sábado, 22 de agosto de 2020

Hypsili

 





















Una orquesta de cigarras

abre el espectáculo de luz y fuego.

Tan indómito como la tierra que pisa

un hombre otea el horizonte:

la isla cíclada es una atalaya

una proa hendida en la inmensidad azul.

 

A lo lejos, apenas dibujadas

en la lechosa bruma,

un círculo de islas hermanas

cierran un incierto recinto

de prosperidad y recelo.

 

No en vano levantaron en este otero

un bastión de calculada defensa

hombres que desde la Edad Oscura

pueblan estas soledades.

 

¡Qué épica grandeza

levantar finas civilizaciones

en este adusto terreno

de espinos y guijarrones!

 

Supieron domar nuestros ancestros

estos ásperos rincones y encontraron,

a la sombra de sus escondidos manantiales,

una fronda fresca donde endulzar sus vidas.

 

Escucha, amigo viajero que estás de paso,

el rumor del viento entre los olivos,

ese mismo aire espiritado que huye rizando la mar,

y sentirás como te habla el pasado.

 

Paco Marfull

Andros, agosto de 2020



lunes, 14 de octubre de 2019

La sentencia del odio



No hay nada más terrible que usar la justicia para imponer un castigo arbitrario sobre aquellos a los que no se tolera, cuyas ideas no aceptamos y, entonces, ejerciendo la violencia de la que disponemos en exclusiva, imponer cobardemente por la fuerza nuestra "verdad" sobre aquellos que defienden las suyas de forma pacífica. Ese castigo injusto es entonces el resultado de la venganza, el fruto del odio y el resentimiento.
No hay nada más torticero y mezquino que apelar al acatamiento de la ley cuando uno mismo no ha hecho otra cosa que retorcerla, para acallar al diferente, para someterlo, para forzarlo a abdicar de sus ideas.
No hay nada menos democrático que no querer sentarse a negociar un conflicto con el adversario, desdeñándolo y abocándolo a la claudicación.
No hay nada más miserable que apalizar a los ciudadanos para castigarlos y escarmentarlos por haber creído en sus ideales, criminalizándolos y obligándolos a abrazar otras lealtades. Otras lealtades en las que no creen pues éstas jamás atendieron sus legítimos anhelos.
No hay nada más trágico que lo que han hecho pues, en su cobarde proceder, han roto ya todos los lazos afectivos que hubieran hecho posible el mantenimiento de Catalunya dentro de España. Han vencido, pero no han convencido; pues para ello se necesita persuadir con la palabra y la inteligencia, no con la fuerza bruta. Solo han sembrado la semilla de la desafección. A eso ha llevado su borrachera de patrioterismo barato, de nacionalismo fascistoide trasnochado. España inquisitorial e intolerante. Esa es la tragedia de España; que ha tirado por la borda, irresponsablemente, la última posibilidad de construir por fin, después de cuarenta años de frágil democracia, una España plurinacional bien avenida.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Ibrahim, el sirio


¡Anda, mira, hermano! ya están ahí en el puerto. Claro, ya son las nueve. Uf, a estas horas ya no corre ni gota de aire, de aquí a un rato el calor será insoportable. Ya han llegado del caladero, bueno… ya debe hacer un buen rato. ¿Los ves?, son aquellos de allí, son pescadores egipcios ¿sabes?, que trabajan por cuenta de un armador griego, calan al atardecer y al alba vuelven para levantar las redes. Ahora faenan en el muelle junto a su barca, la Cap Spiros, limpiando las redes y todo eso. Es un rincón apacible, junto al aparcamiento, apartado del barullo de los turistas. Ya te imaginarás que les pagan dos duros, ¿qué griego quiere ahora hacer esta faena, horas en el mar, de noche, calado hasta los huesos?, bah. Ese es su atracadero, un recodo tranquilo del muelle, apartado de la playa de los turistas, sí, aquella de allá, a lo lejos. Están al lado de la pescadería de Batsí, aquí detrás nuestro, pero no creas que le venden el pescado, no; todo va a parar a los restaurantes, ¡estaríamos buenos!, así sacan una buena pasta; a los guiris se lo venden a 50 euros el kilo, ¡te imaginas! bueno, qué sabrás tú de euros, hermano; son unas 600 libras sirias, esto en el caso de que la libra no se haya venido abajo de nuevo. Sí, Khalil, esa es la Cap Spiros, ahí la tienes, la barca en la que me quiero enrolar, insha’Allah, ¿a qué es bonita?, sólida y buena para navegar, fíjate la línea. ¿Qué te parece? Y este lugar, ¿qué me dices? Este es un pueblo de esos turísticos de postal, ¿sabes?, muy chic, con las casitas blancas frente al mar, los bares de copas y todo eso, la iglesia arriba…  y, fíjate, playas de arenas blancas, aguas transparentes, turquesas. Un sueño.
¡Eh!, Ibrahim, ¿qué te cuentas?
Es Fadil. Es el más joven del grupo de mis amigos pescadores egipcios. Me cae bien. Aquí no es fácil hacer amigos, ya te imaginarás. Llegaron hace dos años de no sé qué sitio, Nilo arriba o algo así, huyendo de la miseria, claro. Fadil quiere ser futbolista, un día jugaré en el Barça, dice (no es ambicioso ni nada). Son una pandilla curiosa; al menos, con ellos me entiendo, hablan árabe, ¿sabes?, qué alivio.
Ibrahim, pero ¿qué coño murmuras?; pareces un viejo loco de esos, hablando solo(Risas).
Estos chavales egipcios son la monda, no se cortan por nada. Siempre están de guasa. ¡Fíjate!, ahora mismo se enrollan con ese turista (¿será francés?), que los ronda con su cámara para hacerles una foto, me imagino. No se atreve. Estampa de pescadores tipical (si supieran), todos ellos formando un corro junto a la barca remendando las redes, hace ya rato que han retirado el pescado, ya me dirás que va a fotografiar. Debe pensar que son lugareños y no se atreve a retratarlos, ¡foto, yes, foto, okey!, ese Fadil no se corta, ¡mira! ahora le dice que se acerque, posando, y hace gestos a los demás para que poseen como él, ¡será carota! Así que ya ves, esta es mi pandilla aquí, hermano. ¿Te gustan? Son algo mayores que yo. ¿Tú que edad dirías que tiene Fadil?, ¿no sabes?, hum… pues yo diría que diecinueve o veinte, como tú. ¿Qué no? ¡Anda, tío, Khalil!, al menos tiene dos años más que yo. Son quisquillosos (ya sabes, hermano, bromitas pesadas), pero simpáticos. A Fadil ya le expliqué mi historia, es al único, ¿qué no debiera habérsela explicado?, nunca explico nada a nadie, a quién le importa, no me gusta dar pena, desnudarme, así, delante de la gente. Hay cosas que deben guardarse para uno mismo. Sí, ya sé que no debo atormentarme con el pasado, pero, hermano, es que aquí estoy muy solo, con alguien me tengo que desahogar, ¿no?, Fadil se enrolla bien. Me ha prometido que hablará con el armador (lo tiene medio enchufado, ¿sabes?). Cada día me dice lo mismo: hoy no he podido verlo, Ibrahim, mañana sin falta, te lo prometo. También los otros: Ibrahim, no te preocupes, la semana que viene ya estarás faenando con nosotros (todos a coro). Todos los días la misma cantinela. Para serte sincero, no sé si me toman en serio o no. Siempre están de guasa. Pero son emigrantes como yo y me siento bien entre ellos. Glorificado sea Allah.
¡Ibrahim!, explica que quieres ser de mayor —Todos serios.
Ese es Manu, siempre de guasa, le llamamos el negrote. Como si al turista ese inglés (no es francés), le interesara mi futuro:
¡Ibrahim, doctor, Ibrahim, doctor! —Y todos se desternillan.
Para los europeos, en cambio, no existes, Khalil, te lo digo yo. Pasan de ti. Eres transparente. Recuerdo que me decías: Ibrahim, salgamos de este infierno, vayamos a Europa; allí seremos felices de nuevo, allí podremos construir un futuro, ¡a la mierda, Siria! ¡Ja!, déjame que me ría. Se nota que tú no has vivido esto, hermano. Perdona, Khalil, no debería hablarte en este tono; ¡qué más quisiera que estuvieras ahora conmigo! Sí, ya lo sé, no debo perder la esperanza, tú siempre lo decías. Europa es un universo de oportunidades… Bah. Un futuro mejor, ¡insha’Allah! Perdona, hermano, no pretendo faltarte el respeto, que para algo eres mi hermano mayor, pero si estuvieras ahora aquí conmigo verías que todo esto no tiene nada que ver con el anhelado paraíso que soñábamos tú y yo día tras día. Te miran como si fueras un don nadie; otro miserable, piensan, ¡y qué sabrán ellos!, yo no estoy acostumbrado a vivir así, ¿qué se creen? Hasta que estalló la guerra en Siria yo vivía muy bien, ¿sabe?, tenía una buena vida, les digo mentalmente a todos esos que me miran con desdén. Pero siempre hay un buen samaritano en el mundo, claro que sí, algunos me han ayudado, ¡alabado sea Allah! Atanasios dice que tengo mucho talento, que no debo desperdiciarlo en un buque pesquero en una isla perdida como esta. Atanasios es mi amigo griego. Por eso estoy aquí, en Andros. Aún no te había hablado de él. No me atrevía; ya sé como eres, hermano, y no te hubiera gustado. Tu siempre tan formal. Pero gracias a Atanasios pude salir de la pesadilla de la plaza Sintagma. Por fin dormía bajo techo, después de tanto tiempo. Plaza Sintagma, ¡ja!, mucho relevo de la guardia, mucho folklore y todo eso, pero en cuanto caía la noche, se volvía tenebrosa, un infierno, uf. En aquella plaza, hermano, he visto cosas terribles, las peleas y eso entre extranjeros… ¡Y nosotros que pensábamos que los humanos se vuelven animales en las guerras!, ¡tendrías que ver la plaza Sintagma por la noche! ¡Que Allah nos proteja! La ley de la selva, Khalil. Europa, un futuro mejor, ¡y un huevo, hermano! Por las noches había que pelearse por encontrar un rincón para dormir (con lo fino que eres, lo hubieras pasado fatal). La plaza Sintagma la controlan las mafias de emigrantes, ¿sabes?, te juegas la vida. Y cuando no son estos, pasan los energúmenos racistas, que aquí los hay, Khalil, y nos odian, por ser extranjeros, por ser pobres y miserables (qué saben ellos) y nos apalean, sí Khalil, nos apalean, tú que te creías que esto era el paraíso, que si Europa, Europa y toda la mandanga. La primera noche me echaron a patadas del lugar en dónde me había instalado para dormir. ¡Largo de aquí, pedazo de mierda!, me dijeron unos tipos con la cabeza rapada, borrachos. Y cuidado con pelearte, pues la pasma se lo mira impasible. Y si detienen a alguien, a quién va a ser. Atanasios me sacó de allí, sí, fue él, gracias a él. No te dije nada porque es homosexual. Ya sé lo que piensas, siempre me decías: hermano, apártate de esos degenerados. Tipos que tú llamas pederastas y maricas… sí, rondan la plaza Sintagma toda la noche. Pero Atanasios es diferente. Sí, sí, ya sé lo que opinas. Tranquilízate. ¿Que qué dirían padre y madre?, bien que tengo que sobrevivir, ¿no?, ¿qué hubieras hecho tú, a ver? No te pongas triste, Khalil, que me duele. ¡Necesito tu apoyo, tío! Créeme, estoy bien. Atanasios me cuida como a un hijo. Tú no puedes seguir aquí, me dijo una noche, te van a matar, y por eso me sacó de la plaza Sintagma. Y me llevó a su casa. Habla francés, ¡te imaginas!, vaya, menos mal. El francés, uf. ¿Te acuerdas del cole, en Alepo?, Madame Creuset; uf, con lo poco que me gustaba el francés, ahora le tendría que hacer un monumento. Atanasios es un hombre rico, Khalil, tiene recursos. Me quiere. Y está dispuesto a ayudarme. Hermano, no he visto otra para salir de esta. No es lo que piensas. Me trata bien. Con él no me falta de nada. Ahora estoy con él aquí, en Andros. Es una isla muy bonita, tranquila. Mira la vista, Khalil, mira que sitio, ¿a qué es hermoso? Él veranea aquí. ¿Te imaginas? Con todo lo que hemos pasado y yo veraneando aquí, en Grecia, en el paraíso del turismo, qué chic, ¿no?, es que es para troncharse, yo aquí en Greeeece, ¿te imaginas, hermano? Atanasios me pasea por Grecia de tapadillo, como un polizón. ¿Y si nos para la Policía?, le pregunto; tú no te preocupes, me dice, vas conmigo. Le he pedido que me ayude a que me enrolen en la Cap Spiros, ¡venga, Atanasios!, tu eres griego, tienes influencia, te harán caso, puedes dar buenos informes de mí. ¡Va, Atanasios!, que quiero trabajar, le suplico yo. Es una barca de pesca que embarca una tripulación de seis hombres además del patrón, le explico, les falta un marinero. Les va bien. Atanasios, aquí puedo ganar algo de dinero, le digo. Que no, que no, Ibrahim, tesoro, que esto no es para un chico fino y guapo como tú. Además, no tienes papeles; te pueden detener y expulsar de Grecia, me dice. Mis amigos egipcios son también inmigrantes sin papeles (me lo ha confesado Fadil), ¿por qué voy a ser yo menos? Conmigo no te faltará de nada, insiste. Es que yo quiero ir a Francia; mi sueño, Atanasios, es estudiar medicina allá, ya lo sabes. Es por madre. Quiero que se sienta orgullosa de mí. ¿Recuerdas, Khalil? Tú eras el estudioso, el aplicado, el serio, el todo… Cuando vi a madre herida, me sentí tan impotente que me prometí a mí mismo que estudiaría medicina: quiero ser cirujano, así no morirán tantos y tantos inútilmente. Mamá, pienso tanto en ti… ¡cómo me hubiera gustado salvarte!, te prometo que seré un chico de provecho, que estudiaré mucho, en Francia, ¡por ti, mamá!, que Allah te tenga en su gloria. Hermano, ¿te acuerdas cuando madre se enfadaba porque jugábamos en la habitación hasta altas horas de la noche?, entraba con una zapatilla en la mano, diciendo ya está bien, a dormir, y nosotros corríamos a escondernos bajo las sábanas, para que los zapatillazos no nos hicieran efecto, y ella gritaba y nosotros nos reíamos bajo las sábanas. ¿Te acuerdas, Khalil? Mamá tenía malgenio, ¡y tanto que lo tenía! Siempre me las cargaba yo, deja a tu hermano, que tiene que descansar, uy, míralo él, que tiene que desscannsarrr, ¿y yo qué? Fue siempre muy exigente conmigo, a ti te tenía mimado, no me digas que no. Tú saliste aplicado, yo era un trasto; este niño no para, nunca se le acaban las pilas, decía papá, dejándome por perdido ¿te acuerdas?; pero ahora he cambiado, os lo prometo. Haré de mí un hombre de provecho, como quería papá, os lo prometo a todos. En Francia. Dicen que allí sí se respetan a las personas. Es un país civilizado, con derechos humanos y todo eso. No como en Siria, donde todo es destrucción y muerte. Desgraciadamente, no hay terror que no hayamos conocido, ¿verdad, Khalil? Los misiles cayendo día y noche, las calles, las casas, los rincones de nuestra infancia convertidos en montones de escombros polvorientos, ¿y ese polvo blanco que se te metía por todos lados?, y la gente teñida de blanco, despavorida, los bombardeos, huyendo en todas direcciones, el griterío desesperado de los supervivientes y tú, hermano, sentado junto a mamá, llorando, y ella como un juguete roto, inmóvil, sucia de polvo blanco, pobre mamá, ensangrentada. Y, luego, la muerte… ¿Cómo puedes digerir, en un instante, que ya no existe, que ya no está? Mamá, mamá… Nos abrazamos, y allí esperamos hasta que alguien nos rescató, ¿recuerdas, Khalil? ¿Sabes?… una cosa que me sorprendió es que a nadie parecía importarle nuestra desgracia. Mamá sin vida, yaciendo allí. Y tú decías, no, no puede ser, que el tiempo vuelva atrás, no ha pasado nada, es una pesadilla. No, no y no… No ha muerto, no es posible. El mundo se hundió para nosotros, ¿verdad, Khalil, hermano? Pero todo seguía igual para los demás, indiferentes a nuestro dolor. La vida sigue, como un gran torbellino. A nadie parece importarle lo que nos ha pasado. Todo es tan absurdo. Dicen que Francia está dispuesta a recibir a refugiados sirios, y más si son niños, ¡insha’Allah! Bueno, yo ya tengo diecisiete años, pero aún soy menor de edad. Dicen que allí hay gente buena, que está dispuesta a recibirte en su casa. Digo yo que un huérfano lo tendrá más fácil. He visto fotos, Khalil. Me gusta París. Sólo sueño con eso. Le he pedido a Atanasios que me ayude a pedir asilo político en la embajada, el sabrá cómo rellenar los papeles y eso, además habla francés. A la vuelta del verano, Ibrahim, no seas impaciente, me dice. Pero yo sí estoy impaciente. Esta isla es un paraíso, disfrútalo, me dice. Y, sí, es verdad, pero yo quiero empezar el cole en París, porque deberé estudiar primero en el cole, ¿no, hermano? Tenías razón: debo cursar el último curso antes de la universidad, eso creo, ya hace dos años que se interrumpieron las clases, allá. No sé, a ver.
—¡Doctor Ibrahim, tío! Vente a sentar con nosotros, hombre, que siempre estás pensando en las musarañas.
—¡Que te den, Fadil!
Cuando padre marchó al frente, se puso muy serio y le dijo a madre que cuidara de nosotros. ¿Recuerdas? En la sala de estar, que ahora ya no existe, que se convirtió en polvo y, con ella, toda nuestra vida. A veces pienso que aquella vida no existió más que en mi mente, como un paraíso perdido, y siento un nudo en el estómago. Pienso que padre sabía que no volvería a vernos. Pero yo creo que está vivo. Tú me dijiste una vez que unos milicianos lo habían visto con vida, en una cárcel del Régimen. No sé. Algo me dice que está en Francia, y que yo lo encontraré… insha’Allah. Recuerda, siempre dijo que en Siria no había futuro, que Francia era un buen país para vivir… Papá es duro de pelar, habrá sabido como escapar, ¿no crees, Khalil? A mala hora se alistó en el Ejército Libre Sirio. Recuerdo que siempre estaba que si Bashar el Asad por aquí, que si corrupción por allá, todo el día protestando y yo le decía déjalo ya papá que al final te vas a meter en un lío. Calla, que no entiendes nada, renacuajo, me decía. ¡Y tanto que entendía!, mira sino en que ha acabado todo esto, primero unas manifestaciones en la calle, cuatro exaltados y luego mira como hemos terminado, mira qué tragedia, papá.  ¿Valía la pena todo esto? Al final son cuatro aprovechados que defienden lo suyo y a los demás que los zurzan. Siempre pagan los mismos. Y mamá, papá… hemos perdido a mamá. Ya-Allah. Y también a Khalil, sí papá, ¡también a Khalil! No te había dicho nada aún, no me atrevía, claro que no; pensaba contártelo todo cuanto nos reuniéramos en Paris. Huimos juntos de Alepo, no fue fácil, cruzamos la frontera turca de noche, con otros refugiados. Aún no me creo que pudiéramos escaparnos de la guerra. Muchos nos decían que el viaje era demasiado peligroso, que arriesgábamos mucho. Caminamos varios días, de noche, para evitar las patrullas diurnas. Llegamos a Esmirna, ¡hemos llegado a Esmirna, Ibrahim!, me decía Khalil, con un brillo en los ojos, y se quedaba embobado exclamando: ¡Europa, Europa!... ¿Que qué pasó?... No pude hacer nada por salvarlo, padre. Fue en el mar. Sí, cerca de Lesbos. Con el dinero que llevábamos, compramos nuestro pasaje en una barca, que debía conducirnos hasta una isla de Grecia, no teníamos ni idea adónde nos llevaban, es igual, decíamos con Khalil, mientras entremos en la Unión Europea. Mil dólares nos costó el viaje a cada uno, mientras los guiris iban tranquilamente en Ferry por diez, ¿te imaginas, papá?… ¡es de locos, este mundo está loco! Era una noche oscura como la boca de un lobo. La goma iba cargada hasta los topes, se levantó mar, la gente empezó a inquietarse, cundió el pánico. Algunos cayeron al agua. Gritos. Otros trataban de salvar a sus familiares cogiéndoles por el brazo, por el sobaco, por donde fuera, pero no podían. ¡Era horrible, papá! Las ropas mojadas pesaban demasiado, muchos no sabían nadar. Era un caos. Nadie ponía orden, y se entorpecían entre sí, agravando la situación. En un nuevo golpe de mar, Khalil cayó al agua; ¡Khaliiil! Me tiré al agua para ayudarlo, pero era tan oscuro que no lo veía, de verdad papá, no lo veía, ¡Khaliiiil!, pero no respondía. Algunos náufragos se me aferraban, desesperados, me ahogaban, y yo me aferré a su vez a la borda de la goma, agotado. ¡Khaliiiil!, grité toda la noche desesperado, ¡Khaliiiiiil! Lo siento papá, no pude salvarlo, no pude…
—¡Eh!, Ibrahim, cuéntanos de nuevo como piensas llegar a París. ¿Cómo es eso del asilo no sé qué?…
—¡Callad, pringaos! que vosotros aún estaréis aquí manoseando redes cuando yo sea ya todo un médico reputado en Francia. Entonces os vendré a ver y seré yo el que se dé un buen hartón de reír.
Y a ti también te encontraré, papá, te lo prometo, aunque sea lo último que haga en el mundo. Al fin y al cabo, estamos solos, tu y yo. Viviremos juntos, ¿verdad, papá?, buscaremos una casa que se parezca a nuestro hogar en Alepo. ¿Sabes?, me acuerdo tanto de los olores de casa, y del kebab asándose en las brasas, ¿tú, no?… Atanasios siempre me dice; pero Ibrahim, tesoro, ¿tú sabes lo grande que es París?, ¿cómo quieres encontrar a tu padre allí?, ¿no ves que es cómo buscar una aguja en un pajar? Pero yo te encontraré, papá, te lo prometo. Reharemos nuestra vida, ya verás, papá, volveremos a ser felices, yo seré médico, estoy preparado para empezar de cero, y salvaré vidas, sí, salvaré vidas, papá, ya verás. Pronto estaremos juntos, ya verás. Que Allah te bendiga, papá.




martes, 2 de octubre de 2018

Manual para guerrilleros independentistas, o cómo implementar la República Catalana


1.      La principal estrategia del independentismo debe ser ampliar su base social; hasta que no cuente con una amplia mayoría, es impensable conseguir el objetivo.
2.      El Estado no negociará jamás la independencia de Catalunya.
3.      Las armas del guerrillero: el pacifismo, la pedagogía y la política inteligente.
4.      ¿Qué es el pacifismo? Un arma demoledora. La bomba más efectiva contra los estados autoritarios; ¿por qué?, pues porque la razón misma del Estado, su semilla fundacional, es el uso de la fuerza. En consecuencia, el pacifismo lo deja desarmado, paralizado, incapaz de reaccionar. Y si reacciona, sólo sabe usar la violencia, lo que lo desprestigia y le hace perder la batalla.
5.      El arma más letal es el pacifismo, por eso el Estado intenta e intentará que el movimiento independentista use la violencia. Por nada del mundo hay que caer en esa trampa.
6.      ¿Qué es la pedagogía? Enseñar a las futuras generaciones de todo el Estado que España es una estructura política plurinacional. Y, desde este punto de vista, fomentar la convivencia, la tolerancia y el respeto entre todas las naciones, enseñando que ninguna está por encima de las otras.
7.      ¿Qué es la política inteligente? Utilizar la astucia política para conseguir ganar pequeñas batallas que conduzcan a la victoria final. Evitar el choque directo con el Estado. Evitar la precipitación, los pasos en falso. Hay que abandonar la política del enfado, de la confrontación, de la gestualidad inoperante para entrar en la frialdad del cálculo, de la estrategia paciente, de la visión a largo plazo, de la planificación detallada para conseguir el objetivo… Eso es inteligencia política.
8.      Los catalanes deben utilizar el Estado central para sus fines. ¿Cómo? Accediendo a las altas instancias del poder judicial, ejecutivo y legislativo para transformarlo desde dentro, de la misma manera que ahora una casta ultranacionalista española, lo utiliza contra Catalunya.
9.      El independentismo debe explicar a los ciudadanos cual es su proyecto de Estado. ¿Cómo se piensa construir la República? ¿Con qué medios? ¿Qué ventajas e inconvenientes representará para los ciudadanos? ¿Cómo planea negociar con el Estado? ¿Qué responsabilidades deberá asumir la nueva República? ¿Y qué derechos y obligaciones tendrán los ciudadanos? Los ciudadanos, como seres libres, soberanos y responsables, tienen el derecho de conocer con detalle en dónde se meten, y decidir si les interesa o no.
10.  Ciudadanos convencidos por un proyecto sólido lucharán con mayor ahínco por el objetivo.
11.  Líderes encarcelados, ciudadanos represaliados, persecución política del adversario y conculcación de la libertad de expresión y de los derechos humanos y civiles, perjudica gravemente al Estado, a su imagen internacional y contribuye al desánimo de muchos ciudadanos, catalanes y españoles, que ven como la democracia se degrada. Es el motor más potente del que dispone la guerrilla independentista.
12.  La extrema derecha en España está formada principalmente por el PP, C´s y Vox. Lo que los define como radicales no es tanto su condición de ser derechas como su condición de ultranacionalistas españoles.
13.  Las altas instancias de la judicatura, de la fiscalía y de otros órganos vitales del Estado están colonizados por la extrema derecha, que impone su criterio. Su descrédito entre los ciudadanos no es sólo por el tema catalán.
14.  La monarquía española tiene los días contados. Felipe VI cometió un error garrafal que le costará el trono: ponerse de parte de unos contra los otros. A la mala fama de los borbones, se añade ahora la evidencia de la corrupción, el enriquecimiento ilícito de Juan Carlos I durante su reinado. Los españoles se sienten engañados. Este hecho favorecerá el nacimiento de la República Catalana, que se verá con simpatía en el resto de España.
15.  El acceso al poder de la extrema derecha (PP, C´s, Vox), en caso de que se produzca, pondría en marcha un doloroso proceso de represión, aún más extremo que el actual, que acabaría provocando una reacción de indignación de tal magnitud que llevaría a la parálisis de todo el país, y aceleraría el proceso de independencia.
16.  El día que el independentismo cause una muerte, el Estado habrá ganado la batalla; la instauración de la República Catalana deberá esperar, por lo menos, 50 años más. En cambio, el día que el Estado produzca un muerto, el movimiento independentista habrá avanzado 10 años de golpe.
17.  El poder ejecutivo estatal tiene un poli malo que es el PP, Ciudadanos y sus confluencias de extrema derecha; y un poli bueno que es el PSOE. Si se quiere la independencia hay que reducir la influencia del bipartidismo y apoyar a nuevos partidos progresistas más sensibles al soberanismo.
18.  La independencia de Catalunya va para largo. Las prisas, las precipitaciones son el peor enemigo.
19.  La Europa actual no aceptará nunca la independencia de Catalunya. La UE es un club de socios capitalistas que sólo buscan su interés. Una Catalunya independiente les perjudica, desestabiliza el garito que tienen montado. Hasta que no exista una Europa de los ciudadanos, Catalunya no será libre.
20.  El apoyo internacional es vital; sin él no hay independencia. Para ello hay que hacer pedagogía, conseguir el punto 1 y asumir el punto 19.
21.  Hay que aprovechar todos los recursos del autonomismo. El movimiento independentista no puede quedar atrapado en su propia trampa. Mientras no se proclame la República, Catalunya debe aprovechar todos los recursos a su disposición. Y esos recursos son los que brinda el autonomismo. La negación del autonomismo lleva a la parálisis, en el peor de los casos a la ocupación de Catalunya por el Estado mediante la aplicación del 155. Esa ocupación, como en todas las “guerras”, implica arrasar las instituciones catalanas y encarcelar a sus líderes. Un paso atrás gigantesco que el soberanismo no se puede permitir.
22.  El futuro es el Estado supranacional, la nueva Unión Europea de las naciones y los ciudadanos. Esa es la estructura política en la que tiene cabida la futura República Catalana. Hay que luchar por ello.
23.  La independencia de Catalunya tiene un precio: no se puede nadar y guardar la ropa. No vale ser un guerrillero independentista muy valiente en WhatsApp con los amigos, o en las redes sociales con un perfil anónimo, y luego ser un cobardica en la empresa y callarse como un puta, no vaya a ser que todo esto me perjudique económicamente.
24.  La clave del éxito para conseguir el punto 1 es ilusionar con el proyecto a muchos catalanes que ahora son reacios, pero que comparten que el Régimen del 78 es un régimen podrido y que la monarquía española es una monarquía corrupta. El proyecto debe demostrar que quiere integrar a todo el mundo, que se respetarán los derechos de todos. Y lo más importante: asumir que el castellano también es una lengua de Catalunya. Sin esta premisa, nunca se conseguirá el sorpasso (porcentaje favorable a la independencia superior al 50%).
25.  El buen guerrillero independentista debe permitir las manifestaciones de asociaciones de policías como Jusapol, aunque su intención sea provocar, o de otras expresiones, incluso de elementos fascistas. En primer lugar, porque así demuestra que respeta la libertad de expresión; en segundo lugar, porque esos manifestantes, con su simple aspecto, ya explican perfectamente lo que son y lo que representan. Ese mensaje que transmiten, más por la pinta que tienen que por lo que dicen o gritan, beneficia a la causa soberanista. Increparlos, insultarlos y, ya no digamos, golpearlos, desprestigia la causa del independentismo.
26.  El verdadero guerrillero independentista no acude a las manifestaciones con la capucha puesta y la cara tapada. No seáis pardillos, aprendices de guerrillero pasados por agua. Esos son los infiltrados de la policía, que intentan desencadenar el punto 5.
27.  El Estado sujeta a Catalunya a la fuerza, pues no ha sido capaz de seducirla para que se encuentre a gusto dentro de España. Durante años lo ha disimulado, pero ahora se le ha visto el plumero. Como no tiene razones, las inventa: el relato posverdadero, construir una verdad ficticia. El guerrillero eficiente luchará por desmontar este discurso posverdadero del Estado. ¿Cómo? Ilustrando al ciudadano sobre los hechos, las distintas opiniones, demostrando las falsedades que se han sostenido durante siglos.




lunes, 1 de octubre de 2018

El día que España perdió Catalunya



¡Una buena somanta de hostias! ¡Así aprenderán estos catalanes!
Esta es la receta que aplicó un Estado (podrido por dentro) incapaz de encontrar mejor solución para resolver un conflicto larvado que, él mismo, había contribuido a crear.
Miles de policías y guardias civiles pegando con una rabia y un odio que van más allá del cumplimiento de sus funciones: ¿puede concebirse una acción más cobarde? Miles de uniformados, chulescos, en una orgía premeditada y con el beneplácito del Estado para zurrar una paliza brutal a ciudadanos indefensos, muchos de ellos ancianos, que lo único que hacían era depositar su voto (ilegal) en una urna. Remacho lo de “ilegal” para desarmar a aquellos cobardes que piensan que, por el hecho de cometer un acto ilegal, sus conciudadanos merecían ser apalizados. ¡Más cobardes todavía!, agazapados en un silencio cómplice…
Sí, ese día, yo perdí la inocencia y dije basta. Mejor dicho, fue el 20 de septiembre, con los registros en Economía y otras sedes del Govern; ¡qué burda humillación!, aquí estamos, para chulearos, pensaban soberbios, intolerantes y brutales… Ese día, mi corazón se ennegreció al constatar que sí, que realmente nos odian, que nos sujetan por la fuerza, que todo no ha sido más que un engaño. ¿La Autonomía de Catalunya?, un tinglado que se desmonta entre el Gobierno y el Senado en una tarde… ¡qué engañifa!
Sí, yo soy uno de los desafectos, uno de los millones de desengañados que sueñan con algo mejor, uno de los que cree que nada volverá a ser igual, que el Estado de todos se perdió a causa de una casta de intolerantes, de egoístas, de abanderados de la injusticia, que utilizan el bien común en beneficio propio. Pero no todo es culpa de los políticos, ni de los jueces… muchos ciudadanos, resentidos, carcomidos por un revanchismo mezquino e inexplicable, apoyan con su silencio cómplice el escarnio de una minoría nacional. ¡Qué vergüenza, qué ignominia!... y que tristeza.
En el futuro, muchos ciudadanos de Catalunya, de España, de Europa, descubrirán la ignominia que aquí se perpetró. Muchos de ellos han sido anestesiados con un falso relato, posverdadero. Pero algún día sabrán la verdad, como la sabemos nosotros, que la hemos sufrido en nuestra propia carne, que la hemos visto viviendo la historia como protagonistas. Y como lo saben nuestros hijos, que lo explicarán a los suyos. Y nunca olvidarán.
Por eso también creo que hoy se celebra el primer año de un camino histórico que abocará en un mundo mejor, claro que sí, soy optimista. El mundo lo mueven los soñadores, los que son capaces de imaginar un mundo mejor. Seguramente será una tarea para nuestros hijos, y difícil, a lo mejor nosotros, los que hicimos posible el (supuesto) final del franquismo y levantamos con ilusión una democracia que se tornó Régimen del 78, no lo veremos, pero Catalunya será al fin una república, y España también.


Foto: pintura de mi amigo Jordi Pagès que publica hoy en su Facebook. Espero que le parezca bien la utilización citada que hago aquí de su obra.

jueves, 20 de septiembre de 2018

El crepúsculo de la democracia en España

La salud de la democracia en España ha levantado las alarmas en todo el mundo. La deriva autoritaria del Estado, bajo la excusa del pulso independentista en Cataluña, está dinamitando las libertades.
La revista digital OPEN DEMOCRACY, cuyo lema es “Free thinking for the world” acaba de editar varios artículos sobre la alarmante situación de los derechos y libertades en nuestro país. Yo estoy apuntado y la recibo por email. Open Democracy es un medio independiente que edita sesenta artículos a la semana que atraen a ocho millones de lectores de todo el mundo cada año. El artículo al que me refiero hoy se llama “Catalan National Day: free speech under threat” y el autor es Andrew Davis, director ejecutivo del Catalonia America Council, una organización que vela por estrechar las relaciones entre Cataluña y Estados Unidos. Davis ha sido, además, el jefe de la delegación del Govern de la Generalitat en EE.UU., Canadá y México.
El autor afirma que “las leyes actuales (en España) amenazan la protesta pacífica, a la que consideran un problema de orden público (algo, dice él, impensable en EE.UU.), se imponen multas severas por actos de desobediencia civil y se criminaliza la opinión de opositores online, dando a los servicios de seguridad poderes extraordinarios, mientras se limita la protección de los ciudadanos.”
Andrew Davis explica sus lectores que, a medida que crecía la tensión entre Madrid y Barcelona, “las restricciones en la libertad de expresión y de reunión han ido en aumento”. Explica igualmente que “los líderes de las mayores organizaciones sociales de Cataluña languidecen en prisión preventiva desde octubre de 2017 por cargos que las propias evidencias muestran que son falsas acusaciones” (y muestra el video en el que se demuestra lafalsedad de las pruebas acusatorias), recuerda, alarmado, que “nueve miembros del Govern de Cataluña y del Parlament se encuentran igualmente bajo arresto, mientras otros , incluyendo al President Carles Puigdemont, viven en libertad en toda Europa.”
No cabe duda que el mundo civilizado, el mundo democrático al que queremos pertenecer se muestra escandalizado por lo que está pasando. Somos muchos los ciudadanos que hemos apretado el botón de alarma, pero la animadversión generada contra los independentistas y los soberanistas es tan grande, que muchos, llevados por este espíritu de indignación, olvidan la tolerancia que debieran observar hacia los adversarios políticos y miran hacia otro lado cuando ven las graves conculcaciones de los derechos civiles, y el rápido desmantelamiento de nuestras libertades. Está en juego la libertad de todos, no sólo la de los independentistas. Debemos recordar, una vez más, que, en España, desde la proclamación de la Constitución del 78, nunca han estado prohibidas las ideas independentistas. Por lo tanto, no podemos quejarnos de que concurran con su programa a las elecciones y, como es el caso ahora, que las ganen, y que intenten materializar su programa, que para eso les han votado los electores.  
Vale la pena leer completo el artículo de Davis, del que recojo algunos puntos. Habla también del uso perverso de la ley antiterroristapara perseguir opositores, de que España es ahora el país del mundo que tienemás artistas con sentencias de prisión, o el denigrante uso de la calumnia y la difamación, llamando nazis a los líderes independentistas y comparando al President Torra con Hitler.
Ya sé que muchas de las cosas que se expresan en este trabajo son bien conocidas de todos nosotros, pero lo que me parece pertinente es que lo explique un extranjero, para un público extranjero. De esta forma vemos como el mundo se hace eco de nuestro conflicto y lo que opinan de él. Sin duda, un efecto importante a la hora de que ponderemos lo que pasa en casa, con la opinión de gente que, en principio, ven el conflicto con más sosiego, digamos, con menor implicación emocional.
Pero hay más. En esta edición tenemos la dudosa gloria de ser protagonistas (ojalá lo fuera por cuestiones más edificantes que constatar ante el mundo que aún somos un país de brutos).
Krystyna Schreiber firma una colaboración que se llama “Two kinds of justice in Spain”, en el que relata el caso de los jóvenes de Alsasua. Un caso flagrante de la utilización perversa de la ley antiterrorista. Habla también de los cargos de rebelión contra Cuixart y Sánchez, incomprensible para la mentalidad democrática de los europeos: También comenta la mentalidad retrógrada y ultraconservadora de muchos jueces en España, por desgracia los que dominan hoy la judicatura en nuestro país.
Finalmente, Open Democracy publica también un trabajo de Galvão Debelle dos Santos, que se llama “Exception in Catalonia one year after the referéndum”, en el que analiza como el cooperativismo influye en el movimiento independentista de Catalunya y viceversa. El autor es un estudioso del movimiento okupa y anticapitalista, la crisis y los rescates financieros. Es interesante como este autor explica las incidencias de estos fenómenos en la “pelea” entre Cataluña y España. Quién quiera saber más: https://www.opendemocracy.net/can-europe-make-it/galv-o-debelle/exception-in-catalonia-one-year-after-referendum


El pope


Este es un nuevo cuento del libro de relatos ambientado en la isla griega de Andros que estoy escribiendo. El otro día, publiqué “El desterrado de Calígula”. Las Cícladas son para mí una fuente de inspiración fascinante. Grecia, aparte de cuna de nuestra civilización, ha sido el escenario, a lo largo de la historia, del encuentro de prácticamente todos los pueblos del Mediterráneo. Quiero que este libro refleje, a parte de mi fascinación por estos parajes, el pulso de vida que aún late en ellos desde la noche de los tiempos. Aquí tenéis en primicia un nuevo relato del libro, esta vez una historia que ocurre en la actualidad y con un tono muy distinto al anterior; espero que os guste.

Irene dijo que la habitación le parecía bien. Me la quedo. Yes, yes, it’s okey. El casero salió y, tras de sí, cerró la Puerta. Se asomó a la modesta terraza que daba al mar, como desganada, pensativa. Las paredes descascarilladas por el salitre. No me extraña, ¡qué humedad! Había una mesa y una silla oxidadas, balanceadas por las ráfagas de aire. El viento del Norte entraba casi directo en su terraza, frente a la bahía de Ormos Korthiou (¡qué pueblo más desangelado!). Era una tarde desapacible, las olas batían (el mar rugiente) en la playa y contra las rocas que protegían el solitario paseo marítimo. Una bruma pegajosa descendía, rauda, desde los montes cercanos. Una luz sucia, amarillenta, anunciaba la inminente llegada de la noche. Se ajustó la chaquetilla al cuerpo con ambas manos, uy qué frío (a pesar de ser el 19 de agosto) y, recogiéndose como pudo su largo pelo rizado, desmelenado por el viento, entró de nuevo en la oscura habitación y cerró las batientes de la puerta de la terraza.
Estaba cansada, pero sobre todo estupefacta. ¿Cómo estaba, además? ¿rabiosa? ¿decepcionada? ¿triste? No lo sabía, se sentía confundida, con sentimientos encontrados. Eso es: sentimientos encontrados. Tenía que asimilar los hechos. Había sido un día largo, muy largo. Lo que me ha ocurrido es tan fuerte, se decía, (¡sólo me puede pasar a mí!) que no me lo acabo de creer. El espejo le devolvía una imagen que no le gustaba, desaliñada. Bah, vaya día. ¡Churri, cuando te lo cuente vas a alucinar!, le dijo a su amiga, imaginándola junta a ella, mirándose en el espejo y arreglándose el pelo. Estoy hecha unos zorros. Hizo una mueca con los labios, carnosos. Sí, ya lo sabía, era uno de sus encantos, e hizo un gesto como de burla. Se acercó algo más y examinó sus ojos (preciosos, negros, grandes y almendrados; ella lo sabía), como un entomólogo escruta un insecto con la lupa. Hizo un gesto de contrariedad, pura impostura. ¡Qué ojeras! Se ajustó la falda, puso ambas manos en la cadera y la cimbreó con un movimiento sexi. Estudió el efecto con cara de mujer fatal (ojos achinados) y se dio media vuelta dejándose caer como un saco sobre la cama.
No podía dormir, su cabeza no paraba de darle vueltas, y los acontecimientos del día, de los últimos meses, se agolpaban en su mente.
Había llegado a Andros con el ferry de las 7.30 h. Dos horas de trayecto. Un viento del demonio. Poco después de embarcar, al salir del puerto, salió un momento afuera; imposible. Volvió al confort de la sala interior, con aire acondicionado y sillones cómodos. ¡Qué guay! Echó una dormidita. La noche anterior llegó a Atenas con un vuelo nocturno. Llegada a las cuatro de la madrugada. ¡Qué palo! El aeropuerto solitario. Bares cerrados. Ni un puto café. Solamente el personal de limpieza. La peña estirada por el suelo durmiendo, con la mochila y eso, de cojín. Pues yo también. Hasta las seis no sale el primer bus a Rafina. Así que se repantingó a gusto en el sofá del ferry. Música de Twenty One Pilots. A él también le molaba; ¿recuerdas Irenita? Stressed out. Now I´m insecure and care for what people thinkUf.
Se enteró que llegaba a Gavrio por el movimiento de la gente. Se quitó los auriculares. Una voz estridente, en griego, luego en inglés, anunció por megafonía la llegada. Salió a cubierta. El ferry, enorme, enfocaba su popa hacia el dique para atracar (parece imposible con este viento). Dos marinos con chalecos amarillos recogían los cabos y los amarraban. En un santiamén, el buque escupió su carga humana, como hormigas recién atizadas se desparramaban nerviosas entre los coches, que pitaban. Ya estoy aquí, se dijo Irene. Y echó una larga ojeada sobre el pequeño puerto y su tranquila avenida marítima a estas horas de la mañana. Un café, lo primero. Luego veremos.
¿Y ahora qué, nenita? ¡Churri, que ya estoy aquí! Aún no sabías, Irenita, que él no te esperaba. Sí, lo habías escrito decenas de veces. Y él no te había contestado. Claro, dijiste, todos lo tíos son iguales. Primero te enamoran, te dicen cosas bonitas… los ves tan dulces, ¿verdad, Elías? Y, luego, si te he visto no me acuerdo. Bueno, miento; al final me envió un correo, ¡por fin! Vente si quieres, yo estaré ocupado, pero ya encontraremos el momento de vernos. ¿Quería o no quería verla? Firmaba: love, Ilías. A ver, ¿cómo lo entiendes? Dudas. Bah, pues sabes qué: para allá voy. Ya verás cuando te lo cuente, Churri, no te lo vas a creer. Elías no decía ni mu, pero yo dale que te dale. Que sí, que voy a verlo. No contestaste ninguno de mis emails, bribón. Eres un empanao. ¿Se arrepentía, Irene, de haber ido? No; había saciado un cierto morbo. Sí, Churri, estoy enamorada; el chico es mono, me gusta, le había confesado en Barcelona. Mi griego morenito, mi Elias, con esa cara de buen niño, que no ha roto un plato. ¡Bribón! Irenita, con la de sitios, de países distintos a los que podrías acudir estas vacaciones, le decía su amiga Núria. Núria era su Churri, (con la que ahora hablaba para sí), la Coneja, que así la llamaban cariñosamente por sus dientes superiores ligeramente salidos. Pero, ¡ojo!, muy mona. Atractiva. Incluso, algunos chicos decían, que así, tenía un cierto sex appeal. ¡Tú sí que eres mona!, le decía la Coneja a Irene. Ves con cuidado con los tíos, son todos unos violadores en potencia, le decía en broma cuando Irene le contó que quería ir a Andros, a la aventura, a ver si daba con Elías, aquel chico que conoció en Formentera. ¡Olvídate!, le decía la Coneja con un gesto de la mano; con la de tíos buenos que corren por el mundo y la de sitios guais que te quedan por visitar… ¡Qué yo no quiero ir a pasar frío a Alaska, ni se me ha perdido nada en los templos de Birmania! Llámale romanticismo trasnochado, pero Irene quería ir a ver a su chico. ¡Qué guapo!, decía. Sí, ya sé que es bajito y con gafotas, con montura de concha negra. Parece un empollón de primero de informática. Pero a Irenita le hacía gracia. Un escalofrío le recorría ahora de la cabeza a los pies al pensar en la escena de esta tarde, en el monasterio. Aún no se lo podía creer. Alucinaba pepinos de colores. El corazón se le aceleró.
Inquieta, se levantó de la cama. Definitivamente, no podía pegar ojo. Fue hacia la puerta de la terraza. Miró a través del cristal. La noche ya había caído sobre Ormos Kortiou. A lo lejos, apenas se veían algunas luces macilentas de las escasas tabernas abiertas que servían a un turismo incipiente, basado principalmente en los andriotas que habían emigrado a los Estados Unidos y que, enriquecidos, volvían a su tierra para pasar el verano. Las sencillas casas blancas, en la lontananza, le recordaron a Formentera. Abrió su móvil instintivamente: una foto suya con Ilías, en Espalmador, iluminó la estancia.
What´s your name?
—Me llamo Ilías (Elías). Soy griego, pero hablo un poco de español.
Ilías le explicó entonces que era de Andros, una isla muy bella en el Egeo, que formaba parte de la Cícladas.
—¿No la conoces? ¡Te encantaría!
Se dedicaba al turismo, le dijo. Por eso estaba en España: “Es un modelo para nosotros, y me envían aquí para aprender”, dijo Ilías. “Hace ya varios años que vengo, he aprendido un poco el español, me gusta mucho Formentera. Es un modelo para nuestras islas, ¿sabes?; se parecen a esto”. ¡Y un huevo!, me tomaste bien el pelo, sinvergüenza. Con esa carita de empollón. Y apagó su móvil.
Aquel verano, Irene había decidido veranear en Formentera. ¡Qué guay! Alquiló una habitación en Es Pujols. La consiguió por enchufe. Uf, sino, en Formentera, imposible. Aquel día, se había acercado hasta La Sabina. Quería ir a Espalmador. Alquilaron la barca entre varios. Así es como Irene se juntó con un grupo de guiris franceses y, claro, Ilías. Ahí estaba, solo como ella. Mirando cómo un bobo, tímido, me apunto o no me apunto. Se miraron el uno al otro, disimulando. Qué mono, pensó; es como un osito de peluche. Ella hizo como que no le interesaba, mirándolo con desdén. En Espalmador, precioso, aguas transparentes turquesas, se dieron unos baños inolvidables. Una pasada. Y tomaron el sol, uf. Pura sensualidad. Ilías pescaba lenguaditos diminutos con un tenedor, que se arracimaban alrededor del cabo del ancla. ¡Cómo nos reíamos! Vaya guasa verlo, con esas piernas como palillos que le salían de su traje de baño bermuda, que parecía una talla mayor, y ese pelo tan rizado y espeso que no le calaba el agua, y qué risa verlo aparecer por la borda con un lenguadito clavado en su tenedor. Al caer la tarde, ¡qué colores!, decidieron acercarse hasta la playa. Les habían dicho que había baños de barro. ¿De qué? Sí, allá, dijo uno. No, no, es por ahí. Yo, aquí, no me meto, dijo otro. Ilías, desnudo, fue el primero en enfangarse en la charca. El niño no estaba nada mal, tal como te lo digo, Churri. Irene se retiró el bikini (guau, qué cuerpazo, pensó él) y también se embadurno con el fino limo, uf, que suave, parece una segunda piel. Churri, que para qué voy a seguir. A la vuelta (puesta de sol brutal), me sentía flotar ¿él también? El barro y las risas los pusieron de buen humor. Luego vinieron los mojitos, primero uno, después otro, y luego otro. Qué risa. Sí, Churri, me gustaba; ¿quién me iba a decir a mí que luego me encontraría con lo que me encontré? ¡Es qué hay que ver!, la cosa tiene morbo.
Por la noche, qué quieres… borrachina, luna llena, sííí, Coneja, luna llena, además. A Irene le tentaba una historia de verano, intrascendente. Pero romántica, ¿eh? Las cosas no le habían ido del todo bien ese invierno. Desengaños, podríamos decir. ¿Soledad? También. Vivía sola. Había roto con su novio. Ya hacía tiempo. Una historia triste. Él la había dejado, sin más. Eso era lo peor, Coneja; nunca me dio una explicación. Pero yo sé que había otra; no tuvo huevos de decirme nada, ¡calzonazos! Irene paso el invierno reconcomida, triste, llorosa. Necesitaba oxigenarse, aire puro. Olvidar (¡qué difícil!). Había acabado la carrera. Estaba de vacaciones, merecido descanso. Habitación para ella solita. Y yo, ven, mi osito de peluche. Uy, qué risa. No sabes lo tímido que es. Me excitaba. ¡Uyy! ¡qué me lo como! Aún no te lo había explicado, Churri, pero lo manejé a mi antojo. No me negó nada, Coneja, qué vergüenza.
Por la mañana, Irene se despertó sobre el pecho de él. Ilías la acariciaba. Una luz cálida entraba por la pequeña ventana entreabierta. Afuera ya cantaban las cigarras. Sí, Churri; por una vez un tío no se me levantaba de la cama con la excusa que he de marcharme, me esperan, uy qué tarde. Y yo me sentía en la gloria. Así pasamos quince días, Coneja…Tan bonito, de verdad.
Irene volvió a la cama. Luces apagadas, apenas un resplandor entraba por las puertas de la terraza. El viento silbaba, la mesa y la silla seguían traqueteando (¡uf, qué bronca!) y el mar rujía contra la costa de Ormos Kortiou. Ya era medianoche y seguía sin poder dormir. Vuelta hacia arriba, veía como en el techo se dibujaban extrañas sombras. ¡Churri, como me gustaría tenerte ahora mismo a mi lado!
Esa misma mañana, en el puerto de Gavrio, nada más desembarcar, había pedido por un taxi en el bar donde le sirvieron el café (Uf, qué bueno; frappé, le llaman). El taxista no tenía ni puta idea de inglés. Mi go to Ormos Kortiou, suplicaba Irene; Ne, ne, la tranquilizaba el taxista, un tipo rubio y fornido. El trayecto duró una hora, después de cruzar un par de valles y atravesar de un lado a otro la isla. Irene constató la belleza del paisaje, la soledad salvaje de esos parajes. También constató que Kortiou era el valle más remoto hacia el sur de Andros, y, también, el más rústico y abandonado. Pero, no sé, tenía un algo mágico, como de cuento; parecía que una hubiera atravesado el túnel del tiempo y regresado cien años atrás. El taxista la dejó a la entrada del pueblo. Cuatro casas desparramadas en la costa a resguardo del norte. Frente al mar, al final del poblado, una ermita blanca inmaculada, campanario azul eléctrico. Un pequeño pueblo de pescadores, se dijo. Más allá, hacía el sur, una sierra considerable caí hacia el mar cerrando la amplía bahía que se abría hacia el Este. A esa hora del mediodía, las calles estaban abandonadas. Calor mortal. Solamente unos niños jugaban al futbol en una callejuela lateral al amparo de la sombra. Les preguntó por un bar, y se arracimaron en torno a ella formando una gran algarabía; allí, allí, señalaban varios con el índice, y la miraban como un extraterrestre. Siguiendo el paseo marítimo (las algas secas barrían el paseo, había un viento del demonio) llegó hasta la taberna Vintsi. Preguntó, mostrando las señas escritas en un papel: Ilías Theonas, Ormos Kortiou. Su interlocutor le hizo ver, en un perfecto inglés, que no había una dirección concreta. Irene lo miraba impotente. Un momento, le dijo él, comprensivo, con un gesto de la mano; ¡Dimitriiiii!, y se acercó el cocinero. Y, movida por la curiosidad, se acercó también una camarera jovencita. Se pasaron el papel entre ellos, discutiendo. Irene sólo entendía Ilías Theonas, por aquí, Ilías Theonas por allá. Parecían enzarzados en un complicado litigio, hasta que, al fin, uno de ellos se alzó con la palabra y le indicó que indagara en la pastelería del pueblo; eran familiares de Ilías y sabrían indicarle dónde localizarlo. Irene se dirigió hacia donde le habían dicho, por una calle paralela al paseo marítimo, en el interior del pueblo. Qué coñazo, Elías ya me podría haber dado la dirección completa, pensó. En la pastelería del pueblo la atendió una mujer bajita de mediana edad, risueña y rechonchita (debía ser la pastelera). Simpática, pero ni pajolera idea de inglés. Le lanzó a Irene una parrafada en griego. Irene se quedó igual. La pastelera la miró unos segundos, hasta que constató que no entendía nada. Sonrió (qué simpa). Se armó de paciencia (pobrecilla, esta no se entera de nada) y haciendo un esfuerzo por sintetizar la respuesta en una palabra milagrosa, declaró: ¡Moni! La pastelera espero ansiosa la reacción. ¿Moni? ¡Moni qué!, repitió Irene, suplicante. Ilías: moni… monastry, anunció de nuevo la pastelera, señalando con el índice la montaña que tenía enfrente. ¡Ah!, ¿un monasterio? ¿en la montaña?, adivinó, por fin, Irene. ¡Moni Panachrandou, Moni Panachrandou!, abundó la buena mujer, en el momento en que ya salía su marido, el pastelero, en camiseta de tirantes. El hombre andaba con parsimonia, como si fuera cojo. Se arrimó a la conversación. Intentó ayudar él también, y escupiendo sus palabras sobre sus dedos cerrados hacia arriba, como para enfatizar la simpleza de su mensaje, dijo: Ilías Moni Panachrandou taxi éxi kilometro y, cambiando el gesto de su mano, señaló con la palma abierta la carretera y, luego, a lo alto de la montaña que teníamos enfrente.
Irene (ya lo he entendido) se dirigió de nuevo a la entrada del pueblo. Uf. Era una rotonda que hacía las veces de plaza donde se reunían los vecinos al caer la tarde para charlar. Al llegar, se encontró al taxista que la había acompañado desde Gavrio, dentro de su taxi aparcado, con la ventanilla abierta, y sacando el codo por ella. (Qué sorpresa, pensó que ya estaría de vuelta en Gavrio). El rubio fornido la miraba como si ya hubiera adivinado desde el principio todo lo que tenía que ocurrirle a Irene. La vio acercarse impertérrito, con un punto de impostura en su mirada solícita. ¿Taxi, free?, preguntó ella; y el hombre saltó raudo a abrirle la puerta y colocó de nuevo su bolsa de viaje (¿o era una mochila?) en el maletero. Entró en el coche, se giró inquisitivo y, ella, seria, solemne, espetó: Moni Pacanchandru, please. Se produjeron unos segundos de embarazoso silencio. Él entornó la mirada, y justo en el momento en que ella entraba en el umbral de la desolación, el taxista contestó: ¡Moni Panachrandou! ¡Ne,ne, no problem!
El taxi tomó la carretera que salía del pueblo y, poco después, se enfilaba por una pista de montaña, con tantas curvas y tan empinada que Irene pensó que el coche no subiría. Lo que te decía, al cabo de un rato, traqueteó un momento (¡que se cala, que se cala!) y se paró bruscamente. Joder, joder, Churri, adónde me lleva este tío. ¡Qué estoy en el culo del mundo! Parecía que estuviera colgada de un precipicio, ¡qué miedo, tía! El valle al fondo, y a lo lejos el pueblecito de Ormos Kortiou, junto al mar, todo a vista de pájaro. No problem, no problema, dijo el colega forzudo y, patinando, arrancamos no sé cómo cuesta arriba, culeando, hasta que, al cabo de veinte minutos, ¡por fin!, llegamos a un edificio enorme de altísimas paredes blancas, antiguas y muy rústicas, acabadas en sardineta: ¡el monasterio!, como si estuviéramos en el mismísimo Potala, churri.
El taxista hizo un gesto con las manos en señal de que habían llegado. Irene pagó con un billete de 20 euros, le pidió que la esperara y le dijo que guardara el cambio a cuenta de la próxima carrera (Churri, aquí los taxis son más baratos que en Barcelona). Accedió al recinto a través de una escalinata que daba acceso a un patio con una fuente y un plátano centenario. Uf, ¡que sombra!, ¡qué alivio! Bebió agua de la fuente, ¡qué fresca! Coneja, no te puedes imaginar el calor que hacía. Bueno, pensó, ahora a ver si lo encuentro. ¿Y si no está aquí? Vaya sitio más raro para hacer de guía turístico. Uy, Cuqui, qué emoción. Todo un año esperando para verlo. Irene entró a través de un largo pasillo abovedado de piedra seca y encalado que abocaba a un patio interior (¡qué guay!, ¡qué paz!). No te lo pierdas, Núria: aquí te hacen poner una falda para taparte las piernas y un pañuelo en la cabeza. ¡Puretas a tope! Avanzó algo más hacia el interior. Nadie. A la izquierda una puerta abierta, el interior iluminado. Hasta ahora, el monasterio parecía sumido en la más perfecta soledad. Silencio total. Irene asomó la cabeza. ¿Hello? Una ancianita con el pelo blanco como la nieve, recogido en un moño, que se entretenía ensobrando souvenirs en papel de celofán, se giró sobre su asiento: Yassas, saludó, y miró a Irene como si fuera un bicho raro, con una mezcla de fastidio y curiosidad. ¿Elías Theonas?, inquirió Irene. La mujer dudó un instante, luego abrió los ojos y declaró: ¡Iliiaas Zionas! Miro la hora y proclamó de nuevo: Yes, Ilías church now, y señaló con la mano la entrada de la iglesia, al otro lado del patio. Estará con un grupo de guiris, dándoles la turra con que si esto es del tal siglo o de tal otro, aquello del estilo cuál, pensó Irene. Qué mono, tan modosito él, y se lo imaginó con sus maneras apocadas, medio tímido, largándoles el rollo, con esas gafas de concha que parece un estudiante en un concurso de la tele. Entró en la iglesia. Desde afuera se oían los salmos cantados ¿Había misa, o cómo se llame? Sí. Eran las cinco de la tarde. Dentro, oscuridad total. Olor penetrante a incienso. La capilla le pareció chulísima; era un recinto pequeño, acogedor, muy recargado, super antiguo. Las paredes con pinturas al fresco, como aquellas que vio en el Pirineo (aquel viaje con sus padres). De la cúpula colgaban varias lámparas de plata, a cual más bonita. Molaba. Algunas personas, pocas, asistían a la misa. Una mujer, también mayor (uf, esto parece un geriátrico), situada de pie frente al atril, replicaba Kyrie Eleison, Kyrie Eleison a las letanías del cura (se llama pope). ¿Dónde estaba? Irene solamente oía la voz, pero no lo veía. Claro, el pope oficia en el altar, que en la iglesia ortodoxa se halla oculto a la vista de los feligreses. Churri, parecía una película de tan antiguo. Y ya estaba por salir, pues era evidente que allí no estaba Ilías, cuando por fin apareció el dichoso pope, salmodiando, de detrás de unas puertas de filigrana, cantando sus letanías con voz de pito. ¡Noooo! ¡A-di-vi-na-quién-era, churriiii! Sí, ya lo sé; ya hace rato que lo has adivinado (que poca gracia tengo para contarte las cosas): ¡Elíííaasss! ¡Qué heavy, Coneja! El puto Elías vestido como un papa, que le sobraba el atuendo por todos lados. ¡Me quería morir, Churri! ¿te imaginas?
  Irene estaba de pie, en el pasillo central de la pequeña capilla, demasiado pequeña para pasar desapercibida. ¡Trágame tierra! Esto le pasaba por estúpida, a quién se le ocurre pasarse un año embobada por un tío que conoció en Formentera. ¡Por-fa-vorrr! ¡que ya tienes veintitrés años!¡cuándo aprenderás de una puta vez!
El pope avanzó por el pasillo central saludando a los feligreses con un gesto de cabeza. ¿La había visto? Claro que sí. Disimulaba. ¡Qué cabrón! Avanzaba, aparentando seguridad en sí mismo, por el pasillo central. Estudiaba su reacción. Despedía a sus feligreses con un gesto displicente de la mano, brazos abiertos, como si fuera Jesucristo.
—Elías, ¿de qué vas?
—¡Iriiiina! ¡bienvenida a Andros!
—¡Qué bienvenida a Andros ni que leches! ¡Qué eres un puto cura, tío! ¿de qué vas?
—Puto cura, ¿qué es?
—¡Pope!, o cómo coño le llames.
—Irina, Irina, cálmate.
—Te he enviado al menos veinte emails, porque tú del WhatsApp pasas totalmente. Y ni puto caso. Tío… ¿y todo lo que me dijiste en Formentera? Nos queríamos…
—Irina, espera…
—Me has engañado, Elías; eres un mierder.
Flipa, Núria, flipa por un tubo. El tío me estuvo troleando todo el tiempo, con esa cara de empanao. Pero es que yo lo quiero, churri, me gusta mogollón. ¿Por qué tendré tan mala suerte con los tíos, tía? ¡Un pope! ¡y vestido como el Papa, tía! Pero no sé, mola, tiene un punto. Guárdame el secreto, dime que se me ha ido la olla, pero vestido de pope está super molón. Sí, ya sé; es muy friki. Pero he venido hasta aquí por él, ¿no? Pues aquí me quedo, a ver qué pasa.
Ilías acompañó a Irene hasta una sala que los monjes hacían servir de recepción y sala de estar. Era una amplia estancia, muy luminosa, paredes de piedra seca, muy rústicas, con vistas muy chulas sobre el valle de Korthi y la bahía cercana. Mirando a través de las ventanas, parecía que una estuviera colgada de un precipicio. Hay que ver dónde viven estos monjes, pensó Irene. Y no saliendo de su asombro, se preguntaba por qué Ilías la había engañado diciéndole que se dedicaba al turismo, cuando en realidad era un pope ortodoxo. Irene esperó cómodamente sentada a que Ilías, que le había servido una infusión y unas cookies, se cambiara de ropa. Apareció poco después con una sotana negra que le llegaba hasta los pies (flipa, Cuqui). Tan zalamero como siempre, cariñoso a tope. Como si no hubiera roto un plato. Y, ¡míralo! Con sus gafotas y su cara de buen niño de siempre.
—Irene, ¡me hace tanta ilusión que hayas venido! —y la estrechó hacia su cuerpo con un abrazo largo y sentido, apoyando su mejilla contra la suya.
No sabes como lloré, churri. Y le golpeaba en el hombro con el puño, impotente. Y él me acariciaba el pelo. Irene se dio cuenta que no podía sustraerse a él, era un sentimiento más fuerte que ella. Por un lado, se sentía humillada, vejada; por el otro, la aparición del Ilías de carne y hueso, la atraía poderosamente. Era un sentimiento contradictorio, pero no podía evitarlo. Hablaron largo y tendido. Luego, Ilías miró por la ventana como declinaba el día (el sol pronto se pondría detrás de los montes de Kaparia). Le sugirió a Irene una pensión en Ormos Kortiou (estarás bien; yo mismo me ocuparé de llamar desde aquí y reservarte una habitación). El jardinero del monasterio, un monje sudoroso y desgarbado, la bajaría en un coche destartalado antes de anochecer. Mañana sería otro día. Ilías la tranquilizó; él debía quedarse en el monasterio, pero mañana bajaría al pueblo y podrían estar juntos.
Irene seguía sin pegar ojo. Las dos de la madrugada. Se levantó de nuevo de la cama. El viento del norte se había incrementado y silbaba con fuerza. Los rugidos del mar, cada vez más levantado, acrecentaban su sensación de desamparo y tristeza. Apoyó las manos contra el vidrio húmedo de la ventana. A través del vaho veía el paisaje distorsionado, y su propio reflejo en la luz mortecina de la habitación: el aleteo furioso de las adelfas, las brumas frente al mar, su cabello revuelto, sus ojeras… todo parecía irreal. Qué solita me siento ahora, Churri. Lo que daría por que estuvieras conmigo. Te pediría consejo: mañana, ¿qué hago?, Coneja. Si es que estoy perdida. Pero este chico me gusta, churri, que le vamos a hacer. Soy una friki, ya lo sé. Pero el sentimiento es más fuerte que yo, que quieres que le haga. Es un amor imposible, ¿no? Dímelo, Coneja. No me engañes. Pero es que lo quiero, Cuqui, que voy a hacerle.