viernes, 8 de abril de 2016

¿Qué ha sido de nuestra intimidad?



La intimidad de las personas está desapareciendo poco a poco. Es una de las consecuencias de la sociedad de la información y de este mundo hiperconectado. La primera vez que tomé conciencia de este hecho, fue un día que descubrí con estupor, frente a mi ordenador, que Linkedin me informaba, sin ningún pudor, de quién estaba contactando con quién entre mis contactos. Me pareció una indiscreción imperdonable. Una desfachatez descomunal; ¿cómo se atrevían a explicarme a mí, que fulano estaba en ese momento contactando con mengano? ¿O cómo se atrevían a filtrarme quién estaba revisando mi currículo en ese momento? Me pareció chocante e inconcebible. ¿Y si resulta que zutano quiere consultar discretamente mis datos en Linkedin y desea que yo no me entere? Sabemos que nuestros gobiernos, en complicidad con las grandes empresas del mundo de la conectividad, almacenan y usan nuestros datos sin nuestro consentimiento. Nuestro derecho a la intimidad, a mantenernos poco visibles si lo deseamos, a mantener una actitud discreta, ha ido desapareciendo poco a poco, casi sin que nos demos cuenta. Hoy, cualquier cosa que hagamos o digamos es susceptible de trascender a miles de personas. Tenemos la angustiosa sensación, de que cualquier cosa que hagamos o digamos esté en el candelero. Y que ello nos haga pasar una vergüenza descomunal. Yo tengo el sentido del ridículo muy desarrollado y, por tanto, me incomoda esta promiscuidad descontrolada. Reconozco que en algunos casos, esta violación de nuestra intimidad se vuelve a favor; veamos por ejemplo, el caso del gamberro que agredió gratuitamente a una mujer en la Diagonal de Barcelona y su amigo colgó el vídeo en Facebook. A las pocas horas, cientos de miles de ciudadanos conocían y reprobaban el hecho. La policía intervino para detener al miserable. Pero en otros casos eso se vuelve claramente en nuestra contra. Por ejemplo, antes o después emitiremos una opinión sobre nuestras opciones políticas, o religiosas. ¿Quién nos dice que un día todo esto no puede volverse en contra nuestro? Nuestro sagrado espacio de intimidad ha sido invadido y con ello se han llevado una de las cosas más sagradas que teníamos. Sin embargo, no estoy seguro si los más jóvenes que yo opinan igual. Creo que no; de hecho ya forman parte de otra “cultura”. Porque la “cultura” ha cambiado como consecuencia de la conectividad. Ojalá todo esto no se vuelva algún día en contra de ellos. Me temo que son un poco ingenuos, pues el mundo sigue siendo un lugar inseguro para algunas de nuestras creencias. La prudencia y la intimidad seguirán siendo un lugar indispensable para nuestra seguridad.

jueves, 7 de abril de 2016

¿Por qué me gusta la poesía?


Me gusta la poesía, cada vez más. En estos años pasados, en los que se me hacía difícil la concentración, la poesía ha resultado una gran compañera. Es una forma de leer diferente, al que se accede con otro ritmo. Su musicalidad abunda, como un mantra, en la posibilidad de ser atrapados y seducidos. Permite concentrar una idea, trasladar un mensaje o suscitar una emoción de una forma muy concisa, con economía de palabras. Es como paladear un rico manjar, que uno degusta poco a poco, celoso de que se acabe. En un breve fragmento puedes descubrir un mundo. Un solo verso afortunado, puede abrirte una emocionante sugerencia. En cierta forma, es la quintaesencia de la escritura, ya que podemos acceder a poderosas intuiciones con un mínimo de recursos narrativos. Es la máxima concisión literaria; todo es esencial y nada se desperdicia. Cada palabra puede evocar en nosotros un pensamiento.

La poesía, al contrario que la filosofía, permite expresar nuestros pensamientos más elevados, sin la exigencia de la lógica, sin remitirse a un sistema coherente, demostrable y cerrado en sí mismo. La poesía indaga en el mundo de las intuiciones. Es otra forma de la verdad, acaso más auténtica y directa. Una verdad personal que, apelando a la propia experiencia, nos acerca a los límites de la razón. Un espacio más allá de lo demostrable, pero que, en su realidad inteligible y misteriosa, al ser compartida entre el lector y el poeta, produce una honda emoción, un inmenso placer. Es el poder benéfico de saber que al menos otro individuo comparte un espacio misterioso, apenas intuido, pero que nos acerca a ese linde entre la luz y la sombra que solo la poesía puede describir. Hoy que la espiritualidad es un espacio abandonado por la persona, la poesía puede convertirse en un “despertador” de este ámbito. Un ámbito inmenso y esencial para el cultivo pleno de un individuo, pero que por desgracia hemos abandonado en beneficio de la religión. Siglos de fanatismo han convertido la religión en una cárcel para la conciencia. La recuperación de la libertad pasa por el redescubrimiento de la espiritualidad, y la poesía puede ser un excelente instrumento para cultivarla.

miércoles, 6 de abril de 2016

La banca, corsarios del sistema



Capitalismo de corsarios. 
Los piratas asaltaban a pecho descubierto, en cambio los corsarios lo hacían con el aval del rey. La economía de los corsarios depreda el sistema con la bandera del sistema y en nombre del sistema. Son ellos, pues, los grandes subversivos. la crisis económica no es sólo debida a la deuda y a la persistencia del déficit, como sostiene la troika. También se debe a la falsificación de las cuentas, a las fugas de capitales y a las trampas del mercado, avaladas por estados y agencias. 
Antoni Puigverd (La Vanguardia, 6 de abril de 2016)

El NYT publica esta mañana una nota interesante sobre los llamados papeles de Panamá. El articulista Hace hincapié en las dificultades que tienen los gobiernos para recaudar lo que les deben estos evasores. Aun así, parece que hay signos de un cierto progreso. Se dice que la OCDE ha tomado medidas. Desde 2011 alrededor de 20 gobiernos han conseguido recaudar 50.000 millones de dólares en impuestos adicionales, como consecuencia de sus esfuerzos para pillar a los defraudadores. Así mismo, se ha producido un descenso en el número de empresas offshore, que ha pasado de 13.000 que había en 2005 hasta las 4.300 contadas en 2015. Suiza y Luxemburgo, aparte de Panamá, siguen siendo importantes y poderosos centros de captación de capitales que mantienen el anonimato de sus clientes. Según confirman las autoridades de la OCDE, los bancos siguen siendo muy reacios a entregar información. Expertos en el tema, como Gabriel Zucman, que ha escrito un libro sobre este asunto, “The missing health of nations”, son muy escépticos acerca de la colaboración de los bancos en este importante quebranto de la hacienda pública. El propio Zucman afirma que los bancos han sido, durante décadas, los cómplices de criminales y evasores millonarios sirviendo claramente sus intereses en detrimento del bien público. Este autor pone como ejemplo la multa millonaria que el gobierno de USA, a través de los tribunales de justicia, logró imponer a Crédit Suisse por esta causa. Una multa de 2.600 millones de dólares por ayudar a evadir impuestos. Esto parece mucho dinero, ¿no? Pues bien, según el propio presidente del banco, este castigo no tuvo prácticamente impacto material en la capacidad operativa de Crédit Suisse o en su potencial de negocio.


Es por lo tanto una evidencia que el sistema bancario está en connivencia con el delito de evasión fiscal. Esto es especialmente chocante cuando pensamos que los gobiernos han convertido a la propia banca en su principal instrumento de recaudación fiscal, para que fiscalice y si hace falta “secuestre” nuestras cuentas, de forma que paguemos puntualmente nuestros impuestos. En un futuro cercano, todas nuestras transacciones pasaran por nuestra cuenta corriente. El dinero físico desaparecerá, así nos tendrán perfectamente controlados. En cambio, aquellos que no viven de su nómina o sus modestos ahorros, y que han llegado a amasar inmensas fortunas, ven como este mismo sistema los ayuda a evadir. De esta forma los ricos son cada día más ricos, las clases medias desaparecen y los pobres son cada día más pobres. Y para colmo, nuestros gobernantes han rescatado a los bancos con nuestro dinero cuando esta crisis, de la que es responsable –por imprudente-- el propio sistema financiero, ha quebrantado sus balances.

martes, 5 de abril de 2016

La teoría del punto ciego de Javier Cercas



He acabado de leer el ensayo El punto ciego de Javier Cercas. Es una teoría sobre la novela. Se basa en la idea, muy original y muy bien explicada en el libro, de que las buenas novelas tienen un “punto ciego”, es decir, un lugar donde “no se ve”, el lugar en el que el lector se encuentra ante el enigma de la novela. Un enigma que queda irresuelto, pues, como dice Cercas, las buenas novelas presentan una pregunta que no tiene respuesta. La respuesta es el propio desarrollo de la pregunta. Una pregunta que es el propio libro, la ambigüedad, la multiplicidad de la verdad que en él se despliega. Una situación que aboca a la única certeza: que la verdad es ambigua, múltiple y muchas veces contradictoria.

Esta idea me ha parecido sumamente interesante. Javier Cercas lo fundamenta en las que él considera las grandes novelas de la historia, principalmente El Quijote. Esta regla formal o estética añade una enorme profundidad a la novela como género literario, que —en función de este punto de vista-- deja de ser un libro de “entretenimiento”, para convertirse en un texto filosófico, o mejor, en un instrumento para transformarnos y para transformar el mundo. 

Me interesa también su teoría de que en la novela, en la actualidad, el relato y el ensayo se confunden y se fecundan. Cita como ejemplo a Borges, pero también a W.G. Sebald. La cita de este último autor me ha llamado la atención, pues un amigo mío me había aconsejado leerlo al pensar que la “novela” que acabo de escribir  --La tríada helénica y el enigmático íbice de oro-- y que le había pasado para que me diera su opinión tiene ciertas concomitancias. 

También me seduce su idea de que la literatura es un engaño consentido, pues se ocupa de la realidad a través de los textos; es decir, es una representación de la realidad y como tal puede simular que explica fenómenos reales, engañando al lector, que cree a pies juntillas que lo que se le explica es una crónica real, cuando en realidad es simplemente una fabulación. Es habitual que, en nuestro afán de autosugestión, creamos que el universo de la novela que acabamos de leer es real. De hecho, acaba siendo tan o más “real” que los hechos, lo que demuestra nuestra capacidad de ensoñación, de representación. ¿Vivimos en la realidad factual o en la virtual? Hoy, más que nunca, esta es una pregunta pertinente. Como en ella, la verdad no es monolítica, sino paradójica, ambigua, incluso, muchas veces, contradictoria. Por esto la novela, como la realidad, no resuelve ningún enigma, sino que los plantea. ahí está la cosa.

lunes, 4 de abril de 2016

¿Me convertirán en ex catalán?

Leo en las redes sociales que un tal Grup Koiné ha editado un manifiesto en el que aboga por que el catalán sea la única lengua oficial en Cataluña. Los signatarios, al parecer formado por profesores, filólogos, estudiosos de la lengua, traductores, juristas, etcétera, sostienen que sólo el catalán es la lengua “endógena” de Cataluña y la única que habla el pueblo catalán (sic).

Estoy un poco desconcertado, pues yo hablo catalán y castellano. Es más, abogo por el independentismo, pero también por la riqueza que supone el bilingüismo. Entiendo que este manifiesto me echa fuera de la comunidad y me convierte en ex catalán. Descubro que soy un tipo raro, una aberración del sistema. Espero que estos señores, si un día se salen con la suya, no tomen represalias contra mí, por ser como soy, una aberración del sistema. No puedo evitar pensar en los serbios y en los serbio-bosnios y en las cosas que pasaron allí hace no tantos años. Pero no… aquí no pasará esto, ¿verdad?


Spinning


Acudo al gimnasio a las doce y media. Hay que entrar antes de la una, sino te quedas fuera con un palmo de narices. Cosas del low cost: una modalidad para pagar menos. Como me gusta la bicicleta, me llama la atención el spinning. Una modalidad gimnástica que consiste en rodar sobre una bicicleta estática al ritmo de la música. Algunos días, cuando paso por delante de la sala de spinning, que se encuentra a la salida del vestuario, me asalta la música infernal, a todo volumen, que acompaña a este ejercicio. Con un ruido ensordecedor, retumba todo el gimnasio al ritmo de la música a todo taco. Un montón de ciclistas, en pleno frenesí y a un ritmo frenético, pedalean como locos en el interior oscuro, con efectos sicodélicos, como si se tratara de una discoteca sui generis. Es un auténtico aquelarre del ciclismo indoor.

Discretamente y con cierta timidez, hoy he decido entrar antes de la sesión oficial. El local está casi vacío, más tranquilo y discreto. Apenas dos o tres personas pedalean medrosas en una esquina oscura de la sala. Uno puede entregarse a ensayar el invento lejos de las miradas y del ajetreo del spinning en su climax. En el centro de sala, frente a las bicicletas estáticas que están dispuestas formando un anfiteatro semicircular, han instalado un enorme televisor que emite las sesiones virtuales. La pantalla ya ha empezado a emitir una sesión de treinta minutos de la mano de una atractiva monitora. Hoy toca subir a una cumbre, así que el paseo será duro. La monitora muestra un excelente humor y una energía desbordante, contagiosa. Todo invita a subirse a la bici cuanto antes y empezar a pedalear. El recorrido virtual discurre por un paisaje alpino, amplio, despejado. Circulamos virtualmente por el llano, a una agradable velocidad de crucero, durante los primeros minutos de pre-calentamiento. Formidable sensación. La monitora, y la música, marcan un ritmo que embriaga. Uno se siente bien, en plena forma, con la moral alta. Embargado por un enorme optimismo, la cadencia del pedaleo me pone poco a poco en forma, con una grata sensación de flexibilidad. Progresivamente empieza la pendiente, el esfuerzo sube de tono y las piernas empiezan a pesar. El escenario muestra ahora montañas de ensueño, con las cumbres nevadas a lo lejos. La monitora, sonriente, cada vez más eufórica, marca el compás y anima a pedalear más duro: y va, y va, y va… y dos, y dos, y dos. La sudoración es intensa, las piernas apenas pueden. Sensación de sofoco, pero cuando estoy a punto de bajar el ritmo, la monitora emite un sorprendente gemido acompañado de un comentario perentorio: ¡¡¡no, no, nooo abandones ahora!!! Y marcando siempre el ritmo, embriagada y con los ojos en blanco recita cadenciosa: ¡¡¡Sigue, y sigue y sigue!!! Sacando fuerzas de flaqueza, me reengancho al esfuerzo. Al poco, la mente me traiciona persuadiéndome para bajar el ritmo. ¡Oooh, aaahhh, no, no, no abandones, noooaaaahhj! La situación es embarazosa, ¡cualquiera abandona! Hay que seguir como sea, no faltaría más. La cuesta es criminal y el pedaleo, ya muy intenso, puesto en pie sobre la bicicleta, me acerca al límite de mi resistencia. La pantalla muestra ya las heladas laderas de la cumbre. Lejos quedan los suaves llanos. Las piernas pesan, la cadencia deviene casi imposible. La mente pide a gritos tirar la toalla. Ya estoy a punto de rendirme. No puedo más. Pero la voz cruelmente sensual de la monitora es fatal: envolvente como el canto de una sirena emite un nuevo gemido, infinitamente más inquietante que el anterior: ¡¡ no abandones!! ¡¡Nooo!! uuuummm, oooohhh, uuuaaaahh…siiigue, oh si sigueee, uuum siiiggguuueee… y dos, y dos, y dos. El orgullo me mantiene al pie del cañón. ¡Ay, ay, ay, que nos vamos a matar! –me digo-- pero aquí no se puede abandonar: antes morir que quedar mal. Uf. Las pulsaciones están que se salen, el corazón retumba en la caja torácica, el calor es intenso, las sienes laten como locas. Resoplo como un jabalí. La mente gira en torbellinos. ¡¡Ya no puedo maaaaassssss!! Pero nuestra sirena olímpica no perdona: ¡No lo dejes ahora, nnooooo! ¡Un poooco maaaás y ya... YA… ¡YAAA… caasiii es-ta-mos!! Y dos, y dos, y dosss… Mi cabeza reposa ya directamente en el manillar, con la lengua fuera y los ojos que bizquean. Las piernas giran solas por la propia inercia de los pedales, como si fuera un muñeco de trapo. Y dos, y dos y dossss… --gime la monitora-- ¡ya llegamos, ya llegamos…siiiií, siiiiiií y siiiií. No lo puedo creer: ¡lo he conseguido! Me bajo de la bici con una sensación equívoca. Tiemblo como un flan. Apenas me puedo sostener sobre las piernas. Dando tumbos salgo de la sala y me dirijo, medroso, al refugio seguro del vestuario. Me espera una ducha reconfortante. ¡Uf, qué dura es la vida del ciclista!
Foto: Pintura de Ramon Casas (1897), Tandem de Ramon Casas y Pere Romeu

domingo, 3 de abril de 2016

Yo no quiero viajar así



Viajar hoy ya no es la aventura romántica que representaba antaño. El acceso de las masas al viaje barato ha representado una invasión de los espacios singulares de este planeta, sean históricos o paisajísticos. Es el advenimiento del turismo, un fenómeno relativamente reciente en la historia. Nos podríamos remontar a la época de nuestros tatarabuelos, como mucho, para encontrar los orígenes de esta moderna afición. Washington Irving en Granada o el viaje a Italia de Goethe, podrían ser los antecedentes de los viajes modernos. De hecho, en mi propia infancia, aún representaba un gran privilegio poder viajar por ahí. Pero en cuestión de pocos años, todo ha cambiado completamente. El turismo lo prostituye todo.

En aquel entonces el viaje era una ensoñación romántica. Porque se viaja más con la mente, que con el propio cuerpo. Por descontado que hay un desplazamiento físico a un lugar más o menos lejano. Pero es sobre todo nuestra imaginación, provista de una inmensa ilusión, la que proyecta la belleza y toda la emoción del viaje. ¿Qué es un paisaje en sí? Sin el poder de la mente, sin una buena predisposición de nuestro espíritu y de nuestro anhelo, el paisaje, por muy bello que sea, se transforma en una estampa desprovista de magia. De belleza, en definitiva.

Definitivamente no me produce ninguna emoción viajar en determinadas condiciones. Desplazarse en avión en pleno de mes de agosto, por ejemplo, es una pequeña tortura reservada a los sufridos ciudadanos de hoy. Los vuelos baratos implican un servicio muy deficiente que obliga a los usuarios a pasar, muchas veces, por un auténtico via crucis antes de llegar a su destino. Aeropuertos sobrecargados de viajeros que deambulan entre perdidos y desamparados. Largas colas. Controles policiales que implican muchas veces medio desvestirse o abrir de nuevo maletas que se han cerrado milagrosamente en casa. Insidiosas normas que no permiten llevar en cabina determinados objetos. O, en algunos casos, la propia indiferencia o desdén de los empleados, cuando no su abierta antipatía. Todas estas y muchas cosas se le presentan al viajero actual al emprender su aventura. Cuando llega uno por fin a su destino, cansado y desorientado, siente en principio una cierta ansiedad. Un desasosiego debido a las dificultades del viaje, a la rapidez con la que uno se desplaza a lugares lejanos, que no permiten que nuestro cuerpo se aclimate. Una vez en el lugar tan largamente deseado, uno percibe hoy día que las cosas se han uniformizado en todo el mundo. Por doquier proliferan las mismas tiendas, las mismas marcas. Parece como si, poco a poco, fuéramos acabando con la diversidad que, precisamente, constituyó en su día el verdadero acicate para emprender un viaje, que se prometía exótico. En breve descubriremos también, con notable desencanto, que los lugares que antes de partir soñábamos con visitar, idealizándolos, se han convertido en lugares mancillados por ejércitos de turistas. Ya no descubre uno con emoción la virginidad de las cosas bellas que había imaginado. Ya nada parece auténtico, sino una inmensa impostura. Todo está degradado por la conversión en bienes de consumo de lugares que fueron bellos. El encanto se ha roto. Uno es conducido como un borrego, después de pagar en la correspondiente taquilla, para recorrer por recintos vallados exprofeso espacios desvestidos ya de todo misterio. Es una modernidad que ya no permite soñar, que no permite imaginar, por ejemplo, la inmaculada grandeza de un templo de la antigüedad e imaginar cómo nuestros antepasados respiraron aquí hace miles de años… Ahora es un puro recorrer, con adocenada urgencia, los lugares señalados en millones de guías, en centenares de idiomas, los “parques temáticos” que en el mundo han sido. Es un juego absurdo que consiste en coleccionar lugares; Para poder llegar de nuevo a nuestras vidas cotidianas, señalar con una muesca un nuevo lugar en la colección y alardear frente a los amigos de nuestra mundología.

No. Yo añoro el viaje lento. El viaje que permite entrar en otro tempo. El que permite descubrir otras mentalidades. El que posibilita paladear sabores diferentes a los nuestros. Quizás para descubrir que aún tenemos mucho que aprender. El que te permitirá finalmente llenar tu espíritu con un nuevo aliento. Alimentar tu alma. Sentirte pleno y purificado. Pero por desgracia, esta forma de viajar requiere de un esfuerzo por nuestra parte. Obliga a huir de lo manido y de lo fácil, del circuito habitual. Requiere también de un cierto valor por nuestra parte. Y de una cierta capacidad de sacrificio. De estar dispuesto a pasar por ciertas incomodidades.