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jueves, 19 de mayo de 2016

Andamos en busca de nuevo sentido

de nuevo Svetlana Aleksiévich (2)


Andamos a la búsqueda de un nuevo sentido. Por esto me gusta el libro de Svetlana Aleksiévich. Sugiere caminos, y narrando la incertidumbre y desasosiego del presente, muestra la luz al final del túnel. No se puede vivir sin esperanza. Las sociedades, al igual que las personas, pueden encontrarse en encrucijadas, incluso en caminos sin salida. La perseverancia es esencial para la supervivencia.
Sigo leyendo con avidez y fascinación a Aleksiévich. La versión catalana de su libro, Temps de segona m: la fi del home roig. Ayer dio una conferencia en el CCCB de Barcelona. Lleno a reventar. Llegué una hora antes, por prevención. No sirvió de nada; tuve que seguirla por stremming, de vuelta a casa. “Yo no puedo vivir sin esperanza” dice. Y también: “La vida puede germinar a pesar de todas las adversidades” o aún, “el odio no nos salvará; sólo nos salvará el amor”. La lectura de este libro le deja a uno totalmente exhausto, anonadado. ¿Cómo es posible que colapse de esta manera un imperio –el imperio soviético-- forjado con el esfuerzo y la fe ciega de centenares de millones de personas? ¿Cómo puede haber terminado así el comunismo? ¿Qué ha ocurrido para que una idea que sedujo a una parte de la humanidad se haya convertido en la peor de las pesadillas de la historia? Rusia, o mejor, el vasto territorio de lo que fuera la URSS, que comprendía varias repúblicas europeas y asiáticas, se ha convertido en un campo devastado. Millones de ciudadanos se sienten humillados, o desorientados, o directamente hundidos en la miseria física y moral. Es un mundo sin perspectivas. La caída del imperio comunista, que muchos vieron como la oportunidad de una vida nueva, de la recuperación de la libertad, resultó igualmente un fiasco inmenso. A la ignominia del comunismo han sucedido las “ratas” –término literal que utiliza la propia escritora-- del capitalismo mafioso moscovita. Los delincuentes asaltaron el estado y arramblaron con todo. Hoy los ladrones y los asesinos mandan en Rusia y la gente, que no tiene nada, asiste impotente a esta tragedia.
Los rusos han sido triturados por la rueda de la historia. Pero, cuidado… No seamos ingenuos; si bien no se puede comparar la situación de Rusia con la de la UE, tampoco podemos afirmar que caminamos por un sendero alfombrado con flores. Nuestros problemas son graves, sin llegar al paroxismo de la sociedad soviética y post soviética y el sufrimiento infinito de sus gentes. Por encima de todo, también nos afecta este “cansancio de la civilización”. Estamos todos en un callejón sin salida. La búsqueda de un nuevo sentido es también nuestro objetivo. Así lo ve Aleksiévich, que saltó como un muelle de su asiento cuando le pareció interpretar –por un malentendido a causa de la traducción simultánea—que el moderador insinuaba que nosotros estamos libres de males y observamos la realidad rusa con cierta condescendencia.
Lo que maravilla de la inmensa novela de Aleksiévich, a parte de la emoción y la precisión de su relato, es la tenue esperanza que subyace. Es posible reconstruir, volver a empezar… a pesar del embrutecimiento que todo ello ha causado, del hastío, del agotamiento, “del profundo sentimiento de derrota”. El ser humano es como una hormiga. Hacendoso y persistente. Resiliente, que se dice ahora. La gran escritora bielorrusa sabe que la reconstrucción sólo es posible desde el diálogo sincero con la historia reciente. A partir de un relato fundado en la honestidad, en la franqueza, que huya de la impostura del relato oficial con el que se ha engañado --¡y se sigue engañando! --, de forma persistente, al pueblo ruso. Este es un objetivo venerable de su libro.
Aleksiévich concibe la novela como el relato de la vida. No es partidaria de la ficción. La literatura es vida. El libro debe abrir su relato a la pulsión de lo vital. Temps de segona mà es como el retablo de El Bosco, un ingente universo de personajes variopintos, donde cada uno tiene su papel, su personalidad propia. Es esta inmensa sinfonía la que constituye el sentido de ese universo. La novela es como el coro del antiguo teatro griego, una polifonía que explica la cadencia del acontecer, del paso real del tiempo –¡el tiempo humano! --. La verdad se encuentra ahora en la inmediatez de los testimonios personales, centrándose en lo esencial: el modo como el destino afecta a los humanos. En cierto modo, el libro es un libro de historia. Pero un libro de historia en el que lo que importan son las voces de las personas, de “la gente pequeña” --como le gusta recordar a Aleksiévich--. Es la pulsión subjetiva de la historia, las voces de las gentes, de los que la sufren en sus carnes, con toda su crudeza, los grandes hechos –cataclismos-- de la Historia con mayúscula, que se lo lleva todo como un río desbordado. Podríamos poner un símil: la Historia es como el registro de la propiedad, un lugar frío y burocrático en el que están formalmente registrados –como las fincas--, con precisión científica, la descripción de los grandes hechos.  A la escritora, por el contrario, le interesan los sentimientos y las emociones que se producen entre las frías paredes de esa casa que describe el registro, ahí es dónde late la vida.
La lectura de su libro nos permite descubrir a una escritora meticulosa. Ella misma dice que escribir es una labor muy ardua y costosa, pues llegó a tardar hasta diez años para acabar este libro. Se percibe la labor de síntesis, de depuración de los textos hasta dejar lo esencial. Este trabajo minucioso nos deja un relato cristalino y de gran simplicidad. Pero detrás de esta aparente simplicidad, se esconde mucho trabajo. No hay nada que cueste más que depurar un texto para que refleje, de forma clara y transparente, la esencia de las cosas. Vivimos –dice la galardonada con el Nobel—en un mundo sobresaturado de información. Pero esta información es esencialmente periodística y no nos acerca al secreto, al misterio de las cosas.
Detrás de esta polifonía de voces a través de la cual habla la vida, por encima de la literatura, se filtra espontánea la verdad. Una verdad que se encuentra enterrada entre las múltiples experiencias, a menudo contradictorias y ambiguas, de los personajes que han conversado con Aleksiévich. Pues ella misma afirma que no son entrevistas, sino conversaciones entre amigas, como aquellas que eran tan habituales en las antiguas cocinas soviéticas, al amparo de las indiscreciones. Una verdad fundada en las diversas visiones de la realidad –pues cada persona genera una respuesta diferente ante los mismos hechos-- cuya principal y nada desdeñable función, consistiría en abrir los ojos a los rusos. Y de esta forma, desde el reconocimiento de su “ser en la historia”, construir una nueva “voluntad de ser”. El hallazgo de un camino, de una salida del largo y amargo túnel en el que la historia los ha metido. Por su bien, pero también por el nuestro.
Y ahí late el misterio, el secreto, al que se refiere la escritora. La obra suscita más interrogantes que los que uno se planteaba antes de leerla. Así es como debe ser; de esta forma se mide un gran libro. Esta es una obra con punto ciego, en el sentido que le atribuye Javier Cercas en su reciente libro y del que ya he hablado en este blog*. Me atrevo a decir que ahí está el valor primordial de su escritura, lo que explica la grandeza de su obra y justifica la merecida entrega del premio Nobel. Un misterio que habla del alma rusa, pero también del alma humana en general, de cómo somos, de hasta qué punto somos inaprensibles y nos comportamos de una forma misteriosa, inexplicable, muchas veces paradójica y contradictoria. Como la historia de amor, inaudita, de Elena Razduieva, que se enamora de un preso --¡que no conoce! -- condenado a cadena perpetua en la Siberia profunda, adonde se desplaza para verlo ¡sólo los días de visita!, abandonando a su marido y a sus hijos, a los que por otra parte quiere con locura. ¿Quién entiende esto? En este misterio está toda la esencia del libro. El alma humana aparece como un inmenso agujero negro, inaprensible. La eterna búsqueda del sentido.



martes, 12 de abril de 2016

Me sorprende el ser humano...



Estoy leyendo el libro de Svetlana Aleksiévich, último Premio Nobel de Literatura. He adquirido la versión catalana, Temps de segona mà: la fi de l’home roig, editado por Raig verd editorial y excelentemente traducido del ruso por Marta Rebón. Tenía curiosidad por ver qué tenía que decir esta mujer, tímida e introvertida, cuyas entrevistas había seguido, fugazmente, en los medios. Me impresionó su humildad y sencillez. Su actitud, --me dije—contrasta con la de muchos escritores, sobre todo con los que ya están consagrados; esa petulancia y suficiencia de algunos… Así que pensé que valía la pena sumergirse en su lectura, teniendo en cuenta mi interés y curiosidad por todo lo que tenga que ver con la Rusia contemporánea. Me fascina la forma en que acabó el comunismo en la URSS y cómo, de la noche a la mañana, las cosas cambiaron radicalmente en ese vasto imperio.

No hay asomo de vanidad en Aleksiévich, pero en cuanto uno lee las primeras páginas de su libro, se da cuenta del talento, el temperamento y la pasión que late en esta mujer aparentemente tan apocada. Su obra me merece un gran respeto y lo considero un lucidísimo retablo de la Rusia contemporánea.  Además, es una novela muy rompedora, por su forma. Los entendidos ya han señalado que esta obra supone una renovación muy original de este género literario. La verdad es que un libro muy bueno.

Mis expectativas respecto a esta autora y su libro Temps de segona mà, se han visto superadas con creces. El libro es fascinante. Muy interesante. Te atrapa de una forma que te deja sin aliento, no puedes soltarlo. Las historias que concurren, tienen una enorme carga emocional. Realmente, esta escritora hasta ahora desconocida, tiene una habilidad muy considerable para hacerte vivir todo lo que ha ocurrido en su país. Mejor dicho, para aproximarte a lo que sienten sus conciudadanos después de lo que ha pasado en su país. Es un análisis muy lúcido, muy descarnado, pero al mismo tiempo muy humano y comedido. Se dice que es una novela de voces. Es cierto, yo también lo veo así: funciona como un retablo de personajes reales, pero que la autora ha dramatizado utilizando con gran maestría las técnicas del relato de ficción. Esta descripción tan efectiva de los distintos personajes y su apasionada manera de relatar sus vidas construye un enorme fresco, diverso y muy rico, de voces diferentes, antagónicas ideológicamente --aquí está la gracia-- que componen una acertadísima sinfonía para entender la Rusia moderna.

Ya había leído anteriormente libros sobre la Rusia del siglo XX, que me dejaron estupefacto, como Relatos de Kolimá de Shalámov o Limónov de Emmanuel Carrère. Pero no olvido el más grande todos ellos, Vida y destino de Vasili Grossman, un gigante, a mi entender, de la literatura moderna europea. Si queréis entender que estaba ocurriendo en Europa durante el conflicto de 1940-1945, es indispensable que abordéis este libro maravilloso. Algún día hablaré de él, pues merece ser tratado en exclusiva. De alguna manera, estos libros ya me alertaron sobre el enorme interés que tiene este contradictorio y trágico país. La enigmática alma rusa. La fascinación que me provoca es, a partes iguales, consecuencia de las inauditas tragedias que han sufrido sus gentes y, al mismo tiempo, la desbordante pasión con la que, a pesar de todo, siguen apostando por la vida y por un destino mejor. Shalámov relata como nadie la barbarie y la indignidad de los campos de trabajo soviéticos. Una voz que llega desde el infierno para explicarnos la inhumanidad. La senda de deshumanización que representaron los totalitarismos del siglo XX. De sus reflexiones emerge una conclusión paradójica: hasta tal punto se denigra al ser humano en estos lugares, que éste acaba convirtiéndose en un monstruo y deja de ser humano, tal es el nivel de degradación al que es sometido. En cuando al libro de Emmanuel Carrère sobre Limónov, es otra pequeña joya literaria a no perderse. Escrito con gran maestría, describe a este individuo descreído y rebelde nacido a mitad del siglo XX, en pleno comunismo, para hacernos descubrir su ambigüedad moral e incitar nuestra reflexión sobre el ser contemporáneo. De nuevo, la enigmática alma rusa. Un rebelde con causa que personifica todas las contradicciones de un sistema que, aspirando al sueño de emancipar a la humanidad, acabó pervirtiendo todos sus ideales. En este caso, la desilusión individual, conduce a Limónov por vericuetos realmente intrincados e inverosímiles, para devolvernos una imagen novedosa e impactante de un cierto tipo de disidencia.

Volviendo al magistral libro de Svetlana Aleksiévich; ¿cómo digerir el sinsentido de que decenas de millones de personas desaparecieran asesinadas durante los ochenta años que duró el régimen soviético, o bien trabajaran hasta la extenuación y la muerte, o aún otros muchos sufrieran penurias terribles, soportaran tormentos indecibles, o murieran literalmente de hambre? Y todo ello para construir una ilusión, el mejor país del mundo. Sí, sí, se creyeron este sueño y lucharon por él hasta la muerte… y, todo, ¿para qué? Para desaparecer en cuestión de días. Toda esta enorme maquinaria, que se tragó a decenas de millones de víctimas, desapareció de la noche a la mañana. Así, sin más… el viento de la historia lo ha barrido en un plis plas, el sacrificio de millones de personas para nada, un sacrificio inútil. Marina Tikhonovna comenta desesperada: He pasado toda mi vida construyendo un gran país… Todo fue inútil. Estuvimos sufriendo para nada. Es muy difícil de encajar, pero la historia de la humanidad es así, absurda y cruel. El libro de Aleksiévich no es un simple relato de agravios e ignominias; en él late el corazón cálido de los rusos, sean del signo que sean, rememorando lo absurdo de sus vidas. Produce una honda impresión ver con que entereza asumen el dolor, el sinsentido de sus vidas entregadas a una idea que acabó pervirtiéndose y que fue finalmente abortada. Descubrir que han sido engañados y que ahora, muchos se ríen de ellos: son las generaciones nacidas después de la caída del comunismo. Es el paroxismo de la crueldad. Una enorme lección sobre el infierno que han debido soportar muchos seres humanos. Sobrecogedor. Dice Aleksiévich: La historia sólo se interesa por los hechos, pero las emociones se quedan al margen. No se acostumbra a dejarlas entrar en la historia. Miro el mundo con los ojos de una mujer de letras y no de una historiadora. Me sorprende el ser humano…

Relato estremecedor del personaje Ielena Iúrevna:
Un apartament comunitari qualsevol. Hi viuen juntes cinc famílies, vint-i-set persones. Una cuina i un vàter en comú. Dues veïnes tenen habitacions adjacents, es fan amigues: una té una filla de cinc anys i l’altre viu sola. En els apartaments comunitaris la gent es vigila, és normal. S’espien les converses. Els qui tenen una habitació de deu metres quadrats envegen els qui en tenen una de vint-i-cinc. Què s´hi pot fer? És la vida... I vet aquí que una nit arriba un “corb negre”, un furgó de la policia. Arresten la mare de la nena petita. Abans que no se l’emportin encara té temps de cridar a l’amiga: “si no torno, tingues cura de la meva filla. Que no la fiquin en un orfenat!”. I la veïna se´n fa càrrec. Li assignen una altra habitació. La nena diu “mare Ània”... Al cap de disset anys la mare biològica torna. Cobreix de petons les mans i els peus de la seva amiga. En general, els contes acaben així, però a la vida real les coses van d’una altra manera. Sense final feliç. En temps de Gorbatxov, quan van obrir els arxius, van demanar a l’exreclusa si volia consultar-hi el seu expedient. El va obrir: al damunt de tot hi havia una denúncia. Una lletra familiar... la de la seva veïna... “Era mare Ània” qui l’havia denunciada... Entén alguna cosa? Jo, no. I aquella dona tampoc no va entendre res. Va tornar a casa i es va penjar.

Por qué pruebas ha tenido que pasar la humanidad, ¡dios mío! Algunos relatos hielan la sangre en las venas. Por esto dice Marina Tikhonovna: Todo lo que hemos superado no se puede medir con un metro ni pesar en una balanza. Pero yo estoy aún en el mundo. Vivo.

Pero el relato no se queda en una crítica al uso de la barbarie del comunismo. Ahí está su grandeza. La obra es una crítica feroz al capitalismo salvaje que vino después. Los personajes de Aleksiévich son implacables con los nuevos oligarcas, empezando por Putín. Son delincuentes que asaltaron el estado soviético y se hicieron con todas sus riquezas, mientras la gente lo perdía todo de la noche a la mañana, veían como su dinero se devaluaba y sus ahorros se convertían en nada. Ahora –dice Ielena Iúrevna, uno de sus personajes—se rinde culto al dinero y al éxito. Sólo sobreviven los más fuertes, los que tienen bíceps de acero. Pero no todo el mundo es capaz de avanzar pisando la cabeza de otros, de sacar provecho. Algunos son incapaces de hacerlo porque no lo llevan en la sangre. Y otros lo encuentran indigno.

El relato de Ielena Iúrevna es un apasionado alegato en favor de los tiempos pasados, de la grandeza de los ideales comunistas y de los gloriosos momentos del imperio soviético, cuando era un faro para el mundo. Por esto Ielena desconfía de la autora, que ahora la entrevista; una vez más --piensa-- vienen a reírse de ella y de sus ridículos y caducos ideales. Por eso le dice a Svetlana: Estoy segura que borrará todo lo que le acabo de decir. Pero Svetlana Aleksiévich le contesta con el que yo pienso que es el leitmotiv más importante del libro: Le prometo que habrá dos historias. No quiero ser una historiadora con la sangre caliente, ni una que blande una antorcha encendida. Que lo juzgue el futuro. El futuro pone las cosas en su sitio; pero no el futuro próximo, sino el lejano. Un futuro en el que nosotros ya no estemos. Sin nuestros prejuicios y pasiones.