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lunes, 18 de julio de 2016

¡Heil!


El ministro federal de Finanzas, Wolfgang Schäuble, perfectamente trajeado, está sentado en silla de ruedas. Con una mirada malhumorada, disimulada detrás de sus oscuras gafas de sol, muestra con un rictus que hiela la sangre, apenas un movimiento casi imperceptible de su labio inferior, su desagrado con la situación y su implacable determinación para imponer los sagrados intereses de Alemania. Se parece a Peter Sellers en el papel de doctor Strangelove en la inefable película “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú”. Tiene uno la impresión de que también a él, Her Schäuble, se le va a disparar el brazo como el muelle de un juguete roto marcando un inoportuno saludo nazi, no sabemos si debido a un disfuncional acto reflejo fruto de su minusvalía o a una traición de su inconsciente. Europa será alemana o no será, ¡Heil!

¿Será que los alemanes, al final, han ganado la guerra? Por medios pacíficos. Cabría pensar que han entendido que hacerse con la hegemonía de Europa no pasaba por la brutal imposición con las armas y el sacrificio de pueblos enteros. Sólo pensarlo, se hiela la sangre. ¿Entra dentro de lo posible, aunque en ningún caso desvelado, que sutiles y astutos como son, perseverantes y trabajadores, hayan urdido una lenta estrategia gracias a la cual han acabado cogiendo al ratón por el rabo? ¡Estamos jodidos!

En los años 60 y 70, cuando éramos jóvenes adolescentes despreocupados, el cine de barrio era una de nuestras principales distracciones. Cada sábado por la tarde, asistíamos a una sesión doble. Entonces se producían como churros películas sobre la Guerra Mundial en la que los alemanes, como si fueran tontos, salían despavoridos cazados como conejos por los sempiternos héroes de Hollywood, en el papel de salvadores americanos del continente. ¿Os acordáis? Pues bien, ¡ya podéis reíros, ya! Porque ahora los que nos cazan como a conejos son ellos a nosotros. ¡Heil!

Los ingleses siempre se han mirado la cosa desde la barrera. Sus altivos dirigentes, mirándoselo todo siempre por encima del hombro, parecen preguntarse, con flemática parsimonia, que coño se les ha perdido en el continente. Había que ver que ufano se presentaba Nagel Farage, personaje rayano en lo ridículo, acudiendo como un dandi, paraguas en mano –¡más faltaría! --, para atender a la prensa, escasos instantes después del resultado del dichoso referendo del Brexit. Su payasada acababa horas después, escondido bajo las piedras, ante el terror que le producía afrontar el liderazgo de la desconexión británica que él mismo había provocado. Recuerdo una anécdota que nos explicaba siempre el poeta José Maria Valverde, cuando daba clases en la Universidad, respecto a las peculiaridades de los británicos: cuando Alemania declaró la guerra a Europa en 1940, el entonces prestigioso diario The Times tituló, a toda caja –cosa que no había ocurrido nunca, pues por muy importante que fuera la noticia, nunca era merecedora de una anchura mayor de tres columnas—: ESTALLA LA GUERRA EN EUROPA, EL CONTINENTE INCOMUNICADO. Los ingleses son el centro del Universo. Hoy siguen viviendo en la nube del ya inexistente Imperio británico. Es el único país de Europa donde las clases sociales son castas. La aristocracia, en pleno vigor aún –no hay más que ver a la reina—y la gentry desdeñan abiertamente al populacho, con el que no se consideran dignos de hacerse. ¿En qué otro país, una misma lengua puede ser al mismo tiempo una barrera que distingue y separa? Ahora, en una maniobra mezquina y equivocada, que sólo se explica por su prepotencia, sus delirios de grandeza y, ciertamente, su aversión por ver una Europa alemana, han convencido a sus nacionales para que voten la salida de la Unión Europea. No nos engañemos, nunca han estado a gusto. Tampoco ellos confían en una Europa en la que no manden. Su política siempre ha consistido en dividir Europa, pues a río revuelto ellos siempre pescan. ¡Bye, bye, gentelmen!

Los franceses están en horas bajas. No asumen el liderazgo. Están acomplejados frente al poderío de Alemania. Y eso que cuentan con un crédito que otros no tienen: encarnan mejor que nadie los derechos del hombre y los valores de la ciudadanía democrática. Los ideales revolucionarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad. No encuentran la forma de hacerle frente a su --¿aún temido? —vecino. Los boches dicen aún muchos franceses. Despectivo término, pero las salvajadas cometidas todavía no se olvidan. ¿Podría aliarse Francia con los los países mediterráneos, y liderar un grupo de presión para acabar con la imposición de una política económica que nos lleva al desastre? En el fondo, Francia comparte con el Norte despectivo y xenófobo la creencia que los ciudadanos del sur son perezosos, displicentes y deshonestos. ¡Ah, los complejos de superioridad! Lo mismo ocurre entre españoles y portugueses; siempre ese poso de superioridad de los primeros hacia los segundos. Y qué decir del Norte de Italia, incapaz de respetar al sur, siempre con ese comentario despectivo respecto a napolitanos o sicilianos. ¿Por cierto, habéis viajado a través de Sicilia? Yo sí… Y puedo deciros que no les vendría mal a los italianos darse una vuelta por el sur de España para ver cómo ha funcionado aquí la solidaridad interregional, a pesar de nuestras quejas.

Uno de los pájaros más espabilados de nuestra decadente UE es el inefable Jean-Claude Juncker. Un sinvergüenza procedente de Luxemburgo que ha conseguido una proeza inigualable: la presidencia de la Comisión Europea, a pesar de haber creado un quebranto a las haciendas públicas de los países de la Unión de proporciones gigantescas. El truhan ha sido elegido a dedo, claro, pues en esta Europa que decide por nosotros nadie ha votado a este granuja que ocupa un cargo tan significado como la presidencia de la Comisión. Podríamos decir que el nombramiento del pájaro Juncker es la viva prueba de que se ríen de nosotros. El amigo Juncker es un especialista en estafarnos a todos. Cuando era ministro de finanzas en su país, un paraíso fiscal en la Eurozona, ofreció a importantes multinacionales que tributaran en su país, en lugar de hacerlo en los países donde operaban. Les ofrecía tributar los beneficios con un 1% de risa. El muy espabilado nos retiraba la alfombra de debajo de los pies. Así que los pactos fiscales de Juncker el pájaro han representado cuantiosas pérdidas para las haciendas de la mayoría de los países europeos. Pero el cinismo y la seguridad de nuestro amigo, amparado en su sinvergüencería por el cártel dominante --¡Heil!-- le permitía además exigir, sin piedad y con una desfachatez pasmosa, los ajustes fiscales a Grecia, Portugal, España e Italia, cuando los dineros que él nos había sisado para esta Andorra norteña, hubieran representado un gran alivio para tantos ciudadanos castigados por la crisis. Una ignominia más.

Mariano Rajoy el pelotillero, es el chico de los recados de Her Schäube. ¡A ver cómo lo volvemos a sentar en la poltrona!, se dicen en el centro de control y comando en Berlín. El pelotillero tiene la docilidad imbécil de los esclavos, pero como nos representa a todos y además lo hemos votado, nos convierte a todos en sumisos. Asistimos impasibles a un latrocinio: nos esquilman el fruto de años de trabajo y esfuerzo, enviándonos a la pobreza con el beneplácito de nuestros propios dirigentes. ¡Qué país! ¡Y luego hay quién se extraña de que España salte por los aires! ¿Dónde está nuestra dignidad? ¿Acaso vamos a conformarnos desfilando como corderos hacia el matadero? Muchos se quejan de la falta de patriotismo de tantos ciudadanos y señalan con envidia y nostalgia el furor patrio de otros. ¿Pero, acaso, puede sentirse alguien orgulloso de ver cómo nos arrastramos por el fango, mientras otros nos violan impunemente? ¿Qué ofrece esta raza de esclavos que nos dirige para que los jóvenes se sientan orgullosos y estén dispuestos a esforzarse por su país? Luego algunos se extrañan de que el país y la propia UE se vayan al carajo. Ay, ay… malos tiempos.