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sábado, 8 de diciembre de 2018

Ibrahim, el sirio


¡Anda, mira, hermano! ya están ahí en el puerto. Claro, ya son las nueve. Uf, a estas horas ya no corre ni gota de aire, de aquí a un rato el calor será insoportable. Ya han llegado del caladero, bueno… ya debe hacer un buen rato. ¿Los ves?, son aquellos de allí, son pescadores egipcios ¿sabes?, que trabajan por cuenta de un armador griego, calan al atardecer y al alba vuelven para levantar las redes. Ahora faenan en el muelle junto a su barca, la Cap Spiros, limpiando las redes y todo eso. Es un rincón apacible, junto al aparcamiento, apartado del barullo de los turistas. Ya te imaginarás que les pagan dos duros, ¿qué griego quiere ahora hacer esta faena, horas en el mar, de noche, calado hasta los huesos?, bah. Ese es su atracadero, un recodo tranquilo del muelle, apartado de la playa de los turistas, sí, aquella de allá, a lo lejos. Están al lado de la pescadería de Batsí, aquí detrás nuestro, pero no creas que le venden el pescado, no; todo va a parar a los restaurantes, ¡estaríamos buenos!, así sacan una buena pasta; a los guiris se lo venden a 50 euros el kilo, ¡te imaginas! bueno, qué sabrás tú de euros, hermano; son unas 600 libras sirias, esto en el caso de que la libra no se haya venido abajo de nuevo. Sí, Khalil, esa es la Cap Spiros, ahí la tienes, la barca en la que me quiero enrolar, insha’Allah, ¿a qué es bonita?, sólida y buena para navegar, fíjate la línea. ¿Qué te parece? Y este lugar, ¿qué me dices? Este es un pueblo de esos turísticos de postal, ¿sabes?, muy chic, con las casitas blancas frente al mar, los bares de copas y todo eso, la iglesia arriba…  y, fíjate, playas de arenas blancas, aguas transparentes, turquesas. Un sueño.
¡Eh!, Ibrahim, ¿qué te cuentas?
Es Fadil. Es el más joven del grupo de mis amigos pescadores egipcios. Me cae bien. Aquí no es fácil hacer amigos, ya te imaginarás. Llegaron hace dos años de no sé qué sitio, Nilo arriba o algo así, huyendo de la miseria, claro. Fadil quiere ser futbolista, un día jugaré en el Barça, dice (no es ambicioso ni nada). Son una pandilla curiosa; al menos, con ellos me entiendo, hablan árabe, ¿sabes?, qué alivio.
Ibrahim, pero ¿qué coño murmuras?; pareces un viejo loco de esos, hablando solo(Risas).
Estos chavales egipcios son la monda, no se cortan por nada. Siempre están de guasa. ¡Fíjate!, ahora mismo se enrollan con ese turista (¿será francés?), que los ronda con su cámara para hacerles una foto, me imagino. No se atreve. Estampa de pescadores tipical (si supieran), todos ellos formando un corro junto a la barca remendando las redes, hace ya rato que han retirado el pescado, ya me dirás que va a fotografiar. Debe pensar que son lugareños y no se atreve a retratarlos, ¡foto, yes, foto, okey!, ese Fadil no se corta, ¡mira! ahora le dice que se acerque, posando, y hace gestos a los demás para que poseen como él, ¡será carota! Así que ya ves, esta es mi pandilla aquí, hermano. ¿Te gustan? Son algo mayores que yo. ¿Tú que edad dirías que tiene Fadil?, ¿no sabes?, hum… pues yo diría que diecinueve o veinte, como tú. ¿Qué no? ¡Anda, tío, Khalil!, al menos tiene dos años más que yo. Son quisquillosos (ya sabes, hermano, bromitas pesadas), pero simpáticos. A Fadil ya le expliqué mi historia, es al único, ¿qué no debiera habérsela explicado?, nunca explico nada a nadie, a quién le importa, no me gusta dar pena, desnudarme, así, delante de la gente. Hay cosas que deben guardarse para uno mismo. Sí, ya sé que no debo atormentarme con el pasado, pero, hermano, es que aquí estoy muy solo, con alguien me tengo que desahogar, ¿no?, Fadil se enrolla bien. Me ha prometido que hablará con el armador (lo tiene medio enchufado, ¿sabes?). Cada día me dice lo mismo: hoy no he podido verlo, Ibrahim, mañana sin falta, te lo prometo. También los otros: Ibrahim, no te preocupes, la semana que viene ya estarás faenando con nosotros (todos a coro). Todos los días la misma cantinela. Para serte sincero, no sé si me toman en serio o no. Siempre están de guasa. Pero son emigrantes como yo y me siento bien entre ellos. Glorificado sea Allah.
¡Ibrahim!, explica que quieres ser de mayor —Todos serios.
Ese es Manu, siempre de guasa, le llamamos el negrote. Como si al turista ese inglés (no es francés), le interesara mi futuro:
¡Ibrahim, doctor, Ibrahim, doctor! —Y todos se desternillan.
Para los europeos, en cambio, no existes, Khalil, te lo digo yo. Pasan de ti. Eres transparente. Recuerdo que me decías: Ibrahim, salgamos de este infierno, vayamos a Europa; allí seremos felices de nuevo, allí podremos construir un futuro, ¡a la mierda, Siria! ¡Ja!, déjame que me ría. Se nota que tú no has vivido esto, hermano. Perdona, Khalil, no debería hablarte en este tono; ¡qué más quisiera que estuvieras ahora conmigo! Sí, ya lo sé, no debo perder la esperanza, tú siempre lo decías. Europa es un universo de oportunidades… Bah. Un futuro mejor, ¡insha’Allah! Perdona, hermano, no pretendo faltarte el respeto, que para algo eres mi hermano mayor, pero si estuvieras ahora aquí conmigo verías que todo esto no tiene nada que ver con el anhelado paraíso que soñábamos tú y yo día tras día. Te miran como si fueras un don nadie; otro miserable, piensan, ¡y qué sabrán ellos!, yo no estoy acostumbrado a vivir así, ¿qué se creen? Hasta que estalló la guerra en Siria yo vivía muy bien, ¿sabe?, tenía una buena vida, les digo mentalmente a todos esos que me miran con desdén. Pero siempre hay un buen samaritano en el mundo, claro que sí, algunos me han ayudado, ¡alabado sea Allah! Atanasios dice que tengo mucho talento, que no debo desperdiciarlo en un buque pesquero en una isla perdida como esta. Atanasios es mi amigo griego. Por eso estoy aquí, en Andros. Aún no te había hablado de él. No me atrevía; ya sé como eres, hermano, y no te hubiera gustado. Tu siempre tan formal. Pero gracias a Atanasios pude salir de la pesadilla de la plaza Sintagma. Por fin dormía bajo techo, después de tanto tiempo. Plaza Sintagma, ¡ja!, mucho relevo de la guardia, mucho folklore y todo eso, pero en cuanto caía la noche, se volvía tenebrosa, un infierno, uf. En aquella plaza, hermano, he visto cosas terribles, las peleas y eso entre extranjeros… ¡Y nosotros que pensábamos que los humanos se vuelven animales en las guerras!, ¡tendrías que ver la plaza Sintagma por la noche! ¡Que Allah nos proteja! La ley de la selva, Khalil. Europa, un futuro mejor, ¡y un huevo, hermano! Por las noches había que pelearse por encontrar un rincón para dormir (con lo fino que eres, lo hubieras pasado fatal). La plaza Sintagma la controlan las mafias de emigrantes, ¿sabes?, te juegas la vida. Y cuando no son estos, pasan los energúmenos racistas, que aquí los hay, Khalil, y nos odian, por ser extranjeros, por ser pobres y miserables (qué saben ellos) y nos apalean, sí Khalil, nos apalean, tú que te creías que esto era el paraíso, que si Europa, Europa y toda la mandanga. La primera noche me echaron a patadas del lugar en dónde me había instalado para dormir. ¡Largo de aquí, pedazo de mierda!, me dijeron unos tipos con la cabeza rapada, borrachos. Y cuidado con pelearte, pues la pasma se lo mira impasible. Y si detienen a alguien, a quién va a ser. Atanasios me sacó de allí, sí, fue él, gracias a él. No te dije nada porque es homosexual. Ya sé lo que piensas, siempre me decías: hermano, apártate de esos degenerados. Tipos que tú llamas pederastas y maricas… sí, rondan la plaza Sintagma toda la noche. Pero Atanasios es diferente. Sí, sí, ya sé lo que opinas. Tranquilízate. ¿Que qué dirían padre y madre?, bien que tengo que sobrevivir, ¿no?, ¿qué hubieras hecho tú, a ver? No te pongas triste, Khalil, que me duele. ¡Necesito tu apoyo, tío! Créeme, estoy bien. Atanasios me cuida como a un hijo. Tú no puedes seguir aquí, me dijo una noche, te van a matar, y por eso me sacó de la plaza Sintagma. Y me llevó a su casa. Habla francés, ¡te imaginas!, vaya, menos mal. El francés, uf. ¿Te acuerdas del cole, en Alepo?, Madame Creuset; uf, con lo poco que me gustaba el francés, ahora le tendría que hacer un monumento. Atanasios es un hombre rico, Khalil, tiene recursos. Me quiere. Y está dispuesto a ayudarme. Hermano, no he visto otra para salir de esta. No es lo que piensas. Me trata bien. Con él no me falta de nada. Ahora estoy con él aquí, en Andros. Es una isla muy bonita, tranquila. Mira la vista, Khalil, mira que sitio, ¿a qué es hermoso? Él veranea aquí. ¿Te imaginas? Con todo lo que hemos pasado y yo veraneando aquí, en Grecia, en el paraíso del turismo, qué chic, ¿no?, es que es para troncharse, yo aquí en Greeeece, ¿te imaginas, hermano? Atanasios me pasea por Grecia de tapadillo, como un polizón. ¿Y si nos para la Policía?, le pregunto; tú no te preocupes, me dice, vas conmigo. Le he pedido que me ayude a que me enrolen en la Cap Spiros, ¡venga, Atanasios!, tu eres griego, tienes influencia, te harán caso, puedes dar buenos informes de mí. ¡Va, Atanasios!, que quiero trabajar, le suplico yo. Es una barca de pesca que embarca una tripulación de seis hombres además del patrón, le explico, les falta un marinero. Les va bien. Atanasios, aquí puedo ganar algo de dinero, le digo. Que no, que no, Ibrahim, tesoro, que esto no es para un chico fino y guapo como tú. Además, no tienes papeles; te pueden detener y expulsar de Grecia, me dice. Mis amigos egipcios son también inmigrantes sin papeles (me lo ha confesado Fadil), ¿por qué voy a ser yo menos? Conmigo no te faltará de nada, insiste. Es que yo quiero ir a Francia; mi sueño, Atanasios, es estudiar medicina allá, ya lo sabes. Es por madre. Quiero que se sienta orgullosa de mí. ¿Recuerdas, Khalil? Tú eras el estudioso, el aplicado, el serio, el todo… Cuando vi a madre herida, me sentí tan impotente que me prometí a mí mismo que estudiaría medicina: quiero ser cirujano, así no morirán tantos y tantos inútilmente. Mamá, pienso tanto en ti… ¡cómo me hubiera gustado salvarte!, te prometo que seré un chico de provecho, que estudiaré mucho, en Francia, ¡por ti, mamá!, que Allah te tenga en su gloria. Hermano, ¿te acuerdas cuando madre se enfadaba porque jugábamos en la habitación hasta altas horas de la noche?, entraba con una zapatilla en la mano, diciendo ya está bien, a dormir, y nosotros corríamos a escondernos bajo las sábanas, para que los zapatillazos no nos hicieran efecto, y ella gritaba y nosotros nos reíamos bajo las sábanas. ¿Te acuerdas, Khalil? Mamá tenía malgenio, ¡y tanto que lo tenía! Siempre me las cargaba yo, deja a tu hermano, que tiene que descansar, uy, míralo él, que tiene que desscannsarrr, ¿y yo qué? Fue siempre muy exigente conmigo, a ti te tenía mimado, no me digas que no. Tú saliste aplicado, yo era un trasto; este niño no para, nunca se le acaban las pilas, decía papá, dejándome por perdido ¿te acuerdas?; pero ahora he cambiado, os lo prometo. Haré de mí un hombre de provecho, como quería papá, os lo prometo a todos. En Francia. Dicen que allí sí se respetan a las personas. Es un país civilizado, con derechos humanos y todo eso. No como en Siria, donde todo es destrucción y muerte. Desgraciadamente, no hay terror que no hayamos conocido, ¿verdad, Khalil? Los misiles cayendo día y noche, las calles, las casas, los rincones de nuestra infancia convertidos en montones de escombros polvorientos, ¿y ese polvo blanco que se te metía por todos lados?, y la gente teñida de blanco, despavorida, los bombardeos, huyendo en todas direcciones, el griterío desesperado de los supervivientes y tú, hermano, sentado junto a mamá, llorando, y ella como un juguete roto, inmóvil, sucia de polvo blanco, pobre mamá, ensangrentada. Y, luego, la muerte… ¿Cómo puedes digerir, en un instante, que ya no existe, que ya no está? Mamá, mamá… Nos abrazamos, y allí esperamos hasta que alguien nos rescató, ¿recuerdas, Khalil? ¿Sabes?… una cosa que me sorprendió es que a nadie parecía importarle nuestra desgracia. Mamá sin vida, yaciendo allí. Y tú decías, no, no puede ser, que el tiempo vuelva atrás, no ha pasado nada, es una pesadilla. No, no y no… No ha muerto, no es posible. El mundo se hundió para nosotros, ¿verdad, Khalil, hermano? Pero todo seguía igual para los demás, indiferentes a nuestro dolor. La vida sigue, como un gran torbellino. A nadie parece importarle lo que nos ha pasado. Todo es tan absurdo. Dicen que Francia está dispuesta a recibir a refugiados sirios, y más si son niños, ¡insha’Allah! Bueno, yo ya tengo diecisiete años, pero aún soy menor de edad. Dicen que allí hay gente buena, que está dispuesta a recibirte en su casa. Digo yo que un huérfano lo tendrá más fácil. He visto fotos, Khalil. Me gusta París. Sólo sueño con eso. Le he pedido a Atanasios que me ayude a pedir asilo político en la embajada, el sabrá cómo rellenar los papeles y eso, además habla francés. A la vuelta del verano, Ibrahim, no seas impaciente, me dice. Pero yo sí estoy impaciente. Esta isla es un paraíso, disfrútalo, me dice. Y, sí, es verdad, pero yo quiero empezar el cole en París, porque deberé estudiar primero en el cole, ¿no, hermano? Tenías razón: debo cursar el último curso antes de la universidad, eso creo, ya hace dos años que se interrumpieron las clases, allá. No sé, a ver.
—¡Doctor Ibrahim, tío! Vente a sentar con nosotros, hombre, que siempre estás pensando en las musarañas.
—¡Que te den, Fadil!
Cuando padre marchó al frente, se puso muy serio y le dijo a madre que cuidara de nosotros. ¿Recuerdas? En la sala de estar, que ahora ya no existe, que se convirtió en polvo y, con ella, toda nuestra vida. A veces pienso que aquella vida no existió más que en mi mente, como un paraíso perdido, y siento un nudo en el estómago. Pienso que padre sabía que no volvería a vernos. Pero yo creo que está vivo. Tú me dijiste una vez que unos milicianos lo habían visto con vida, en una cárcel del Régimen. No sé. Algo me dice que está en Francia, y que yo lo encontraré… insha’Allah. Recuerda, siempre dijo que en Siria no había futuro, que Francia era un buen país para vivir… Papá es duro de pelar, habrá sabido como escapar, ¿no crees, Khalil? A mala hora se alistó en el Ejército Libre Sirio. Recuerdo que siempre estaba que si Bashar el Asad por aquí, que si corrupción por allá, todo el día protestando y yo le decía déjalo ya papá que al final te vas a meter en un lío. Calla, que no entiendes nada, renacuajo, me decía. ¡Y tanto que entendía!, mira sino en que ha acabado todo esto, primero unas manifestaciones en la calle, cuatro exaltados y luego mira como hemos terminado, mira qué tragedia, papá.  ¿Valía la pena todo esto? Al final son cuatro aprovechados que defienden lo suyo y a los demás que los zurzan. Siempre pagan los mismos. Y mamá, papá… hemos perdido a mamá. Ya-Allah. Y también a Khalil, sí papá, ¡también a Khalil! No te había dicho nada aún, no me atrevía, claro que no; pensaba contártelo todo cuanto nos reuniéramos en Paris. Huimos juntos de Alepo, no fue fácil, cruzamos la frontera turca de noche, con otros refugiados. Aún no me creo que pudiéramos escaparnos de la guerra. Muchos nos decían que el viaje era demasiado peligroso, que arriesgábamos mucho. Caminamos varios días, de noche, para evitar las patrullas diurnas. Llegamos a Esmirna, ¡hemos llegado a Esmirna, Ibrahim!, me decía Khalil, con un brillo en los ojos, y se quedaba embobado exclamando: ¡Europa, Europa!... ¿Que qué pasó?... No pude hacer nada por salvarlo, padre. Fue en el mar. Sí, cerca de Lesbos. Con el dinero que llevábamos, compramos nuestro pasaje en una barca, que debía conducirnos hasta una isla de Grecia, no teníamos ni idea adónde nos llevaban, es igual, decíamos con Khalil, mientras entremos en la Unión Europea. Mil dólares nos costó el viaje a cada uno, mientras los guiris iban tranquilamente en Ferry por diez, ¿te imaginas, papá?… ¡es de locos, este mundo está loco! Era una noche oscura como la boca de un lobo. La goma iba cargada hasta los topes, se levantó mar, la gente empezó a inquietarse, cundió el pánico. Algunos cayeron al agua. Gritos. Otros trataban de salvar a sus familiares cogiéndoles por el brazo, por el sobaco, por donde fuera, pero no podían. ¡Era horrible, papá! Las ropas mojadas pesaban demasiado, muchos no sabían nadar. Era un caos. Nadie ponía orden, y se entorpecían entre sí, agravando la situación. En un nuevo golpe de mar, Khalil cayó al agua; ¡Khaliiil! Me tiré al agua para ayudarlo, pero era tan oscuro que no lo veía, de verdad papá, no lo veía, ¡Khaliiiil!, pero no respondía. Algunos náufragos se me aferraban, desesperados, me ahogaban, y yo me aferré a su vez a la borda de la goma, agotado. ¡Khaliiiil!, grité toda la noche desesperado, ¡Khaliiiiiil! Lo siento papá, no pude salvarlo, no pude…
—¡Eh!, Ibrahim, cuéntanos de nuevo como piensas llegar a París. ¿Cómo es eso del asilo no sé qué?…
—¡Callad, pringaos! que vosotros aún estaréis aquí manoseando redes cuando yo sea ya todo un médico reputado en Francia. Entonces os vendré a ver y seré yo el que se dé un buen hartón de reír.
Y a ti también te encontraré, papá, te lo prometo, aunque sea lo último que haga en el mundo. Al fin y al cabo, estamos solos, tu y yo. Viviremos juntos, ¿verdad, papá?, buscaremos una casa que se parezca a nuestro hogar en Alepo. ¿Sabes?, me acuerdo tanto de los olores de casa, y del kebab asándose en las brasas, ¿tú, no?… Atanasios siempre me dice; pero Ibrahim, tesoro, ¿tú sabes lo grande que es París?, ¿cómo quieres encontrar a tu padre allí?, ¿no ves que es cómo buscar una aguja en un pajar? Pero yo te encontraré, papá, te lo prometo. Reharemos nuestra vida, ya verás, papá, volveremos a ser felices, yo seré médico, estoy preparado para empezar de cero, y salvaré vidas, sí, salvaré vidas, papá, ya verás. Pronto estaremos juntos, ya verás. Que Allah te bendiga, papá.




sábado, 28 de mayo de 2016

La muerte de Europa


El campamento de Idomeni se ha desmantelado casi sigilosamente. La policía se presentó de buena mañana, medrosamente, en una operación alejada de las cámaras. Se ha evitado la presencia de periodistas. Poco a poco se han desalojado a las pobres gentes de sus precarios campamentos. Se trata de mantener la mirada del mundo alejada de esta ignominia. Europa esconde sus vergüenzas. Con caras tristes, decepcionados, los refugiados se resignan a lo inevitable. Niños y mayores, miembros de estas desvalidas familias que ahora esgrimen la faz real de nuestro hiriente mundo, deshacen lo andado y reemprenden su camino de vuelta al infierno. La ostentosa y lacerante presencia de las excavadoras, que recogen los restos andrajosos del campamento, materializa el fracaso de Europa como civilización capaz de acoger y dar asilo a los que huyen de la persecución y de la guerra, intentando escapar de una muerte segura. Seres acorralados por la historia y, también, por sus propios congéneres. Humanos que no tienen cabida en este mundo. Personas a las que se les da la espalda y, con una resignada hipocresía, se mira hacia otro lado esperando que, por arte de magia, desaparezcan de la faz de la Tierra para no incomodar nuestras existencias egoístas. Son un estorbo, una escoria sobrante de la humanidad. Material de rechazo.

Con estos hechos, se constata el fin de la Europa de los derechos humanos y civiles, de un modelo de sociedad que para muchos ha sido ejemplar, único en la historia. Una milagrosa y efímera contingencia, una edad dorada que desaparece para siempre y nos conduce, de nuevo, a la dura realidad de nuestro mundo, un lugar áspero y desabrido. Ya estamos en otros tiempos. En tiempos aciagos dónde los individuos ya no importan. El hombre ya no es la medida de todas las cosas. Hay otras prioridades. En un abrir y cerrar de ojos, los ideales por los que han luchado varias generaciones –y han estado dispuestos a dejarse la piel--, se han esfumado.
Pero no seamos hipócritas. El cierre de fronteras y la vuelta a casa de los refugiados no es sólo una cuestión de mala gestión política. Siempre culpamos a nuestros políticos. Es fácil echarles la responsabilidad de que haya fracasado la política de acogida. La verdad es que la culpa es enteramente nuestra, del conjunto de los ciudadanos europeos. La mayoría de los europeos, seamos francos, estaba en contra de acoger a estas gentes. Pero esta mayoría callaba cobardemente. Sólo una minoría, a quien no importaba que su conducta fuese tachada de políticamente incorrecta e insolidaria, se mostraba claramente contraria a aceptar a los refugiados. Otros, seguramente otra minoría, apelaba a los valores supremos que sustenta nuestra civilización. Esgrimían el deber moral de proteger a los desesperados, de anteponer, sin ningún tipo de excusa, por encima de todo, los derechos humanos. Así, los políticos que mueven los engranajes de esta máquina infernal en que se ha convertido Europa, han maniobrado sigilosamente para frenar esta ola migratoria, a sabiendas de que cuentan con la aquiescencia de una parte importante de la población del continente.

Pero, podríamos preguntarnos: ¿por qué tantos ciudadanos del viejo continente no aceptan a los refugiados? Esta es una pregunta clave, pero que nadie se atreve a plantear abiertamente. ¿Lo que late detrás es la xenofobia? ¿El miedo a lo diferente? ¿La convicción, vamos a decir bienintencionada, de que estas olas migratorias pueden amenazar nuestra civilización, diluir nuestra esencia, hasta hacerla desaparecer completamente? Los europeos, en su mayoría, no quieren una sociedad pluricultural. ¡No! ¡ni hablar! A lo sumo, aceptarían que los inmigrantes se integraran. Es decir, que asumieran que, al ser acogidos por la generosidad y solidaridad europea, deberían dejar atrás sus creencias y sus hábitos para integrarse en las costumbres europeas. En una palabra, la condición sería que estuvieran dispuestos a convertirse en europeos. ¿Qué se entiende por esta conversión? Pues que aprendan los idiomas de los países de acogida, que se vistan como ellos, que coman lo mismo que sus anfitriones y, en última instancia, que adopten sus mismos ideales y valores. ¿Se puede exigir todo esto, como condición para ser recibido y aceptado? Muchos creen firmemente que sí. Y lo defienden con vehemencia. Alegan que los recién llegados lo hacen por elección y, al disfrutar de la generosidad que representa la acogida entre nosotros, se les puede exigir como mínimo que acepten integrarse plenamente en nuestro modo de vida. ¿Hemos pensado lo que representaría para nosotros irnos a vivir, por ejemplo, a Afganistán y adaptarnos plenamente a sus costumbres e ideales? ¿Seríamos capaces? No sé cómo nos sentiríamos si, además de la humillación que representa la huida de la guerra, sin nada, con una mano delante y otra detrás, nos viéramos obligados a ponernos un nicab, escolarizar a nuestros hijos a una madrasa para que aprendan El Corán…

Como dice Manuel Castells, la oposición entre globalización e identidad está dando forma a nuestro mundo y a nuestras vidas. La integración es una formula muy conflictiva. Sí, es cierto que las culturas deben preservarse, que los europeos temen que la intromisión de culturas foráneas pueda romper la homogeneidad y la cohesión social de sus comunidades. En oposición, los extranjeros que llegan a Europa desean conservar sus costumbres y, una vez entre nosotros, buscan la manera de convivir con los suyos, amparados entre ellos, buscando formar comunidades cerradas donde puedan reproducir la vida de sus países de origen. Dicho todo esto, hemos de convenir que el conflicto convivencial es comprensible. Nacen los recelos entre unos y otros. Hasta cierto punto, cabe comprender la dificultad de establecer una convivencia sin alteraciones y tensiones. Claro. Pero, por desgracia, no podemos escoger. Ya no es posible pensar el mundo como un lugar con departamentos estancos, como si se tratara de un zoológico humano, aquí los leones, allá las cebras… La progresiva mundialización, o globalización –como le queramos llamar—aboca a la humanidad a un proceso imparable de convergencia. Aunque este proceso es muy traumático, nada será capaz de detenerlo. Es como si la humanidad tuviese trazado este camino de antemano. El lento caminar de nuestra especie a través del tiempo, en su devenir, señala la convergencia de la humanidad, a ser sólo una. Por mucho empeño que pongamos en revertir este proceso, no lo conseguiremos. Es un devenir irrevocable, imposible de torcer o de cambiar. En un futuro, más o menos lejano, la sociedad humana estará plenamente integrada, será “una sola tribu”. Ya caminamos hacia ese nuevo mundo.

El choque que provoca esta globalización se opera, sobre todo, en las grandes urbes de Occidente; son las verdaderas megalópolis cosmopolitas del mundo, el laboratorio en el que ya podemos observar los conflictos que nos acechan y que señalan el camino hacia el futuro. Este juntarse gentes de las más diversas procedencias, etnias, religiones, lenguas y valores es lo que llamamos multiculturalismo. Desde mi punto de vista, el multiculturalismo es una utopía. Lo digo muy a mi pesar, pues que hay más bello que la diversidad humana. Se está demostrado muy complicado y difícil establecer sociedades estables multiculturales. Pongamos algún ejemplo, en Francia, por buscar un caso paradigmático: ¿Cómo conseguimos casar el derecho de la igualdad, conquistada por los franceses en un costosísimo proceso revolucionario y al que no están dispuestos a renunciar de ninguna manera, con el derecho de los musulmanes a considerar a sus mujeres, en muchos aspectos, subordinadas a los hombres? ¿Puede alguien, legítimamente, erigirse en juez y parte y decidir que los musulmanes no están en su derecho de establecer la prelación de derechos según el sexo, o como les plazca? ¿Cómo hacemos para no romper la convivencia cuando las leyes de unos conculcan las de los otros y viceversa? Es evidente que el futuro no pasará por subordinar una cultura a otra. Por hacer pasar por el tubo a unos en favor de un supuesto valor superior de los otros. Los europeos están convencidos de su superioridad, pues consideran su sistema de derechos civiles mucho más evolucionado y justo que el del mundo islámico, por ejemplo. Esta convicción los lleva a tratar a los demás con prepotencia y a menoscabar sus costumbres por anticuadas y obsoletas, tratando de imponer el sistema de valores propio como si se fuese un sistema universal. La solución se establecerá por consenso, por un proceso lento de asimilación. Surgirá, de algún modo, una síntesis cultural fruto de las anteriores formas. De hecho, así ha sido en otras etapas de la formación de las sociedades humanas; pensemos en el paso de los clanes y tribus a las sociedades complejas avanzadas. También fue muy traumático, pero se consiguió.

Así que, por mucho que nos opongamos, no podremos contener el río, la fuerza de la corriente se llevará por delante nuestros prejuicios y nuestros legítimos deseos de conservar ese patrimonio cultural intangible que ahora constituye nuestra identidad. Se construirán nuevas identidades sobre las viejas. La humanidad dará un salto cualitativo que implicará una nueva forma de organización. Un nuevo avance de la vida, ineludible, en su camino hacia una mayor complejidad.


domingo, 17 de abril de 2016

Nuestra conciencia y las tragedias humanitarias



Rescato de mi dietario esta nota que escribí el 21 de abril de 2015, hace ahora justamente un año. Parece que no haya pasado el tiempo. Dice así:

Tragedia humanitaria en el Mediterráneo. Miles de personas pierden la vida ahogados en el mar tratando de alcanzar Europa. Los mueve la ilusión y el afán de prosperar. Huyen de países en donde son perseguidos o dónde simplemente no tienen ninguna oportunidad. Es desasosegante. Italia, que es quien ha afrontado la responsabilidad del rescate, está desbordada. Pide socorro a la Unión Europea. Silencio. Una vez más Europa no da la talla, y mira para otro lado. Renzi pide auxilio a EEUU. ¡Qué vergüenza, qué enorme decepción!
Un ciudadano común de hoy dispone de mayor información que el hombre más poderoso del mundo de hace, apenas, 100 años. Este hecho supone una inmensa carga emocional y de responsabilidad ética para un individuo decente, pues su conciencia se encuentra zarandeada por múltiples conflictos que ocurren en cualquier rincón del planeta y que, en mayor o menor medida, acaban haciendo mella en él. El desasosiego se produce como consecuencia de no disponer de los mecanismos para reaccionar ante estos hechos y pasar a la acción para darles algún tipo de solución. Bien al contrario, los ciudadanos informados, y responsables, vemos con impotencia y frustración como nuestros gobiernos y nuestras instituciones ignoran todos estos problemas, por no decir que en muchos casos están en el origen y son la causa de muchos de ellos. La humanidad se encuentra en una encrucijada: los retos son ingentes, enormes. Quiero creer que las nuevas generaciones serán capaces de asumirlos y desactivar los complejos conflictos y problemas pendientes, que han convertido a la humanidad en una olla a presión a punto de estallar.

viernes, 18 de marzo de 2016

Los olvidados


Espero que os guste este poema, que viene bastante a cuento, y que compuse en junio de 2014. Está ilustrado con el dibujo escalofriante de un niño que ha sufrido la guerra de Siria. Si queréis ver como los niños expresan esta catástrofe en sus dibujos, visitad la web Jadaliyya:


Los olvidados

Caminan los olvidados al margen del mundo
y arrastran su encallecida pena
ante la indiferencia de los otros.

Saben que deberán soportar ellos solos
el estigma de su injusta condición.

Los agravios que sufren
se han convertido en culpa
que los elegidos, en un lacerante cinismo,
¡encima!,
les reprochan.

domingo, 13 de marzo de 2016

Europa y sus desperdicios

Ahora que asistimos estupefactos a la actuación de nuestros estados europeos frente a la tragedia de los migrantes, recupero unos pasajes de Zygmunt Bauman en su libro Tiempos líquidos. Estoy muy impresionado. Llama la atención que un venerable anciano como Bauman, con este aspecto tan bondadoso, pueda ser tan incisivo en su análisis del mundo actual. Me impresiona especialmente su análisis de los “desperdicios humanos”. Se refiera a todos aquellos individuos, que son millones en el mundo actual, y que, habiendo sido desposeídos de todo, han sido literalmente excluidos de la humanidad. Abandonados en campos de refugiados o vagando por las urbes contemporáneas, nadie quiere saber de ellos y tienen escasas posibilidades, por no decir imposibles, de volverse a integrar en la sociedad. Simplemente sobran: son un desperdicio, basura humana. Y Bauman utiliza estos términos para ser más incisivo, para despertar nuestra adormecida conciencia; pero en el fondo estos significantes encajan perfectamente con el significado. Terrible.

Los estados modernos, surgidos en el siglo XVIII, se han debilitado. Ya no son capaces de proteger a los individuos. El “estado del bienestar”, su conquista más sobresaliente, desaparece a marchas forzadas. Los ciudadanos, convertidos cada vez más en individuos y menos en ciudadanos, asisten impotentes a este progresivo e imparable desmantelamiento. Aparece el miedo y la inseguridad. El estado, ahora secuestrado por el poder, ya no sirve a los intereses de los ciudadanos. Impotente y corrompido, se ha convertido en la correa de transmisión del verdadero poder en la tierra; una fuerza global, invisible, pero que se deja sentir con su inmensa i ubicua potencia. Los individuos, desamparados, temerosos, desprotegidos, asustados por la incertidumbre del futuro, buscan un nuevo refugio seguro. Un lugar desde el que rehacer la comunidad. 

martes, 8 de marzo de 2016

Desaparición del estado

Cada vez se hace más evidente la progresiva desaparición de los estados nacionales tal como se entendieron en el pasado. Ya lo predijo con gran lucidez, hace más de diez años, Manel Castells en su libro La era de la información. Los estados nacionales europeos, surgidos a partir del siglo XV y consolidados plenamente en el siglo XIX, han tenido su máximo esplendor en la segunda mitad del siglo XX, con la consolidación de la democracia y los instrumentos socialdemócratas que permitieron la creación del estado del bienestar. Las dos principales atribuciones del estado moderno y que justifican su razón de ser, están hoy en vías de extinción: el poder de recaudación fiscal y la capacidad de diseñar un estado del bienestar. Otra atribución importante, la seguridad ciudadana, se emplea muchas veces de forma perversa en contra de los intereses generales. Sólo le queda el poder represor, que sigue ejerciendo con eficacia y contundencia, si bien con un objetivo perverso pues reprime que las clases medias puedan defenderse, limitando con leyes su derecho a la protesta, ante el expolio de las minorías extractivas. Hoy asistimos, impotentes, a la descomposición de todo esto. A consecuencia de la globalización, los estados ya no son capaces de garantizar la red de seguridad que suponía el estado del bienestar. Los ciudadanos occidentales ven impotentes como día a día se destruye y desaparece lo que tan arduamente se ha construido durante las últimas generaciones. Asisten impotentes a la polarización de la riqueza que se desplaza de nuevo a unas pocas manos y deja en la pobreza a millones de ciudadanos que hasta ahora se defendían decentemente y formaban una consolidada clase media, que ha sido la garantía de la paz y el bienestar del último medio siglo. Los síntomas de este fenómeno son muchos y de diverso signo. En el campo de la seguridad, ya vimos cómo la UE fue incapaz de detener el genocidio que, de nuevo, se establecía en Europa, en los Balcanes. Tuvieron que ser los americanos, de nuevo, quienes pusieran orden ante la parálisis e incapacidad de los europeos. Hoy es la crisis de los refugiados. De nuevo asistimos, estupefactos, al lamentable espectáculo de ver como las autoridades europeas son impotentes para poner orden en este desaguisado. Las directivas que se aprueban, no se cumplen: ayer mismo todos los noticieros recordaban que en 2015 la EU aprobó recibir a 160.000 refugiados legalmente, que serían reubicados en la Unión gracias a la solidaridad europea; ¡la realidad es que sólo se han recibido 900!

Expertos como Paul Mason, en su nuevo libro Postcapitalismo augura que el crecimiento será débil en Occidente en los próximos 50 años. ¡que la igualdad aumentará en un 40%! No cabe duda de que entraremos en una época salvaje: los ricos intentaran mantener sus privilegios como sea, de hecho, secuestrando la democracia como vienen haciendo ya y presionando para que el coste de la crisis –la deuda—la paguen los ciudadanos de a pie. En cuanto a nosotros, los ciudadanos de a pie, deberemos defendernos con uñas y dientes para evitar que nos sigan imponiendo la austeridad para pagar esta deuda colosal, que ahora ya sabemos que forma parte del enorme fraude financiero que las élites globales crearon irresponsablemente. A todo esto, hay que sumarle el cambio climático: en definitiva, la imposibilidad de sostener un capitalismo desbordado y salvaje que lleva a la destrucción del planeta. Todas estas amenazas han desbordado a los estados nacionales, que no pueden con una problemática que les desborda, que desborda incluso a los estados supranacionales como la UE. Yo creo que los ciudadanos hemos de inventarnos nuevas estrategias e instrumentos desde los que abordar los problemas colosales a los que nos enfrentamos. Cada día vemos como modestas iniciativas privadas toman el relevo para solucionar, aunque sea poniendo un granito de arena, los ingentes dilemas planteados, como aquellos ciudadanos que a su cuenta y riesgo se trasladan al Egeo para socorrer a los migrantes o, aún, a oenegés como Médicos sin fronteras que ayer mismo, ante la indiferencia e inacción del estado francés, decidió, por su cuenta y riesgo, habilitar un campo de refugiados en Calais.

Se dice que la automatización y la robotización de la producción está significando la desaparición de millones de puestos de trabajo en todo el mundo, y es verdad. Seguirá destruyendo más empleo en el futuro inmediato. Pero yo creo que esta no es la cuestión; la cuestión es: ¿quién se lleva los beneficios de esta productividad? Es evidente que no se redistribuye esta riqueza entre los ciudadanos, que las plusvalías así generadas no pasan a formar parte del bien común, sino que enriquecen de forma exponencial a quién ya es muy rico y detenta la propiedad de esos medios de producción. Recuerdo que en el pasado se decía: cuando los robots hagan las tareas arduas del trabajo de los hombres, estos podrán disfrutar de muchas más horas de ocio y dispondrán de más tiempo libre para ellos mismos. Perversamente, el neoliberalismo nos abocado a un efecto contrario: esa tecnología que debería habernos liberado, ha contribuido a esclavizarnos aún más.