viernes, 1 de abril de 2016

Imre Kertész


Foto: Antonio Moreno

Me ha sorprendido la muerte de Imre Kertész. Y digo que me ha sorprendido, pues me ha apenado conocer la desaparición de un escritor cuya lectura me impresionó, me dejó una huella profunda. Ya sé que se ha hablado mucho del holocausto y que a muchos les molesta pues este discurso se ha apropiado de la barbarie, dejando de lado otros muchos genocidios que sufre la humanidad.
Me refiero a la pequeña novela Sin destino. Es una obra autobiográfica en la que Kertész relata el paso de un niño por Auschwitz y del que salió milagrosamente vivo, gracias a la inmensa voluntad de vivir que tiene un niño y a su enorme capacidad para la picardía y la supervivencia. Esa mirada del horror desde la mente de un niño me impresionó mucho. 
Pero recuerdo sobre todo el final del libro, cuando el chico retorna a casa, si no recuerdo mal en un Budapest devastado por la guerra, para encontrase con lo que queda de su familia. Es recibido en su propia casa con frialdad y un punto de desconfianza, incluso de incomodidad, como diciendo: ¡vaya hombre, no contábamos con esto! Durísimo. Como diría Javier Cercas, en su excelente nuevo ensayo, este es el punto ciego de la novela, el enigma, una pregunta sin respuesta sobre nuestra esencia como seres humanos, que nos deja desolados en el fondo del abismo.

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