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martes, 17 de octubre de 2017

El trípode del independentismo

Muchos de vosotros os preguntareis cómo puede ser que un movimiento que en el año 2005 tenía sólo un 13,6% de adeptos entre la población de Cataluña, tenga ahora cerca de un 34,6% de apoyo en 2017[1]. Hay encuestas para todos los gustos, unas más optimistas y otras menos; en general, a falta de realizar un referéndum con garantías legales que el Estado no ha permitido, creo que podría afirmarse que la opinión pública catalana está dividida en dos mitades en estos momentos[2]. Lo que pasa es que esta misma opinión oscila mucho y de forma constante, en función de los embates del propio Estado que, de una forma paradójica, se convierte en el principal impulsor del independentismo, en su motor más importante, al sentirse muchos catalanes atacados y la desafección de muchos indecisos que, poco a poco, viendo la actitud intransigente de las instituciones del Estado, se decantan hacia una Cataluña independiente. Además de este principio perverso de acción-reacción, en mi opinión, el movimiento independentista se sostiene en tres pilares:

1.       LO IDENTITARIO:
Para una gran mayoría de los españoles es muy difícil concebir que los catalanes puedan tener una fuerte convicción identitaria catalana y no se sientan --en mayor o menor medida-- españoles. Simplemente no lo pueden comprender, les parece una impostura, una extravagancia. Aceptan el concepto de patria chica, el sentimiento regionalista de pertenencia, pero aducen que el verdadero sentimiento nacional de un catalán ha de ser forzosamente el español. El aspecto emocional es sustancial en las convicciones independentistas. Cataluña es una nación y esta convicción tan fuerte y arraigada de muchos catalanes provoca la irritación de muchos españoles, que creen así amenazada su identidad. Este sentimiento es percibido en España como una anomalía. La nacionalidad española considera inadmisible la contumacia con la que los catalanes se niegan a ser españoles. Consideran esa actitud como una provocación. Una anomalía histórica que no acaba de solucionarse, como si los catalanes se negaran a reconocer de una vez por todas que su sentimiento es regionalista, pero que su verdadera identidad es española. Por lo tanto, está en la médula del pensamiento nacionalista español que “lo normal” es sentirse español y que sentirse sólo catalán es “una anomalía”. Así, los nacionalistas intransigentes son los otros (los catalanes, los vascos) y no lo propio, al que ni siquiera se considera un nacionalismo. O, mejor dicho, se denomina “nacionalismo” aquello que no se tolera, que es denostado, que se considera inaceptable y se habla de lo propio, en este caso del nacionalismo español, como si fuera la expresión de un patriotismo natural. Ya tenemos planteado un choque de nacionalidades: de una nacionalidad hegemónica, que impone; y de otra nacionalidad defensiva, que se resiste a ser asimilada. Frente a este nacionalismo “oculto” –el nacionalismo español--, se produce una respuesta reactiva por parte del nacionalismo denostado –el nacionalismo catalán--. La presión con la que el nacionalismo hegemónico, que es y siempre fue el español, pretende imponer su identidad sobre los otros, produce una inflamación que trabaja en sentido contrario al deseado; es decir, en lugar de invitar al “otro” a integrarse en un proyecto común, de igual a igual, buscando un encaje en que ambas identidades sean reconocidas y respetadas, el nacionalismo hegemónico acude como siempre al reflejo autoritario de imponerse por la fuerza. Es esta actitud intransigente y autoritaria es el principal estimulante para crear nuevos adeptos al independentismo. Los ciudadanos, despreciados y ninguneados en sus sentimientos, reaccionan buscando refugio en la propia nación (catalana) y articulando soluciones para escapar de la violencia ejercida contra la cultura propia para asentar la hegemónica (española). En estas circunstancias, la lengua se convierte en el bastión principal de la identidad. Por esa razón, el Estado intenta por todos los medios eliminar el catalán como lengua vehicular en las escuelas y volver a imponer el castellano. En esta lucha se materializa toda la crudeza de la agresión del Estado recentralizador. Es precisamente desde la conciencia de esta agresión, que muchos ciudadanos catalanes, que por otro lado constatan que la inmersión lingüística funciona perfectamente, han reaccionado posicionándose a favor de la independencia. La fórmula podría ser: ataque a la lengua, principal bastión de la cultura nacional, igual a reacción y deslizamiento de la población hacia sentimientos independentistas.   

2.       ACCESO DE UNA NUEVA CLASE AL PODER:
El movimiento 15-M y similares ha visto una oportunidad en el independentismo para alcanzar sus objetivos. El advenimiento de una República Catalana sería para los más desfavorecidos –y, entre ellos, sobre todo los jóvenes-- una oportunidad para empezar de nuevo y sortear las políticas de austeridad y la hegemonía neoliberal en España y Europa. Amplios sectores de la sociedad creen que la clase política sirve, por encima de todo, los intereses de los grandes poderes económicos y financieros, dejando de lado las políticas sociales. Esta actitud empobreció a las clases medias y trabajadoras con una crisis –la Gran Recesión-- que ya muchos estudiosos han demostrado que fue culpa de la irresponsabilidad de nuestras élites globales. Ahora que se produce una incipiente recuperación, los ciudadanos que fueron devastados por la crisis no ven recuperar su poder adquisitivo. Sin embargo, todos sabemos que la riqueza que se está creando de nuevo fluye a las manos de las élites privilegiadas del poder económico. Las estadísticas apuntan que los multimillonarios en España han aumentado en un 60% durante estos años de crisis (desde 2008)[3]. Esta indignante situación crea una enorme frustración. Una injusticia tan flagrante está elevando la tensión hasta cotas peligrosas. Esta es una razón por la que miles de jóvenes catalanes se han sumado al proyecto independentista, pues ven en ello una esperanza, la posible realización de un sueño de prosperidad. Tienen la simpatía de Podemos y sus confluencias que sintonizan con sus anhelos de una sociedad más justa, además de estar de acuerdo con la plurinacionalidad del Estado y ver legítima la lucha en Cataluña, aunque no estén de acuerdo con la separación de España. Los partidos neoliberales europeos y los partidos inmovilistas en España --PP, PSOE y Ciudadanos--, no son conscientes del potencial revolucionario de las jóvenes generaciones agraviadas por la crisis y las políticas injustas de los gobiernos que dominan la UE. Les explotará en la cara como una bomba de relojería, más pronto que tarde. Precisamente, lo que ellos llaman el “desafío independentista” catalán, porta también en su seno todo el potencial explosivo de esta circunstancia. De esta forma, la independencia de Cataluña se puede convertir no sólo en una amenaza a la integridad de España sino, potencialmente, en un desestabilizador de la Unión Europea, el detonador de una situación social insostenible en toda Europa. Este desplazamiento del independentismo hacia la menestralía y las clases populares es un factor clave para entender este movimiento soberanista. Los partidos que lo representan son ERC (un partido que aglutina a la menestralía catalana) y las CUP (una plataforma asamblearia que representa a las clases más populares). Ambos han tomado una gran preponderancia en los últimos tiempos y estoy seguro que si se produjeran unas elecciones, ERC daría el sorpasso al PDCAT (partido que representa a la burguesía catalana, pero que se encuentra muy tocado por sus propios casos de corrupción). A propósito de esto, hay que añadir que esta cuestión no es menor: la corrupción del sistema democrático nacido en España después del Franquismo, ha quebrado la confianza de los ciudadanos en sus representantes políticos. Los ciudadanos hemos descubierto estupefactos que la joven democracia nacida con la Constitución en 1978 ha dado paso, poco a poco, a un sistema corrupto en los que los dos partidos que se han turnado en el poder han organizado una correa de transmisión con empresas de amigotes o simplemente cómplices para saquear de las arcas del Estado los impuestos que pagamos entre todos. Yo que estoy en el poder político y dispongo de la confianza de los ciudadanos para adjudicar las gigantescas inversiones del Estado, pacto con empresas “amigas” para favorecerlas, a cambio de sobornos y futuros favores (como puede ser obtener cargos honoríficos al final de la carrera política, más que generosamente remunerados). Este asalto al Estado por delincuentes ha dejado a la población inerme, indefensa, frente a las arbitrariedades de los poderosos, que ya han tomado control de “la cosa pública” que ahora sirve sus intereses, en detrimento de los intereses de los ciudadanos y con un grave quebranto de las finanzas públicas, saqueadas con onerosos sobrecostes. Y, en muchos casos, con obras que no tienen sentido, o sólo tienen el sentido de llenar los bolsillos de los propios atracadores (véase aeropuertos innecesarios abandonados, autopistas inservibles, etc) 
Lamentablemente, los dos partidos mayoritarios –PP y PSOE-- que con su bipartidismo han dado juego a este sistema corrupto, junto con sus complicidades en Cataluña con CIU –lo que se ha dado en llamar el Régimen del 78—se han encastillado en las Instituciones del Estado y ahora saben que sólo una resistencia feroz, aunque sea degradando todavía más la ya precaria democracia, evitará que sean descabalgados del poder, juzgados y encarcelados. Así pues, también esta circunstancia ha jugado un papel esencial en la decantación de muchos ciudadanos catalanes hacia la independencia, pensando que de esta manera podrían escapar de la tenaza que los corruptos han urdido para inmovilizar el sistema y así fundar una joven nueva república que les permita soñar con una solución a sus problemas.

3.       LA COMPETENCIA POR EL PODER ECONÓMICO:
Otro factor clave para entender la enorme vitalidad del independentismo tiene que ver con la lucha por el poder entre las élites centrales y las élites catalanas, que aspiran a desarrollar el enorme potencial económico de la región, conjuntamente con Levante y Baleares. El poder central ve con recelo, desde hace años, este anhelo, esta ambición de las élites catalanas por potenciar la propia economía y competir con los mercados más dinámicos, pues ve peligrar los privilegios de los que ha gozado desde hace siglos. Hemos de recordar que no los perdió después del Franquismo, pues a pesar del advenimiento de la democracia, nunca perdieran el poder económico que siguió en Madrid. Hoy, los neoliberales aplican su programa orquestado por sus think tanks como FAES y otros, para convertir a España en un estado fuerte, jacobino, centralizado y hegemónico frente a las otras nacionalidades. Se trata de convertir a Madrid en una capital fuerte y capaz de competir con los mejores. Hasta aquí muy bien. No veo nada malo en la voluntad de las élites centrales en aspirar a más, siempre que no sea haciendo trampas –llamémosle competencia desleal-- y en detrimento de la periferia. Son numerosos los casos que podría citar aquí para demostrar esa actitud tramposa y desleal, como el entorpecimiento para crear definitivamente el corredor mediterráneo, el tapón que se pone a grandes empresas catalanas para evitar que se conviertan en líderes del mercado, como puede ser el caso del sector energético donde las decisiones las toma el Estado español; la empresa estatal AENA bloquea que el aeropuerto de Barcelona pueda convertirse en un hub global, priorizando que importantes vuelos internacionales se realicen desde Madrid; la destrucción del tradicional tejido empresarial catalán de pequeñas y medianas empresas, implementando políticas que lo perjudicaron en favor de las grandes multinacionales; la legítima aspiración de convertir Barcelona en una de las grandes capitales de Europa, etc.

Pero tan importante como todo esto es el legítimo anhelo de los catalanes de administrar su propio presupuesto sin las trabas y cortapisas de Madrid. Este asunto, como es lógico, está en el centro mismo del debate independentista. La actitud intervencionista del Estado, muchas veces haciendo trampas, como en la financiación del FLA y su terca actitud en no querer dar su brazo a torcer en el tema del déficit fiscal, son una muestra de la mala fe de un Estado que, más allá de la solidaridad debida, que Cataluña no cuestiona, sangra los recursos de Cataluña de una forma que no se corresponde con una justa distribución de los recursos entre todas las comunidades del Estado.




[1] Encuesta realizada por el Centre d’Estudis d’Opinió
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Independentismo_catal%C3%A1n

domingo, 24 de julio de 2016

Europa, Europa…


¡¿Pero cómo pueden irse por el sumidero los sueños de millones de europeos?! ¿Alguien lo entiende?, pero, ¿qué ha pasado?
Vayamos por partes: ¿existe acaso un sueño llamado Europa? ¿o es una excusa convenientemente utilizada por los padres de la patria europea con la intención de montar un suculento tinglado? ¿qué oscuros intereses se esconden detrás de frustrada construcción de Europa? ¿de verdad los europeos hemos soñado alguna vez con ver a Europa unificada y sentirlo como un proyecto común ilusionante?
No lo sé, no lo tengo muy claro. Pienso, más bien, que nos han embaucado. Nos han azuzado con una nueva utopía: una Europa unificada que acabaría con las guerras entre nosotros, con los odios ancestrales. Pero al final todo ha sido un puro engaño, un espejismo. Una cuartada para organizar una “buena jugada” que permitiera a las grandes multinacionales y al poderoso sistema financiero satisfacer su insaciable necesidad de mercado, de más y mayores ventas. El objetivo era un incremento inacabable de dividendos, para que la rueda no se pare, pues el capitalismo no es más que una insaciable y enfermiza espiral que sólo puede sobrevivir a base de crecer continuamente. Sí, eso ha sido. No hay más. Puro interés. Un gran festín. Una enorme comilona, hasta que la bestia ha reventado.
Una vez más, las gentes engañadas… Promesas incumplidas. Nos han echado las migajas del pastel. Pero ahora ya sólo queda el reparto de la miseria. Muchos de nosotros hemos dejado tras de sí sueños y esfuerzos ingentes, para quedar en nada al final. Dejadme recordar cuando aparecieron los primeros síntomas del desencanto… sí, fue con la guerra de los Balcanes ¿recordáis? Una vez más los europeos se destripaban entre sí. Un auténtico genocidio. Y nadie, absolutamente nadie movió un dedo. Asistimos impasibles al horror, impotentes. Todos mirábamos hacia las jóvenes instituciones europeas y nada. No hubo manera de concertar una maniobra conjunta. Los días, las semanas y los meses pasaron. Serbios y bosnios volvieron a escenificar la macabra historia europea, una vez más. Sólo cincuenta años después de la peor de las barbaries que la humanidad haya producido. Aún a día de hoy vemos impasibles como se cuece un golpe de estado en Turquía, cerquísima de casa, que puede tener unas consecuencias gravísimas para nuestra seguridad y bienestar, y no decimos ni pío. Un incendio a las puertas de casa y la UE no existe, no actúa, no dice nada. ¿Alguien lo entiende? No aprendemos. Somos incorregibles.
Pero, ¿todo ha sido malo? No, claro. Ahí están los fondos europeos que tanto han ayudado a desarrollar ciertas regiones, menos favorecidas. Pero no puedo dejar de pensar que, en el fondo, las cuentas no salen. Millones de europeos se encuentran hoy sumidos en una gran depresión, estupefactos al constatar que sus vidas están estancadas, que no se ha producido el esperado progreso.
Ha llegado la hora de la desbandada. Los primeros, claro, los ingleses. El Brexit, una bravuconada de niños de papá que atizan los bajos instintos de las clases bajas británicas. Inglaterra es el único país de Europa donde las clases altas miran con desprecio y desdén a las clases bajas. Incluso hablan otro idioma. La soberbia y la mirada por encima del hombro de los “chicos de Eaton”. Se creen que aún están en pleno Imperio británico. Estos ingleses viven en un globo. Los alimenta un quijotismo casi cómico. Definitivamente se creen superiores. Su salida de la Unión es una machada, un acto de sublime desprecio y autosuficiencia. O peor aún, un acto de mezquino egoísmo. Así vamos. Seguimos en las de siempre. Las naciones europeas, en el fondo, no se respetan entre sí. Se miran una a la otra con una mezcla de recelo, autosuficiencia y desprecio. Los ingleses sienten superioridad sobre todos los demás. Los franceses, chovinistas ellos, creen que sus valores son los mejores. Y miran por encima del hombro a sus vecinos mediterráneos españoles o italianos, quizás porque se parecen demasiado y les hace sentir incómodos. ¡Prejuicios y más prejuicios! Y no digamos de los españoles, que consideran de tercera a sus vecinos portugueses. Así vamos…
Hemos de cambiar. ¡Y mucho! Nos han tomado el pelo, claro. Pero la verdad es que existían pocas opciones adicionales para hacer de Europa algo más que un mercado. No nos engañemos, nos guste o no, no tenemos otra opción que la Unión Europea. Es lo que nos conviene. Pero hay que empezar de nuevo y rehacer el proyecto sobre otras bases. La guía para ello son los derechos humanos, los valores de ciudadanía. Para ello, hemos de establecer las condiciones de confianza entre nosotros. Crear instituciones realmente democráticas, y no como ahora. Hay que construir una Europa de ciudadanos europeos, solidarios e iguales. Y no como ahora, que hemos creado las condiciones para que una nación, Alemania, la más poderosa, con ambiciones hegemónicas, se arrogue el control del continente, ganando así la guerra que perdió con las armas y que ahora ha sabido ganar legalmente con astucia, pero, lamentablemente, sin legitimidad.