viernes, 29 de abril de 2016

Sobre la (in)decencia de los políticos


Me sorprendió que, el otro día, Pedro Sánchez se arrepintiera de haber llamado indecente a Mariano Rajoy y le pidiera disculpas. Eso sí que me parece indecente. No por el hecho de disculparse, no. Eso me parece, hasta cierto punto, comprensible. Lo que me parece indecente es que el candidato del PSOE retirara su ofensa al presidente del Gobierno como consecuencia de una decisión mezquina y cobarde. Un acto que dice mucho de la escasa integridad ética de este político, de su poca dignidad como persona. ¿Alguien entiende este giro repentino de su pensamiento? Yo sí: como la jugada le ha salido mal, ahora ya está pensando en gobernar en coalición con el insultado, pues no le queda otra opción. Así de íntegro es el candidato socialista al gobierno del estado.

Yo no le hubiera retirado el calificativo a Rajoy. Las verdades ofenden. ¿De qué otra manera se puede calificar a quién ha gobernado como ha gobernado? ¿Acaso hace falta volver a repetir la lista de agravios con la que el gobierno de Mariano Rajoy ha castigado a los ciudadanos de este país? Yo resumo y destaco dos: su indiferencia por los más débiles, promoviendo políticas que favorecían a los que más tienen, en contra de la mayoría social, en medio de una gravísima crisis, aprovechando su control del estado para saquearlo a favor de las distintas tramas corruptas de las que está formado el PP. Y dos, su indiferencia y desprecio por un los anhelos y las necesidades de millones de ciudadanos catalanes, que no sólo ha ninguneado, sino que ha sometido a un verdadero chantaje y acoso, utilizando con malas artes el centro de control y comando central para doblegar por la fuerza la voluntad de los catalanes obligándolos a tragar. Yo, a eso, le llamo, como mínimo, indecencia.

Pero Pedro Sánchez, con el PSOE detrás, tampoco se queda corto. Este político, en su falsedad, nos intenta convencer que no ha logrado pactar un gobierno por culpa de Podemos y otros partidos de izquierda. Es un falso y miente; todos sabemos que la razón no es ésta. Pedro Sánchez no ha podido formar gobierno porque no está dispuesto a buscar una solución para Cataluña. Así de simple. Y ya lo dije en un post anterior –y lo reitero—, sin el concurso de Cataluña no se puede gobernar el estado español. Así de claro. Pero, además, no olvidemos que la corrupción también afecta a este partido, como afecta, entre otros, a CIU. De repente, nos hemos despertado, hemos abierto los ojos y nos hemos encontrado con el pastel. Mientras cada uno de nosotros trajinaba con sus propios asuntos, que no es poco --pues suficiente tiene cada uno para sobrevivir y tirar para adelante—nos estaban saqueando. Al principio nos parecía que se trataba de un ladronzuelo por aquí, otro por allá. Pero no, ha sido el crimen organizado. ¡Y bien organizado! Las mafias han asaltado el estado y se han ido llevando lo que producíamos, entre todos y para todos, para su casa. Leí hace unos días que el desfalco puede haber supuesto unos 200.000.000.000 euros, ¡dos cientos mil millones de euros! ¡Pero como puede haber pasado esto, bajo nuestras propias narices!


Pues bien, así las cosas, ahora el señor Sánchez, con el PSOE al lado, y el señor Rajoy, con el PP a sus costados, se aprestan a perdonarse agravios y preparar el terreno para, una vez celebradas las elecciones de junio 2016, previendo un resultado enrocado o poco diferente al anterior, quizás favorable para ellos, coaligarse para gobernar. Si esto ocurre será una tomadura de pelo. O, mejor dicho, un escándalo mayúsculo. Yo lo calificaría incluso de golpe de estado. Un golpe de estado contra todos nosotros. Un golpe de estado para que, de nuevo, los delincuentes se encastillen, borren las pruebas de sus indecencias y nos continúen robando. Porque, ¿Acaso van a acabar con la corrupción, o la evasión fiscal, los que se benefician de ella? Por descontado que no.
Me niego a creer que el PP y el PSOE tomarán de nuevo el poder. Me niego a creer que esto va a pasar. Quiero creer que los ciudadanos, en su conjunto, independientemente de nuestras ideas, no lo permitiremos. Nos merecemos algo mejor. No podemos tirar la toalla ahora que el crimen es evidente. No podemos permitir que esa gente siga mandando. Sí, ya sé… hay que mover el culo, da pereza. Preferimos mirar para otro lado, hacer ver que eso no va con nosotros. Inhibirse, la posición fácil. Esconder la cabeza debajo del ala. NO. Esto no funciona así; si no queremos perder definitivamente la libertad y todo lo que tenemos, aunque sea poco, deberemos enfrentar la lucha que representa empezar de nuevo.

martes, 26 de abril de 2016

¡Somos compulsivos acaparadores de cosas!


Cada vez somos más conscientes de que no podemos continuar así. Nuestro sistema de vida es simplemente inviable. El planeta tiene un tope, no soporta un crecimiento exponencial. No podemos consumir recursos sin límite. La demografía no puede crecer infinitamente. Generamos más basura, mayor polución que la que la Tierra puede razonablemente absorber: es infantil y estúpida nuestra actitud. Es una insensatez el mirar hacia otro lado, como si no quisiéramos darnos cuenta.
El consumo es una enfermedad compulsiva. Todos hemos sido inoculados con este virus. Objetos, objetos y más objetos… No podemos vivir sin ellos. Pero, al mismo tiempo, sentimos una enorme frustración al constatar que el vehemente impulso con el que los deseamos, no se corresponde después con la satisfacción que nos causan. Y así, a la compulsión sinfín por tener un nuevo juguete, sucede la frustración de constatar que el objeto que tenemos entre manos es insulso. La satisfacción que nos crea es muy efímera y desaparece tan pronto como la llama de una cerilla. Decepcionados, volvemos a desear uno nuevo y lo requerimos con una urgencia despótica. Y así de nuevo, en un ciclo que sólo nos produce desasosiego y frustración. Esta desazón no nos aporta la felicidad, nos vacía por dentro y nos convierte en muñecos rotos, en seres desvestidos de una verdadera esencia.
No hay otro camino que la recuperación de un nuevo sentido a nuestras vidas. Sólo las cosas profundas, los sentimientos, las emociones, la amistad, el amor, la vida interior nos convierten en personas plenas. Con esta plenitud llega la felicidad. Hemos de fomentar un sistema que busque la integridad de las personas, su calidad humana. Que ponga énfasis prioritario en los valores, frente a la acumulación de objetos. La humanidad precisa de un salto adelante. Hasta ahora hemos creído que este salto adelante estaba relacionado con los avances técnicos. Y no es así. El verdadero avance, el paso de gigante, se producirá cuando entendamos que el progreso no está tanto en el ámbito del ingenio, de la ciencia o de la tecnología, sino en la esfera de la ética. 

domingo, 24 de abril de 2016

Para Isabel



Haiku (2)

a Mamá, in memoriam

En el camino
emerge tu recuerdo,
piedra y escarcha



sábado, 23 de abril de 2016

Haiku III



Haiku III

La rosa roja,
sangre de primavera
que en mí florece


Barcelona, 23 de abril de 2016


viernes, 22 de abril de 2016

Don Quijote y Sancho Panza en Cataluña, tal como lo explica el auténtico y genial Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores



De los periódicos: 
Mariano Rajoy entrega a Carles Puigdemont
 un facsímil de la segunda parte del Quijote

Dedicado a Mariano Rajoy, inefable gobernante de las Españas… ¡en funciones!

La entrada de don Quijote y su escudero en Cataluña fue un poco inquietante. A decir verdad, si al despertar de la primera noche que durmieron en nuestro territorio no hubieran sido tan gallardos y decididos, –¡cómo iba a ser de otra manera, después de todas las cuitas por las que habían pasado! —habrían puesto pies en polvorosa, desandando el camino de vuelta. No habría para menos. La tarde anterior, cuando ya oscurecía, habían entrado en un espeso bosque de encinas y alcornoques. Seguramente coronaron el collado del Bruc, que por aquella época era una zona desangelada y peligrosa. Así que se apearon de sus bestias y se arrimaron al cobijo de un buen árbol para pasar la noche. A la mañana siguiente, al levantarse Sancho, se dio un susto de muerte, pues colgaban extraños racimos de los árboles. Lo tranquilizó, entonces, don Quijote, que no por loco, dejaba de ser un hombre culto y bien informado. Los tenebrosos frutos que colgaban de los árboles, no eran otra cosa que bandoleros ajusticiados en la horca. ¡Espeluznante panorama!

Se sabe que el bandolerismo constituía un problema muy severo en la Cataluña de los siglos XVI y XVII y, efectivamente, la justicia actuaba de forma sumarísima: cuando prendía a los bandidos, los ahorcaba de forma expeditiva e inmediata.

Aún no se habían repuesto del susto nuestros amigos manchegos cuando, con la luz del amanecer, vieron aparecer a otros cuarenta bandidos—esta vez vivos—que se dirigían hacia ellos, charlando animadamente entre ellos en lengua catalana. Era la famosa banda de Perot Roc Guinart, conocida y temida en toda la península—y más allá—por sus tremendos estragos. Estaban ya los forajidos puestos en faena, limpiando los bolsillos de Sancho Panza, cuando apareció el jefe, el mismísimo Perot Roc Guinart. Pero mira por dónde que, a Perot, pareció caerle en gracia don Quijote, al que vio apoyado en un árbol con la más triste y melancólica figura que pudiera formar la misma tristeza. Ordenó el bandolero a sus hombres devolver los peculios al escudero bonachón. Guinart era un bandolero justiciero, amigo y protector de los desheredados y ve en don Quijote a un pobre desvalido que, además, está como una cabra. En su compasión, decide protegerlo. Siente simpatía por él. Y así se entabla una sincera amistad.

¿Quién iba a decirnos, pues, que la entrada en Cataluña de nuestros famosos héroes sería de la mano de los antisistema de la época, de los revolucionarios de entonces que luchaban contra el poder establecido, pues no otra cosa eran estos bandoleros que menudeaban en los pasos estratégicos de Cataluña y Andalucía? Así la cosa, Perot Roc Guinart, entrega una carta de recomendación al caballero andante don Quijote de la Mancha, para que se presente con estas credenciales a un amigo suyo en Barcelona. Lo esperará, en una fecha concertada, en la playa de la ciudad. Hay un punto de malignidad en esta misiva de Perot a sus íntimos de Barcelona, pues ya se le escapa la risa de la rechifla que puede organizarse en la ciudad condal a la vista de tan curiosos personajes.

Don Quijote y su inseparable Sancho llegarán a la playa de Barcelona nada menos que la noche de san Juan. ¿saben lo que les espera? La noche de san Juan en Barcelona no es moco de pavo. La playa estaba espléndidamente vestida para las fiestas. Los vecinos de la ciudad paseaban por ella sobre sus monturas, ricamente ataviados. Sonaban fanfarrias, trompetas y clarines. Flameaban estandartes y gallardetes de las numerosas naves y galeones que estaban fondeadas. Y disparaban éstas sus cañones en son festivo, recibiendo cumplida respuesta de la artillería de Montjuic. La sorpresa de Sancho al ver el mar por primera vez fue mayúscula; él, ¡que sólo había visto la laguna de Ruidera! Y no menos asombro la de los barceloneses al ver a estos castellanos vestidos de esa guisa, con esas armas ya en desuso y sendas andrajosas cabalgaduras. El cachondeo fue monumental. El amigo barcelonés de Roc Guinart y sus secuaces reciben al hidalgo con estas palabras de pitorreo: Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene, bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha. A continuación, todos ellos rodean a los héroes manchegos, montados en sus monturas, y los acompañan hacia la ciudad. Así encerrados en medio de la cuadrilla de maleantes, al son de las chirimías y los atabales, se encaminaron con él a la ciudad: al entrar de la cual, el malo que todo lo malo ordena –el diablo--, y los muchachos que son más malos que el malo, dos dellos traviesos y atrevidos se entraron por toda la gente y, alzando uno la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas –plantas muy espinosas de bellas flores amarillas, pero que pinchan como un demonio--. Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas y, apretando las colas, aumentaron su disgusto de manera que, dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quijote, corrido y afrentado, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote, y Sancho, el de su rucio. Quisieran los que guiaban a don Quijote castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre más de otros mil que los seguían.

Sabedor de la inmensa fama de editores e impresores de Barcelona, tenía el hidalgo castellano la intención de visitar la reputada imprenta de Sebastià de Comellas. Para su sorpresa, descubrió que se estaban corrigiendo las galeradas de un libro falsario titulado Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de un tal Alonso Fernández de Avellaneda. ¡Qué vergüenza!¡impostores!¡plagiarios!¡Indeseables! don Quijote sale decepcionado de la imprenta dejándolos por tontos; ¡qué saben ellos de esta historia y de su valiente caballero! La verdadera, ¡claro!, relatada por el mismísimo Cide Hamete Benengeli, su autor auténtico, reputado y genial.

Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha. Edición del Instituto Cervantes y Crítica, dirigida por Francisco Rico. Barcelona, 1998.


Foto: Jan Conerlisz Vermeyen (1572), basado en una imagen anterior del 1535, hoy desaparecida


jueves, 21 de abril de 2016

Cementerio en la playa





Notas para un libro futuro


Los primeros marinos portugueses que surcaron las aguas del Atlántico, próximas a la costa de Brasil, quedaron absolutamente desconcertados. ¿Dónde estaban? Habían navegado durante semanas, rumbo suroeste, sin avistar tierra. Los empujaban los alisios, que favorecían su periplo hacia tierras americanas, aunque un fuerte temporal cerca del ecuador había desorientado a los navegantes. Una vez amainó la galerna divisaron, por fin, tierra, pero ante ellos se ofrecía un inmenso desierto de arena. Los más veteranos afirmaron que las corrientes y el temporal, en lugar de llevarlos al destino americano, los había devuelto a las costas de África. Las interminables dunas que vislumbraban a lo lejos, medio veladas por la cegadora luz tropical, dibujaban un paisaje blanco y monótono. No podían ser otra cosa que las costas atlánticas del gran desierto africano. ¡Esto es el Sahara! Exclamaron los más entendidos. Pero se equivocaban; habían llegado a América, a la costa más oriental de Brasil.

Estas costas de interminables dunas blancas, trabajadas por la constancia de los Alíseos, pertenecen al actual estado de Ceará. En brasileiro, se pronuncia seará, con ese, lo que se corresponde fonéticamente con Sahara. Así, por un equívoco, quedaron bautizadas estas orillas por esos aventureros desorientados tras su travesía del atlántico sur.

Mientras reflexiono sobre todo esto, sentado a la sombra de nuestro Toyota pickup 4x4 Hilux, contemplo el insólito paisaje. El Toyota está varado en la arena. En principio, un vehículo ideal para rodar por la arena, pero, ya sea por falta de pericia o por la dificultad del terreno, nos ha dejado encallados en un denso arenal cercano al viejo cementerio abandonado, llamado do Serafim. Nuestra posición es: latitud 3º 02’ 49,97’’ S y longitud: 39º 36’ 32,93’’ O. Tras intentos infructuosos de liberar el vehículo, hemos desistido, pues al girar las ruedas no hacen más que ahondar en su propia trampa. Hemos partido esta mañana de Guajirú a las 9 h. Poco después cruzábamos con la barcaza las azuladas aguas del río Mondaú y, desde ahí, nos dirigimos, sin incidencias, siempre por la playa, cerca de la orilla del mar, hasta Baleia. A partir de aquí y hasta Icaraí, la ruta discurre en una plataforma arenosa que queda por encima de la playa, a una cierta altura. La arena es muy seca y se amontona en grandes cantidades. El coche baila de un lado a otro como si se deslizara por una gruesa capa de nieve recién caída. Hay que estar muy atento en las pendientes, pues es fácil quedar atrapado si no vas con la reductora. Pero lo peor está antes de llegar al viejo cementerio. Hay que circular manteniéndose bien en las roderas de otros vehículos, visibles en la arena blanda. Pero ha sido inevitable, finalmente el viejo Toyota Hilux ha culeado en este denso mar de arena hasta quedar irremediablemente clavado. Es mediodía. El sol cae a plomo. El solitario paraje es impresionante: ante nosotros se extiende un inmenso desierto de arena junto al mar, un mar revuelto por el constante y cansino viento del oeste. Frente a nosotros, a escasos metros, aparecen las primeras lápidas de un insólito cementerio. Las gentes del país son muy sencillas y humildes. Se enterraban aquí, junto a la misma orilla del mar. Una vieja costumbre indígena. Poblados de pescadores. Son descendientes de los indios que poblaban estas costas cuando llegaron los pioneros europeos, portugueses u holandeses. Los primeros asentamientos europeos en esta zona fueron holandeses y no portugueses como se pudiera pensar. Los portugueses no vieron un interés inmediato en estas costas desangeladas y tiraron más hacia el sur, en busca de mayor prosperidad. Los holandeses, en cambio, se dedicaban al corso y hostigaban las naves españolas o portuguesas, para perjudicar su comercio con las Indias. Se escondían en estos parajes solitarios, dónde podían huir más fácilmente de las campañas de represalia, y cohabitaron con los pescadores indios del lugar. No es raro ver, aún hoy en día, niñas muy rubitas que desconciertan un poco, pues no se corresponden con la tipología étnica de estas gentes. Pero confirma el mestizaje con europeos del norte, en tiempos pasados.

Mientras espero a mis compañeros, que han salido andando hacia Icarai en busca de ayuda, se acerca un viejo pescador que, solitario, contemplaba el mar desde una de las lápidas del cementerio. Es el único ser humano a la vista, que ha llegado hasta aquí con su asno. Estos parajes no son muy concurridos, así que es habitual pararse a saludar y departir un rato, cuando uno se cruza con alguien. Es un hombre de unos cincuenta años, aunque aparenta más. Su tez y toda su piel en general está muy trabajada por el sol. Se hace llamar Abraham Lincoln y me asegura que ese es su nombre verdadero. El carácter de esta gente es desconcertante, pues por un lado son muy tímidos e introvertidos, pero por el otro amagan un sentido del humor con una considerable retranca. Le indago por el curioso cementerio y me explica que le gusta venir aquí, a recogerse junto a sus antepasados ante el infinito del océano. Le comento mi extrañeza por elegir este emplazamiento en la arena, a escasos metros de la orilla del mar, como sepultura. Abraham Lincoln me asegura, de forma vehemente, que este es un lugar milagroso, pues conserva los cuerpos intactos y no llegan a corromperse nunca.¿Será él mismo una reencarnación cearense del venerado presidente?

Son indígenas de la etnia Tremembé. Eran pueblos nómadas que habitaban estos litorales desde mucho antes de la llegada de los europeos. Algunos de ellos, los más pobres, bajaron desde las sierras próximas, más fértiles, y se instalaron en la costa para vivir de la pesca. Abraham Lincoln me explica la leyenda de Iracema, una bella princesa indígena que se desposó con uno de estos gigantes blancos y rubios llegados de allende los mares, para fundar un nuevo linaje, renovado y prometedor. La realidad es mucho menos poética; en el siglo XVII llegaron los jesuitas y los convirtieron al cristianismo, concentrándolos en aldeas, en las conocidas misiones. En 1863, el gobernador de la provincia, editó un decreto por el que los indígenas fueron declarados inexistentes a efectos legales. Diez años antes, ya habían perdido el derecho a la propiedad de la tierra. No será hasta la década de 1980 que los Tremembé, junto con las otras muy numerosas naciones, etnias y diferentes lenguas de raíz Tupí, serán reconocidas por el estado, así como sus derechos. Para esta tarea, fue fundada la FUNAI --Fundación Nacional del Indio--, que debe velar por su protección.



miércoles, 20 de abril de 2016

¿Se te traga un remolino?


En cierta ocasión le hicieron una entrevista al filósofo Rafael Argullol en la que daba un consejo que me llamó la atención. Conocí fugazmente a Rafael Argullol en la Universidad de Barcelona cuando yo estudiaba y él comenzaba a dar clases. He leído un par de libros suyos y me parece interesante. Pues bien, volvamos al tema que suscitaba mi interés en su entrevista; Argullol explicaba cuál era el mejor consejo que le dieron en su vida. Parece ser que, siendo niño, le angustiaba pensar que ocurriría si nadando le atrapara un remolino. Consultó entonces a un viejo pescador amigo de la familia, que le dijo: “déjate succionar por él, al llegar al fondo, el propio remolino te impulsara hacia afuera”. Este consejo debió parecerle bien paradójico. ¡Y que difícil de seguir!, pues uno tiende a dejarse llevar por su instinto y éste parece indicar todo lo contrario. Comparto con Argullol la convicción de la sabiduría que encierra el astuto consejo del pescador, al convertirse en una brillante y acertada metáfora de cómo reaccionar en momentos cruciales de nuestra vida. Aquellos momentos en los que sentimos que nuestra vida naufraga y pateamos desesperadamente para salir a flote. En nuestra desesperación, cegados por el pánico, no podemos ni imaginar que la solución está precisamente en dejarse ir.

En un mundo de locos como el que nos toca vivir, en el que no nos queda tiempo ni para respirar, es fácil que las personas no puedan seguir el ritmo trepidante que marca el absurdo sistema de vida que nos hemos inventado. Así, muchos se hunden en el abismo incapaces de seguir la marcha. Frustrados, piensan que son incapaces, que han fracasado. Los demás, enfrascados en su loca carrera, ni siquiera se paran para mirar atrás y pensar en el sentido de sus vidas. Pero en realidad lo que falla es este sistema, injusto y perverso, que no está al servicio del propio individuo – como debiera ser—sino al servicio del correr por correr con un objetivo ajeno al interés de la persona. Es una creciente espiral perversa y absurda que no nos lleva a ninguna parte. Por esa razón, es mejor dejarse ir y, en un gesto supremo de libertad y de lucidez, descubrir que el camino va por otro lado. 

Foto: Miquel Barceló. Ou sont-ils tous mes dessins, II - 1986


lunes, 18 de abril de 2016

Somos pequeños, pequeños, pequeños



La indiferencia de los acantilados
Ante nuestro destino de hormigas
Se agranda en la noche hostil;
Somos pequeños, pequeños, pequeños.

Ante esas aglomeraciones sólidas
No obstante, erosionadas por el mar
Crece en nosotros un deseo de vacío,
El deseo de un eterno invierno.

Reconstruir una sociedad
Que merezca el nombre de humana,
Que conduzca a la eternidad
Como el eslabón tiende a la cadena.

Henos aquí, la luna cae
Sobre una desesperación animal
Y tú gritas, hermana mía, sucumbes
Bajo la sabiduría del mineral.*

*Michel Houellebecq, Poesía (edición bilingüe), Anagrama, 2012

La poesía de Michel Houellebecq me parece a mí tan interesante como sus afamadas novelas. Me ha inspirado mucho su Poesía, obra a la que pertenece el poema que encabeza este post y que es la traducción en castellano del mismo, en original francés, ilustrado en la foto. La Poesía de Houellebecq se ha editado en versión bilingüe, como debe ser. La vida azarosa de este escritor, un verdadero personaje, se percibe muy bien en esta obra. No tuvo una vida fácil. Un personaje complejo, especial. Durante una época vivió como un indigente; esa experiencia vital se refleja en algunos de sus poemas. La primera frase del libro es la siguiente: El mundo es un sufrimiento desplegado. Contundente, sin concesiones, vehemente, apasionado. Es un libro muy humano, muy intenso, totalmente recomendable.

Con ocasión de una visita que hice a Mallorca, estando frente a sus maravillosas costas de la Serra de tramuntana, ilustré una de sus poesías con un dibujo/collage. Es la foto adjunta a la que me refería, que ilustra lo que me sugiere visualmente el poema L’indifférence des falaises. Me acordé de la exposición que un amigo mío pintor, Jordi Pagès, realizó hace un par de años. Presentó una serie muy interesante de pinturas/collages en torno al Faro de Cala Nans de Cadaqués, inspirada en la poesía de Houellebecq. Me encantó. Justo en aquel entonces, acababa de leer a este gran autor francés y me sentí muy identificado con el homenaje que Jordi Pagès le dedicaba a través de sus interesantísimas pinturas/collages. Por supuesto, la ilustración que os adjunto no puede compararse con el trabajo mucho más elaborado y sugerente de Jordi Pagés. Pero me gustó constatar esa complicidad con él; yo también sentí, como él, la necesidad de plasmar sobre el papel, lo que me inspiraba una de las poesías de Houellebecq.

Os remito a la obra de Pagés, por si sentís curiosidad por descubrir lo que hace. Vale la pena: Jordi Pagès.


domingo, 17 de abril de 2016

Nuestra conciencia y las tragedias humanitarias



Rescato de mi dietario esta nota que escribí el 21 de abril de 2015, hace ahora justamente un año. Parece que no haya pasado el tiempo. Dice así:

Tragedia humanitaria en el Mediterráneo. Miles de personas pierden la vida ahogados en el mar tratando de alcanzar Europa. Los mueve la ilusión y el afán de prosperar. Huyen de países en donde son perseguidos o dónde simplemente no tienen ninguna oportunidad. Es desasosegante. Italia, que es quien ha afrontado la responsabilidad del rescate, está desbordada. Pide socorro a la Unión Europea. Silencio. Una vez más Europa no da la talla, y mira para otro lado. Renzi pide auxilio a EEUU. ¡Qué vergüenza, qué enorme decepción!
Un ciudadano común de hoy dispone de mayor información que el hombre más poderoso del mundo de hace, apenas, 100 años. Este hecho supone una inmensa carga emocional y de responsabilidad ética para un individuo decente, pues su conciencia se encuentra zarandeada por múltiples conflictos que ocurren en cualquier rincón del planeta y que, en mayor o menor medida, acaban haciendo mella en él. El desasosiego se produce como consecuencia de no disponer de los mecanismos para reaccionar ante estos hechos y pasar a la acción para darles algún tipo de solución. Bien al contrario, los ciudadanos informados, y responsables, vemos con impotencia y frustración como nuestros gobiernos y nuestras instituciones ignoran todos estos problemas, por no decir que en muchos casos están en el origen y son la causa de muchos de ellos. La humanidad se encuentra en una encrucijada: los retos son ingentes, enormes. Quiero creer que las nuevas generaciones serán capaces de asumirlos y desactivar los complejos conflictos y problemas pendientes, que han convertido a la humanidad en una olla a presión a punto de estallar.

jueves, 14 de abril de 2016

La segunda república



Hoy se celebra la proclamación, hace ahora 85 años, de la segunda república española. Yo creo que vale la pena brindar por ella. Duró sólo cinco años, tuvo sus más y sus menos… es verdad. Pero no cabe duda que fue un instante luminoso de nuestra historia. Yo creo que a partir de aquel momento España entró en la modernidad. ¿Qué era España hasta entonces? Un país atrasado, en muchos aspectos anclado en el pasado, casi medieval. ¿Cómo vivían sus gentes? Mal. Había profundos desequilibrios sociales, una parte muy importante de los ciudadanos vivían miserablemente. No hay más que ver las imágenes que han llegado hasta nosotros de esa época, de cómo vivían y qué aspecto tenían las gentes para ver las penurias por las que pasaron nuestros ancestros.

La república representó para muchos la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida y sus derechos. Los acomodados no estuvieron dispuestos a perder sus privilegios. Así estallo una revolución social que daría paso a lo que todos conocemos.

Sin la república, no se hubieran conquistado muchos de los derechos que disfrutamos hoy. Por ejemplo, el reconocimiento de la igualdad de la mujer, la libertad de enseñanza y tantos otros. Le debemos mucho a la segunda república y, por lo tanto, creo que es de justicia rendirle un homenaje.

Esto me da pie a repensar, de nuevo, si monarquía o república. La verdad es que mi corazón es republicano. ¿Cómo podía ser de otra manera? Esa es la forma de gobierno homologada con la libertad, la igualdad y la fraternidad de todos los ciudadanos. Durante la transición, me conformé con la monarquía constitucional. Estábamos por la labor de aplicar la ley de la ventaja y no poner obstáculos a una democracia en ciernes. Hoy, visto lo visto, si pudiera votar sobre esta cuestión, votaría sin dudarlo por la república. Entre otras cosas, a parte de las razones ideológicas que acabo de expresar, porque no me gusta la actitud de Felipe VI. Con él vuelve a respirarse el tufillo de suficiencia y petulancia de los reyes del pasado. ¿Es realmente un rey para todos? Lo dudo. Me parece muy decantado hacia el sistema injusto imperante, al lado de los poderosos… como siempre. Y, ¿qué decir de su posicionamiento en la cuestión catalana? Lo veo yo también muy españolista. Una silenciosa e impostada indiferencia, que puede confundirse con desdén. En todo caso ningún gesto. Ninguna implicación. Esto me indigna.

Sí, lo tengo claro: yo ahora votaría, definitivamente, por la república.

miércoles, 13 de abril de 2016

Yo sostengo...

Sostengo que, en España, es muy difícil formar un gobierno si no se tiene en cuenta a Cataluña. Ya no digamos, si se está en contra de sus intereses: entonces, es imposible.

Sí, sí… ya sé que me dirás que esto ya lo sabemos. Si no recuerdo mal, fue Cambó, en los tiempos de la Mancomunitat, quien lo expresó públicamente por primera vez. Los historiadores lo saben y se podrían aportar numerosos ejemplos a esta evidencia.

Sin embargo, acabamos de cerrar un periodo político en el que ha sido imposible formar un gobierno en España, investir a un presidente. No se había dado nunca este caso desde que se instauró la democracia. Qué curioso… el problema principal por el que no se forma un gobierno, la cuestión catalana, ni siquiera se abordado abiertamente por los políticos que, durante estos meses de impass, han intentado encontrar la fórmula para gobernar. La cuestión catalana se ha convertido en un tabú.

Pero yo sostengo que, mientras se mire para otro lado y se haga ver que el problema no existe, no habrá gobierno en España. Así de simple.

Mariano Rajoy ha seguido en su jaula escondiendo la cabeza debajo del ala. Pedro Sánchez se lleva las manos a la cabeza, desesperado al ver cómo Podemos le niega apoyo. Pero, ¿qué clase de líder es este que no se ha enterado que sin plantear una solución para Cataluña no se va a ninguna parte? Así le ha ido…

Ya lo ves, tenemos políticos que no se enteran… o no se quieren enterar. Es muy sencillo: no se puede gobernar contra dos millones de catalanes que, hartos, quieren irse. Y contra otros muchos catalanes que, sin querer irse, porque aún no han agotado su paciencia, esperan una solución a sus problemas y al reconocimiento de sus derechos.

¡Sigan sigan…! ¡A ver si consiguen formar gobierno!



martes, 12 de abril de 2016

Me sorprende el ser humano...



Estoy leyendo el libro de Svetlana Aleksiévich, último Premio Nobel de Literatura. He adquirido la versión catalana, Temps de segona mà: la fi de l’home roig, editado por Raig verd editorial y excelentemente traducido del ruso por Marta Rebón. Tenía curiosidad por ver qué tenía que decir esta mujer, tímida e introvertida, cuyas entrevistas había seguido, fugazmente, en los medios. Me impresionó su humildad y sencillez. Su actitud, --me dije—contrasta con la de muchos escritores, sobre todo con los que ya están consagrados; esa petulancia y suficiencia de algunos… Así que pensé que valía la pena sumergirse en su lectura, teniendo en cuenta mi interés y curiosidad por todo lo que tenga que ver con la Rusia contemporánea. Me fascina la forma en que acabó el comunismo en la URSS y cómo, de la noche a la mañana, las cosas cambiaron radicalmente en ese vasto imperio.

No hay asomo de vanidad en Aleksiévich, pero en cuanto uno lee las primeras páginas de su libro, se da cuenta del talento, el temperamento y la pasión que late en esta mujer aparentemente tan apocada. Su obra me merece un gran respeto y lo considero un lucidísimo retablo de la Rusia contemporánea.  Además, es una novela muy rompedora, por su forma. Los entendidos ya han señalado que esta obra supone una renovación muy original de este género literario. La verdad es que un libro muy bueno.

Mis expectativas respecto a esta autora y su libro Temps de segona mà, se han visto superadas con creces. El libro es fascinante. Muy interesante. Te atrapa de una forma que te deja sin aliento, no puedes soltarlo. Las historias que concurren, tienen una enorme carga emocional. Realmente, esta escritora hasta ahora desconocida, tiene una habilidad muy considerable para hacerte vivir todo lo que ha ocurrido en su país. Mejor dicho, para aproximarte a lo que sienten sus conciudadanos después de lo que ha pasado en su país. Es un análisis muy lúcido, muy descarnado, pero al mismo tiempo muy humano y comedido. Se dice que es una novela de voces. Es cierto, yo también lo veo así: funciona como un retablo de personajes reales, pero que la autora ha dramatizado utilizando con gran maestría las técnicas del relato de ficción. Esta descripción tan efectiva de los distintos personajes y su apasionada manera de relatar sus vidas construye un enorme fresco, diverso y muy rico, de voces diferentes, antagónicas ideológicamente --aquí está la gracia-- que componen una acertadísima sinfonía para entender la Rusia moderna.

Ya había leído anteriormente libros sobre la Rusia del siglo XX, que me dejaron estupefacto, como Relatos de Kolimá de Shalámov o Limónov de Emmanuel Carrère. Pero no olvido el más grande todos ellos, Vida y destino de Vasili Grossman, un gigante, a mi entender, de la literatura moderna europea. Si queréis entender que estaba ocurriendo en Europa durante el conflicto de 1940-1945, es indispensable que abordéis este libro maravilloso. Algún día hablaré de él, pues merece ser tratado en exclusiva. De alguna manera, estos libros ya me alertaron sobre el enorme interés que tiene este contradictorio y trágico país. La enigmática alma rusa. La fascinación que me provoca es, a partes iguales, consecuencia de las inauditas tragedias que han sufrido sus gentes y, al mismo tiempo, la desbordante pasión con la que, a pesar de todo, siguen apostando por la vida y por un destino mejor. Shalámov relata como nadie la barbarie y la indignidad de los campos de trabajo soviéticos. Una voz que llega desde el infierno para explicarnos la inhumanidad. La senda de deshumanización que representaron los totalitarismos del siglo XX. De sus reflexiones emerge una conclusión paradójica: hasta tal punto se denigra al ser humano en estos lugares, que éste acaba convirtiéndose en un monstruo y deja de ser humano, tal es el nivel de degradación al que es sometido. En cuando al libro de Emmanuel Carrère sobre Limónov, es otra pequeña joya literaria a no perderse. Escrito con gran maestría, describe a este individuo descreído y rebelde nacido a mitad del siglo XX, en pleno comunismo, para hacernos descubrir su ambigüedad moral e incitar nuestra reflexión sobre el ser contemporáneo. De nuevo, la enigmática alma rusa. Un rebelde con causa que personifica todas las contradicciones de un sistema que, aspirando al sueño de emancipar a la humanidad, acabó pervirtiendo todos sus ideales. En este caso, la desilusión individual, conduce a Limónov por vericuetos realmente intrincados e inverosímiles, para devolvernos una imagen novedosa e impactante de un cierto tipo de disidencia.

Volviendo al magistral libro de Svetlana Aleksiévich; ¿cómo digerir el sinsentido de que decenas de millones de personas desaparecieran asesinadas durante los ochenta años que duró el régimen soviético, o bien trabajaran hasta la extenuación y la muerte, o aún otros muchos sufrieran penurias terribles, soportaran tormentos indecibles, o murieran literalmente de hambre? Y todo ello para construir una ilusión, el mejor país del mundo. Sí, sí, se creyeron este sueño y lucharon por él hasta la muerte… y, todo, ¿para qué? Para desaparecer en cuestión de días. Toda esta enorme maquinaria, que se tragó a decenas de millones de víctimas, desapareció de la noche a la mañana. Así, sin más… el viento de la historia lo ha barrido en un plis plas, el sacrificio de millones de personas para nada, un sacrificio inútil. Marina Tikhonovna comenta desesperada: He pasado toda mi vida construyendo un gran país… Todo fue inútil. Estuvimos sufriendo para nada. Es muy difícil de encajar, pero la historia de la humanidad es así, absurda y cruel. El libro de Aleksiévich no es un simple relato de agravios e ignominias; en él late el corazón cálido de los rusos, sean del signo que sean, rememorando lo absurdo de sus vidas. Produce una honda impresión ver con que entereza asumen el dolor, el sinsentido de sus vidas entregadas a una idea que acabó pervirtiéndose y que fue finalmente abortada. Descubrir que han sido engañados y que ahora, muchos se ríen de ellos: son las generaciones nacidas después de la caída del comunismo. Es el paroxismo de la crueldad. Una enorme lección sobre el infierno que han debido soportar muchos seres humanos. Sobrecogedor. Dice Aleksiévich: La historia sólo se interesa por los hechos, pero las emociones se quedan al margen. No se acostumbra a dejarlas entrar en la historia. Miro el mundo con los ojos de una mujer de letras y no de una historiadora. Me sorprende el ser humano…

Relato estremecedor del personaje Ielena Iúrevna:
Un apartament comunitari qualsevol. Hi viuen juntes cinc famílies, vint-i-set persones. Una cuina i un vàter en comú. Dues veïnes tenen habitacions adjacents, es fan amigues: una té una filla de cinc anys i l’altre viu sola. En els apartaments comunitaris la gent es vigila, és normal. S’espien les converses. Els qui tenen una habitació de deu metres quadrats envegen els qui en tenen una de vint-i-cinc. Què s´hi pot fer? És la vida... I vet aquí que una nit arriba un “corb negre”, un furgó de la policia. Arresten la mare de la nena petita. Abans que no se l’emportin encara té temps de cridar a l’amiga: “si no torno, tingues cura de la meva filla. Que no la fiquin en un orfenat!”. I la veïna se´n fa càrrec. Li assignen una altra habitació. La nena diu “mare Ània”... Al cap de disset anys la mare biològica torna. Cobreix de petons les mans i els peus de la seva amiga. En general, els contes acaben així, però a la vida real les coses van d’una altra manera. Sense final feliç. En temps de Gorbatxov, quan van obrir els arxius, van demanar a l’exreclusa si volia consultar-hi el seu expedient. El va obrir: al damunt de tot hi havia una denúncia. Una lletra familiar... la de la seva veïna... “Era mare Ània” qui l’havia denunciada... Entén alguna cosa? Jo, no. I aquella dona tampoc no va entendre res. Va tornar a casa i es va penjar.

Por qué pruebas ha tenido que pasar la humanidad, ¡dios mío! Algunos relatos hielan la sangre en las venas. Por esto dice Marina Tikhonovna: Todo lo que hemos superado no se puede medir con un metro ni pesar en una balanza. Pero yo estoy aún en el mundo. Vivo.

Pero el relato no se queda en una crítica al uso de la barbarie del comunismo. Ahí está su grandeza. La obra es una crítica feroz al capitalismo salvaje que vino después. Los personajes de Aleksiévich son implacables con los nuevos oligarcas, empezando por Putín. Son delincuentes que asaltaron el estado soviético y se hicieron con todas sus riquezas, mientras la gente lo perdía todo de la noche a la mañana, veían como su dinero se devaluaba y sus ahorros se convertían en nada. Ahora –dice Ielena Iúrevna, uno de sus personajes—se rinde culto al dinero y al éxito. Sólo sobreviven los más fuertes, los que tienen bíceps de acero. Pero no todo el mundo es capaz de avanzar pisando la cabeza de otros, de sacar provecho. Algunos son incapaces de hacerlo porque no lo llevan en la sangre. Y otros lo encuentran indigno.

El relato de Ielena Iúrevna es un apasionado alegato en favor de los tiempos pasados, de la grandeza de los ideales comunistas y de los gloriosos momentos del imperio soviético, cuando era un faro para el mundo. Por esto Ielena desconfía de la autora, que ahora la entrevista; una vez más --piensa-- vienen a reírse de ella y de sus ridículos y caducos ideales. Por eso le dice a Svetlana: Estoy segura que borrará todo lo que le acabo de decir. Pero Svetlana Aleksiévich le contesta con el que yo pienso que es el leitmotiv más importante del libro: Le prometo que habrá dos historias. No quiero ser una historiadora con la sangre caliente, ni una que blande una antorcha encendida. Que lo juzgue el futuro. El futuro pone las cosas en su sitio; pero no el futuro próximo, sino el lejano. Un futuro en el que nosotros ya no estemos. Sin nuestros prejuicios y pasiones.

domingo, 10 de abril de 2016

Palabras para Daniel



Palabras para Daniel
Homenaje a José Agustín Goytisolo

Recuérdalo siempre Daniel,
todos perdimos un día la inocencia,
paraíso de la infancia,
que tú estás a punto de abandonar.
¡La vida vuela!

Llegarán, antes o después, los momentos amargos
pensarás entonces en el paraíso perdido
te invadirá una honda nostalgia.
Pero te diré que a pesar de los sinsabores
vale la pena vivir;
¡La vida es bella!

No encontrarás en los hombres, a la hora de la verdad,
ni solidaridad ni mucho amor:
te sentirás muchas veces solo.
Pero piensa que no hay más que esta compañía;
Busca en ella el consuelo
cuando se abra el abismo de la soledad.
¡La vida vuela!

Tendrás amigos,
pocos,
pero esenciales para tu vida:
¡Cuídalos!, pues sin ellos no eres nada.

Conocerás el amor
y recuerda:
puede ser muy esquivo,
incluso fugaz.
Pero su flecha te marcará para siempre
Y sólo cuando lo hayas perdido,
y mires hacia atrás,
sólo por haber sentido su veneno
sabrás que la vida ha valido la pena.
¡La vida vuela!

Estate atento a los caprichos del destino
pues la rueda de la fortuna juega con nosotros
cuando menos lo esperes, puedes perder todo lo que tienes
… ¡y volverlo a ganar todo de nuevo!
¡El vaivén de la vida!

Ten en cuenta el valor relativo de las cosas;
Pues andamos toda una vida detrás del señuelo como una liebre,
para descubrir un día cuan insignificante y nimio era nuestro objetivo.
Descubre pues qué es lo esencial
¡Que la vida vuela!

Aleja de ti la soberbia y el orgullo
recuerda lo que te digo: tú solo no eres nada
tu dignidad va pareja a la de los demás.
Lo mismo digo de tu libertad:
si ves que los demás la pierden
y no haces nada,
Pronto perderás la tuya también.
¡Así es la vida!

Si eres fuerte y capaz,
muchos reclamarán tu ayuda: ¡dásela!
Pero recuerda una cosa: si un día te encuentras en apuros,
no esperes nada. Así son los hombres…

Nunca mendigues la libertad.
Ni siquiera mendigues por dinero.
Otros te la tomaron y deberás conquistarla.
Cuando desfallezcas,
que llegará segura la ocasión,
piensa que la vida es lucha
y sin ella no eres nada.
¡Así es la vida!

Algunas veces, más adelante,
cuando se acerque el crepúsculo de tu vida,
sentirás el desengaño y la decepción.
Lamentarás haber nacido y desearás no ser más.
Pero recuerda lo que te digo:
a pesar de todo, vendrán momentos de intensa plenitud y felicidad
que compensaran, a pesar de su fugacidad,
la acritud del destino.
¡La vida es bella!

Y siempre recuerda esto:
El deseo es lo que te mueve,
la vida es pasión, ¡la vida vuela!
Te arrepentirás más tarde de no haber hecho algo
¡Aprovecha!
Aunque ello te pueda pesar, asume con valentía las consecuencias.
¡Así es la vida!
¡La vida es bella!

viernes, 8 de abril de 2016

¿Qué ha sido de nuestra intimidad?



La intimidad de las personas está desapareciendo poco a poco. Es una de las consecuencias de la sociedad de la información y de este mundo hiperconectado. La primera vez que tomé conciencia de este hecho, fue un día que descubrí con estupor, frente a mi ordenador, que Linkedin me informaba, sin ningún pudor, de quién estaba contactando con quién entre mis contactos. Me pareció una indiscreción imperdonable. Una desfachatez descomunal; ¿cómo se atrevían a explicarme a mí, que fulano estaba en ese momento contactando con mengano? ¿O cómo se atrevían a filtrarme quién estaba revisando mi currículo en ese momento? Me pareció chocante e inconcebible. ¿Y si resulta que zutano quiere consultar discretamente mis datos en Linkedin y desea que yo no me entere? Sabemos que nuestros gobiernos, en complicidad con las grandes empresas del mundo de la conectividad, almacenan y usan nuestros datos sin nuestro consentimiento. Nuestro derecho a la intimidad, a mantenernos poco visibles si lo deseamos, a mantener una actitud discreta, ha ido desapareciendo poco a poco, casi sin que nos demos cuenta. Hoy, cualquier cosa que hagamos o digamos es susceptible de trascender a miles de personas. Tenemos la angustiosa sensación, de que cualquier cosa que hagamos o digamos esté en el candelero. Y que ello nos haga pasar una vergüenza descomunal. Yo tengo el sentido del ridículo muy desarrollado y, por tanto, me incomoda esta promiscuidad descontrolada. Reconozco que en algunos casos, esta violación de nuestra intimidad se vuelve a favor; veamos por ejemplo, el caso del gamberro que agredió gratuitamente a una mujer en la Diagonal de Barcelona y su amigo colgó el vídeo en Facebook. A las pocas horas, cientos de miles de ciudadanos conocían y reprobaban el hecho. La policía intervino para detener al miserable. Pero en otros casos eso se vuelve claramente en nuestra contra. Por ejemplo, antes o después emitiremos una opinión sobre nuestras opciones políticas, o religiosas. ¿Quién nos dice que un día todo esto no puede volverse en contra nuestro? Nuestro sagrado espacio de intimidad ha sido invadido y con ello se han llevado una de las cosas más sagradas que teníamos. Sin embargo, no estoy seguro si los más jóvenes que yo opinan igual. Creo que no; de hecho ya forman parte de otra “cultura”. Porque la “cultura” ha cambiado como consecuencia de la conectividad. Ojalá todo esto no se vuelva algún día en contra de ellos. Me temo que son un poco ingenuos, pues el mundo sigue siendo un lugar inseguro para algunas de nuestras creencias. La prudencia y la intimidad seguirán siendo un lugar indispensable para nuestra seguridad.

jueves, 7 de abril de 2016

¿Por qué me gusta la poesía?


Me gusta la poesía, cada vez más. En estos años pasados, en los que se me hacía difícil la concentración, la poesía ha resultado una gran compañera. Es una forma de leer diferente, al que se accede con otro ritmo. Su musicalidad abunda, como un mantra, en la posibilidad de ser atrapados y seducidos. Permite concentrar una idea, trasladar un mensaje o suscitar una emoción de una forma muy concisa, con economía de palabras. Es como paladear un rico manjar, que uno degusta poco a poco, celoso de que se acabe. En un breve fragmento puedes descubrir un mundo. Un solo verso afortunado, puede abrirte una emocionante sugerencia. En cierta forma, es la quintaesencia de la escritura, ya que podemos acceder a poderosas intuiciones con un mínimo de recursos narrativos. Es la máxima concisión literaria; todo es esencial y nada se desperdicia. Cada palabra puede evocar en nosotros un pensamiento.

La poesía, al contrario que la filosofía, permite expresar nuestros pensamientos más elevados, sin la exigencia de la lógica, sin remitirse a un sistema coherente, demostrable y cerrado en sí mismo. La poesía indaga en el mundo de las intuiciones. Es otra forma de la verdad, acaso más auténtica y directa. Una verdad personal que, apelando a la propia experiencia, nos acerca a los límites de la razón. Un espacio más allá de lo demostrable, pero que, en su realidad inteligible y misteriosa, al ser compartida entre el lector y el poeta, produce una honda emoción, un inmenso placer. Es el poder benéfico de saber que al menos otro individuo comparte un espacio misterioso, apenas intuido, pero que nos acerca a ese linde entre la luz y la sombra que solo la poesía puede describir. Hoy que la espiritualidad es un espacio abandonado por la persona, la poesía puede convertirse en un “despertador” de este ámbito. Un ámbito inmenso y esencial para el cultivo pleno de un individuo, pero que por desgracia hemos abandonado en beneficio de la religión. Siglos de fanatismo han convertido la religión en una cárcel para la conciencia. La recuperación de la libertad pasa por el redescubrimiento de la espiritualidad, y la poesía puede ser un excelente instrumento para cultivarla.

miércoles, 6 de abril de 2016

La banca, corsarios del sistema



Capitalismo de corsarios. 
Los piratas asaltaban a pecho descubierto, en cambio los corsarios lo hacían con el aval del rey. La economía de los corsarios depreda el sistema con la bandera del sistema y en nombre del sistema. Son ellos, pues, los grandes subversivos. la crisis económica no es sólo debida a la deuda y a la persistencia del déficit, como sostiene la troika. También se debe a la falsificación de las cuentas, a las fugas de capitales y a las trampas del mercado, avaladas por estados y agencias. 
Antoni Puigverd (La Vanguardia, 6 de abril de 2016)

El NYT publica esta mañana una nota interesante sobre los llamados papeles de Panamá. El articulista Hace hincapié en las dificultades que tienen los gobiernos para recaudar lo que les deben estos evasores. Aun así, parece que hay signos de un cierto progreso. Se dice que la OCDE ha tomado medidas. Desde 2011 alrededor de 20 gobiernos han conseguido recaudar 50.000 millones de dólares en impuestos adicionales, como consecuencia de sus esfuerzos para pillar a los defraudadores. Así mismo, se ha producido un descenso en el número de empresas offshore, que ha pasado de 13.000 que había en 2005 hasta las 4.300 contadas en 2015. Suiza y Luxemburgo, aparte de Panamá, siguen siendo importantes y poderosos centros de captación de capitales que mantienen el anonimato de sus clientes. Según confirman las autoridades de la OCDE, los bancos siguen siendo muy reacios a entregar información. Expertos en el tema, como Gabriel Zucman, que ha escrito un libro sobre este asunto, “The missing health of nations”, son muy escépticos acerca de la colaboración de los bancos en este importante quebranto de la hacienda pública. El propio Zucman afirma que los bancos han sido, durante décadas, los cómplices de criminales y evasores millonarios sirviendo claramente sus intereses en detrimento del bien público. Este autor pone como ejemplo la multa millonaria que el gobierno de USA, a través de los tribunales de justicia, logró imponer a Crédit Suisse por esta causa. Una multa de 2.600 millones de dólares por ayudar a evadir impuestos. Esto parece mucho dinero, ¿no? Pues bien, según el propio presidente del banco, este castigo no tuvo prácticamente impacto material en la capacidad operativa de Crédit Suisse o en su potencial de negocio.


Es por lo tanto una evidencia que el sistema bancario está en connivencia con el delito de evasión fiscal. Esto es especialmente chocante cuando pensamos que los gobiernos han convertido a la propia banca en su principal instrumento de recaudación fiscal, para que fiscalice y si hace falta “secuestre” nuestras cuentas, de forma que paguemos puntualmente nuestros impuestos. En un futuro cercano, todas nuestras transacciones pasaran por nuestra cuenta corriente. El dinero físico desaparecerá, así nos tendrán perfectamente controlados. En cambio, aquellos que no viven de su nómina o sus modestos ahorros, y que han llegado a amasar inmensas fortunas, ven como este mismo sistema los ayuda a evadir. De esta forma los ricos son cada día más ricos, las clases medias desaparecen y los pobres son cada día más pobres. Y para colmo, nuestros gobernantes han rescatado a los bancos con nuestro dinero cuando esta crisis, de la que es responsable –por imprudente-- el propio sistema financiero, ha quebrantado sus balances.

martes, 5 de abril de 2016

La teoría del punto ciego de Javier Cercas



He acabado de leer el ensayo El punto ciego de Javier Cercas. Es una teoría sobre la novela. Se basa en la idea, muy original y muy bien explicada en el libro, de que las buenas novelas tienen un “punto ciego”, es decir, un lugar donde “no se ve”, el lugar en el que el lector se encuentra ante el enigma de la novela. Un enigma que queda irresuelto, pues, como dice Cercas, las buenas novelas presentan una pregunta que no tiene respuesta. La respuesta es el propio desarrollo de la pregunta. Una pregunta que es el propio libro, la ambigüedad, la multiplicidad de la verdad que en él se despliega. Una situación que aboca a la única certeza: que la verdad es ambigua, múltiple y muchas veces contradictoria.

Esta idea me ha parecido sumamente interesante. Javier Cercas lo fundamenta en las que él considera las grandes novelas de la historia, principalmente El Quijote. Esta regla formal o estética añade una enorme profundidad a la novela como género literario, que —en función de este punto de vista-- deja de ser un libro de “entretenimiento”, para convertirse en un texto filosófico, o mejor, en un instrumento para transformarnos y para transformar el mundo. 

Me interesa también su teoría de que en la novela, en la actualidad, el relato y el ensayo se confunden y se fecundan. Cita como ejemplo a Borges, pero también a W.G. Sebald. La cita de este último autor me ha llamado la atención, pues un amigo mío me había aconsejado leerlo al pensar que la “novela” que acabo de escribir  --La tríada helénica y el enigmático íbice de oro-- y que le había pasado para que me diera su opinión tiene ciertas concomitancias. 

También me seduce su idea de que la literatura es un engaño consentido, pues se ocupa de la realidad a través de los textos; es decir, es una representación de la realidad y como tal puede simular que explica fenómenos reales, engañando al lector, que cree a pies juntillas que lo que se le explica es una crónica real, cuando en realidad es simplemente una fabulación. Es habitual que, en nuestro afán de autosugestión, creamos que el universo de la novela que acabamos de leer es real. De hecho, acaba siendo tan o más “real” que los hechos, lo que demuestra nuestra capacidad de ensoñación, de representación. ¿Vivimos en la realidad factual o en la virtual? Hoy, más que nunca, esta es una pregunta pertinente. Como en ella, la verdad no es monolítica, sino paradójica, ambigua, incluso, muchas veces, contradictoria. Por esto la novela, como la realidad, no resuelve ningún enigma, sino que los plantea. ahí está la cosa.

lunes, 4 de abril de 2016

¿Me convertirán en ex catalán?

Leo en las redes sociales que un tal Grup Koiné ha editado un manifiesto en el que aboga por que el catalán sea la única lengua oficial en Cataluña. Los signatarios, al parecer formado por profesores, filólogos, estudiosos de la lengua, traductores, juristas, etcétera, sostienen que sólo el catalán es la lengua “endógena” de Cataluña y la única que habla el pueblo catalán (sic).

Estoy un poco desconcertado, pues yo hablo catalán y castellano. Es más, abogo por el independentismo, pero también por la riqueza que supone el bilingüismo. Entiendo que este manifiesto me echa fuera de la comunidad y me convierte en ex catalán. Descubro que soy un tipo raro, una aberración del sistema. Espero que estos señores, si un día se salen con la suya, no tomen represalias contra mí, por ser como soy, una aberración del sistema. No puedo evitar pensar en los serbios y en los serbio-bosnios y en las cosas que pasaron allí hace no tantos años. Pero no… aquí no pasará esto, ¿verdad?


Spinning


Acudo al gimnasio a las doce y media. Hay que entrar antes de la una, sino te quedas fuera con un palmo de narices. Cosas del low cost: una modalidad para pagar menos. Como me gusta la bicicleta, me llama la atención el spinning. Una modalidad gimnástica que consiste en rodar sobre una bicicleta estática al ritmo de la música. Algunos días, cuando paso por delante de la sala de spinning, que se encuentra a la salida del vestuario, me asalta la música infernal, a todo volumen, que acompaña a este ejercicio. Con un ruido ensordecedor, retumba todo el gimnasio al ritmo de la música a todo taco. Un montón de ciclistas, en pleno frenesí y a un ritmo frenético, pedalean como locos en el interior oscuro, con efectos sicodélicos, como si se tratara de una discoteca sui generis. Es un auténtico aquelarre del ciclismo indoor.

Discretamente y con cierta timidez, hoy he decido entrar antes de la sesión oficial. El local está casi vacío, más tranquilo y discreto. Apenas dos o tres personas pedalean medrosas en una esquina oscura de la sala. Uno puede entregarse a ensayar el invento lejos de las miradas y del ajetreo del spinning en su climax. En el centro de sala, frente a las bicicletas estáticas que están dispuestas formando un anfiteatro semicircular, han instalado un enorme televisor que emite las sesiones virtuales. La pantalla ya ha empezado a emitir una sesión de treinta minutos de la mano de una atractiva monitora. Hoy toca subir a una cumbre, así que el paseo será duro. La monitora muestra un excelente humor y una energía desbordante, contagiosa. Todo invita a subirse a la bici cuanto antes y empezar a pedalear. El recorrido virtual discurre por un paisaje alpino, amplio, despejado. Circulamos virtualmente por el llano, a una agradable velocidad de crucero, durante los primeros minutos de pre-calentamiento. Formidable sensación. La monitora, y la música, marcan un ritmo que embriaga. Uno se siente bien, en plena forma, con la moral alta. Embargado por un enorme optimismo, la cadencia del pedaleo me pone poco a poco en forma, con una grata sensación de flexibilidad. Progresivamente empieza la pendiente, el esfuerzo sube de tono y las piernas empiezan a pesar. El escenario muestra ahora montañas de ensueño, con las cumbres nevadas a lo lejos. La monitora, sonriente, cada vez más eufórica, marca el compás y anima a pedalear más duro: y va, y va, y va… y dos, y dos, y dos. La sudoración es intensa, las piernas apenas pueden. Sensación de sofoco, pero cuando estoy a punto de bajar el ritmo, la monitora emite un sorprendente gemido acompañado de un comentario perentorio: ¡¡¡no, no, nooo abandones ahora!!! Y marcando siempre el ritmo, embriagada y con los ojos en blanco recita cadenciosa: ¡¡¡Sigue, y sigue y sigue!!! Sacando fuerzas de flaqueza, me reengancho al esfuerzo. Al poco, la mente me traiciona persuadiéndome para bajar el ritmo. ¡Oooh, aaahhh, no, no, no abandones, noooaaaahhj! La situación es embarazosa, ¡cualquiera abandona! Hay que seguir como sea, no faltaría más. La cuesta es criminal y el pedaleo, ya muy intenso, puesto en pie sobre la bicicleta, me acerca al límite de mi resistencia. La pantalla muestra ya las heladas laderas de la cumbre. Lejos quedan los suaves llanos. Las piernas pesan, la cadencia deviene casi imposible. La mente pide a gritos tirar la toalla. Ya estoy a punto de rendirme. No puedo más. Pero la voz cruelmente sensual de la monitora es fatal: envolvente como el canto de una sirena emite un nuevo gemido, infinitamente más inquietante que el anterior: ¡¡ no abandones!! ¡¡Nooo!! uuuummm, oooohhh, uuuaaaahh…siiigue, oh si sigueee, uuum siiiggguuueee… y dos, y dos, y dos. El orgullo me mantiene al pie del cañón. ¡Ay, ay, ay, que nos vamos a matar! –me digo-- pero aquí no se puede abandonar: antes morir que quedar mal. Uf. Las pulsaciones están que se salen, el corazón retumba en la caja torácica, el calor es intenso, las sienes laten como locas. Resoplo como un jabalí. La mente gira en torbellinos. ¡¡Ya no puedo maaaaassssss!! Pero nuestra sirena olímpica no perdona: ¡No lo dejes ahora, nnooooo! ¡Un poooco maaaás y ya... YA… ¡YAAA… caasiii es-ta-mos!! Y dos, y dos, y dosss… Mi cabeza reposa ya directamente en el manillar, con la lengua fuera y los ojos que bizquean. Las piernas giran solas por la propia inercia de los pedales, como si fuera un muñeco de trapo. Y dos, y dos y dossss… --gime la monitora-- ¡ya llegamos, ya llegamos…siiiií, siiiiiií y siiiií. No lo puedo creer: ¡lo he conseguido! Me bajo de la bici con una sensación equívoca. Tiemblo como un flan. Apenas me puedo sostener sobre las piernas. Dando tumbos salgo de la sala y me dirijo, medroso, al refugio seguro del vestuario. Me espera una ducha reconfortante. ¡Uf, qué dura es la vida del ciclista!
Foto: Pintura de Ramon Casas (1897), Tandem de Ramon Casas y Pere Romeu

domingo, 3 de abril de 2016

Yo no quiero viajar así



Viajar hoy ya no es la aventura romántica que representaba antaño. El acceso de las masas al viaje barato ha representado una invasión de los espacios singulares de este planeta, sean históricos o paisajísticos. Es el advenimiento del turismo, un fenómeno relativamente reciente en la historia. Nos podríamos remontar a la época de nuestros tatarabuelos, como mucho, para encontrar los orígenes de esta moderna afición. Washington Irving en Granada o el viaje a Italia de Goethe, podrían ser los antecedentes de los viajes modernos. De hecho, en mi propia infancia, aún representaba un gran privilegio poder viajar por ahí. Pero en cuestión de pocos años, todo ha cambiado completamente. El turismo lo prostituye todo.

En aquel entonces el viaje era una ensoñación romántica. Porque se viaja más con la mente, que con el propio cuerpo. Por descontado que hay un desplazamiento físico a un lugar más o menos lejano. Pero es sobre todo nuestra imaginación, provista de una inmensa ilusión, la que proyecta la belleza y toda la emoción del viaje. ¿Qué es un paisaje en sí? Sin el poder de la mente, sin una buena predisposición de nuestro espíritu y de nuestro anhelo, el paisaje, por muy bello que sea, se transforma en una estampa desprovista de magia. De belleza, en definitiva.

Definitivamente no me produce ninguna emoción viajar en determinadas condiciones. Desplazarse en avión en pleno de mes de agosto, por ejemplo, es una pequeña tortura reservada a los sufridos ciudadanos de hoy. Los vuelos baratos implican un servicio muy deficiente que obliga a los usuarios a pasar, muchas veces, por un auténtico via crucis antes de llegar a su destino. Aeropuertos sobrecargados de viajeros que deambulan entre perdidos y desamparados. Largas colas. Controles policiales que implican muchas veces medio desvestirse o abrir de nuevo maletas que se han cerrado milagrosamente en casa. Insidiosas normas que no permiten llevar en cabina determinados objetos. O, en algunos casos, la propia indiferencia o desdén de los empleados, cuando no su abierta antipatía. Todas estas y muchas cosas se le presentan al viajero actual al emprender su aventura. Cuando llega uno por fin a su destino, cansado y desorientado, siente en principio una cierta ansiedad. Un desasosiego debido a las dificultades del viaje, a la rapidez con la que uno se desplaza a lugares lejanos, que no permiten que nuestro cuerpo se aclimate. Una vez en el lugar tan largamente deseado, uno percibe hoy día que las cosas se han uniformizado en todo el mundo. Por doquier proliferan las mismas tiendas, las mismas marcas. Parece como si, poco a poco, fuéramos acabando con la diversidad que, precisamente, constituyó en su día el verdadero acicate para emprender un viaje, que se prometía exótico. En breve descubriremos también, con notable desencanto, que los lugares que antes de partir soñábamos con visitar, idealizándolos, se han convertido en lugares mancillados por ejércitos de turistas. Ya no descubre uno con emoción la virginidad de las cosas bellas que había imaginado. Ya nada parece auténtico, sino una inmensa impostura. Todo está degradado por la conversión en bienes de consumo de lugares que fueron bellos. El encanto se ha roto. Uno es conducido como un borrego, después de pagar en la correspondiente taquilla, para recorrer por recintos vallados exprofeso espacios desvestidos ya de todo misterio. Es una modernidad que ya no permite soñar, que no permite imaginar, por ejemplo, la inmaculada grandeza de un templo de la antigüedad e imaginar cómo nuestros antepasados respiraron aquí hace miles de años… Ahora es un puro recorrer, con adocenada urgencia, los lugares señalados en millones de guías, en centenares de idiomas, los “parques temáticos” que en el mundo han sido. Es un juego absurdo que consiste en coleccionar lugares; Para poder llegar de nuevo a nuestras vidas cotidianas, señalar con una muesca un nuevo lugar en la colección y alardear frente a los amigos de nuestra mundología.

No. Yo añoro el viaje lento. El viaje que permite entrar en otro tempo. El que permite descubrir otras mentalidades. El que posibilita paladear sabores diferentes a los nuestros. Quizás para descubrir que aún tenemos mucho que aprender. El que te permitirá finalmente llenar tu espíritu con un nuevo aliento. Alimentar tu alma. Sentirte pleno y purificado. Pero por desgracia, esta forma de viajar requiere de un esfuerzo por nuestra parte. Obliga a huir de lo manido y de lo fácil, del circuito habitual. Requiere también de un cierto valor por nuestra parte. Y de una cierta capacidad de sacrificio. De estar dispuesto a pasar por ciertas incomodidades.