viernes, 3 de noviembre de 2017

¿Qué pasa en España?


La Constitución del 78 ha dejado de ser un instrumento para la cohesión, la armonía y la paz entre los españoles. La ley es una herramienta al servicio de los ciudadanos y no al revés. Cuando una parte importante de la sociedad pone en cuestión la legitimidad de la ley, porque ha dejado de considerarla justa, quiere decir que ha llegado el momento de cambiarla. Esto es lo que ocurre ahora mismo en España.

El problema es que España está dividida entre aquellos que esgrimen la Constitución como un marco legal intocable y aquellos que consideran que se ha convertido en un freno a sus legítimas aspiraciones.

Esta realidad ha llegado a su paroxismo con el conflicto catalán. Pero hay muchas otras cuestiones, hoy larvadas, que hacen que muchos ciudadanos, no solamente catalanes, crean que hemos llegado al final de un recorrido.

El encarcelamiento de los miembros del Govern de Catalunya por una juez de Madrid ha desbordado el marco del conflicto catalán y se ha convertido en un problema mayor que ha abierto los ojos a muchos, en todo el mundo, sobre la salud de la democracia en España. La puesta en prisión de los cargos electos del pueblo catalán por una juez de la Audiencia Nacional, de forma arbitraria y contraria a la ley, en un acto que obedece a la venganza más que a la aplicación de la justicia, demuestra que la ley en España pasa por encima de la voluntad popular soberana. La soberanía popular, que consagra la tan blandida Constitución, vuelve a ser enmendada una vez más por los tribunales.

La situación es insostenible. El conflicto ha adquirido unas proporciones descomunales. España ya está incendiada. El Gobierno del Estado y los estamentos del poder judicial conjurados para castigar de forma implacable a Cataluña, no se detendrán hasta que los ciudadanos demócratas de todo el Estado destituyan al gobierno actual y permitan que un nuevo equipo inicie un proceso de pacificación. El conflicto catalán tiene solución, pero no con unos partidos en el poder que tienen el propósito de desmontar el Estado Autonómico. Hay que aceptar la realidad de que España es un estado plurinacional y que la actual Constitución discrimina esta realidad. No podemos seguir rigiéndonos por una ley suprema que se redactó al final del Franquismo. Ahora ya no sirve; a las pruebas me remito: por culpa de ella, el país está sumido en el caos camino de su destrucción. Los llamados “constitucionalistas”, encastillados en el Régimen corrupto del 78, han optado por la fuerza, por el aplastamiento del adversario. Los catalanistas, desesperados, se refugian en el independentismo. Están a la vista unas elecciones que todos miramos con recelo, pues difícilmente se darán las condiciones para que sean libres. Para empezar, los líderes civiles y los cargos electos de los ciudadanos de Cataluña están en la cárcel. ¿Qué más tienen preparado para hurtarnos un resultado que no toleran?

Europa debe implicarse. Ya está bien de mirar hacia otro lado. En la Guerra de los Balcanes miraron para otro lado y asistieron impasibles a un genocidio. En la crisis de los refugiados, han mostrado su rostro más inhumano y execrable, dando de lado a millones de seres humanos desesperados que escapaban de la muerte. En lo más crudo de la crisis económica, han dado la espalda a los ciudadanos europeos pobres para proteger los derechos de los ricos. ¿Van a hacer el mismo papel ahora con Cataluña?


Hay una cosa que está muy clara. La represión no va a funcionar. Los ciudadanos oprimidos no van a conformarse con callar y renunciar a sus derechos y legítimas aspiraciones. La lucha será larga y encarnizada. 

Foto: Emilia Gutiérrez. La Vanguardia


domingo, 22 de octubre de 2017

El golpe del 155

Yo te pregunto a ti… ¡sí, a ti; el que estás leyendo esto ahora mismo! ¿te parece bien el desmantelamiento de las Instituciones de Cataluña en aras a “restablecer el orden” que decidirá el Partido Popular? ¿un partido que tiene una representación residual en Cataluña y que levanta fundadas sospechas de sentir odio hacia los que defienden ideales independentistas, con los que se sienten identificados al menos la mitad de los catalanes?

No me quiero dirigir ahora a todos los que legítimamente defienden la independencia – hace falta recordar que estas ideas están permitidas por la Constitución que tanto se esgrime--, sino a todos aquellos que, en Cataluña, pero también en España, creen que la democracia es el marco en el que deben resolverse los conflictos. ¿Entienden, todas estas personas, que esta es la manera de resolver el gravísimo conflicto que nos ocupa? Estoy convencido que no. Yo creo que, en España, igual que en Cataluña, los ciudadanos razonables entienden que los gobiernos no han estado a la altura, han encauzado mal el conflicto y lo han abocado a un campo minado.

Se puede estar fervorosamente en contra de la independencia, ¡sólo faltaría! Pero yo pregunto: ¿esa es la manera –el golpe del 155-- como mis conciudadanos creen que se debe resolver el conflicto? Seamos honestos: ¿puede considerarse legítimo que el Gobierno y el establishment español destruyan las Instituciones que los catalanes hemos construido a lo largo de los últimos cuarenta años? Se escudan en la ley para perpetrar tamaña barbaridad, pero son ellos los primeros que se la saltan a la torera organizando este desaguisado. Vuelvo a apelar al sentido de la legitimidad y de la proporción de mis conciudadanos: El actual gobierno del PP pretende, bajo el amparo del golpe del 155, hacerse con las riendas del gobierno de Cataluña, amordazar al Parlament, censurar los medios de comunicación, encarcelar a adversarios políticos, amedrentar a nuestros representantes políticos con la amenaza de arruinarlos o encarcelarlos, someter a funcionarios públicos que no acaten las nuevas directrices con la suspensión de su sueldo y un largo etcétera que todos conocéis. ¿Esta es la manera de defender la Constitución, de apelar al orden y la ley? Yo creo que no.. ¿y tu? Algunos alegan que lo que nos pasa nos lo hemos buscado. Volveré sobre una imagen que ya he utilizado en posts anteriores: El maltratador justifica sus hechos diciendo que la víctima lo provocó. Como si esa provocación justificara la violencia que sobre ella ha ejercido de una forma intolerable y cobarde. Pero ahora la cosa va más allá: en una venganza tan ciega como arbitraria, después de haber perpetrado su execrable crimen, las autoridades han designado al propio violador como custodio de la víctima.

Volvamos al principio de realidad. Hay un problema: 2,3 millones de catalanes llevan pidiendo una solución a su problema desde hace años sin que el Estado lo haya atendido. Al contrario, en una actitud de desprecio y de prepotencia se ha negado a trabajar en una conciliación que aviniera a todas las partes y siguiera garantizando la convivencia. Así hemos llegado a dónde estamos. Ahora, además, se suman en Cataluña muchos más ciudadanos que sin ser ni mucho menos independentistas ven con rabia e indignación que el Estado en el que han creído hasta ahora, conculca las más elementales formas democráticas. Y no están de acuerdo.

Y yo vuelvo a preguntarle a mis conciudadanos, dejando aparte el conflicto catalán, ¿creen realmente que el sistema que compone el PP, con la complicidad de Ciudadanos y del PSOE, es democrático? ¿se han preguntado qué hay detrás de esta actitud intransigente? ¿tiene algo que ver la corrupción del sistema y el temor a que, poco a poco, los ciudadanos vayamos destapando el inmenso fraude con el que nos han estado engañando y robando en los últimos decenios?

Hoy pagamos los catalanes con el infortunio de ver como se nos reprime y se destruye nuestra libertad. Muchos de vosotros, hoy ciegos por ver cómo se castiga la iniciativa independentista en la que legítimamente no creéis, ignoráis el ultraje contra las libertades que se está perpetrando. Pero pensad que mañana seréis los siguientes cuando, enarbolando con orgullo vuestras convicciones, veáis como ese mismo Estado autoritario masacra también vuestras libertades.


martes, 17 de octubre de 2017

El trípode del independentismo

Muchos de vosotros os preguntareis cómo puede ser que un movimiento que en el año 2005 tenía sólo un 13,6% de adeptos entre la población de Cataluña, tenga ahora cerca de un 34,6% de apoyo en 2017[1]. Hay encuestas para todos los gustos, unas más optimistas y otras menos; en general, a falta de realizar un referéndum con garantías legales que el Estado no ha permitido, creo que podría afirmarse que la opinión pública catalana está dividida en dos mitades en estos momentos[2]. Lo que pasa es que esta misma opinión oscila mucho y de forma constante, en función de los embates del propio Estado que, de una forma paradójica, se convierte en el principal impulsor del independentismo, en su motor más importante, al sentirse muchos catalanes atacados y la desafección de muchos indecisos que, poco a poco, viendo la actitud intransigente de las instituciones del Estado, se decantan hacia una Cataluña independiente. Además de este principio perverso de acción-reacción, en mi opinión, el movimiento independentista se sostiene en tres pilares:

1.       LO IDENTITARIO:
Para una gran mayoría de los españoles es muy difícil concebir que los catalanes puedan tener una fuerte convicción identitaria catalana y no se sientan --en mayor o menor medida-- españoles. Simplemente no lo pueden comprender, les parece una impostura, una extravagancia. Aceptan el concepto de patria chica, el sentimiento regionalista de pertenencia, pero aducen que el verdadero sentimiento nacional de un catalán ha de ser forzosamente el español. El aspecto emocional es sustancial en las convicciones independentistas. Cataluña es una nación y esta convicción tan fuerte y arraigada de muchos catalanes provoca la irritación de muchos españoles, que creen así amenazada su identidad. Este sentimiento es percibido en España como una anomalía. La nacionalidad española considera inadmisible la contumacia con la que los catalanes se niegan a ser españoles. Consideran esa actitud como una provocación. Una anomalía histórica que no acaba de solucionarse, como si los catalanes se negaran a reconocer de una vez por todas que su sentimiento es regionalista, pero que su verdadera identidad es española. Por lo tanto, está en la médula del pensamiento nacionalista español que “lo normal” es sentirse español y que sentirse sólo catalán es “una anomalía”. Así, los nacionalistas intransigentes son los otros (los catalanes, los vascos) y no lo propio, al que ni siquiera se considera un nacionalismo. O, mejor dicho, se denomina “nacionalismo” aquello que no se tolera, que es denostado, que se considera inaceptable y se habla de lo propio, en este caso del nacionalismo español, como si fuera la expresión de un patriotismo natural. Ya tenemos planteado un choque de nacionalidades: de una nacionalidad hegemónica, que impone; y de otra nacionalidad defensiva, que se resiste a ser asimilada. Frente a este nacionalismo “oculto” –el nacionalismo español--, se produce una respuesta reactiva por parte del nacionalismo denostado –el nacionalismo catalán--. La presión con la que el nacionalismo hegemónico, que es y siempre fue el español, pretende imponer su identidad sobre los otros, produce una inflamación que trabaja en sentido contrario al deseado; es decir, en lugar de invitar al “otro” a integrarse en un proyecto común, de igual a igual, buscando un encaje en que ambas identidades sean reconocidas y respetadas, el nacionalismo hegemónico acude como siempre al reflejo autoritario de imponerse por la fuerza. Es esta actitud intransigente y autoritaria es el principal estimulante para crear nuevos adeptos al independentismo. Los ciudadanos, despreciados y ninguneados en sus sentimientos, reaccionan buscando refugio en la propia nación (catalana) y articulando soluciones para escapar de la violencia ejercida contra la cultura propia para asentar la hegemónica (española). En estas circunstancias, la lengua se convierte en el bastión principal de la identidad. Por esa razón, el Estado intenta por todos los medios eliminar el catalán como lengua vehicular en las escuelas y volver a imponer el castellano. En esta lucha se materializa toda la crudeza de la agresión del Estado recentralizador. Es precisamente desde la conciencia de esta agresión, que muchos ciudadanos catalanes, que por otro lado constatan que la inmersión lingüística funciona perfectamente, han reaccionado posicionándose a favor de la independencia. La fórmula podría ser: ataque a la lengua, principal bastión de la cultura nacional, igual a reacción y deslizamiento de la población hacia sentimientos independentistas.   

2.       ACCESO DE UNA NUEVA CLASE AL PODER:
El movimiento 15-M y similares ha visto una oportunidad en el independentismo para alcanzar sus objetivos. El advenimiento de una República Catalana sería para los más desfavorecidos –y, entre ellos, sobre todo los jóvenes-- una oportunidad para empezar de nuevo y sortear las políticas de austeridad y la hegemonía neoliberal en España y Europa. Amplios sectores de la sociedad creen que la clase política sirve, por encima de todo, los intereses de los grandes poderes económicos y financieros, dejando de lado las políticas sociales. Esta actitud empobreció a las clases medias y trabajadoras con una crisis –la Gran Recesión-- que ya muchos estudiosos han demostrado que fue culpa de la irresponsabilidad de nuestras élites globales. Ahora que se produce una incipiente recuperación, los ciudadanos que fueron devastados por la crisis no ven recuperar su poder adquisitivo. Sin embargo, todos sabemos que la riqueza que se está creando de nuevo fluye a las manos de las élites privilegiadas del poder económico. Las estadísticas apuntan que los multimillonarios en España han aumentado en un 60% durante estos años de crisis (desde 2008)[3]. Esta indignante situación crea una enorme frustración. Una injusticia tan flagrante está elevando la tensión hasta cotas peligrosas. Esta es una razón por la que miles de jóvenes catalanes se han sumado al proyecto independentista, pues ven en ello una esperanza, la posible realización de un sueño de prosperidad. Tienen la simpatía de Podemos y sus confluencias que sintonizan con sus anhelos de una sociedad más justa, además de estar de acuerdo con la plurinacionalidad del Estado y ver legítima la lucha en Cataluña, aunque no estén de acuerdo con la separación de España. Los partidos neoliberales europeos y los partidos inmovilistas en España --PP, PSOE y Ciudadanos--, no son conscientes del potencial revolucionario de las jóvenes generaciones agraviadas por la crisis y las políticas injustas de los gobiernos que dominan la UE. Les explotará en la cara como una bomba de relojería, más pronto que tarde. Precisamente, lo que ellos llaman el “desafío independentista” catalán, porta también en su seno todo el potencial explosivo de esta circunstancia. De esta forma, la independencia de Cataluña se puede convertir no sólo en una amenaza a la integridad de España sino, potencialmente, en un desestabilizador de la Unión Europea, el detonador de una situación social insostenible en toda Europa. Este desplazamiento del independentismo hacia la menestralía y las clases populares es un factor clave para entender este movimiento soberanista. Los partidos que lo representan son ERC (un partido que aglutina a la menestralía catalana) y las CUP (una plataforma asamblearia que representa a las clases más populares). Ambos han tomado una gran preponderancia en los últimos tiempos y estoy seguro que si se produjeran unas elecciones, ERC daría el sorpasso al PDCAT (partido que representa a la burguesía catalana, pero que se encuentra muy tocado por sus propios casos de corrupción). A propósito de esto, hay que añadir que esta cuestión no es menor: la corrupción del sistema democrático nacido en España después del Franquismo, ha quebrado la confianza de los ciudadanos en sus representantes políticos. Los ciudadanos hemos descubierto estupefactos que la joven democracia nacida con la Constitución en 1978 ha dado paso, poco a poco, a un sistema corrupto en los que los dos partidos que se han turnado en el poder han organizado una correa de transmisión con empresas de amigotes o simplemente cómplices para saquear de las arcas del Estado los impuestos que pagamos entre todos. Yo que estoy en el poder político y dispongo de la confianza de los ciudadanos para adjudicar las gigantescas inversiones del Estado, pacto con empresas “amigas” para favorecerlas, a cambio de sobornos y futuros favores (como puede ser obtener cargos honoríficos al final de la carrera política, más que generosamente remunerados). Este asalto al Estado por delincuentes ha dejado a la población inerme, indefensa, frente a las arbitrariedades de los poderosos, que ya han tomado control de “la cosa pública” que ahora sirve sus intereses, en detrimento de los intereses de los ciudadanos y con un grave quebranto de las finanzas públicas, saqueadas con onerosos sobrecostes. Y, en muchos casos, con obras que no tienen sentido, o sólo tienen el sentido de llenar los bolsillos de los propios atracadores (véase aeropuertos innecesarios abandonados, autopistas inservibles, etc) 
Lamentablemente, los dos partidos mayoritarios –PP y PSOE-- que con su bipartidismo han dado juego a este sistema corrupto, junto con sus complicidades en Cataluña con CIU –lo que se ha dado en llamar el Régimen del 78—se han encastillado en las Instituciones del Estado y ahora saben que sólo una resistencia feroz, aunque sea degradando todavía más la ya precaria democracia, evitará que sean descabalgados del poder, juzgados y encarcelados. Así pues, también esta circunstancia ha jugado un papel esencial en la decantación de muchos ciudadanos catalanes hacia la independencia, pensando que de esta manera podrían escapar de la tenaza que los corruptos han urdido para inmovilizar el sistema y así fundar una joven nueva república que les permita soñar con una solución a sus problemas.

3.       LA COMPETENCIA POR EL PODER ECONÓMICO:
Otro factor clave para entender la enorme vitalidad del independentismo tiene que ver con la lucha por el poder entre las élites centrales y las élites catalanas, que aspiran a desarrollar el enorme potencial económico de la región, conjuntamente con Levante y Baleares. El poder central ve con recelo, desde hace años, este anhelo, esta ambición de las élites catalanas por potenciar la propia economía y competir con los mercados más dinámicos, pues ve peligrar los privilegios de los que ha gozado desde hace siglos. Hemos de recordar que no los perdió después del Franquismo, pues a pesar del advenimiento de la democracia, nunca perdieran el poder económico que siguió en Madrid. Hoy, los neoliberales aplican su programa orquestado por sus think tanks como FAES y otros, para convertir a España en un estado fuerte, jacobino, centralizado y hegemónico frente a las otras nacionalidades. Se trata de convertir a Madrid en una capital fuerte y capaz de competir con los mejores. Hasta aquí muy bien. No veo nada malo en la voluntad de las élites centrales en aspirar a más, siempre que no sea haciendo trampas –llamémosle competencia desleal-- y en detrimento de la periferia. Son numerosos los casos que podría citar aquí para demostrar esa actitud tramposa y desleal, como el entorpecimiento para crear definitivamente el corredor mediterráneo, el tapón que se pone a grandes empresas catalanas para evitar que se conviertan en líderes del mercado, como puede ser el caso del sector energético donde las decisiones las toma el Estado español; la empresa estatal AENA bloquea que el aeropuerto de Barcelona pueda convertirse en un hub global, priorizando que importantes vuelos internacionales se realicen desde Madrid; la destrucción del tradicional tejido empresarial catalán de pequeñas y medianas empresas, implementando políticas que lo perjudicaron en favor de las grandes multinacionales; la legítima aspiración de convertir Barcelona en una de las grandes capitales de Europa, etc.

Pero tan importante como todo esto es el legítimo anhelo de los catalanes de administrar su propio presupuesto sin las trabas y cortapisas de Madrid. Este asunto, como es lógico, está en el centro mismo del debate independentista. La actitud intervencionista del Estado, muchas veces haciendo trampas, como en la financiación del FLA y su terca actitud en no querer dar su brazo a torcer en el tema del déficit fiscal, son una muestra de la mala fe de un Estado que, más allá de la solidaridad debida, que Cataluña no cuestiona, sangra los recursos de Cataluña de una forma que no se corresponde con una justa distribución de los recursos entre todas las comunidades del Estado.




[1] Encuesta realizada por el Centre d’Estudis d’Opinió
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Independentismo_catal%C3%A1n

miércoles, 11 de octubre de 2017

Cataluña: ¿y ahora qué?

Escribo estas líneas después del debate, hoy miércoles 11 de octubre, en el Congreso de los Diputados. El presidente Rajoy, una vez más, ha mostrado su terca obstinación en no acudir al diálogo, a pesar de las numerosas llamadas a sentarse a negociar que le dirigen desde dentro y fuera de España y que le han suplicado la mayoría de los grupos parlamentarios de las Cortes en la sesión de hoy, invitándole vehementemente a sustituir el poder de la fuerza por el poder de la persuasión.

Ayer, el president Puigdemont, tras una llamada de Donald Tusk, máxima autoridad europea, decidió posponer sus planes para dar una nueva oportunidad al diálogo. Fue un discurso conciliador. Su actitud prudente y generosa. Todo el mundo pudo constatar su voluntad de desescalar la tensión. Sin embargo, la respuesta de Rajoy, una vez más, ha sido el desplante, la intransigencia y el inmovilismo. "No hay nada que hablar fuera de la Constitución", sentencia como una letanía ya cansina. No quiere entender que la Constitución ha quedado en algunos aspectos obsoleta y deja fuera a muchos españoles; que los tiempos han cambiado y que ya no sirve a los intereses de todos. Este empecinamiento en apelar a la ley, cuando una parte claramente mayoritaria de los catalanes y muchos españoles le demandan sentido de Estado y hacer política, en lugar de responder a golpe de querellas, impugnaciones, detenciones y sanciones, no lleva a ningún sitio. En definitiva, falta altura de miras para solucionar con la política un conflicto que es político. Hasta los propios jueces se lo han dicho, pero nada, nuestro registrador de la propiedad Rajoy no quiere ver más allá de sus narices.

En el colmo del cinismo, esta mañana, en el tenso ambiente después de la mano tendida de Puigdemont, el jefe del ejecutivo de Madrid devuelve la pelota a la Generalitat rehuyendo la invitación al diálogo y formulando una pregunta retórica: “el president Puigdemont, ¿declaró o no la independencia de Cataluña?” Y digo cinismo porque Rajoy hace ver que no entendió lo que sin duda entendieron perfectamente en Madrid. El ejecutivo español, en su prepotencia, en su persistente actitud de humillar a los representantes de los catalanes, sólo espera una rendición sin condiciones. Ordeno y mando. ¡Quienes os habéis creído que sois para poneros de igual a igual con el Estado español!, piensan, soberbios. Y con una mirada de desdén y una actitud prepotente, que pone en evidencia sus maneras autoritarias, amenazan ya con aplicar el artículo 155 de la Constitución. Uno no puede evitar la sensación de que disfrutan con la aplastante superioridad que les da la fuerza bruta y la sospecha de que acarician en su fuero interno, con la emoción contenida, la inminente derrota de las instituciones catalanes, la laminación de su ya precaria autonomía y la subsiguiente represión que sin duda alguna ya está prevista y preparada. Se han llenado la boca con la unidad de España, con que Cataluña es España, pero no han pestañeado a la hora de entrar a saco en la comunidad, saquear los despachos de nuestros representantes políticos, detener y humillar a nuestros cargos electos, arruinarlos con sanciones abusivas e injustas, intervenir nuestras finanzas, enviar un contingente policial especialmente seleccionado para esta represión y adiestrado en el odio hacia Cataluña –“¡a por ellos!”— para infligir un duro correctivo a la población inocente y pacífica --¡que iba a votar!--, han facilitado el cambio de sedes de nuestras empresas para crear un escenario de pánico, poniendo en riesgo la economía de Cataluña y España… Y todo ello para evitar que los catalanes manifiesten su derecho a decidir. ¿Quién rompe España? Para Pablo Iglesias, líder de Podemos, con 5 millones de votos en las elecciones de 2015–ellos y sus confluencias--, es el PP el que rompe España y concuerdo con él. Es muy triste y vergonzoso. ¿No hubiera sido más sensato dejar votar y conocer cuál es la opinión de los catalanes?

En esta situación, ¿Cuál es a mi entender el escenario que nos espera? Está claro que ayer Puigdemont solicitó al Parlament declarar la independencia de Cataluña y proclamar la República Catalana, pero con una condición suspensiva: dar un plazo al Gobierno de España para negociar, en defecto de lo cual la declaración formal de independencia se produciría pasado el plazo establecido. En las declaraciones de hoy del presidente Rajoy ha quedado claro que espera simplemente que Puigdemont le confirme que dijo lo que dijo y, a continuación, el gobierno solicitará al Senado la aplicación del artículo 155 de la Constitución que faculta a las instituciones del Estado a intervenir la autonomía, que sería tutelada desde Madrid. Para ello necesita el permiso del Senado, que es la cámara territorial en España y donde el partido gobernante tiene amplia mayoría. Hay que hacer observar también, que ayer Rajoy obtuvo el apoyo del jefe de la oposición, Pedro Sánchez, jefe de filas del partido socialista. Así que el gobierno cuenta con una holgada mayoría de la Cámara de los diputados para imponer unas medidas tan drásticas. Para lavar su imagen, el partido socialista ha exigido a Rajoy un compromiso para reformar la Constitución en el plazo de seis meses. Algo es algo. Es un gesto. Alivia la presión y pone en evidencia que ellos mismos están de acuerdo en que es necesaria esta reforma constitucional. Pero yo no tengo muchas esperanzas puestas en esta reforma. Ambos partidos son muy hostiles a las concesiones nacionalistas.

Como consecuencia de la intervención del gobierno autónomo de Cataluña después de la aplicación del artículo 155, Madrid impondrá un ejecutivo “títere” y se convocarán elecciones inmediatamente. Mientras tanto Cataluña está tomada militarmente. Al que se mueva, palo. Puesto que existe el riesgo de que las fuerzas independentistas vuelvan a ganar, es más que probable que se busque una excusa –por ejemplo, tumultos en la calle—para criminalizar a los partidos independentistas –PDCAT, ERC, CUP-- y se solicite a los jueces que “fuercen” la legalidad para declararlos fuera de la ley. Con tal cosa, estaríamos asistiendo a dejar fuera del sistema democrático a por lo menos la mitad de los electores catalanes y a la demolición de la democracia en Cataluña. Las elecciones serían ganadas sí o sí por los partidos unionistas o por aquellos que no discuten que Cataluña siga formando parte de España.

Una vez instalada esta situación, vendría el momento de la propaganda. Ya hemos sido testigos de las manipulaciones, las mentiras y las deformaciones de la realidad con un discurso posverdadero con el que el Estado ha intoxicado a los españoles para evitar que conocieran lo que estaba ocurriendo en Cataluña. Utilizando esta misma estrategia, intervendrán los medios de comunicación autonómicos para asentar su verdad: el discurso criminalizador se instalará con la crudeza de su particular vocabulario: “desafío independentista”, “golpe de Estado”, “bandas tumultuosas de ciudadanos”, “policías heridos”, “desorden”, “caos”, “insurgencia”, “elementos anti-sistema”, “catalanes partidarios de la unidad de España maltratados y señalados”, “niños adoctrinados en las escuelas” … Con un poco de suerte y tiempo, acabarán convenciendo a muchos, metiendo en la cárcel a los irreductibles y desplazando la lengua catalana –pues es la raíz de todos los males—e imponiendo de nuevo la española.


Pero como decía hoy el diputado Doménech en el Congreso, citando a un premio Nobel, “un pueblo reprimido no desaparece simplemente en la noche”. Los catalanes seguirán luchando y resistiendo. El Estado español no conseguirá apagar el incendio, que ellos mismos han encendido, hasta que comprendan que las cosas no se imponen por la fuerza sino por el libre consentimiento de las partes, en un pacto entre iguales, establecido con libertad.


viernes, 29 de septiembre de 2017

Yo iré a votar, por dignidad


El pasado martes 26 de septiembre viajé de Barcelona a La Rioja y pude comprobar los preparativos de la operación Jaula y Anubis (inquietante Dios egipcio de la muerte, ¡vaya nombre que han buscado!) para evitar que los catalanes votemos el próximo domingo. Estupefacto, constaté como decenas de furgonetas de la Guardia civil subían en sentido contrario al mío hacia Barcelona. Un continuo de vehículos, uno detrás de otro, circulaban hacia la Ciudad Condal durante la hora y media que viajé entre Barcelona y Lleida. Sinceramente, impresionaba. Podría decir incluso que amedrentaba. Sí. Y sentí una profunda rabia. Es una sensación realmente vejatoria pensar que envían todos estos efectivos –algunas fuentes hablan de 35.000 policías—para reprimir a la gente corriente que sólo pretende ejercer un derecho que es legítimo.

No quiero que nadie se confunda al leer esto. Yo no estoy en guerra contra España. Ni estoy aquí haciendo propaganda del independentismo. No estoy ni mucho menos a favor de una declaración unilateral de independencia. Es lamentable que los medios españolistas nos metan a todos en el mismo saco. España es un gran país, al que quiero mucho. Me gustan sus gentes, me gustan sus paisajes, y me gusta por encima de todo su diversidad cultural. Pero no me gusta nada, ya lo he repetido varias veces en mis escritos, el Gobierno que tenemos y el partido que lo sustenta. Creo sinceramente que no han actuado bien. Algunos individuos, altos cargos del Gobierno, han mostrado abiertamente su animadversión hacia el oponente político catalanista, incurriendo en la incitación al odio, que por cierto está penado por nuestras leyes. Véase, a modo de ejemplo, el execrable video “Hispanofobia”. Son gente peligrosa. Son peligrosos sobre todo porque evitando el dialogo, desde su (i)responsabilidad en el Gobierno de España, han incendiado la situación y no han perdido ocasión de echar más gasolina al fuego. Son peligrosos e irresponsables. La prueba es la situación a la que hemos llegado. Dejen ya de una vez las mentiras y reconozcan que una parte mayoritaria de la sociedad catalana está harta y soliviantada. Dejen de engañar al resto de los españoles explicándoles que somos unos revoltosos y nos quejamos de vicio. No es así. Los catalanes no se han levantado porque sí. No somos gente follonera. Todo el proceso se ha conducido con una actitud pacífica impecable, fuera de incidentes puntuales inevitables y que yo soy el primero en denostar. Y no es cierto que estamos siendo manipulados por nuestros gobernantes. Urge que la UE medie en el conflicto. Al fin y al cabo, es un problema europeo; ¡y tanto que lo es!

Hace por lo menos diez años que esto se veía venir. No se puede ignorar a la gente durante tanto tiempo y después pretender que, desesperados, impotentes y acorralados, no busquen una solución. Si todas las puertas han sido cerradas, ya sólo queda ejercer nuestro derecho a la autodeterminación. Es un derecho legítimo y lo queremos ejercer in extremis, ante la desesperación de haber comprobado que todas las vías están cerradas.

Yo iré a votar el domingo. En primer lugar, porque estoy convencido que el derecho me corresponde, por mucho que el Gobierno, manipulando el sistema judicial, pretenda hacernos creer que no. Se aducirá que es inconstitucional, pero esta Constitución que tanto esgrimen se ha convertido en una mordaza para nosotros, en un cepo para mantenernos inmovilizados. En mi propia familia, o entre mis amigos, hay partidarios del SÍ y del NO; también partidarios de que este referéndum no se debe convocar. Todas las posiciones son respetables. Pero es intolerable que el Estado imponga su criterio por la fuerza. Por todas estas razones, iré a votar: por dignidad. Ahora ya no se trata sólo de si SÍ o si NO. Quiero hacer oír mi indignación. Para hacer valer mi protesta por una situación que considero intolerable: la vulneración de nuestros derechos civiles. No quiero quedarme en casa amordazado y viendo cómo se utiliza mi amedrentamiento, para imponer por la fuerza lo que piensa una facción: el relato mezquino y mentiroso de que por fin han defendido los derechos de Cataluña salvaguardando el orden perturbado por una pandilla de tumultuosos. 

Desde que el pasado día 20 de septiembre el Estado intervino la autonomía de Cataluña –por cierto, a partir de esa día todos los ciudadanos hemos podido comprobar que una autonomía puede ser intervenida en menos de 48 horas; así que, para nuestra sorpresa, este es el Estado de las Autonomías del que nos hemos dotado, así de fácil lo tiene el Estado para acabar con esas libertades en el momento que lo considera oportuno--, los catalanes hemos constatado el atropello a nuestras Instituciones, deteniendo de forma arbitraria a nuestros alcaldes y representantes públicos, represaliándolos con la amenaza de la cárcel y la confiscación de sus bienes, sembrando entre los ciudadanos el temor a represalias si acuden a votar, amenazándoles con penas desproporcionadas; hemos asistido a una auténtica invasión policial para sembrar el miedo y la intimidación de una población pacífica, destituyendo a los mandos policiales autonómicos y nombrando un coordinador venido de Madrid para mandar a todos estos efectivos venidos de fuera; a los padres se nos amenaza con que nuestros hijos no estén en la calle, pues si reciben nosotros seremos los responsables… es ignominioso; hemos visto como se cerraban los grifos de la financiación de nuestra comunidad impidiendo, entre otras muchas cosas más importantes, que nuestros equipos científicos puedan pagar a sus colaboraciones extranjeros, comprometiendo nuestro prestigio internacional; hemos visto como se entra a saco en nuestras empresas, sin orden de registro, para detectar materiales para el referéndum; hemos visto cuarteles de la Guardia Civil en algunos lugares de España donde familiares, mandos policiales y voluntarios espontáneos, hacen vítores a los efectivos que se desplazan a Cataluña para reprimir a la gente, animándoles a “darles su merecido”, en una injustificada y miserable explosión de rencor y odio. Ahora acabo de saber que se ha dispuesto cerrar el espacio aéreo sobre Barcelona el domingo 1-0 por temor a que puedan tomarse fotos aéreas de Barcelona y pueda conocerse el abasto de la voluntad de los Barceloneses por votar. En definitiva, constatamos con tristeza que el Gobierno de España, en una actuación arbitraria que más parece una venganza que otra cosa, ha puesto patas para arriba Cataluña, entrando como elefante en cacharrería, perjudicando seriamente nuestra economía como diciendo, “¡Fastidiaros!¡así aprenderéis quien manda!”


Sostengo pues que es una cuestión de dignidad. Si hoy dejamos pisotear nuestros derechos impunemente, nuestra democracia –por desgracia, tan vapuleada y mermada—acabará por desaparecer. Con su actitud cerril, desproporcionada y visceral, las instituciones del Estado central que defienden la involución a un Estado jacobino, incompatible con la diversidad de España, han hecho ver a muchos españoles que aquello de lo que las acusaban desde la periferia tenía un fundamento real; así lo ven ahora muchos españoles que, sin querer la ruptura de España, ven como se conculcan los derechos y se pisotean los sentimientos de los catalanes. Yo voy a ir a votar; no diré si voy a votar SÍ o NO; para mí, ahora, es lo de menos. Voy a votar para que mis hijos vean que siempre hemos de estar vigilantes por nuestros derechos y libertades. No nos los han regalado y hay que conquistarlos de nuevo. Así es la Historia. Ahora hay que defenderlos. Y yo creo firmemente que los defiendo votando el domingo.


viernes, 22 de septiembre de 2017

Cataluña: punto de no retorno (2)


Ya hemos visto en mi post anterior que no existe realmente una voluntad negociadora por parte del Estado, ahora en manos de recalcitrantes españolistas. En su intolerancia y aversión hacia la diversidad cultural del Estado español, llevan años orquestando una operación soterrada para uniformizar a todas las nacionalidades españolas. Hasta aquí no habría problema, si este proceso se hubiera realizado de común acuerdo entre todas las partes. Pero no ha sido así; como siempre, el poder central, prepotente y celoso de sus privilegios, no ha cedido a la tentación de someter a todo el mundo a una españolización uniformadora. La transición, que debiera haber sido una oportunidad para la reconciliación, permitiendo que todas las nacionalidades se comportaran como primus inter pares, no funcionó. La impugnación del Estatut del 2010, de forma antidemocrática, por el Tribunal Constitucional, que ya había sido aprobado en referéndum por el pueblo de Cataluña, fue la constatación de que las cosas no habían cambiado. Se instalaba un pensamiento único: la nación española es la única que existe. El nacionalismo más prepotente y hegemónico de la península ibérica demonizaba a los otros nacionalismos. Acusaban a estos de los pecados que ellos mismos practicaban con la arrogancia del más fuerte. Veían la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esta flagrante injusticia está en la base de las heridas emocionales de hoy. No nos llamemos a engaño; esto no es una cosa surgida de repente, sino una crisis largamente incubada en el desprecio y la intolerancia, que ha acabado indignando a la gente y exacerbando los ánimos.

Muchos de vosotros, sobre todo los que no sois catalanes, os debéis preguntar porqué las partes no se han sentado a la mesa a negociar. En mi opinión, como defendía en el post anterior, no ha habido nunca por parte del Estado español una verdadera voluntad de negociar. Es un programa para desmantelar la diversidad e instalar el Estado nacional español hegemónico, de una vez por todas. A lo largo del último lustro, como podréis comprobar en las hemerotecas, una amplia mayoría de los catalanes ha desbordado las calles para manifestar su voluntad de ser respetados y que el Estado central se avenga a negociar una nueva etapa de la convivencia entre todos. La actitud, anodina, ha sido el silencio por respuesta por parte del gobierno de Rajoy. Los analistas se hacían cruces; pero, ¡cómo es posible! Los más sesudos defendían la tesis de que Rajoy jugaba a la estrategia del “wait and see”, quédate parado y a ver que pasa. Pero había algo que no cuadraba; la situación se iba tensando, cada vez salía más gente a la calle indignada y el Gobierno y otras instancias del Estado afines a la estrategia, en lugar de enfriar los ánimos de una situación que, por momentos, se volvía peligrosa, arremetían irresponsablemente con fanfarronadas provocando y encendiendo aún más la situación. Así hemos llegado hasta aquí.

Ahora, tenebrosos buques disfrazados con inocentes dibujos infantiles esperan en los puertos de las principales ciudades de Cataluña para desembarcar un ejército de policías. ¡Que decepción, que gran timo! Que miserable es ver cada mediodía la televisión y constatar las mentiras que se les cuentan a nuestros conciudadanos del resto de España respecto a lo que pasa aquí, haciéndoles creer que un corpúsculo de radicales tiene la perversa intención de hacernos pasar a todos por el tubo, cuando la verdad –pasa delante de mis narices—es que una muchedumbre de todas las edades, muestra pacíficamente su indignación en la calle. ¿Acaso están programando apalear a la población? Es muy inquietante. Yo personalmente no me fío de nuestros gobernantes. No hay más que ver la actitud chulesca, prepotente, arrogante y despectiva de algunos de los ministros del PP que ahora dirigen esta truculenta operación y con la que descalifican las legítimas ideas de otros. Es para escalofriarse con lo que pueden ser capaces de hacer.

Si hubiera habido una verdadera voluntad de solución del conflicto catalán, el gobierno de España lo tenía muy fácil: hacer lo mismo que hicieron ingleses y escoceses. Para esto está la democracia. Es más, en opinión de muchos, entre los que me encuentro, hubieran ganado el referéndum. En buena lid. Estarían legitimados. Es evidente que la sociedad catalana es muy plural y compleja; hay muchas sensibilidades políticas, muchos matices. Los partidarios del NO son muchos, es plausible pensar que las cosas están empatadas entre el SÍ y el NO. Por esto urge votar, esta es la voluntad de la mayoría de los catalanes, incluso de los que no son independentistas. Los unionistas tienen evidentemente perfecto derecho a defender nuestra continuidad en España. Yo creo que es fundamental y necesario que defiendan su opción, aunque yo no lo comparta. Por eso creo que es fundamental que voten en el referéndum. Tienen opciones de ganar y lo habrán hecho de una forma democrática, legitimando su posición y obligando al resto de los catalanes a acatar la voluntad de la mayoría.


Pero lo peor es que no quieren votar. No y no. Rotundamente NO. ¿Porqué? Yo creo que esto es un error. Ahora que ven que el Estado recurre a la fuerza para reprimir a la población de Cataluña, muchos unionistas se echan las manos a la cabeza ante esta estrategia antidemocrática que no comparten. ¡Así no!, dicen. Pero ya es demasiado tarde, se hallan prendidos en una trampa. Los que debieran haberlos defendido y ayudarles a hacer campaña para que ganara el NO, se han puesto sus negras calaveras y los han abandonado a ellos también.

Foto: Mapa de Cataluña del siglo XVII. Se llama "Cataloniae Principatus novissima te acurata descriptio"y se realizó en el año 1612.



jueves, 21 de septiembre de 2017

Cataluña: punto de no retorno


Los hechos de ayer, 20 de septiembre de 2017, son de tal gravedad que quedarán grabados en la memoria durante mucho tiempo. Una vez cometido el ultraje, ya todos sabemos que nada volverá a ser igual. La ofensa y la tristeza, interiorizada en el corazón de mucha gente, comportan una consecuencia tanto más grave: se ha producido la ruptura emocional. Estamos en un punto de no retorno.

Es como aquella pareja, que después de muchos años de matrimonio, entra en una situación de desencuentro. Ella le dice que ya no quiere estar con él, le reprocha su comportamiento dominante. Él insiste, la quiere. Ella abunda: “no me respetas”. La situación se enrarece a medida que avanza el tiempo, haciendo evidente un desencuentro que no tiene solución. Ella insiste que no es una unión entre iguales. La situación se vuelve explosiva y, un día, salta la tragedia: él, en un ataque de impotencia, viendo que la pierde, herido en su amor propio, la viola. El ultraje ya es un hecho irremediable, terrible. Ya nada volverá a ser igual.

Muchos amigos que no son catalanes me preguntan a menudo, con cierta extrañeza, qué ocurre en Cataluña. No es fácil de explicar, como todas las cosas en las que el aspecto emocional es esencial. Lo que ocurre en Cataluña, y en España, no se puede explicar sin recurrir a la historia de este país. Por desgracia, la historia ha sido manipulada sistemáticamente. Pero hay un hecho cierto: Cataluña es una nación y mucha gente aquí lo siente así. Y, como tal, quieren ejercer su derecho de autodeterminación en un momento histórico en que se replantea su “matrimonio” con el Estado español. No es un capricho, es la consecuencia de un legítimo malestar. Un malestar que ha acabado enquistándose, creando una sensación de impotencia y provocando la desafección de una parte muy considerable de la ciudadanía de Cataluña.

Cuando hay un conflicto, es pueril alegar que la otra parte no tiene razón y se queja de vicio: hay que abordar la situación a través del diálogo, ceder ambas partes, intentar buscar consensos. Pero, en cualquier caso, no se puede ningunear de forma chulesca al adversario y, en lugar de buscar soluciones, incendiar más la situación con una actitud prepotente y provocadora. Así hemos llegado hasta aquí.

A España la han lastrado, a mi entender, dos errores básicos de nuestra Constitución. No tengo nada contra nuestra constitución, la voté en 1978, pero no la sacralizo y no la convierto en un arma arrojadiza para someter a las multitudes. Cuando una ley no funciona, pues no sirve a una parte importante de la ciudadanía, hay que enmendarla. Esto no tiene nada de revolucionario, es el modo como han avanzado nuestras sociedades. El primer error de la Constitución es el de haber solucionado mal el tema de las nacionalidades históricas. De ahí viene gran parte del problema actual. Otro error grave es no haber separado adecuadamente el poder judicial del poder ejecutivo. El Tribunal Constitucional, la más alta instancia judicial, tiene un consejo manipulado por el gobierno, pues muchos miembros son nombrados por el él y afectos a su partido. Y es este alto Tribunal el que desde la impugnación del Estatut ha emprendido la progresiva liquidación del estado autonómico.

Ahora vamos a otro problema, que tiene que ver con el sistema político imperante en España. El problema tiene que ver con una perversa coincidencia. Resulta que nuestro sistema político es básicamente bipartidista. El poder central ha estado en manos del Partido Popular y del Partido Socialista desde el inicio de la democracia. Ambos partidos se han mostrado claramente españolistas –antes se decía centralista—desde el inicio del conflicto catalán hace unos siete años. Como consecuencia de esto, los votantes catalanes se han decantado hacia otras formaciones políticas –sean o no independentistas--, de tal manera que ambos partidos se han convertido en fuerzas residuales en Cataluña. En las últimas elecciones catalanas, por ejemplo, El PP, partido ahora gobernante en España, obtuvo el 8,5% de los votos. ¿Qué quiere decir esto? Volvemos a la perversión de la que hablaba: los catalanes están condenados a ser gobernados por un partido al que detestan y que representa un 8,5% de los votos. Pero, me diréis: ¿Por qué detestan de esta manera al Partido Popular? Aquí viene el meollo del asunto. El Partido Popular, de orientación neoliberal, sigue un programa ideológico, que se debatió largamente en los años noventa, pero sobre todo desde la llegada de Aznar al poder, inspirado por los think tanks neoliberales españoles como la FAES, Foro Babel y otros, que persigue la recentralización jacobina de España. Parte del siguiente principio: “el estado autonómico es un error y, en la medida en que nos mantengamos en el poder, hemos de revertir la situación”.

En consecuencia, una fuerza política residual en Cataluña, que no sólo no representa a los catalanes, sino que está enzarzada en una operación, desde hace veinte años, para dinamitar el estado autonómico reconocido por la misma Constitución que ellos dicen defender, ha llevado Cataluña a un progresivo desmantelamiento de su autogobierno sin que estos, atados de pies y de manos, puedan hacer nada. La indignación y la impotencia para defenderse han llevado a Cataluña a un callejón sin salida –y de rebote a España—. Impotentes, cansados de recibir el silencio como respuesta, el ninguneo y el desprecio sistemático a legítimas reivindicaciones, los catalanes han empujado a sus dirigentes hacia otras soluciones: “no nos queda más remedio que emprender nuestro propio camino”. Ahora Cataluña es como un jabalí acorralado, y el cazador, que sabe que no entrará en la jaula, pretende que, en su desesperación por zafarse, lo ataque y así justificar su sacrificio. Esta es la situación.

Lo que ayer se produjo en Cataluña es una especie de “ocupación de Checoslovaquia”. No solo en el hecho flagrante de la agresiva irrupción, sino en los matices de la reacción emocional que han provocado en la gente. Los españoles, desinformados por una televisión pública que se ha convertido ya en un órgano de propaganda, tienen que saber que con la invasión de ayer Cataluña ha sufrido una de las persecuciones más graves de su historia. Conculcando los derechos civiles de los ciudadanos, han practicado detenciones arbitrarias de nuestros altos representantes políticos a cartas destempladas, sin órdenes judiciales, han puesto patas para arriba los despachos de nuestras instituciones, han suspendido la autonomía financiera de Cataluña, sembrando el desconcierto entre miles de funcionarios que desasosegados no saben si cobrarán a final de mes. Y lo que es más grave: los españoles y el mundo deben saber que se hallan anclados en el puerto de Barcelona y Tarragona, cruceros especialmente habilitados, con 4.000 policías a bordo con la intención de reprimir a los ciudadanos catalanes. Es intolerable.

En su escalada irresponsable, propia de matones, los que están organizando esta caza en Cataluña, buscan provocar a la gente para que reaccione violentamente y así justificar su miserable actuación. Pero no lo han conseguido. La gente no ha caído en la trampa. Ayer hubo una importante, masiva y pacífica demostración de indignación en Barcelona que duró hasta altas horas de la madrugada. A las diez de la noche, una cacerolada convirtió a la capital catalana en un clamor que impresionaba. Me siento orgulloso de que los catalanes se hayan manifestado de forma pacífica y responsable.

Ahora, ya no hablamos de prohibir un Referéndum, sino de un flagrante atropello de las instituciones y de la ciudadanía de Cataluña. Es gravísimo. Los irresponsables que en España han creado esta situación, lo pagarán muy caro. Ellos saben que una mayoría clara de los catalanes quiere votar, según las encuestas alrededor de un 80%, que no quiere decir que quieran votar SÍ por la independencia. Simplemente, quieren ejercer su derecho, un derecho que les reconoce el derecho internacional, porque es un derecho natural de todos los pueblos. Está en juego la democracia. Estamos al borde del abismo. ¡Ayudad a Cataluña!Principio del formulario

Foto: Poster del artista Jordi Pagès