domingo, 24 de julio de 2016

Europa, Europa…


¡¿Pero cómo pueden irse por el sumidero los sueños de millones de europeos?! ¿Alguien lo entiende?, pero, ¿qué ha pasado?
Vayamos por partes: ¿existe acaso un sueño llamado Europa? ¿o es una excusa convenientemente utilizada por los padres de la patria europea con la intención de montar un suculento tinglado? ¿qué oscuros intereses se esconden detrás de frustrada construcción de Europa? ¿de verdad los europeos hemos soñado alguna vez con ver a Europa unificada y sentirlo como un proyecto común ilusionante?
No lo sé, no lo tengo muy claro. Pienso, más bien, que nos han embaucado. Nos han azuzado con una nueva utopía: una Europa unificada que acabaría con las guerras entre nosotros, con los odios ancestrales. Pero al final todo ha sido un puro engaño, un espejismo. Una cuartada para organizar una “buena jugada” que permitiera a las grandes multinacionales y al poderoso sistema financiero satisfacer su insaciable necesidad de mercado, de más y mayores ventas. El objetivo era un incremento inacabable de dividendos, para que la rueda no se pare, pues el capitalismo no es más que una insaciable y enfermiza espiral que sólo puede sobrevivir a base de crecer continuamente. Sí, eso ha sido. No hay más. Puro interés. Un gran festín. Una enorme comilona, hasta que la bestia ha reventado.
Una vez más, las gentes engañadas… Promesas incumplidas. Nos han echado las migajas del pastel. Pero ahora ya sólo queda el reparto de la miseria. Muchos de nosotros hemos dejado tras de sí sueños y esfuerzos ingentes, para quedar en nada al final. Dejadme recordar cuando aparecieron los primeros síntomas del desencanto… sí, fue con la guerra de los Balcanes ¿recordáis? Una vez más los europeos se destripaban entre sí. Un auténtico genocidio. Y nadie, absolutamente nadie movió un dedo. Asistimos impasibles al horror, impotentes. Todos mirábamos hacia las jóvenes instituciones europeas y nada. No hubo manera de concertar una maniobra conjunta. Los días, las semanas y los meses pasaron. Serbios y bosnios volvieron a escenificar la macabra historia europea, una vez más. Sólo cincuenta años después de la peor de las barbaries que la humanidad haya producido. Aún a día de hoy vemos impasibles como se cuece un golpe de estado en Turquía, cerquísima de casa, que puede tener unas consecuencias gravísimas para nuestra seguridad y bienestar, y no decimos ni pío. Un incendio a las puertas de casa y la UE no existe, no actúa, no dice nada. ¿Alguien lo entiende? No aprendemos. Somos incorregibles.
Pero, ¿todo ha sido malo? No, claro. Ahí están los fondos europeos que tanto han ayudado a desarrollar ciertas regiones, menos favorecidas. Pero no puedo dejar de pensar que, en el fondo, las cuentas no salen. Millones de europeos se encuentran hoy sumidos en una gran depresión, estupefactos al constatar que sus vidas están estancadas, que no se ha producido el esperado progreso.
Ha llegado la hora de la desbandada. Los primeros, claro, los ingleses. El Brexit, una bravuconada de niños de papá que atizan los bajos instintos de las clases bajas británicas. Inglaterra es el único país de Europa donde las clases altas miran con desprecio y desdén a las clases bajas. Incluso hablan otro idioma. La soberbia y la mirada por encima del hombro de los “chicos de Eaton”. Se creen que aún están en pleno Imperio británico. Estos ingleses viven en un globo. Los alimenta un quijotismo casi cómico. Definitivamente se creen superiores. Su salida de la Unión es una machada, un acto de sublime desprecio y autosuficiencia. O peor aún, un acto de mezquino egoísmo. Así vamos. Seguimos en las de siempre. Las naciones europeas, en el fondo, no se respetan entre sí. Se miran una a la otra con una mezcla de recelo, autosuficiencia y desprecio. Los ingleses sienten superioridad sobre todos los demás. Los franceses, chovinistas ellos, creen que sus valores son los mejores. Y miran por encima del hombro a sus vecinos mediterráneos españoles o italianos, quizás porque se parecen demasiado y les hace sentir incómodos. ¡Prejuicios y más prejuicios! Y no digamos de los españoles, que consideran de tercera a sus vecinos portugueses. Así vamos…
Hemos de cambiar. ¡Y mucho! Nos han tomado el pelo, claro. Pero la verdad es que existían pocas opciones adicionales para hacer de Europa algo más que un mercado. No nos engañemos, nos guste o no, no tenemos otra opción que la Unión Europea. Es lo que nos conviene. Pero hay que empezar de nuevo y rehacer el proyecto sobre otras bases. La guía para ello son los derechos humanos, los valores de ciudadanía. Para ello, hemos de establecer las condiciones de confianza entre nosotros. Crear instituciones realmente democráticas, y no como ahora. Hay que construir una Europa de ciudadanos europeos, solidarios e iguales. Y no como ahora, que hemos creado las condiciones para que una nación, Alemania, la más poderosa, con ambiciones hegemónicas, se arrogue el control del continente, ganando así la guerra que perdió con las armas y que ahora ha sabido ganar legalmente con astucia, pero, lamentablemente, sin legitimidad. 


jueves, 21 de julio de 2016

Yo confieso, soy el fitipaldi de la silla de ruedas


Sí, yo soy el que se lanzó a toda pastilla por la calle Muntaner de Barcelona, el lunes 18 de julio. (Pinchar aquí). Me llamo Wolfgang Schäuble. Soy ministro de finanzas de Alemania, ¡mi país! Estoy en España de vacaciones. En esta fecha tan señalada, de nostálgica memoria, estábamos celebrando en Barcelona el 80 aniversario de tan significado acontecimiento en la hermandad germano-española, que se encuentra en la plaza de la Bonanova. Mediada la mañana, corría la cerveza de Munich a raudales, que nos dispensaban bellas señoritas de Baviera, cuando mi buen amigo y colega Jorge Fernández Díaz –a quien aprovecho para felicitar por su brillante carrera al frente del Ministerio del Interior—me filtró la siguiente información; al parecer, un desaprensivo que atiende al nombre de Paco Marfull, acababa de publicar un post en su blog Pensando en voz alta (pinchar aquí) titulado ¡Heil! En este breve artículo subversivo, en el que se me describe despectivamente, me compara nada menos que con Peters Sellers en un film de infausta memoria ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.

Enardecido y rojo de rabia, puse rumbo al domicilio del subversivo. ¡Scheisse! Qué se ha pensado este catalanufo – Me dije, no pudiendo dominarme. Así que, cegado por la ira, me lancé calle Muntaner abajo con la intención de dar su merecido a semejante mequetrefe. Detrás de mí venía en taxi mi amigo Jorge – que los amigotes conocemos como el fuché—intentando, desesperadamente, calmar mis ánimos. Inútilmente alzaba las manos, con grandes aspavientos, sacando medio cuerpo fuera del taxi, que yo, cegado como estaba, sólo pensaba en una cosa: dar caza al agitador y aplicarle un severo correctivo.

De nuevo en mi puesto en Berlín, dirigiendo los destinos de Europa, deseo pedir perdón a los ciudadanos de Barcelona por mi conducta. Sin duda un exabrupto, debido a la indignación que me producen estos individuos subversivos que minan la moral de ésta nuestra Europa. ¡Heil!



lunes, 18 de julio de 2016

¡Heil!


El ministro federal de Finanzas, Wolfgang Schäuble, perfectamente trajeado, está sentado en silla de ruedas. Con una mirada malhumorada, disimulada detrás de sus oscuras gafas de sol, muestra con un rictus que hiela la sangre, apenas un movimiento casi imperceptible de su labio inferior, su desagrado con la situación y su implacable determinación para imponer los sagrados intereses de Alemania. Se parece a Peter Sellers en el papel de doctor Strangelove en la inefable película “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú”. Tiene uno la impresión de que también a él, Her Schäuble, se le va a disparar el brazo como el muelle de un juguete roto marcando un inoportuno saludo nazi, no sabemos si debido a un disfuncional acto reflejo fruto de su minusvalía o a una traición de su inconsciente. Europa será alemana o no será, ¡Heil!

¿Será que los alemanes, al final, han ganado la guerra? Por medios pacíficos. Cabría pensar que han entendido que hacerse con la hegemonía de Europa no pasaba por la brutal imposición con las armas y el sacrificio de pueblos enteros. Sólo pensarlo, se hiela la sangre. ¿Entra dentro de lo posible, aunque en ningún caso desvelado, que sutiles y astutos como son, perseverantes y trabajadores, hayan urdido una lenta estrategia gracias a la cual han acabado cogiendo al ratón por el rabo? ¡Estamos jodidos!

En los años 60 y 70, cuando éramos jóvenes adolescentes despreocupados, el cine de barrio era una de nuestras principales distracciones. Cada sábado por la tarde, asistíamos a una sesión doble. Entonces se producían como churros películas sobre la Guerra Mundial en la que los alemanes, como si fueran tontos, salían despavoridos cazados como conejos por los sempiternos héroes de Hollywood, en el papel de salvadores americanos del continente. ¿Os acordáis? Pues bien, ¡ya podéis reíros, ya! Porque ahora los que nos cazan como a conejos son ellos a nosotros. ¡Heil!

Los ingleses siempre se han mirado la cosa desde la barrera. Sus altivos dirigentes, mirándoselo todo siempre por encima del hombro, parecen preguntarse, con flemática parsimonia, que coño se les ha perdido en el continente. Había que ver que ufano se presentaba Nagel Farage, personaje rayano en lo ridículo, acudiendo como un dandi, paraguas en mano –¡más faltaría! --, para atender a la prensa, escasos instantes después del resultado del dichoso referendo del Brexit. Su payasada acababa horas después, escondido bajo las piedras, ante el terror que le producía afrontar el liderazgo de la desconexión británica que él mismo había provocado. Recuerdo una anécdota que nos explicaba siempre el poeta José Maria Valverde, cuando daba clases en la Universidad, respecto a las peculiaridades de los británicos: cuando Alemania declaró la guerra a Europa en 1940, el entonces prestigioso diario The Times tituló, a toda caja –cosa que no había ocurrido nunca, pues por muy importante que fuera la noticia, nunca era merecedora de una anchura mayor de tres columnas—: ESTALLA LA GUERRA EN EUROPA, EL CONTINENTE INCOMUNICADO. Los ingleses son el centro del Universo. Hoy siguen viviendo en la nube del ya inexistente Imperio británico. Es el único país de Europa donde las clases sociales son castas. La aristocracia, en pleno vigor aún –no hay más que ver a la reina—y la gentry desdeñan abiertamente al populacho, con el que no se consideran dignos de hacerse. ¿En qué otro país, una misma lengua puede ser al mismo tiempo una barrera que distingue y separa? Ahora, en una maniobra mezquina y equivocada, que sólo se explica por su prepotencia, sus delirios de grandeza y, ciertamente, su aversión por ver una Europa alemana, han convencido a sus nacionales para que voten la salida de la Unión Europea. No nos engañemos, nunca han estado a gusto. Tampoco ellos confían en una Europa en la que no manden. Su política siempre ha consistido en dividir Europa, pues a río revuelto ellos siempre pescan. ¡Bye, bye, gentelmen!

Los franceses están en horas bajas. No asumen el liderazgo. Están acomplejados frente al poderío de Alemania. Y eso que cuentan con un crédito que otros no tienen: encarnan mejor que nadie los derechos del hombre y los valores de la ciudadanía democrática. Los ideales revolucionarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad. No encuentran la forma de hacerle frente a su --¿aún temido? —vecino. Los boches dicen aún muchos franceses. Despectivo término, pero las salvajadas cometidas todavía no se olvidan. ¿Podría aliarse Francia con los los países mediterráneos, y liderar un grupo de presión para acabar con la imposición de una política económica que nos lleva al desastre? En el fondo, Francia comparte con el Norte despectivo y xenófobo la creencia que los ciudadanos del sur son perezosos, displicentes y deshonestos. ¡Ah, los complejos de superioridad! Lo mismo ocurre entre españoles y portugueses; siempre ese poso de superioridad de los primeros hacia los segundos. Y qué decir del Norte de Italia, incapaz de respetar al sur, siempre con ese comentario despectivo respecto a napolitanos o sicilianos. ¿Por cierto, habéis viajado a través de Sicilia? Yo sí… Y puedo deciros que no les vendría mal a los italianos darse una vuelta por el sur de España para ver cómo ha funcionado aquí la solidaridad interregional, a pesar de nuestras quejas.

Uno de los pájaros más espabilados de nuestra decadente UE es el inefable Jean-Claude Juncker. Un sinvergüenza procedente de Luxemburgo que ha conseguido una proeza inigualable: la presidencia de la Comisión Europea, a pesar de haber creado un quebranto a las haciendas públicas de los países de la Unión de proporciones gigantescas. El truhan ha sido elegido a dedo, claro, pues en esta Europa que decide por nosotros nadie ha votado a este granuja que ocupa un cargo tan significado como la presidencia de la Comisión. Podríamos decir que el nombramiento del pájaro Juncker es la viva prueba de que se ríen de nosotros. El amigo Juncker es un especialista en estafarnos a todos. Cuando era ministro de finanzas en su país, un paraíso fiscal en la Eurozona, ofreció a importantes multinacionales que tributaran en su país, en lugar de hacerlo en los países donde operaban. Les ofrecía tributar los beneficios con un 1% de risa. El muy espabilado nos retiraba la alfombra de debajo de los pies. Así que los pactos fiscales de Juncker el pájaro han representado cuantiosas pérdidas para las haciendas de la mayoría de los países europeos. Pero el cinismo y la seguridad de nuestro amigo, amparado en su sinvergüencería por el cártel dominante --¡Heil!-- le permitía además exigir, sin piedad y con una desfachatez pasmosa, los ajustes fiscales a Grecia, Portugal, España e Italia, cuando los dineros que él nos había sisado para esta Andorra norteña, hubieran representado un gran alivio para tantos ciudadanos castigados por la crisis. Una ignominia más.

Mariano Rajoy el pelotillero, es el chico de los recados de Her Schäube. ¡A ver cómo lo volvemos a sentar en la poltrona!, se dicen en el centro de control y comando en Berlín. El pelotillero tiene la docilidad imbécil de los esclavos, pero como nos representa a todos y además lo hemos votado, nos convierte a todos en sumisos. Asistimos impasibles a un latrocinio: nos esquilman el fruto de años de trabajo y esfuerzo, enviándonos a la pobreza con el beneplácito de nuestros propios dirigentes. ¡Qué país! ¡Y luego hay quién se extraña de que España salte por los aires! ¿Dónde está nuestra dignidad? ¿Acaso vamos a conformarnos desfilando como corderos hacia el matadero? Muchos se quejan de la falta de patriotismo de tantos ciudadanos y señalan con envidia y nostalgia el furor patrio de otros. ¿Pero, acaso, puede sentirse alguien orgulloso de ver cómo nos arrastramos por el fango, mientras otros nos violan impunemente? ¿Qué ofrece esta raza de esclavos que nos dirige para que los jóvenes se sientan orgullosos y estén dispuestos a esforzarse por su país? Luego algunos se extrañan de que el país y la propia UE se vayan al carajo. Ay, ay… malos tiempos.


lunes, 4 de julio de 2016

Rosae Perséfone


Descorcho con mimo la botella. Es original, el cuello es más grueso de lo habitual, incluso cuesta encajar según qué tipo de sacacorchos en la ancha rebaba. Está lacrada con cera como se hacía antaño, protegiendo el tapón de corcho. Es cera de color rosa y, gran sorpresa, del mismo tono que el vino, exactamente el mismo. Uno no espera un color tan inusitado en un vino. Produce una cierta emoción, descubrir que el color de este vino – como podríamos denominarlo: ¿rosado, gris? — coincide con el lacre rosa, como si éste fuera una anticipación de lo que guarda la botella. Una botella que, al ser de vidrio opaco, esconde este secreto-sorpresa. El color es realmente soberbio, a la luz tamizada del sol que entra oblicua en la estancia esta tarde primaveral. El vino es etéreo, muy leve, cristalino en sus iridiscencias al servirlo en la copa… ¡y es rosa! En los primeros instantes, al escanciarlo, desprende una ligerísima fragancia a rosas. Sutilmente insinuada, nada de exageraciones. Y mucho menos, ese perfume vulgar y evidente a rosa… No, no… es una fragancia floral apenas intuida, para recordarnos que está aquí la primavera, pues este es un vino primaveral, por su frescura, que se adivina incluso antes de degustarlo. Así es, elegante y sutil en boca, fresco, con un punto justo de acidez. Es el perfecto equilibrio entre levedad y estructura; no se puede pedir mayor expresión a una sustancia tan etérea. Original y elegante. ¡Y, repito, es rosa! Rosa es el color del vino, el lacre de su botella y la fragancia que desprende apenas sugerida. ¡Emociona!
Como todos los vinos interesantes, poco a poco insinúa sus encantos escondidos, que confirman su velada complejidad, su finura. Al rato, uno parece adivinar nuevas fragancias que afloran a la superficie de la copa. Descubro, me parece, un recuerdo de frambuesas confitadas.
Lo he degustado con un potaje de calabaza y puerro; combina a las mil maravillas. Lo mismo con un guiso de habitas tiernas y guisantes de Llavaneres, apenadas pochados con cebollita, butifarra negra y un toque de menta. A media tarde, llévate a la boca un fresón y disfrútalo con una copa de este vino; ¡verás qué maravilla!
Yo concibo este vino como un perfecto equilibrio entre un vino profundo y complejo del Norte y otro fragante y fresco del Mediterráneo. Es un vino rosado, pero también un vino gris… aunque por su clase, puede considerarse también un tinto, aunque desvestido de todo el lastre y conservando únicamente el fino velo transparente de una diosa, como Diana, recién sorprendida su belleza en la fuente solitaria.


                                                         Barricas de vino Dido Rosa

Perséfone… Me gusta este nombre para este vino, en griego, pues alerta sobre sobre su elegancia, casi clásica, su alto linaje… ¡como si fuera una Venus recién nacida! Sí, es un vino de signo femenino. Yo diría que es Perséfone, la diosa que volvió del inframundo donde moran los muertos. Una diosa que marchó siendo la joven Koré, que recogía flores junto a otras ninfas, y fue raptada por Hades, que veneraba su belleza. Después de un largo periodo en el que nada crecía sobre la Tierra y los terrenos se volvieron grises y yermos, regresó al mundo de los vivos como la Primavera, como Perséfone, la ninfa que provoca el renacer de la vida haciendo que todo el esplendor de la naturaleza rebrote de nuevo. Así es este vino. Y también podría llamarse así, Perséfone, pues renace en nuestro ánimo como si iluminara nueva vida en nosotros.



domingo, 3 de julio de 2016

Socotra, la isla de los genios


El pasado jueves asistí a la proyección de la extraordinaria película “Socotra, la isla de los genios” en una sesión especial de la Filmoteca de Barcelona. La esperaba ansiosamente después de ver que ya se había estrenado en Madrid y otras ciudades. No defraudó mis esperanzas, al contrario; Jordi Esteva y su equipo han realizado un trabajo bellísimo y muy poético sobre uno de los últimos paraísos de la tierra. Los felicito con entusiasmo y os recomiendo aprovechar la próxima oportunidad para ver esta joya.



Inspirado en las fotografías de Jordi Esteva sobre Socotra, que ya venía siguiendo desde hacía tiempo en fb, escribí uno de los pasajes de mi novela, aún inédita, LA TRÍADA HELÉNICA Y EL ENIGMÁTICO ÍBICE DE ORO que os dejo a continuación. El pasaje es un cuento que explica la encantadora Birsífuni a Demetria durante su cautiverio en el Yemen:

El cuento de Birsífuni. Hace mucho tiempo, nació en Socotra, la isla de la felicidad de donde procede el preciado incienso, una joven muy bella que se llamaba Cretéis. Sus padres eran humildes pastores de cabras y, viendo las dificultades por la que tuvieron que pasar para sacarla adelante, con el fin de asegurarle una vida mejor, al cumplir los catorce años, decidieron enviarla a servir en el palacio del Sultán de Aswan en Saná. Cretéis se llevó consigo el valioso incienso, que su padre consiguió empeñando sus escasos ahorros, y que ofrecería al sultán a cambio de obtener su favor. Así que, un buen día, con lágrimas en los ojos y gran pena de sus padres, partió en el barco de unos mercaderes egipcios de Menfis. Después de un atropellado y largo viaje por mar, en el que tuvieron que soportar incontables peligros y un terrible temporal por el que a punto estuvieron de morir ahogados, desembarcaron en la encantada ciudad de Adén. Desde allí, la muchacha emprendió una dura marcha por el desierto con una caravanserai de doscientos camellos, que trasportaba la carga de los mercaderes egipcios para el sultán. Después de diez jornadas de marcha por las arenas inacabables y bajo un sol abrasador, la muchacha llegó a una ciudad que parecía salida de los sueños, con bellas casas y tan altas que tocaban las estrellas. Una vez en el palacio, fue aceptada al servicio del gran sultán, pero era tal la belleza de la muchacha, que el sultán quedó perdidamente enamorado. Al principio, ambos vivieron el fuego de la pasión. Pero muy pronto, Cretéis descubrió que su príncipe azul era en realidad un déspota cruel. El caprichoso sultán arrinconó a su abandonada amante en su bien surtido harén, como el que suelta un juguete roto del que ya está cansado. El tiempo pasó y Cretéis no era feliz, como no lo eran tampoco las bellas mujeres que ahí se encontraban, que se sentían prisioneras del cruel príncipe.
Una noche, Cretéis tiene un sueño. Se le aparece un genio y le augura que viajará a los lejanos países del Norte, más allá del gran río que surca el desierto, donde habitan los hombres de rubias cabelleras. Y tendrá un hijo.
Un buen día, acudieron a palacio los miembros de una embajada comercial de la lejana Tirrenia. Uno de ellos, un rico comerciante de Cumas, deslumbrado por la belleza de Cretéis, y viendo a la muchacha tan afligida, decide raptarla y llevarla con él de vuelta a Tirrenia. Así es como una madrugada, el sobornado eunuco del harén permite la salida de la hermosa Cretéis. Apenas han despuntado los rayos del sol, la joven ya se halla a salvo en la embarcación helena de la mano de su valeroso salvador. Durante el viaje de retorno, nace la pasión entre ellos. El griego de Cumas, que se llamaba Febo, es un hombre joven y apuesto, siempre radiante y alegre, que deslumbra a su amante con sus aventuras y su buen humor. Durante el viaje la nave recala finalmente en Bubastis, a la entrada del canal de los faraones en el país del gran río. Camino a Giza, por las abrasadoras arenas del desierto, Cretéis queda deslumbrada por las gigantescas pirámides que ahí levantaron los reyes de Egipto. Pero, reemprendido de nuevo su camino hacia el Mediterráneo, a la salida de las bocas del Nilo, cuando apenas llevaban media jornada navegando, corsarios fenicios los abordan. Se establece una enconada batalla para evitar el asalto, pero finalmente los piratas se hacen con el control de la nave mercante y la apresan con su carga y los pasajeros. Desgraciadamente, Febo muere en la reyerta. Cretéis llora desconsoladamente la pérdida de su amado. Presos en su propia nave, que ahora pilotan algunos de los piratas fenicios, se dirigen al puerto de Tiro, donde los corsarios pedirán un rescate por los ricos comerciantes. Al ser Cretéis una humilde muchacha, y no tener a quién reclamar una buena suma por ella, los corsarios la venderán a un traficante de esclavos.
En Tiro andaba, por aquellos días, un griego de Esmirna llamado Femio, que había acudido a la ciudad para conocer el alfabeto de los hombres rojos. Femio es un anciano sabio y bonachón, que ejerce de maestro y poeta en la próspera Esmirna y siente gran curiosidad por estudiar el nuevo alfabeto del que le han hablado. Un día, paseando por la bella ciudad amurallada, llega hasta el mercado. Aquel día el emporio está en plena actividad, pues se venden mercancías llegadas de todos los rincones del mundo. En todo esto, Femio descubre, en un lugar en el que se ha formado un ruidoso tumulto, a una hermosa muchacha que va a ser vendida como esclava. No era habitual la venta de esclavos en Tiro, pues los fenicios no son muy acordes con esta lacra. Menos lo es, aún, Femio; como hombre sabio y virtuoso, detesta esta práctica que no considera digna de los seres humanos. Indignado con la escena que presencia, al ver a una joven mujer atemorizada ante la posibilidad de ser vendida a cualquiera de los libidinosos desaprensivos que babean a su alrededor, decide pujar por ella. A Costa de todos sus ahorros, consigue adquirirla y, tranquilizándola, la lleva a su casa.
El afable Femio resultó ser un hombre bondadoso. Cuidó de Cretéis como si de su propia hija se tratara. Una noche llegó a casa y se encontró a Cretéis llorando desconsoladamente. No tardó mucho la muchacha de Socotra en descubrirle que estaba embarazada. Sin duda, era el fruto de su dulce amante Febo, acuchillado por la perfidia de un corsario. Viendo la profunda tristeza de la muchacha, Femio la consoló afirmando que su embarazo era una buena noticia. Debía sentirse feliz por el fruto de su amor, aunque el amado Febo ya no estuviera junto a ella. Él cuidaría de su hijo como un padre. Cretéis se tranquilizó, pues Femio era un hombre virtuoso que sabría cuidar de ambos y protegerlos. Además, un sabio maestro que velaría por darle la mejor educación a su hijo.
Al poco, nuestros personajes partieron de la bien amurallada Tiro, apoyados uno en el otro. Esta vez zarparon con una nave de pequeño cabotaje que transportaba púrpura para una compañía de Esmirna. El periplo fue placido y sin incidencias.
Se celebraban por entonces las fiestas de Efeso, que solemnizaban la entrada de la primavera, y una numerosa multitud se había reunido en los verdes prados ribereños del río Meles, que ya empezaban a llenarse de flores. Sintiéndo cercano el parto, la bella Cretéis se estiró en la mullida hierba, junto a la orilla y se sumergió en un profundo sueño. Se le apareció entonces Mnemosyne y le dijo:
Bella Cretéis, que en tu anterior vida fuiste la alegre Koré. Te raptó el torticero Hades, en la flor de tu vida, mientras compartías la alegre juventud con tus amigas inseparables. Viviste entonces en una región desolada, morada helada, reino de sombras y mundo del olvido. Los dioses han querido que encarnes ahora a la bella Cretéis, nacida en la isla donde el tiempo no fluye, hija del pastor Melanopo que cuidó de ti como el mejor de los padres. Concebirás hoy aquí a tu hijo, que será un gran sabio, príncipe de los aedos, y aunque será ciego, los dioses lo dotarán con la visión superior del intelecto y no con los engañosos sentidos. Este hijo, que los hombres y los dioses conocerán con el nombre de “el que lleva lazarillo”, escribirá la historia de la estirpe humana, y en ella estarán contadas para siempre jamás, todas las cosas que han sido y serán. Luego él renacerá en el rango de los dioses inmortales, compartiendo la morada de otros inmortales, libres de inquietudes humanas, escapando al destino y a la destrucción[1].
Y así es como la bella Cretéis parió aquel mismo día a un niño sano, que los numerosos asistentes a las alegres fiestas primaverales, inspirados por Baco, llamaron con ocurrente afecto Melesígenes, pues había nacido a la vera de este río. Femio y Cretéis celebraron el acontecimiento con contenida emoción y felicidad.

 Fotos: Jordi Esteva



[1] Jean-Pierre Vernant. Mito y pensamiento en la grecia antigua. Ariel 1973. Aspectos míticos de la memoria y del tiempo.