jueves, 7 de diciembre de 2017

Catalunya, capital Bruselas

“Don Mariano, la manifestación en Bruselas ha sido un éxito, lo lamento”, suena una voz lacónica y metálica al otro lado de la línea. Don Mariano cuelga el teléfono en la Moncloa. Un tic casi imperceptible delata su incomodidad por la noticia. Según la policía belga, unas 45.000 personas se han concentrado en el centro de la capital de Bélgica, hoy capital de Catalunya. Todos los noticiarios del mediodía abren con la noticia. Europa perpleja empieza a suponer que quizás sí que algo no acaba de funcionar en España. ¡Carallo, estamos ben fodidos con isos catalanes!, espeta el Presidente.
—Don Mariano, la vicepresidenta doña Soraya al teléfono —suena la voz de la secretaria en el dictáfono.
—Pásemela —consigna el Presidente
—Presidente… ¡la madre que los parió! Y ahora que hacemos…
—Bien…, eso, Soraya… son cosas que pasan. Hilillos que se forman y acabarán por disolverse. Sí, sí… Oye, Soraya, habla con TVE; ¿Tenemos alguna cosilla entretenida para pasarles a los españoles? Ya sabes… Esto, llama a la Junta Electoral y diles que censuren la noticia: conculca los tiempos asignados a cada formación.
—Que no cuela Mariano, que hoy en día todo el mundo lleva esos malditos chismes y se enteran de todo por el tuiter, el guatsap y el feisbuc. Tenemos al personal soliviantado, están que trinan. Cospedal se ha vestido de capitán general y ensaya proclamas ante el espejo.
—Tranquila, Soraya. Lo mejor es dejar pasar el tiempo. Mantenerse agazapados, sin decir ni pío. Mutis por la audiencia.
—Mariano, tu siempre con la estrategia de la tortuga escondiendo la cabeza bajo el caparazón esperando que amaine la tormenta. Que no cuela, mira el lío que se ha montado. ¡A mala hora no nos sentamos a hablar en su momento con el Pucdemon!¡Mira el follón que nos han montado ahora!¡Qué nos hunden el país, Mariano!
—Sorayita, que este no traga con cualquier cosa. Ya sabes que estos separatistas son muy duros de mollera.
—¡Mariano, Mariano! …cuelgo un momento, que me llama por la otra línea el Marqués de Montevelludo…
—¿¡Don Gaspar!?
—Sí, te vuelvo a llamar en un segundo.
La Moncloa es ahora un hervidero de teléfonos sonando. Parece un espectáculo de feria. El Presidente pasea arriba y abajo apenas desperezándose de su flema. Se atusa la barba. Encoge los brazos junto al cuerpo y da cuatro o cinco rápidos saltitos, rodillas bien altas, como si se dispusiera a correr los cien metros libres o, quizás, simplemente rememora su footing madrugador. Una nueva estridencia resuena en la oficina presidencial. Es la voz de la secretaria que anuncia al presidente Juncker.
—El Presidente de la Comisión al aparato, Presidente.
—No, no, Ketty. Ahora no. ¡Sólo me falta que este!
Ya me lo decía mi padre, piensa el Presidente; cuanto menos te lo esperas, saltan estos catalanes y te montan la de dios es cristo. ¡Y cuanta razón llevaba, carallo! Esto ya no hay quien lo pare, como los separatistas consigan su propósito, me cortan los huevos.
—Presidente, doña Soraya de nuevo. ¿Le paso? —inquiere Ketty.
—Sí, sí, pásamela —dice Rajoy recuperando la compostura.
—¿Mariano?
—Sí, dime, dime…
—¡No veas la que me ha montado don Gaspar! Quieren ir en procesión hasta Bruselas… Montar una romería españolista, para protestar por la manifestación de los separatistas y sentar ante Europa con meridiana claridad que España es Una, Grande y Libre además de totalmente indivisible. Parece que cuenta con la adhesión de la Orden de los Sagrados Caballeros del Tapiz de Mantua, Los Caballeros del Sepulcro Enigmático, la Sociedad Civil España Es Ultra, la Hermandad de Jueces y Fiscales Monárquicos y la Sociedad Taurina de Peñafiel, que pide prestada la cabra de la Legión.
—Uy, uy, Soraya. Mira a ver como te lo quitas de encima. Sólo nos faltaba esto. Además, ya sabes que no tienen ni un duro y nos vienen siempre con el cuento de que si una subvención, que si…
—Don Mariano, el President Puchdimon… digo, el señor Puchdimon le llama desde Bruselas. ¿Le paso? —inquiere la secretaria, cortando la conversación con la vicepresidenta, consciente de la importancia de la llamada.
—Soraya, ¡el Puchdi! Te llamo luego —dice el Presidente y pulsa el botón de su terminal para conectar con el prófugo separatista:
—Dígame, dígame Puchdemong, ¿Qué se le ofrece?
—Presidente Rachoi, ríndase a la evidencia. ¿Ha visto el éxito aclaparador de nuestra manifestación? Le reconozco que ni yo mismo me sé avenir. Me gustaría que hiciera una reflexión raonada de los hechos de hoy y en traiga las conclusiones.
—Mire, señor Puchdimong, la ley es la ley, como no podría ser de otra manera, y está para cumplirla. Yo me debo a la Constitución y no puedo saltármela a la…
—¡Prou, prou, Mariano! que esta canción ya me la sé. Semos y seremos gente catalana; queremos lo que queremos y no renunciaremos a nada para aconseguir nuestro anhelo de libertad.  Así que, tan aviado como gane estas elecciones que usted mismo ha montado, vaya proponiendo una trobada.


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