere decir que no vuelva a serlo. Si así ocurriera, perjudicará gravemente los intereses de una España unida y favorecerá a la fábrica de independentistas. Lo mismo puede decirse de la aplicación de la violencia del Estado sobre una revuelta que es pacífica y democrática; es una mala táctica, que favorecerá los intereses de una República Catalana, legitimándola moralmente.  El procés no afectará a la prosperidad económica de Cataluña, como no ha afectado hasta ahora, por mucho que la propaganda estatal intente hacer creer lo contrario. Los jueces no pueden decidir por encima de la voluntad popular, que es la que detenta la soberanía. Esta es una grave disfunción, y es una de las razones principales del conflicto. En unos años veremos a jueces como Llarena o Lamela severamente reprendidos por los tribunales internacionales. La clase dirigente española tiene un grave problema de adaptación a los tiempos; es corrupta, retrógrada, anticuada, anclada en los vicios del pasado, incapaz de sintonizar con los valores de la sociedad del siglo XXI. Es previsible el advenimiento de una nueva generación de políticos, mejor formados, más cosmopolitas, con mejores reflejos democráticos, que posibilitarán un entendimiento entre España y Cataluña. La solución del problema, la convivencia entre las distintas comunidades españolas, depende de un concepto tan sencillo como el siguiente: seducir, no imponer. Las comunidades, como las personas, se juntan cuando entra en juego la seducción. Ello implica un trato entre iguales, un respeto mutuo. España es un Estado plurinacional, es un hecho. Hay que abrir un debate sereno sobre este tema; los españoles, a los que la derecha ha tratado como si fueran menores de edad, están perfectamente maduros para abordar este debate. Se habla de adoctrinamiento: adoctrinamiento es explicarles a los niños que España no es un Estado plurinacional. No seamos cínicos. Hay que tratar a los ciudadanos como seres maduros, libres y, por tanto, con capacidad crítica. Este debate se producirá, y facilitará las cosas.
La monarquía en España se abolirá. Es una institución obsoleta. Y ahora sabemos que corrupta. Cataluña lucha por su república, pero arrastrará fraternalmente a España en este asunto. Veremos resurgir con fuerza el viejo republicanismo, ahora latente, pero tan arraigado en la historia de España.
Auguro que la independencia de Cataluña se producirá una vez consolidado el Estado europeo. De esta manera no se verá como una secesión respecto a España, un tema traumático en la mente de mucha gente. Es más, la lucha por la independencia de Cataluña entroncará —junto con otros muchos reposicionamientos europeos— con la necesaria configuración de la nueva Unión Europea, una UE que no sea el club de mercaderes que es ahora, sino la Europa de los ciudadanos que todos deseamos.



viernes, 22 de septiembre de 2017

Cataluña: punto de no retorno (2)


Ya hemos visto en mi post anterior que no existe realmente una voluntad negociadora por parte del Estado, ahora en manos de recalcitrantes españolistas. En su intolerancia y aversión hacia la diversidad cultural del Estado español, llevan años orquestando una operación soterrada para uniformizar a todas las nacionalidades españolas. Hasta aquí no habría problema, si este proceso se hubiera realizado de común acuerdo entre todas las partes. Pero no ha sido así; como siempre, el poder central, prepotente y celoso de sus privilegios, no ha cedido a la tentación de someter a todo el mundo a una españolización uniformadora. La transición, que debiera haber sido una oportunidad para la reconciliación, permitiendo que todas las nacionalidades se comportaran como primus inter pares, no funcionó. La impugnación del Estatut del 2010, de forma antidemocrática, por el Tribunal Constitucional, que ya había sido aprobado en referéndum por el pueblo de Cataluña, fue la constatación de que las cosas no habían cambiado. Se instalaba un pensamiento único: la nación española es la única que existe. El nacionalismo más prepotente y hegemónico de la península ibérica demonizaba a los otros nacionalismos. Acusaban a estos de los pecados que ellos mismos practicaban con la arrogancia del más fuerte. Veían la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esta flagrante injusticia está en la base de las heridas emocionales de hoy. No nos llamemos a engaño; esto no es una cosa surgida de repente, sino una crisis largamente incubada en el desprecio y la intolerancia, que ha acabado indignando a la gente y exacerbando los ánimos.

Muchos de vosotros, sobre todo los que no sois catalanes, os debéis preguntar porqué las partes no se han sentado a la mesa a negociar. En mi opinión, como defendía en el post anterior, no ha habido nunca por parte del Estado español una verdadera voluntad de negociar. Es un programa para desmantelar la diversidad e instalar el Estado nacional español hegemónico, de una vez por todas. A lo largo del último lustro, como podréis comprobar en las hemerotecas, una amplia mayoría de los catalanes ha desbordado las calles para manifestar su voluntad de ser respetados y que el Estado central se avenga a negociar una nueva etapa de la convivencia entre todos. La actitud, anodina, ha sido el silencio por respuesta por parte del gobierno de Rajoy. Los analistas se hacían cruces; pero, ¡cómo es posible! Los más sesudos defendían la tesis de que Rajoy jugaba a la estrategia del “wait and see”, quédate parado y a ver que pasa. Pero había algo que no cuadraba; la situación se iba tensando, cada vez salía más gente a la calle indignada y el Gobierno y otras instancias del Estado afines a la estrategia, en lugar de enfriar los ánimos de una situación que, por momentos, se volvía peligrosa, arremetían irresponsablemente con fanfarronadas provocando y encendiendo aún más la situación. Así hemos llegado hasta aquí.

Ahora, tenebrosos buques disfrazados con inocentes dibujos infantiles esperan en los puertos de las principales ciudades de Cataluña para desembarcar un ejército de policías. ¡Que decepción, que gran timo! Que miserable es ver cada mediodía la televisión y constatar las mentiras que se les cuentan a nuestros conciudadanos del resto de España respecto a lo que pasa aquí, haciéndoles creer que un corpúsculo de radicales tiene la perversa intención de hacernos pasar a todos por el tubo, cuando la verdad –pasa delante de mis narices—es que una muchedumbre de todas las edades, muestra pacíficamente su indignación en la calle. ¿Acaso están programando apalear a la población? Es muy inquietante. Yo personalmente no me fío de nuestros gobernantes. No hay más que ver la actitud chulesca, prepotente, arrogante y despectiva de algunos de los ministros del PP que ahora dirigen esta truculenta operación y con la que descalifican las legítimas ideas de otros. Es para escalofriarse con lo que pueden ser capaces de hacer.

Si hubiera habido una verdadera voluntad de solución del conflicto catalán, el gobierno de España lo tenía muy fácil: hacer lo mismo que hicieron ingleses y escoceses. Para esto está la democracia. Es más, en opinión de muchos, entre los que me encuentro, hubieran ganado el referéndum. En buena lid. Estarían legitimados. Es evidente que la sociedad catalana es muy plural y compleja; hay muchas sensibilidades políticas, muchos matices. Los partidarios del NO son muchos, es plausible pensar que las cosas están empatadas entre el SÍ y el NO. Por esto urge votar, esta es la voluntad de la mayoría de los catalanes, incluso de los que no son independentistas. Los unionistas tienen evidentemente perfecto derecho a defender nuestra continuidad en España. Yo creo que es fundamental y necesario que defiendan su opción, aunque yo no lo comparta. Por eso creo que es fundamental que voten en el referéndum. Tienen opciones de ganar y lo habrán hecho de una forma democrática, legitimando su posición y obligando al resto de los catalanes a acatar la voluntad de la mayoría.


Pero lo peor es que no quieren votar. No y no. Rotundamente NO. ¿Porqué? Yo creo que esto es un error. Ahora que ven que el Estado recurre a la fuerza para reprimir a la población de Cataluña, muchos unionistas se echan las manos a la cabeza ante esta estrategia antidemocrática que no comparten. ¡Así no!, dicen. Pero ya es demasiado tarde, se hallan prendidos en una trampa. Los que debieran haberlos defendido y ayudarles a hacer campaña para que ganara el NO, se han puesto sus negras calaveras y los han abandonado a ellos también.

Foto: Mapa de Cataluña del siglo XVII. Se llama "Cataloniae Principatus novissima te acurata descriptio"y se realizó en el año 1612.



martes, 31 de mayo de 2016

La identidad y la nación


La construcción de la identidad
Es este un tema espinoso. Lo es en todo el mundo, también entre nosotros, en Europa, en España, en Cataluña. Una cuestión que levanta hondas emociones, que remueve cuestiones profundas. Con este asunto hay que ir con mucho tiento, como el artillero que inspecciona una mina anti-personal. La identidad nacional es un combustible altamente inflamable, que puede traer funestas consecuencias. Ya lo hemos vivido en Europa. En estas cuestiones conviene tener muy presente el pasado, para corregir errores. Ya sabemos que el que no conoce la historia, o la olvida, está condenado a repetirla.
He releído a Manuel Castells, para saber lo que dice sobre este tema. Hay una interesante reflexión sobre la identidad en su libro La Era de la información: el poder de la identidad. Me interesa exponer, muy resumidos, algunos conceptos básicos que me servirán como punto de partida de mis argumentos.
Empezaremos con una definición: La identidad es la fuente de sentido y experiencia para la gente. Por identidad, en lo referente a los actores sociales, Manuel Castells entiende el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o a un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido. La identidad debe distinguirse del concepto de rol: los roles sociales (ser madre, futbolista, trabajadora…) son las funciones que realiza el actor social. Las identidades organizan el sentido, mientras que los roles organizan las funciones. Pero, ¿qué se entiende por sentido? Se puede definir como la identificación simbólica que realiza un actor social del objetivo de su acción. Las identidades son fuentes de sentido para los propios actores sociales y son construidas por ellos mismos mediante un proceso de individualización. Las identidades sólo se convierten en tales si los actores sociales las interiorizan y construyen su sentido en torno a esta interiorización.
Deseo centrarme en la identidad colectiva. Podemos convenir que todas las identidades son construidas. Los individuos, las sociedades, organizan los materiales de la historia, de la geografía, de la biología, de su experiencia vital, etc., para darles un sentido: este sentido es la identidad. Puesto que la construcción social de la identidad siempre tiene lugar en un contexto marcado por las relaciones de poder, Castells propone tres formas u orígenes de la construcción de la identidad. Yo me quiero centrar en la forma que él denomina identidad legitimadora.  
La identidad legitimadora es aquella que ha sido introducida por las instituciones dominantes de la sociedad para extender y racionalizar su dominación frente a los actores sociales. Esta definición está en la base del tema que me interesa: abordar el nacionalismo. La identidad legitimadora genera una sociedad civil. Se entiende por tal, un conjunto de organizaciones e instituciones, así como una serie de actores sociales estructurados y organizados, que reproducen, si bien a veces de modo conflictivo, la identidad que racionaliza las fuentes de dominación estructural.

Castells sostiene que la era de la globalización es también la del surgimiento nacionalista. Esto es interesante, pues supone una inquietante paradoja. ¿Cómo se entiende que, en un momento en el que empieza a estructurarse una sociedad globalizada, se produzca al mismo tiempo un intenso renacimiento de los nacionalismos? La tesis tradicional es que los nacionalismos han estado ligados con el estado-nación moderno y soberano. El autor opina que la explosión de los nacionalismos en la actualidad, en estrecha relación con el debilitamiento de los estados-nación existentes, no encaja bien con este modelo teórico que asimila naciones y nacionalismos al surgimiento y la consolidación del estado-nación moderno tras la Revolución francesa. La conclusión de Castells es que el nacionalismo, y las naciones, tienen vida propia, independientemente de la condición de estado. Por ejemplo, Escocia, Cataluña, Quebec, Kurdistán o Palestina son naciones o nacionalismos que no alcanzaron la condición de estados-nación modernos, sin embargo, muestran una fuerte identidad cultural/territorial que se expresa como un carácter nacional. Para resumir, Manuel Castells considera que deben destacarse cuatro aspectos principales cuando se analiza el nacionalismo contemporáneo:
  1. El nacionalismo contemporáneo puede, o no, orientarse hacia la construcción de un estado-nación soberano. Por tanto, las naciones son entidades independientes del estado.
  2. Las naciones y los estados-naciones no están históricamente limitados al estado-nación moderno constituido en Europa en los doscientos años posteriores a la Revolución francesa.
  3. El nacionalismo no es necesariamente un fenómeno de élite. De hecho, el actual suele ser una reacción contra las élites globales.
  4. Debido a que el nacionalismo contemporáneo es más reactivo que proactivo, tiende a ser más cultural que político y, por ello, se orienta más hacia la defensa de una cultura ya institucionalizada que hacia la construcción o defensa de un estado.
En conclusión, el nacionalismo se construye por la acción y la reacción social, tanto por parte de las élites como de las masas. Reducir las naciones y los nacionalismos al proceso de construcción del estado-nación hace imposible explicar el ascenso simultaneo del nacionalismo y el declive del estado-nación.

Naciones sin estado: Cataluña
No voy a entrar en el debate de si Cataluña es o no una nación. Pienso que está suficientemente documentado y explicado, no hay ninguna duda al respecto. Los historiadores y especialistas lo saben. Otra cosa es la manipulación a la que está sujeta la población española, a la que se le hace creer que los catalanes pertenecen exclusivamente a la nación española.
Pensar que la nación y el nacionalismo son un fenómeno directamente vinculado con la construcción del estado moderno, es un error muy común y arraigado. La población, en general, tiene esta falsa creencia, que le ha sido inducida a través de la educación escolar. Una larga mayoría cree que el estado coincide con la nación y, por tanto, el estado español es la consecuencia natural de la nación española. Pero esto es un error. A muchos les parece inconcebible que el estado español sea una estructura organizativa que engloba varias naciones, consecuencia de los avatares de la historia en la península ibérica. Pero, en este caso, dado que estamos hablando de identidad, el error no produce indiferencia –como sería el caso si se tratara de otro tema--, sino una verdadera inflamación. Con esta cuestión, estamos tocando una materia sensible que apela a las emociones, a algo arraigado y profundo, pues implica al conjunto de símbolos que definen lo que somos. Como decía antes, removemos un tema delicado, que levanta pasiones, que puede llegar a ser explosivo: nuestra identidad nos conforma y sembrar dudas al respecto produce un vértigo enorme, un gran vacío, como si uno ya no supiera dónde sostenerse.
Deberíamos aprender a convivir respetando las identidades ajenas. Sobre todo, no intentando imponer la propia a los demás. El problema del nacionalismo no es el nacionalismo en sí, sino su perversa voluntad de querer ser hegemónico. La obstinación de los que se arrogan el papel de vigilantes de las esencias nacionales, tratando de imponer el sentimiento propio a los otros, aquellos que no se identifican simbólicamente con este marco de sentido. Es el caso del nacionalismo español, que trata de imponer por la fuerza el sentimiento españolista en Cataluña. Pero, atención, también es el caso del hegemonismo catalanista, que intenta imponer el suyo en el País valenciano o en Mallorca. Este hegemonismo es directamente un reflejo fascistoide y está en el origen de todas las explosiones de violencia que hemos conocido en la Europa moderna, desde el Nazismo hasta el hegemonismo serbio que incendió los Balcanes en los años noventa. Es curioso, pero los nacionalismos proactivos, es decir, aquellos que están consolidados y plenamente reconocidos, que gozan de un estado, no se consideran nacionalistas en el sentido común del término. Consideran el nacionalismo como un mal que aqueja a las naciones que no están plenamente reconocidas, cuyo nacionalismo es reactivo, defensivo. Al no estar dotados de un estado, ponen en duda su reconocimiento nacional. Una cosa lleva a la otra. Este es nuestro caso, el que se da entre España y Cataluña. Un ejemplo muy ilustrativo de lo que digo: desde las instituciones y administraciones públicas del estado español se habla del nacionalismo catalán y vasco con cierto desdén y prevención, pero no se ven a sí mismos como nacionalistas españoles, representantes de un nacionalismo bien más agresivo que los que critican. No perciben su propio hegemonismo, pues al no reconocer al otro como nación, no reconocen tampoco sus símbolos. Es el caso de la lengua: para España es inconcebible la política de inmersión lingüística --una ley de Normalización Lingüística que se aprobó en Cataluña por unanimidad--, pues en el fondo no se acaban de creer que el catalán sea la lengua propia de Cataluña e insisten, cada cierto tiempo, en devolver las cosas al orden fomentando la vuelta del castellano como lengua hegemónica.
Si nos fijamos, la intransigencia provoca un fenómeno reactivo que va en contra de la cohesión del estado español como estado plurinacional. Cuando menor es el respeto y reconocimiento de las diversas identidades plurinacionales del estado, mayor es el peligro de ruptura y de que España salte por los aires. Con la llegada de la democracia y la Constitución de 1978, las nacionalidades históricas aceptaron formar parte del estado español y renunciar a un estado propio.  Fue un pacto acomodado a las circunstancias del momento. Ahora resurge de nuevo un hondo sentimiento nacionalista, como consecuencia de que esos pactos y acuerdos han quedado obsoletos y, sobre todo, que se produce una fuerte recentralización por parte del estado. En la medida en que el poder central ha estado en manos del bipartidismo PP/PSOE, ambos partidos fuertemente españolistas, los catalanes se han vuelto más reactivos y, donde estuvieron dispuestos a aceptar el statu quo constitucional, ahora, casi un 50% de la población, desea independizarse de España –a medida que el estado presiona e intenta reprimir este sentir, aumenta proporcionalmente el anhelo de separarse y buscar una solución propia--.
Ya sabemos que son tres la razones –básicamente--, por las que los catalanes han ido mostrando esa progresiva reacción: la financiación, la lengua y la educación. Son los tres pilares a dinamitar para evitar el surgimiento de un nuevo estado-nación. Es una lucha por la hegemonía, una competencia entre naciones --pues en definitiva se trata también de esto--, de dos naciones que compiten entre ellas por la hegemonía política; en el caso de Cataluña por encontrar un nuevo acomodo que le permita, aparte de ejercer libremente sus derechos nacionales, ganar posiciones en el tablero de juego global; en el caso de España, por evitar su desmantelamiento, perdiendo su pieza más codiciada. Durante los sucesivos mandatos del PP ha ido aumentando de forma vertiginosa el porcentaje de catalanes que se inclina por la independencia, fruto de su política re-españolizadora. Todo ello alimentado por la actitud cómplice del Partido socialista, que se ha ido escorando hacia el nacionalismo español en contra del reconocimiento de las otras nacionalidades, alineándose con el PP en esta cuestión y que ha llevado a la exasperación a los catalanes, viendo como poco a poco este cerrado bipartidismo bloqueaba cualquier posibilidad de adaptar la realidad catalana a los tiempos. En definitiva, de la impotencia de la mitad –por lo menos—de los catalanes que ven como los mecanismos del estado de derecho bloquean cualquier solución a sus problemas y anhelos.
Ya hemos visto que los sociólogos explican la identidad como una fuente de sentido para las comunidades nacionales. Pues bien, nadie duda tampoco, que uno de los principales símbolos de una comunidad nacional y su principal fuente de sentido es la lengua. Así pues, podemos afirmar que la lengua catalana es el cimiento de la identidad catalana. Pero muchos se preguntarán, ¿Puede considerarse al castellano una lengua más de la identidad catalana? Espinosa cuestión, de difícil contestación. La lengua propia de Cataluña es el catalán, claro. Pero la realidad es que los catalanes han convivido en el estado español durante más de quinientos años. La lengua estatal, el castellano, se ha impuesto en largos periodos. Los movimientos migratorios han asentado el castellano entre nosotros. Hoy es una lengua cooficial junto al catalán. ¿Tiene sentido hablar de que Cataluña tiene hoy dos lenguas propias? Ya sé que los más puristas dirán que el castellano ha sido impuesto por la fuerza. Incluso, los más enragés, comentarán que hemos sido víctimas de invasiones que han desvirtuado nuestras esencias. Bueno… ¿Y qué? ¿Acaso las invasiones y la promiscuidad étnica y cultural no son consustanciales a las comunidades humanas, especialmente de una comunidad mediterránea como la catalana? El tema de la lengua no es baladí, de hecho, es el núcleo mismo del conflicto. Pues está bien determinado por los estudiosos que la lengua es, y ha sido en la historia, un mecanismo de dominación, el principal instrumento por el que una nación intenta imponer su sentido, su identidad, a otras. Esta es la razón que explica, también, que los constitucionalistas que han inspirado la nueva constitución catalana propongan el catalán como única lengua oficial del estado; son perfectamente conscientes del papel determinante del castellano en la expansión de la identidad española. Y reproducen su esquema fascistoide con el catalán. Todo esto nos lleva a una cuestión interesante, ambigua: ¿Cómo catalanes que hemos convivido tanto tiempo con otras nacionalidades de la península, bajo un mismo estado, podemos hablar de una nación de naciones? ¿se ha forjado en este tiempo una nueva identidad española? Yo creo que no. Por la sencilla razón de que los catalanes—y otras comunidades ibéricas—no lo han sentido así. En definitiva, el sentimiento nacional es eso: un sentimiento. Una adopción de identidad que se hace por amor o vocación, o convicción, pero jamás por la fuerza. Si analizamos la historia, veremos que se han dado pocas razones para que catalanes y vascos se sientan españoles, por la simple razón de que esa nacionalidad moderna se ha intentado imponer por coacción, suplantando la identidad nacional autóctona, violentando la situación en contra de la voluntad de los afectados. En una palabra, fue voluntad del estado español recién nacido, en el siglo XV, uniformizar la nueva “nación española” bajo la pauta del código identitario de una de ellas: el hegemonismo castellano.

No será fácil resolver la cuestión nacional en España. El hecho mismo de que la población catalana esté dividida a este respecto, apunta las enormes dificultades para acomodar una solución que satisfaga a todo el mundo. El surgimiento de la Unión Europea y su progresiva consolidación, podrían dar paso a un “nuevo estado” supranacional, que esta vez sí, reconociera la plurinacionalidad de su constitución. De esta forma, podría esperarse que el actual estado español fuese disolviéndose en beneficio del estado europeo y, una vez consolidado, Cataluña –como nación—encontrara su acomodo definitivo. Al igual que España, que sería fuerte en Europa y no se vería desarmada de lo hoy es uno de sus principales constituyentes –Cataluña--, sin el cual no cree poder sobrevivir.

*Mapa publicado en el año 1652 en Ámsterdam en la obra Atlantis nova pars secunda