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lunes, 1 de octubre de 2018

El día que España perdió Catalunya



¡Una buena somanta de hostias! ¡Así aprenderán estos catalanes!
Esta es la receta que aplicó un Estado (podrido por dentro) incapaz de encontrar mejor solución para resolver un conflicto larvado que, él mismo, había contribuido a crear.
Miles de policías y guardias civiles pegando con una rabia y un odio que van más allá del cumplimiento de sus funciones: ¿puede concebirse una acción más cobarde? Miles de uniformados, chulescos, en una orgía premeditada y con el beneplácito del Estado para zurrar una paliza brutal a ciudadanos indefensos, muchos de ellos ancianos, que lo único que hacían era depositar su voto (ilegal) en una urna. Remacho lo de “ilegal” para desarmar a aquellos cobardes que piensan que, por el hecho de cometer un acto ilegal, sus conciudadanos merecían ser apalizados. ¡Más cobardes todavía!, agazapados en un silencio cómplice…
Sí, ese día, yo perdí la inocencia y dije basta. Mejor dicho, fue el 20 de septiembre, con los registros en Economía y otras sedes del Govern; ¡qué burda humillación!, aquí estamos, para chulearos, pensaban soberbios, intolerantes y brutales… Ese día, mi corazón se ennegreció al constatar que sí, que realmente nos odian, que nos sujetan por la fuerza, que todo no ha sido más que un engaño. ¿La Autonomía de Catalunya?, un tinglado que se desmonta entre el Gobierno y el Senado en una tarde… ¡qué engañifa!
Sí, yo soy uno de los desafectos, uno de los millones de desengañados que sueñan con algo mejor, uno de los que cree que nada volverá a ser igual, que el Estado de todos se perdió a causa de una casta de intolerantes, de egoístas, de abanderados de la injusticia, que utilizan el bien común en beneficio propio. Pero no todo es culpa de los políticos, ni de los jueces… muchos ciudadanos, resentidos, carcomidos por un revanchismo mezquino e inexplicable, apoyan con su silencio cómplice el escarnio de una minoría nacional. ¡Qué vergüenza, qué ignominia!... y que tristeza.
En el futuro, muchos ciudadanos de Catalunya, de España, de Europa, descubrirán la ignominia que aquí se perpetró. Muchos de ellos han sido anestesiados con un falso relato, posverdadero. Pero algún día sabrán la verdad, como la sabemos nosotros, que la hemos sufrido en nuestra propia carne, que la hemos visto viviendo la historia como protagonistas. Y como lo saben nuestros hijos, que lo explicarán a los suyos. Y nunca olvidarán.
Por eso también creo que hoy se celebra el primer año de un camino histórico que abocará en un mundo mejor, claro que sí, soy optimista. El mundo lo mueven los soñadores, los que son capaces de imaginar un mundo mejor. Seguramente será una tarea para nuestros hijos, y difícil, a lo mejor nosotros, los que hicimos posible el (supuesto) final del franquismo y levantamos con ilusión una democracia que se tornó Régimen del 78, no lo veremos, pero Catalunya será al fin una república, y España también.


Foto: pintura de mi amigo Jordi Pagès que publica hoy en su Facebook. Espero que le parezca bien la utilización citada que hago aquí de su obra.

martes, 15 de mayo de 2018

¿Qué será de Cataluña?



El conflicto

No es fácil adivinar cómo será Cataluña dentro de unos años. Hay una cosa cierta: después de los hechos de septiembre y octubre de 2017, España ya no volverá a ser lo que fue. Después de la durísima represión del uno de octubre y de las humillaciones deliberadas del Estado hacia Cataluña los meses previos y los posteriores, se produjo una ruptura emocional que acabó para siempre con la posibilidad de que un número importante de catalanes (hoy, la mitad de los ciudadanos de Cataluña) vuelvan a sentirse españoles. Y hemos de presumir que otra parte significativa, los que quieren seguir formando parte de España —pero que se sienten también catalanes—, no vieran con buenos ojos como se apaleaba a sus conciudadanos partidarios de la independencia. Hay muchos catalanes que, sin ser independentistas, demandan también otro trato para Cataluña. Así, con distintos grados, pues Cataluña es muy diversa, son muchos los ciudadanos que están convencidos que la relación Cataluña-España debe cambiar.
El Estado español ha apostado por la fuerza, por la imposición. Y ha reconocido que está dispuesto a pagar el alto precio que representa sujetar a Cataluña, aunque ello represente degradar la democracia. Los catalanes, lejos de amilanarse, se han puesto en pie. Ahora ya no se trata sólo de impulsar la independencia, sino de defender la democracia. Los derechos civiles y las libertades están amenazadas, como se ha podido comprobar en las amenazas y las detenciones arbitrarias que en algunos casos han acabado en penas de prisión. De ahora en adelante, después de esta brutal acometida, el Estado español tendrá en contra a una de sus “regiones” más ricas, más prósperas, más dinámicas (sino la más). ¿Cómo se puede construir un país con más dos millones de ciudadanos, entre los más preparados y motivados, yendo a la contra y soñando con formalizar una República? ¿Alguien se imagina a un empresario encauzando su proyecto con una parte importante de la plantilla en contra, por ejemplo? ¿Adónde va así? Todos sabemos que a ningún sitio.
El Estado español, con su política autoritaria del ordeno y mando, ha apostado por la imposición en lugar del diálogo, renunciando a la negociación, a seducir a los ciudadanos de Cataluña convenciéndoles con un proyecto para seguir en España, buscando la manera de satisfacer sus legítimas reivindicaciones por la vía de la mano tendida, de las concesiones, sin renunciar a la astucia que se le supone a un estadista de altura para contentar a todas las partes, sin lesionar los intereses de nadie. Eso era perfectamente posible. Pero la mediocridad de nuestros políticos, su incapacidad para hacer política inteligente, los ha enrocado en una actitud cerril, inmovilista, que ha acabado dejando la política en manos de los jueces. ¿Qué proyecto se le ha propuesto a Cataluña desde el Estado central para seducirla? Ninguno.

Democracia, esta es la cuestión

Pero a las gentes que hoy colonizan el aparato del Estado esto no les importa: “Los someteremos a la fuerza”, piensan. Se equivocan. La democracia se acabará imponiendo. Porque el meollo del asunto de lo que está ocurriendo no es tanto el separatismo, ni el nacionalismo catalán, sino la incapacidad de respetar las ideas ajenas. El problema de fondo tiene que ver con la democracia; con una concepción de la vida, de los valores y de las actitudes que las élites que hoy están en el poder en España —y que por cierto siempre han estado, por eso se les llama franquistas—, no comparten. Se abre una brecha cada vez más grande entre las élites conservadoras en el poder y los ciudadanos. El juicio de “la manada” ilustra bien la distancia entre los valores del stablishment y una parte significativa de la opinión pública. Nos encontramos ante una revuelta masiva de las mujeres —pero, ojo, también de muchos hombres— que están perplejos ante la ideología machista de legisladores y jueces, de un código penal obsoleto. Los jueces, a su vez, se muestran desconcertados por esta oleada de indignación, delatando así su incapacidad para conectar con los valores de la sociedad actual. Lo mismo ocurre con los presos políticos; muchos ciudadanos son abiertamente contrarios a la independencia de Cataluña, pero eso no quiere decir que compartan la arbitrariedad de los jueces que mantienen en prisión a ciudadanos pacíficos imputándoles delitos que no han cometido, y sometiéndoles a una larga e injusta pena de prisión, sin condena previa y sin respetar la preceptiva presunción de inocencia. Hoy, el mundo democrático es un clamor contra esta injusticia. Los propios jueces europeos no se han atrevido a respaldar a sus colegas españoles, con lo que el descrédito de nuestras instituciones crece cada día. Y son muchos los que empiezan a señalar a España como un país que se desliza cuesta abajo en los principios democráticos, en una progresiva y creciente vulneración de los derechos civiles. Véase un reciente artículo del prestigioso NYT, nada menos, sobre esta cuestión.

Insisto; España no podrá imponer por la fuerza la permanencia de Cataluña dentro del Estado español, obligándola a acatar un sistema legal que considera injusto y que repudia una mayoría de los catalanes. El camino que se impondrá será el democrático, es decir: aquel que busque la convivencia entre las distintas naciones de España a través de la seducción, del trato entre iguales, del respeto mutuo, de la restauración de la fraternidad. Esto implica, previamente, el reconocimiento de la realidad plurinacional del Estado. Ahora estamos muy lejos de eso, pero se acabará aceptando. En mi opinión, la sociedad española está preparada para asumir este hecho. Pero, una vez más, el Estado —el viejo Estado autoritario e intransigente— se niega a aceptarlo. Este es el camino que se ha cerrado precisamente ahora, como consecuencia de las formas antidemocráticas de las derechas españolas hoy en el poder. Una derecha que ha dejado de tener el contrapeso opositor del Partido Socialista, que ha abandonado su tradicional concepción federal y plurinacional de España, y que se ha aliado con ella en este embate ultranacionalista. Hay razones que explican esta actitud: el PSOE busca un rédito electoral apoyando al nacionalismo español y, sobre todo, se protege de su connivencia con el PP en asuntos de corrupción durante lo que se ha dado en llamar el Régimen del 78, haciendo piña con la derecha para neutralizar la acción de la justicia y el previsible castigo de la opinión pública.

Imponer en lugar de seducir

Esta es la clave para entender porqué el Estado español ha implosionado. Esto ha sido fatal. Pues este desequilibrio está en la base del resurgimiento de un nacionalismo español furibundo, que ve en los legítimos anhelos de muchos catalanes una odiosa maniobra contra la unidad de la patria y los sagrados principios de la nación española. Así pues, con tal de eliminar el riesgo de una secesión en Cataluña, los partidos que han conformado el bipartidismo durante los años de la democracia, tradicionalmente mayoritarios, han atizado a la bestia negra del nacionalismo españolista radical—de claros orígenes fascistas (franquistas), de infausta memoria en nuestro país— contra Cataluña, con una brutalidad que causa verdadero estupor, y que está en la base de una desafección traumática que durará generaciones. Pagarán caro este desaguisado, pues cuando las aguas vuelvan a su cauce, no sólo los catalanes, sino muchos españoles se avergonzarán de lo que aquí ha pasado. Y sentará las bases para justificar moralmente el derecho a decidir de los catalanes, una vez se imponga la previsible reconciliación. Y cabe suponer que este derecho a decidir se decantará hacia la elección de un Estado independiente, pues después de lo que ha pasado muchos catalanes tienen ahora la certeza de que España no los quiere, que existe un movimiento de odio contra Cataluña y que, dado el caso, las fuerzas armadas son perfectamente capaces de volverse contra los propios catalanes, pues lo han tratado como a un pueblo extranjero, en los hechos infaustos del uno de octubre. Este, estoy seguro, es uno de los hechos más dolorosos de todo lo que ha pasado. Así, se ha producido una terrible paradoja; frente a la propaganda del Estado que acusa a los “separatistas” de desafectos, el propio Estado español es el que, con su brutal intervención en Cataluña, ha demostrado que no nos quiere y nos trata como una tierra invadida, convirtiendo en ciertos los argumentos que ellos mismos atribuyen a los independentistas. El Gobierno no debió lanzar nunca a la Policía Nacional y a la Guardia Civil contra gente pacífica. A parte de una ignominia miserable es, también, un tremendo error. Con esta estrategia deplorable, terrible, el gobierno del PP ha enemistado al pueblo catalán con las fuerzas armadas, que ahora sienten hacia ellas una desafección parecida a la que siente una víctima hacia su violador. Esto es tremendo, pues todo el prestigio que estos cuerpos se habían ganado durante treinta años de democracia, se ha perdido de golpe en las infaustas jornadas de represión del uno de octubre. Las fuerzas de seguridad creen ahora que su enemigo son los independentistas catalanes, pero la realidad es que su peor enemigo ha sido el propio Estado, a través de un Gobierno irresponsable: ¡En dónde se ha visto que un país civilizado lance sus fuerzas armadas contra su propio pueblo! Estoy seguro que el Gobierno Rajoy, tarde o temprano, pagará muy cara su irresponsabilidad criminal. Igualmente miserable es humillación de los Mossos por parte del Estado, en el que subyace la mezquina estrategia de socavar el prestigio de un excelente y eficiente cuerpo policial, por el hecho de serlo, en una zafia maniobra para evitar que le haga sombra a los “cuerpos nacionales”.

La confrontación

Hay una confrontación. Es evidente que existen dos posiciones irreconciliables, una polarización entre independentistas y españolistas. Es una situación reduccionista, pues borra los contornos de una sociedad llena de matices, desdibuja el colorido de una Cataluña muy rica en su diversidad: las posiciones moderadas, las sutilezas, los matices se desdibujan a favor de la confrontación entre dos bandos que parece que vivan en mundos distintos, hasta tal punto ven las cosas de manera diferente. Y la tensión entre ambos bandos crece, el fantasma del odio aparece entre las brumas de la incomprensión. Este es el drama.
Las posiciones intermedias tienen a hora la sordina puesta. Los sentimientos, las reacciones emocionales, se imponen sobre la frialdad de la razón, una razón necesaria para acometer el pacto que ineludiblemente deberá llegar. Atiza esta situación una mayoría parlamentaria española que se caracteriza por la intransigencia. Hay fundadas sospechas de que el Partido Popular, a través de sus ideólogos, de sus think tanks, de sus foros, vienen impulsando desde hace años una recentralización y españolización, en una clara “declaración de guerra” a las comunidades históricas. La emergencia de Ciudadanos, un partido que ha nacido para españolizar a Cataluña, populista, con un sesgo que nos recuerda el Lerrouxismo del siglo pasado y también el “buenismo impostor” del falangismo de los años treinta. Este ha sido el reactivo para la aparición del soberanismo en Cataluña. La decantación del Partido Socialista hacia las posiciones ultranacionalistas del Estado ha roto el equilibrio y decantado la situación hacia la grave confrontación en la que nos encontramos.
Es previsible que la derecha conservadora siga gobernando en España. Y todo indica que la derecha populista que representa Ciudadanos gane las próximas elecciones. El reactivo ultra españolista está en marcha. Tenemos confrontación para rato. España degradará progresivamente su democracia, reprimiendo las aspiraciones de Cataluña. Y Cataluña persistirá en su lucha por la emancipación. Es previsible que entre más gente en la cárcel, que se agudice el conflicto. Tarde o temprano, en un país ingobernable, con su principal economía en pie de guerra, se impondrá la negociación. En mi opinión, la solución pasará por satisfacer los anhelos de los catalanes sin perjudicar a los españoles; lo que implica disimular la independencia de Cataluña, que se producirá de facto, como una nueva relación de interdependencia entre Cataluña, España y Europa.

La cuestión económica

Hay otras cuestiones de fondo más allá de las emocionales para explicar cómo se ha llegado hasta aquí: la rivalidad en el terreno económico. El poder central siempre ha visto con recelo la voluntad de poder catalana, su extraordinario empuje industrial, su capacidad de trabajo e iniciativa privada. Cataluña intenta emerger como un poder económico con libertad y autonomía frente a Madrid. Por el contrario, las élites funcionariales de la “corte” tienen desde siempre una vocación extractiva, y ven en Cataluña, como en otras regiones de España, las locomotoras de un desarrollo y las generadoras de una riqueza que ellos desean administrar y distribuir. Siempre fue así. En consecuencia, lo que está ocurriendo en Cataluña puede verse como un conflicto en el seno de esta lucha económica. Por una parte, una élite extractiva —la de siempre— que defiende un modelo radial de España y que ahora fuerza una recentralización; y por otra, una España liberal, descentralizada, de polos de desarrollo periféricos —eje mediterráneo: Cataluña-Valencia-Baleares; y eje del norte: Euskadi-Navarra-La Rioja, por ejemplo—, que desea obtener una mayor emancipación. Esta cuestión económica, de la que se habla poco fuera del manido déficit fiscal, no es una cuestión menor en lo que está sucediendo. Y es determinante para entrever lo que será Cataluña en el futuro. Se argumenta que la secesión de Cataluña sería un desastre, pues saldría de la Unión Europea. Nada más lejos de la realidad, pura propaganda. Cataluña tiene una fortísima vocación europea y no la abandonará por su independencia. La prueba más firme de lo que digo es que, en el fondo, a lo largo de esta crisis quién más ha confiado en la UE ha sido Cataluña, que ha fiado la resolución de su conflicto a Europa, en una campaña de internacionalización del conflicto con procesos en sus tribunales internacionales, exiliados, etc. Para Cataluña todo este proceso es impensable sin el anclaje en Europa. Y España, aunque europeísta y disciplinada en el seno de UE, recela de Europa, pues en el fondo nunca se fio de las ideas liberales que inspira y que ahora percibe como una amenaza contra su arbitraria intervención de Cataluña.

¿Cataluña independiente?

Y todo esto nos permite abordar una cuestión que genera un enorme malentendido: ¿qué se quiere decir cuando se habla de una Cataluña independiente? ¿entiende todo el mundo lo mismo? Los nacionalistas españoles responden furibundos que la unidad de la patria es indisoluble, y amenazan con los sables. Imaginan una patria amputada, con un muro divisorio en la frontera catalana. Pero pocos de estos furibundos ultranacionalistas saben que el Estado español ya hace tiempo que ha iniciado una operación de cesión de soberanía a la UE. Como debe ser. Esta cesión de soberanía implica que España ya no decide sola en temas esenciales, como la política monetaria, etc. Ese es el camino. Estamos en un proceso de creación de un Estado supranacional. Y dentro de este gran Estado europeo la España radial, por ejemplo, no cabe. Las interconexiones económicas y de otra índole se realizarán de otra manera, con otras prioridades y seguramente con mayor eficiencia. Lo mismo ocurrirá para las interconexiones culturales, para los reposicionamientos de identidades; en este contexto cabe interpretar “la independencia” de Cataluña. Este es el reto. Cataluña quiere reubicarse dentro del nuevo contexto europeo de una forma diferente a cómo lo ha estado hasta ahora dentro del viejo Estado español: consiguiendo el respeto a su identidad y encontrando nuevos ámbitos en los que desarrollar plenamente sus inquietudes económicas, políticas, sociales y culturales. Hay un tremendo potencial en la sociedad catalana. Y es bien cierto que ahora no se puede desarrollar plenamente. También es bien cierto que existe una amplia base social cohesionada para ver cumplida esta ilusión. Y nadie podrá frenarla. Antes o después eclosionará y se realizará con plenitud.

Solidaridad catalana

Lo que Cataluña pretende es gestionar su presupuesto. Uno de los temas más mezquinos que se han esgrimido es el de la supuesta falta de solidaridad de Cataluña, de su egoísmo hacia el resto de España. No es cierto; es pura propaganda. Cataluña es solidaria y quiere seguir siéndolo. Este es un falso debate que busca desprestigiar una reclamación legítima: el de un mayor equilibrio fiscal. Es más, sostengo que una futura Cataluña independiente será igualmente solidaria con España, en el marco de la UE.

Monarquía o república

Otra cuestión de gran importancia que ha eclosionado con fuerza durante este conflicto es el de la forma del Estado. El rey Felipe VI cometió un grave error en su discurso del 3 de octubre perdiendo su tradicional imparcialidad y posicionándose contra los catalanes, y avalando la brutal agresión contra la población indefensa y pacífica. Esto le costará la monarquía, no sólo la corona. Tiempo al tiempo. Los catalanes hirvieron de indignación ese 5 de octubre; en Barcelona, el ruido ensordecedor de la cacerolada de ese día seguirá resonando en los anales de la historia. Con ese discurso, el borbón perdió la credibilidad y el apoyo que pudiera tener entre los catalanes. Los borbones no tienen precisamente un historial prestigioso. Si con la restauración de la democracia y la acción de Juan Carlos I defendiéndola frente al golpe de estado del 23 F, parecía que la monarquía se consolidaba en España, con las noticias que se han ido conociendo en los últimos años el prestigio de la monarquía se ha venido abajo. Los ciudadanos van conociendo poco a poco, pues el Estado y la prensa lo han escondido a la ciudadanía, que el rey Juan Carlos amasó una enorme fortuna a base de cobrar comisiones en las compras del Estado, por ejemplo, de petróleo a las monarquías del Golfo. Así, el corrupto enriquecimiento del rey y otros miembros de la familia real, han acabado definitivamente con el crédito que tenían. Sólo faltaba lo de Cataluña, donde impera desde siempre una tradición republicana, para echar por la borda la última esperanza de salvar la monarquía borbónica. Estoy convencido que el futuro de Cataluña, pero también el de España, pasa por la abolición de esta institución obsoleta, que no ha sido votada por el pueblo, y veremos la instauración definitiva de la república, la forma de Estado democrática por excelencia.

La cuestión de la lengua

¡ay, aquí está una de las cuestiones esenciales de todo este embrollo! La lengua es el signo más objetivo de la existencia de una nación. El catalán, esa bestia a batir por los ultranacionalistas… ¿Por qué el catalán genera tanto odio a sus detractores? Seguramente por que la identifican con la resistencia irredenta de los catalanes a españolizarse. Sí, es triste, pero a una parte nada desdeñable de los españoles le cuesta aceptar que los catalanes tienen una identidad catalana y una lengua propia. Lo ven como una disfunción, como el empeño impertinente de no aceptar la “verdad” de que son españoles. Esa persistencia en mantener una lengua que consideran residual es un insulto a la razón, consideran; no puede haber otro motivo que la provocación, la persistencia de una rebeldía para joder la marrana. “El español es una lengua hablada en todo el mundo”, dicen; “¿A qué viene enseñar el catalán en la escuela en preeminencia sobre el español? Está bien hablar el catalán en casa, en la calle… ¡pero en la escuela! ¡es un anacronismo!” esgrimen. “¡Pero es nuestra lengua, ¿no lo entendéis?!” se desgañitan los otros. Los ataques al sistema de inmersión lingüística en Cataluña están en el epicentro de la gravísima crisis actual. Para los que vivís fuera de Cataluña, debéis saber que este sistema funciona perfectamente, contra lo que dice la propaganda ultra. La comunidad catalana ha funcionado con este sistema durante décadas con una armonía total, sin el menor problema. Nuestros hijos son bilingües, hablan el catalán y el castellano sin más. Cataluña es una tierra de acogida, los numerosos inmigrantes de las más diversas procedencias que han llegado, se han adaptado sin el menor problema. Pero hay poderosos intereses obsesionados con tirar todo esto por la borda. Se ha hecho un daño inmenso. Se han intentado verdaderas barbaridades para desmantelar el sistema, recurriendo al juego sucio, a las trampas, a las mentiras, y ahora a las falsas denuncias. Pero a pesar de todo ello, Cataluña seguirá siendo bilingüe, su lengua continuará protegida y el catalán continuará siendo la lengua vehicular en la escuela. Hay una imagen falsa en España respecto al uso del castellano en Cataluña: se dice que está en retroceso. Se habla del poco respeto por el castellano en Cataluña y del acoso al que se somete a los que lo hablan. Es rotundamente falso. Las declaraciones recientes del ministro Rafael Catalá, por ejemplo, son infames; rotundamente falsas, y él lo sabe. En una situación hipersensible, echa gasolina al fuego. Por eso es un miserable. Los españoles del resto del Estado deben saber que en Cataluña se habla sobre todo el castellano, que predomina sobre el catalán. El catalán, a pesar de lo mucho que ha progresado, sigue siendo la lengua frágil. Todos los que vivimos aquí lo sabemos perfectamente. También es rotundamente falso el que los catalanes nos neguemos a hablar en castellano con aquellos que nos interpelan en esta lengua. No es así. Nunca ha habido conflicto en este asunto y los que afirman que no es así, mienten, manipulan zafiamente la situación, dando a entender que este asunto rompe la convivencia en nuestra tierra. Cataluña es una tierra de acogida. Siempre lo ha sido. Los que dicen lo contrario, hablan desde un resentimiento difícil de entender.

El procés

La mayoría parlamentaria independentista del Parlament y el President que salga investido y su Govern deberán encontrar una nueva estrategia para avanzar en los anhelos del pueblo de Cataluña. El proceso que hoy está en marcha no es el fruto del capricho de cuatro políticos radicales que manipulan la situación, sino el efecto de una activa mayoría social muy transversal, que empuja a sus lideres hacia la emancipación nacional. Cualquier ciudadano que viva en Cataluña puede constatar este hecho fácilmente. Ahora bien, el proceso aún no es lo suficientemente potente como para iniciar un proceso unilateral de independencia. No tiene todavía suficiente masa social. Es aún una mayoría dudosa. Ahí radica uno de los problemas fundamentales del procés, que le ha restado legitimidad y que ha supuesto el gran error aún no reconocido por los independentistas y que ha abocado a la proclamación ficticia de la República y la consiguiente frustración de mucha gente. Yo creo que tarde o temprano los líderes catalanes harán autocrítica y reconocerán los errores, fruto de la precipitación, de una excesiva impaciencia y, digámoslo claramente, de una mezcla de rabia, de impotencia, ante la intransigencia del Estado a dialogar y de incontenible ilusión empujada por la coercitiva presión de una ciudadanía cegada por llegar cuanto antes al objetivo. En consecuencia, los independentistas deberán trabajar para ampliar la base social del independentismo, dotándose de una mayor legitimidad para emprender el gran paso. Y eso sólo se conseguirá si convence a muchos ciudadanos, hoy escépticos, de las virtudes de una Cataluña emancipada, explicando bien los pros y los contras de esta aventura, sin engaños, explicando a los ciudadanos qué arriesgan y qué ganarán con todo esto. Otra forma de ampliar esta base es la de convencer a ciudadanos suspicaces que el castellano continuará siendo, como hasta ahora, una lengua oficial de Cataluña, respetada, querida y protegida como propia de los catalanes. Esto es fundamental. Sostengo que sin convencer a todos los catalanes que ambas lenguas serán protegidas y estimadas como propias, será imposible conseguir la tan anhelada mayoría social independentista por encima del 50%.

Artículo 155

Uno de los hechos que más han humillado a Cataluña ha sido la aplicación del polémico artículo 155 de La Constitución. Todos los españoles, no solamente los catalanes, hemos podido comprobar, con estupor, como se desmantela una autonomía en 24 horas. De la noche a la mañana, los ciudadanos de este país, constatamos estupefactos que el estado autonómico es un paripé que devuelve al Estado central todos los poderes, si las cosas no van como a él le gustan. En un abrir y cerrar de ojos, el engaño por fin se ha desvelado en toda su crudeza. Con la aplicación del 155 hemos verificado las debilidades de una Constitución que ahora comprobamos que no instauró un Estado autonómico sólido, sino un simulacro con un mecanismo para recuperar ipso facto el poder en caso de alarma. Una Constitución que se redactó en la frágil situación de una democracia que nacía bajo la amenazante mirada del poder franquista. Y así, ese fatídico día 27 de octubre en que el Gobierno Rajoy intervino la Generalitat, los catalanes pudimos asistir al triste espectáculo de ver como un gobierno, que tiene una representación residual en el parlamento de Cataluña, desmantelaba con furor vengativo años de labor de las instituciones elegidas por el pueblo de Cataluña. ¡Que tremenda desilusión! ¡Cómo volver a convencer a los catalanes de las bondades de retornar al autonomismo!
¿Cómo piensan que se sienten los catalanes al ver que sus instituciones son pisoteadas, desmantelados algunos de sus departamentos, despedidos fulminantemente algunos empleados y sometidos los funcionarios a la humillación de acatar por la fuerza una obediencia que no comparten? ¿Alguien se ha parado a pensar en el rencor que genera todo esto? El Partido Socialista de Cataluña habla de reconciliación, de cerrar las heridas… ¡qué cinismo! ¿Esta es la manera de cerrar las heridas, entrando a saco en las instituciones catalanas en lo que se puede considerar una ocupación en toda regla, mientras se mantiene a los adversarios políticos en la cárcel, en condiciones indignas y humillantes, lejos de sus familias?
Reitero estos argumentos, no tanto para hurgar en la herida, sino para demostrar que nos hemos adentrado en un camino sin retorno, que el empeño de los unionistas de continuar con el autonomismo ya no es una opción realista.

Los catalanes unionistas

Por otra parte, los derechos de estos ciudadanos deben ser respetados: no se les puede imponer antidemocráticamente la República. Deberá revertirse la confrontación y buscar un nuevo escenario en el que se dé una lucha pacífica y leal, en el que cada bando aporte argumentos para convencer a los ciudadanos de sus proyectos respectivos. No vale encarcelar al adversario, minándolo con el abuso del poder que se detenta. Y, al final, aceptar un referéndum. Y acatar el resultado. No es aceptable esgrimir el acatamiento de la ley, de la Constitución, cuando en 2010 el Tribunal Constitucional rompió el pacto constitucional de 1978 laminando el Estatut aprobado por el pueblo de Cataluña. Pero tampoco es aceptable conducir atados por el morro a los unionistas hacia la República. Es una imposición inaceptable. Los españolistas tienen razón cuando esgrimen que una mayoría de escaños no implica una mayoría social y que, en esas condiciones, fue antidemocrático aprobar la llamada ley de desconexión antes incluso de conocer los resultados del referéndum del uno de octubre. 
  
Diálogo y mediación

Hoy he leído en la prensa que Rajoy quiere negociar con Cataluña tan pronto como haya Govern. ¿Es creíble este mensaje? Yo creo que no, si tenemos en cuenta el camino recorrido. Son muchos los que pensarán que vuelve a ser una invitación vacua, tramposa, que sigue la estrategia del cinismo que caracteriza al presidente del Gobierno más nefasto, me atrevo a decir más peligroso, que ha tenido España desde el final de la dictadura franquista. Por la misma razón, no parece probable, en el actual estado de crispación de las partes, que el President investido esté dispuesto a establecer un diálogo sin condiciones con el Estado que vaya más allá de un dialogo de sordos. La mediación internacional se impone. La UE debe ayudar, tiene el deber moral de implicarse, mostrando que poco a poco se gana la autoridad necesaria para convertirse en el Estado supranacional en el que confiemos todos los europeos. Por decirlo de otra manera, con el conflicto catalán, la Unión Europea tiene la oportunidad de demostrarle a los ciudadanos europeos que está madura para liderar el continente, implicándose en la resolución de los conflictos planteados y ganándose el prestigio y la confianza para custodiar la soberanía de todos. Sólo así ira consolidando el nuevo supraestado de todos los europeos. Intentando vislumbrar ese futuro, yo auguro que esa mediación se producirá, pues España será impotente para imponerse por la fuerza en Cataluña; a su vez, Cataluña, no podrá hacer efectiva una República con la sola fuerza de su gente. Necesita complicidades, necesita adhesiones. Y parece lógico pensar que esos cómplices externos de unos y de otros, intermediaran por conseguir un acuerdo que satisfaga a ambas partes. Nadie ganará, pero tampoco nadie perderá. Ni nadie estará enteramente satisfecho. Pero en ese proceso, España habrá madurado en su respeto hacia Cataluña; y las instituciones catalanas deberán buscar la manera de encajar sus planes de autodeterminación en el gran puzle europeo. 
  
Conclusión

El conflicto entre Cataluña y España entrará en una fase larga de confrontación, pues todo apunta a que la situación no estará madura, a corto plazo, para avanzar hacia la distensión. La distensión vendrá cuando se restablezca el respeto mutuo entre las partes. Es previsible pensar que PP y Ciudadanos estarán en el poder en los próximos años. Mientras sea así, habrá confrontación. A mi entender, sólo la llegada de gobiernos liberales, de mayorías progresistas en las Cortes, propiciarán una negociación que será mediada por un organismo internacional, previsiblemente la UE. No veo una solución al conflicto antes de diez años por lo menos. No se producirá una ruptura unilateral, no habrán más DUI; será un acuerdo consensuado entre las partes. Habrá un referéndum; ambas partes tendrán que luchar arduamente para ganarlo, y sigo pensando que los unionistas tienen enormes posibilidades de ganarlo. El juego limpio, la buena lid democrática, les favorecerá; dentro de Cataluña, en Europa y el mundo. Mantengo que la cuestión de la(s) lengua(s) es esencial. Si Cataluña quiere ganar su independencia, deberá asumir que el castellano es una lengua de Cataluña. Si no, no arrastrará a la masa social que necesita para el sí. El artículo 155 no se debería volver a aplicar. Lo cual no quiere decir que no vuelva a serlo. Si así ocurriera, perjudicará gravemente los intereses de una España unida y favorecerá a la fábrica de independentistas. Lo mismo puede decirse de la aplicación de la violencia del Estado sobre una revuelta que es pacífica y democrática; es una mala táctica, que favorecerá los intereses de una República Catalana, legitimándola moralmente.  El procés no afectará a la prosperidad económica de Cataluña, como no ha afectado hasta ahora, por mucho que la propaganda estatal intente hacer creer lo contrario. Los jueces no pueden decidir por encima de la voluntad popular, que es la que detenta la soberanía. Esta es una grave disfunción, y es una de las razones principales del conflicto. En unos años veremos a jueces como Llarena o Lamela severamente reprendidos por los tribunales internacionales. La clase dirigente española tiene un grave problema de adaptación a los tiempos; es corrupta, retrógrada, anticuada, anclada en los vicios del pasado, incapaz de sintonizar con los valores de la sociedad del siglo XXI. Es previsible el advenimiento de una nueva generación de políticos, mejor formados, más cosmopolitas, con mejores reflejos democráticos, que posibilitarán un entendimiento entre España y Cataluña. La solución del problema, la convivencia entre las distintas comunidades españolas, depende de un concepto tan sencillo como el siguiente: seducir, no imponer. Las comunidades, como las personas, se juntan cuando entra en juego la seducción. Ello implica un trato entre iguales, un respeto mutuo. España es un Estado plurinacional, es un hecho. Hay que abrir un debate sereno sobre este tema; los españoles, a los que la derecha ha tratado como si fueran menores de edad, están perfectamente maduros para abordar este debate. Se habla de adoctrinamiento: adoctrinamiento es explicarles a los niños que España no es un Estado plurinacional. No seamos cínicos. Hay que tratar a los ciudadanos como seres maduros, libres y, por tanto, con capacidad crítica. Este debate se producirá, y facilitará las cosas.
La monarquía en España se abolirá. Es una institución obsoleta. Y ahora sabemos que corrupta. Cataluña lucha por su república, pero arrastrará fraternalmente a España en este asunto. Veremos resurgir con fuerza el viejo republicanismo, ahora latente, pero tan arraigado en la historia de España.
Auguro que la independencia de Cataluña se producirá una vez consolidado el Estado europeo. De esta manera no se verá como una secesión respecto a España, un tema traumático en la mente de mucha gente. Es más, la lucha por la independencia de Cataluña entroncará —junto con otros muchos reposicionamientos europeos— con la necesaria configuración de la nueva Unión Europea, una UE que no sea el club de mercaderes que es ahora, sino la Europa de los ciudadanos que todos deseamos.



viernes, 29 de septiembre de 2017

Yo iré a votar, por dignidad


El pasado martes 26 de septiembre viajé de Barcelona a La Rioja y pude comprobar los preparativos de la operación Jaula y Anubis (inquietante Dios egipcio de la muerte, ¡vaya nombre que han buscado!) para evitar que los catalanes votemos el próximo domingo. Estupefacto, constaté como decenas de furgonetas de la Guardia civil subían en sentido contrario al mío hacia Barcelona. Un continuo de vehículos, uno detrás de otro, circulaban hacia la Ciudad Condal durante la hora y media que viajé entre Barcelona y Lleida. Sinceramente, impresionaba. Podría decir incluso que amedrentaba. Sí. Y sentí una profunda rabia. Es una sensación realmente vejatoria pensar que envían todos estos efectivos –algunas fuentes hablan de 35.000 policías—para reprimir a la gente corriente que sólo pretende ejercer un derecho que es legítimo.

No quiero que nadie se confunda al leer esto. Yo no estoy en guerra contra España. Ni estoy aquí haciendo propaganda del independentismo. No estoy ni mucho menos a favor de una declaración unilateral de independencia. Es lamentable que los medios españolistas nos metan a todos en el mismo saco. España es un gran país, al que quiero mucho. Me gustan sus gentes, me gustan sus paisajes, y me gusta por encima de todo su diversidad cultural. Pero no me gusta nada, ya lo he repetido varias veces en mis escritos, el Gobierno que tenemos y el partido que lo sustenta. Creo sinceramente que no han actuado bien. Algunos individuos, altos cargos del Gobierno, han mostrado abiertamente su animadversión hacia el oponente político catalanista, incurriendo en la incitación al odio, que por cierto está penado por nuestras leyes. Véase, a modo de ejemplo, el execrable video “Hispanofobia”. Son gente peligrosa. Son peligrosos sobre todo porque evitando el dialogo, desde su (i)responsabilidad en el Gobierno de España, han incendiado la situación y no han perdido ocasión de echar más gasolina al fuego. Son peligrosos e irresponsables. La prueba es la situación a la que hemos llegado. Dejen ya de una vez las mentiras y reconozcan que una parte mayoritaria de la sociedad catalana está harta y soliviantada. Dejen de engañar al resto de los españoles explicándoles que somos unos revoltosos y nos quejamos de vicio. No es así. Los catalanes no se han levantado porque sí. No somos gente follonera. Todo el proceso se ha conducido con una actitud pacífica impecable, fuera de incidentes puntuales inevitables y que yo soy el primero en denostar. Y no es cierto que estamos siendo manipulados por nuestros gobernantes. Urge que la UE medie en el conflicto. Al fin y al cabo, es un problema europeo; ¡y tanto que lo es!

Hace por lo menos diez años que esto se veía venir. No se puede ignorar a la gente durante tanto tiempo y después pretender que, desesperados, impotentes y acorralados, no busquen una solución. Si todas las puertas han sido cerradas, ya sólo queda ejercer nuestro derecho a la autodeterminación. Es un derecho legítimo y lo queremos ejercer in extremis, ante la desesperación de haber comprobado que todas las vías están cerradas.

Yo iré a votar el domingo. En primer lugar, porque estoy convencido que el derecho me corresponde, por mucho que el Gobierno, manipulando el sistema judicial, pretenda hacernos creer que no. Se aducirá que es inconstitucional, pero esta Constitución que tanto esgrimen se ha convertido en una mordaza para nosotros, en un cepo para mantenernos inmovilizados. En mi propia familia, o entre mis amigos, hay partidarios del SÍ y del NO; también partidarios de que este referéndum no se debe convocar. Todas las posiciones son respetables. Pero es intolerable que el Estado imponga su criterio por la fuerza. Por todas estas razones, iré a votar: por dignidad. Ahora ya no se trata sólo de si SÍ o si NO. Quiero hacer oír mi indignación. Para hacer valer mi protesta por una situación que considero intolerable: la vulneración de nuestros derechos civiles. No quiero quedarme en casa amordazado y viendo cómo se utiliza mi amedrentamiento, para imponer por la fuerza lo que piensa una facción: el relato mezquino y mentiroso de que por fin han defendido los derechos de Cataluña salvaguardando el orden perturbado por una pandilla de tumultuosos. 

Desde que el pasado día 20 de septiembre el Estado intervino la autonomía de Cataluña –por cierto, a partir de esa día todos los ciudadanos hemos podido comprobar que una autonomía puede ser intervenida en menos de 48 horas; así que, para nuestra sorpresa, este es el Estado de las Autonomías del que nos hemos dotado, así de fácil lo tiene el Estado para acabar con esas libertades en el momento que lo considera oportuno--, los catalanes hemos constatado el atropello a nuestras Instituciones, deteniendo de forma arbitraria a nuestros alcaldes y representantes públicos, represaliándolos con la amenaza de la cárcel y la confiscación de sus bienes, sembrando entre los ciudadanos el temor a represalias si acuden a votar, amenazándoles con penas desproporcionadas; hemos asistido a una auténtica invasión policial para sembrar el miedo y la intimidación de una población pacífica, destituyendo a los mandos policiales autonómicos y nombrando un coordinador venido de Madrid para mandar a todos estos efectivos venidos de fuera; a los padres se nos amenaza con que nuestros hijos no estén en la calle, pues si reciben nosotros seremos los responsables… es ignominioso; hemos visto como se cerraban los grifos de la financiación de nuestra comunidad impidiendo, entre otras muchas cosas más importantes, que nuestros equipos científicos puedan pagar a sus colaboraciones extranjeros, comprometiendo nuestro prestigio internacional; hemos visto como se entra a saco en nuestras empresas, sin orden de registro, para detectar materiales para el referéndum; hemos visto cuarteles de la Guardia Civil en algunos lugares de España donde familiares, mandos policiales y voluntarios espontáneos, hacen vítores a los efectivos que se desplazan a Cataluña para reprimir a la gente, animándoles a “darles su merecido”, en una injustificada y miserable explosión de rencor y odio. Ahora acabo de saber que se ha dispuesto cerrar el espacio aéreo sobre Barcelona el domingo 1-0 por temor a que puedan tomarse fotos aéreas de Barcelona y pueda conocerse el abasto de la voluntad de los Barceloneses por votar. En definitiva, constatamos con tristeza que el Gobierno de España, en una actuación arbitraria que más parece una venganza que otra cosa, ha puesto patas para arriba Cataluña, entrando como elefante en cacharrería, perjudicando seriamente nuestra economía como diciendo, “¡Fastidiaros!¡así aprenderéis quien manda!”


Sostengo pues que es una cuestión de dignidad. Si hoy dejamos pisotear nuestros derechos impunemente, nuestra democracia –por desgracia, tan vapuleada y mermada—acabará por desaparecer. Con su actitud cerril, desproporcionada y visceral, las instituciones del Estado central que defienden la involución a un Estado jacobino, incompatible con la diversidad de España, han hecho ver a muchos españoles que aquello de lo que las acusaban desde la periferia tenía un fundamento real; así lo ven ahora muchos españoles que, sin querer la ruptura de España, ven como se conculcan los derechos y se pisotean los sentimientos de los catalanes. Yo voy a ir a votar; no diré si voy a votar SÍ o NO; para mí, ahora, es lo de menos. Voy a votar para que mis hijos vean que siempre hemos de estar vigilantes por nuestros derechos y libertades. No nos los han regalado y hay que conquistarlos de nuevo. Así es la Historia. Ahora hay que defenderlos. Y yo creo firmemente que los defiendo votando el domingo.