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lunes, 3 de octubre de 2016

España está enrocada, ¿qué está pasando?: una explicación

Son muchos los que se sorprenden y se indignan por lo que está ocurriendo en España. Es un país sin gobierno, empantanado. Nadie se entiende, todos están enfadados. Los partidos se rompen, los ciudadanos están hastiados… Una sensación de impotencia y zozobra se apodera de una sociedad que ya hace tiempo que ha perdido su norte.

Pero yo pienso que lo que ocurre es bueno. O, mejor dicho, es sano. No os espantéis con lo que digo, dejadme proseguir con mi argumento. Todo este desaguisado es un síntoma de la curación de la herida después de un tremendo desgarro. Una catarsis, una expulsión de los demonios. Sí… porque lo que ha pasado en nuestro país es muy grave, un pequeño terremoto, que ha removido la geografía, los contornos de las cosas tal como los conocíamos hasta ahora, para comenzar todo de nuevo, en un nuevo paisaje, en un mundo diferente. Y éste es el proceso en el que estamos. La noticia mala no es que no haya gobierno. No. La mala noticia es que vuelvan a gobernarnos los mismos. Por eso yo pienso que este impasse, este desgobierno, es un síntoma de hartazgo, una constatación --en la aritmética parlamentaria-- de que algo no cuadra, de que los que pretenden gobernar ya no tienen una masa crítica para hacerlo. ¡Y esto es una excelente noticia!

Hay tres razones de peso que explican este enredo, que justifican tamaña rotura y que exigen un orden nuevo: la plurinacionalidad de España, la corrupción y la creciente pobreza. Y por este orden.

La plurinacionalidad de España es un tema todavía no resuelto. Es muy sencillo: España es un estado plurinacional, es decir, que está formado por varias naciones. Esto es un hecho. Se ha intentado ocultar o superar, sin éxito. Ha llegado la hora de afrontarlo con seriedad, con madurez, honestidad y espíritu libre. No se puede seguir engañando a los ciudadanos explicándoles cuentos chinos. De algo tienen que haber servido estos treinta años de democracia: la sociedad española ya está madura, debe afrontar este conflicto y resolverlo definitivamente. No valen imposiciones. Se precisa juego limpio, dialogo y búsqueda sincera de un pacto. No es de recibo que la unidad de España sea una condición innegociable, cuando cientos de miles de ciudadanos –por no decir millones—quieren explorar otras formas de convivencia. No se puede apelar a la ley, como si fuera algo intocable, inamovible, para encastillarse en la propia posición en un acto de flagrante intolerancia hacia otra parte de la sociedad que quiere mover ficha. No se puede gobernar desde la intransigencia, hostigando al adversario con la amenaza de los tribunales, cortando los suministros financieros y los recursos necesarios a una parte de la población como si se tratara de un castigo, con ánimo de torcer la voluntad por la fuerza. Esto sólo genera odio y mayor rechazo, exacerbando las posiciones, desgarrando la convivencia y haciendo mucho más difícil el pacto necesario. Seamos honestos: si no se ha formado un nuevo gobierno hasta ahora, que se adivinaba del PP, es por la sencilla razón de que este partido y su equipo de gobierno han demostrado su ineptitud para encauzar este grave problema. Los populares se han convertido en un claro peligro. Su intransigencia es incendiaria. Su torpeza no hace más que desgarrar la urdimbre necesaria para tejer una nueva convivencia. Esta investidura que nunca llega, enrocada, demuestra que la opción en liza no tiene suficiente fuerza y legitimidad para obtener la confianza. Hay un hecho de gran significación y que debe tenerse muy en cuenta: en Cataluña y en Euskadi los dos partidos del sistema, PP y PSOE, son residuales. Yo ahora os pregunto, ¿cómo se puede gobernar un país en donde las dos regiones de mayor peso económico están determinadas por partidos que, ahí, son minoritarios y denostados, que aplican políticas hostiles a sus necesidades? ¿cuánto puede durar esta situación sin que salte todo por los aires? Ya se ha dicho muchas veces: contra Cataluña no se puede gobernar. Sólo un equipo que afronte con altura de miras el conflicto, merecerá la investidura.

La corrupción es el siguiente problema en importancia y explica también la situación de bloqueo que vive este país. La corrupción ha consistido en un régimen por el cual los principales partidos existentes –PP, PSOE y la complicidad periférica de CIU—se han convertido en correa de transmisión de los intereses de las grandes empresas y de los grandes bancos para beneficiarse mutuamente en detrimento del bien común de los ciudadanos. Es el cáncer de nuestro sistema democrático. Mientras estos partidos sigan en el poder, la corrupción continuará. Lo que está ahora en juego no es si gobierna el PP con sus coaligados o el PSOE con los suyos. No, no. Lo que se dirime aquí es si sigue el “régimen” o vence una nueva política que regenere la democracia. Los españoles, poco a poco, se van dando cuenta y giran su voto hacia otras opciones. Pero los viejos partidos se resisten. Se defienden como gato panza arriba: están en juego sus privilegios, los fabulosos intereses de los que chupan estas fenomenales máquinas electorales que son el PP y el PSOE. Han colonizado el Estado como un mortal parásito y no están dispuesto a soltar la presa. Están incrustados en las arcas del Estado y no sueltan prenda. Esto es lo que explica lo que está pasando, por ejemplo, en el PSOE. Los barones socialistas, viejos jerarcas con Felipe González a la cabeza, apoltronados en sus privilegios, dirigen un partido que ya hace tiempo que no representa los intereses de la izquierda; ¡es un negocio! Han defenestrado a Pedro Sánchez, por una razón muy sencilla: está poniendo en riesgo el sistema. Díscolo Pedro Sánchez… --¿de dónde ha salido este chico? ¿Pero es tonto o qué? — deben pensar todos estos carcamales. ¡Hay que ver el nerviosismo, la inquietud que les ha causado al ver que al chico no podían manejarlo! Pero al final se han salido con la suya. Hay que dar paso a un gobierno del PP, les interesa enormemente. Con este golpe de mano, un sector del partido socialista ha perdido la oportunidad de iniciar su regeneración política. ¿Por qué? La alternancia del bipartidismo, el mantenimiento del sistema, el régimen “democrático” que ha regido los destinos de este país… al servicio de una “maquinaría” que chupa de los bienes que todos generamos. ¿Qué puede ocurrir si accede al poder la nueva política? Pues que se desmonta todo el invento. Y lo que es más grave, los políticos del antiguo régimen, ya desaforados, quedaran expuestos a los jueces… y a cumplir sus condenas. El PP y el PSOE pueden ser dos partidos distintos, pero en lo esencial defienden un mismo interés. Por esto ahora se blindan, por eso van de la mano, por eso no han permitido la aventura de Sánchez y por eso no pueden soportar a Podemos.

Por ultimo está el problema de la creciente pobreza. La clase media ha sufrido mucho con la crisis y se ha reducido de forma muy notable, engrosando las filas de una nueva clase baja. ¿Consideráis normal que el esfuerzo de tanta gente, durante estos treinta años, se haya ido al garete? ¡¿Pero cómo es posible?! Todos los logros de la socialdemocracia, la gran conquista de la sociedad europea de la postguerra mundial, conseguidos tan arduamente y a costa de tan duros sacrificios, se ha volatilizado. Asistimos impotentes al esperpéntico espectáculo de ver como una retahíla de chorizos, de aprovechados, de nuevos ricos horteras y mafiosos de todo pelaje se aprovechan de un botín de dudosa--¡o no tanto! —procedencia. La riqueza se polariza y, de nuevo, en una experiencia que parecía superada por la historia, aparece una sociedad con un perfil lacerante e injusto en el que los ricos son más ricos que antes y los que habían conseguido acceder al estado del bienestar alimentan, ahora, las filas de los pobres. ¿Qué han hecho los partidos ante este hecho? Nada, absolutamente nada. Claro… están por otras cosas. Ahora nos gobiernan desde Bruselas funcionarios no electos que aplican políticas neoliberales y no rinden cuentas más que a los poderes rectores a los que sirven, ajenos a la democracia y con un claro perjuicio para el bien común. Nuestros políticos son unos simples mandados, lacayos mediocres, des simples d’esprit como dirían los franceses. Es un divorcio, un trágico divorcio entre la política y la sociedad. Una tremenda estafa de la nos costará recuperarnos. Pero hay que levantar el nuevo edificio de la política desde cero. Hay que empezar de nuevo.

Concluyo mi argumento; los viejos partidos ya no sirven, y todo lo que está ocurriendo es el proceso natural para cambiar las cosas. Se está produciendo una profunda transformación. Por esto decía en la introducción que lo que ocurre es, en el fondo, una buena noticia. La sociedad se dirige hacia el cambio. Lentamente. Hay que regenerar las instituciones. Poner al frente gente competente y honesta. Hacer entrar en la política gente con otra mentalidad, más abierta, mejor formada. Se necesitan amplitud de miras, capacidad para generar nuevos modelos posibles y nuevas ilusiones. Tardará más o menos. A lo mejor es una cuestión de años, no creo que muchos. Pero llegará. Después de lo que hemos visto estos últimos días, es casi seguro que acabe gobernando, ahora, el PP. Para mi es una indecencia, un tremendo ultraje. Pero tendrán los días contados, pues la sinrazón no se acabará imponiendo. No cabe gobernar desde la ineptitud, el odio y la intolerancia. No merecen dirigirnos estas gentes que ningunean y desprecian cuanto ignoran. ¿Qué les importa a ellos la rica diversidad de los pueblos ibéricos y la complejidad de sensibilidades distintas en una sociedad como la nuestra? ¿Qué ideas aportan verdaderamente para ayudarnos a salir del atolladero? Ninguna. No, no están legitimados, aunque hayan conseguido una mayoría relativa en las urnas. Más pronto que tarde, los que aún les votan se darán cuenta. Y se acabarán estrellando. Se estrellarán y se impondrá la razón. Estoy seguro de ello.


viernes, 10 de junio de 2016

La gran transformación pendiente (2)


La democracia arrastra un grave defecto desde su implantación en la era moderna. Las élites nunca han querido someterse a ella y, desdeñándola, se han mantenido fuera del sistema. No les convenía estar bajo el control democrático, que nos iguala a todos, ni mucho menos les interesaba la redistribución de la riqueza, que unos pocos acaparan desde la noche de los tiempos. Así, la revolución democrática, en su punto de partida, no pudo abarcar a todos los estamentos sociales. Las nuevas reglas del juego se aplicaron a la sociedad en su conjunto, pero los verdaderamente ricos encontraron la manera de zafarse. Los que acumulaban la riqueza, se mantuvieron fuera del sistema. Impusieron, de forma soterrada, su propia exclusión para no ser arrollados por la ola democratizadora. Por el otro lado, las incipientes instituciones democráticas, temerosas del verdadero poder fáctico que éstas representaban, consintieron estas condiciones, en un pacto no escrito, para evitar la guerra y preservar el nuevo orden naciente. La situación, aunque injusta, representaba aun así una clara mejora para las gentes, con respecto a las condiciones anteriores.

De aquellos vientos, cosechamos estas tempestades. Después de un periodo socialdemócrata, en el que parecía que las democracias mejoraban poco a poco, gracias a políticas fiscales y redistributivas cada vez más eficaces, hemos entrado de nuevo en una edad oscura. Parece como si, de repente, anduviéramos para atrás como los cangrejos. No voy a entrar ahora en las razones de este retroceso, que se debe sin duda a las condiciones históricas que han facilitado el desarrollo sin límite del capitalismo neoliberal.

Lo cierto es que seguimos pagando el precio de ese acuerdo injusto, de ese pacto no escrito, que hace que la riqueza se quede a la orilla del sistema democrático. Se entiende por una verdadera democracia, aquel sistema por el que todos –sin ningún tipo de exclusión-- debemos contribuir al bien común, proporcionalmente a nuestra riqueza. Así, nos encontramos ahora, a la entrada del siglo XXI, con que la riqueza de las naciones se sigue volatilizando como antaño, pues los muy ricos disponen de mecanismos “legales” que les permiten pagar muchos menos impuestos de los que les tocarían. En muchos casos, incluso, rehúyen la propia ley, aunque les sea favorable, y en su codicia por llevarse el máximo al saco, deciden evadir sus capitales ilegalmente. Yo diría que con mucha más facilidad y sofisticación que antes y en cantidades inmensamente más importantes, pues la riqueza que ha producido Occidente desde la Segunda Guerra Mundial es fabulosamente gigantesca. Una parte muy significativa de este patrimonio se nos ha escurrido de las manos y escapa de nuestro control gracias a la perversidad del lado malo de la globalización, que permite emboscarse con la riqueza que se ha generado en nuestros países y esconderla en paraísos que medran a la orilla del estado de derecho democrático.

Es un hecho que la polarización entre ricos y pobres está creciendo. Es decir, que vamos para atrás. Es la muestra evidente de la ineficacia de nuestros sistemas fiscales. Esta situación de estancamiento a la que ha sido conducida la democracia, en la que los recursos han vuelto a concentrarse –más que nunca-- en las manos de cuatro, que los retiran del terreno de juego, nos aboca a la gente común a una situación perversa, pues en lugar de buscar los mecanismos para recuperar los recursos ahí donde ilegítimamente se han acumulado, nos despedazamos entre nosotros para repartirnos las migajas que nos dejan “en casa” los poseedores de grandes fortunas. Me explico: ante la impotencia que sentimos por no poder dar caza a los poderosos evasores, nos devoramos entre nosotros. Así vemos, con desanimo, como los partidos en el poder, sean de izquierdas o de derechas --es igual--, sangran al pobre contribuyente –sea más rico o no tanto--, ante la imposibilidad de gravar a quienes realmente deberían gravar, pues son los que realmente acumulan el grueso de la riqueza. Por esto se dice, y con razón, que las clases medias están desapareciendo, pues están siendo esquilmadas por el propio estado de derecho, ante su urgente y desesperada necesidad de recursos. Una situación peligrosa, pues las clases medias han sido la argamasa que ha hecho posible la cohesión social y la paz después de la Gran guerra. Con su desaparición, el mundo volverá a ser un polvorín.

Así pues, lo apropiado es dar la gran batalla en el campo de la evasión fiscal. Dinamitar de una vez por todas los paraísos que han existido hasta ahora, off shore, con impunidad y hasta con una cierta connivencia de muchos estados occidentales. El momento histórico está maduro para acabar con ese pacto no escrito y emprender la gran transformación que representaría cazar a los evasores y a sus inmensas fortunas. Asistimos, insisto, con impotencia, al desvío de esta inmensa riqueza fuera del control del fisco, que pierde así los tan necesarios recursos para asistir a la gente desamparada después de una crisis tan devastadora y remontar nuestras pequeñas y medianas empresas, que son el verdadero nervio de nuestra sociedad. El dinero está globalizado y se mueve a la velocidad de la luz, escapando del control de los estados nacionales y de las situaciones de “riesgo”, buscando la rentabilidad puntual aquí y allá, en los vericuetos del mercado global, ocultándose en el paraíso off shore. Pero las personas estamos aquí y no podemos estar sometidos a la incertidumbre, a esta volatilidad de la inversión por la que el dinero fluye a un sitio u a otro en función de criterios de rentabilidad, haciéndonos ahora ricos según sopla el viento, ahora sumidos en la pobreza, cuando los inversores consideran que las condiciones ya no son óptimas. Hay que colocar a los seres humanos en el centro de las cosas.


Son dos, por lo tanto, las grandes tareas pendientes para conquistar la plena democracia a nivel global: regular democráticamente el sistema financiero y acabar con la evasión fiscal. Poco a poco, las nuevas generaciones empiezan a contestar el principio de impunidad –conforme al pacto no escrito al que nos referíamos más arriba—por el que las élites evaden su capital fuera del sistema. Parece evidente que la siguiente revolución pendiente de la humanidad es abolir estos limbos y hacer entrar en vereda a los evasores. También, y sobre todo, someter al sistema financiero a una regulación que considere al hombre la medida de todas las cosas. Acabar ya de una vez por todas con ese doble estado, a la sombra del democrático, y que socava gravemente la prosperidad de la humanidad. Es revolucionario que jóvenes empleados del sistema bancario hayan tenido las agallas de desvelar las listas de los evasores, de centenares de periodistas de investigación que –en un esfuerzo de trabajo ingente-- unen sus recursos a nivel internacional para poder desvelar las redes de evasores, con nombres y apellidos, forzando de esta manera a los estados –muchas veces en connivencia con los evasores—a perseguirlos y a plantear batalla, por primera vez en la historia, contra este doble estado ilegal consentido a los largo de los siglos XVIII, XIX y XX, como forma de preservar los privilegios. La Gran recesión impide sostener por más tiempo esta situación. Ahora está madura la fase para iniciar el gran salto, la gran transformación pendiente de la humanidad, que tendrá consecuencias altamente benéficas, consiguiendo una sociedad más justa e integrada y, lo que es más importante, representará un avance gigantesco hacia la erradicación de la pobreza y las desigualdades.


martes, 8 de marzo de 2016

Desaparición del estado

Cada vez se hace más evidente la progresiva desaparición de los estados nacionales tal como se entendieron en el pasado. Ya lo predijo con gran lucidez, hace más de diez años, Manel Castells en su libro La era de la información. Los estados nacionales europeos, surgidos a partir del siglo XV y consolidados plenamente en el siglo XIX, han tenido su máximo esplendor en la segunda mitad del siglo XX, con la consolidación de la democracia y los instrumentos socialdemócratas que permitieron la creación del estado del bienestar. Las dos principales atribuciones del estado moderno y que justifican su razón de ser, están hoy en vías de extinción: el poder de recaudación fiscal y la capacidad de diseñar un estado del bienestar. Otra atribución importante, la seguridad ciudadana, se emplea muchas veces de forma perversa en contra de los intereses generales. Sólo le queda el poder represor, que sigue ejerciendo con eficacia y contundencia, si bien con un objetivo perverso pues reprime que las clases medias puedan defenderse, limitando con leyes su derecho a la protesta, ante el expolio de las minorías extractivas. Hoy asistimos, impotentes, a la descomposición de todo esto. A consecuencia de la globalización, los estados ya no son capaces de garantizar la red de seguridad que suponía el estado del bienestar. Los ciudadanos occidentales ven impotentes como día a día se destruye y desaparece lo que tan arduamente se ha construido durante las últimas generaciones. Asisten impotentes a la polarización de la riqueza que se desplaza de nuevo a unas pocas manos y deja en la pobreza a millones de ciudadanos que hasta ahora se defendían decentemente y formaban una consolidada clase media, que ha sido la garantía de la paz y el bienestar del último medio siglo. Los síntomas de este fenómeno son muchos y de diverso signo. En el campo de la seguridad, ya vimos cómo la UE fue incapaz de detener el genocidio que, de nuevo, se establecía en Europa, en los Balcanes. Tuvieron que ser los americanos, de nuevo, quienes pusieran orden ante la parálisis e incapacidad de los europeos. Hoy es la crisis de los refugiados. De nuevo asistimos, estupefactos, al lamentable espectáculo de ver como las autoridades europeas son impotentes para poner orden en este desaguisado. Las directivas que se aprueban, no se cumplen: ayer mismo todos los noticieros recordaban que en 2015 la EU aprobó recibir a 160.000 refugiados legalmente, que serían reubicados en la Unión gracias a la solidaridad europea; ¡la realidad es que sólo se han recibido 900!

Expertos como Paul Mason, en su nuevo libro Postcapitalismo augura que el crecimiento será débil en Occidente en los próximos 50 años. ¡que la igualdad aumentará en un 40%! No cabe duda de que entraremos en una época salvaje: los ricos intentaran mantener sus privilegios como sea, de hecho, secuestrando la democracia como vienen haciendo ya y presionando para que el coste de la crisis –la deuda—la paguen los ciudadanos de a pie. En cuanto a nosotros, los ciudadanos de a pie, deberemos defendernos con uñas y dientes para evitar que nos sigan imponiendo la austeridad para pagar esta deuda colosal, que ahora ya sabemos que forma parte del enorme fraude financiero que las élites globales crearon irresponsablemente. A todo esto, hay que sumarle el cambio climático: en definitiva, la imposibilidad de sostener un capitalismo desbordado y salvaje que lleva a la destrucción del planeta. Todas estas amenazas han desbordado a los estados nacionales, que no pueden con una problemática que les desborda, que desborda incluso a los estados supranacionales como la UE. Yo creo que los ciudadanos hemos de inventarnos nuevas estrategias e instrumentos desde los que abordar los problemas colosales a los que nos enfrentamos. Cada día vemos como modestas iniciativas privadas toman el relevo para solucionar, aunque sea poniendo un granito de arena, los ingentes dilemas planteados, como aquellos ciudadanos que a su cuenta y riesgo se trasladan al Egeo para socorrer a los migrantes o, aún, a oenegés como Médicos sin fronteras que ayer mismo, ante la indiferencia e inacción del estado francés, decidió, por su cuenta y riesgo, habilitar un campo de refugiados en Calais.

Se dice que la automatización y la robotización de la producción está significando la desaparición de millones de puestos de trabajo en todo el mundo, y es verdad. Seguirá destruyendo más empleo en el futuro inmediato. Pero yo creo que esta no es la cuestión; la cuestión es: ¿quién se lleva los beneficios de esta productividad? Es evidente que no se redistribuye esta riqueza entre los ciudadanos, que las plusvalías así generadas no pasan a formar parte del bien común, sino que enriquecen de forma exponencial a quién ya es muy rico y detenta la propiedad de esos medios de producción. Recuerdo que en el pasado se decía: cuando los robots hagan las tareas arduas del trabajo de los hombres, estos podrán disfrutar de muchas más horas de ocio y dispondrán de más tiempo libre para ellos mismos. Perversamente, el neoliberalismo nos abocado a un efecto contrario: esa tecnología que debería habernos liberado, ha contribuido a esclavizarnos aún más.