miércoles, 14 de diciembre de 2016

Cuina i poesia


Plovisqueja a través del gran finestral, que separa el menjador dels Mas de les Cols del pati, hort i galliner a un temps. Tot just per accentuar els vius colors de la tardor o, millor dit de hivern que comença. La natura té ara una vitalitat somorta, trista. Però la vivacitat del paisatge de la Garrotxa sobreviu en la intensitat de les formes, en els llums canviants del dia. Ara apareixen amb força les escorces mullades del arbres; més tard, semblen més presents les muntanyes del rere fons. El silenci és monacal. De tant en tant, per despertar-nos del ensopiment, les gallines penedesenques corren esvalotades amunt i avall. Al plat ou fresc del dia, farro i blat de moro liofilitzat. Es pot demanar una cosa més minimalista, però a l’hora més essencial per fer un poema culinari? Jo sento una profunda emoció: tinc el paisatge al plat. S’ha produït una comunió màgica entre el meu badar a través d’aquesta finestra i les sensacions que m’aporten els elements del plat. Hi han cuines que van més enllà de menjar. Les Cols és un santuari poètic. La gastronomia, ací, és un artifici per jugar amb els sentits. Ací, s’afarta un altra gana: la gana de indagar els misteris ocults en el paisatge de la natura olotina i en el altre paisatge, el de la memòria. O, potser, tot és el mateix?
Hi ha el paisatge exterior, bucòlic, sempre absorbent, domesticat, al·legòric de la nostra vida d’antany, dels nostres hàbits culturals, tan lligats a la terra, als seus productes, a les cultures de la pagesia, del ancestres... Però hi ha el paisatge interior, també domesticat, reelaborat per la plasticitat del temps i la creativitat dels homes. No és poètica la façana del mas de les Cols i el seu contrast amb les formes i materials galàctics del seu modern interior? És un temple, però és un mas... ara bé, per sobre de tot, arrossega el misteri monacal dels temps passats. Hi ha misteris que encara no tenen explicació; són pura sensació, emoció... com l’espiral del espagueti a dins del brou fumat. Poema essencial, mínim, bellíssim.  A on estem?: en un mas de muntanya al temps de les guerres carlines o asseguts davant d’un plat galàctic en una estació espacial, en una sala menjador futurista d’or esclatat?
Un camp de fajols és un cultiu modest, podríem dir-ne humil. Camps amb verds i blancs esclatats. Triangle cereal. Humilitat sublimada a les Cols: crosta de fajol, aliment primari que fora signe d’estretors d’altres temps. Avui cruixent i daurat, torrat i de sabor sobtat i càlid, desperta una memòria nostàlgica.
Pot ser la menja una forma d’aprehendre el món, de copsar-lo mentalment? Quin camí no prendrà la imaginació, aquesta tarda de pluja, nostàlgica però deliciosa, assaborint aquestes sotileses mengívoles?
I que hem de dir de l’esforç de creativitat que representa la carbassa de cinc maneres? Meravellat per la seva simplicitat, plorem de emoció. Una emoció que prové d’una profunditat de la memòria; aquella que relliga la carbassa, el pagès, la masia... i la mà del druida cuiner, que, un cop més, transfigura un sol ingredient humil en un prodigi: un producte que esdevé molts alhora. Perquè la cuina és màgia i poesia. I ací, a les Cols, els druides-cuiners solemnitzen cada dia la cerimònia.



martes, 18 de octubre de 2016

El decapitado

--¡Psstt, psssttt! ¡ciudadano! ¿Me oye?
El ciudadano, perplejo, se acerca hasta la escultura ecuestre enjaezada. El jinete es, sin duda, un militar, un general, por la banda al cinto con orlas que luce sobre su uniforme. Pero, misterio, la figura está decapitada.
--¿Es usted el que me habla? —dice el ciudadano desconcertado, no dando crédito a lo que ocurre. Piensa: ¡una estatua que habla!
--Sí, sí… ¡acérquese, haga el favor!
--Buenos días, señor. Veo que habla… Mire, hace rato que lo miro y observo que está usted decapitado. No sé… produce una cierta angustia… Dígame, ¿cómo se llama? ¿Qué le ha pasado?
--¡Ah, por fin alguien repara en mí! Llevo aquí, ya, unas horas y sólo percibo hostilidad hacia mi figura. Me llamo Franco. Llámeme Francisco--. Dice la figura con una voz atiplada, casi femenina.
--¿Y usted cómo se llama, joven?
--Umm… Me llamo Prudencio. Soy un vecino del barrio y he podido constatar que su mermada presencia suscita sentimientos encontrados entre los ciudadanos que hasta aquí se acercan. Pero, dígame Francisco: ¿Qué le ha pasado? Parece usted decapitado por un filo bien afilado, con un corte limpio y claro. Podría ser obra del mismísimo Guillotin en persona. Siento curiosidad…
--¡Ay, Prudencio! No, no… No he tenido la suerte de morir con todos los honores, en la Guillotina, como mis ilustres antepasados. No, no… en mí se ha cebado la ignominia. Unos gamberros del Poble Sec me cortaron la cabeza mientras estuve aparcado, largos años, en mi sombría residencia de la vía Favencia. Era todo puro pitorreo. Me decapitaron con una sierra radial, entre grandes carcajadas, y mi testa acabó vendida a un desaprensivo, el dueño de un bar musical, que me colocó como una fuente en el mingitorio de caballeros.
--No me parece una actitud civilizada. Por muchas fechorías que uno haya hecho, no merece semejante trato. —Dijo Prudencio, con poca convicción, pero con el ánimo de no desalentar a Francisco. Y continuó: --Pero piense, general, que los ánimos están muy caldeados. Desde que usted murió han pasado muchas cosas, no me extenderé en ello, pero los catalanes están considerablemente cabreados.
-- ¡Qué me dice! ¡Estos siempre están igual!
--Sí, Francisco… Pero la paciencia tiene un límite y estos han agotado la suya. En Madrid vuelven a mandar los suyos. Y en lugar de ser discretos e ir al tajo –que también van, por cierto--, se dedican a encender los ánimos de la gente. No olvide, Francisco, que aquí nunca se hizo justicia de los desaguisados que ocurrieron. Muchas familias siguen sin saber que fue de sus familiares asesinados y ven, con rabia e indignación, como el gobierno y las instituciones de Madrid tapan el asunto y protegen a los criminales, muchos de los cuales aún viven y son ellos.
--Prudencio, Prudencio… No se me exalte. Fíjese a mí como me han dejado. Encima, esta noche, unos alborotadores han colgado una estelada del cuello de mi caballo, como si se tratara de un babero, me han lanzado huevos y han pintado otros dos, junto a un largo pene, cerca de la cola de mi caballo… ya me entiende. La transición, en España, fue eso; un puro olvidar para pasar a la siguiente etapa, sense prende mal como dicen ustedes los catalanes. Había que pasar página y dar oportunidad al futuro; el precio del progreso era perdonar a los culpables y olvidar. No me parece un mal acuerdo.
--Es una visión muy pragmática, sí. Puede que haya facilitado la paz y es evidente que alejó el fantasma de la guerra. Asentó una prosperidad cierta.—dice convencido Prudencio; y continúa: --Pero, Francisco… ¿hacia adónde vamos ahora? No me parece a mí una paz justa, la que ha permitido que, treinta años después, sus exaltados compañeros, se recochineen de los españoles manteniéndolos en severas apreturas y dificultades, mientras están amarrados a sus lucrativas poltronas, robando a manos llenas del erario público…
--¡Prudencio, qué me dice! Así que volvemos a mandar: ¡ya era hora!¡Pues que vengan y me saquen de aquí inmediatamente!
--Sí, sí, Francisco… Ya puede ir haciendo coña, que la cosa es más seria de lo que le parece. Esto va a acabar como el rosario de la aurora. Este es el precio de que el gobierno de las naciones esté en manos de exaltados, de radicales que sólo siembran el odio y la discordia.
--Usted dirá lo que quiera, Prudencio. Pero si quiere juzgar, mire a mí como me tienen. Tirado en un sucio y oscuro garaje durante años y ahora me sacan a la calle, nada menos que delante del Born --¡insigne memoria de nuestros antepasados, vencedores de la Patria! —para el escarnio público de unas gentes que nunca han querido entender que son españoles, que han hecho de la revuelta permanente su bandera y que se empeñan en seguir hablando un idioma obsoleto con el solo ánimo, perverso, de hacer rabiar al resto de los españoles.
--Mire, Francisco, se nota que ha estado usted apartado largo tiempo de la escena. No se ofenda. Los catalanes son eso, catalanes y es lógico que defiendan su esencia. Tienen su orgullo, su identidad y su lengua. ¿Qué hay de malo en ello? Lo que ocurre es que sus amigos, confiados, están hoy más desmadrados que nunca. Vuelven a soñar con la patria, una y grande, y se pasan por el forro el sentimiento de los demás.
--Es que estas cosas, Prudencio, hay que imponerlas por la fuerza. La patria es sagrada e indivisible. Con esto no se juega.
--Bueno, así estamos. Ni para adelante ni para atrás. El país encallado. ¿Es justo que un país vea yuguladas sus opciones de futuro? ¿Es justo que se pretenda imponer por la fuerza una política que lesiona y disgusta a los catalanes? ¿No le parece que, en tales circunstancias, por lo menos, los catalanes, tienen derecho a tantear su futuro?
--Ya le he dicho, Prudencio. El mal catalán sólo se arregla con mano dura. No hay razones que valgan; son cuatro revoltosos que arrastran a los demás. ¡Disciplina y mano dura, Prudencio! ¡Créame!
--Lo lamento, Francisco. Siento interrumpirle. He de irme. Veo que la señora alcaldesa viene hacia aquí por la calle comerç. No se la ve muy contenta. Vamos a escampar la boira antes de que llegue, no sea que nos toque recibir. Le deseo mucha suerte.
--Ah, Prudencio… Sólo le pido un último favor: envíe un telegrama a don Mariano de mi parte. Se lo ruego. Escriba simplemente la siguiente consigna: “¡resistiendo!” –
y sumiéndose de nuevo en la pesadumbre, no sin antes recibir el enésimo impacto en su orgulloso pecho, esta vez de una piel de plátano, dice, con un hilo de aflautada voz: 
--Cuídese Prudencio, y tápese, que vienen malos tiempos. ¡Gracias por su apoyo y paciencia!


martes, 11 de octubre de 2016

Series brasileñas



Ceará


Navega en el infinito azul y blanco
una nave española de exploración.
Se suceden largas jornadas de singladura,
de extenuante monotonía,
y no tiene la costa, ¡maldita!
abrigos donde recalar.

Hasta donde la vista alcanza
interminables dunas de arena blanca;
arenales de cegadora luz al sur
y un mar omnipresente al norte.
¿Es pura ensoñación o es paisaje?

Procede de Pernambuco, tierra de marañones,
en busca de puerto seguro y oportunidades.
Al mando, el capitán Diego de Lepe.
Pero está inquieta la marinería
que enloquece de sed y de codicia;
ya delira en este océano de arena y agua.

Ya crece a bordo la impaciencia y el escorbuto,
que alimenta el veneno de un motín,
cuando al fin se avista al sudeste
la desembocadura de un río:
es el Ceará, ¡inesperado destino!

Aquí recala la nave que ha de unir,
en esta parte del mundo, América y Europa.
Es un mal presagio con sabor amargo:
no será una historia fácil, ni siquiera oportuna…
Pero así es la historia de los hombres.

Desde el principio del mundo
habitan estas tierras los tremembés:
son un pueblo pacífico estos indígenas
que vive en aldeas del interior
y busca su sustento en el manglar, donde pescan.

Ese día, en la barra del Ceará,
los tremembés, que acuden de Caucaia
¡y hasta de Itarema, Itapipoca o Mundaú!
reciben a los exploradores
con vino de cajú, mocororó
y danzan el torém en honor
a los emisarios de sus antepasados.
¡Burlas del azar!

No enraízan aquí los españoles;
será sólo una incursión
que da paso a holandeses
y, por fin, a portugueses,
que se asentarán ya para siempre.

No es la historia del descubrimiento
un idilio entre América y Europa:
la civilización, corrupta y codiciosa,
funda aquí un amargo reino
de opresión e injusticia
alentando un pillaje sin freno.

Sobre estas nuevas tierras, ahora lusitanas,
abrirá la metrópoli una fisura,
--una herida profunda --
que aún separa a los humanos:
¡y todo a causa de la codicia extractiva!

En mil setecientos y pico los colonizadores
decretan la inexistencia de los indígenas
¡perversa absurdidad!
y la expropiación forzosa de sus tierras.
Es esta ignominia el estigma
que marca la convivencia de hoy:
dos mundos separados,
blancos e indios, propietarios e excluidos,
ricos y pobres.
¡Sociedad rota!

I


Fortaleza, ciudad en el extremo este.
Vientre de Brasil que entra en el océano
cansinamente azotada por los alisios.
Salitre y arena, cegadora luz, sol plomizo.

Excrecencia del siglo veinte
horribles rascacielos, desolados
inoportunos y desubicados
fantasmas blancos frente al mar.

Estos inmuebles de brillante azulejo
son hoy cubículos infames
donde chingan pederastas de medio mundo;
folladero Inmundo, paraíso de pedófilos.

Buscan su vampírico alimento
en las miserables favelas
que se extienden interminables
en esta ciudad lacerante.
Niños y mayores están aquí condenados
sin futuro, su mirada perdida,
abandonados a la suerte de su hiriente exclusión.

Élites locales, avariciosos cómplices
de la explotación sexual de menores,
que hipócritas se esconden
en su asfixiante puritanismo.



Guajirú


Guajirú es un Macondo
bañado por aguas turquesas
de un océano perdido,
suspendido en el tiempo.

Su contundente paisaje
de adusta belleza sugiere
la irrealidad de un sueño:
pacíficas playas
y arenales que los alisios empujan,
con terca obstinación, tierra adentro.

Bíblico paraje
de imponentes dunas de arena blanca
que retienen el agua clara
en inverosímiles lagunas.

La silueta de la sierra,
frondosa floresta ecuatorial,
se insinúa tierra adentro.
En las ensenadas de este desierto
de arenas deslumbrantes, en eterno movimiento,
se forman pequeños vergeles,
cocoteros que mecen sus altas palmas
al persistente silbido de los alisios.

En sus calles tranquilas,
mal adoquinadas,
bajo un sol que apelmaza el aire,
nadie circula al mediodía;
sólo un perro flaco cruza
somnoliento la ardiente acera.

Discretos habitantes se esconden
a la sombra de sus simples casas.
Apenas cuatro paredes,
bajo un techo de nada,
mecen la hamaca en la que sestean
un sueño eternamente detenido.

Se dice que aquí vivió antaño
un español generoso y huraño
que cuidó de sus siete hijas.
Fue su mujer una Iracema,
una india de raza y casta
que el tiempo se llevó por delante
víctima de las drogas y la perdición.

Dicen los lugareños que él moría de pena
y, en su locura, pasó mil noches vagando
por los alrededores de su casa,
--una noble mansión extravagante
perdida entre dunas y cocotales--,
aullando de tristeza.

Cuentan aún los del lugar,
gente buena e ingenua,
indios cabales de otro tiempo,
que su espíritu se encarnó en serpiente
y, desde los altos cocoteros,
vela por este Macondo perdido
entre el cielo azul y la tierra.

Dice Mardem el brujo
que el español era un gigante
de ojos claros y pelo rubio,
que en su vida vivió varias vidas
y que solo siendo mendigo,
conoció bien este mundo.

Bien lo saben en el morro da Urca en Río
en donde compartió marmita
con otros pendejos aparcacoches.
Cuatro monedas les echaban:
daba para mala cachaça y dormirla
en la calle.

Una fuerte y numerosa estirpe
señorea aún sus singulares rasgos;
descendientes de siete mujeres
de piel aceitunada y ojos almendrados.

Cuenta aún la leyenda
que fue enterrado junto al mar,
en el viejo cementerio indio
que llaman do Serafim.
Ahí su cuerpo se conserva
intacto como una momia:
guiño truculento e irónico
de que también Europa puede
congeniar su alma
con el espíritu de América.


El sertón


Por un camino de la quemada llanura,
dura tierra estéril y raída
entre secarrales y espinosos cactus,
camina a solas con su sombra,
su asno y su desolación,
un hombre pensativo, viejo y cascado.

Un sol abrasador abre brecha
en su oscuro pellejo.
Viste de blanco inmaculado
y tras su delgada estampa
se esconde la fortaleza de un toro.

A lo lejos está su hacienda,
un humilde cobijo para recogerse
de una naturaleza tan áspera:
ardiente brasa este sertón
donde una raza firme y resignada,
esquilmada por el polvo y la sequía
arranca su sustento a duras penas.

Pasea su tenacidad este campesino;
nunca nadie obtuvo tan poco de la tierra
a cambio de tan duro sacrificio.
Así transita por el paraje más esquelético de la Tierra
este anciano enjuto y resignado
arrastrando su soledad y su quimera
en estos campos hechizados.

II

Aquí tuvo lugar en otro tiempo
la Guerra del fin del mundo
¿Salvación o república?
Tanta sangre vertida a cambio
de una quimera.

En este infierno de sertaneros,
cielo plomizo, árboles ralos
y caminos polvorientos.
En esta tierra de santones,
macumberos y candomblé
que alumbraron la desesperación y la miseria,
vivió entonces o Conselheiro
para combatir contra el demonio.

Dicen que a su paso acompañado
de una muchedumbre de fervientes seguidores,
--ciega devoción--
hasta las serpientes de cascabel se apartaban.

Eran los tiempos de la abolición;
huían entonces los esclavos de los ingenios
en los cañaverales bahianos
y se adentraban en la intrincada caatinga
para probar la libertad.

En este desierto salvaje
de cactus, favela y pedruscos
--y de harapientos devotos que huyen
de la hambruna--
refulge la encalada blancura
de sembradas ermitas
como o Senhor do Bonfim.

Acuden los pasmados romeros,
carne de milagreros
que las cuajan de velas y exvotos;
tétrica estampa
la de estos miembros mutilados
a la luz de mil candelas:
piernas, pies y manos, brazos y cabezas,
pechos y ojos de cristal o de madera
--esperpéntico espectáculo--
que piden o agradecen milagros.

¡Qué disparatado rincón de mundo
--Calcinado por el sol--
este apartado sertón!
¿quién iba a decir que aquí se dirimiría
el fin del mundo?
singular combate que libran
el fervor milagrero cristiano
el animismo africano
y el espíritu de la revolución.


Amazonas


En el territorio remoto de Rondonia
Vivió antaño el Coronel,
un catalán severo y contundente.

Con madera de aventurero
pronto abandonó su patria para buscar fortuna
y dejar atrás los sinsabores
de una existencia difícil y sin futuro.

No fue fácil para él el nuevo mundo:
los sueños del colonizador son eso, una quimera
y una vida dura y desabrida le espera.

La Amazonia es aquí un océano verde;
intransitables bosques, pantanos e igarapés,
inmensos ríos y una fauna fabulosa
tienden la peor trampa que se pueda imaginar.

En este agobiante universo,
donde el ser humano es mota insignificante,
los insectos y una naturaleza invasiva se ceban en él.

Apenas una carretera, titánica construcción,
perdido sendero rojo a vista de pájaro,
atraviesa la inmensidad para instalar la codicia y la determinación.

Es la frontera; aquí sólo medran los valientes o los desesperados:
buscadores de oro, garimpeiros, campesinos desahuciados,
muertos de hambre y bandoleros; ladrones, chantajistas y aventureros;
locos y soñadores.

Por aquí campaba
con aire chulesco el Coronel.
Era entonces el principio de una nueva ola
migratoria hacia el lejano oeste.

Llegaban hombres
miserables huyendo del hambre y la sequía
montados en pao de arara y aferrados a una promesa:
un pedazo de tierra, una azada y la ilusión de una vida nueva.

Proliferaron entonces cacaotales y cafetales.
Sitios que antes fueran enmarañada jungla
se transformaron ahora, a costa de un alto precio
trabajo duro, malaria y muerte
en cumplidos cultivos.

El Coronel, con ojo vivo y mirada altiva,
compraba este nuevo oro vegetal y lo enviaba hacia Europa.
Desde Porto Velho hasta Ariquemes se temía su astucia
y su disciplina de capataz colonial.

En su soledad de mayoral encontró,
muchas veces, el consuelo de bellas mulatas,
escasos amigos entre los que le temían
y, más tarde, la propia muerte que, al fin, pudo con este diablo.

Eran entonces comunes los asaltos
amparados por la soledad de la transamazónica;
bandidos bien armados y con pocos reparos
medraban entonces al acecho de camiones bien cargados.

En uno de estos lances, murió el catalán.
Conducía solo camino de Porto Velho
un camión destartalado cargado de cacao.
Era una noche de luna y surgieron
tres embozados de la exótica tiniebla de la selva;
sigilosos subieron a la caja del camión, aprovechando una cuesta.
Pero era El Coronel de la casta del jabalí y quiso morir de perfil.
Empeñado en un tiroteo desigual
recibió cuatro balazos y tuvo que sucumbir.

Dice la leyenda que este es el sino
del que tiene afán de conquista,
intrépidos que el ciego destino guía:
la selva es como un dios que todo lo engulle,
indómita inmensidad.


Aleijadinho


Se asciende en Congonhas la cuesta
que conduce al calvario por etapas,
hasta el santuario barroco do Bom Jesus de Matosinhos.

Pero quiere la historia que aquí
el escultor Aleijadinho, manco, negro y osado
diera forma obstinada a su idea
en dura madera y piedra.

Saben los negros esclavos
que sus dioses orixás encarnan en imágenes cristianas
¡Ay, astuto recurso de humanidad oprimida,
cuya espiritualidad jamás será encadenada!

Representó aquí el negro,
--un hombre geniudo, pequeño y contrahecho--,
la historia de Cristo Tiradentes y doce inconfidentes:
tiene un precio la libertad y aquí se salda.

Tiradentes pagó con su ejecución
tan osada rebeldía; decapitado
su cabeza expuesta al escarnio en la plaza de Ouro Preto.
Su cuerpo mutilado y desmembrado
repartido y mostrado en los cuatro costados del imperio:
no quiere Portugal renunciar al objeto de su codicia, el oro.
Y así paga con muerte injusta y cruel
el primero de los brasileños, el anhelo de libertad.

Es por esto que Congonhas,
fascinante escenario naïf y simbólico,
es sello y cuna de la independencia de Brasil.

Aquí nace el sincretismo de Africa, America e Europa:
en estas capillas blancas y coloniales, estaciones al calvario;
en la iglesia do Bom Jesus de Matosinhos y sus doce esculturas de piedra,
inhiestos apóstoles de Cristo y de la inconfidencia,
en este artista ingenuo que inaugura
el camino de la cultura brasileña.


Ouro preto


En ese estrada real que parte de Río de Janeiro,
que se adentra en la exuberante espesura
salvando altas sierras e intrincados caminos
abrieron paso la ambición y la codicia de los hombres
hacia el corazón de esta tiniebla americana.

Continente adentro se esconde
el oro tan ansiado.
Ahí donde la tierra es negra,
--oscuro augurio--
y muestra la sierra su fálico perfil.

¡Ay, portugueses, cómo habéis expoliado
este nuevo mundo!
Quedará para siempre la lacerante herida, negra,
en esta tierra funesta devastada por la avaricia.

En esas minas, hoy abandonadas y tristes,
sus húmedas paredes aún relatan el sacrificio
el dolor y el esfuerzo inhumano, de tantos africanos
arrancando, para otros, su dorada entraña.


Joana D’arc, neginha bonita


Bajo la cúpula de una inmensidad verde
otro Ouro Preto existe
en los confines de la frontera,
remota aldea olvidada del mundo
en el oeste del Brasil.

Vivió antaño en este territorio de colonos,
aventureros y buscavidas
--ahí donde la selva se resiste aún
a dejar de ser una polifonía--
una negra de ébano, con formas turgentes y redondas,
de piel brillante y suave como la de un recién nacido.

Como neginha bonita la conocían
los nativos: se llamaba D’arc, Joana D’arc,
tenía veinticinco años y la socarrona astucia
de las mulatas de Bahía.
Dulce y alegre,
cuando hablaba se le iluminaba la sonrisa
y contagiaba simpatía.

Una mujer cabal, D’arc, la bella neginha.
Era libre, independiente, inteligente y buena.
Brasileña de casta… enamoradiza y sentimental
¡brillaban sus ojos de pasión!

Así cayó perdidamente enamorada
¡quién iba a decirlo de esta soberbia mulata!
de un forastero escuchimizado,
taciturno y melancólico.

Era frecuente en esa época de miseria, hambre y aventura
ver aparecer en el fantasmagórico poblado
mercachifles y aventureros; gente rara
que no siempre explicaban las razones
ni de su estancia ni de su pasado.

Así Apareció o contador
--un tipo canijo y aflautado,
ojos saltones y nariz pronunciada--,
una tarde de sol plomizo y enrarecida atmósfera
--por las constantes queimadas--
en la destartalada rodoviaria de Ouro Preto.

Venía mancillado por el polvo rojizo del camino:
no en balde había cruzado,
en un viejo bus destartalado,
un ancho tramo de la transamazónica
para recalar en este rincón perdido.

Era un chupatintas, un contable de poca monta
que venía para sacar las cuentas
del aserradero do Espanhol.

En la Serrería se instaló el misterioso extranjero.
Oculto entre las toras de ipé, jacarandá y sus números
contó con la complicidad del patrón español
--un viejo demonio devorado por sus sueños y la cachaça--
y vivió una historia de amor legendaria
con esta morena robusta.

Fue en una noche de embrujo,
a la lumbre de la luna y el aguardiente de caña
en esta selva de enredadas formas
que un amor tan improbable, pero tan ardiente
prendiera en seres tan distintos.




Barcelona, septiembre de 2016



sábado, 8 de octubre de 2016

Golpe de estado, secuestro de la democracia y fraude electoral

¿Habéis leído el artículo que Manuel Castells ha publicado hoy en La Vanguardia? Os adjunto el enlace para que podáis acceder: clicar aquí. No tiene desperdicio, no se puede explicar de una forma más clara y directa lo que está pasando ahora mismo en este país. El artículo es demoledor y conviene recordar que es la contundente opinión de uno de nuestros más brillantes sociólogos, con un curriculum espectacular. Una eminencia que ejerce, entre otras muchas cosas, de profesor universitario de Sociología y de Urbanismo en la Universidad de California en Berkeley --nada menos—y, Según el Social Sciences Citation Index 2000-2014, Manuel Castells es el quinto académico de las ciencias sociales más citado del mundo y el académico de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) más citado del mundo (cito literalmente a la Wikipedia). Pues bien, nada menos que una persona cómo él dice cosas como la siguiente y lo cito textualmente:
Mientras usted lee estas líneas en su calma sabatina, los barones regionales del PSOE ultiman una reunión para atar de antemano el comité federal a celebrar los próximos días en donde esperan imponer una fórmula para que Rajoy y el más corrupto partido de nuestra democracia continúen gobernando cuatro años más.
Y dice, refiriéndose a la más que probable abstención del PSOE, que así…
…se culmina el golpe de estado interno que marca un hito en el proceso de degeneración política del PSOE, el partido más histórico de España.
Más claro, todavía: el PP y el PSOE están ultimando los detalles para dar un golpe de estado contra la ciudadanía de este país, encastillándose en el poder y blindándose contra la movilización ciudadana, que empieza a ser consciente de que han secuestrado su democracia.
Además, como bien señala el profesor Castells, se ha producido un fraude electoral por parte del PSOE, pues este partido concurrió a las pasadas elecciones con el lema “no es no” a Rajoy. Por lo tanto, los electores lo votaron para que defendiera esta posición fundamental del candidato. Al ser cesado de forma fulminante, los caciques del PSOE, no sólo han decapitado a Pedro Sánchez, sino que han dado un golpe de estado contra su propio electorado.
Pero hay más en este golpe de mano: una maniobra antidemocrática para neutralizar a los movimientos partidarios del derecho a decidir. Dice Castells:
Se ha creado un bloque constitucionalista que excluye por definición a un tercio del electorado, como si defender el derecho a decidir, legal y democráticamente, fuese un motivo para denegar la participación en el sistema político. Es, en realidad, un frente anticatalán el que está en la base de la alerta roja que se declaró en el partido socialista cuando Sánchez intentó negociar la formación de una alternativa.
Por lo tanto, esto es también un golpe de estado contra una parte significativa de la ciudadanía que quiere expresar democráticamente su derecho a decidir. Hay aquí un movimiento antidemocrático de los llamados “constitucionalistas” para imponer por la fuerza el nacionalismo español.
Pero también sabe Castells que la junta golpista del PSOE no ha decapitado a Pedro Sánchez sólo para imponer el nacionalismo español y las exigencias –digamos—del IBEX 35 así como las perentorias instrucciones –por no decir ordenes que ambos, PP y PSOE-- reciben de Bruselas, sino que “estas brigadas acorazadas sureñas, con amplio apoyo mediático e internacional” –dice Castells—pretenden, en el paroxismo de la vergüenza, blindarse en su poder corrupto, para defender sus prebendas, sus sueldos, sus poltronas ante el pánico de que finalmente los españoles los desalojemos del poder. Esta es la miserable realidad de la situación a la que hemos llegado.
Y dice por último Castells, con meridiana claridad y lucidez, que:
Lo que quieren –esta junta golpista del PSOE—es moverse al centro y construir un cordón sanitario contra Podemos hasta expulsarlos del sistema institucional y confinarlos a la calle en donde los antidisturbios –recordemos las leyes que se han pasado sobre esto—les tienen ganas.

Estoy totalmente de acuerdo con este artículo brillante del profesor. Si lo dijera un ciudadano de a pie, sin los méritos de Castells, sería tildado de extremista y poco cabal. Pero lo dice el profesor de Berkeley Manel Castells. No creo que esta eminencia se juegue su prestigio diciendo sandeces o exponiendo argumentos que no estén bien contrastados. Estoy convencido. Estoy igualmente convencido de que tiene buenas fuentes de información, que dispone de un punto de vista privilegiado para analizar la realidad española, lo que supone un privilegio para los que lo podemos leer y una fuente de opinión valiosísima para nuestro debate democrático. Y yo digo que, finalmente, lo que se está produciendo es un secuestro de nuestra democracia por parte de los partidos protagonistas del sistema corrupto, ya agónico, en que degeneró el régimen democrático surgido en 1978. Está a punto de acceder al poder un partido que nos ha robado a manos llenas como ya se ha hecho evidente en los tribunales. Y, si los ciudadanos no reaccionamos a tiempo, nuestra democracia corre el riesgo de ser finalmente engullida.


lunes, 3 de octubre de 2016

España está enrocada, ¿qué está pasando?: una explicación

Son muchos los que se sorprenden y se indignan por lo que está ocurriendo en España. Es un país sin gobierno, empantanado. Nadie se entiende, todos están enfadados. Los partidos se rompen, los ciudadanos están hastiados… Una sensación de impotencia y zozobra se apodera de una sociedad que ya hace tiempo que ha perdido su norte.

Pero yo pienso que lo que ocurre es bueno. O, mejor dicho, es sano. No os espantéis con lo que digo, dejadme proseguir con mi argumento. Todo este desaguisado es un síntoma de la curación de la herida después de un tremendo desgarro. Una catarsis, una expulsión de los demonios. Sí… porque lo que ha pasado en nuestro país es muy grave, un pequeño terremoto, que ha removido la geografía, los contornos de las cosas tal como los conocíamos hasta ahora, para comenzar todo de nuevo, en un nuevo paisaje, en un mundo diferente. Y éste es el proceso en el que estamos. La noticia mala no es que no haya gobierno. No. La mala noticia es que vuelvan a gobernarnos los mismos. Por eso yo pienso que este impasse, este desgobierno, es un síntoma de hartazgo, una constatación --en la aritmética parlamentaria-- de que algo no cuadra, de que los que pretenden gobernar ya no tienen una masa crítica para hacerlo. ¡Y esto es una excelente noticia!

Hay tres razones de peso que explican este enredo, que justifican tamaña rotura y que exigen un orden nuevo: la plurinacionalidad de España, la corrupción y la creciente pobreza. Y por este orden.

La plurinacionalidad de España es un tema todavía no resuelto. Es muy sencillo: España es un estado plurinacional, es decir, que está formado por varias naciones. Esto es un hecho. Se ha intentado ocultar o superar, sin éxito. Ha llegado la hora de afrontarlo con seriedad, con madurez, honestidad y espíritu libre. No se puede seguir engañando a los ciudadanos explicándoles cuentos chinos. De algo tienen que haber servido estos treinta años de democracia: la sociedad española ya está madura, debe afrontar este conflicto y resolverlo definitivamente. No valen imposiciones. Se precisa juego limpio, dialogo y búsqueda sincera de un pacto. No es de recibo que la unidad de España sea una condición innegociable, cuando cientos de miles de ciudadanos –por no decir millones—quieren explorar otras formas de convivencia. No se puede apelar a la ley, como si fuera algo intocable, inamovible, para encastillarse en la propia posición en un acto de flagrante intolerancia hacia otra parte de la sociedad que quiere mover ficha. No se puede gobernar desde la intransigencia, hostigando al adversario con la amenaza de los tribunales, cortando los suministros financieros y los recursos necesarios a una parte de la población como si se tratara de un castigo, con ánimo de torcer la voluntad por la fuerza. Esto sólo genera odio y mayor rechazo, exacerbando las posiciones, desgarrando la convivencia y haciendo mucho más difícil el pacto necesario. Seamos honestos: si no se ha formado un nuevo gobierno hasta ahora, que se adivinaba del PP, es por la sencilla razón de que este partido y su equipo de gobierno han demostrado su ineptitud para encauzar este grave problema. Los populares se han convertido en un claro peligro. Su intransigencia es incendiaria. Su torpeza no hace más que desgarrar la urdimbre necesaria para tejer una nueva convivencia. Esta investidura que nunca llega, enrocada, demuestra que la opción en liza no tiene suficiente fuerza y legitimidad para obtener la confianza. Hay un hecho de gran significación y que debe tenerse muy en cuenta: en Cataluña y en Euskadi los dos partidos del sistema, PP y PSOE, son residuales. Yo ahora os pregunto, ¿cómo se puede gobernar un país en donde las dos regiones de mayor peso económico están determinadas por partidos que, ahí, son minoritarios y denostados, que aplican políticas hostiles a sus necesidades? ¿cuánto puede durar esta situación sin que salte todo por los aires? Ya se ha dicho muchas veces: contra Cataluña no se puede gobernar. Sólo un equipo que afronte con altura de miras el conflicto, merecerá la investidura.

La corrupción es el siguiente problema en importancia y explica también la situación de bloqueo que vive este país. La corrupción ha consistido en un régimen por el cual los principales partidos existentes –PP, PSOE y la complicidad periférica de CIU—se han convertido en correa de transmisión de los intereses de las grandes empresas y de los grandes bancos para beneficiarse mutuamente en detrimento del bien común de los ciudadanos. Es el cáncer de nuestro sistema democrático. Mientras estos partidos sigan en el poder, la corrupción continuará. Lo que está ahora en juego no es si gobierna el PP con sus coaligados o el PSOE con los suyos. No, no. Lo que se dirime aquí es si sigue el “régimen” o vence una nueva política que regenere la democracia. Los españoles, poco a poco, se van dando cuenta y giran su voto hacia otras opciones. Pero los viejos partidos se resisten. Se defienden como gato panza arriba: están en juego sus privilegios, los fabulosos intereses de los que chupan estas fenomenales máquinas electorales que son el PP y el PSOE. Han colonizado el Estado como un mortal parásito y no están dispuesto a soltar la presa. Están incrustados en las arcas del Estado y no sueltan prenda. Esto es lo que explica lo que está pasando, por ejemplo, en el PSOE. Los barones socialistas, viejos jerarcas con Felipe González a la cabeza, apoltronados en sus privilegios, dirigen un partido que ya hace tiempo que no representa los intereses de la izquierda; ¡es un negocio! Han defenestrado a Pedro Sánchez, por una razón muy sencilla: está poniendo en riesgo el sistema. Díscolo Pedro Sánchez… --¿de dónde ha salido este chico? ¿Pero es tonto o qué? — deben pensar todos estos carcamales. ¡Hay que ver el nerviosismo, la inquietud que les ha causado al ver que al chico no podían manejarlo! Pero al final se han salido con la suya. Hay que dar paso a un gobierno del PP, les interesa enormemente. Con este golpe de mano, un sector del partido socialista ha perdido la oportunidad de iniciar su regeneración política. ¿Por qué? La alternancia del bipartidismo, el mantenimiento del sistema, el régimen “democrático” que ha regido los destinos de este país… al servicio de una “maquinaría” que chupa de los bienes que todos generamos. ¿Qué puede ocurrir si accede al poder la nueva política? Pues que se desmonta todo el invento. Y lo que es más grave, los políticos del antiguo régimen, ya desaforados, quedaran expuestos a los jueces… y a cumplir sus condenas. El PP y el PSOE pueden ser dos partidos distintos, pero en lo esencial defienden un mismo interés. Por esto ahora se blindan, por eso van de la mano, por eso no han permitido la aventura de Sánchez y por eso no pueden soportar a Podemos.

Por ultimo está el problema de la creciente pobreza. La clase media ha sufrido mucho con la crisis y se ha reducido de forma muy notable, engrosando las filas de una nueva clase baja. ¿Consideráis normal que el esfuerzo de tanta gente, durante estos treinta años, se haya ido al garete? ¡¿Pero cómo es posible?! Todos los logros de la socialdemocracia, la gran conquista de la sociedad europea de la postguerra mundial, conseguidos tan arduamente y a costa de tan duros sacrificios, se ha volatilizado. Asistimos impotentes al esperpéntico espectáculo de ver como una retahíla de chorizos, de aprovechados, de nuevos ricos horteras y mafiosos de todo pelaje se aprovechan de un botín de dudosa--¡o no tanto! —procedencia. La riqueza se polariza y, de nuevo, en una experiencia que parecía superada por la historia, aparece una sociedad con un perfil lacerante e injusto en el que los ricos son más ricos que antes y los que habían conseguido acceder al estado del bienestar alimentan, ahora, las filas de los pobres. ¿Qué han hecho los partidos ante este hecho? Nada, absolutamente nada. Claro… están por otras cosas. Ahora nos gobiernan desde Bruselas funcionarios no electos que aplican políticas neoliberales y no rinden cuentas más que a los poderes rectores a los que sirven, ajenos a la democracia y con un claro perjuicio para el bien común. Nuestros políticos son unos simples mandados, lacayos mediocres, des simples d’esprit como dirían los franceses. Es un divorcio, un trágico divorcio entre la política y la sociedad. Una tremenda estafa de la nos costará recuperarnos. Pero hay que levantar el nuevo edificio de la política desde cero. Hay que empezar de nuevo.

Concluyo mi argumento; los viejos partidos ya no sirven, y todo lo que está ocurriendo es el proceso natural para cambiar las cosas. Se está produciendo una profunda transformación. Por esto decía en la introducción que lo que ocurre es, en el fondo, una buena noticia. La sociedad se dirige hacia el cambio. Lentamente. Hay que regenerar las instituciones. Poner al frente gente competente y honesta. Hacer entrar en la política gente con otra mentalidad, más abierta, mejor formada. Se necesitan amplitud de miras, capacidad para generar nuevos modelos posibles y nuevas ilusiones. Tardará más o menos. A lo mejor es una cuestión de años, no creo que muchos. Pero llegará. Después de lo que hemos visto estos últimos días, es casi seguro que acabe gobernando, ahora, el PP. Para mi es una indecencia, un tremendo ultraje. Pero tendrán los días contados, pues la sinrazón no se acabará imponiendo. No cabe gobernar desde la ineptitud, el odio y la intolerancia. No merecen dirigirnos estas gentes que ningunean y desprecian cuanto ignoran. ¿Qué les importa a ellos la rica diversidad de los pueblos ibéricos y la complejidad de sensibilidades distintas en una sociedad como la nuestra? ¿Qué ideas aportan verdaderamente para ayudarnos a salir del atolladero? Ninguna. No, no están legitimados, aunque hayan conseguido una mayoría relativa en las urnas. Más pronto que tarde, los que aún les votan se darán cuenta. Y se acabarán estrellando. Se estrellarán y se impondrá la razón. Estoy seguro de ello.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Francisco Brines, poeta


Con ocasión del Festival Internacional de Poesía, que se celebró el pasado mes de mayo en Barcelona, tuve la suerte de escuchar al propio poeta Francisco Brines recitar sus poemas. Me impresionó el carácter del poeta, un hombre ya muy mayor, hasta el punto de que me sorprendió verlo subir a un escenario y tener la generosidad y el buen humor de dedicarse a su público. Su humildad no oculta el halo de humanidad que desprende. Nos contó alguna historia, con mucha gracia y picardía. Uno se queda admirado escuchando su perfecto castellano; ¡que placer oír a alguien que domina tan bien su propio idioma!
Yo me emocioné con su poema Imágenes en un espejo roto. En cierto modo, una despedida de la vida. Lo he releído luego en casa. Muchas veces. Es una maravilla. Aquí lo tenéis, con su permiso:

Imágenes en un espejo roto

Ahora que puedo ya saber que está mi vida hecha,
en la penumbra de esta dormida habitación
que da al jardín de mi lejana adolescencia
(aún rozan los cristales
los jazmines, las alas de los pájaros),
la miro reflejada
en los fragmentos rotos de este espejo
que no ha sobrevivido a su pasar
pausado y velocísimo;
se muestran las imágenes sin voz
y el estaño perdido las extraña.

¿Y es lo que veo ahora todo cuanto viví?
Debo robar palabras, o inventarlas, y concederle al mundo aquel fulgor que tuvo,
pues todo se me acaba, en esta habitación,
al ver mi rostro roto
en todos los pedazos de este espejo ahora roto.
¿Y en dónde se han perdido el amor y el dolor,
esta verdad pequeña de haber sido?

¿Cómo salvarla, en su inutilidad,
antes de que me arrojen adonde todo está anulado, y ni siquiera el sueño
será capaz de hilar la imagen fantasmal, que el día desvanece?
¿La salvaréis vosotros,
que veis lo que ahora miro, en este texto roto,
en el instante vano del feliz parpadeo
que es toda la sustancia del ser que os fundamenta?

Dios pasea la gran negra humareda de su cuerpo
por el jardín estéril del Espacio curvado
(y caen de sus manos los soles, y estas centellas tristes
que lucen, y que somos, y se apagan),
con la Verdad que sólo a Él le pertenece.
Ese Dios fantasmal que crea y desconoce, y que camina
con su bastón de ciego.

Francisco Brines (Oliva, 1932)