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viernes, 22 de septiembre de 2017

Cataluña: punto de no retorno (2)


Ya hemos visto en mi post anterior que no existe realmente una voluntad negociadora por parte del Estado, ahora en manos de recalcitrantes españolistas. En su intolerancia y aversión hacia la diversidad cultural del Estado español, llevan años orquestando una operación soterrada para uniformizar a todas las nacionalidades españolas. Hasta aquí no habría problema, si este proceso se hubiera realizado de común acuerdo entre todas las partes. Pero no ha sido así; como siempre, el poder central, prepotente y celoso de sus privilegios, no ha cedido a la tentación de someter a todo el mundo a una españolización uniformadora. La transición, que debiera haber sido una oportunidad para la reconciliación, permitiendo que todas las nacionalidades se comportaran como primus inter pares, no funcionó. La impugnación del Estatut del 2010, de forma antidemocrática, por el Tribunal Constitucional, que ya había sido aprobado en referéndum por el pueblo de Cataluña, fue la constatación de que las cosas no habían cambiado. Se instalaba un pensamiento único: la nación española es la única que existe. El nacionalismo más prepotente y hegemónico de la península ibérica demonizaba a los otros nacionalismos. Acusaban a estos de los pecados que ellos mismos practicaban con la arrogancia del más fuerte. Veían la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esta flagrante injusticia está en la base de las heridas emocionales de hoy. No nos llamemos a engaño; esto no es una cosa surgida de repente, sino una crisis largamente incubada en el desprecio y la intolerancia, que ha acabado indignando a la gente y exacerbando los ánimos.

Muchos de vosotros, sobre todo los que no sois catalanes, os debéis preguntar porqué las partes no se han sentado a la mesa a negociar. En mi opinión, como defendía en el post anterior, no ha habido nunca por parte del Estado español una verdadera voluntad de negociar. Es un programa para desmantelar la diversidad e instalar el Estado nacional español hegemónico, de una vez por todas. A lo largo del último lustro, como podréis comprobar en las hemerotecas, una amplia mayoría de los catalanes ha desbordado las calles para manifestar su voluntad de ser respetados y que el Estado central se avenga a negociar una nueva etapa de la convivencia entre todos. La actitud, anodina, ha sido el silencio por respuesta por parte del gobierno de Rajoy. Los analistas se hacían cruces; pero, ¡cómo es posible! Los más sesudos defendían la tesis de que Rajoy jugaba a la estrategia del “wait and see”, quédate parado y a ver que pasa. Pero había algo que no cuadraba; la situación se iba tensando, cada vez salía más gente a la calle indignada y el Gobierno y otras instancias del Estado afines a la estrategia, en lugar de enfriar los ánimos de una situación que, por momentos, se volvía peligrosa, arremetían irresponsablemente con fanfarronadas provocando y encendiendo aún más la situación. Así hemos llegado hasta aquí.

Ahora, tenebrosos buques disfrazados con inocentes dibujos infantiles esperan en los puertos de las principales ciudades de Cataluña para desembarcar un ejército de policías. ¡Que decepción, que gran timo! Que miserable es ver cada mediodía la televisión y constatar las mentiras que se les cuentan a nuestros conciudadanos del resto de España respecto a lo que pasa aquí, haciéndoles creer que un corpúsculo de radicales tiene la perversa intención de hacernos pasar a todos por el tubo, cuando la verdad –pasa delante de mis narices—es que una muchedumbre de todas las edades, muestra pacíficamente su indignación en la calle. ¿Acaso están programando apalear a la población? Es muy inquietante. Yo personalmente no me fío de nuestros gobernantes. No hay más que ver la actitud chulesca, prepotente, arrogante y despectiva de algunos de los ministros del PP que ahora dirigen esta truculenta operación y con la que descalifican las legítimas ideas de otros. Es para escalofriarse con lo que pueden ser capaces de hacer.

Si hubiera habido una verdadera voluntad de solución del conflicto catalán, el gobierno de España lo tenía muy fácil: hacer lo mismo que hicieron ingleses y escoceses. Para esto está la democracia. Es más, en opinión de muchos, entre los que me encuentro, hubieran ganado el referéndum. En buena lid. Estarían legitimados. Es evidente que la sociedad catalana es muy plural y compleja; hay muchas sensibilidades políticas, muchos matices. Los partidarios del NO son muchos, es plausible pensar que las cosas están empatadas entre el SÍ y el NO. Por esto urge votar, esta es la voluntad de la mayoría de los catalanes, incluso de los que no son independentistas. Los unionistas tienen evidentemente perfecto derecho a defender nuestra continuidad en España. Yo creo que es fundamental y necesario que defiendan su opción, aunque yo no lo comparta. Por eso creo que es fundamental que voten en el referéndum. Tienen opciones de ganar y lo habrán hecho de una forma democrática, legitimando su posición y obligando al resto de los catalanes a acatar la voluntad de la mayoría.


Pero lo peor es que no quieren votar. No y no. Rotundamente NO. ¿Porqué? Yo creo que esto es un error. Ahora que ven que el Estado recurre a la fuerza para reprimir a la población de Cataluña, muchos unionistas se echan las manos a la cabeza ante esta estrategia antidemocrática que no comparten. ¡Así no!, dicen. Pero ya es demasiado tarde, se hallan prendidos en una trampa. Los que debieran haberlos defendido y ayudarles a hacer campaña para que ganara el NO, se han puesto sus negras calaveras y los han abandonado a ellos también.

Foto: Mapa de Cataluña del siglo XVII. Se llama "Cataloniae Principatus novissima te acurata descriptio"y se realizó en el año 1612.