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lunes, 13 de noviembre de 2017

Justicia inquisitorial


El día el 16 de febrero de 1616 es un día fundamental para la historia de Europa. Esta a punto de producirse uno de los acontecimientos más transcendentes de la historia de nuestra civilización. El prestigioso y reconocido sabio Galileo Galilei, eminente ciudadano, es convocado por el Santo Oficio. La Inquisición está escandalizada por sus tesis sobre el Heliocentrismo. Quieren censurarlo, escarmentarlo por su intolerable osadía. Días atrás, la poderosa Iglesia católica, el papado, el establishment europeo, escandalizada por la tesis expresada por Galileo de que la Tierra se mueve alrededor del Sol, deciden detenerlo y enviarlo a prisión. Su proposición revolucionaria dinamita los cimientos del pensamiento tradicional, sólidamente establecido. Un atentado, no ya contra las leyes, sino contra los principios divinos inamovibles, contra la concepción verdadera del mundo. Los inquisidores, astutos, comprenden que el sabio Galileo es una seria amenaza contra el poder establecido que ellos representan y que se sustenta en una determinada manera de concebir el mundo, asentada como verdad irrefutable. Ante el peligro que entraña tamaña osadía, se deciden por una estrategia tan astuta como miserable. Proponen a Galileo que abjure de su proposición heliocéntrica a cambio de entrar en prisión y recuperar así la libertad. El científico renacentista ya es casi un anciano, consciente de que no podrá resistir los duros rigores de la prisión. Acepta, humillado, la propuesta. Está a punto de retractarse de sus intolerables tesis sobre el Universo. Se dispone una pantomima en la plaza pública, a la vista de todos los ciudadanos. Se da amplia publicidad al acontecimiento. Los opulentos cardenales se sientan solemnes en el tribunal del Santo Oficio, haciendo bien visible su poder omnímodo. Galileo, humilde y vencido, declara humillado bien alto y fuerte para que pueda ser oído por todo el mundo:
—Me equivoqué cuando, en mi insolente vanidad, aseguré que la Tierra se mueve alrededor del Sol. La verdad, como rezan las Divinas Escrituras, es que la Tierra es el centro del Universo y el Sol gira a su alrededor, tal como Dios lo creó por los siglos de los siglos.
Con esta confesión, el poder inquisitorial se dio por satisfecho. Nada podía convenir más a sus intereses que el sabio abjurara de sus convicciones. Eran conscientes que el castigo infligido era mucho más severo y cruel que entrar en la prisión. Con esta miserable patraña la Iglesia Romana perpetuaba un tiempo más su injusta imposición sobre la sociedad y mantenía una mentira que daba aliento a sus mezquinos intereses.
Galileo Galilei, fundador de la ciencia moderna musitó para sí: “E pur si muove”. Con este hecho, Galileo alumbraba el nacimiento del mundo moderno, un paso de gigante de la humanidad hacia su liberación y su progreso.

El espíritu de Galileo Galilea campa hoy en el ambiente. España muestra una vez más que es una digna heredera de la intransigencia de la Inquisición, no en vano es una Institución que ella misma inventó y utilizó durante siglos para doblegar, torturar y asesinar a sus adversarios. Centenares de miles de víctimas fueron masacradas por su ciega, brutal y vengativa forma de hacer justicia. Con razón, los historiadores la consideran una de las instituciones más macabras y letales de la historia de Occidente.

Hoy flota en Catalunya un aire enrarecido. Se ha instalado en el ambiente, de forma sólo sutilmente perceptible, un clima de amedrentamiento. Nuestros líderes políticos están encarcelados. Los que no lo están, aparecen medrosos ante la opinión pública. De la noche a la mañana parecen haber cambiado su pensamiento. La prensa, sorprendentemente, modula sus convicciones, las suaviza, las disuelve imperceptiblemente en una blanca ambigüedad. Algunos responsables políticos, asustados, dicen estar convencidos que los espían, que les roban documentos. Una neblina como de un gas letal invade poco a poco todos los recovecos, como un veneno que no huele y no es visible, pero que transforma poco a poco el paisaje. Nuestros principales líderes, en el exilio, en la prisión o en la calle, manifiestan ahora incoherentes opiniones contradictorias. El veneno va impregnando todo poco a poco. La represión, ahora sutil y taimada, ejerce su inexorable presión. La intimidación se presiente, pero no se ve. Ya no son los burdos apaleamientos del uno de octubre. Ahora es el inexorable, terrible despliegue de la razón de Estado, que paralizando con el miedo ejerce su implacable poder.