sábado, 28 de mayo de 2016

La muerte de Europa


El campamento de Idomeni se ha desmantelado casi sigilosamente. La policía se presentó de buena mañana, medrosamente, en una operación alejada de las cámaras. Se ha evitado la presencia de periodistas. Poco a poco se han desalojado a las pobres gentes de sus precarios campamentos. Se trata de mantener la mirada del mundo alejada de esta ignominia. Europa esconde sus vergüenzas. Con caras tristes, decepcionados, los refugiados se resignan a lo inevitable. Niños y mayores, miembros de estas desvalidas familias que ahora esgrimen la faz real de nuestro hiriente mundo, deshacen lo andado y reemprenden su camino de vuelta al infierno. La ostentosa y lacerante presencia de las excavadoras, que recogen los restos andrajosos del campamento, materializa el fracaso de Europa como civilización capaz de acoger y dar asilo a los que huyen de la persecución y de la guerra, intentando escapar de una muerte segura. Seres acorralados por la historia y, también, por sus propios congéneres. Humanos que no tienen cabida en este mundo. Personas a las que se les da la espalda y, con una resignada hipocresía, se mira hacia otro lado esperando que, por arte de magia, desaparezcan de la faz de la Tierra para no incomodar nuestras existencias egoístas. Son un estorbo, una escoria sobrante de la humanidad. Material de rechazo.

Con estos hechos, se constata el fin de la Europa de los derechos humanos y civiles, de un modelo de sociedad que para muchos ha sido ejemplar, único en la historia. Una milagrosa y efímera contingencia, una edad dorada que desaparece para siempre y nos conduce, de nuevo, a la dura realidad de nuestro mundo, un lugar áspero y desabrido. Ya estamos en otros tiempos. En tiempos aciagos dónde los individuos ya no importan. El hombre ya no es la medida de todas las cosas. Hay otras prioridades. En un abrir y cerrar de ojos, los ideales por los que han luchado varias generaciones –y han estado dispuestos a dejarse la piel--, se han esfumado.
Pero no seamos hipócritas. El cierre de fronteras y la vuelta a casa de los refugiados no es sólo una cuestión de mala gestión política. Siempre culpamos a nuestros políticos. Es fácil echarles la responsabilidad de que haya fracasado la política de acogida. La verdad es que la culpa es enteramente nuestra, del conjunto de los ciudadanos europeos. La mayoría de los europeos, seamos francos, estaba en contra de acoger a estas gentes. Pero esta mayoría callaba cobardemente. Sólo una minoría, a quien no importaba que su conducta fuese tachada de políticamente incorrecta e insolidaria, se mostraba claramente contraria a aceptar a los refugiados. Otros, seguramente otra minoría, apelaba a los valores supremos que sustenta nuestra civilización. Esgrimían el deber moral de proteger a los desesperados, de anteponer, sin ningún tipo de excusa, por encima de todo, los derechos humanos. Así, los políticos que mueven los engranajes de esta máquina infernal en que se ha convertido Europa, han maniobrado sigilosamente para frenar esta ola migratoria, a sabiendas de que cuentan con la aquiescencia de una parte importante de la población del continente.

Pero, podríamos preguntarnos: ¿por qué tantos ciudadanos del viejo continente no aceptan a los refugiados? Esta es una pregunta clave, pero que nadie se atreve a plantear abiertamente. ¿Lo que late detrás es la xenofobia? ¿El miedo a lo diferente? ¿La convicción, vamos a decir bienintencionada, de que estas olas migratorias pueden amenazar nuestra civilización, diluir nuestra esencia, hasta hacerla desaparecer completamente? Los europeos, en su mayoría, no quieren una sociedad pluricultural. ¡No! ¡ni hablar! A lo sumo, aceptarían que los inmigrantes se integraran. Es decir, que asumieran que, al ser acogidos por la generosidad y solidaridad europea, deberían dejar atrás sus creencias y sus hábitos para integrarse en las costumbres europeas. En una palabra, la condición sería que estuvieran dispuestos a convertirse en europeos. ¿Qué se entiende por esta conversión? Pues que aprendan los idiomas de los países de acogida, que se vistan como ellos, que coman lo mismo que sus anfitriones y, en última instancia, que adopten sus mismos ideales y valores. ¿Se puede exigir todo esto, como condición para ser recibido y aceptado? Muchos creen firmemente que sí. Y lo defienden con vehemencia. Alegan que los recién llegados lo hacen por elección y, al disfrutar de la generosidad que representa la acogida entre nosotros, se les puede exigir como mínimo que acepten integrarse plenamente en nuestro modo de vida. ¿Hemos pensado lo que representaría para nosotros irnos a vivir, por ejemplo, a Afganistán y adaptarnos plenamente a sus costumbres e ideales? ¿Seríamos capaces? No sé cómo nos sentiríamos si, además de la humillación que representa la huida de la guerra, sin nada, con una mano delante y otra detrás, nos viéramos obligados a ponernos un nicab, escolarizar a nuestros hijos a una madrasa para que aprendan El Corán…

Como dice Manuel Castells, la oposición entre globalización e identidad está dando forma a nuestro mundo y a nuestras vidas. La integración es una formula muy conflictiva. Sí, es cierto que las culturas deben preservarse, que los europeos temen que la intromisión de culturas foráneas pueda romper la homogeneidad y la cohesión social de sus comunidades. En oposición, los extranjeros que llegan a Europa desean conservar sus costumbres y, una vez entre nosotros, buscan la manera de convivir con los suyos, amparados entre ellos, buscando formar comunidades cerradas donde puedan reproducir la vida de sus países de origen. Dicho todo esto, hemos de convenir que el conflicto convivencial es comprensible. Nacen los recelos entre unos y otros. Hasta cierto punto, cabe comprender la dificultad de establecer una convivencia sin alteraciones y tensiones. Claro. Pero, por desgracia, no podemos escoger. Ya no es posible pensar el mundo como un lugar con departamentos estancos, como si se tratara de un zoológico humano, aquí los leones, allá las cebras… La progresiva mundialización, o globalización –como le queramos llamar—aboca a la humanidad a un proceso imparable de convergencia. Aunque este proceso es muy traumático, nada será capaz de detenerlo. Es como si la humanidad tuviese trazado este camino de antemano. El lento caminar de nuestra especie a través del tiempo, en su devenir, señala la convergencia de la humanidad, a ser sólo una. Por mucho empeño que pongamos en revertir este proceso, no lo conseguiremos. Es un devenir irrevocable, imposible de torcer o de cambiar. En un futuro, más o menos lejano, la sociedad humana estará plenamente integrada, será “una sola tribu”. Ya caminamos hacia ese nuevo mundo.

El choque que provoca esta globalización se opera, sobre todo, en las grandes urbes de Occidente; son las verdaderas megalópolis cosmopolitas del mundo, el laboratorio en el que ya podemos observar los conflictos que nos acechan y que señalan el camino hacia el futuro. Este juntarse gentes de las más diversas procedencias, etnias, religiones, lenguas y valores es lo que llamamos multiculturalismo. Desde mi punto de vista, el multiculturalismo es una utopía. Lo digo muy a mi pesar, pues que hay más bello que la diversidad humana. Se está demostrado muy complicado y difícil establecer sociedades estables multiculturales. Pongamos algún ejemplo, en Francia, por buscar un caso paradigmático: ¿Cómo conseguimos casar el derecho de la igualdad, conquistada por los franceses en un costosísimo proceso revolucionario y al que no están dispuestos a renunciar de ninguna manera, con el derecho de los musulmanes a considerar a sus mujeres, en muchos aspectos, subordinadas a los hombres? ¿Puede alguien, legítimamente, erigirse en juez y parte y decidir que los musulmanes no están en su derecho de establecer la prelación de derechos según el sexo, o como les plazca? ¿Cómo hacemos para no romper la convivencia cuando las leyes de unos conculcan las de los otros y viceversa? Es evidente que el futuro no pasará por subordinar una cultura a otra. Por hacer pasar por el tubo a unos en favor de un supuesto valor superior de los otros. Los europeos están convencidos de su superioridad, pues consideran su sistema de derechos civiles mucho más evolucionado y justo que el del mundo islámico, por ejemplo. Esta convicción los lleva a tratar a los demás con prepotencia y a menoscabar sus costumbres por anticuadas y obsoletas, tratando de imponer el sistema de valores propio como si se fuese un sistema universal. La solución se establecerá por consenso, por un proceso lento de asimilación. Surgirá, de algún modo, una síntesis cultural fruto de las anteriores formas. De hecho, así ha sido en otras etapas de la formación de las sociedades humanas; pensemos en el paso de los clanes y tribus a las sociedades complejas avanzadas. También fue muy traumático, pero se consiguió.

Así que, por mucho que nos opongamos, no podremos contener el río, la fuerza de la corriente se llevará por delante nuestros prejuicios y nuestros legítimos deseos de conservar ese patrimonio cultural intangible que ahora constituye nuestra identidad. Se construirán nuevas identidades sobre las viejas. La humanidad dará un salto cualitativo que implicará una nueva forma de organización. Un nuevo avance de la vida, ineludible, en su camino hacia una mayor complejidad.


viernes, 20 de mayo de 2016

Las cuatro estaciones


Primavera
Amanece en el horizonte malva marino. Estalla súbita una atmósfera dorada. Despierta la bestia triunfante: el apoteósico disco solar emerge. La luz tiene una pureza primigenia. Un sol viril y joven se hace notar en las blanquísimas fachadas cubistas, con sus reflejos cálidos y anaranjados. El aire es cristalino, su frescura puede olerse, palparse con el alma. Es el principio del mundo.
Acaba de copular el astro con la inmensidad azulada del universo que despierta, y en la portentosa geometría surreal, nace Venus hermosa.
Del cálido y húmedo vientre de la tierra, brota el feto de su revolucionada raíz. Surge de la ciclópea lucha por la vida, renegando de las oscuras profundidades. Y anhela la etérea y soñada belleza de la luz. Verdes cotiledones se alzan al cielo en retorcidos espasmos. Y henchida la madre de fertilidad, sembrará un paraíso de perfumes y de formas. Estalla para el mundo la Edad de Oro, cuyo signo es la blanquísima luminosidad de los almendros.


Verano
Mediodía. Cegadora luz de un sol que aturde. Densa atmósfera abrasadora. Amarillo en los  trigales. Secano. El hipnótico riquirraca de las cigarras. Se arrapan las pitas amenazantes a los inmensos acantilados y en su rara belleza trasladan una hostilidad que seca la garganta y eriza la piel enfebrecida.
En el mar, sensualidad. El cristal del salitre en la piel. Embriagador perfume de algas y yodo. El suave sonido arrullador de las olas. La escórpora, pez misterioso de prehistóricas formas, enciende con su camaleónico fuego el placer más intenso del estío. Tiene su misterioso ojo negro, vivo y brillante, la profundidad del universo. Su sabrosa carne destila el Mediterráneo convertido en gelatina.
Mece el llaüt sus viejas costillas en el fondeo, mientras traquetea El taf-taf lejano de los motores marinos de dos tiempos. Más allá, ciñe al viento la ilusión de un nuevo puerto.
En las pulidas pizarras, despiertan al ávido oleaje del deseo las mórbidas formas de una ninfa. Pura sensualidad embrujada por el sol estival. Está tendida su hermosura junto a un mar convertido en millones de fragmentos; como espejos destellan la belleza de la luz.
Al atardecer, en la soledad monástica de los huertos, el embriagador aroma de los tomates y de la tierra recién regada. Los altos cipreses señalan la materia púrpura y rojiza tras los montes, mientras el mar es ya cobalto fundido. En breve, la inmensidad de la bóveda celeste mostrará su redondeada Edad de plata con el brillo afilado de infinitas estrellas.


Otoño
I
Enigma: El hombre es la medida de todas las cosas.
  
II
El vino es santo grial, pócima mágica, la piedra filosofal. Magia pura. Esconde en sus destellos de rubí los hondos secretos de la tierra. Decidme sino ¿qué otra cosa, creada de la mano del hombre, contiene y resume la naturaleza? Destilación del paisaje, es su imagen poética. Sello del mundo. Signo y metáfora de nuestra fuerza transformadora de la materia, para convertirla en una libación divina. Regalo para los sentidos. Origen de la pletórica bacanal de la vida. ¡Predispone a la alegría y momentánea locura de la embriaguez! Savia purificadora. Plenitud. Comunión con lo divino. ¿Qué otro brebaje oculta su belleza de forma tan seductora, forzando el viaje iniciático?
III
 Abre la tarde el colosal escenario del bosque otoñal con sus ocres, rojizos, naranjas, pajizos. Hayas y abedules, robles y encinas dibujan el vetusto color de la madurez en el cristal de los lagos. La lechuza observa con ojos atónitos. Negros nubarrones ciegan la luz del alma y hielan los corazones. Truena y retruena en la colosal campana del cielo. Retumba la ira del destino en la bóveda del mundo. Zigzaguea el relámpago en un sordo destello. Barre el valle un aire frío que presagiando tiempos más tristes descarga un portentoso aguacero. En la neblina de la atmósfera huele a húmedo sotobosque y a setas.


Invierno
Extiende el crepúsculo su manto de melancolía. La mar, ahora solitaria y vacía, sirve de lecho a gigantescos reptiles petrificados; Vivo mineral que el tiempo y el salitre han trabajado. Sopla la tramontana prometiendo, en el lejano escenario, un rojizo atardecer. En la recogida ensenada, las alegres gaviotas rasan con la punta de sus alas las aguas durmientes de la marea.
Es la bestia cansada que se sumerge en el sueño del ocaso. Que acaricia ya los oscuros límites de la nada.
Viejos y retorcidos troncos, abatidos por las violentas avenidas y trabajados por las rugientes mareas. Árboles desvestidos ya de sus ropajes vegetales, sometidos por efecto del salitre a una petrificación vegetal. Bruñidas esculturas, ¡Cuánto podrían explicar sobre las maravillas del mundo! Convertidos ahora en mudas osamentas, prefiguran su decadencia.
La luna pronto vestirá de plata la imponente estampa. Blancos pétalos de almendro ¿tan aprisa habéis marchitado? Y ya todo será como un sueño.


Paco Marfull


jueves, 19 de mayo de 2016

Andamos en busca de nuevo sentido

de nuevo Svetlana Aleksiévich (2)


Andamos a la búsqueda de un nuevo sentido. Por esto me gusta el libro de Svetlana Aleksiévich. Sugiere caminos, y narrando la incertidumbre y desasosiego del presente, muestra la luz al final del túnel. No se puede vivir sin esperanza. Las sociedades, al igual que las personas, pueden encontrarse en encrucijadas, incluso en caminos sin salida. La perseverancia es esencial para la supervivencia.
Sigo leyendo con avidez y fascinación a Aleksiévich. La versión catalana de su libro, Temps de segona m: la fi del home roig. Ayer dio una conferencia en el CCCB de Barcelona. Lleno a reventar. Llegué una hora antes, por prevención. No sirvió de nada; tuve que seguirla por stremming, de vuelta a casa. “Yo no puedo vivir sin esperanza” dice. Y también: “La vida puede germinar a pesar de todas las adversidades” o aún, “el odio no nos salvará; sólo nos salvará el amor”. La lectura de este libro le deja a uno totalmente exhausto, anonadado. ¿Cómo es posible que colapse de esta manera un imperio –el imperio soviético-- forjado con el esfuerzo y la fe ciega de centenares de millones de personas? ¿Cómo puede haber terminado así el comunismo? ¿Qué ha ocurrido para que una idea que sedujo a una parte de la humanidad se haya convertido en la peor de las pesadillas de la historia? Rusia, o mejor, el vasto territorio de lo que fuera la URSS, que comprendía varias repúblicas europeas y asiáticas, se ha convertido en un campo devastado. Millones de ciudadanos se sienten humillados, o desorientados, o directamente hundidos en la miseria física y moral. Es un mundo sin perspectivas. La caída del imperio comunista, que muchos vieron como la oportunidad de una vida nueva, de la recuperación de la libertad, resultó igualmente un fiasco inmenso. A la ignominia del comunismo han sucedido las “ratas” –término literal que utiliza la propia escritora-- del capitalismo mafioso moscovita. Los delincuentes asaltaron el estado y arramblaron con todo. Hoy los ladrones y los asesinos mandan en Rusia y la gente, que no tiene nada, asiste impotente a esta tragedia.
Los rusos han sido triturados por la rueda de la historia. Pero, cuidado… No seamos ingenuos; si bien no se puede comparar la situación de Rusia con la de la UE, tampoco podemos afirmar que caminamos por un sendero alfombrado con flores. Nuestros problemas son graves, sin llegar al paroxismo de la sociedad soviética y post soviética y el sufrimiento infinito de sus gentes. Por encima de todo, también nos afecta este “cansancio de la civilización”. Estamos todos en un callejón sin salida. La búsqueda de un nuevo sentido es también nuestro objetivo. Así lo ve Aleksiévich, que saltó como un muelle de su asiento cuando le pareció interpretar –por un malentendido a causa de la traducción simultánea—que el moderador insinuaba que nosotros estamos libres de males y observamos la realidad rusa con cierta condescendencia.
Lo que maravilla de la inmensa novela de Aleksiévich, a parte de la emoción y la precisión de su relato, es la tenue esperanza que subyace. Es posible reconstruir, volver a empezar… a pesar del embrutecimiento que todo ello ha causado, del hastío, del agotamiento, “del profundo sentimiento de derrota”. El ser humano es como una hormiga. Hacendoso y persistente. Resiliente, que se dice ahora. La gran escritora bielorrusa sabe que la reconstrucción sólo es posible desde el diálogo sincero con la historia reciente. A partir de un relato fundado en la honestidad, en la franqueza, que huya de la impostura del relato oficial con el que se ha engañado --¡y se sigue engañando! --, de forma persistente, al pueblo ruso. Este es un objetivo venerable de su libro.
Aleksiévich concibe la novela como el relato de la vida. No es partidaria de la ficción. La literatura es vida. El libro debe abrir su relato a la pulsión de lo vital. Temps de segona mà es como el retablo de El Bosco, un ingente universo de personajes variopintos, donde cada uno tiene su papel, su personalidad propia. Es esta inmensa sinfonía la que constituye el sentido de ese universo. La novela es como el coro del antiguo teatro griego, una polifonía que explica la cadencia del acontecer, del paso real del tiempo –¡el tiempo humano! --. La verdad se encuentra ahora en la inmediatez de los testimonios personales, centrándose en lo esencial: el modo como el destino afecta a los humanos. En cierto modo, el libro es un libro de historia. Pero un libro de historia en el que lo que importan son las voces de las personas, de “la gente pequeña” --como le gusta recordar a Aleksiévich--. Es la pulsión subjetiva de la historia, las voces de las gentes, de los que la sufren en sus carnes, con toda su crudeza, los grandes hechos –cataclismos-- de la Historia con mayúscula, que se lo lleva todo como un río desbordado. Podríamos poner un símil: la Historia es como el registro de la propiedad, un lugar frío y burocrático en el que están formalmente registrados –como las fincas--, con precisión científica, la descripción de los grandes hechos.  A la escritora, por el contrario, le interesan los sentimientos y las emociones que se producen entre las frías paredes de esa casa que describe el registro, ahí es dónde late la vida.
La lectura de su libro nos permite descubrir a una escritora meticulosa. Ella misma dice que escribir es una labor muy ardua y costosa, pues llegó a tardar hasta diez años para acabar este libro. Se percibe la labor de síntesis, de depuración de los textos hasta dejar lo esencial. Este trabajo minucioso nos deja un relato cristalino y de gran simplicidad. Pero detrás de esta aparente simplicidad, se esconde mucho trabajo. No hay nada que cueste más que depurar un texto para que refleje, de forma clara y transparente, la esencia de las cosas. Vivimos –dice la galardonada con el Nobel—en un mundo sobresaturado de información. Pero esta información es esencialmente periodística y no nos acerca al secreto, al misterio de las cosas.
Detrás de esta polifonía de voces a través de la cual habla la vida, por encima de la literatura, se filtra espontánea la verdad. Una verdad que se encuentra enterrada entre las múltiples experiencias, a menudo contradictorias y ambiguas, de los personajes que han conversado con Aleksiévich. Pues ella misma afirma que no son entrevistas, sino conversaciones entre amigas, como aquellas que eran tan habituales en las antiguas cocinas soviéticas, al amparo de las indiscreciones. Una verdad fundada en las diversas visiones de la realidad –pues cada persona genera una respuesta diferente ante los mismos hechos-- cuya principal y nada desdeñable función, consistiría en abrir los ojos a los rusos. Y de esta forma, desde el reconocimiento de su “ser en la historia”, construir una nueva “voluntad de ser”. El hallazgo de un camino, de una salida del largo y amargo túnel en el que la historia los ha metido. Por su bien, pero también por el nuestro.
Y ahí late el misterio, el secreto, al que se refiere la escritora. La obra suscita más interrogantes que los que uno se planteaba antes de leerla. Así es como debe ser; de esta forma se mide un gran libro. Esta es una obra con punto ciego, en el sentido que le atribuye Javier Cercas en su reciente libro y del que ya he hablado en este blog*. Me atrevo a decir que ahí está el valor primordial de su escritura, lo que explica la grandeza de su obra y justifica la merecida entrega del premio Nobel. Un misterio que habla del alma rusa, pero también del alma humana en general, de cómo somos, de hasta qué punto somos inaprensibles y nos comportamos de una forma misteriosa, inexplicable, muchas veces paradójica y contradictoria. Como la historia de amor, inaudita, de Elena Razduieva, que se enamora de un preso --¡que no conoce! -- condenado a cadena perpetua en la Siberia profunda, adonde se desplaza para verlo ¡sólo los días de visita!, abandonando a su marido y a sus hijos, a los que por otra parte quiere con locura. ¿Quién entiende esto? En este misterio está toda la esencia del libro. El alma humana aparece como un inmenso agujero negro, inaprensible. La eterna búsqueda del sentido.



miércoles, 18 de mayo de 2016

La ayuda, perversa maldad


Me causa una gran impresión el dibujo a lápiz La ayuda que Francisco de Goya, que forma parte del álbum H de Burdeos y que pude contemplar, hace unos años, en la soberbia exposición Goya; luces y sombras. Es un dibujo realizado hacia 1825 en lápiz negro. Representa a un pobre anciano, desvalido, atormentado por el insoportable dolor de un ataque de cólicos, al que están a punto de sentar en la taza del inodoro después de aplicarle una lavativa. Sus ayudantes presentan una actitud de lo más sorprendente. Son tres mujeres, la primera de las cuales parece ayudar piadosamente al anciano, mientras que las otras dos se burlan socarronamente, con una actitud de perversa satisfacción por la desgracia ajena. Produce un verdadero escalofrío comprobar cómo se deleitan unos de la desgracia e infortunio de los otros. La dureza y vileza de la escena es una ofensa a la sensibilidad del espectador. Pero constato que lo que me conmueve es la enorme verdad que este sencillo dibujo relata: la perversa maldad de la raza humana, su impiedad. El disfrute del sufrimiento ajeno, en este caso magnificado por la humillación que sufre, impotente, el pobre anciano. Fijaos en la anciana, armada con la imponente lavativa y su cara de satisfacción después de aplicarle el tormento. Y qué decir de la mujer más joven, que aparece a través de las piernas del enfermo, con su malévola risita. Una verdad plasmada por Goya que convierte a este rápido esbozo en un testimonio implacable, que conmueve con una potencia y ferocidad que sólo pocos artistas pueden conseguir.

Esta representación de la fragilidad del ser humano en ciertos momentos de su vida, se convierte en una metáfora del desvalimiento. El hombre mostrado en una situación indigna, expuesto al ridículo y sufriente, en lugar de concitar la compasión de sus congéneres, suscita la burla y el placer malsano de regodearse en el sufrimiento ajeno. La enorme fuerza de este dibujo reside en su perversidad, en su poder de provocación, en la indeseable depravación moral que muestra. En el fondo nos conmueve, porque reconocemos su implacable verdad. Es el lado oscuro del hombre, el que aquí nos muestra Goya en toda su crudeza… pero quien se atrevería a decir que ésta no es una parte sustancial de nuestra condición humana.


martes, 17 de mayo de 2016

Ramon Casas: Diari íntim d’un impostor (Extractes)


10 de maig de 1906
Avui tertúlia a la Maison Dorée. Hi assisteixen Rusiñol i Pere Mateu. A la terrassa s’està d’allò més bé. L’aire primaveral és d’una suavitat extraordinària. La llum a Barcelona en aquesta època del any aixeca el esperit, dóna unes immenses ganes de viure. Les taques de sol tenen una vivacitat claríssima. La llum sembla posar una ditada d’oli daurat sobre les coses. El ambient es animat; el públic barceloní és molt amant de sortir al migdia a passejar Rambles amunt i avall i deixar-se veure, just abans de l’hora del vermut. Una noia joveneta, molt bonica, ha cridat la meva atenció. De la terrassa estant, l´he cridada per que s’apropi. Ven loteria als passejants. Li he comprat un numero, amb l’excusa de veure-la més a prop. La seva bellesa és encisadora. Li he proposat de posar per a mi al estudi. Amb una desimboltura a l’hora descarada i seductora, em diu que sí. La Sargantana, que així és coneguda pels habituals d’aquesta part de les Rambles, em produeix un efecte electritzant: el seu encant em té hipnotitzat. No puc pensar en una altra cosa.

15 de juny de 1906
Per fi he aconseguit el tò a l’hora de pintar a la Sargantain, que és així com li dic amorosament a la Júlia, la meva musa. Hores i més hores passades a l’estudi pintant-la. La seva bellesa és prodigiosa. De bon matí, els raigs de sol que entren a través del estudi escalfen el seu cos adormit, que sobresurt dels llençols i mostren la rotunditat de la seves formes perfectes. Cada minut descobreixo noves possibilitats, noves llums que incideixen sobre cada recó del seu cos. La seva mirada és un vertader misteri. Hi ha un punt de tristor darrera del seu esguard diabòlicament seductor.

20 de juny de 1906
No he pogut resistir-me. Avui li he declarat el meu amor incondicional. M’havia fet a el propòsit de mantenir una relació discreta i distant. Una relació que no anés més enllà de la nostra puntual relació eròtica. La Júlia és definitivament la dona de la meva vida. Aquest dies passats amb ella, en la més estricte intimitat, ens han unit en un amor apassionat. És obsessiu, la seva sensualitat alimenta el meu esperit, com la sang al vampir. No puc deixar de pintar-la, una i un altra vegada, com si volgués atrapar-la al paper i fer-la immortal, per sempre més.

3 d’abril de 1907
Estic satisfet del nou retrat de la meva Sargantain, que trobo reeixit. El retrat mostra la Júlia asseguda amb un vestit groc. Concentra el punt visual al sexe, insinuat per els plecs del teixit sedós i suau. Aquesta agosarada insinuació, contrasta amb la seva expressió trista i insatisfeta. Potser aquesta pintura mostra millor que cap altre el turment que La Sargantana representa per a mi. A mig camí entre la humiliació que sento, fruit del meu complex per la diferencia d’edat i la atracció fatal que em produeix i que em fa sentir atrapat. La Júlia es burla dient que la meva pintura és convencional, avorrida. Li agrada un pinta mones que és diu Pablo Ruiz. Vaig sentir-ne parlar durant la meva estada a Paris. Era amic d’en Casagemas. Que, si no recordo malament, es va suïcidar fa uns anys. Li agrada un cuadret seu que representa una dona en blau. Melancòlica, com és ella. La Júlia es una petita bestiola enfurrunyada. Em retreu la meva tibantor i serietat. Sóc un estaquirot, segons ella. Es una nena entremaliada. Li agrada la bohèmia i se’n riu de la pompositat presumptuosa dels burgesos de Barcelona. No hi ha dubte que la seva actitud burleta m’inclou; també els meus amics.

23 d’abril de 1911
Avui la Júlia s’aixeca de mal humor. Em retreu que la tinc tancada a casa i amagada de la vista dels amics. Té raó. Ahir, de nou, assisteixo sol a l’opera. Tothom es coneixedor de la nostra relació, però exhibir-la al Liceu seria una provocació que em comportaria greus conseqüències d’avant de la societat benestant de Barcelona. Sóc un covard. No tinc prou esma per a renunciar de la meva posició privilegiada com a pintor distingit de la ciutat. La nostra situació és incompresa, no tan sols pels amics, sinó també per la família. La meva mare no hi fa gaire per tal d’apropar-si, de comprendre-la i descobrir les seves virtuts i encants indiscutibles. No m’ho diu, però em fa saber amb la mirada que no li sembla adient la meva relació amb ella. La nostra diferencia d’edat, gairebé 20 anys, són intolerables per la societat benpensant. La Júlia pateix, però guarda els seus sentiments en la seva més intima soledat. La seva mirada trista, melancòlica, em destrueix per dintre.

Exposició: Júlia, el desig. Ramon Casas. Es pot veure al Cercle del Liceu fins al 20 de juliol de 2016.

martes, 10 de mayo de 2016

El públic, segueix la cuina d’avantguarda?


La cuina d’avantguarda sempre s’ha vist, des de molt sectors de la societat, amb un cert menyspreu, com volen dir: en a mi que em donin menjar de veritat! I no aquests invents que es mengen amb cullereta!
En un país com el nostre, amb forta tradició gastronòmica, la gent en general veu amb desconfiança la nova cuina i ho considera un esnobisme d’un determinat públic gourmet.
És veritat que tothom reconeix el mèrit d’en Ferran Adrià –i tants altres cuiners com ara els germans Roca-- i, fins a cert punt, es senten orgullosos de la seva ambaixada pel món, representant el prestigi de la cuina i la gastronomía catalanes. També és cert que tothom n’és conscient d’aquest nou prestigi i de la importància per la nostra imatge internacional, així com la promoció que representa dels nostres productes i els nostres costums dietètics. No en va, els veïns francesos han sabut muntar una gegantina multinacional de la cuina, que els ha valgut suculents ingressos durant molt anys.
Es ben cert que hi ha invents impresentables, que aprofitant la desorientació de molts consumidors, ofereixen una cuina sense cap ni peus sota la bandera de la modernitat. Una pura enganyifa que malmet la bona feina d’altres!
Només ha faltat la demagògia de certs periodistes de prestigi, que si bé són molt bons en lo seu, parlen de les coses del menjar amb una intrepidesa només equiparable a la seva ignorància. Aquesta torxa de la demagògia ha encès la gasolina d’un públic tradicionalista ben disposat al linxament dels nous aprenents de bruixo.
¿Quin ha estat el problema? Doncs que no ha funcionat bé la comunicació. La cuina d’avantguarda ha quedat encastellada dintre d’un cercle elitista i gran part del seu propòsit d’arribar a un públic més ampli, buscant una lògica democratització, ha quedat en no rés. Avui, la nova cuina, la cuina d’avantguarda, com la practiquen per exemple els germans Roca, són un afer que interessa només al rics... la resta s’ho mira amb un cert menyspreu, per no dir certa ràbia, doncs s’associa a un fenòmen excloent.
Es cert que en Ferran Adrià, com a locomotora d’aquesta avantguarda, ha realitzat un paper immens en la divulgació del fet, dedicant personalment un esforç de comunicació amb la societat, al llarg de les ultimes dues dècades. Però quelcom ha fallat. La gent no ho ha entès bé. Molts, inclús, es mofen o fan lliscar un cinisme gaire bé agressiu. La realitat és que la l’alta cuina sempre ha estat un tema elitista. Es ara, precisament, que sembla voler-se convertir en un assumpte democràtic. Però no ens enganyem; l’alta cuina continua essent un assumpte per entesos, per especialistes que han fet de la seva condició natural de tenir un bon paladar, una afecció construïda amb esforç, treball i bona memòria. Només així, es donen les condicions per apreciar les subtilitats d’aquest art.
No obstant, jo considero que no hauria de ser així. L’era contemporània s’ha caracteritzat per una democratització de les arts en general. El que abans estava al abast, només, d’una elit culta, ara hauria de passar a formar part de la riquesa cultural col·lectiva.
Quines són, encara, al meu entendre, les raons d’aquest rebuig bastant generalitzat per la nova cuina creativa? Desitjo apuntar algunes raons plausibles, tot convidant al lector, amb els seus comentaris, a que pugui suggerir-ne de noves:

  1. La natural resistència a lo nou i el temor instintiu a canviar lo conegut i segur (cuina tradicional) per novetats que ens desconcerten (nova cuina)
  2. La por inconscient a les provatures, als invents amb el menjar. Des d’un punt de vista antropològic, podríem dir també a la por ancestral de ser enverinats amb productes desconeguts.
  3. Moltes persones pensen que amb el menjar no s’hi juga –podríem parlar d’un tabú religiós?—Els aliments són per alimentar-nos, no per convertir-los en una font de plaer i de joc.
  4. Una part del públic no accepta –o no enten —que el restaurant gastronòmic contemporani ha canviat de rol, degut segurament a l’opulència i el benestar assolit per la nostre societat. Per tant, el restaurant ja no és un lloc per anar a alimentar-se, sinó un lloc per divertir-se, gaudir, o emocionar-se amb noves experiències.
  5. El rebuig a que la cuina pugui ser considerada un art, un espai de creació i de joc.
  6. La desconfiança que susciten les avançades tècniques culinàries actuals, que per a molts semblen “diabòliques”.
  7. La sospita per part dels comensals de que el producte ha desaparegut –o ha quedat totalment emmascarat—darrera de les insòlites tècniques actuals, la qual cosa els hi causa una notable irritació.
  8. Una part important del públic no veu –o no valora—les consignes de la Nova cuina respecte a la seva millor adaptació a les costums de vida actuals i a la fisiologia del ser humà contemporani: puresa, digestibilitat, lleugeresa... Paradoxalment, una cuina millor adaptada als nostres estómacs actuals rep el rebuig d’una societat que continua afeccionada als plats que “omplen” i assacien una gana ancestral.
  9. Continuen destacant els valors relacionats amb el plaer provocat per la sacietat i el sabor de lo conegut sobre els valors gustatius i de curiositat per lo nou.
  10. El menú degustació, per fi, ha estat rebutjat per una part important dels comensals, que no els agrada trobar-se aclaparats per aquest bombardeig de sabors diferents i de plats que mai s’acaben i que allarguen, penosament, l’experiència gastronòmica.

Interessant debat que convido a continuar des d’aquí. Crec que entrem en un cicle de reflexió, ja que la Nova cuina ja està sedimentada i des del tancament de El Bulli al 2011, fins i tot, uns anys abans, podria dir-se que la cuina d’avantguarda va assolir un punt d’estancament a partir del qual no s’ha avançat gaire. Aquesta sedimentació permetrà consolidar els valors assolits. Possiblement, a través d’una síntesi amb els valors tradicionals. Segurament, és el estadi en el que ens trobem ara mateix. 

Foto: Carles Allende
Llenguado amb cítrics. Joan Roca.
CUINA CATALANA. Ínfima-edit, 2013


jueves, 5 de mayo de 2016

El misterioso tupé de Donald Trump


Estoy intrigado. Hoy he seguido el telediario de TVE de las tres de la tarde. La noticia del día es la victoria de Donald Trump –pronúnciese tramp-- en las primarias, que le abren el camino de la candidatura republicana hacia la presidencia de Estados Unidos. Muchos consideran este éxito fulgurante como una sorpresa. Sinceramente, yo me pregunto por qué. Cosas más raras vemos y veremos en este mundo que nos toca vivir. Pero ésta no es la razón de mi intriga. Veréis… os explico: Donald Trump, como ya habréis observado, tiene mucho tupé. No, no… no lo digo sólo en sentido figurado. Es literal, lleva un peluquín. Un peluquín rubio, rubísimo, que le cubre la cabeza ahí dónde muchos, a su edad, ya son calvos o muestran entradas pronunciadas. Parece una tortilla a la francesa. O mejor aún, un tapete de dorado hilo de seda, muy bien planchado, con el que tapar las que él debe considerar sus vergüenzas. Lo peina, el muy saleroso, como si fuera un elvispresley apolillado. Pero si prestáis atención –y yo lo he hecho hoy al verlo en televisión—parece como si las imágenes de Trump estuvieran trucadas. Es un tema inquietante. Como si le hubieran añadido ese velo que, a veces, los productores de tv sobreimprimen en las imágenes para proteger la intimidad de las personas, sobre todo a los niños. Ya sabéis, ese velo de las caras por las que se ve y no se ve la cara del personaje. Pues bien, a nuestro amigo Donald le ocurre eso con su tupé. Mi pregunta es la siguiente: ¿Acaso son fotogramas trucados para preservar la imagen del amigo Donald y que, de esta forma, luzca un mayor atractivo ante la opinión pública, ahora que ya parece evidente que puede ser un próximo presidente? Si alguno de vosotros descubre el misterio, ruego me lo diga. Aunque también cabe la posibilidad de que no sea un tupé, sino una tortilla natural y, en vistas del éxito conseguido, los americanos ya empiecen a manipular los mensajes para darnos una imagen benéfica de su rampante y flamante nuevo líder. También se puede dar el caso de que no siendo, como decimos, un tupé artificial, sino su propio cabello, sea éste de un rubio tan luminoso, que ciegue la imagen produciendo el efecto antes explicado. Una luz cegadora, mística, como la aureola de los santos. Una cortina de humo para despistarnos y hacernos soñar con algo mejor que lo que realmente se esconde detrás. No sé, es difícil verle el plumero a Donald –nunca mejor dicho--, pues intenta esconderlo y no sabemos a ciencia cierta qué es lo que esconde debajo de su tupe, natural o no. En todo caso, ¡ya podéis reíros, ya! Porque “uncle Donald” ya ha demostrado sus dotes para seducir, con su tupé y su cartera, a las más bellas mises del nuevo continente. ¡TRUMP POWER!