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lunes, 4 de abril de 2016

Spinning


Acudo al gimnasio a las doce y media. Hay que entrar antes de la una, sino te quedas fuera con un palmo de narices. Cosas del low cost: una modalidad para pagar menos. Como me gusta la bicicleta, me llama la atención el spinning. Una modalidad gimnástica que consiste en rodar sobre una bicicleta estática al ritmo de la música. Algunos días, cuando paso por delante de la sala de spinning, que se encuentra a la salida del vestuario, me asalta la música infernal, a todo volumen, que acompaña a este ejercicio. Con un ruido ensordecedor, retumba todo el gimnasio al ritmo de la música a todo taco. Un montón de ciclistas, en pleno frenesí y a un ritmo frenético, pedalean como locos en el interior oscuro, con efectos sicodélicos, como si se tratara de una discoteca sui generis. Es un auténtico aquelarre del ciclismo indoor.

Discretamente y con cierta timidez, hoy he decido entrar antes de la sesión oficial. El local está casi vacío, más tranquilo y discreto. Apenas dos o tres personas pedalean medrosas en una esquina oscura de la sala. Uno puede entregarse a ensayar el invento lejos de las miradas y del ajetreo del spinning en su climax. En el centro de sala, frente a las bicicletas estáticas que están dispuestas formando un anfiteatro semicircular, han instalado un enorme televisor que emite las sesiones virtuales. La pantalla ya ha empezado a emitir una sesión de treinta minutos de la mano de una atractiva monitora. Hoy toca subir a una cumbre, así que el paseo será duro. La monitora muestra un excelente humor y una energía desbordante, contagiosa. Todo invita a subirse a la bici cuanto antes y empezar a pedalear. El recorrido virtual discurre por un paisaje alpino, amplio, despejado. Circulamos virtualmente por el llano, a una agradable velocidad de crucero, durante los primeros minutos de pre-calentamiento. Formidable sensación. La monitora, y la música, marcan un ritmo que embriaga. Uno se siente bien, en plena forma, con la moral alta. Embargado por un enorme optimismo, la cadencia del pedaleo me pone poco a poco en forma, con una grata sensación de flexibilidad. Progresivamente empieza la pendiente, el esfuerzo sube de tono y las piernas empiezan a pesar. El escenario muestra ahora montañas de ensueño, con las cumbres nevadas a lo lejos. La monitora, sonriente, cada vez más eufórica, marca el compás y anima a pedalear más duro: y va, y va, y va… y dos, y dos, y dos. La sudoración es intensa, las piernas apenas pueden. Sensación de sofoco, pero cuando estoy a punto de bajar el ritmo, la monitora emite un sorprendente gemido acompañado de un comentario perentorio: ¡¡¡no, no, nooo abandones ahora!!! Y marcando siempre el ritmo, embriagada y con los ojos en blanco recita cadenciosa: ¡¡¡Sigue, y sigue y sigue!!! Sacando fuerzas de flaqueza, me reengancho al esfuerzo. Al poco, la mente me traiciona persuadiéndome para bajar el ritmo. ¡Oooh, aaahhh, no, no, no abandones, noooaaaahhj! La situación es embarazosa, ¡cualquiera abandona! Hay que seguir como sea, no faltaría más. La cuesta es criminal y el pedaleo, ya muy intenso, puesto en pie sobre la bicicleta, me acerca al límite de mi resistencia. La pantalla muestra ya las heladas laderas de la cumbre. Lejos quedan los suaves llanos. Las piernas pesan, la cadencia deviene casi imposible. La mente pide a gritos tirar la toalla. Ya estoy a punto de rendirme. No puedo más. Pero la voz cruelmente sensual de la monitora es fatal: envolvente como el canto de una sirena emite un nuevo gemido, infinitamente más inquietante que el anterior: ¡¡ no abandones!! ¡¡Nooo!! uuuummm, oooohhh, uuuaaaahh…siiigue, oh si sigueee, uuum siiiggguuueee… y dos, y dos, y dos. El orgullo me mantiene al pie del cañón. ¡Ay, ay, ay, que nos vamos a matar! –me digo-- pero aquí no se puede abandonar: antes morir que quedar mal. Uf. Las pulsaciones están que se salen, el corazón retumba en la caja torácica, el calor es intenso, las sienes laten como locas. Resoplo como un jabalí. La mente gira en torbellinos. ¡¡Ya no puedo maaaaassssss!! Pero nuestra sirena olímpica no perdona: ¡No lo dejes ahora, nnooooo! ¡Un poooco maaaás y ya... YA… ¡YAAA… caasiii es-ta-mos!! Y dos, y dos, y dosss… Mi cabeza reposa ya directamente en el manillar, con la lengua fuera y los ojos que bizquean. Las piernas giran solas por la propia inercia de los pedales, como si fuera un muñeco de trapo. Y dos, y dos y dossss… --gime la monitora-- ¡ya llegamos, ya llegamos…siiiií, siiiiiií y siiiií. No lo puedo creer: ¡lo he conseguido! Me bajo de la bici con una sensación equívoca. Tiemblo como un flan. Apenas me puedo sostener sobre las piernas. Dando tumbos salgo de la sala y me dirijo, medroso, al refugio seguro del vestuario. Me espera una ducha reconfortante. ¡Uf, qué dura es la vida del ciclista!
Foto: Pintura de Ramon Casas (1897), Tandem de Ramon Casas y Pere Romeu