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martes, 28 de septiembre de 2021

Viaje a Grecia y el íbice de oro

 


Esta pequeña estatuilla de oro que representa a una cabra es el objeto más valioso que los arqueólogos encontraron enterrado en el yacimiento arqueológico de Akrotiri en la isla de Santoríni.

Santorini voló por los aires hace 3.600 años a causa de la explosión de su volcán y provocó un tsunami que acabó con su civilización de entonces. La ciudad de Akrotiri quedó milagrosamente enterrada en la lava. Los habitantes habían conseguido huir antes del cataclismo. Se llevaron todas las piezas de valor; ¿por qué dejaron esta cabra de oro?

¿Es una cabra sagrada? El libro nos desvelará este secreto y otros.

El protagonista de esta historia, a medio camino entre la realidad y la ficción, descubre que la figurilla tiene que ver con un enigma que relaciona a los hombres con los dioses.  ¿Qué enigma encierra el íbice de oro? ¡Descúbrelo! Esta pequeña figura se convierte en el nexo que cose todas las historias del libro y así, como el hilo y la aguja que hilan un collar, un rosario de historias distintas, aparentemente inconexas, irán arrojando luz sobre quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos.

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sábado, 22 de agosto de 2020

Hypsili

 





















Una orquesta de cigarras

abre el espectáculo de luz y fuego.

Tan indómito como la tierra que pisa

un hombre otea el horizonte:

la isla cíclada es una atalaya

una proa hendida en la inmensidad azul.

 

A lo lejos, apenas dibujadas

en la lechosa bruma,

un círculo de islas hermanas

cierran un incierto recinto

de prosperidad y recelo.

 

No en vano levantaron en este otero

un bastión de calculada defensa

hombres que desde la Edad Oscura

pueblan estas soledades.

 

¡Qué épica grandeza

levantar finas civilizaciones

en este adusto terreno

de espinos y guijarrones!

 

Supieron domar nuestros ancestros

estos ásperos rincones y encontraron,

a la sombra de sus escondidos manantiales,

una fronda fresca donde endulzar sus vidas.

 

Escucha, amigo viajero que estás de paso,

el rumor del viento entre los olivos,

ese mismo aire espiritado que huye rizando la mar,

y sentirás como te habla el pasado.

 

Paco Marfull

Andros, agosto de 2020



viernes, 25 de agosto de 2017

Meltemi


Meltemi

En el imponente paisaje
un aire espiritado y seco
peina de plateados reflejos
las aguas de un mar inmenso.

Huye raudo por el horizonte,
que nueva tierra intuye;
lleva la perfumada esencia
de los espinosos secarrales.

Apenas rompe la estampa
una cortina de espuma blanca
y el desierto ulular del viento.

*

Arde la plata de los olivos
que el Meltemi aviva con su furia;
también flamea la emoción
desde esta única atalaya
alma es encendida lumbre
sobre un mar ancho y solitario.

*
  
En las soleadas orillas
horadadas pizarras viejas
vierten al mar su viejo estaño;
la sal y la luz pulen sus brillos
junto al espejismo transparente
de sus líquidas turquesas.


Andros, julio de 2017 


miércoles, 3 de mayo de 2017

Diálogo sobre el amor. Maladie d’amour, maladie de jeunesse


__ Parece que hoy me encuentro un poco más animada__ declara Flora liándose un cigarrillo. Estamos frente al mar y el crepúsculo se presenta interesante. Una ocasión ideal para una tertulia.
__ Me alegro. Al fin y al cabo, esto es como un duelo. Cuando una historia de amor termina, es como si se hubiera producido una pequeña muerte. Sentimos un desgarro en nuestro interior.
__ Me siento vacía por dentro. __ confiesa Flora, y vuelve a sumirse en una profunda tristeza, que no había aparecido, en todo el día, hasta ahora.
__ Sí, es verdad… el desengaño amoroso es insoportable. Es uno de los principales motivos pasionales de la humanidad. Desde siempre. No hay relato que no lleve este ingrediente. No hay dolor ni desgarro peor que este. __ añado, intentando relativizar su situación.
_ ¡Y a mí qué me importa la humanidad, no me consuela en absoluto!
__ Eres muy joven todavía, ¡veinticuatro años! __ le digo, con la suficiencia impertinente de quién ya ha pasado por todo esto__ Todo pasará. Poco a poco, el tiempo irá poniendo las cosas en su sitio y restañando las heridas. Es verdad que cuando uno es joven le parece que el mundo se acaba. Y el sufrimiento es muy cierto. Pero ya verás que superarás esta etapa antes de lo que crees. Incluso, me atrevo a decirte que es una experiencia necesaria.
­­__ Pues yo la verdad es que me tiraría por la ventana __ se lamenta Flora con los ojos vidriosos y la mirada perdida en el infinito ­­­__ La vida ya no tiene ningún sentido para mí… no sé, es que no puedo entender cómo ha pasado. Así, tan de repente. De la noche a la mañana… todo ha desaparecido. No me parece real. Es como si estuviera viviendo una pesadilla. Todo iba bien. No había conflictos. Y de repente, a consecuencia de una conversación casual, me dice que ha decidido dejarlo. No tiene ningún sentido.
__ No te atormentes buscando una explicación racional a una cosa que no depende únicamente de una decisión lógica. __ le aconsejo, intentando evitar que se atormente con las razones de la separación __ Estas cosas dependen del sentir; las emociones poco tienen que ver con la razón. Por lo que sea, ella ha decidido dejarte. De una manera o de otra, aunque en un proceso inconsciente, ella ha acabado madurando razones que le dicta su corazón.
­­­­__ ¡Qué he hecho mal!, ¡dónde ha estado mi error! __ Una y otra vez Flora vuelve sobre la cuestión de la ruptura, como intentando encontrar la explicación definitiva, el porqué del desamor de su compañera.
__ Hay otra persona… ¿le has preguntado? __ le inquiero, con un hilo de voz, temeroso de destapar la caja de los truenos.
__ Ella me ha jurado y perjurado que no. __ dice, mortificada. __ No lo sé…
Dejamos pasar unos minutos, en silencio. Flora aprovecha para liarse un nuevo cigarrillo. Aunque ya no fumo, le pido uno, ya que me siento triste y ansioso al no poder hacer nada para consolarla.
­­__ La escribiré para tener un nuevo encuentro con ella a la vuelta de mi viaje. __ continúa__ Creo que tenemos aún muchas cosas de qué hablar. Le prometeré que no seré tan quisquillosa, que tendré mejor humor por las mañanas y por las tardes cuando vuelva cansada de trabajar…
__ Flora… creo que debes dejar de engañarte a ti misma. Esta historia ya no volverá. Se acabó. Es el final y punto. Es muy duro, pero tienes que hacerte a la idea. __ le aconsejo, intentando evitar que deposite, de nuevo, esperanzas en la que es, a todas luces, una historia que terminó __ Te conviene superar la prueba. Es muy doloroso, pero tienes que tragarte el sapo poco a poco. No alimentes una ilusión quimérica, pues sólo incrementará tu dolor y evitará que la herida vaya cicatrizando.
__ Es que no puedo. No puedo olvidarla. Es el amor de mi vida. Todo iba tan bien… Teníamos tantos planes. __ Flora se sume en un angustioso desconsuelo. Me veo impotente para ayudarla. No hay argumento posible. No queda otra que la compañía, hacerla sentir que uno está cerca.
Pasan de nuevo unos minutos en los que ambos aprovechamos para disfrutar del crepúsculo y de la cerveza fresca. Con el embrujo del humo del tabaco, que forma volutas en el aire inmóvil de la tarde, caigo en una ensoñación. Reflexionando sobre el amor, pienso en la sensación de plenitud, de vitalidad y felicidad que representa su presencia en nuestra vida; en cambio, la ausencia de éste, es como un descenso a los infiernos, como si la muerte se hubiera apoderado de nosotros. Los antiguos pensaban que la vida era un ciclo de muerte y renacimiento. Este ciclo de vida y muerte estaba pactado con los dioses a través de una alianza. Ellos concedían a los mortales el poder de renacer como civilización y también decidían cuando esta declinaba y desaparecía. Lo mismo servía para los individuos. De hecho, se creía que la divinidad entregaba a los hombres, normalmente a su rey, un símbolo de esta alianza. Por un lado, esto legitimaba el poder real ante la sociedad, que veía a su soberano como directamente investido por los dioses, y a la vez convencía a los humanos, ante la evidencia de un objeto material de origen divino, que existía realmente una relación sagrada entre lo divino y lo humano. De hecho, se pensaba que este objeto pasaba de un mundo a otro cada cierto tiempo, para volver a restablecer los lazos. Era la muerte de una edad que daba paso al renacimiento de otra, en un eterno renacer de las cosas. Así, el renacer de la vida en primavera después del arduo invierno se convirtió en una afortunada metáfora de este hecho.
__ La vida es un continuo morir y renacer __ sentencio al cabo de un rato, poniéndome filosófico después de mi divagación e intentando apaciguar su desconsuelo. __ Fíjate, estamos en Grecia. La cuna de nuestra civilización. Miles de años de historia. Pero al igual que las personas, las civilizaciones nacen y mueren para volver a renacer. Es nuestro destino. Ya sé que es trágico. Muy duro de asumir cuando le afecta a uno.  Pero es así. Uno de los tormentos de los seres humanos es este ciclo ineludible. Las cosas no se mantienen eternamente. Tienen un principio y un fin. A nosotros nos gustaría mantenernos siempre en el momento de máximo esplendor, de máxima felicidad. Pero eso no es posible, este privilegio está únicamente reservado a los dioses. Ellos juegan con nosotros y nos hacen caer y levantarnos de nuevo. Como para reiniciar eternamente el mismo juego, pero con distintos actores. Un continuo entre la vida y la muerte que nunca se acaba. El eterno retorno. Por lo tanto, lo mismo ocurre con el amor. Tú te has enamorado y cuando estabas en el cénit de tu relación y pensabas que duraría toda la vida… lo pierdes.
__ Tú siempre te pones trascendente, pero el asunto es más cotidiano que todo esto. Muchas parejas aguantan toda la vida. ¿Por qué no podría ser este mi caso? __ me replica con un punto de desesperación. __ Yo la quiero. Y lo que más me sorprende es la frialdad con la que ha puesto punto final a esta historia. No parece sentir nada. Como si no la afectara en absoluto. Me pregunto si realmente estaba enamorada de mí. No me quiere… ¿cómo no me he dado cuenta antes?
__ En una relación siempre hay el amante y el amado. Este tema fue tratado por Platón por primera vez y ha sido recurrente en la literatura erótica de todos los tiempos. __ Le explico, algo incómodo por mi pedantería. Pero no sé cómo explicar mejor que, en una relación, haya quien ama y el que se deja amar.
__ Pero, para mí, es como si me hubieran arrancado un brazo. Es un dolor interior, seco y terrible, que me destruye las entrañas. No tengo hambre. Siento una profunda tristeza y desconsuelo. Sin embargo, ella parece sentirse como si nada hubiera pasado. ¿Acaso no siente todo lo que hemos vivido juntas, estos años en común? ¡Es fría como un témpano!

Extracto del libro inédito VIAJE A GRECIA: LA TRÍADA HELÉNICA Y EL ENIGMÁTICO ÍBICE DE ORO
Autor: Francesc Marfull




martes, 8 de marzo de 2016

Grecia en el aire. Pedro Olalla. Acantilado 2015

Acabo de leer, con absoluta delectación, este librito del helenista Pedro Olalla. Una pequeña joya del escritor, profesor, traductor, fotógrafo y cineasta afincado en Atenas. Hay libros que dejan huella, producen una honda emoción y una sensación de bienestar y, cuando uno ha acabado de leerlos, siente una sensación anímica benéfica. El libro tiene un fuerte contenido ético, es un texto comprometido con los principales problemas de nuestro mundo. Con él, he aprendido muchas cosas. Es este un libro muy singular, fácil de leer y muy ameno. Nos habla de la actualidad, con vehemencia y pasión. Es un importante varapalo a la “democracia” contemporánea. Pero esta acuciante realidad está puesta en relación con el pasado. Este pasado, escenificado por los tiempos gloriosos de la democracia ateniense, es el patrón ideal, la culminación de nuestros más altos valores. Una época de la que Olalla, como prestigioso helenista, habla con mucha propiedad y soltura. El libro es un apasionado alegato sobre el espíritu ático, sobre la Atenas que vio amanecer los valores democráticos para la humanidad. En contraposición, el autor delata la degradación de la democracia en la Europa de nuestros días. Olalla es muy elocuente y explica con lucidez y simplicidad los males de nuestros días, de la corrupción de nuestros políticos, del declive de nuestras instituciones, del sufrimiento de los más desfavorecidos, víctimas de una sociedad insolidaria que ha abandonado el bien común en favor de los intereses egoístas de unos pocos. Pedro Olalla escribió este libro mientras Grecia se derrumbaba entre 2010 y 2014. Como el mismo dice, las ideas que en él se recogen han surgido de los hechos, del contacto consciente con la ciudad antigua y nueva, de la vivencia cotidiana del abuso, la mentira, la pasividad, la impotencia y la injusticia. El libro es un lúcido análisis de esta realidad, que hoy podemos extrapolar a toda Europa, no sólo a Grecia. La originalidad de este análisis está en el acierto de comparar esta realidad actual con la edad dorada de la democracia ateniense. Esta idea discursiva hace muy ameno el libro y produce un efecto muy singular al comparar los males de hoy con los valores, los problemas y las soluciones de tiempos remotos. Este discurso se desarrolla en un paseo ideal por la Atenas clásica, a través de una evocación de su Ágora, de sus templos, de la vida febril de sus calles y mercados, de sus grandes pensadores y sabios, renacidos en la imaginación del autor para que nosotros, lectores actuales, podamos revivir de nuevo aquellos tiempos. Esta evocación de la edad de oro de los valores, descritos magistralmente por el experto helenista, gravita en torno a la vehemente opinión personal del autor, que flota ingrávida en el aire –también—sobre la conciencia del propio Olalla.
El libro discurre como un paseo por los lugares míticos de la Atenas de la época clásica: la Colina de las Ninfas, desde la que se observa una extraña ciudad que, hace milenios, señaló ideales que aún siguen siendo revolucionarios, para descender y volver a subir hacia Pnyx, donde Solón dirigía su Elegía a una Atenas herida, comparando la situación de entonces con la de Grecia, que está siendo objeto de una incesante e impune operación de extorsión y saqueo en nombre de una controvertida “deuda”. Todos los que vivimos aquí –dice el autor—nos hemos convertido en sus titulares: sus beneficiarios son élites locales y foráneas. Solón tuvo la valentía de decretar la Seisachteia o “alivio de las cargas”: la nulidad de las deudas que esclavizaban a gran parte de la población y la prohibición de estipular en adelante préstamos avalados por la libertad personal. En su ilustrado deambular, bajando de Pnyx y camino de la Roca del Areópago, Olalla concluye que a la vista de los que está pasando, se podría afirmar sin ambages que la democracia actual utiliza el sistema de voto y el prestigioso nombre de la antigua para legitimar los intereses de una oligarquía encubierta. Y frente a esta tremenda impostura, la falta de participación ciudadana, el cultivo silencioso de la desafección política, las intrincadas estructuras de representación, la mecánica de los partidos, los intereses que se defienden, el poder de los grupos de presión, las flagrantes desigualdades de hecho y, sobre todo, la creciente brecha entre Ellos y Nosotros –antiguos y modernos--, bastan para afirmar que nuestras democracias modernas no son, como se dice, una versión realista y adaptada a las necesidades del presente de la antigua democracia ateniense. No. Son algo bien distinto: son su negación. En el Ágora clásica asistimos atónitos a la perfección de sus órganos políticos: la Asamblea, el Consejo de los quinientos, instituido por Clístenes, que preparaba los asuntos sobre los que debía pronunciarse la Asamblea, la Heliea, un cuerpo judicial de seis mil ciudadanos renovado anualmente por sorteo, que ejercían un poder judicial que ofrecía unas garantías que serían envidiables en nuestras democracias actuales, pues la Heliea era un jurado imposible de sobornar. El Altar de los Héroes Epónimos, en el Cerámico, la Academia… cada uno de estos lugares evoca en el autor el espíritu de nuestros ilustres antepasados griegos; en estos mismos lugares admirados hoy deambularon Platón, Aristóteles, Sófocles, Heródoto, Fideas y tantos otros sabios y artistas. Entre estos restos, hoy sumergidos en el fragor de la gran urbe contemporánea, surgió el espíritu democrático. Solón, Clístenes y Pericles, tres personajes clave en las sucesivas reformas que alumbraron la razón democrática. Aquellos atenienses del siglo V a.C. inventaron el concepto de ciudadanía. La historia de la democracia ateniense no es sino la historia del paso progresivo del poder a manos de los ciudadanos. La democracia surgió del alma de los griegos, que desde Homero y Hesíodo habían comprendido que la vida de cada ser humano es única y más valiosa que cualquier tesoro o cualquier ambición. Pedro Olalla nos conduce a través de estos espacios del pasado, hoy evocadoras ruinas de su grandeza, en un paseo que resulta enormemente poético y sugerente. Sus evocaciones despiertan en nosotros todo un mundo de referentes íntimamente ligados con nuestro ser, con la educación y la cultura que nos ha conformado. Con una habilidad sorprendente, Olalla levanta de nuevo los espacios de antaño, que surgen reconstruidos en nuestra imaginación de las ruinas de hoy, para darles vida y animarlos con los grandes hombres que inventaron las grandes conquistas de nuestra civilización: la condición de ciudadano, la libertad, la importancia de la palabra, la justicia, la virtud. Pero este paseo ilustrado y pedagógico por la cuna de la democracia, no es simplemente una lección magistral; es una evocación de la grandeza del pasado para compararla con la actualidad, para poner en tela de juicio nuestros errores de hoy y que nos permita redescubrir la senda de la justicia y la democracia de ciudadanos libres e iguales.
La Athenaeon Politeia (“Régimen político de los atenienses”) es el principal testimonio de que disponemos para hacernos una idea de lo que fue la democracia de la Atenas helénica. Olalla pone su erudición al servicio de una labor pedagógica fantástica: enseñarnos de qué manera ellos supieron sortear los problemas y las trampas para dar con un sistema que funcionó con una precisión aún no alcanzada en nuestros días. El autor sostiene que la democracia, tal como la concibieron los griegos atenienses todavía no se ha cumplido totalmente, es aún una asignatura pendiente. Sorprende comprobar como establecieron sus instituciones para evitar la corrupción, garantizar un auténtico poder democrático evitando el secuestro de los poderes públicos por las élites dominantes y como se reorganizó la sociedad en nuevas clases sociales para evitar desigualdades. Al mismo tiempo, crearon un sistema por el que comprometieron a todos y a cada uno de los ciudadanos con la responsabilidad del poder y de la gestión de la cosa pública. Resulta fascinante el sistema por el cual los gestores políticos no eran elegidos, sino nombrados por riguroso sorteo y ejercían su función periódica por rotación entre los ciudadanos atenienses. De esta forma, no solo se custodiaba adecuadamente el poder del pueblo, sino que este se comprometía y se obligaba a trabajar por la democracia, compaginando durante un determinado periodo esta tarea con sus asuntos particulares.
Ante el Ágora ateniense, espacio mítico que construyó el espacio ciudadano por primera vez en la historia, el autor evoca cuestiones de la máxima trascendencia: ¿Es la ley la justicia? Contra la arbitrariedad del poder, ¿es legítima la desobediencia? ¿Qué separa esa desobediencia constructiva de la mera violación de la ley? ¿Qué espacio reservan hoy nuestras deficientes democracias para la implicación del ciudadano en la política?
Es un libro cargado de poesía, que se lee de un tirón. Es también un alegato por un futuro mejor, un guiño a los europeos para que recuperen el sendero perdido, señalando el ejemplo de los antiguos. Un sueño revolucionario que ya marcaron los atenienses con su espíritu ático y que aún no se ha cumplido, pues no en vano Platón y su discípulo Aristóteles concibieron la ciudad –la polis—como suprema obra de arte, como la creación más propia y más valiosa del espíritu griego.