Acudo al gimnasio a las doce
y media. Hay que entrar antes de la una, sino te quedas fuera con un palmo de
narices. Cosas del low cost: una
modalidad para pagar menos. Como me gusta la bicicleta, me llama la atención el
spinning. Una modalidad gimnástica
que consiste en rodar sobre una bicicleta estática al ritmo de la música. Algunos
días, cuando paso por delante de la sala de spinning, que se encuentra a la
salida del vestuario, me asalta la música infernal, a todo volumen, que acompaña
a este ejercicio. Con un ruido ensordecedor, retumba todo el gimnasio al ritmo
de la música a todo taco. Un montón de ciclistas, en pleno frenesí y a un ritmo
frenético, pedalean como locos en el interior oscuro, con efectos sicodélicos,
como si se tratara de una discoteca sui
generis. Es un auténtico aquelarre del ciclismo indoor.
Discretamente y con cierta
timidez, hoy he decido entrar antes de la sesión oficial. El local está casi
vacío, más tranquilo y discreto. Apenas dos o tres personas pedalean medrosas
en una esquina oscura de la sala. Uno puede entregarse a ensayar el invento
lejos de las miradas y del ajetreo del spinning
en su climax. En el centro de sala,
frente a las bicicletas estáticas que están dispuestas formando un anfiteatro semicircular,
han instalado un enorme televisor que emite las sesiones virtuales. La pantalla
ya ha empezado a emitir una sesión de treinta minutos de la mano de una
atractiva monitora. Hoy toca subir a una cumbre, así que el paseo será duro. La
monitora muestra un excelente humor y una energía desbordante, contagiosa. Todo
invita a subirse a la bici cuanto antes y empezar a pedalear. El recorrido
virtual discurre por un paisaje alpino, amplio, despejado. Circulamos
virtualmente por el llano, a una agradable velocidad de crucero, durante los
primeros minutos de pre-calentamiento. Formidable sensación. La monitora, y la
música, marcan un ritmo que embriaga. Uno se siente bien, en plena forma, con
la moral alta. Embargado por un enorme optimismo, la cadencia del pedaleo me
pone poco a poco en forma, con una grata sensación de flexibilidad. Progresivamente
empieza la pendiente, el esfuerzo sube de tono y las piernas empiezan a pesar. El
escenario muestra ahora montañas de ensueño, con las cumbres nevadas a lo
lejos. La monitora, sonriente, cada vez más eufórica, marca el compás y anima a
pedalear más duro: y va, y va, y va… y dos, y dos, y dos. La sudoración es
intensa, las piernas apenas pueden. Sensación de sofoco, pero cuando estoy a
punto de bajar el ritmo, la monitora emite un sorprendente gemido acompañado de
un comentario perentorio: ¡¡¡no, no, nooo abandones ahora!!! Y marcando siempre
el ritmo, embriagada y con los ojos en blanco recita cadenciosa: ¡¡¡Sigue, y
sigue y sigue!!! Sacando fuerzas de flaqueza, me reengancho al esfuerzo. Al
poco, la mente me traiciona persuadiéndome para bajar el ritmo. ¡Oooh, aaahhh,
no, no, no abandones, noooaaaahhj! La situación es embarazosa, ¡cualquiera abandona!
Hay que seguir como sea, no faltaría más. La cuesta es criminal y el pedaleo,
ya muy intenso, puesto en pie sobre la bicicleta, me acerca al límite de mi
resistencia. La pantalla muestra ya las heladas laderas de la cumbre. Lejos
quedan los suaves llanos. Las piernas pesan, la cadencia deviene casi
imposible. La mente pide a gritos tirar la toalla. Ya estoy a punto de
rendirme. No puedo más. Pero la voz cruelmente sensual de la monitora es fatal:
envolvente como el canto de una sirena emite un nuevo gemido, infinitamente más
inquietante que el anterior: ¡¡ no abandones!! ¡¡Nooo!! uuuummm, oooohhh,
uuuaaaahh…siiigue, oh si sigueee, uuum siiiggguuueee… y dos, y dos, y dos. El
orgullo me mantiene al pie del cañón. ¡Ay, ay, ay, que nos vamos a matar! –me
digo-- pero aquí no se puede abandonar: antes morir que quedar mal. Uf. Las
pulsaciones están que se salen, el corazón retumba en la caja torácica, el
calor es intenso, las sienes laten como locas. Resoplo como un jabalí. La mente
gira en torbellinos. ¡¡Ya no puedo maaaaassssss!! Pero nuestra sirena olímpica
no perdona: ¡No lo dejes ahora, nnooooo! ¡Un poooco maaaás y ya... YA… ¡YAAA…
caasiii es-ta-mos!! Y dos, y dos, y dosss… Mi cabeza reposa ya directamente en
el manillar, con la lengua fuera y los ojos que bizquean. Las piernas giran
solas por la propia inercia de los pedales, como si fuera un muñeco de trapo. Y
dos, y dos y dossss… --gime la monitora-- ¡ya llegamos, ya llegamos…siiiií,
siiiiiií y siiiií. No lo puedo creer: ¡lo he conseguido! Me bajo de la bici con
una sensación equívoca. Tiemblo como un flan. Apenas me puedo sostener sobre
las piernas. Dando tumbos salgo de la sala y me dirijo, medroso, al refugio
seguro del vestuario. Me espera una ducha reconfortante. ¡Uf, qué dura es la
vida del ciclista!
Foto: Pintura de Ramon Casas (1897), Tandem de Ramon Casas y Pere Romeu
¡¡¡Ja, ja, ja!!! Me he partido leyéndote, pero no te dejes embaucar por estas sirenas perversas que te partirán el alma, o los gemelos, o lo que se tercie... ¡Qué época ésta, que nos conduce a la muerte, víctimas de nuestras obsesiones... Petons
ResponderEliminarUn abrazo, Clara
Eliminar