viernes, 19 de mayo de 2017

Reflexiones sobre la globalización: ¿Han traicionado las élites a la humanidad, abandonándola a su suerte, conduciéndola a la destrucción?


La globalización es el proyecto hacia la aldea global, que ya preconizaban los sociólogos en los años ochenta. Ya hemos llegado, gracias a la sociedad de la información. Internet ha acelerado el proceso y lo ha hecho inevitable. Pero, sobre todo, la telefonía móvil y las redes sociales, que son su consecuencia más incisiva, son las que han hecho realidad esta interconectividad humana y todo lo que conlleva. La globalización, que tenía que tener efectos benéficos para la humanidad, se ha convertido de momento en un infierno para la mayoría. En esta primera fase, ha tenido un efecto perverso, sobre todo, en las democracias occidentales. Ha empobrecido a las clases medias y ha precarizado a las clases trabajadoras. En definitiva, ha acabado con millones de puestos de trabajo en Occidente, ha empobrecido a millones de familias y ha tenido un efecto demoledor sobre el Estado del Bienestar.
La globalización ha producido la siguiente perversión; mientras que, por un lado, ha favorecido el capitalismo global, con la libre circulación de capitales e inversiones, que ha conseguido escapar a las regulaciones de los Estados nacionales, por el otro, ha dinamitado las conquistas sociales que las democracias occidentales habían conquistado en los últimos dos siglos. El Estado del Bienestar está en franca regresión y los ciudadanos se ven impotentes para obligar a sus Estados a preservarlo y a defenderlos de los embates de una globalización caótica. De hecho, los Estados nacionales ya son impotentes para defender los derechos de sus ciudadanos en este sentido, pues su ámbito nacional no les permite regular más que en su propio territorio, pero las leyes económicas y las regulaciones del mercado ya son a escala global. Lo que se llama la desregulación: una situación que favorece al poder fáctico financiero, a las grandes corporaciones, a la élite de millonarios que ahora se miran el mundo desde arriba.
Este efecto perverso de la globalización está en el origen del resurgimiento de los populismos de cualquier signo. Las mayorías nacionales votan ahora a partidos que, contra toda lógica, defienden una vuelta al pasado reinstaurando fronteras e intentando devolver al Estado nación su poder regulador. A este fenómeno contribuye el miedo que genera la inmigración, que los occidentales perciben como una amenaza. Asustados, los votantes dirigen sus votos hacia partidos que les garantizan la “vuelta al pasado”. Pero, eso ya no es posible. La globalización ha venido para quedarse. Resistirse a ella es ilusorio e ineficaz.
Es curioso constatar que muchos votantes de la izquierda, votan ahora a los partidos populistas neofascistas, pues se acogen a sus mensajes falsarios como a un clavo ardiendo. A su vez, los partidos de izquierda se decantan ahora por la antiglobalización y el anti europeísmo. Véase el ejemplo de Mélanchon en las últimas elecciones francesas, aconsejando a sus votantes abstenerse en la segunda vuelta, en lugar de frenar al Frente Nacional. Ahora, más que nunca, los extremos se tocan.
Los políticos visionarios deberían hacer hincapié en las ventajas que se vislumbran, de todas maneras, en el horizonte de la globalización. Por de pronto, la pérdida de poder adquisitivo de los europeos como consecuencia de la rebaja de sus sueldos durante el periodo de austeridad, es consecuencia del acceso al mercado de millones de puestos de trabajo de países del tercer mundo. Muchos millones de personas tienen ahora un trabajo y un sueldo en lugares como India o China, donde antes no tenían nada. Se está produciendo un efecto de vasos comunicantes que tenderá, a lo largo de las próximas décadas, a igualar a los trabajadores de todo el mundo. Es cierto que se han acabado los privilegios de las clases trabajadoras occidentales. Pero es en favor de un proceso de igualación en todo el mundo. Se dirá, con razón, que lo que se ha conseguido es precarizar a la humanidad en su conjunto, mientras una élite de privilegiados acumula una riqueza inmensa, nunca igualada antes. Es rigurosamente cierto. La humanidad ya ha entrado en un periodo de fuerte polarización en lo que a la riqueza se refiere. La globalización ha permitido esta abominable perversión: los ricos escapan del control de los Estados, acumulan más riqueza que nunca, en pocas manos, se escabullen de los sistemas fiscales…
Pero la humanidad acomete un nuevo episodio de su evolución: la lucha por los derechos de la humanidad en su conjunto. Solamente unas leyes universales, una regulación universal del mercado, únicas e iguales para todos, permitirán la recuperación del orden lógico de las cosas, la lucha contra la injusticia y una nueva etapa de prosperidad para la humanidad en su conjunto. Ya lo dije en reflexiones anteriores en este mismo blog; se precisa un neo-humanismo. Un código de valores que ponga por encima de todo, la conservación del planeta y la vida, e instaure la supremacía de la solidaridad humana.
Y aquí apunto el tema esencial, el regulador de toda la cuestión. El factor determinante que regulará la globalización: el cambio climático o, lo que es lo mismo, la conservación de la naturaleza. Si no nos aplicamos en construir un sistema sostenible con la conservación de la Tierra, estamos perdidos. La posibilidad de su destrucción es real y muy cercana. Ya no nos queda tiempo. No podemos perdernos en excusas y dilaciones. ¡Va, apuremos unos añitos más! – dicen los populistas de uno y otro signo--. No, imposible.
Así pues, la globalización está en directa relación con esta amenaza: el cambio climático. En el sentido que es el regulador para evitar nuestra destrucción. La amenaza es tan grave que sólo la podremos enfocar todos juntos. Paradójicamente, uno de los países que más puede hacer por revertir la situación, Estados Unidos, acaba de elegir a un presidente negacionista. Trump ha prometido a los americanos un sueño imposible. Y él lo sabe. No se puede hacer como si no supiéramos que estamos al borde del cataclismo ecológico. No se puede volver atrás, como si la grave amenaza que tenemos planteada, inminente, no existiera. El presidente Trump miente: sabe perfectamente que las amenazas climáticas son ciertas. Pero ha preferido esconder la cabeza debajo del ala y hacer ver que la cosa no existe. ¡Grave irresponsabilidad! Según Bruno Latour*, experto en ciencia política, lo que Trump y los negacionistas hacen es mucho más grave que esconder la cabeza debajo del ala. Trump y las élites enriquecidas planean una traición a la humanidad. En una palabra, quieren salvarse ellos y vender al resto de la humanidad, pues saben que, con sus planes, no hay vida futura para todos. Desean deshacerse rápido del lastre de la solidaridad. En su desesperación, las clases medias y las clases trabajadoras, se han refugiado en sus promesas. Pero son falsas promesas, que no pueden cumplirse de ninguna manera. El engaño consiste en alargar un poco más la orgía del dividendo ilimitado –maniobran las élites oscurantistas--. ¡Vamos a sangrar al animal herido un poco más! –piensan—, pues ellos deliran con conseguir su objetivo egoísta y traicionero. Y el precio para ello, es abandonar al resto de la humanidad.
Bruno Latour pone un ejemplo escalofriante para ilustrar la situación; el símil del Titánic: Las personas iluminadas (las élites) ven llegar el iceberg claramente desde la proa. Saben que se producirá el naufragio. Se apropian de los botes salvavidas. Piden a la orquesta que no deje de tocar amables melodías, mientras aprovechan la oscuridad de la noche para pirarse, antes de que la excesiva escora del barco alerte a las demás clases. Esta minoría privilegiada, las élites que en adelante llamaremos oscurantistas, han comprendido que, si querían sobrevivir, había que dejar de parecer que compartían el espacio con los demás. De pronto, la globalización toma un cariz muy diferente: desde la borda, las clases inferiores, en ese momento ya totalmente despiertas, ven cómo los botes salvavidas se alejan cada vez más. La orquesta sigue tocando Cerca de ti, Señor, pero la música no basta para ahogar los gritos de rabia…


*Bruno Latour: El gran retroceso: La Europa refugio. Editorial Seix barral, 2017


viernes, 12 de mayo de 2017

Reflexiones sobre la crisis de civilización


Apuntes en el dietario:

Lunes, 8 de mayo de 2017
Crisis. Este es el estado de cosas. En esto, todo el mundo está de acuerdo. Pero, ¿qué crisis? ¿Es una crisis política, económica?... No. No nos engañemos: es una crisis de valores. Sí, asumámoslo ya de una vez: nuestra sociedad está en decadencia. Nos hemos corrompido poco a poco. Y, además, no somos capaces de dar respuesta a los complejos problemas de hoy. Estamos desbordados. Asistimos a una crisis de civilización. ¡Esto se acaba, amigos: nos lo hemos cargado! Se habla mucho de la corrupción; claro, la hay. En todo el mundo. En nuestro país, el partido gobernante es una sociedad de delincuentes para saquear la Hacienda pública. Ya lo sabemos. Y no hacemos (casi) nada. En Francia, crece el neofascismo. También en Estados Unidos. Y en otros muchos sitios. El divorcio entre la política y los ciudadanos es un hecho, en todo el mundo. El mundo está en guerra de nuevo; estallan conflictos por todos lados. Los que huyen de la tragedia y la muerte se cuentan por millones, pero el mundo “civilizado” se los saca de encima como un estorbo: son los desperdicios humanos (lo dice Zygmunt Bauman). Muchos ciudadanos están cabreados, hartos. Y votan cualquier cosa… o no votan, pasan del sistema. Los políticos, ya no son servidores públicos; medran en la política para beneficiarse, para enriquecerse… ¡Yo también me quiero forrar!, piensan. Se han vendido al mejor postor, en detrimento de la gestión de los asuntos de sus conciudadanos. Los grandes lobbies pagan bien a cambio de que se legisle y gobierne a su favor. Las grandes corporaciones, todopoderosas, ya no temen a la opinión pública. La tienen cautiva al servicio de sus intereses; nos exprimen a conveniencia y nosotros, impotentes, estamos desarmados para defendernos. ¿Puede hablarse de un neo-feudalismo? La honestidad ya no es un valor. Muchos, hacia sus adentros, se ríen de la honestidad. ¡Es un principio para ingenuos, para tontos! Pronto, los padres reñirán a sus hijos honestos:
__ ¿Qué no ves que siendo honesto no te vas a comer un rosco? ¡Serás un desgraciado toda tu vida!

Martes, 9 de mayo
Pero no nos engañemos; el retroceso de la democracia tiene mucho que ver con la dejación de responsabilidades por parte de los ciudadanos en general, no solamente de los políticos. Todos nos pasamos la culpa de unos a otros. Siempre se busca un culpable. Pero las excusas ya no valen. Tarde o temprano la dura realidad nos golpeará en los morros… si es que no lo ha hecho ya. Seamos valientes y digamos las cosas por su nombre: la corrupción y la decadencia nos han carcomido por dentro. Los principios éticos se han perdido; la sociedad en su conjunto los ha dejado de lado. La corrupción de nuestro sistema de valores está en la base de la crisis. Es una crisis de civilización, pues el sistema de valores es lo que sustenta una civilización. Son los cimientos. Nos hemos cargado los fundamentos y, ahora, el edificio se viene abajo.
La crisis, que es una crisis de valores y ha dinamitado los cimientos de nuestra civilización, ha producido un dramático efecto, el más terrible de todos: la deshumanización de la sociedad. Nuestra sociedad ya no tiene rostro humano. El valor dominante ahora es la codicia y el egoísmo. Yo me salvo, ¡a los demás que les den un duro! Aparece en el horizonte el fantasma del fascismo. Como siempre, el lobo se viste de cordero, pero detrás de su máscara se esconden el odio, la rabia, la sed de venganza, el racismo, la repulsión por la diferencia, la intolerancia… Y su remate final: la violencia que aboca a la destrucción. Al final, el fascismo es una borrachera de sangre y fuego. Una orgía de la muerte. Una destrucción que ahora sería total, pues la humanidad ya dispone de los medios para autodestruirse.
¿Cómo acabará todo esto? ¿Cómo podemos evitar la caída en el precipicio? ¿Hay solución?

Miércoles, 10 de mayo
La regeneración pasa por comprender que hemos de ir hacia un nuevo humanismo. Hemos olvidado lo más importante, anteponiendo cosas que son secundarias. Hemos de ir a lo esencial. Y lo esencial es un sistema de valores. Nuestra civilización actual --ahora en decadencia, con su camino ya prácticamente agotado--, es la consecuencia del Humanismo renacentista. Aquel que, con Erasmo de Rotterdam, entre otros, estableció que “el hombre es la medida de todas las cosas” y que culmina en el Siglo de las luces con los derechos del hombre, una de las grandes conquistas de la humanidad. Las democracias occidentales de mediados del siglo XX, son una gloriosa excepción en la turbulenta historia de nuestra especie, su resultado más brillante. El apogeo de este ciclo civilizatorio, su edad dorada, ya ha terminado y nos ha sumido a todos en el desconcierto. Hemos de crear nuevas reglas del juego. Me refiero a un código ético que enmarque toda nuestra actividad humana, como individuos y como sociedad. No es un nuevo contrato social; es algo que está por encima y lo regula. En cierto modo, es un imaginario que nos define (de nuevo) como humanos. Algo así como lo que queremos ser. Un ideal. Sólo una pauta como esta, nos servirá de guía para salir del embrollo. Un nuevo humanismo que sea como un código genético que nos permitirá generar un nuevo “ser vivo”.
¿Cómo debería ser este neohumanismo? Se me ocurre, en primer lugar, que este nuevo sistema de valores debería tener un principio supremo: la conservación de nuestro planeta. Si, antes, el hombre era la medida de todas las cosas, ahora la preservación de la Tierra debe ser el valor que lo mida todo y el hombre el garante de este principio sagrado y de la vida en su totalidad. Hemos de volvernos a poner en nuestro lugar. Al acto de autoafirmación que representó la aparición del hombre libre e independiente frente al Universo, ahora corresponde volver a la humildad de un lugar más acorde con la realidad y la conveniencia de las cosas. Hemos abusado de nuestra condición de reyes del Universo y, en la borrachera de nuestra prepotencia, nuestra codicia ha arrasado con todo. Se impone un poco de humildad; un ejercicio de responsabilidad y constatar que no estamos solos… y no me refiero a Dios. No podemos hacer lo que nos dé la gana. No señor. La preservación del planeta debe convertirse en un tabú, en un asunto sagrado, como en los tiempos más remotos de nuestra especie lo fue la prohibición del incesto, por ejemplo. Cualquier actividad tendente a la destrucción del planeta debe ser severamente penada. Pero no solo eso, la educación de las futuras generaciones debe operar un mecanismo inconsciente como el tabú, en cada ser humano. ¿Quién piensa en matar a su madre? Solo pensarlo, produce un escalofrío, ¿verdad? Pues lo mismo. Debemos inculcar a los terricidas la gravedad de su crimen. La actividad humana tiene que ser sostenible. Deberemos velar por un sistema económico supeditado a lo que nuestro planeta puede soportar.
Ya sé que es difícil. La codicia y la ambición nos ciegan y no reparamos en que nos lo estamos cargando todo. ¡Es igual! ¡a mí que me importa lo que pueda pasar en el futuro, ya no estaré aquí! Un nuevo humanismo ha de alumbrar una nueva mentalidad. No hablo de imponer por la fuerza, pues así no lo conseguiremos. Hemos de inculcarlo a nuestros hijos, pues este es un trabajo de generaciones. La educación de los futuros ciudadanos es la clave. Las escuelas, al igual que las familias, son fundamentales para trasmitir los nuevos valores acordes con esto. La educación es fundamental. Tiene que ser el pilar de una nueva sociedad. No olvidemos que, además, ya vamos inexorablemente hacia una sola civilización. La humanidad ya ha entrado en la fase de unificación. Pero, entendámonos bien; no vamos a una civilización homogénea, asimilada a una supuesta cultura superior (¿la occidental?). ¡Ni hablar! Mal que nos pese, hemos de dejar de soñar con la asimilación cultural. Eso no se va a producir. Al contrario, nos veremos obligados a convivir con la diferencia a diario, junto a nosotros, en una sociedad que será una mezcla de interacción y fricción entre múltiples identidades irreductiblemente diversas (lo afirma Zigmunt Bauman). La nueva civilización humana será una, pero culturalmente heterogénea. Y con esto propongo el segundo valor esencial del neo-humanismo, un factor fundamental para una nueva civilización: la fraternidad, o la solidaridad, como lo queráis llamar. Si la sociedad humana marcha irremediablemente hacia su unificación, la fraternidad y la tolerancia del otro debe convertirse en un valor supremo. El respeto de la diferencia debe convertirse en un valor positivo, creativo, fundador de alegría, pues la diversidad humana es una riqueza inmensa, que puede producir una enorme satisfacción y placer. 


miércoles, 10 de mayo de 2017

Desmontando la democracia


La ilustración muestra a un operario subido en lo alto de una escalera demoliendo una de las estrellas de la bandera de la Unión Europea. Es una imagen que causa un gran impacto. La gigantesca pintura ocupa la fachada trasera de un gran edificio de la ciudad portuaria de Dover, ese lugar en el que la insularidad del Reino Unido se une/desune con el continente. Su desolada y gigantesca presencia, en el amplio solar abandonado, con un pintor solitario, ejecutando rutinariamente su quehacer como si la cosa no tuviera mayor importancia, produce un notable impacto. La sobria pintura tiene la fuerza de un símbolo. Su lacónico mensaje no puede ser más contundente: NOS HUNDIMOS.

Foto: DANIEL LEAL-OLIVAS 


martes, 9 de mayo de 2017

La Burbuja


Una burbuja es como una pompa de jabón. Leve, casi etérea, crece y crece hipnotizándonos. Flota en el aire y va subiendo poco a poco. Nos admira ver esta forma redonda, esta esfera flexible, transparente, que se hincha ante nosotros. Una admiración secuestrada por una tensa curiosidad, un poco perversa, de ver hasta dónde llegará sin reventar. Nos fascina por su doble condición de frágil y resistente al mismo tiempo. Todos somos un poco niños, ingenuos. A medida que la burbuja crece, aumenta proporcionalmente nuestro suspense… ¡qué emoción! Hasta que, finalmente, ¡plis!... la burbuja desaparece en un chasquido ridículo, insignificante. El sugerente espacio de su transparente esfericidad, los destellos de sus iridiscencias, su alma inasible, desaparecen en un instante convertida en una insignificante gota de agua que se pierde en el suelo. Y nuestra tensa atención, desvestida de forma tan súbita de toda emoción, nos devuelve, con la misma expresión estúpida de un pez hervido, a nuestro estado rutinario habitual.
Este mecanismo fascinante es el juguete favorito de nuestro capitalismo actual. El trampantojo ideado para timarnos azuzando ante nuestros ojos un espejismo, una falsa ilusión. El juego, que se llama La Burbuja –ya lo habéis adivinado--, requiere de dos tipos de jugadores; en un campo, los listos, que disponen de todas las fichas del juego; del otro lado, los tontos, que no tienen fichas, pero sí muchas ganas de jugar. El juego consiste en que los listos se divierten haciendo ganar fichas a los tontos a base de que suden bien la camiseta. Es una ginkana. ¡Qué divertido! Los tontos, que no tienen nada, se desviven por danzar de un lado a otro para ganar una ficha. Los listos se lo pasan la mar de bien viendo a los tontos de aquí para allá, sudando la gota gorda para conseguir una ficha, y otra ficha… y otra más.
Bien, me diréis. Pero, ¿qué gracia tiene esto? Y, sobre todo, ¿qué finalidad? Pues no veo el interés de unos en ir soltando fichas y de los otros en andar detrás de ellas como locos. ¡Ay, qué poco maliciosos que sois! ¡qué ingenuos sobre la verdadera naturaleza del género humano! Veréis, es muy sencillo: los listos han inventado el juego de La Burbuja para ganar más fichas, aprovechándose de la necesidad de los tontos y de las ganas que tienen éstos de conseguirlas. Les han vendido una ilusión que luego ha resultado ser humo. Les han vendido un sueño, una quimera, una burbuja que no era más que una ensoñación, un delirio, un espejismo atizado delante de sus ojos. Una nada que se desvaneció en un instante. Y ahora los tontos se miran atónitos, preguntándose cómo es posible que los hayan engañado, que se hayan convertido en víctimas tan fácilmente. Pero los listos ya han conseguido su propósito: les han arrancado el compromiso de seguir pagando fichas de por vida. Era una promesa por obtener la codiciada burbuja. Ahora les toca pagar lo que deben, aunque lo que han comprado es humo. Lo que adquirieron prometía mucho y resultaba fascinante mientras crecía. Pero un día, la pompa de jabón explotó. ¡Plis! Y el sueño largamente acariciado, desapareció en un instante, se desvaneció como si nada. Ahora, los tontos se sienten estúpidos, lo que aumenta su frustración, el agravio que han sufrido. Mientras tanto, los listos miran para otro lado. Con cara de póker, disimulan su engaño. Insisten en que no ha habido truco, que no hay trampa ni cartón, que su juego es limpio y claro, transparente como una mañana clara. Los trileros saben que está en la naturaleza del engañado tragar dócilmente el áspero veneno de su timo. Hay que tener paciencia --piensan los listos--, aguantar el chaparrón y esperar a que las aguas vuelvan a su cauce. El tiempo lo cura todo. Está en la naturaleza de los tontos sufrir por su condición de ingenuos, de idealistas, de soñadores… en definitiva, de tontos. Pagarán el pecado de su ingenuidad en silencio; son la masa de los resignados, los imbéciles de la historia… Son los nuevos esclavos. Pagarán religiosamente a los listos, sin rechistar, pues su condición natural es ser como los burros de carga: una bestia a la que atizar para que transporte eternamente los bienes de otro.
Y mientras tanto, los listos se rearman discretamente para montar una nueva burbuja. Taimados, esperan el momento propicio para recomenzar de nuevo. Saben que está en la naturaleza del engañado, volver como un tonto, de nuevo, al cebo del engaño. Saben que esta vez será aún más divertido y ganarán más fichas que la vez pasada. La codicia no tiene límites. Saben que los tontos ya están de nuevo inquietos para volver al juego, atraídos por la remota posibilidad de ganar al trilero, aunque sea por una vez. Hipnotizados, los tontos, por la posibilidad de que la burbuja no explote, que esta vez sí resista; que las dichosas fichas pasen, de una vez por todas, a su campo. Y acabar así, de una vez por todas, con el círculo infernal, por siempre repetido.
Y los listos, con la parada montada de nuevo, provistos de su sonrisa sardónica que delata su condición de desalmados, ya llaman por enésima vez a los tontos para que acudan a la feria, a apostar en el juego de La Burbuja:

__ ¡Pasen y vean, señores! ¡Hagan su juego!¡Siempre toca, un pito o una pelota!


miércoles, 3 de mayo de 2017

Diálogo sobre el amor. Maladie d’amour, maladie de jeunesse


__ Parece que hoy me encuentro un poco más animada__ declara Flora liándose un cigarrillo. Estamos frente al mar y el crepúsculo se presenta interesante. Una ocasión ideal para una tertulia.
__ Me alegro. Al fin y al cabo, esto es como un duelo. Cuando una historia de amor termina, es como si se hubiera producido una pequeña muerte. Sentimos un desgarro en nuestro interior.
__ Me siento vacía por dentro. __ confiesa Flora, y vuelve a sumirse en una profunda tristeza, que no había aparecido, en todo el día, hasta ahora.
__ Sí, es verdad… el desengaño amoroso es insoportable. Es uno de los principales motivos pasionales de la humanidad. Desde siempre. No hay relato que no lleve este ingrediente. No hay dolor ni desgarro peor que este. __ añado, intentando relativizar su situación.
_ ¡Y a mí qué me importa la humanidad, no me consuela en absoluto!
__ Eres muy joven todavía, ¡veinticuatro años! __ le digo, con la suficiencia impertinente de quién ya ha pasado por todo esto__ Todo pasará. Poco a poco, el tiempo irá poniendo las cosas en su sitio y restañando las heridas. Es verdad que cuando uno es joven le parece que el mundo se acaba. Y el sufrimiento es muy cierto. Pero ya verás que superarás esta etapa antes de lo que crees. Incluso, me atrevo a decirte que es una experiencia necesaria.
­­__ Pues yo la verdad es que me tiraría por la ventana __ se lamenta Flora con los ojos vidriosos y la mirada perdida en el infinito ­­­__ La vida ya no tiene ningún sentido para mí… no sé, es que no puedo entender cómo ha pasado. Así, tan de repente. De la noche a la mañana… todo ha desaparecido. No me parece real. Es como si estuviera viviendo una pesadilla. Todo iba bien. No había conflictos. Y de repente, a consecuencia de una conversación casual, me dice que ha decidido dejarlo. No tiene ningún sentido.
__ No te atormentes buscando una explicación racional a una cosa que no depende únicamente de una decisión lógica. __ le aconsejo, intentando evitar que se atormente con las razones de la separación __ Estas cosas dependen del sentir; las emociones poco tienen que ver con la razón. Por lo que sea, ella ha decidido dejarte. De una manera o de otra, aunque en un proceso inconsciente, ella ha acabado madurando razones que le dicta su corazón.
­­­­__ ¡Qué he hecho mal!, ¡dónde ha estado mi error! __ Una y otra vez Flora vuelve sobre la cuestión de la ruptura, como intentando encontrar la explicación definitiva, el porqué del desamor de su compañera.
__ Hay otra persona… ¿le has preguntado? __ le inquiero, con un hilo de voz, temeroso de destapar la caja de los truenos.
__ Ella me ha jurado y perjurado que no. __ dice, mortificada. __ No lo sé…
Dejamos pasar unos minutos, en silencio. Flora aprovecha para liarse un nuevo cigarrillo. Aunque ya no fumo, le pido uno, ya que me siento triste y ansioso al no poder hacer nada para consolarla.
­­__ La escribiré para tener un nuevo encuentro con ella a la vuelta de mi viaje. __ continúa__ Creo que tenemos aún muchas cosas de qué hablar. Le prometeré que no seré tan quisquillosa, que tendré mejor humor por las mañanas y por las tardes cuando vuelva cansada de trabajar…
__ Flora… creo que debes dejar de engañarte a ti misma. Esta historia ya no volverá. Se acabó. Es el final y punto. Es muy duro, pero tienes que hacerte a la idea. __ le aconsejo, intentando evitar que deposite, de nuevo, esperanzas en la que es, a todas luces, una historia que terminó __ Te conviene superar la prueba. Es muy doloroso, pero tienes que tragarte el sapo poco a poco. No alimentes una ilusión quimérica, pues sólo incrementará tu dolor y evitará que la herida vaya cicatrizando.
__ Es que no puedo. No puedo olvidarla. Es el amor de mi vida. Todo iba tan bien… Teníamos tantos planes. __ Flora se sume en un angustioso desconsuelo. Me veo impotente para ayudarla. No hay argumento posible. No queda otra que la compañía, hacerla sentir que uno está cerca.
Pasan de nuevo unos minutos en los que ambos aprovechamos para disfrutar del crepúsculo y de la cerveza fresca. Con el embrujo del humo del tabaco, que forma volutas en el aire inmóvil de la tarde, caigo en una ensoñación. Reflexionando sobre el amor, pienso en la sensación de plenitud, de vitalidad y felicidad que representa su presencia en nuestra vida; en cambio, la ausencia de éste, es como un descenso a los infiernos, como si la muerte se hubiera apoderado de nosotros. Los antiguos pensaban que la vida era un ciclo de muerte y renacimiento. Este ciclo de vida y muerte estaba pactado con los dioses a través de una alianza. Ellos concedían a los mortales el poder de renacer como civilización y también decidían cuando esta declinaba y desaparecía. Lo mismo servía para los individuos. De hecho, se creía que la divinidad entregaba a los hombres, normalmente a su rey, un símbolo de esta alianza. Por un lado, esto legitimaba el poder real ante la sociedad, que veía a su soberano como directamente investido por los dioses, y a la vez convencía a los humanos, ante la evidencia de un objeto material de origen divino, que existía realmente una relación sagrada entre lo divino y lo humano. De hecho, se pensaba que este objeto pasaba de un mundo a otro cada cierto tiempo, para volver a restablecer los lazos. Era la muerte de una edad que daba paso al renacimiento de otra, en un eterno renacer de las cosas. Así, el renacer de la vida en primavera después del arduo invierno se convirtió en una afortunada metáfora de este hecho.
__ La vida es un continuo morir y renacer __ sentencio al cabo de un rato, poniéndome filosófico después de mi divagación e intentando apaciguar su desconsuelo. __ Fíjate, estamos en Grecia. La cuna de nuestra civilización. Miles de años de historia. Pero al igual que las personas, las civilizaciones nacen y mueren para volver a renacer. Es nuestro destino. Ya sé que es trágico. Muy duro de asumir cuando le afecta a uno.  Pero es así. Uno de los tormentos de los seres humanos es este ciclo ineludible. Las cosas no se mantienen eternamente. Tienen un principio y un fin. A nosotros nos gustaría mantenernos siempre en el momento de máximo esplendor, de máxima felicidad. Pero eso no es posible, este privilegio está únicamente reservado a los dioses. Ellos juegan con nosotros y nos hacen caer y levantarnos de nuevo. Como para reiniciar eternamente el mismo juego, pero con distintos actores. Un continuo entre la vida y la muerte que nunca se acaba. El eterno retorno. Por lo tanto, lo mismo ocurre con el amor. Tú te has enamorado y cuando estabas en el cénit de tu relación y pensabas que duraría toda la vida… lo pierdes.
__ Tú siempre te pones trascendente, pero el asunto es más cotidiano que todo esto. Muchas parejas aguantan toda la vida. ¿Por qué no podría ser este mi caso? __ me replica con un punto de desesperación. __ Yo la quiero. Y lo que más me sorprende es la frialdad con la que ha puesto punto final a esta historia. No parece sentir nada. Como si no la afectara en absoluto. Me pregunto si realmente estaba enamorada de mí. No me quiere… ¿cómo no me he dado cuenta antes?
__ En una relación siempre hay el amante y el amado. Este tema fue tratado por Platón por primera vez y ha sido recurrente en la literatura erótica de todos los tiempos. __ Le explico, algo incómodo por mi pedantería. Pero no sé cómo explicar mejor que, en una relación, haya quien ama y el que se deja amar.
__ Pero, para mí, es como si me hubieran arrancado un brazo. Es un dolor interior, seco y terrible, que me destruye las entrañas. No tengo hambre. Siento una profunda tristeza y desconsuelo. Sin embargo, ella parece sentirse como si nada hubiera pasado. ¿Acaso no siente todo lo que hemos vivido juntas, estos años en común? ¡Es fría como un témpano!

Extracto del libro inédito VIAJE A GRECIA: LA TRÍADA HELÉNICA Y EL ENIGMÁTICO ÍBICE DE ORO
Autor: Francesc Marfull




viernes, 7 de abril de 2017

La Guerra de Siria


Es el horror. Asistir al espeluznante espectáculo de esos niños asesinados con gas sarín. Caras inocentes, seres ilusionados que apenas despertaban a la vida, con sus rostros pervertidos por el veneno. Imagen de la ignominia. ¿Dónde se esconden esos monstruos que perpetran, en nuestro nombre, estos crímenes? Sí, somos culpables por omisión. No recuperaremos nuestra dignidad hasta que no tengamos la valentía de liberarnos de ellos. Monstruos que nos gobiernan, que usurpan nuestra soberanía. Hemos de acabar definitivamente con ellos.
He releído un nuevo pasaje de mi libro Viaje a Grecia: La tríada helénica y el enigmático íbice de oro --del que ayer mismo os presentaba un fragmento-- y he encontrado un pasaje en el que el protagonista, en un soliloquio, relata sus impresiones sobre la Guerra de Siria. Aparece como una entrada de su diario: el 1 de octubre de 2015. De esto hace ya casi dos años… y todo sigue igual.



1 de octubre de 2015. La guerra de Siria es el gran conflicto de nuestro tiempo. Esto acabará mal. ¡Qué horror! ¿Cómo se puede llegar a un tal grado de devastación? No lo puedo comprender. No puedo pensar en otra cosa. A la que me descuido, ya estoy dándole vueltas de nuevo. En casa me dicen que estoy en la Luna de Valencia, siempre pensando en las musarañas. Miles de refugiados que huyen de la guerra. Creo que son más de cuatro millones de desplazados. Ya ha habido más de 250.000 muertos. Es tremendo. Insoportable. El mundo está atónito… e indignado. Los que huyen quieren entrar en Europa a toda costa. Son cientos de miles. Alemania es el nuevo “América, América!”. Elia Kazan. Los armenios. Siempre es lo mismo. Pero como siempre, los países intentan sacarse el problema de encima. En este asunto Alemania ha sido ejemplar. Pero Hungría… que vergüenza. Las declaraciones de algunos políticos son indignantes, ofensivas. ¿Cómo lo vamos a hacer? Solidaridad. La gente es buena. En Barcelona, muchas familias se han ofrecido para acoger un refugiado en su casa. Lo mismo en otras ciudades. Buena gente. Pero los gobiernos no están por la labor. Intentarán evitar a toda costa que entren. Darán los permisos con cuentagotas. Siempre ha sido igual. El mundo se repite. Ahora los rusos han entrado en la guerra. ¡Vaya lío! Americanos, franceses, saudíes, iranís, y los rusos… claro. Estos van a la suya, en otro bando que la coalición. Van con Bashar el Asad, defienden al régimen sirio. ¿Por qué? ¿Quién tiene razón? ¡Yo que sé! Pero si el gobierno sirio machaca a su gente; ¿cómo puede defender Rusia a un Régimen que bombardea a su población civil indefensa? No sé. Impresionante exposición fotográfica en La virreina de Ricard García Vilanova. Destellos en la oscuridad. Y los otros… tampoco puede decirse que tengan las manos limpias, ni mucho menos. Vaya lío que ha organizado Estados Unidos en la región. Desde que inició la invasión de Irak, todo ha ido a peor. ¡Vaya chapuza! Esta todo incendiado: Afganistán, Pakistán, Irak, Yemen, Siria… Que desastre. Lo peor es que lo veíamos venir. ¿Qué demonios hacen metiéndose en este avispero? decíamos después del atentado de las Torres gemelas. Nuestros políticos son unos irresponsables. Han incendiado el mundo. ¿Y nuestros jóvenes, qué? Sin trabajo. Y los musulmanes europeos… La integración no ha funcionado. Unos dicen; ¡que se vayan a su país si no les gusta observar nuestras costumbres! No sé. No es tan sencillo. Se sienten humillados. Despreciados. No pueden ascender socialmente. Sí, pero se les ayuda. Tienen derechos que en sus países no pueden ni soñar. Seguridad social, la protección del estado del bienestar. ¡Y encima se quejan, dicen algunos! No sé, yo no entiendo de estas cosas. Se podrían integrar, pero ellos prefieren conservar su cultura y sus costumbres. Quieren vivir aquí como si estuvieran allá. Los franceses no les dejan llevar el velo. “Liberté, Fraternité, Egalité”, los principios revolucionarios. Los derechos del Hombre. La esencia de la República francesa. On s’en fou! Dicen ellos. Los jóvenes se van a luchar a Siria con el DAESH. ¡Qué horror! Como decapitan a sus víctimas, a sus prisioneros. Es dantesco. Nunca pensamos que volveríamos a ver imágenes como estas. La barbarie. Parecía cosa del pasado, de los tiempos oscuros. Pero no. Aquí está. No cambiaremos nunca. Pero estos jóvenes combatientes del estado islámico se han criado en Europa, en Francia, en España… han nacido aquí, se han educado en nuestras escuelas. Hablan perfectamente nuestra lengua. ¿Qué les hace movilizarse por esta causa? ¿Por qué tanto odio? No sé… A mí me parece inexplicable. Algo hemos hecho mal. Choque de civilizaciones. ¿Islam contra cristianismo? ¿Cómo en la época de las cruzadas? No, dicen. La mayoría de los musulmanes son pacíficos. Y es cierto. Se horrorizan tanto como nosotros con todo esto. Y son los que más lo sufren. Por las represalias. ¡No me gustaría encontrarme en el lugar de un musulmán en Europa! ¡Lo de Charlie Hebdo fue muy fuerte! ¡Qué bestias! Pero a mí no me parecieron bien los contenidos que publicaron antes y después del atentado. No muestran ningún respeto por el islam. Es la libertad de expresión dicen. ¡Es sagrada! Sí, pero humillar a los musulmanes y menoscabar sus sentimientos religiosos… No sé. Pero hay odio. Hay un rencor larvado de siglos. No es políticamente correcto decirlo. No, no, no. Pero… Fueron colonias de Europa. ¿Qué barbaridades hicimos en el pasado? No nos lo perdonan. El círculo del odio, un proceso del nunca acabar. Israel, Palestina… ¡Hay tantas cosas! Cómo acabaremos con todo esto. Hoy los cazas rusos han atacado posiciones rebeldes. Pero estos rebeldes son aliados de EE.UU. Madre mía, que lío. Todos contra todos. Y de momento, más y más familias sacrificadas, más muertos. Más refugiados desamparados que intentan entrar en Europa. El gobierno de Hungría montó un telón de acero en una noche. Avalancha humana, ocho mil refugiados llegan cada día a las fronteras del espacio Schengen. No sólo sirios, también afganos, iraquíes… Dicen que los afganos son agresivos. Se pelean con los otros migrantes. La miseria y la necesidad, hacen miserables a los hombres. El gobierno de España decide aprovechar la situación para hacerse un anuncio con la causa. El migrante que fue agredido hace unas semanas por una periodista húngara xenófoba, ha sido invitado a residir en España con su familia. El padre de familia es el entrenador de un equipo de futbol en su ciudad natal. Le han ofrecido entrar en el Madrid. Salió en el telediario del mediodía. ¡Qué buenos somos! Jeje. Un portavoz del gobierno salió a explicarlo. Qué hipócritas; me parece que intentan escaquearse de acoger migrantes: sólo los que pidan asilo político. Los otros no, que se cuelan aquí por la cara para conseguir trabajo. Además, puede filtrarse algún terrorista… dicen. Alemania, quiere imponer cupos. Los socios miran para otro lado. Una vez más, los europeos no nos ponemos de acuerdo. Inacción. No se toma la iniciativa. La realidad nos desborda. Cómo en los Balcanes en los años noventa, como tantas veces… ¿Funciona el proyecto de Europa? Tengo mis dudas.


miércoles, 5 de abril de 2017

Mikonos


Siempre me ha parecido curiosa la transformación de las personas en turistas. Cuando vemos un turista por las calles de nuestra ciudad, lo miramos con un cierto desdén. Hay algo de anodino, de ridículo en su actitud y su aspecto. Incluso, aquí, les hemos dado un nombre original: los guiris. Una palabra cargada con el significado del desprecio. Pero la realidad es que todos, mal que nos pese, nos convertimos a su vez en turistas en algún momento. Y nos vemos obligados a meternos en ese triste papel durante unos días, quizás incomodados, viendo como los nativos nos miran por encima de la nariz.
En mi primer libro, aún inédito, el protagonista relata su experiencia en su visita a la afamada isla griega de Mikonos, paradigma del turismo contemporáneo. Os ofrezco un fragmento de este libro de viajes que he titulado Viaje a Grecia: la tríada helénica y el enigmático íbice de oro. Espero que os guste.


22 de julio de 2015. Mikonos. El ferry Blue star Naxos, cargado hasta los topes, desembarca a la horda de turistas en los muelles del puerto nuevo. Igual que si se abrieran las reclusas de una inmensa represa, el Naxos nos vomita de su enorme panza. Como guiados por un sexto sentido, todos los guiris nos desplazamos como corderos hacia la pequeña embarcación que a su vez nos conducirá, por tandas, hasta el puerto viejo de Hora, la pequeña y aclamada capital de Mikonos. El calor es insoportable. El sol, inflexible, nos castiga sobre la expuesta cubierta de la embarcación. Formamos parte de un variopinto grupo de turistas en su sentido más estricto. Uniformados con nuestros impresentables atuendos veraniegos, lo más ligeros posibles, producimos una impresión más bien deprimente. Gorro playero, algunos anudados con su ridícula cinta. Sudadera impresa, en muchos casos con explícitos mensajes alusivos al viaje en curso, como I love Greece, mochila, cámara fotográfica colgando del cuello y botellín de agua en la mano. Los más británicos, impertérritos con sus calcetines blancos bien estirados y zapatillas de deporte de mil y un colorines. 
En cinco minutos ya estamos atracando de nuevo, esta vez en el puerto tradicional de la isla. Los escasos habitantes de Mikonos, que a esta hora se refugian a la sombra de las tabernas del puerto, nos miran socarrones. La embarcación nos escupe como si se tratara de un hormiguero repentinamente agredido. Nos dirigimos hacia lo que llaman la plaza de los taxis por el paseo marítimo que bordea la bucólica playa, dejando el ayuntamiento a nuestra derecha y la pequeña ermita que los marineros de Mikonos dedican a la virgen. Poco a poco se van dispersando los turistas, que se pierden por el laberinto de callejuelas que llevan a la Pequeña Venecia o hacia Plateia Alefkandra, donde podrán disfrutar de uno de los rincones más venerados por el Homo turisticus. Las callejuelas de Mikonos y sus casas, de un blanco deslumbrantes apenas roto por el azul que es la marca distintiva del paisaje urbano de las Cícladas, serpentean por una intrincada medina. La vida de antaño prácticamente ha desaparecido y los habitantes han vendido sus propiedades, ante la inexorable presión del turismo. En su lugar, se han instalado las grandes marcas de lujo de medio mundo que han calado su red en este pintoresco laberinto para obtener caza mayor. Hace tanto calor que decidimos irnos a bañar. Queremos evitar la visita de la villa de Mikonos durante el sofocante calor del mediodía. Decidimos averiguar el precio de un taxi que nos lleve a algún insospechado lugar de la isla, a alguna de las playas paradisíacas que se anuncian y hacen su fama. En la plaza Manto Mavrogenous, llamada plaza de los taxis, deslumbrantes reclamos ofrecen servicios de taxi o paseos turísticos por la isla. Entramos en uno de los chiringuitos. Nos atiende una mujer joven, muy bella. Sin duda, la empresa es consciente de la importancia de este factor para pillar a sus clientes. Profesional y eficiente, la empleada habla un inglés impecable. Nos atiende con evidente deferencia. Podríamos estar en una oficina turística en el barrio más pijo de Londres, tal es el trato. Con la mosca detrás de la oreja, preguntamos precios. Son de escándalo. Con sorprendente eficacia, la chica –que ya parece acostumbrada a la sorpresa que muestran la mayoría de los clientes--, nos ofrece una solución alternativa interesante. Por el mismo coste que un taxi –al que hemos desistido por su importe desorbitado—, nos propone un transporte a nuestra disposición durante todo el día, con chofer. Sorpresa. Podrán llevarnos hasta la playa que queramos y recogernos de nuevo cuando así lo deseemos. Además, nos llevarán de vuelta hasta el embarcadero para tomar el ferry una vez abandonemos Mikonos al atardecer. Aceptamos. Sigue sin ser barato, pero no hay otro remedio si queremos sacar el mejor partido de nuestra corta visita. Escogemos la playa. Nos ofrece varias posibilidades. Dudamos. Nos pregunta si lo que deseamos es una playa más turística o menos, para gais o para heteros, más convencional y familiar o más desmadrada. Con envidiable profesionalidad, nuestra bella asistente propone la playa Super Paradise. Nos la vende como una playa divertida, muy bonita y con gente joven. “¡Es la mejor de Mikonos!”, nos dice con un guiño de complicidad. Nos miramos entre nosotros. Decidimos que sí. 
Al instante llega ante la puerta un imponente monovolumen de nueve plazas. Soberbio, gris metalizado, nuevo de trinca y recién salido del lavado. El chofer, vestido con terno, camisa y corbata –lo que produce una cierta alergia, pues estamos a 40 ºC a la sombra­­-- nos abre la puerta corredera del flamante monovolumen para que podamos entrar. Somos seis. El tipo es simpático, pero la comunicación es prácticamente imposible. No habla inglés. Llegamos a comprender que es albanés y trabaja aquí durante la temporada turística. Inquirimos su opinión sobre la playa a la que nos conduce. Sin dudarlo, nos indica que es la mejor de Mikonos. Bueno… parece que hemos acertado. La suerte ya está echada. Al fin y al cabo, se trata de tomarse un baño y refrescarse, comer algo rápidamente y volver a Mikonos para callejear. El lujoso monovolumen avanza por una carretera serpenteante, sembrada de quats conducidos por guiris veinteañeros que, a pecho descubierto, se desplazan febriles de un lado a otro de la isla. Es un trajín increíble. Parecen aquellos nerviosos vehículos voladores que menudean de un lado a otro en las ciudades siderales de La guerra de las galaxias. Nosotros vamos como príncipes en el interior perfectamente climatizado. Llegamos a nuestro destino después de una carrera de aproximadamente veinte minutos. Nuestro conductor aparca frente a la puerta de un recinto totalmente “fortificado”, vallado con postes de madera, que no permiten por su altura otear lo que hay del otro lado. El albanés salta del coche y nos abre la puerta como si fuéramos ministros. Se despide señalándonos la entrada y nos confirma, tal como hemos convenido en la oficina con su jefa, que volverá dos horas más tarde para recogernos de nuevo y llevarnos de vuelta a Hora. 
Nos encontramos frente a la entrada del Super paradise beach. Esto es lo que reza el rotulo de estilo californiano. El sol es abrasador. La temperatura, después de veinte minutos de tregua en el fresco interior de nuestro monovolumen, nos deja totalmente aturdidos. Nos acercamos a la puerta del recinto. De momento, el mar, aunque se intuye, no se ve por ningún sitio debido al cerramiento del recinto. Es evidente que lo hacen expresamente, pues sólo accediendo al local puede uno disfrutar de la playa y el mar. Suena la música a todo taco. Un portero guarda la entrada a Super Paradise, como es habitual en las puertas de las discotecas. Es un verdadero gigante de raza negra. La naturaleza le ha dotado de una potente musculatura, pero no contento con ello, la ha cultivado además con su evidente afición a la halterofilia. Viste anchas bermudas y una sudadera, expresamente pensadas para enseñar a los amedrentados visitantes las poderosas “armas” de sus colosales brazos y piernas, así como el gigantesco cuello sobre el que se asienta una cabeza negra como un tizón, pelada al cero y brillante como una bola de marfil, con oscuras gafas de sol y dotada de auriculares para avisar, en caso de un altercado, a sus forzudos compañeros y que acudan a recoger los cadáveres, producto de sus expeditivos modales. Poca broma. Para mayor capacidad disuasoria, le acompaña un portentoso perro negro, de pelo brillante y ojos encendidos, que nos mira con cara de pocos amigos. El respetable can tiene aspecto de atender solicito a su amo, en caso de que sea requerido. Amedrentados, nos acercamos a él y nos facilita la entrada en el recinto con un gesto amable, que nos tranquiliza. Nada más pasar, nos encontramos ante un amplio espacio de recepción al aire libre. A nuestra derecha, han construido una instalación “artística” sobre la arena, de grandes dimensiones y dudoso gusto, a base de botellas de champán. La música house suena ahora mucho más alto. Da la impresión que hemos entrado en una discoteca, lo cual nos descoloca un poco. Parece como si nuestra idea de darnos un chapuzón en Super Paradise, no cuadrara con este espacio discotequero. En una rápida ojeada descubrimos que, efectivamente, el recinto cierra por completo la playa, convirtiéndola en un reservado. Una medida de opinable legalidad. 
Frente al mar se encuentran centenares de tumbonas, alineadas en un orden perfecto, en las que se tuestan otros tantos turistas, en su mayoría muy jóvenes. Es un inmenso aparcamiento de cuerpos bronceados. Tal es el abigarramiento de cuerpos expuestos que no se distingue la arena de la playa. Frente a la primera línea, apurada hasta el linde del mar, se extiende un mar en calma que cierra una pequeña bahía. Un paraje que en su día fuera, sin duda, un lugar paradisíaco. Frente a este amplio tostadero de carne humana, en la zona más interior de la playa, un amplio parasol de obra cobija un inmenso local con toda suerte de ofertas gastronómicas fast food. Al fondo y cerrando el local por detrás, largas barras de bar, inacabables, con infinitos surtidores de cerveza y un surtido discreto de botellería barata en los anaqueles del fondo. La primera sensación al entrar en este lugar es una impresión olfativa. Las ingentes raciones de fast food que se consumen aquí en grandes mesas, a las que pueden sentarse más de veinte personas en cada una, desprenden un olor rancio y ligeramente desagradable. Buscamos sitio para sentarnos a alguna de las mesas disponibles. No es fácil, pues se hallan casi todas ocupadas o reservadas. No hace falta hablar de las tumbonas, a las que es imposible acceder pues a estas horas del mediodía ya se encuentran ocupadas, desde que a primeras horas de la mañana han aparecido los más previsores. 
Los guiris parecen encontrarse a sus anchas en Super Paradise. Una vez instalados, lo que no ha sido nada fácil, me coloco el bañador e intento llegar hasta la orilla, sorteando las tumbonas, para darme por fin el baño tan esperado. En un agua caliente como en un baño turco nado nervioso unos metros mar adentro para sentirme liberado del agobio.  Me detengo en una zona lo suficiente distante de la playa como para sentirme a “salvo” y, mirando perplejo hacia la distante orilla, no puedo evitar sentir tristeza por el espectáculo que se me ofrece por delante. 
Un rato más tarde, sentado a la mesa, acabo mi sobrio plato combinado que me ha servido una camarera altiva e impertinente, que parecía reprochar con su mirada mi presencia aquí, tan desplazado, en el lugar equivocado. Al poco, sube de nuevo el volumen de la música, que ahora ya es casi insoportable. Ante nuestra sorpresa, aparecen unas gogó, chicas y chicos, que, disfrazados con sus estridentes trapos de faunos postmodernos, suben a distintos podios distribuidos en el amplio recinto para bailar ante un público que, al son de la música y su creciente volumen, va entrando en trance por momentos. 
De repente, salimos de nuestro embobamiento y caemos en la cuenta de que ya es prácticamente la hora concertada con nuestro chófer, que debe recogernos donde nos depositó hace un par de horas. Y, como una exhalación, desaparecemos discretamente de este Averno para volver al mundo de los vivos.