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sábado, 9 de diciembre de 2017

Ciudadanos: un lobo agazapado tras una piel de cordero

¿Qué se esconde detrás de Ciudadanos? ¿Qué oculta la cara inocente de Inés Arrimadas? Esta es una de las cuestiones más interesantes de la nueva situación política en España. Creo que daría para un buen trabajo de investigación periodística. A fondo, para desentrañar quienes están detrás, que oscuros intereses desean promover.

De entrada, es un secreto a voces que Aznar, rebotado con el PP, simpatiza con el nuevo partido de la derecha. ¿Sólo simpatiza, o hay algo más? También se dice que la fundación FAES alienta este nuevo partido, pues lo ve mejor armado para imponer el nuevo orden en España. ¿Qué traman? Ahora leo en los periódicos que el taimado Manuel Valls, exprimer ministro de Francia, participará en la campaña del 21-D a favor de Ciudadanos. Es un personaje siniestro, pregunten a los franceses.

Hay una cosa que parece ya evidente: Ciudadanos es un partido más la derecha que el propio PP. Ya es decir. Además, es un partido ultranacionalista. Ultranacionalista español, claro está. Es curioso. Muchos lo vemos como un fenómeno parecido al Front Nacional de Le Pen, nadie parece en España —o en el resto de Europa— verlos como “nacionalistas”. “Qué horror”, se dicen… “¡Na-cio-na-lis-taaas!”, esgrimen alargando el cuello y girando los ojos a un lado. Es curioso, no se ven a si mismos como nacionalistas. “¡Los nacionalistas son los otros!”, amonestan como si se tratara de un insulto.

“La democracia es frágil y, a menos que se tenga cuidado, podemos seguir el mismo camino que la Alemania nazi”. Son palabras de Obama, que refleja hoy la prensa. Se refieren a EEUU… ¿Sí? ¿Estamos seguros? ¿o, acaso, nos las podemos aplicar?

Hoy Cataluña está en jaque, pero yo no albergo dudas de que el “¡a por ellos!” va mucho más allá de la furiosa persecución de los independentistas catalanes. En el ojo de mira del neofascismo está Podemos y sus confluencias, los movimientos herederos del 15-M, la única esperanza que le queda a este país de recuperar lo que nos han birlado unas élites egoístas e implacables, que ahora, me temo, nos agitan un lobo con piel de cordero.


viernes, 19 de mayo de 2017

Reflexiones sobre la globalización: ¿Han traicionado las élites a la humanidad, abandonándola a su suerte, conduciéndola a la destrucción?


La globalización es el proyecto hacia la aldea global, que ya preconizaban los sociólogos en los años ochenta. Ya hemos llegado, gracias a la sociedad de la información. Internet ha acelerado el proceso y lo ha hecho inevitable. Pero, sobre todo, la telefonía móvil y las redes sociales, que son su consecuencia más incisiva, son las que han hecho realidad esta interconectividad humana y todo lo que conlleva. La globalización, que tenía que tener efectos benéficos para la humanidad, se ha convertido de momento en un infierno para la mayoría. En esta primera fase, ha tenido un efecto perverso, sobre todo, en las democracias occidentales. Ha empobrecido a las clases medias y ha precarizado a las clases trabajadoras. En definitiva, ha acabado con millones de puestos de trabajo en Occidente, ha empobrecido a millones de familias y ha tenido un efecto demoledor sobre el Estado del Bienestar.
La globalización ha producido la siguiente perversión; mientras que, por un lado, ha favorecido el capitalismo global, con la libre circulación de capitales e inversiones, que ha conseguido escapar a las regulaciones de los Estados nacionales, por el otro, ha dinamitado las conquistas sociales que las democracias occidentales habían conquistado en los últimos dos siglos. El Estado del Bienestar está en franca regresión y los ciudadanos se ven impotentes para obligar a sus Estados a preservarlo y a defenderlos de los embates de una globalización caótica. De hecho, los Estados nacionales ya son impotentes para defender los derechos de sus ciudadanos en este sentido, pues su ámbito nacional no les permite regular más que en su propio territorio, pero las leyes económicas y las regulaciones del mercado ya son a escala global. Lo que se llama la desregulación: una situación que favorece al poder fáctico financiero, a las grandes corporaciones, a la élite de millonarios que ahora se miran el mundo desde arriba.
Este efecto perverso de la globalización está en el origen del resurgimiento de los populismos de cualquier signo. Las mayorías nacionales votan ahora a partidos que, contra toda lógica, defienden una vuelta al pasado reinstaurando fronteras e intentando devolver al Estado nación su poder regulador. A este fenómeno contribuye el miedo que genera la inmigración, que los occidentales perciben como una amenaza. Asustados, los votantes dirigen sus votos hacia partidos que les garantizan la “vuelta al pasado”. Pero, eso ya no es posible. La globalización ha venido para quedarse. Resistirse a ella es ilusorio e ineficaz.
Es curioso constatar que muchos votantes de la izquierda, votan ahora a los partidos populistas neofascistas, pues se acogen a sus mensajes falsarios como a un clavo ardiendo. A su vez, los partidos de izquierda se decantan ahora por la antiglobalización y el anti europeísmo. Véase el ejemplo de Mélanchon en las últimas elecciones francesas, aconsejando a sus votantes abstenerse en la segunda vuelta, en lugar de frenar al Frente Nacional. Ahora, más que nunca, los extremos se tocan.
Los políticos visionarios deberían hacer hincapié en las ventajas que se vislumbran, de todas maneras, en el horizonte de la globalización. Por de pronto, la pérdida de poder adquisitivo de los europeos como consecuencia de la rebaja de sus sueldos durante el periodo de austeridad, es consecuencia del acceso al mercado de millones de puestos de trabajo de países del tercer mundo. Muchos millones de personas tienen ahora un trabajo y un sueldo en lugares como India o China, donde antes no tenían nada. Se está produciendo un efecto de vasos comunicantes que tenderá, a lo largo de las próximas décadas, a igualar a los trabajadores de todo el mundo. Es cierto que se han acabado los privilegios de las clases trabajadoras occidentales. Pero es en favor de un proceso de igualación en todo el mundo. Se dirá, con razón, que lo que se ha conseguido es precarizar a la humanidad en su conjunto, mientras una élite de privilegiados acumula una riqueza inmensa, nunca igualada antes. Es rigurosamente cierto. La humanidad ya ha entrado en un periodo de fuerte polarización en lo que a la riqueza se refiere. La globalización ha permitido esta abominable perversión: los ricos escapan del control de los Estados, acumulan más riqueza que nunca, en pocas manos, se escabullen de los sistemas fiscales…
Pero la humanidad acomete un nuevo episodio de su evolución: la lucha por los derechos de la humanidad en su conjunto. Solamente unas leyes universales, una regulación universal del mercado, únicas e iguales para todos, permitirán la recuperación del orden lógico de las cosas, la lucha contra la injusticia y una nueva etapa de prosperidad para la humanidad en su conjunto. Ya lo dije en reflexiones anteriores en este mismo blog; se precisa un neo-humanismo. Un código de valores que ponga por encima de todo, la conservación del planeta y la vida, e instaure la supremacía de la solidaridad humana.
Y aquí apunto el tema esencial, el regulador de toda la cuestión. El factor determinante que regulará la globalización: el cambio climático o, lo que es lo mismo, la conservación de la naturaleza. Si no nos aplicamos en construir un sistema sostenible con la conservación de la Tierra, estamos perdidos. La posibilidad de su destrucción es real y muy cercana. Ya no nos queda tiempo. No podemos perdernos en excusas y dilaciones. ¡Va, apuremos unos añitos más! – dicen los populistas de uno y otro signo--. No, imposible.
Así pues, la globalización está en directa relación con esta amenaza: el cambio climático. En el sentido que es el regulador para evitar nuestra destrucción. La amenaza es tan grave que sólo la podremos enfocar todos juntos. Paradójicamente, uno de los países que más puede hacer por revertir la situación, Estados Unidos, acaba de elegir a un presidente negacionista. Trump ha prometido a los americanos un sueño imposible. Y él lo sabe. No se puede hacer como si no supiéramos que estamos al borde del cataclismo ecológico. No se puede volver atrás, como si la grave amenaza que tenemos planteada, inminente, no existiera. El presidente Trump miente: sabe perfectamente que las amenazas climáticas son ciertas. Pero ha preferido esconder la cabeza debajo del ala y hacer ver que la cosa no existe. ¡Grave irresponsabilidad! Según Bruno Latour*, experto en ciencia política, lo que Trump y los negacionistas hacen es mucho más grave que esconder la cabeza debajo del ala. Trump y las élites enriquecidas planean una traición a la humanidad. En una palabra, quieren salvarse ellos y vender al resto de la humanidad, pues saben que, con sus planes, no hay vida futura para todos. Desean deshacerse rápido del lastre de la solidaridad. En su desesperación, las clases medias y las clases trabajadoras, se han refugiado en sus promesas. Pero son falsas promesas, que no pueden cumplirse de ninguna manera. El engaño consiste en alargar un poco más la orgía del dividendo ilimitado –maniobran las élites oscurantistas--. ¡Vamos a sangrar al animal herido un poco más! –piensan—, pues ellos deliran con conseguir su objetivo egoísta y traicionero. Y el precio para ello, es abandonar al resto de la humanidad.
Bruno Latour pone un ejemplo escalofriante para ilustrar la situación; el símil del Titánic: Las personas iluminadas (las élites) ven llegar el iceberg claramente desde la proa. Saben que se producirá el naufragio. Se apropian de los botes salvavidas. Piden a la orquesta que no deje de tocar amables melodías, mientras aprovechan la oscuridad de la noche para pirarse, antes de que la excesiva escora del barco alerte a las demás clases. Esta minoría privilegiada, las élites que en adelante llamaremos oscurantistas, han comprendido que, si querían sobrevivir, había que dejar de parecer que compartían el espacio con los demás. De pronto, la globalización toma un cariz muy diferente: desde la borda, las clases inferiores, en ese momento ya totalmente despiertas, ven cómo los botes salvavidas se alejan cada vez más. La orquesta sigue tocando Cerca de ti, Señor, pero la música no basta para ahogar los gritos de rabia…


*Bruno Latour: El gran retroceso: La Europa refugio. Editorial Seix barral, 2017


viernes, 12 de mayo de 2017

Reflexiones sobre la crisis de civilización


Apuntes en el dietario:

Lunes, 8 de mayo de 2017
Crisis. Este es el estado de cosas. En esto, todo el mundo está de acuerdo. Pero, ¿qué crisis? ¿Es una crisis política, económica?... No. No nos engañemos: es una crisis de valores. Sí, asumámoslo ya de una vez: nuestra sociedad está en decadencia. Nos hemos corrompido poco a poco. Y, además, no somos capaces de dar respuesta a los complejos problemas de hoy. Estamos desbordados. Asistimos a una crisis de civilización. ¡Esto se acaba, amigos: nos lo hemos cargado! Se habla mucho de la corrupción; claro, la hay. En todo el mundo. En nuestro país, el partido gobernante es una sociedad de delincuentes para saquear la Hacienda pública. Ya lo sabemos. Y no hacemos (casi) nada. En Francia, crece el neofascismo. También en Estados Unidos. Y en otros muchos sitios. El divorcio entre la política y los ciudadanos es un hecho, en todo el mundo. El mundo está en guerra de nuevo; estallan conflictos por todos lados. Los que huyen de la tragedia y la muerte se cuentan por millones, pero el mundo “civilizado” se los saca de encima como un estorbo: son los desperdicios humanos (lo dice Zygmunt Bauman). Muchos ciudadanos están cabreados, hartos. Y votan cualquier cosa… o no votan, pasan del sistema. Los políticos, ya no son servidores públicos; medran en la política para beneficiarse, para enriquecerse… ¡Yo también me quiero forrar!, piensan. Se han vendido al mejor postor, en detrimento de la gestión de los asuntos de sus conciudadanos. Los grandes lobbies pagan bien a cambio de que se legisle y gobierne a su favor. Las grandes corporaciones, todopoderosas, ya no temen a la opinión pública. La tienen cautiva al servicio de sus intereses; nos exprimen a conveniencia y nosotros, impotentes, estamos desarmados para defendernos. ¿Puede hablarse de un neo-feudalismo? La honestidad ya no es un valor. Muchos, hacia sus adentros, se ríen de la honestidad. ¡Es un principio para ingenuos, para tontos! Pronto, los padres reñirán a sus hijos honestos:
__ ¿Qué no ves que siendo honesto no te vas a comer un rosco? ¡Serás un desgraciado toda tu vida!

Martes, 9 de mayo
Pero no nos engañemos; el retroceso de la democracia tiene mucho que ver con la dejación de responsabilidades por parte de los ciudadanos en general, no solamente de los políticos. Todos nos pasamos la culpa de unos a otros. Siempre se busca un culpable. Pero las excusas ya no valen. Tarde o temprano la dura realidad nos golpeará en los morros… si es que no lo ha hecho ya. Seamos valientes y digamos las cosas por su nombre: la corrupción y la decadencia nos han carcomido por dentro. Los principios éticos se han perdido; la sociedad en su conjunto los ha dejado de lado. La corrupción de nuestro sistema de valores está en la base de la crisis. Es una crisis de civilización, pues el sistema de valores es lo que sustenta una civilización. Son los cimientos. Nos hemos cargado los fundamentos y, ahora, el edificio se viene abajo.
La crisis, que es una crisis de valores y ha dinamitado los cimientos de nuestra civilización, ha producido un dramático efecto, el más terrible de todos: la deshumanización de la sociedad. Nuestra sociedad ya no tiene rostro humano. El valor dominante ahora es la codicia y el egoísmo. Yo me salvo, ¡a los demás que les den un duro! Aparece en el horizonte el fantasma del fascismo. Como siempre, el lobo se viste de cordero, pero detrás de su máscara se esconden el odio, la rabia, la sed de venganza, el racismo, la repulsión por la diferencia, la intolerancia… Y su remate final: la violencia que aboca a la destrucción. Al final, el fascismo es una borrachera de sangre y fuego. Una orgía de la muerte. Una destrucción que ahora sería total, pues la humanidad ya dispone de los medios para autodestruirse.
¿Cómo acabará todo esto? ¿Cómo podemos evitar la caída en el precipicio? ¿Hay solución?

Miércoles, 10 de mayo
La regeneración pasa por comprender que hemos de ir hacia un nuevo humanismo. Hemos olvidado lo más importante, anteponiendo cosas que son secundarias. Hemos de ir a lo esencial. Y lo esencial es un sistema de valores. Nuestra civilización actual --ahora en decadencia, con su camino ya prácticamente agotado--, es la consecuencia del Humanismo renacentista. Aquel que, con Erasmo de Rotterdam, entre otros, estableció que “el hombre es la medida de todas las cosas” y que culmina en el Siglo de las luces con los derechos del hombre, una de las grandes conquistas de la humanidad. Las democracias occidentales de mediados del siglo XX, son una gloriosa excepción en la turbulenta historia de nuestra especie, su resultado más brillante. El apogeo de este ciclo civilizatorio, su edad dorada, ya ha terminado y nos ha sumido a todos en el desconcierto. Hemos de crear nuevas reglas del juego. Me refiero a un código ético que enmarque toda nuestra actividad humana, como individuos y como sociedad. No es un nuevo contrato social; es algo que está por encima y lo regula. En cierto modo, es un imaginario que nos define (de nuevo) como humanos. Algo así como lo que queremos ser. Un ideal. Sólo una pauta como esta, nos servirá de guía para salir del embrollo. Un nuevo humanismo que sea como un código genético que nos permitirá generar un nuevo “ser vivo”.
¿Cómo debería ser este neohumanismo? Se me ocurre, en primer lugar, que este nuevo sistema de valores debería tener un principio supremo: la conservación de nuestro planeta. Si, antes, el hombre era la medida de todas las cosas, ahora la preservación de la Tierra debe ser el valor que lo mida todo y el hombre el garante de este principio sagrado y de la vida en su totalidad. Hemos de volvernos a poner en nuestro lugar. Al acto de autoafirmación que representó la aparición del hombre libre e independiente frente al Universo, ahora corresponde volver a la humildad de un lugar más acorde con la realidad y la conveniencia de las cosas. Hemos abusado de nuestra condición de reyes del Universo y, en la borrachera de nuestra prepotencia, nuestra codicia ha arrasado con todo. Se impone un poco de humildad; un ejercicio de responsabilidad y constatar que no estamos solos… y no me refiero a Dios. No podemos hacer lo que nos dé la gana. No señor. La preservación del planeta debe convertirse en un tabú, en un asunto sagrado, como en los tiempos más remotos de nuestra especie lo fue la prohibición del incesto, por ejemplo. Cualquier actividad tendente a la destrucción del planeta debe ser severamente penada. Pero no solo eso, la educación de las futuras generaciones debe operar un mecanismo inconsciente como el tabú, en cada ser humano. ¿Quién piensa en matar a su madre? Solo pensarlo, produce un escalofrío, ¿verdad? Pues lo mismo. Debemos inculcar a los terricidas la gravedad de su crimen. La actividad humana tiene que ser sostenible. Deberemos velar por un sistema económico supeditado a lo que nuestro planeta puede soportar.
Ya sé que es difícil. La codicia y la ambición nos ciegan y no reparamos en que nos lo estamos cargando todo. ¡Es igual! ¡a mí que me importa lo que pueda pasar en el futuro, ya no estaré aquí! Un nuevo humanismo ha de alumbrar una nueva mentalidad. No hablo de imponer por la fuerza, pues así no lo conseguiremos. Hemos de inculcarlo a nuestros hijos, pues este es un trabajo de generaciones. La educación de los futuros ciudadanos es la clave. Las escuelas, al igual que las familias, son fundamentales para trasmitir los nuevos valores acordes con esto. La educación es fundamental. Tiene que ser el pilar de una nueva sociedad. No olvidemos que, además, ya vamos inexorablemente hacia una sola civilización. La humanidad ya ha entrado en la fase de unificación. Pero, entendámonos bien; no vamos a una civilización homogénea, asimilada a una supuesta cultura superior (¿la occidental?). ¡Ni hablar! Mal que nos pese, hemos de dejar de soñar con la asimilación cultural. Eso no se va a producir. Al contrario, nos veremos obligados a convivir con la diferencia a diario, junto a nosotros, en una sociedad que será una mezcla de interacción y fricción entre múltiples identidades irreductiblemente diversas (lo afirma Zigmunt Bauman). La nueva civilización humana será una, pero culturalmente heterogénea. Y con esto propongo el segundo valor esencial del neo-humanismo, un factor fundamental para una nueva civilización: la fraternidad, o la solidaridad, como lo queráis llamar. Si la sociedad humana marcha irremediablemente hacia su unificación, la fraternidad y la tolerancia del otro debe convertirse en un valor supremo. El respeto de la diferencia debe convertirse en un valor positivo, creativo, fundador de alegría, pues la diversidad humana es una riqueza inmensa, que puede producir una enorme satisfacción y placer.