De los periódicos:
Mariano Rajoy entrega a Carles Puigdemont
un facsímil de la segunda parte del Quijote
Dedicado a Mariano Rajoy, inefable gobernante de las Españas… ¡en funciones!
La entrada de don Quijote y su escudero en Cataluña fue un
poco inquietante. A decir verdad, si al despertar de la primera noche que
durmieron en nuestro territorio no hubieran sido tan gallardos y decididos, –¡cómo iba a ser de otra manera, después de todas las cuitas por las que habían
pasado! —habrían puesto pies en polvorosa, desandando el camino de vuelta. No
habría para menos. La tarde anterior, cuando ya oscurecía, habían entrado en un
espeso bosque de encinas y alcornoques. Seguramente coronaron el collado del
Bruc, que por aquella época era una zona desangelada y peligrosa. Así que se apearon
de sus bestias y se arrimaron al cobijo de un buen árbol para pasar la noche. A
la mañana siguiente, al levantarse Sancho, se dio un susto de muerte, pues
colgaban extraños racimos de los
árboles. Lo tranquilizó, entonces, don Quijote, que no por loco, dejaba de ser
un hombre culto y bien informado. Los tenebrosos frutos que colgaban de los árboles, no eran otra cosa que
bandoleros ajusticiados en la horca. ¡Espeluznante panorama!
Se sabe que el bandolerismo constituía un problema muy
severo en la Cataluña de los siglos XVI y XVII y, efectivamente, la justicia
actuaba de forma sumarísima: cuando prendía a los bandidos, los ahorcaba de
forma expeditiva e inmediata.
Aún no se habían repuesto del susto nuestros amigos
manchegos cuando, con la luz del amanecer, vieron aparecer a otros cuarenta
bandidos—esta vez vivos—que se dirigían hacia ellos, charlando animadamente entre
ellos en lengua catalana. Era la famosa banda de Perot Roc Guinart, conocida y
temida en toda la península—y más allá—por sus tremendos estragos. Estaban ya los
forajidos puestos en faena, limpiando los bolsillos de Sancho Panza, cuando
apareció el jefe, el mismísimo Perot Roc Guinart. Pero mira por dónde que, a
Perot, pareció caerle en gracia don Quijote, al que vio apoyado en un árbol con la más triste y melancólica figura que
pudiera formar la misma tristeza. Ordenó el bandolero a sus hombres devolver
los peculios al escudero bonachón. Guinart era un bandolero justiciero, amigo y
protector de los desheredados y ve en don Quijote a un pobre desvalido que,
además, está como una cabra. En su compasión, decide protegerlo. Siente
simpatía por él. Y así se entabla una sincera amistad.
¿Quién iba a decirnos, pues, que la entrada en Cataluña de
nuestros famosos héroes sería de la mano de los antisistema de la época, de los
revolucionarios de entonces que luchaban contra el poder establecido, pues no
otra cosa eran estos bandoleros que menudeaban en los pasos estratégicos de
Cataluña y Andalucía? Así la cosa, Perot Roc Guinart, entrega una carta de
recomendación al caballero andante don Quijote de la Mancha, para que se
presente con estas credenciales a un amigo suyo en Barcelona.
Lo esperará, en una fecha concertada, en la playa de la ciudad. Hay un punto de
malignidad en esta misiva de Perot a sus íntimos de Barcelona, pues ya se le
escapa la risa de la rechifla que puede organizarse en la ciudad condal a la
vista de tan curiosos personajes.
Don Quijote y su inseparable Sancho llegarán a la playa de
Barcelona nada menos que la noche de san Juan. ¿saben lo que les espera? La
noche de san Juan en Barcelona no es moco de pavo. La playa estaba
espléndidamente vestida para las fiestas. Los vecinos de la ciudad paseaban por
ella sobre sus monturas, ricamente ataviados. Sonaban fanfarrias, trompetas y
clarines. Flameaban estandartes y gallardetes de las numerosas naves y galeones
que estaban fondeadas. Y disparaban éstas sus cañones en son festivo,
recibiendo cumplida respuesta de la artillería de Montjuic. La sorpresa de
Sancho al ver el mar por primera vez fue mayúscula; él, ¡que sólo había visto
la laguna de Ruidera! Y no menos asombro la de los barceloneses al ver a estos
castellanos vestidos de esa guisa, con esas armas ya en desuso y sendas
andrajosas cabalgaduras. El cachondeo fue monumental. El amigo barcelonés de
Roc Guinart y sus secuaces reciben al hidalgo con estas palabras de pitorreo: Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo,
el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más
largamente se contiene, bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la
Mancha. A continuación, todos ellos rodean a los héroes manchegos, montados
en sus monturas, y los acompañan hacia la ciudad. Así encerrados en medio de la
cuadrilla de maleantes, al son de las
chirimías y los atabales, se encaminaron con él a la ciudad: al entrar de la
cual, el malo que todo lo malo ordena –el diablo--, y los muchachos que son más malos que el malo, dos dellos traviesos
y atrevidos se entraron por toda la gente y, alzando uno la cola del rucio y el
otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas –plantas
muy espinosas de bellas flores amarillas, pero que pinchan como un demonio--. Sintieron los pobres animales las nuevas
espuelas y, apretando las colas, aumentaron su disgusto de manera que, dando
mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quijote, corrido y
afrentado, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote, y Sancho, el
de su rucio. Quisieran los que guiaban a don Quijote castigar el atrevimiento
de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre más de otros mil
que los seguían.
Sabedor de la inmensa fama de editores e
impresores de Barcelona, tenía el hidalgo castellano la intención de visitar la
reputada imprenta de Sebastià de Comellas. Para su sorpresa, descubrió que se
estaban corrigiendo las galeradas de un libro falsario titulado Segunda parte del ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha de un tal Alonso Fernández de Avellaneda. ¡Qué vergüenza!¡impostores!¡plagiarios!¡Indeseables!
don Quijote sale decepcionado de la imprenta dejándolos por tontos; ¡qué saben
ellos de esta historia y de su valiente caballero! La verdadera, ¡claro!, relatada
por el mismísimo Cide Hamete Benengeli, su autor auténtico, reputado y genial.
Miguel de Cervantes.
Don Quijote de la Mancha. Edición del
Instituto Cervantes y Crítica, dirigida por Francisco Rico. Barcelona, 1998.
Foto: Jan Conerlisz Vermeyen (1572), basado en una imagen
anterior del 1535, hoy desaparecida
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNo sé...Yo pienso que sí. En la época, el pueblo se sentía identificado con estos bandidos.
ResponderEliminar¡Qué terrible eso de los 'frutos'! Como aquellos 'Strange fruits hanging from a tree' de Billie Holiday...
ResponderEliminarSiiiií, efectivamente... también pensaba en el tema de Billie Holiday cuando lo he escrito. Aquí, el dramatismo y la rabia que produce la imagen de Holiday en la barbarie contra los ciudadanos negros, se troca en la inconsciencia de este par de iluminados, que no parecen muy inquietos por el peligro que los acecha.
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