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viernes, 10 de junio de 2016

La gran transformación pendiente (2)


La democracia arrastra un grave defecto desde su implantación en la era moderna. Las élites nunca han querido someterse a ella y, desdeñándola, se han mantenido fuera del sistema. No les convenía estar bajo el control democrático, que nos iguala a todos, ni mucho menos les interesaba la redistribución de la riqueza, que unos pocos acaparan desde la noche de los tiempos. Así, la revolución democrática, en su punto de partida, no pudo abarcar a todos los estamentos sociales. Las nuevas reglas del juego se aplicaron a la sociedad en su conjunto, pero los verdaderamente ricos encontraron la manera de zafarse. Los que acumulaban la riqueza, se mantuvieron fuera del sistema. Impusieron, de forma soterrada, su propia exclusión para no ser arrollados por la ola democratizadora. Por el otro lado, las incipientes instituciones democráticas, temerosas del verdadero poder fáctico que éstas representaban, consintieron estas condiciones, en un pacto no escrito, para evitar la guerra y preservar el nuevo orden naciente. La situación, aunque injusta, representaba aun así una clara mejora para las gentes, con respecto a las condiciones anteriores.

De aquellos vientos, cosechamos estas tempestades. Después de un periodo socialdemócrata, en el que parecía que las democracias mejoraban poco a poco, gracias a políticas fiscales y redistributivas cada vez más eficaces, hemos entrado de nuevo en una edad oscura. Parece como si, de repente, anduviéramos para atrás como los cangrejos. No voy a entrar ahora en las razones de este retroceso, que se debe sin duda a las condiciones históricas que han facilitado el desarrollo sin límite del capitalismo neoliberal.

Lo cierto es que seguimos pagando el precio de ese acuerdo injusto, de ese pacto no escrito, que hace que la riqueza se quede a la orilla del sistema democrático. Se entiende por una verdadera democracia, aquel sistema por el que todos –sin ningún tipo de exclusión-- debemos contribuir al bien común, proporcionalmente a nuestra riqueza. Así, nos encontramos ahora, a la entrada del siglo XXI, con que la riqueza de las naciones se sigue volatilizando como antaño, pues los muy ricos disponen de mecanismos “legales” que les permiten pagar muchos menos impuestos de los que les tocarían. En muchos casos, incluso, rehúyen la propia ley, aunque les sea favorable, y en su codicia por llevarse el máximo al saco, deciden evadir sus capitales ilegalmente. Yo diría que con mucha más facilidad y sofisticación que antes y en cantidades inmensamente más importantes, pues la riqueza que ha producido Occidente desde la Segunda Guerra Mundial es fabulosamente gigantesca. Una parte muy significativa de este patrimonio se nos ha escurrido de las manos y escapa de nuestro control gracias a la perversidad del lado malo de la globalización, que permite emboscarse con la riqueza que se ha generado en nuestros países y esconderla en paraísos que medran a la orilla del estado de derecho democrático.

Es un hecho que la polarización entre ricos y pobres está creciendo. Es decir, que vamos para atrás. Es la muestra evidente de la ineficacia de nuestros sistemas fiscales. Esta situación de estancamiento a la que ha sido conducida la democracia, en la que los recursos han vuelto a concentrarse –más que nunca-- en las manos de cuatro, que los retiran del terreno de juego, nos aboca a la gente común a una situación perversa, pues en lugar de buscar los mecanismos para recuperar los recursos ahí donde ilegítimamente se han acumulado, nos despedazamos entre nosotros para repartirnos las migajas que nos dejan “en casa” los poseedores de grandes fortunas. Me explico: ante la impotencia que sentimos por no poder dar caza a los poderosos evasores, nos devoramos entre nosotros. Así vemos, con desanimo, como los partidos en el poder, sean de izquierdas o de derechas --es igual--, sangran al pobre contribuyente –sea más rico o no tanto--, ante la imposibilidad de gravar a quienes realmente deberían gravar, pues son los que realmente acumulan el grueso de la riqueza. Por esto se dice, y con razón, que las clases medias están desapareciendo, pues están siendo esquilmadas por el propio estado de derecho, ante su urgente y desesperada necesidad de recursos. Una situación peligrosa, pues las clases medias han sido la argamasa que ha hecho posible la cohesión social y la paz después de la Gran guerra. Con su desaparición, el mundo volverá a ser un polvorín.

Así pues, lo apropiado es dar la gran batalla en el campo de la evasión fiscal. Dinamitar de una vez por todas los paraísos que han existido hasta ahora, off shore, con impunidad y hasta con una cierta connivencia de muchos estados occidentales. El momento histórico está maduro para acabar con ese pacto no escrito y emprender la gran transformación que representaría cazar a los evasores y a sus inmensas fortunas. Asistimos, insisto, con impotencia, al desvío de esta inmensa riqueza fuera del control del fisco, que pierde así los tan necesarios recursos para asistir a la gente desamparada después de una crisis tan devastadora y remontar nuestras pequeñas y medianas empresas, que son el verdadero nervio de nuestra sociedad. El dinero está globalizado y se mueve a la velocidad de la luz, escapando del control de los estados nacionales y de las situaciones de “riesgo”, buscando la rentabilidad puntual aquí y allá, en los vericuetos del mercado global, ocultándose en el paraíso off shore. Pero las personas estamos aquí y no podemos estar sometidos a la incertidumbre, a esta volatilidad de la inversión por la que el dinero fluye a un sitio u a otro en función de criterios de rentabilidad, haciéndonos ahora ricos según sopla el viento, ahora sumidos en la pobreza, cuando los inversores consideran que las condiciones ya no son óptimas. Hay que colocar a los seres humanos en el centro de las cosas.


Son dos, por lo tanto, las grandes tareas pendientes para conquistar la plena democracia a nivel global: regular democráticamente el sistema financiero y acabar con la evasión fiscal. Poco a poco, las nuevas generaciones empiezan a contestar el principio de impunidad –conforme al pacto no escrito al que nos referíamos más arriba—por el que las élites evaden su capital fuera del sistema. Parece evidente que la siguiente revolución pendiente de la humanidad es abolir estos limbos y hacer entrar en vereda a los evasores. También, y sobre todo, someter al sistema financiero a una regulación que considere al hombre la medida de todas las cosas. Acabar ya de una vez por todas con ese doble estado, a la sombra del democrático, y que socava gravemente la prosperidad de la humanidad. Es revolucionario que jóvenes empleados del sistema bancario hayan tenido las agallas de desvelar las listas de los evasores, de centenares de periodistas de investigación que –en un esfuerzo de trabajo ingente-- unen sus recursos a nivel internacional para poder desvelar las redes de evasores, con nombres y apellidos, forzando de esta manera a los estados –muchas veces en connivencia con los evasores—a perseguirlos y a plantear batalla, por primera vez en la historia, contra este doble estado ilegal consentido a los largo de los siglos XVIII, XIX y XX, como forma de preservar los privilegios. La Gran recesión impide sostener por más tiempo esta situación. Ahora está madura la fase para iniciar el gran salto, la gran transformación pendiente de la humanidad, que tendrá consecuencias altamente benéficas, consiguiendo una sociedad más justa e integrada y, lo que es más importante, representará un avance gigantesco hacia la erradicación de la pobreza y las desigualdades.


viernes, 29 de abril de 2016

Sobre la (in)decencia de los políticos


Me sorprendió que, el otro día, Pedro Sánchez se arrepintiera de haber llamado indecente a Mariano Rajoy y le pidiera disculpas. Eso sí que me parece indecente. No por el hecho de disculparse, no. Eso me parece, hasta cierto punto, comprensible. Lo que me parece indecente es que el candidato del PSOE retirara su ofensa al presidente del Gobierno como consecuencia de una decisión mezquina y cobarde. Un acto que dice mucho de la escasa integridad ética de este político, de su poca dignidad como persona. ¿Alguien entiende este giro repentino de su pensamiento? Yo sí: como la jugada le ha salido mal, ahora ya está pensando en gobernar en coalición con el insultado, pues no le queda otra opción. Así de íntegro es el candidato socialista al gobierno del estado.

Yo no le hubiera retirado el calificativo a Rajoy. Las verdades ofenden. ¿De qué otra manera se puede calificar a quién ha gobernado como ha gobernado? ¿Acaso hace falta volver a repetir la lista de agravios con la que el gobierno de Mariano Rajoy ha castigado a los ciudadanos de este país? Yo resumo y destaco dos: su indiferencia por los más débiles, promoviendo políticas que favorecían a los que más tienen, en contra de la mayoría social, en medio de una gravísima crisis, aprovechando su control del estado para saquearlo a favor de las distintas tramas corruptas de las que está formado el PP. Y dos, su indiferencia y desprecio por un los anhelos y las necesidades de millones de ciudadanos catalanes, que no sólo ha ninguneado, sino que ha sometido a un verdadero chantaje y acoso, utilizando con malas artes el centro de control y comando central para doblegar por la fuerza la voluntad de los catalanes obligándolos a tragar. Yo, a eso, le llamo, como mínimo, indecencia.

Pero Pedro Sánchez, con el PSOE detrás, tampoco se queda corto. Este político, en su falsedad, nos intenta convencer que no ha logrado pactar un gobierno por culpa de Podemos y otros partidos de izquierda. Es un falso y miente; todos sabemos que la razón no es ésta. Pedro Sánchez no ha podido formar gobierno porque no está dispuesto a buscar una solución para Cataluña. Así de simple. Y ya lo dije en un post anterior –y lo reitero—, sin el concurso de Cataluña no se puede gobernar el estado español. Así de claro. Pero, además, no olvidemos que la corrupción también afecta a este partido, como afecta, entre otros, a CIU. De repente, nos hemos despertado, hemos abierto los ojos y nos hemos encontrado con el pastel. Mientras cada uno de nosotros trajinaba con sus propios asuntos, que no es poco --pues suficiente tiene cada uno para sobrevivir y tirar para adelante—nos estaban saqueando. Al principio nos parecía que se trataba de un ladronzuelo por aquí, otro por allá. Pero no, ha sido el crimen organizado. ¡Y bien organizado! Las mafias han asaltado el estado y se han ido llevando lo que producíamos, entre todos y para todos, para su casa. Leí hace unos días que el desfalco puede haber supuesto unos 200.000.000.000 euros, ¡dos cientos mil millones de euros! ¡Pero como puede haber pasado esto, bajo nuestras propias narices!


Pues bien, así las cosas, ahora el señor Sánchez, con el PSOE al lado, y el señor Rajoy, con el PP a sus costados, se aprestan a perdonarse agravios y preparar el terreno para, una vez celebradas las elecciones de junio 2016, previendo un resultado enrocado o poco diferente al anterior, quizás favorable para ellos, coaligarse para gobernar. Si esto ocurre será una tomadura de pelo. O, mejor dicho, un escándalo mayúsculo. Yo lo calificaría incluso de golpe de estado. Un golpe de estado contra todos nosotros. Un golpe de estado para que, de nuevo, los delincuentes se encastillen, borren las pruebas de sus indecencias y nos continúen robando. Porque, ¿Acaso van a acabar con la corrupción, o la evasión fiscal, los que se benefician de ella? Por descontado que no.
Me niego a creer que el PP y el PSOE tomarán de nuevo el poder. Me niego a creer que esto va a pasar. Quiero creer que los ciudadanos, en su conjunto, independientemente de nuestras ideas, no lo permitiremos. Nos merecemos algo mejor. No podemos tirar la toalla ahora que el crimen es evidente. No podemos permitir que esa gente siga mandando. Sí, ya sé… hay que mover el culo, da pereza. Preferimos mirar para otro lado, hacer ver que eso no va con nosotros. Inhibirse, la posición fácil. Esconder la cabeza debajo del ala. NO. Esto no funciona así; si no queremos perder definitivamente la libertad y todo lo que tenemos, aunque sea poco, deberemos enfrentar la lucha que representa empezar de nuevo.

miércoles, 6 de abril de 2016

La banca, corsarios del sistema



Capitalismo de corsarios. 
Los piratas asaltaban a pecho descubierto, en cambio los corsarios lo hacían con el aval del rey. La economía de los corsarios depreda el sistema con la bandera del sistema y en nombre del sistema. Son ellos, pues, los grandes subversivos. la crisis económica no es sólo debida a la deuda y a la persistencia del déficit, como sostiene la troika. También se debe a la falsificación de las cuentas, a las fugas de capitales y a las trampas del mercado, avaladas por estados y agencias. 
Antoni Puigverd (La Vanguardia, 6 de abril de 2016)

El NYT publica esta mañana una nota interesante sobre los llamados papeles de Panamá. El articulista Hace hincapié en las dificultades que tienen los gobiernos para recaudar lo que les deben estos evasores. Aun así, parece que hay signos de un cierto progreso. Se dice que la OCDE ha tomado medidas. Desde 2011 alrededor de 20 gobiernos han conseguido recaudar 50.000 millones de dólares en impuestos adicionales, como consecuencia de sus esfuerzos para pillar a los defraudadores. Así mismo, se ha producido un descenso en el número de empresas offshore, que ha pasado de 13.000 que había en 2005 hasta las 4.300 contadas en 2015. Suiza y Luxemburgo, aparte de Panamá, siguen siendo importantes y poderosos centros de captación de capitales que mantienen el anonimato de sus clientes. Según confirman las autoridades de la OCDE, los bancos siguen siendo muy reacios a entregar información. Expertos en el tema, como Gabriel Zucman, que ha escrito un libro sobre este asunto, “The missing health of nations”, son muy escépticos acerca de la colaboración de los bancos en este importante quebranto de la hacienda pública. El propio Zucman afirma que los bancos han sido, durante décadas, los cómplices de criminales y evasores millonarios sirviendo claramente sus intereses en detrimento del bien público. Este autor pone como ejemplo la multa millonaria que el gobierno de USA, a través de los tribunales de justicia, logró imponer a Crédit Suisse por esta causa. Una multa de 2.600 millones de dólares por ayudar a evadir impuestos. Esto parece mucho dinero, ¿no? Pues bien, según el propio presidente del banco, este castigo no tuvo prácticamente impacto material en la capacidad operativa de Crédit Suisse o en su potencial de negocio.


Es por lo tanto una evidencia que el sistema bancario está en connivencia con el delito de evasión fiscal. Esto es especialmente chocante cuando pensamos que los gobiernos han convertido a la propia banca en su principal instrumento de recaudación fiscal, para que fiscalice y si hace falta “secuestre” nuestras cuentas, de forma que paguemos puntualmente nuestros impuestos. En un futuro cercano, todas nuestras transacciones pasaran por nuestra cuenta corriente. El dinero físico desaparecerá, así nos tendrán perfectamente controlados. En cambio, aquellos que no viven de su nómina o sus modestos ahorros, y que han llegado a amasar inmensas fortunas, ven como este mismo sistema los ayuda a evadir. De esta forma los ricos son cada día más ricos, las clases medias desaparecen y los pobres son cada día más pobres. Y para colmo, nuestros gobernantes han rescatado a los bancos con nuestro dinero cuando esta crisis, de la que es responsable –por imprudente-- el propio sistema financiero, ha quebrantado sus balances.