martes, 8 de marzo de 2016

¿Somos narcisistas?

Madurar es ir aproximando lo que crees ser a lo que eres”. Cierto. Frank Yeomans, psiquiatra especialista en el trastorno narcisista. El narcisista cree ser mucho mejor de los que es y su problema es que tan sólo él lo cree. Se protege de la verdad dentro de su ego, construyendo poco a poco una personalidad falsa y delirante, la que transmite a los demás, con una alta (altiva) consideración de sí mismo. Pero en realidad, el narcisista en su interior, en una inconsciencia que apenas aflora a la superficie, se siente inferior. Por tanto, su imagen altiva de cara a los demás, no es más que una estrategia para combatir esa inferioridad. Esta contradicción le hace profundamente desgraciado. En su narcisismo proyecta sus fantasías hacia los demás, para hacer cuadrar el mundo con la imagen que él tiene del mismo (o que desearía que tuviera). Así los demás, independientemente de los que son, pasan a formar parte de su delirio en una jerarquía que divide el mundo en personas inteligentes, interesantes y válidas como él y otras mediocres que no merecen su consideración. Al contrario, en su condición de seres inferiores, están en la tierra para admirar las dotes y las magníficas cualidades del narciso, el cual siente de esta manera crecer su ego. Si hay algo que saca de quicio a un narciso es la constatación que aquella obra que ha realizado –un libro, un cuadro, una película,..—que él cree una obra maestra, no llama la atención de nadie. Nadie parece darse por enterado, y poco a poco constata que aquella obra que debería haber detenido el mundo, que debería haber suscitado verdaderas aclamaciones de entusiasmo, no solo ha pasado totalmente desapercibida, sino que incluso cabe la sospecha de que muchos la consideren simplemente mediocre. A consecuencia de esto, las relaciones humanas del narciso se limitan a una dinámica de admirador y admirado, en la que la complicidad, la amistad, el compartir de verdad sentimientos de igual a igual no tiene la más mínima importancia. Sólo cuenta la sumisión del admirador hacia la grandeza del admirado. Por lo tanto, el narciso es incapaz de tener una relación de igual a igual, con lo cual acaba cayendo en terribles depresiones cuando sospecha que hay personas felices que se aceptan tal cual son, asumiendo, lo que no es fácil, los tremendos defectos y limitaciones que todos, en nuestra imperfección, acarreamos. Esta difícil aceptación, esta seca constatación que nos reconduce a la realidad, se llama madurez.

Con esto llegamos a punto de extrema importancia; la aceptación de la verdad es muchas veces una operación de humildad, la aceptación de que somos bien poca cosa. Desde la sencillez de esta asunción podemos llegar a ser libres, pues la sencillez es liberadora; mientras que el narciso, en la altiva y falsa posición en que se encuentra, negadora de la realidad, se ve sometido a una cruel esclavitud. Un esclavo de sí mismo, pues para seguir viviendo en esta fantasía, se aísla cada vez más. El mundo se convierte en un lugar hostil, pues los demás son vistos con desdén y desprecio. Así el narciso se acaba encontrando solo, sin la complicidad de una verdadera amistad, sin conocer una relación auténtica y sincera con alguien. A veces, sospecha, como si el inconsciente le susurrara en el oído, que en realidad es un mediocre pues ya ve que nadie admite su superioridad.

El mundo actual es un mundo con una cantidad de narcisos considerables. Podríamos decir que, de una forma perversa, nuestro mundo los fomenta y los hace crecer como si de un cáncer desbordado se tratara. Empezando por las madres que educan a sus hijos en la convicción de que son los mejores, mimándolos en exceso. Acabando por una sociedad de mercado que basa gran parte de su negocio en “masajear” el extendido narcisismo y explotar a sus víctimas vendiéndoles todo aquello que los reafirma en su triste trastorno o, más cruel aún, los explota para sacarles más jugo en sus respectivos trabajos, pues conocedores de su incapacidad para relacionarse normalmente con los demás, los someten a la adicción del trabajo, en donde estos se refugian para disimular su falta de amigos, de vida social.

Al filo de todo esto, podemos citar las redes sociales y asociar parte de su éxito al creciente número de narcisos en nuestra desorientada sociedad. Así, por ejemplo, es fácil constatar, con absoluta estupefacción, como muchas personas confunden los amigos de Facebook con los verdaderos amigos (que seguramente no tienen, ni saben lo que son). De esta forma, hemos convertido los “me gusta” en pequeñas píldoras de placer que masajean nuestro narcisismo y nos acomodan en nuestra delirante actitud, manteniéndonos engañados y sólo buscando de forma compulsiva más y más “me gusta” en una obsesión sin fin, que nunca nos satisface del todo, pues ambicionamos más y más y así, poco a poco, en lugar de curarnos y despertar a la realidad –en definitiva, de madurar--nos vamos hundiendo en nuestra solitaria tristeza.

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