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martes, 5 de abril de 2016

La teoría del punto ciego de Javier Cercas



He acabado de leer el ensayo El punto ciego de Javier Cercas. Es una teoría sobre la novela. Se basa en la idea, muy original y muy bien explicada en el libro, de que las buenas novelas tienen un “punto ciego”, es decir, un lugar donde “no se ve”, el lugar en el que el lector se encuentra ante el enigma de la novela. Un enigma que queda irresuelto, pues, como dice Cercas, las buenas novelas presentan una pregunta que no tiene respuesta. La respuesta es el propio desarrollo de la pregunta. Una pregunta que es el propio libro, la ambigüedad, la multiplicidad de la verdad que en él se despliega. Una situación que aboca a la única certeza: que la verdad es ambigua, múltiple y muchas veces contradictoria.

Esta idea me ha parecido sumamente interesante. Javier Cercas lo fundamenta en las que él considera las grandes novelas de la historia, principalmente El Quijote. Esta regla formal o estética añade una enorme profundidad a la novela como género literario, que —en función de este punto de vista-- deja de ser un libro de “entretenimiento”, para convertirse en un texto filosófico, o mejor, en un instrumento para transformarnos y para transformar el mundo. 

Me interesa también su teoría de que en la novela, en la actualidad, el relato y el ensayo se confunden y se fecundan. Cita como ejemplo a Borges, pero también a W.G. Sebald. La cita de este último autor me ha llamado la atención, pues un amigo mío me había aconsejado leerlo al pensar que la “novela” que acabo de escribir  --La tríada helénica y el enigmático íbice de oro-- y que le había pasado para que me diera su opinión tiene ciertas concomitancias. 

También me seduce su idea de que la literatura es un engaño consentido, pues se ocupa de la realidad a través de los textos; es decir, es una representación de la realidad y como tal puede simular que explica fenómenos reales, engañando al lector, que cree a pies juntillas que lo que se le explica es una crónica real, cuando en realidad es simplemente una fabulación. Es habitual que, en nuestro afán de autosugestión, creamos que el universo de la novela que acabamos de leer es real. De hecho, acaba siendo tan o más “real” que los hechos, lo que demuestra nuestra capacidad de ensoñación, de representación. ¿Vivimos en la realidad factual o en la virtual? Hoy, más que nunca, esta es una pregunta pertinente. Como en ella, la verdad no es monolítica, sino paradójica, ambigua, incluso, muchas veces, contradictoria. Por esto la novela, como la realidad, no resuelve ningún enigma, sino que los plantea. ahí está la cosa.

viernes, 1 de abril de 2016

Imre Kertész


Foto: Antonio Moreno

Me ha sorprendido la muerte de Imre Kertész. Y digo que me ha sorprendido, pues me ha apenado conocer la desaparición de un escritor cuya lectura me impresionó, me dejó una huella profunda. Ya sé que se ha hablado mucho del holocausto y que a muchos les molesta pues este discurso se ha apropiado de la barbarie, dejando de lado otros muchos genocidios que sufre la humanidad.
Me refiero a la pequeña novela Sin destino. Es una obra autobiográfica en la que Kertész relata el paso de un niño por Auschwitz y del que salió milagrosamente vivo, gracias a la inmensa voluntad de vivir que tiene un niño y a su enorme capacidad para la picardía y la supervivencia. Esa mirada del horror desde la mente de un niño me impresionó mucho. 
Pero recuerdo sobre todo el final del libro, cuando el chico retorna a casa, si no recuerdo mal en un Budapest devastado por la guerra, para encontrase con lo que queda de su familia. Es recibido en su propia casa con frialdad y un punto de desconfianza, incluso de incomodidad, como diciendo: ¡vaya hombre, no contábamos con esto! Durísimo. Como diría Javier Cercas, en su excelente nuevo ensayo, este es el punto ciego de la novela, el enigma, una pregunta sin respuesta sobre nuestra esencia como seres humanos, que nos deja desolados en el fondo del abismo.