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miércoles, 11 de octubre de 2017

Cataluña: ¿y ahora qué?

Escribo estas líneas después del debate, hoy miércoles 11 de octubre, en el Congreso de los Diputados. El presidente Rajoy, una vez más, ha mostrado su terca obstinación en no acudir al diálogo, a pesar de las numerosas llamadas a sentarse a negociar que le dirigen desde dentro y fuera de España y que le han suplicado la mayoría de los grupos parlamentarios de las Cortes en la sesión de hoy, invitándole vehementemente a sustituir el poder de la fuerza por el poder de la persuasión.

Ayer, el president Puigdemont, tras una llamada de Donald Tusk, máxima autoridad europea, decidió posponer sus planes para dar una nueva oportunidad al diálogo. Fue un discurso conciliador. Su actitud prudente y generosa. Todo el mundo pudo constatar su voluntad de desescalar la tensión. Sin embargo, la respuesta de Rajoy, una vez más, ha sido el desplante, la intransigencia y el inmovilismo. "No hay nada que hablar fuera de la Constitución", sentencia como una letanía ya cansina. No quiere entender que la Constitución ha quedado en algunos aspectos obsoleta y deja fuera a muchos españoles; que los tiempos han cambiado y que ya no sirve a los intereses de todos. Este empecinamiento en apelar a la ley, cuando una parte claramente mayoritaria de los catalanes y muchos españoles le demandan sentido de Estado y hacer política, en lugar de responder a golpe de querellas, impugnaciones, detenciones y sanciones, no lleva a ningún sitio. En definitiva, falta altura de miras para solucionar con la política un conflicto que es político. Hasta los propios jueces se lo han dicho, pero nada, nuestro registrador de la propiedad Rajoy no quiere ver más allá de sus narices.

En el colmo del cinismo, esta mañana, en el tenso ambiente después de la mano tendida de Puigdemont, el jefe del ejecutivo de Madrid devuelve la pelota a la Generalitat rehuyendo la invitación al diálogo y formulando una pregunta retórica: “el president Puigdemont, ¿declaró o no la independencia de Cataluña?” Y digo cinismo porque Rajoy hace ver que no entendió lo que sin duda entendieron perfectamente en Madrid. El ejecutivo español, en su prepotencia, en su persistente actitud de humillar a los representantes de los catalanes, sólo espera una rendición sin condiciones. Ordeno y mando. ¡Quienes os habéis creído que sois para poneros de igual a igual con el Estado español!, piensan, soberbios. Y con una mirada de desdén y una actitud prepotente, que pone en evidencia sus maneras autoritarias, amenazan ya con aplicar el artículo 155 de la Constitución. Uno no puede evitar la sensación de que disfrutan con la aplastante superioridad que les da la fuerza bruta y la sospecha de que acarician en su fuero interno, con la emoción contenida, la inminente derrota de las instituciones catalanes, la laminación de su ya precaria autonomía y la subsiguiente represión que sin duda alguna ya está prevista y preparada. Se han llenado la boca con la unidad de España, con que Cataluña es España, pero no han pestañeado a la hora de entrar a saco en la comunidad, saquear los despachos de nuestros representantes políticos, detener y humillar a nuestros cargos electos, arruinarlos con sanciones abusivas e injustas, intervenir nuestras finanzas, enviar un contingente policial especialmente seleccionado para esta represión y adiestrado en el odio hacia Cataluña –“¡a por ellos!”— para infligir un duro correctivo a la población inocente y pacífica --¡que iba a votar!--, han facilitado el cambio de sedes de nuestras empresas para crear un escenario de pánico, poniendo en riesgo la economía de Cataluña y España… Y todo ello para evitar que los catalanes manifiesten su derecho a decidir. ¿Quién rompe España? Para Pablo Iglesias, líder de Podemos, con 5 millones de votos en las elecciones de 2015–ellos y sus confluencias--, es el PP el que rompe España y concuerdo con él. Es muy triste y vergonzoso. ¿No hubiera sido más sensato dejar votar y conocer cuál es la opinión de los catalanes?

En esta situación, ¿Cuál es a mi entender el escenario que nos espera? Está claro que ayer Puigdemont solicitó al Parlament declarar la independencia de Cataluña y proclamar la República Catalana, pero con una condición suspensiva: dar un plazo al Gobierno de España para negociar, en defecto de lo cual la declaración formal de independencia se produciría pasado el plazo establecido. En las declaraciones de hoy del presidente Rajoy ha quedado claro que espera simplemente que Puigdemont le confirme que dijo lo que dijo y, a continuación, el gobierno solicitará al Senado la aplicación del artículo 155 de la Constitución que faculta a las instituciones del Estado a intervenir la autonomía, que sería tutelada desde Madrid. Para ello necesita el permiso del Senado, que es la cámara territorial en España y donde el partido gobernante tiene amplia mayoría. Hay que hacer observar también, que ayer Rajoy obtuvo el apoyo del jefe de la oposición, Pedro Sánchez, jefe de filas del partido socialista. Así que el gobierno cuenta con una holgada mayoría de la Cámara de los diputados para imponer unas medidas tan drásticas. Para lavar su imagen, el partido socialista ha exigido a Rajoy un compromiso para reformar la Constitución en el plazo de seis meses. Algo es algo. Es un gesto. Alivia la presión y pone en evidencia que ellos mismos están de acuerdo en que es necesaria esta reforma constitucional. Pero yo no tengo muchas esperanzas puestas en esta reforma. Ambos partidos son muy hostiles a las concesiones nacionalistas.

Como consecuencia de la intervención del gobierno autónomo de Cataluña después de la aplicación del artículo 155, Madrid impondrá un ejecutivo “títere” y se convocarán elecciones inmediatamente. Mientras tanto Cataluña está tomada militarmente. Al que se mueva, palo. Puesto que existe el riesgo de que las fuerzas independentistas vuelvan a ganar, es más que probable que se busque una excusa –por ejemplo, tumultos en la calle—para criminalizar a los partidos independentistas –PDCAT, ERC, CUP-- y se solicite a los jueces que “fuercen” la legalidad para declararlos fuera de la ley. Con tal cosa, estaríamos asistiendo a dejar fuera del sistema democrático a por lo menos la mitad de los electores catalanes y a la demolición de la democracia en Cataluña. Las elecciones serían ganadas sí o sí por los partidos unionistas o por aquellos que no discuten que Cataluña siga formando parte de España.

Una vez instalada esta situación, vendría el momento de la propaganda. Ya hemos sido testigos de las manipulaciones, las mentiras y las deformaciones de la realidad con un discurso posverdadero con el que el Estado ha intoxicado a los españoles para evitar que conocieran lo que estaba ocurriendo en Cataluña. Utilizando esta misma estrategia, intervendrán los medios de comunicación autonómicos para asentar su verdad: el discurso criminalizador se instalará con la crudeza de su particular vocabulario: “desafío independentista”, “golpe de Estado”, “bandas tumultuosas de ciudadanos”, “policías heridos”, “desorden”, “caos”, “insurgencia”, “elementos anti-sistema”, “catalanes partidarios de la unidad de España maltratados y señalados”, “niños adoctrinados en las escuelas” … Con un poco de suerte y tiempo, acabarán convenciendo a muchos, metiendo en la cárcel a los irreductibles y desplazando la lengua catalana –pues es la raíz de todos los males—e imponiendo de nuevo la española.


Pero como decía hoy el diputado Doménech en el Congreso, citando a un premio Nobel, “un pueblo reprimido no desaparece simplemente en la noche”. Los catalanes seguirán luchando y resistiendo. El Estado español no conseguirá apagar el incendio, que ellos mismos han encendido, hasta que comprendan que las cosas no se imponen por la fuerza sino por el libre consentimiento de las partes, en un pacto entre iguales, establecido con libertad.


jueves, 25 de mayo de 2017

La encrucijada española

Espectacular victoria de Pedro Sánchez. Sorprendente y, hasta cierto punto, inesperada. Los doscientos mil militantes del partido socialista han dicho basta. La trascendencia de estas primarias del PSOE es enorme para esta compleja partida de ajedrez que es la política española. Yo me he llevado una sorpresa y, hasta cierto punto, siento un moderado optimismo sobre las consecuencias de este movimiento sobre los asuntos políticos. La investidura de Rajoy fue ignominiosa; ¡los socialistas invistiendo a Rajoy, que vergüenza! Tampoco podía comprender cómo los socialistas aceptaban a una lideresa tan mediocre e intransigente como Susana Díaz. Me alegro mucho; ¡la militancia tiene buen ojo! Es un voto que demuestra la vitalidad democrática y la madurez política de unas bases que han tenido la valentía de plantar cara a los jerarcas de su partido. Han dicho basta a una organización secuestrada por su aparato. Un aparato formado por viejas glorias, apoltronados jerarcas que, abusones, han convertido al partido en una empresa al servicio de sus intereses personales. Unos intereses personales vinculados con el “régimen PPSOE” que ha gobernado este país en los últimos años, con una alternancia que parece pactada, consistente en la práctica sistemática del nepotismo y el saqueo de las arcas públicas, a cambio de favorecer los intereses de las grandes corporaciones empresariales y financieras. Yo me quedé de piedra el día que leí que Felipe González había presentado a Susana Díaz, como nueva líder del partido, a los principales banqueros y empresarios del país, para obtener su tácita aprobación. Poco a poco, los votantes españoles vamos descubriendo el inmenso fraude al que hemos estado sometidos.

Yo opino que la victoria de Pedro Sánchez puede tener una inmensa trascendencia política para el futuro inmediato de este país. Plantea una movida en el tablero de ajedrez que puede cambiar el signo de la partida, trastocar la política española. Pienso que un “nuevo” PSOE --renovado con gente más joven, honesta y eficiente--, podría desbloquear el problema más grave que tenemos planteado: la cuestión catalana. Las declaraciones de Pedro Sánchez reconociendo la identidad plurinacional del Estado español son un buen augurio. Ha conseguido una gran victoria, una victoria muy holgada. Esto lo inviste de un gran prestigio y autoridad, que ha de aprovechar. Tiene la delicadísima misión de sumarse a la regeneración de la política española, de sumar a las gentes que votan al partido socialista a los inmensos cambios que debe emprender la sociedad española, para regenerar sus instituciones y avanzar en las reformas necesarias para construir un nuevo país más democrático y mejor. Tiene que luchar contra el inmovilismo de la vieja guardia de su partido, conchabada con la cúpula del PP para blindar el “Régimen” y evitar que nada cambie. Las viejas glorias del socialismo deben estar removiéndose en sus asientos; no se lo van a poner fácil. Pedro Sánchez deberá demostrar su habilidad para evitar las celadas que le pondrán. ¡Y son poderosos! Cuentan nada menos que con el grupo Prisa y El país detrás. Toda esta red de intereses que se ha ido urdiendo en décadas, no cederá sus privilegios, así como así. Se defenderán con uñas y dientes. Yo creo que ahora, si Sánchez consigue desprenderse de los apoltronados de su partido, debería negociar con Podemos y formar un frente opositor al gobierno con opciones para ganar las próximas elecciones. Si es listo, su gran apuesta sería liderar con el apoyo de Podemos el desbloqueo de la situación catalana. Un bloque reformista mayoritario que puede enfocar un nuevo gran pacto de Estado, desde la asunción de la plurinacionalidad de España. Buscar luego la implicación de los nacionalistas catalanes. No nos engañemos. Esta es la cuestión más importante que deberá afrontar el futuro gobierno. Ya sabemos que las grandes líneas de la política económica vienen impuestas desde Bruselas (léase Alemania). Aquí poco hay que hacer; no importa quién gobierne, España ya no dispone de plena autonomía para regular su política económica. En cambio, la situación creada en Cataluña es muy grave; está poniendo en jaque a todo el Estado. Es de una importancia crucial centrar toda la atención en esto y urge empezar a negociar una salida. Ya sea para pactar un referéndum que pueda abocar en una desvinculación amistosa de Cataluña –no creo que pase, pues parece más probable que gane la opción del no por una ajustada mayoría--, ya sea para establecer una nueva etapa política que convenza a Cataluña a seguir, como nación, dentro del Estado español. Pedro Sánchez podría haberlo conseguirlo cuando se intentó su investidura. Creo que se dio cuenta de que Podemos los aventajaba en esta cuestión. Creo que, finalmente, vio que esta era la llave del futuro. Simplemente, no le dejaron. Lo defenestraron. Los Felipe González, los Rubalcaba, los Alfonso Guerra, los Rodríguez Zapatero… y también el aparato del PP. El establishment del “Régimen”.

No hay otra solución. España no puede navegar con la mitad de los catalanes remando en contra. Los populares se empeñan en un error garrafal: considerar que los catalanes han sido manipulados por sus élites políticas y se han abocado como corderos hacia un callejón sin salida: la independencia. Pero esto no es así; este es un análisis simplista que no se corresponde con la realidad. Hay un descontento real, que afecta a amplias capas de la ciudadanía de forma transversal. De hecho, muchos catalanes consideramos que nuestros líderes son unos hipócritas (léase Convergència/PDCat) pues se apuntaron a la movida tardíamente, arrastrados por las multitudes descontentas. Este análisis es esencial, pues es muy distinto que un movimiento como este proceda desde arriba, sin legitimidad democrática, a que sea un movimiento popular, impulsado por amplias plataformas ciudadanas. Otro error sustancial del Estado, derivado de este análisis equivocado, es pensar que derribando a las élites corruptas catalanas (léase el clan Pujol y todas sus ramificaciones) se acabaría con el independentismo. Error, grave error: el movimiento independentista funciona fuera de esta lógica y se mantendrá a pesar de todas las operaciones de guerra sucia que se planteen contra nuestros líderes (corruptos o no). Hoy por hoy gobierna el PP, lo que clama al cielo visto lo que poco a poco van desvelando los jueces. Es una ignominia, una prueba muy dura que provoca una rabia inmensa. Para mayor agravio, encima, en Cataluña es un partido minoritario, por no decir residual, pero que impone su poder, muchas veces de una forma despótica y revanchista. Esto exacerba todavía más los ánimos y retroalimenta el rencor, el odio y, por lo tanto, las reacciones radicales.

Mal que nos pese, aún hay un fuerte apoyo electoral detrás del PP. Es una situación perversa, pues los millones de votos que tiene el PP y lo legitiman en el poder del Estado, estrangulan la libertad de Cataluña. Conviene que los ciudadanos comprueben poco a poco la vergonzosa y deshonesta administración del Partido Popular. Que descubran que sus prácticas corruptas son sistémicas y no aisladas, debidas a algunos elementos corruptos, como pretenden hacernos creer. La desafección de sus votantes ira calando como una lluvia fina. Por fin podrá establecerse un frente “democrático” sensible a la corrupción y también a la gran cuestión, como digo la más importante: el conflicto Cataluña/España. Es cuestión de tiempo que se establezcan nuevos interlocutores con voluntad de sentarse a hablar. Personalmente, opino que la situación actual es extremadamente peligrosa. El gobierno del PP, con el apoyo de un partido anticatalanista como Ciudadanos, ha tensado la cuerda más allá de los límites razonables. Urge emprender un camino negociador con gente competente, tolerante, que no estén envenenados por el odio y el rencor. Con imaginación, valentía y una nueva visión de las cosas. Mariano Rajoy y su equipo han demostrado su incompetencia para resolver tan espinosa cuestión. Un líder mediocre como Rajoy, enrocado en un cinismo compulsivo, con su estrategia paralizante consistente en no hacer nada. Algunos creen que es una estrategia inteligente; yo creo que su inacción demuestra su falta de imaginación, su incapacidad para actuar, su mediocridad como líder, su falta de talento y de competencia a la hora de sentarse a negociar y resolver conflictos de alta complejidad. Con esta actitud, que puede interpretarse como estúpida, pero también como prepotente y provocadora, ha conseguido exacerbar los ánimos hasta conseguir que una parte nada desdeñable de la ciudadanía esté en pie de guerra. Su actitud irresponsable ha provocado a los catalanes, alimentando una rabia indecible. ¿Qué se pretende conseguir con esto, sino incendiar aún más la situación? Lamentablemente, su partido alimenta el odio y el rencor hacia los ciudadanos que, hartos de no encontrar respuesta a sus anhelos y necesidades, han virado hacia posiciones independentistas. Así, estos altos funcionarios del Estado, anclados en una estrategia de recentralización de España, no son conscientes que ejercen un nacionalismo tan intransigente, por lo menos, como el que intentan combatir.

Muchos catalanes queremos decidir nuestro futuro. La gente debe saber que, según las leyes internacionales, tenemos ese derecho como nación que somos. Unos se decidirán por la independencia, otros mucho no. Ya he dicho que, hoy por hoy, una mayoría ajustada votaría por la permanencia en España. Si es así, deberemos acatarlo. Ahora bien, no se puede seguir mintiendo al resto de los españoles haciéndoles creer que nosotros no disponemos de ese derecho de autodeterminación. Por su parte, los partidos españolistas tienen la obligación de luchar para convencer a los catalanes para que sigan asociados al Estado español. Como en todos los conflictos, hay que ceder contrapartidas; no se puede actuar con la prepotencia de quién se cree superior, intentando la asimilación pura y dura. El diálogo debe ser entre iguales. Muchos en Cataluña esperan esta actitud. La política de imponer por la fuerza no va a ningún sitio. Con esta táctica no conseguirán convencernos de seguir formando parte de España. Deben surgir políticos inteligentes, con reflejos democráticos, capaces de seducir a Cataluña. Esto requiere apertura de mente, diálogo y concesiones por ambas partes. El gobierno actual está desautorizado para esta tarea, por incompetencia. Pero, además, no cuentan con la credibilidad y la autoridad para tan delicada labor. La corrupción endémica en el partido PP los deslegitima para una tarea de tal envergadura y trascendencia. Quizás ya ha llegado la hora de que una nueva generación, más fresca y mejor formada, tome el relevo.