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jueves, 20 de septiembre de 2018

El crepúsculo de la democracia en España

La salud de la democracia en España ha levantado las alarmas en todo el mundo. La deriva autoritaria del Estado, bajo la excusa del pulso independentista en Cataluña, está dinamitando las libertades.
La revista digital OPEN DEMOCRACY, cuyo lema es “Free thinking for the world” acaba de editar varios artículos sobre la alarmante situación de los derechos y libertades en nuestro país. Yo estoy apuntado y la recibo por email. Open Democracy es un medio independiente que edita sesenta artículos a la semana que atraen a ocho millones de lectores de todo el mundo cada año. El artículo al que me refiero hoy se llama “Catalan National Day: free speech under threat” y el autor es Andrew Davis, director ejecutivo del Catalonia America Council, una organización que vela por estrechar las relaciones entre Cataluña y Estados Unidos. Davis ha sido, además, el jefe de la delegación del Govern de la Generalitat en EE.UU., Canadá y México.
El autor afirma que “las leyes actuales (en España) amenazan la protesta pacífica, a la que consideran un problema de orden público (algo, dice él, impensable en EE.UU.), se imponen multas severas por actos de desobediencia civil y se criminaliza la opinión de opositores online, dando a los servicios de seguridad poderes extraordinarios, mientras se limita la protección de los ciudadanos.”
Andrew Davis explica sus lectores que, a medida que crecía la tensión entre Madrid y Barcelona, “las restricciones en la libertad de expresión y de reunión han ido en aumento”. Explica igualmente que “los líderes de las mayores organizaciones sociales de Cataluña languidecen en prisión preventiva desde octubre de 2017 por cargos que las propias evidencias muestran que son falsas acusaciones” (y muestra el video en el que se demuestra lafalsedad de las pruebas acusatorias), recuerda, alarmado, que “nueve miembros del Govern de Cataluña y del Parlament se encuentran igualmente bajo arresto, mientras otros , incluyendo al President Carles Puigdemont, viven en libertad en toda Europa.”
No cabe duda que el mundo civilizado, el mundo democrático al que queremos pertenecer se muestra escandalizado por lo que está pasando. Somos muchos los ciudadanos que hemos apretado el botón de alarma, pero la animadversión generada contra los independentistas y los soberanistas es tan grande, que muchos, llevados por este espíritu de indignación, olvidan la tolerancia que debieran observar hacia los adversarios políticos y miran hacia otro lado cuando ven las graves conculcaciones de los derechos civiles, y el rápido desmantelamiento de nuestras libertades. Está en juego la libertad de todos, no sólo la de los independentistas. Debemos recordar, una vez más, que, en España, desde la proclamación de la Constitución del 78, nunca han estado prohibidas las ideas independentistas. Por lo tanto, no podemos quejarnos de que concurran con su programa a las elecciones y, como es el caso ahora, que las ganen, y que intenten materializar su programa, que para eso les han votado los electores.  
Vale la pena leer completo el artículo de Davis, del que recojo algunos puntos. Habla también del uso perverso de la ley antiterroristapara perseguir opositores, de que España es ahora el país del mundo que tienemás artistas con sentencias de prisión, o el denigrante uso de la calumnia y la difamación, llamando nazis a los líderes independentistas y comparando al President Torra con Hitler.
Ya sé que muchas de las cosas que se expresan en este trabajo son bien conocidas de todos nosotros, pero lo que me parece pertinente es que lo explique un extranjero, para un público extranjero. De esta forma vemos como el mundo se hace eco de nuestro conflicto y lo que opinan de él. Sin duda, un efecto importante a la hora de que ponderemos lo que pasa en casa, con la opinión de gente que, en principio, ven el conflicto con más sosiego, digamos, con menor implicación emocional.
Pero hay más. En esta edición tenemos la dudosa gloria de ser protagonistas (ojalá lo fuera por cuestiones más edificantes que constatar ante el mundo que aún somos un país de brutos).
Krystyna Schreiber firma una colaboración que se llama “Two kinds of justice in Spain”, en el que relata el caso de los jóvenes de Alsasua. Un caso flagrante de la utilización perversa de la ley antiterrorista. Habla también de los cargos de rebelión contra Cuixart y Sánchez, incomprensible para la mentalidad democrática de los europeos: También comenta la mentalidad retrógrada y ultraconservadora de muchos jueces en España, por desgracia los que dominan hoy la judicatura en nuestro país.
Finalmente, Open Democracy publica también un trabajo de Galvão Debelle dos Santos, que se llama “Exception in Catalonia one year after the referéndum”, en el que analiza como el cooperativismo influye en el movimiento independentista de Catalunya y viceversa. El autor es un estudioso del movimiento okupa y anticapitalista, la crisis y los rescates financieros. Es interesante como este autor explica las incidencias de estos fenómenos en la “pelea” entre Cataluña y España. Quién quiera saber más: https://www.opendemocracy.net/can-europe-make-it/galv-o-debelle/exception-in-catalonia-one-year-after-referendum


viernes, 22 de junio de 2018

¡Ay, la justicia española!


Un juez, Llarena, aparece en el centro de la imagen. Parece satisfecho; no es en vano: poco a poco ha ido escalando las intrincadas cumbres del viejo mamotreto, el aparato del Estado, hasta llegar a lo más alto. ¡El tribunal Supremo! Sus colegas, sentados alrededor, con sus puñetas de puntilla, sus añejas togas, aplauden al colega. La escena parece salida de un cuadro de mediados del siglo XIX. El poder. El orgullo de elevados funcionarios que, envueltos en sus prendas de otros tiempos, se endiosan y nos miran altivos desde su endiosada altura. La sala, con sus fríos mármoles y sus bruñidos despachos de nogal, barrocos, representan perfectamente la alta judicatura española: un escenario obsoleto, periclitado.
Un amigo mío, que conoce el mundo de la judicatura, me decía que no nos podemos imaginar hasta qué punto son carcas los altos magistrados de este país. ¡No me extraña! ¿Los habéis visto cuando hablan? ¿Cómo visten sus togas trasnochadas? ¿El ambiente decimonónico en el que se mueven? ¿La prepotencia con el que nos miran a la gente común?
Mi amigo me dice también que los jueces están desbordados: ¡los jueces comunes tienen más de mil casos que atender cada año! Descontando los días festivos, ¿a cuántos tocan diariamente… tres, cuatro, cinco? ¿Os imagináis semejante desmadre? A buen seguro que, si eso os pasara a vosotros, gestionando una empresa privada, ya os habrían echado a patadas a la calle. ¿Habéis entrado alguna vez en un juzgado? ¿Habéis visto el desmadre que hay, con montañas de papeles por todos lados? Esta gente sigue trabajando como hace cien años, ¡o más! ¡¿in-for-má-ti-caaa?! ¡Qué es eso!... ¡Por dios! ¿Quién manda aquí? ¡Cómo se puede ser tan inútil!
Uno de los temas más hirientes de la quiebra del estado democrático actual es la prepotencia de quienes ostentan la máxima representación del Estado, sobre todo en el ámbito del poder judicial. Parecen saber que el poder lo detentan ellos y no la gente. “Bahh!”, piensan, “aquí mandamos nosotros”. Cuando las cosas se han tensados, hemos descubierto la verdad. ¡Qué triste! O, peor aún, ¡qué timo!
¡Ay, la justicia en España!
Poco a poco hemos ido comprobando que las sentencias de los jueces tienen más que ver con SU interpretación de la justicia que con las leyes. En otras circunstancias esto podría pasar desapercibido, incluso ser hasta positivo, pero resulta que los jueces tienen unos valores antagónicos a los de una sociedad ya muy evolucionada, del siglo XXI. Las sentencias que dictan muestran cómo piensan, en qué creen, cuáles son sus valores. ¡Sus valores no son sólo caducos, es que son inmorales! La sociedad está descubriendo con alarma e indignación, por no decir repugnancia, esos valores que representan los jueces, ¡y que de ellos dependa decidir lo que es justo y lo que no!
Pero se les ve: nos desdeñan. Son prepotentes. Se sienten fuertes, y amparados en el mucho poder que tienen. Se autoconfirman a ellos mismos. Viven una realidad paralela, autista. Comparten entre ellos valores caducos, periclitados. Pero eso no sería lo más grave, ¡nada más faltaría! Si no fuera porque esos valores son dañinos, injustos y producen sufrimiento. Cuando liberan a violadores, o les imponen sentencias blandas, muestran sus convicciones sexistas, imponen su dominio machista, y aplican la violencia para imponerlo. Cuando persiguen la libertad de expresión, inventando miserables subterfugios legales que conculcan la más elemental regla de los derechos humanos, imponen por la fuerza sus ideas. Cuando permiten que se apalee a la gente, o encarcelan a adversarios políticos y dan órdenes para arrasar las instituciones y las iniciativas de las minorías, lo que hacen es doblegar y humillar a sus adversarios, implantar su orden injusto.
¡Ay, la justicia en España! Esos viejos mamotretos de la imagen, no son en absoluto inofensivos. Representan lo peor de nuestro Estado. Un Estado que, en muchos momentos de la historia, ha basado su gobierno en la imposición. La brutalidad y la fuerza han sido durante siglos la manera de imponer a los demás las convicciones de unas élites, cerriles, provincianas y brutales. Unas convicciones desprovistas de valores humanísticos, centrados exclusivamente en el lucro y el provecho injusto de unos pocos, élites egoístas, injustas y brutales. ¡Hasta cuándo!
No debemos, pues, extrañarnos de que liberen a violadores, imputen a periodistas que desvelan la verdad para nosotros con sus investigaciones, o metan en la cárcel a nuestros líderes por sus ideas. No debe extrañar que metan a chavales jóvenes en prisión por cantar, por expresar su opinión, por ejercer un derecho que les corresponde. ¿Hasta cuándo vamos a tolerar que nos sigan amedrentando?

Foto: Joan J. Queralt. El Periódico.