lunes, 27 de junio de 2016

Funestos resultados electorales


Los resultados de estas elecciones de junio son muy decepcionantes. Sinceramente, estoy desconcertado. Son muchos los sentimientos que surgen; frustración, rabia, decepción, impotencia… pero creo que, por encima de todo, un profundo desencanto. Y lo que es peor; como ya soy gato viejo, la inequívoca sensación de que estos resultados son funestos y auguran un futuro inquietante.
Vayamos por partes. ¿Alguien puede comprender que un partido que está podrido hasta las raíces, haya obtenido casi ocho millones de votos? ¿Cómo puede ser que un partido que ha hecho de la corrupción su sistema de gobierno, que ha traicionado a la ciudadanía legislando y gobernando contra sus intereses, empobreciéndola y que, además, mantiene un pulso agresivo y chulesco contra una gran parte de la ciudadanía catalana haya obtenido un soporte electoral tan elevado, de un 33% de los votos que le reportan hasta 137 diputados?
Está claro que estos resultados muestran una imagen muy poco halagüeña de la sociedad española de 2016. Hablemos sin ambages: de una sociedad que también se ha empobrecido éticamente, cuyos valores están en decadencia. Hemos podido demostrar que nuestro sistema político está corrupto, pero quizás ha llegado la hora de empezar a comprender que la propia sociedad está en connivencia con la corrupción, pues el voto del 26 de junio demuestra que a una gran parte del electorado no parece importarle la catadura moral de los que han estado en el poder, por no decir que sienten franca complicidad con ellos.  
Ya sabemos pues lo que nos espera. Un nuevo gobierno del partido popular, en el que una vez más, con la complicidad de unas instituciones europeas prostituidas, en las que ya pocos creen y que se desmantela por momentos, se seguirán defendiendo intereses que destruyen las clases medias y hunden en la desesperación a las clases populares, que no ven llegar la hora de poner freno a tanto despropósito. El sueño de mucha gente se ha desvanecido y, con ello, la esperanza de poner en pie una nueva política que nos permita sacar adelante un nuevo proyecto de Europa. Una pena, una enorme decepción.

Por último, deseo referirme a un asunto que posiblemente es el que más ha pesado en toda esta situación: la cuestión de Cataluña. No hay problema más grave que aquel del que no se habla. Este es el caso de la cuestión catalana. De tan importante y sensible, se convierte en un tema tabú, del que nadie habla abiertamente. ¿Os habéis dado cuenta? En ambas campañas electorales, el tema de Cataluña era hábilmente silenciado, aquello que en el fondo era lo que más importaba, se amagaba sutilmente a la opinión pública. Pero no lo dudéis, una cosa es bien cierta: este es el problema principal y, por lo tanto, el que ha decidido el resultado electoral. Es muy preocupante y no augura nada bueno, creedme. Dejémonos de hipocresías: una parte importante de la sociedad española, con su voto, ha votado contra Cataluña. Intolerancia, la eterna intolerancia de los españoles. ¡Cuántos conflictos graves no nos ha reportado esto! … pero no aprendemos. Con su intolerante y rencoroso voto han votado por un gobierno para que, con mano dura, nos ponga en vereda. ¡Estos catalanes no aprenden nunca! La solución pasará por la fuerza y la imposición. Terrible. Millones de catalanes, desesperados, vemos como poco a poco se aleja la esperanza de pactar un mejor acomodo a nuestros anhelos e intereses. España, con su intransigencia, nos arroja al abismo. ¿Cómo acabará todo esto? ¿Acaso pretenden que millones de ciudadanos se resignen simplemente a pasar por el tubo? Creedme, la situación es explosiva; hemos alimentado lobos sedientos de sangre y nada bueno augura el tenebroso horizonte que se vislumbra. El destino, una vez más, despliega su funesta y terrible trampa.


jueves, 23 de junio de 2016

El gang gubernamental

Ya he escrito muchas veces sobre el poco respeto que me merece el gobierno actual y el partido que lo sustenta. La escandalosa noticia que acabamos de conocer sobre las artimañas del siniestro ministro del interior, me produce una mezcla de rabia y asco. Todo ello confirma las malas formas, la escasa catadura moral y la ausencia de una actitud democrática de la pandilla de desaprensivos que nos gobierna. Una prueba más de que los ciudadanos hemos de aprovechar estas elecciones para decir con nuestro voto que ya estamos hartos de todo esto. No quiero resignarme ante la rabia que me produce seguir viendo la cara de cínico de Mariano Rajoy, un mediocre burócrata que parece que no haya roto un plato, pero ya sabemos que además de la incompetencia que suponía su parálisis y falta de iniciativa hacia la cuestión catalana, se suma ahora su actitud claramente mafiosa de intentar socavar al adversario con las peores artes.


miércoles, 22 de junio de 2016

Une étoile caresse le sein d’une négresse



A Joan Miró

Como en un sueño, el árbol de la vida centra en la Masía su metafísica relación: la Tierra conecta con el cosmos. La raíz es ojo negro de insondable profundidad, punto luminoso que engendra la florida copa que enlaza con un místico cielo de surreal belleza. La luna preside con su influjo el fascinante hecho de la vida. Vida que es naturaleza domada, objeto cotidiano convertido en símbolo que escribe el lenguaje por el que el Universo toma sentido. La matemática del hombre empeñada en su geometría del sentido. Raro sello. Luz de otro mundo, que sin embargo es cotidiana razón. Síntesis de lo creado. Raíz.

Amébicos personajes mueven sus ciliares miembros en límpidos espacios siderales. Estrellas que acarician sus recios senos. Criaturas ingrávidas, con vaginas y penes improbables, sugieren potentes emociones. Escueta insinuación erótica, signo cósmico de la semilla de la vida universal. Asombrosa belleza. Vaginas con cilios insinúan la entrada en nuevos universos, amebas de lo minúsculo que conducen al macrocosmos. Rostros orientados a las estrellas en un afán por alcanzarlas. Misterio de la vida.

L’ocell diví llisca per les constel·lacions

Límpidos colores primarios que son la pureza misma. Sobre diáfano fondo ocre que sueña el infinito; rojo, negro y blanco. Una caligrafía de signos nuevos que sugieren un más allá soñado, con puros objetos primigenios, que inducen un estado y un sentir más que una forma. Mágico Universo convertido en acogedora morada soñada.

¿Acaso el Ser visto a través de los ojos de un niño?

Constelaciones que lamen mórbidos senos matemáticos. Geometrías imposibles que dibujan la idea platónica. Síntesis de lo esencial. Perros que ladran a la luna, ante una escalera wittgensteiniana. Rojo, blanco, amarillo y azul sobre Noche oscura. Soledad inmensa, infinita. Estrellas que se refugian en el sexo de los caracoles.

Vida protozoaria de la que emerge la atónita mirada del hombre. La gran pregunta universal reflejada en solícitos ojos redondos, ingenuamente abiertos, curiosos. Agresivas dentaduras perfilan en fondos siderales sus figuras y escriben la ferocidad de la vida.

Las revueltas aguas de pasiones telúricas, reflejadas en esta caligrafía de sexuados signos, conducen al remanso Zen de Azul. Inmenso tríptico azul, meditación trascendental. Magistral poema de sosegada madurez. Estupefacta emoción. Síntesis de la vida, pacífica respuesta a las turbulencias de la existencia. Fuego por fin apagado en una quietud que promete la liberación de la muerte.

Culmina la trilogía en blanco, donde apenas una tímida traza rompe el eterno silencio del universo. Contemplación del Vacío. Sabiduría por fin alcanzada.


Paco Marfull
Barcelona, marzo de 2012


viernes, 10 de junio de 2016

La gran transformación pendiente (2)


La democracia arrastra un grave defecto desde su implantación en la era moderna. Las élites nunca han querido someterse a ella y, desdeñándola, se han mantenido fuera del sistema. No les convenía estar bajo el control democrático, que nos iguala a todos, ni mucho menos les interesaba la redistribución de la riqueza, que unos pocos acaparan desde la noche de los tiempos. Así, la revolución democrática, en su punto de partida, no pudo abarcar a todos los estamentos sociales. Las nuevas reglas del juego se aplicaron a la sociedad en su conjunto, pero los verdaderamente ricos encontraron la manera de zafarse. Los que acumulaban la riqueza, se mantuvieron fuera del sistema. Impusieron, de forma soterrada, su propia exclusión para no ser arrollados por la ola democratizadora. Por el otro lado, las incipientes instituciones democráticas, temerosas del verdadero poder fáctico que éstas representaban, consintieron estas condiciones, en un pacto no escrito, para evitar la guerra y preservar el nuevo orden naciente. La situación, aunque injusta, representaba aun así una clara mejora para las gentes, con respecto a las condiciones anteriores.

De aquellos vientos, cosechamos estas tempestades. Después de un periodo socialdemócrata, en el que parecía que las democracias mejoraban poco a poco, gracias a políticas fiscales y redistributivas cada vez más eficaces, hemos entrado de nuevo en una edad oscura. Parece como si, de repente, anduviéramos para atrás como los cangrejos. No voy a entrar ahora en las razones de este retroceso, que se debe sin duda a las condiciones históricas que han facilitado el desarrollo sin límite del capitalismo neoliberal.

Lo cierto es que seguimos pagando el precio de ese acuerdo injusto, de ese pacto no escrito, que hace que la riqueza se quede a la orilla del sistema democrático. Se entiende por una verdadera democracia, aquel sistema por el que todos –sin ningún tipo de exclusión-- debemos contribuir al bien común, proporcionalmente a nuestra riqueza. Así, nos encontramos ahora, a la entrada del siglo XXI, con que la riqueza de las naciones se sigue volatilizando como antaño, pues los muy ricos disponen de mecanismos “legales” que les permiten pagar muchos menos impuestos de los que les tocarían. En muchos casos, incluso, rehúyen la propia ley, aunque les sea favorable, y en su codicia por llevarse el máximo al saco, deciden evadir sus capitales ilegalmente. Yo diría que con mucha más facilidad y sofisticación que antes y en cantidades inmensamente más importantes, pues la riqueza que ha producido Occidente desde la Segunda Guerra Mundial es fabulosamente gigantesca. Una parte muy significativa de este patrimonio se nos ha escurrido de las manos y escapa de nuestro control gracias a la perversidad del lado malo de la globalización, que permite emboscarse con la riqueza que se ha generado en nuestros países y esconderla en paraísos que medran a la orilla del estado de derecho democrático.

Es un hecho que la polarización entre ricos y pobres está creciendo. Es decir, que vamos para atrás. Es la muestra evidente de la ineficacia de nuestros sistemas fiscales. Esta situación de estancamiento a la que ha sido conducida la democracia, en la que los recursos han vuelto a concentrarse –más que nunca-- en las manos de cuatro, que los retiran del terreno de juego, nos aboca a la gente común a una situación perversa, pues en lugar de buscar los mecanismos para recuperar los recursos ahí donde ilegítimamente se han acumulado, nos despedazamos entre nosotros para repartirnos las migajas que nos dejan “en casa” los poseedores de grandes fortunas. Me explico: ante la impotencia que sentimos por no poder dar caza a los poderosos evasores, nos devoramos entre nosotros. Así vemos, con desanimo, como los partidos en el poder, sean de izquierdas o de derechas --es igual--, sangran al pobre contribuyente –sea más rico o no tanto--, ante la imposibilidad de gravar a quienes realmente deberían gravar, pues son los que realmente acumulan el grueso de la riqueza. Por esto se dice, y con razón, que las clases medias están desapareciendo, pues están siendo esquilmadas por el propio estado de derecho, ante su urgente y desesperada necesidad de recursos. Una situación peligrosa, pues las clases medias han sido la argamasa que ha hecho posible la cohesión social y la paz después de la Gran guerra. Con su desaparición, el mundo volverá a ser un polvorín.

Así pues, lo apropiado es dar la gran batalla en el campo de la evasión fiscal. Dinamitar de una vez por todas los paraísos que han existido hasta ahora, off shore, con impunidad y hasta con una cierta connivencia de muchos estados occidentales. El momento histórico está maduro para acabar con ese pacto no escrito y emprender la gran transformación que representaría cazar a los evasores y a sus inmensas fortunas. Asistimos, insisto, con impotencia, al desvío de esta inmensa riqueza fuera del control del fisco, que pierde así los tan necesarios recursos para asistir a la gente desamparada después de una crisis tan devastadora y remontar nuestras pequeñas y medianas empresas, que son el verdadero nervio de nuestra sociedad. El dinero está globalizado y se mueve a la velocidad de la luz, escapando del control de los estados nacionales y de las situaciones de “riesgo”, buscando la rentabilidad puntual aquí y allá, en los vericuetos del mercado global, ocultándose en el paraíso off shore. Pero las personas estamos aquí y no podemos estar sometidos a la incertidumbre, a esta volatilidad de la inversión por la que el dinero fluye a un sitio u a otro en función de criterios de rentabilidad, haciéndonos ahora ricos según sopla el viento, ahora sumidos en la pobreza, cuando los inversores consideran que las condiciones ya no son óptimas. Hay que colocar a los seres humanos en el centro de las cosas.


Son dos, por lo tanto, las grandes tareas pendientes para conquistar la plena democracia a nivel global: regular democráticamente el sistema financiero y acabar con la evasión fiscal. Poco a poco, las nuevas generaciones empiezan a contestar el principio de impunidad –conforme al pacto no escrito al que nos referíamos más arriba—por el que las élites evaden su capital fuera del sistema. Parece evidente que la siguiente revolución pendiente de la humanidad es abolir estos limbos y hacer entrar en vereda a los evasores. También, y sobre todo, someter al sistema financiero a una regulación que considere al hombre la medida de todas las cosas. Acabar ya de una vez por todas con ese doble estado, a la sombra del democrático, y que socava gravemente la prosperidad de la humanidad. Es revolucionario que jóvenes empleados del sistema bancario hayan tenido las agallas de desvelar las listas de los evasores, de centenares de periodistas de investigación que –en un esfuerzo de trabajo ingente-- unen sus recursos a nivel internacional para poder desvelar las redes de evasores, con nombres y apellidos, forzando de esta manera a los estados –muchas veces en connivencia con los evasores—a perseguirlos y a plantear batalla, por primera vez en la historia, contra este doble estado ilegal consentido a los largo de los siglos XVIII, XIX y XX, como forma de preservar los privilegios. La Gran recesión impide sostener por más tiempo esta situación. Ahora está madura la fase para iniciar el gran salto, la gran transformación pendiente de la humanidad, que tendrá consecuencias altamente benéficas, consiguiendo una sociedad más justa e integrada y, lo que es más importante, representará un avance gigantesco hacia la erradicación de la pobreza y las desigualdades.


jueves, 9 de junio de 2016

La segunda transición democrática (1)


El estado español se encuentra hoy en una encrucijada. Es un momento muy difícil, histórico. Las circunstancias son muy graves. Es preciso buscar una solución a problemas que no pueden continuar enquistados. Identifico tres principales: el paro, la corrupción y la identidad nacional. La parálisis del sistema frente a los retos planteados es tal, que corremos el riego de que salte todo por los aires. Yo creo que una mayoría de ciudadanos concuerda en que hemos llegado a un camino sin salida, que estamos en un atolladero y urge tomar una decisión valiente para salir adelante. Yo quiero creer que todos nosotros, independientemente de nuestras ideas, estamos de acuerdo en que se necesita un profundo cambio. Hablo de una transformación pacífica, de un cambio contundente pero guiado por un escrupuloso proceso ciudadano de regeneración política. No importa a que ideas políticas se adhiere uno; o cualquiera que sea la nacionalidad a la que cada uno se sienta pertenecer. Ya nos sintamos españoles o, por el contrario, tengamos otro sentimiento identitario, todos estamos de acuerdo en que necesitamos una transformación profunda de las instituciones, de nuestras actitudes ante los retos planteados y de las estrategias para avanzar hacia una nueva etapa de nuestra historia que sea próspera y pacífica.

Todos somos conscientes de que la convivencia se ha enrarecido. Como pasa, desgraciadamente, en tantas ocasiones en la vida en común, ya sea en familia o en la sociedad nacional, la rutina, los malos hábitos y las propias condiciones de los seres humanos –que son imperfectos--, acaban pervirtiendo, deteriorando y pudriendo la propia convivencia. Cuando llega ese momento --circunstancia que es cíclica--, la paz está en peligro, pues se ha instalado la injusticia, a fuerza de pervertir las normas que hemos convenido entre todos, en favor de unos pocos egoístas y espabilados. Además, los tiempos cambian, y los hábitos deben adaptarse a las circunstancias. En definitiva, llega un momento en que se hace indispensable coger al toro por los cuernos, armarse de valor, dotarse de un espíritu elevado y avanzar hacia un cambio profundo que instale una nueva forma de convivencia, que garantice el bienestar y la prosperidad de todos los miembros de la comunidad.

Este momento ha llegado para nosotros, para el estado español. Hay gente que aún no lo ve. Otros que, por egoísmo y por conservar lo que tienen, dicen que no. Otros aún que dudan si lo que vendrá no será peor que lo que tenemos y con esta excusa no se mueven. Pero, por encima de todo, lo que hay es un establishment que no desea el cambio, pues su situación privilegiada se sustenta en el desequilibrio y la desgracia de otros. Ellos tienen las riendas y no quieren soltarlas. Por desgracia, nuestros organismos “democráticos” han sido violentados, poco a poco, para servir intereses ajenos a los de los ciudadanos. Nuestras instituciones han sido secuestradas, lentamente socavadas, para bien de unas minorías extractivas que arramblan con la riqueza común y dejan a la sociedad en la estacada. Desafortunadamente, también, los políticos que –en teoría—hemos elegido, resulta que estaban comprados por estas mismas minorías. Unas élites que han conseguido que nuestros representantes políticos gobiernen para ellos, a cambio de sobornarlos con cargos, dinero y privilegios. Ya sé que me diréis: ¡siempre ha sido así, es la historia del mundo! Sí… es verdad. Pero no podemos ser complacientes y mirar hacia otro lado, sino acabaran con nosotros. La codicia no tiene límites. Hemos de poner freno a esta situación y hemos de revertir las cosas para devolverlas a su cauce. Yo creo que es posible y también creo que ahora tenemos una gran oportunidad. Constato que la ciudadanía de este país está viva, que es capaz de impulsar movimientos ciudadanos de regeneración. La sociedad tiene nervio. Es una señal que invita al optimismo.

El problema que tenemos va mucho más allá de una disputa entre partidarios de distintas ideas políticas. Espero que estéis de acuerdo, en esto, conmigo. No se trata de pertenecer a una ideología o a otra. La prueba es que, en España, todos los partidos están implicados en la corrupción, por la simple razón de que el sistema es así, funciona de esta manera. El sistema actual ha funcionado básicamente con la alternancia de dos partidos, el PP y el PSOE. Ambos han llegado al poder por que han estado dispuestos a dejarse financiar de forma ilegal por aquellos que, precisamente, iban a sobornarlos e utilizarlos. Las comisiones ilegales afectan tanto al receptor como al dador. Ambos partidos están gravemente implicados en el desmantelamiento de nuestro sistema democrático. Ellos han sido los que han construido este sistema corrupto que ha funcionado en los últimos treinta años. Han llegado al poder político por selección natural, pues para llegar ahí había que entrar en complicidad con intereses corruptos. Había llegado un momento en que no se podía estar en la cúpula de un partido, si no estabas de acuerdo en hacer trampas, en favorecer intereses que dan la espalda a la gente.


Mientras las cosas nos iban bien, todos mirábamos hacia otro lado. Pero la dimensión, profundidad y gravedad de la gran recesión en la que aún estamos es tal, que se hace indispensable tomar cartas en el asunto. Hemos aprendido que la política es cosa de todos y no se puede delegar, a riesgo de que secuestren nuestros derechos. Las élites financieras internacionales, que hoy detentan un inmenso poder fáctico global, tienen una evidente responsabilidad en lo que ha ocurrido. No hay inocentes. El gravísimo delito que se ha cometido contra una extensa ciudadanía en todo el mundo, tiene responsables. Hoy, el poder político en España, no sólo esconde a estos responsables, sino que los sigue protegiendo y les sigue dotando de fondos que nos pertenecen. Estoy convencido que es una grave irresponsabilidad volver a votar a cualquiera de los partidos de la vieja política. No podemos permitir que el PP vuelva a gobernar en España, sería un gravísimo error del que nos arrepentiríamos más pronto que tarde. Sería, igualmente, negligente un gobierno en coalición PP-PSOE, como se nos intentará imponer por el propio viejo sistema. Tienen mucho que tapar y proteger. Buscarán la manera de sustraernos de la vista todos los trapos sucios en que han fundamentado sus desgobiernos e intentarán blindarse, no sólo para mantener sus privilegios, sino para esconder información adicional que delataría las fechorías cometidas a lo largo de sus mandatos. Es imperativo renovar completamente la política. Los viejos partidos no sirven. El 26 de junio tenemos la oportunidad de decir la nuestra en todo esto. Nos jugamos mucho, ahora es nuestra oportunidad. Hay que votar a partidos nuevos que nos garanticen que se someterán a nuestro estricto control.


viernes, 3 de junio de 2016

La receta es como una partitura


A mí siempre me ha gustado pensar que la receta de cocina es como la partitura de música. Un solfeo que permite interpretar la música que representa. Por si sola, la receta, como la partitura, no dicen nada. Tanto una como otra, precisan de un lector hábil, que interprete más allá de los símbolos escritos. Por esto no es lo mismo Daniel Baremboim que un mindundis cualquiera. Porque, en definitiva, la receta no es más que un burdo instrumento para intentar reproducir una fórmula culinaria. Por lo general, obra de un maestro. Una maestría que pretendemos interpretar en la receta para acercarnos, lo máximo posible al original.

Como muchos sabéis, he sido editor gastronómico durante más de 30 años y esta cuestión conceptual ha sido una de mis principales preocupaciones profesionales. ¿Cómo reproducir aquel plato magistral de tal maestro, en el papel, para que el lector --aquel cocinero aficionado o profesional--, lo pueda llevar a cabo con la máxima fidelidad? La cuestión no es baladí. Es mucho más difícil y complicado de lo que parece. Si sois cocineros o cocineras como se dice hoy en día, para ser políticamente correctos, cosa que encuentro horrible y desafortunado--, o aficionados a la cocina o, simplemente, cocineros eventuales, os habréis encontrado muchas veces con libros de recetas de cocina que no funcionan. ¿Qué quiero decir con ello? Pues que son libros que aportan recetas que, cuando las realizas, se obtiene un verdadero churro. Ahí se queda uno con cara de verdadero pasmarote, preguntándose qué caray ha hecho mal. La respuesta es muy sencilla: no ha hecho nada mal. Lo que ocurre es que el libro que tiene en las manos es un fraude.

¿Por qué se hacen tan mal tantos libros de cocina? Hay muchas razones. Intentaré aclararos algunas, aún a riesgo de no ser exhaustivo. La primera de todas es lo que podríamos llamar el pecado del editor. ¡Ay, dichoso beneficio, dichoso margen y dichosa codicia! ¡Si quieres ser un buen editor, olvídate de hacerte rico! ¡Escoge otro oficio!: por ejemplo, conviértete en un soldado del sistema financiero internacional y, así, sirviendo a tus señores, que nos esquilman despiadadamente a todos, comerás las suculentas migajas que te dejen. Pero volvamos a nuestro editor codicioso; ¿qué hace para ganar dinero? Pues sisa todo lo que puede en la edición del libro. Por ejemplo: evitará pagar un corrector especializado que repase y corrija las recetas o, en el peor de los casos, comprará por cuatro duros un libro de recetas en el mercado internacional y lo publicará aquí de cualquier manera. Este es un recurso muy manido. Pero, claro, los lectores quieren libros baratos. ¡Pues toma barato!

Un libro de cocina es un tema complicado, créeme. No se trata de ir a buscar al chef estrella de turno, pedirle cuatro recetas y traspasarlas al papel. Si haces esto, cosa que hacen un gran número de editores, obtendrás un libro de recetas que será una mierda --¡con perdón! —. Ese libro al que me refería, cuando uno intenta realizar la receta y le sale un churro. Para empezar, te diré que los cocineros – todos los cocineros, incluidos las estrellas—no tienen ni idea de escribir una receta. Una cosa es cocinar, incluso cocinar muy bien, y otra muy distinta es transformar esto en una partitura, en una receta. Para esto necesitas un editor de verdad. Y, además, que este editor entienda de cocina, lo que hace la cosa mucho más complicada. Sólo un editor de estas características, metiendo horas como un tonto, será capaz de interpretar lo que hace el cocinero –a veces, pasando largas horas con él en la cocina, observando y preguntando, paso a paso, todo lo que hace—Sólo de esta forma tan artesanal puede armarse un libro como dios manda. La conjunción del maestro cocinero y el conocimiento del editor para convertir la habilidad del chef en una receta interpretable por el lector aficionado, harán posible un libro de cocina único, diferente a los demás, que funcione y no defraude.

Pero volvamos a la imagen de la receta como partitura. Aún en el caso de haber conseguido un buen libro, la receta sigue siendo sólo una receta. Me explico; la receta no es una panacea, sólo contiene una parte del arte del cocinero. La cocina es un oficio misterioso en el que el gusto, la intuición y la experiencia son indispensables para llegar a la excelencia. Hay muchos procesos que no se pueden transcribir en el papel y que dependen de la pericia del cocinero lector. Me refiero a que, el lector, deberá interpretar la receta del maestro que tiene en el libro. ¿Cómo? Bueno… su experiencia le dará orientación de cómo realizar una determinada cocción, a qué intensidad debe estar el fuego, cómo se debe corregir en función de situaciones cambiantes del propio producto, de las condiciones técnicas específicas en las que estamos trabajando, etc. Todo eso no lo explica, ni puede explicarlo la receta; tiene que formar parte del acervo del cocinero lector. Cuanto mayor sea su pericia, mejor será el resultado culinario de la receta.

Y por último otra cosa. Durante años me desesperaba ver que muchos de mis clientes compraban los libros de cocina sólo por las recetas que contenían. Y se empeñaban en reproducir fielmente, como loros, las recetas ahí explicadas. Yo creo que esto es un error. Un libro de cocina, si es bueno, es una fuente de información inagotable: una salsa por aquí, el descubrimiento de un nuevo ingrediente por allá, una técnica que no conocíamos acullá… Un libro es, por encima de todo, una fuente de inspiración. Si no cumple con esta función, no es un gran libro de cocina. Y, lo que es peor, el cocinero lector no es un verdadero cocinero. Pues la característica principal que debe ostentar un verdadero cocinero es su afán por la creatividad. Por improvisar, pues ahí está el gran gusto por la cocina.


martes, 31 de mayo de 2016

La identidad y la nación


La construcción de la identidad
Es este un tema espinoso. Lo es en todo el mundo, también entre nosotros, en Europa, en España, en Cataluña. Una cuestión que levanta hondas emociones, que remueve cuestiones profundas. Con este asunto hay que ir con mucho tiento, como el artillero que inspecciona una mina anti-personal. La identidad nacional es un combustible altamente inflamable, que puede traer funestas consecuencias. Ya lo hemos vivido en Europa. En estas cuestiones conviene tener muy presente el pasado, para corregir errores. Ya sabemos que el que no conoce la historia, o la olvida, está condenado a repetirla.
He releído a Manuel Castells, para saber lo que dice sobre este tema. Hay una interesante reflexión sobre la identidad en su libro La Era de la información: el poder de la identidad. Me interesa exponer, muy resumidos, algunos conceptos básicos que me servirán como punto de partida de mis argumentos.
Empezaremos con una definición: La identidad es la fuente de sentido y experiencia para la gente. Por identidad, en lo referente a los actores sociales, Manuel Castells entiende el proceso de construcción del sentido atendiendo a un atributo cultural, o a un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido. La identidad debe distinguirse del concepto de rol: los roles sociales (ser madre, futbolista, trabajadora…) son las funciones que realiza el actor social. Las identidades organizan el sentido, mientras que los roles organizan las funciones. Pero, ¿qué se entiende por sentido? Se puede definir como la identificación simbólica que realiza un actor social del objetivo de su acción. Las identidades son fuentes de sentido para los propios actores sociales y son construidas por ellos mismos mediante un proceso de individualización. Las identidades sólo se convierten en tales si los actores sociales las interiorizan y construyen su sentido en torno a esta interiorización.
Deseo centrarme en la identidad colectiva. Podemos convenir que todas las identidades son construidas. Los individuos, las sociedades, organizan los materiales de la historia, de la geografía, de la biología, de su experiencia vital, etc., para darles un sentido: este sentido es la identidad. Puesto que la construcción social de la identidad siempre tiene lugar en un contexto marcado por las relaciones de poder, Castells propone tres formas u orígenes de la construcción de la identidad. Yo me quiero centrar en la forma que él denomina identidad legitimadora.  
La identidad legitimadora es aquella que ha sido introducida por las instituciones dominantes de la sociedad para extender y racionalizar su dominación frente a los actores sociales. Esta definición está en la base del tema que me interesa: abordar el nacionalismo. La identidad legitimadora genera una sociedad civil. Se entiende por tal, un conjunto de organizaciones e instituciones, así como una serie de actores sociales estructurados y organizados, que reproducen, si bien a veces de modo conflictivo, la identidad que racionaliza las fuentes de dominación estructural.

Castells sostiene que la era de la globalización es también la del surgimiento nacionalista. Esto es interesante, pues supone una inquietante paradoja. ¿Cómo se entiende que, en un momento en el que empieza a estructurarse una sociedad globalizada, se produzca al mismo tiempo un intenso renacimiento de los nacionalismos? La tesis tradicional es que los nacionalismos han estado ligados con el estado-nación moderno y soberano. El autor opina que la explosión de los nacionalismos en la actualidad, en estrecha relación con el debilitamiento de los estados-nación existentes, no encaja bien con este modelo teórico que asimila naciones y nacionalismos al surgimiento y la consolidación del estado-nación moderno tras la Revolución francesa. La conclusión de Castells es que el nacionalismo, y las naciones, tienen vida propia, independientemente de la condición de estado. Por ejemplo, Escocia, Cataluña, Quebec, Kurdistán o Palestina son naciones o nacionalismos que no alcanzaron la condición de estados-nación modernos, sin embargo, muestran una fuerte identidad cultural/territorial que se expresa como un carácter nacional. Para resumir, Manuel Castells considera que deben destacarse cuatro aspectos principales cuando se analiza el nacionalismo contemporáneo:
  1. El nacionalismo contemporáneo puede, o no, orientarse hacia la construcción de un estado-nación soberano. Por tanto, las naciones son entidades independientes del estado.
  2. Las naciones y los estados-naciones no están históricamente limitados al estado-nación moderno constituido en Europa en los doscientos años posteriores a la Revolución francesa.
  3. El nacionalismo no es necesariamente un fenómeno de élite. De hecho, el actual suele ser una reacción contra las élites globales.
  4. Debido a que el nacionalismo contemporáneo es más reactivo que proactivo, tiende a ser más cultural que político y, por ello, se orienta más hacia la defensa de una cultura ya institucionalizada que hacia la construcción o defensa de un estado.
En conclusión, el nacionalismo se construye por la acción y la reacción social, tanto por parte de las élites como de las masas. Reducir las naciones y los nacionalismos al proceso de construcción del estado-nación hace imposible explicar el ascenso simultaneo del nacionalismo y el declive del estado-nación.

Naciones sin estado: Cataluña
No voy a entrar en el debate de si Cataluña es o no una nación. Pienso que está suficientemente documentado y explicado, no hay ninguna duda al respecto. Los historiadores y especialistas lo saben. Otra cosa es la manipulación a la que está sujeta la población española, a la que se le hace creer que los catalanes pertenecen exclusivamente a la nación española.
Pensar que la nación y el nacionalismo son un fenómeno directamente vinculado con la construcción del estado moderno, es un error muy común y arraigado. La población, en general, tiene esta falsa creencia, que le ha sido inducida a través de la educación escolar. Una larga mayoría cree que el estado coincide con la nación y, por tanto, el estado español es la consecuencia natural de la nación española. Pero esto es un error. A muchos les parece inconcebible que el estado español sea una estructura organizativa que engloba varias naciones, consecuencia de los avatares de la historia en la península ibérica. Pero, en este caso, dado que estamos hablando de identidad, el error no produce indiferencia –como sería el caso si se tratara de otro tema--, sino una verdadera inflamación. Con esta cuestión, estamos tocando una materia sensible que apela a las emociones, a algo arraigado y profundo, pues implica al conjunto de símbolos que definen lo que somos. Como decía antes, removemos un tema delicado, que levanta pasiones, que puede llegar a ser explosivo: nuestra identidad nos conforma y sembrar dudas al respecto produce un vértigo enorme, un gran vacío, como si uno ya no supiera dónde sostenerse.
Deberíamos aprender a convivir respetando las identidades ajenas. Sobre todo, no intentando imponer la propia a los demás. El problema del nacionalismo no es el nacionalismo en sí, sino su perversa voluntad de querer ser hegemónico. La obstinación de los que se arrogan el papel de vigilantes de las esencias nacionales, tratando de imponer el sentimiento propio a los otros, aquellos que no se identifican simbólicamente con este marco de sentido. Es el caso del nacionalismo español, que trata de imponer por la fuerza el sentimiento españolista en Cataluña. Pero, atención, también es el caso del hegemonismo catalanista, que intenta imponer el suyo en el País valenciano o en Mallorca. Este hegemonismo es directamente un reflejo fascistoide y está en el origen de todas las explosiones de violencia que hemos conocido en la Europa moderna, desde el Nazismo hasta el hegemonismo serbio que incendió los Balcanes en los años noventa. Es curioso, pero los nacionalismos proactivos, es decir, aquellos que están consolidados y plenamente reconocidos, que gozan de un estado, no se consideran nacionalistas en el sentido común del término. Consideran el nacionalismo como un mal que aqueja a las naciones que no están plenamente reconocidas, cuyo nacionalismo es reactivo, defensivo. Al no estar dotados de un estado, ponen en duda su reconocimiento nacional. Una cosa lleva a la otra. Este es nuestro caso, el que se da entre España y Cataluña. Un ejemplo muy ilustrativo de lo que digo: desde las instituciones y administraciones públicas del estado español se habla del nacionalismo catalán y vasco con cierto desdén y prevención, pero no se ven a sí mismos como nacionalistas españoles, representantes de un nacionalismo bien más agresivo que los que critican. No perciben su propio hegemonismo, pues al no reconocer al otro como nación, no reconocen tampoco sus símbolos. Es el caso de la lengua: para España es inconcebible la política de inmersión lingüística --una ley de Normalización Lingüística que se aprobó en Cataluña por unanimidad--, pues en el fondo no se acaban de creer que el catalán sea la lengua propia de Cataluña e insisten, cada cierto tiempo, en devolver las cosas al orden fomentando la vuelta del castellano como lengua hegemónica.
Si nos fijamos, la intransigencia provoca un fenómeno reactivo que va en contra de la cohesión del estado español como estado plurinacional. Cuando menor es el respeto y reconocimiento de las diversas identidades plurinacionales del estado, mayor es el peligro de ruptura y de que España salte por los aires. Con la llegada de la democracia y la Constitución de 1978, las nacionalidades históricas aceptaron formar parte del estado español y renunciar a un estado propio.  Fue un pacto acomodado a las circunstancias del momento. Ahora resurge de nuevo un hondo sentimiento nacionalista, como consecuencia de que esos pactos y acuerdos han quedado obsoletos y, sobre todo, que se produce una fuerte recentralización por parte del estado. En la medida en que el poder central ha estado en manos del bipartidismo PP/PSOE, ambos partidos fuertemente españolistas, los catalanes se han vuelto más reactivos y, donde estuvieron dispuestos a aceptar el statu quo constitucional, ahora, casi un 50% de la población, desea independizarse de España –a medida que el estado presiona e intenta reprimir este sentir, aumenta proporcionalmente el anhelo de separarse y buscar una solución propia--.
Ya sabemos que son tres la razones –básicamente--, por las que los catalanes han ido mostrando esa progresiva reacción: la financiación, la lengua y la educación. Son los tres pilares a dinamitar para evitar el surgimiento de un nuevo estado-nación. Es una lucha por la hegemonía, una competencia entre naciones --pues en definitiva se trata también de esto--, de dos naciones que compiten entre ellas por la hegemonía política; en el caso de Cataluña por encontrar un nuevo acomodo que le permita, aparte de ejercer libremente sus derechos nacionales, ganar posiciones en el tablero de juego global; en el caso de España, por evitar su desmantelamiento, perdiendo su pieza más codiciada. Durante los sucesivos mandatos del PP ha ido aumentando de forma vertiginosa el porcentaje de catalanes que se inclina por la independencia, fruto de su política re-españolizadora. Todo ello alimentado por la actitud cómplice del Partido socialista, que se ha ido escorando hacia el nacionalismo español en contra del reconocimiento de las otras nacionalidades, alineándose con el PP en esta cuestión y que ha llevado a la exasperación a los catalanes, viendo como poco a poco este cerrado bipartidismo bloqueaba cualquier posibilidad de adaptar la realidad catalana a los tiempos. En definitiva, de la impotencia de la mitad –por lo menos—de los catalanes que ven como los mecanismos del estado de derecho bloquean cualquier solución a sus problemas y anhelos.
Ya hemos visto que los sociólogos explican la identidad como una fuente de sentido para las comunidades nacionales. Pues bien, nadie duda tampoco, que uno de los principales símbolos de una comunidad nacional y su principal fuente de sentido es la lengua. Así pues, podemos afirmar que la lengua catalana es el cimiento de la identidad catalana. Pero muchos se preguntarán, ¿Puede considerarse al castellano una lengua más de la identidad catalana? Espinosa cuestión, de difícil contestación. La lengua propia de Cataluña es el catalán, claro. Pero la realidad es que los catalanes han convivido en el estado español durante más de quinientos años. La lengua estatal, el castellano, se ha impuesto en largos periodos. Los movimientos migratorios han asentado el castellano entre nosotros. Hoy es una lengua cooficial junto al catalán. ¿Tiene sentido hablar de que Cataluña tiene hoy dos lenguas propias? Ya sé que los más puristas dirán que el castellano ha sido impuesto por la fuerza. Incluso, los más enragés, comentarán que hemos sido víctimas de invasiones que han desvirtuado nuestras esencias. Bueno… ¿Y qué? ¿Acaso las invasiones y la promiscuidad étnica y cultural no son consustanciales a las comunidades humanas, especialmente de una comunidad mediterránea como la catalana? El tema de la lengua no es baladí, de hecho, es el núcleo mismo del conflicto. Pues está bien determinado por los estudiosos que la lengua es, y ha sido en la historia, un mecanismo de dominación, el principal instrumento por el que una nación intenta imponer su sentido, su identidad, a otras. Esta es la razón que explica, también, que los constitucionalistas que han inspirado la nueva constitución catalana propongan el catalán como única lengua oficial del estado; son perfectamente conscientes del papel determinante del castellano en la expansión de la identidad española. Y reproducen su esquema fascistoide con el catalán. Todo esto nos lleva a una cuestión interesante, ambigua: ¿Cómo catalanes que hemos convivido tanto tiempo con otras nacionalidades de la península, bajo un mismo estado, podemos hablar de una nación de naciones? ¿se ha forjado en este tiempo una nueva identidad española? Yo creo que no. Por la sencilla razón de que los catalanes—y otras comunidades ibéricas—no lo han sentido así. En definitiva, el sentimiento nacional es eso: un sentimiento. Una adopción de identidad que se hace por amor o vocación, o convicción, pero jamás por la fuerza. Si analizamos la historia, veremos que se han dado pocas razones para que catalanes y vascos se sientan españoles, por la simple razón de que esa nacionalidad moderna se ha intentado imponer por coacción, suplantando la identidad nacional autóctona, violentando la situación en contra de la voluntad de los afectados. En una palabra, fue voluntad del estado español recién nacido, en el siglo XV, uniformizar la nueva “nación española” bajo la pauta del código identitario de una de ellas: el hegemonismo castellano.

No será fácil resolver la cuestión nacional en España. El hecho mismo de que la población catalana esté dividida a este respecto, apunta las enormes dificultades para acomodar una solución que satisfaga a todo el mundo. El surgimiento de la Unión Europea y su progresiva consolidación, podrían dar paso a un “nuevo estado” supranacional, que esta vez sí, reconociera la plurinacionalidad de su constitución. De esta forma, podría esperarse que el actual estado español fuese disolviéndose en beneficio del estado europeo y, una vez consolidado, Cataluña –como nación—encontrara su acomodo definitivo. Al igual que España, que sería fuerte en Europa y no se vería desarmada de lo hoy es uno de sus principales constituyentes –Cataluña--, sin el cual no cree poder sobrevivir.

*Mapa publicado en el año 1652 en Ámsterdam en la obra Atlantis nova pars secunda