La intimidad de las personas está
desapareciendo poco a poco. Es una de las consecuencias de la sociedad de la información
y de este mundo hiperconectado. La primera vez que tomé conciencia de este
hecho, fue un día que descubrí con estupor, frente a mi ordenador, que Linkedin
me informaba, sin ningún pudor, de quién estaba contactando con quién entre mis
contactos. Me pareció una indiscreción imperdonable. Una desfachatez
descomunal; ¿cómo se atrevían a explicarme a mí, que fulano estaba en ese momento
contactando con mengano? ¿O cómo se atrevían a filtrarme quién estaba revisando
mi currículo en ese momento? Me pareció chocante e inconcebible. ¿Y si resulta
que zutano quiere consultar discretamente mis datos en Linkedin y desea que yo
no me entere? Sabemos que nuestros gobiernos, en complicidad con las grandes
empresas del mundo de la conectividad, almacenan y usan nuestros datos sin
nuestro consentimiento. Nuestro derecho a la intimidad, a mantenernos poco
visibles si lo deseamos, a mantener una actitud discreta, ha ido desapareciendo
poco a poco, casi sin que nos demos cuenta. Hoy, cualquier cosa que hagamos o
digamos es susceptible de trascender a miles de personas. Tenemos la angustiosa
sensación, de que cualquier cosa que hagamos o digamos esté en el candelero. Y
que ello nos haga pasar una vergüenza descomunal. Yo tengo el sentido del
ridículo muy desarrollado y, por tanto, me incomoda esta promiscuidad
descontrolada. Reconozco que en algunos casos, esta violación de nuestra
intimidad se vuelve a favor; veamos por ejemplo, el caso del gamberro que
agredió gratuitamente a una mujer en la Diagonal de Barcelona y su amigo colgó
el vídeo en Facebook. A las pocas horas, cientos de miles de ciudadanos
conocían y reprobaban el hecho. La policía intervino para detener al miserable.
Pero en otros casos eso se vuelve claramente en nuestra contra. Por ejemplo,
antes o después emitiremos una opinión sobre nuestras opciones políticas, o
religiosas. ¿Quién nos dice que un día todo esto no puede volverse en contra
nuestro? Nuestro sagrado espacio de intimidad ha sido invadido y con ello se
han llevado una de las cosas más sagradas que teníamos. Sin embargo, no estoy
seguro si los más jóvenes que yo opinan igual. Creo que no; de hecho ya forman
parte de otra “cultura”. Porque la “cultura” ha cambiado como consecuencia de
la conectividad. Ojalá todo esto no se vuelva algún día en contra de ellos. Me
temo que son un poco ingenuos, pues el mundo sigue siendo un lugar inseguro
para algunas de nuestras creencias. La prudencia y la intimidad seguirán siendo
un lugar indispensable para nuestra seguridad.
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