lunes, 3 de octubre de 2016

España está enrocada, ¿qué está pasando?: una explicación

Son muchos los que se sorprenden y se indignan por lo que está ocurriendo en España. Es un país sin gobierno, empantanado. Nadie se entiende, todos están enfadados. Los partidos se rompen, los ciudadanos están hastiados… Una sensación de impotencia y zozobra se apodera de una sociedad que ya hace tiempo que ha perdido su norte.

Pero yo pienso que lo que ocurre es bueno. O, mejor dicho, es sano. No os espantéis con lo que digo, dejadme proseguir con mi argumento. Todo este desaguisado es un síntoma de la curación de la herida después de un tremendo desgarro. Una catarsis, una expulsión de los demonios. Sí… porque lo que ha pasado en nuestro país es muy grave, un pequeño terremoto, que ha removido la geografía, los contornos de las cosas tal como los conocíamos hasta ahora, para comenzar todo de nuevo, en un nuevo paisaje, en un mundo diferente. Y éste es el proceso en el que estamos. La noticia mala no es que no haya gobierno. No. La mala noticia es que vuelvan a gobernarnos los mismos. Por eso yo pienso que este impasse, este desgobierno, es un síntoma de hartazgo, una constatación --en la aritmética parlamentaria-- de que algo no cuadra, de que los que pretenden gobernar ya no tienen una masa crítica para hacerlo. ¡Y esto es una excelente noticia!

Hay tres razones de peso que explican este enredo, que justifican tamaña rotura y que exigen un orden nuevo: la plurinacionalidad de España, la corrupción y la creciente pobreza. Y por este orden.

La plurinacionalidad de España es un tema todavía no resuelto. Es muy sencillo: España es un estado plurinacional, es decir, que está formado por varias naciones. Esto es un hecho. Se ha intentado ocultar o superar, sin éxito. Ha llegado la hora de afrontarlo con seriedad, con madurez, honestidad y espíritu libre. No se puede seguir engañando a los ciudadanos explicándoles cuentos chinos. De algo tienen que haber servido estos treinta años de democracia: la sociedad española ya está madura, debe afrontar este conflicto y resolverlo definitivamente. No valen imposiciones. Se precisa juego limpio, dialogo y búsqueda sincera de un pacto. No es de recibo que la unidad de España sea una condición innegociable, cuando cientos de miles de ciudadanos –por no decir millones—quieren explorar otras formas de convivencia. No se puede apelar a la ley, como si fuera algo intocable, inamovible, para encastillarse en la propia posición en un acto de flagrante intolerancia hacia otra parte de la sociedad que quiere mover ficha. No se puede gobernar desde la intransigencia, hostigando al adversario con la amenaza de los tribunales, cortando los suministros financieros y los recursos necesarios a una parte de la población como si se tratara de un castigo, con ánimo de torcer la voluntad por la fuerza. Esto sólo genera odio y mayor rechazo, exacerbando las posiciones, desgarrando la convivencia y haciendo mucho más difícil el pacto necesario. Seamos honestos: si no se ha formado un nuevo gobierno hasta ahora, que se adivinaba del PP, es por la sencilla razón de que este partido y su equipo de gobierno han demostrado su ineptitud para encauzar este grave problema. Los populares se han convertido en un claro peligro. Su intransigencia es incendiaria. Su torpeza no hace más que desgarrar la urdimbre necesaria para tejer una nueva convivencia. Esta investidura que nunca llega, enrocada, demuestra que la opción en liza no tiene suficiente fuerza y legitimidad para obtener la confianza. Hay un hecho de gran significación y que debe tenerse muy en cuenta: en Cataluña y en Euskadi los dos partidos del sistema, PP y PSOE, son residuales. Yo ahora os pregunto, ¿cómo se puede gobernar un país en donde las dos regiones de mayor peso económico están determinadas por partidos que, ahí, son minoritarios y denostados, que aplican políticas hostiles a sus necesidades? ¿cuánto puede durar esta situación sin que salte todo por los aires? Ya se ha dicho muchas veces: contra Cataluña no se puede gobernar. Sólo un equipo que afronte con altura de miras el conflicto, merecerá la investidura.

La corrupción es el siguiente problema en importancia y explica también la situación de bloqueo que vive este país. La corrupción ha consistido en un régimen por el cual los principales partidos existentes –PP, PSOE y la complicidad periférica de CIU—se han convertido en correa de transmisión de los intereses de las grandes empresas y de los grandes bancos para beneficiarse mutuamente en detrimento del bien común de los ciudadanos. Es el cáncer de nuestro sistema democrático. Mientras estos partidos sigan en el poder, la corrupción continuará. Lo que está ahora en juego no es si gobierna el PP con sus coaligados o el PSOE con los suyos. No, no. Lo que se dirime aquí es si sigue el “régimen” o vence una nueva política que regenere la democracia. Los españoles, poco a poco, se van dando cuenta y giran su voto hacia otras opciones. Pero los viejos partidos se resisten. Se defienden como gato panza arriba: están en juego sus privilegios, los fabulosos intereses de los que chupan estas fenomenales máquinas electorales que son el PP y el PSOE. Han colonizado el Estado como un mortal parásito y no están dispuesto a soltar la presa. Están incrustados en las arcas del Estado y no sueltan prenda. Esto es lo que explica lo que está pasando, por ejemplo, en el PSOE. Los barones socialistas, viejos jerarcas con Felipe González a la cabeza, apoltronados en sus privilegios, dirigen un partido que ya hace tiempo que no representa los intereses de la izquierda; ¡es un negocio! Han defenestrado a Pedro Sánchez, por una razón muy sencilla: está poniendo en riesgo el sistema. Díscolo Pedro Sánchez… --¿de dónde ha salido este chico? ¿Pero es tonto o qué? — deben pensar todos estos carcamales. ¡Hay que ver el nerviosismo, la inquietud que les ha causado al ver que al chico no podían manejarlo! Pero al final se han salido con la suya. Hay que dar paso a un gobierno del PP, les interesa enormemente. Con este golpe de mano, un sector del partido socialista ha perdido la oportunidad de iniciar su regeneración política. ¿Por qué? La alternancia del bipartidismo, el mantenimiento del sistema, el régimen “democrático” que ha regido los destinos de este país… al servicio de una “maquinaría” que chupa de los bienes que todos generamos. ¿Qué puede ocurrir si accede al poder la nueva política? Pues que se desmonta todo el invento. Y lo que es más grave, los políticos del antiguo régimen, ya desaforados, quedaran expuestos a los jueces… y a cumplir sus condenas. El PP y el PSOE pueden ser dos partidos distintos, pero en lo esencial defienden un mismo interés. Por esto ahora se blindan, por eso van de la mano, por eso no han permitido la aventura de Sánchez y por eso no pueden soportar a Podemos.

Por ultimo está el problema de la creciente pobreza. La clase media ha sufrido mucho con la crisis y se ha reducido de forma muy notable, engrosando las filas de una nueva clase baja. ¿Consideráis normal que el esfuerzo de tanta gente, durante estos treinta años, se haya ido al garete? ¡¿Pero cómo es posible?! Todos los logros de la socialdemocracia, la gran conquista de la sociedad europea de la postguerra mundial, conseguidos tan arduamente y a costa de tan duros sacrificios, se ha volatilizado. Asistimos impotentes al esperpéntico espectáculo de ver como una retahíla de chorizos, de aprovechados, de nuevos ricos horteras y mafiosos de todo pelaje se aprovechan de un botín de dudosa--¡o no tanto! —procedencia. La riqueza se polariza y, de nuevo, en una experiencia que parecía superada por la historia, aparece una sociedad con un perfil lacerante e injusto en el que los ricos son más ricos que antes y los que habían conseguido acceder al estado del bienestar alimentan, ahora, las filas de los pobres. ¿Qué han hecho los partidos ante este hecho? Nada, absolutamente nada. Claro… están por otras cosas. Ahora nos gobiernan desde Bruselas funcionarios no electos que aplican políticas neoliberales y no rinden cuentas más que a los poderes rectores a los que sirven, ajenos a la democracia y con un claro perjuicio para el bien común. Nuestros políticos son unos simples mandados, lacayos mediocres, des simples d’esprit como dirían los franceses. Es un divorcio, un trágico divorcio entre la política y la sociedad. Una tremenda estafa de la nos costará recuperarnos. Pero hay que levantar el nuevo edificio de la política desde cero. Hay que empezar de nuevo.

Concluyo mi argumento; los viejos partidos ya no sirven, y todo lo que está ocurriendo es el proceso natural para cambiar las cosas. Se está produciendo una profunda transformación. Por esto decía en la introducción que lo que ocurre es, en el fondo, una buena noticia. La sociedad se dirige hacia el cambio. Lentamente. Hay que regenerar las instituciones. Poner al frente gente competente y honesta. Hacer entrar en la política gente con otra mentalidad, más abierta, mejor formada. Se necesitan amplitud de miras, capacidad para generar nuevos modelos posibles y nuevas ilusiones. Tardará más o menos. A lo mejor es una cuestión de años, no creo que muchos. Pero llegará. Después de lo que hemos visto estos últimos días, es casi seguro que acabe gobernando, ahora, el PP. Para mi es una indecencia, un tremendo ultraje. Pero tendrán los días contados, pues la sinrazón no se acabará imponiendo. No cabe gobernar desde la ineptitud, el odio y la intolerancia. No merecen dirigirnos estas gentes que ningunean y desprecian cuanto ignoran. ¿Qué les importa a ellos la rica diversidad de los pueblos ibéricos y la complejidad de sensibilidades distintas en una sociedad como la nuestra? ¿Qué ideas aportan verdaderamente para ayudarnos a salir del atolladero? Ninguna. No, no están legitimados, aunque hayan conseguido una mayoría relativa en las urnas. Más pronto que tarde, los que aún les votan se darán cuenta. Y se acabarán estrellando. Se estrellarán y se impondrá la razón. Estoy seguro de ello.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Francisco Brines, poeta


Con ocasión del Festival Internacional de Poesía, que se celebró el pasado mes de mayo en Barcelona, tuve la suerte de escuchar al propio poeta Francisco Brines recitar sus poemas. Me impresionó el carácter del poeta, un hombre ya muy mayor, hasta el punto de que me sorprendió verlo subir a un escenario y tener la generosidad y el buen humor de dedicarse a su público. Su humildad no oculta el halo de humanidad que desprende. Nos contó alguna historia, con mucha gracia y picardía. Uno se queda admirado escuchando su perfecto castellano; ¡que placer oír a alguien que domina tan bien su propio idioma!
Yo me emocioné con su poema Imágenes en un espejo roto. En cierto modo, una despedida de la vida. Lo he releído luego en casa. Muchas veces. Es una maravilla. Aquí lo tenéis, con su permiso:

Imágenes en un espejo roto

Ahora que puedo ya saber que está mi vida hecha,
en la penumbra de esta dormida habitación
que da al jardín de mi lejana adolescencia
(aún rozan los cristales
los jazmines, las alas de los pájaros),
la miro reflejada
en los fragmentos rotos de este espejo
que no ha sobrevivido a su pasar
pausado y velocísimo;
se muestran las imágenes sin voz
y el estaño perdido las extraña.

¿Y es lo que veo ahora todo cuanto viví?
Debo robar palabras, o inventarlas, y concederle al mundo aquel fulgor que tuvo,
pues todo se me acaba, en esta habitación,
al ver mi rostro roto
en todos los pedazos de este espejo ahora roto.
¿Y en dónde se han perdido el amor y el dolor,
esta verdad pequeña de haber sido?

¿Cómo salvarla, en su inutilidad,
antes de que me arrojen adonde todo está anulado, y ni siquiera el sueño
será capaz de hilar la imagen fantasmal, que el día desvanece?
¿La salvaréis vosotros,
que veis lo que ahora miro, en este texto roto,
en el instante vano del feliz parpadeo
que es toda la sustancia del ser que os fundamenta?

Dios pasea la gran negra humareda de su cuerpo
por el jardín estéril del Espacio curvado
(y caen de sus manos los soles, y estas centellas tristes
que lucen, y que somos, y se apagan),
con la Verdad que sólo a Él le pertenece.
Ese Dios fantasmal que crea y desconoce, y que camina
con su bastón de ciego.

Francisco Brines (Oliva, 1932)


sábado, 10 de septiembre de 2016

Determinación


Del lat. determinatio, -ōnis.
1. f. Acción y efecto de determinar o determinarse.
2. f. Osadía, valor.*

Mañana se celebra una nueva Diada. Una parte importante de la ciudadanía de Cataluña –seguramente una amplia mayoría—volverá a expresar su deseo de independizarse de España. En mi opinión, el enroque de la política española, que mantiene al Estado sin gobierno desde hace muchos meses y que, con toda probabilidad, llevará a unas terceras elecciones, es debido a la incapacidad de la clase política española –sea cual sea el partido—y de las instituciones del Estado para entender los sentimientos de los catalanes, sus problemas y sus anhelos. Mariano Rajoy y su partido no consiguen gobernar por una razón muy clara: son incompetentes para dar solución a los sutiles problemas que tenemos planteados. Su mediocridad, su desprecio por la diferencia –en este caso, por la riqueza que representa la diferencia—y su incapacidad para pactar, empecinándose en una actitud tan cerril como estúpida, les han llevado a ellos y al país a la situación en la que estamos.
Sin Cataluña no se puede gobernar España. Es así de claro. Y han hecho todo lo posible para que los catalanes deseemos construir un nuevo futuro. Este proyecto no lo pararán con malas artes, ni siquiera con la fuerza. Las comunidades que tienen un proyecto común y se ilusionan con él son imparables. Y Cataluña lo tiene. Por mucho que digan, este proceso seguirá adelante. Y triunfará: sólo es cuestión de tiempo.

*Diccionario de la Real Academia Española

Foto: Joan Miró, Montroig del camp, 1919


domingo, 24 de julio de 2016

Europa, Europa…


¡¿Pero cómo pueden irse por el sumidero los sueños de millones de europeos?! ¿Alguien lo entiende?, pero, ¿qué ha pasado?
Vayamos por partes: ¿existe acaso un sueño llamado Europa? ¿o es una excusa convenientemente utilizada por los padres de la patria europea con la intención de montar un suculento tinglado? ¿qué oscuros intereses se esconden detrás de frustrada construcción de Europa? ¿de verdad los europeos hemos soñado alguna vez con ver a Europa unificada y sentirlo como un proyecto común ilusionante?
No lo sé, no lo tengo muy claro. Pienso, más bien, que nos han embaucado. Nos han azuzado con una nueva utopía: una Europa unificada que acabaría con las guerras entre nosotros, con los odios ancestrales. Pero al final todo ha sido un puro engaño, un espejismo. Una cuartada para organizar una “buena jugada” que permitiera a las grandes multinacionales y al poderoso sistema financiero satisfacer su insaciable necesidad de mercado, de más y mayores ventas. El objetivo era un incremento inacabable de dividendos, para que la rueda no se pare, pues el capitalismo no es más que una insaciable y enfermiza espiral que sólo puede sobrevivir a base de crecer continuamente. Sí, eso ha sido. No hay más. Puro interés. Un gran festín. Una enorme comilona, hasta que la bestia ha reventado.
Una vez más, las gentes engañadas… Promesas incumplidas. Nos han echado las migajas del pastel. Pero ahora ya sólo queda el reparto de la miseria. Muchos de nosotros hemos dejado tras de sí sueños y esfuerzos ingentes, para quedar en nada al final. Dejadme recordar cuando aparecieron los primeros síntomas del desencanto… sí, fue con la guerra de los Balcanes ¿recordáis? Una vez más los europeos se destripaban entre sí. Un auténtico genocidio. Y nadie, absolutamente nadie movió un dedo. Asistimos impasibles al horror, impotentes. Todos mirábamos hacia las jóvenes instituciones europeas y nada. No hubo manera de concertar una maniobra conjunta. Los días, las semanas y los meses pasaron. Serbios y bosnios volvieron a escenificar la macabra historia europea, una vez más. Sólo cincuenta años después de la peor de las barbaries que la humanidad haya producido. Aún a día de hoy vemos impasibles como se cuece un golpe de estado en Turquía, cerquísima de casa, que puede tener unas consecuencias gravísimas para nuestra seguridad y bienestar, y no decimos ni pío. Un incendio a las puertas de casa y la UE no existe, no actúa, no dice nada. ¿Alguien lo entiende? No aprendemos. Somos incorregibles.
Pero, ¿todo ha sido malo? No, claro. Ahí están los fondos europeos que tanto han ayudado a desarrollar ciertas regiones, menos favorecidas. Pero no puedo dejar de pensar que, en el fondo, las cuentas no salen. Millones de europeos se encuentran hoy sumidos en una gran depresión, estupefactos al constatar que sus vidas están estancadas, que no se ha producido el esperado progreso.
Ha llegado la hora de la desbandada. Los primeros, claro, los ingleses. El Brexit, una bravuconada de niños de papá que atizan los bajos instintos de las clases bajas británicas. Inglaterra es el único país de Europa donde las clases altas miran con desprecio y desdén a las clases bajas. Incluso hablan otro idioma. La soberbia y la mirada por encima del hombro de los “chicos de Eaton”. Se creen que aún están en pleno Imperio británico. Estos ingleses viven en un globo. Los alimenta un quijotismo casi cómico. Definitivamente se creen superiores. Su salida de la Unión es una machada, un acto de sublime desprecio y autosuficiencia. O peor aún, un acto de mezquino egoísmo. Así vamos. Seguimos en las de siempre. Las naciones europeas, en el fondo, no se respetan entre sí. Se miran una a la otra con una mezcla de recelo, autosuficiencia y desprecio. Los ingleses sienten superioridad sobre todos los demás. Los franceses, chovinistas ellos, creen que sus valores son los mejores. Y miran por encima del hombro a sus vecinos mediterráneos españoles o italianos, quizás porque se parecen demasiado y les hace sentir incómodos. ¡Prejuicios y más prejuicios! Y no digamos de los españoles, que consideran de tercera a sus vecinos portugueses. Así vamos…
Hemos de cambiar. ¡Y mucho! Nos han tomado el pelo, claro. Pero la verdad es que existían pocas opciones adicionales para hacer de Europa algo más que un mercado. No nos engañemos, nos guste o no, no tenemos otra opción que la Unión Europea. Es lo que nos conviene. Pero hay que empezar de nuevo y rehacer el proyecto sobre otras bases. La guía para ello son los derechos humanos, los valores de ciudadanía. Para ello, hemos de establecer las condiciones de confianza entre nosotros. Crear instituciones realmente democráticas, y no como ahora. Hay que construir una Europa de ciudadanos europeos, solidarios e iguales. Y no como ahora, que hemos creado las condiciones para que una nación, Alemania, la más poderosa, con ambiciones hegemónicas, se arrogue el control del continente, ganando así la guerra que perdió con las armas y que ahora ha sabido ganar legalmente con astucia, pero, lamentablemente, sin legitimidad. 


jueves, 21 de julio de 2016

Yo confieso, soy el fitipaldi de la silla de ruedas


Sí, yo soy el que se lanzó a toda pastilla por la calle Muntaner de Barcelona, el lunes 18 de julio. (Pinchar aquí). Me llamo Wolfgang Schäuble. Soy ministro de finanzas de Alemania, ¡mi país! Estoy en España de vacaciones. En esta fecha tan señalada, de nostálgica memoria, estábamos celebrando en Barcelona el 80 aniversario de tan significado acontecimiento en la hermandad germano-española, que se encuentra en la plaza de la Bonanova. Mediada la mañana, corría la cerveza de Munich a raudales, que nos dispensaban bellas señoritas de Baviera, cuando mi buen amigo y colega Jorge Fernández Díaz –a quien aprovecho para felicitar por su brillante carrera al frente del Ministerio del Interior—me filtró la siguiente información; al parecer, un desaprensivo que atiende al nombre de Paco Marfull, acababa de publicar un post en su blog Pensando en voz alta (pinchar aquí) titulado ¡Heil! En este breve artículo subversivo, en el que se me describe despectivamente, me compara nada menos que con Peters Sellers en un film de infausta memoria ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.

Enardecido y rojo de rabia, puse rumbo al domicilio del subversivo. ¡Scheisse! Qué se ha pensado este catalanufo – Me dije, no pudiendo dominarme. Así que, cegado por la ira, me lancé calle Muntaner abajo con la intención de dar su merecido a semejante mequetrefe. Detrás de mí venía en taxi mi amigo Jorge – que los amigotes conocemos como el fuché—intentando, desesperadamente, calmar mis ánimos. Inútilmente alzaba las manos, con grandes aspavientos, sacando medio cuerpo fuera del taxi, que yo, cegado como estaba, sólo pensaba en una cosa: dar caza al agitador y aplicarle un severo correctivo.

De nuevo en mi puesto en Berlín, dirigiendo los destinos de Europa, deseo pedir perdón a los ciudadanos de Barcelona por mi conducta. Sin duda un exabrupto, debido a la indignación que me producen estos individuos subversivos que minan la moral de ésta nuestra Europa. ¡Heil!



lunes, 18 de julio de 2016

¡Heil!


El ministro federal de Finanzas, Wolfgang Schäuble, perfectamente trajeado, está sentado en silla de ruedas. Con una mirada malhumorada, disimulada detrás de sus oscuras gafas de sol, muestra con un rictus que hiela la sangre, apenas un movimiento casi imperceptible de su labio inferior, su desagrado con la situación y su implacable determinación para imponer los sagrados intereses de Alemania. Se parece a Peter Sellers en el papel de doctor Strangelove en la inefable película “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú”. Tiene uno la impresión de que también a él, Her Schäuble, se le va a disparar el brazo como el muelle de un juguete roto marcando un inoportuno saludo nazi, no sabemos si debido a un disfuncional acto reflejo fruto de su minusvalía o a una traición de su inconsciente. Europa será alemana o no será, ¡Heil!

¿Será que los alemanes, al final, han ganado la guerra? Por medios pacíficos. Cabría pensar que han entendido que hacerse con la hegemonía de Europa no pasaba por la brutal imposición con las armas y el sacrificio de pueblos enteros. Sólo pensarlo, se hiela la sangre. ¿Entra dentro de lo posible, aunque en ningún caso desvelado, que sutiles y astutos como son, perseverantes y trabajadores, hayan urdido una lenta estrategia gracias a la cual han acabado cogiendo al ratón por el rabo? ¡Estamos jodidos!

En los años 60 y 70, cuando éramos jóvenes adolescentes despreocupados, el cine de barrio era una de nuestras principales distracciones. Cada sábado por la tarde, asistíamos a una sesión doble. Entonces se producían como churros películas sobre la Guerra Mundial en la que los alemanes, como si fueran tontos, salían despavoridos cazados como conejos por los sempiternos héroes de Hollywood, en el papel de salvadores americanos del continente. ¿Os acordáis? Pues bien, ¡ya podéis reíros, ya! Porque ahora los que nos cazan como a conejos son ellos a nosotros. ¡Heil!

Los ingleses siempre se han mirado la cosa desde la barrera. Sus altivos dirigentes, mirándoselo todo siempre por encima del hombro, parecen preguntarse, con flemática parsimonia, que coño se les ha perdido en el continente. Había que ver que ufano se presentaba Nagel Farage, personaje rayano en lo ridículo, acudiendo como un dandi, paraguas en mano –¡más faltaría! --, para atender a la prensa, escasos instantes después del resultado del dichoso referendo del Brexit. Su payasada acababa horas después, escondido bajo las piedras, ante el terror que le producía afrontar el liderazgo de la desconexión británica que él mismo había provocado. Recuerdo una anécdota que nos explicaba siempre el poeta José Maria Valverde, cuando daba clases en la Universidad, respecto a las peculiaridades de los británicos: cuando Alemania declaró la guerra a Europa en 1940, el entonces prestigioso diario The Times tituló, a toda caja –cosa que no había ocurrido nunca, pues por muy importante que fuera la noticia, nunca era merecedora de una anchura mayor de tres columnas—: ESTALLA LA GUERRA EN EUROPA, EL CONTINENTE INCOMUNICADO. Los ingleses son el centro del Universo. Hoy siguen viviendo en la nube del ya inexistente Imperio británico. Es el único país de Europa donde las clases sociales son castas. La aristocracia, en pleno vigor aún –no hay más que ver a la reina—y la gentry desdeñan abiertamente al populacho, con el que no se consideran dignos de hacerse. ¿En qué otro país, una misma lengua puede ser al mismo tiempo una barrera que distingue y separa? Ahora, en una maniobra mezquina y equivocada, que sólo se explica por su prepotencia, sus delirios de grandeza y, ciertamente, su aversión por ver una Europa alemana, han convencido a sus nacionales para que voten la salida de la Unión Europea. No nos engañemos, nunca han estado a gusto. Tampoco ellos confían en una Europa en la que no manden. Su política siempre ha consistido en dividir Europa, pues a río revuelto ellos siempre pescan. ¡Bye, bye, gentelmen!

Los franceses están en horas bajas. No asumen el liderazgo. Están acomplejados frente al poderío de Alemania. Y eso que cuentan con un crédito que otros no tienen: encarnan mejor que nadie los derechos del hombre y los valores de la ciudadanía democrática. Los ideales revolucionarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad. No encuentran la forma de hacerle frente a su --¿aún temido? —vecino. Los boches dicen aún muchos franceses. Despectivo término, pero las salvajadas cometidas todavía no se olvidan. ¿Podría aliarse Francia con los los países mediterráneos, y liderar un grupo de presión para acabar con la imposición de una política económica que nos lleva al desastre? En el fondo, Francia comparte con el Norte despectivo y xenófobo la creencia que los ciudadanos del sur son perezosos, displicentes y deshonestos. ¡Ah, los complejos de superioridad! Lo mismo ocurre entre españoles y portugueses; siempre ese poso de superioridad de los primeros hacia los segundos. Y qué decir del Norte de Italia, incapaz de respetar al sur, siempre con ese comentario despectivo respecto a napolitanos o sicilianos. ¿Por cierto, habéis viajado a través de Sicilia? Yo sí… Y puedo deciros que no les vendría mal a los italianos darse una vuelta por el sur de España para ver cómo ha funcionado aquí la solidaridad interregional, a pesar de nuestras quejas.

Uno de los pájaros más espabilados de nuestra decadente UE es el inefable Jean-Claude Juncker. Un sinvergüenza procedente de Luxemburgo que ha conseguido una proeza inigualable: la presidencia de la Comisión Europea, a pesar de haber creado un quebranto a las haciendas públicas de los países de la Unión de proporciones gigantescas. El truhan ha sido elegido a dedo, claro, pues en esta Europa que decide por nosotros nadie ha votado a este granuja que ocupa un cargo tan significado como la presidencia de la Comisión. Podríamos decir que el nombramiento del pájaro Juncker es la viva prueba de que se ríen de nosotros. El amigo Juncker es un especialista en estafarnos a todos. Cuando era ministro de finanzas en su país, un paraíso fiscal en la Eurozona, ofreció a importantes multinacionales que tributaran en su país, en lugar de hacerlo en los países donde operaban. Les ofrecía tributar los beneficios con un 1% de risa. El muy espabilado nos retiraba la alfombra de debajo de los pies. Así que los pactos fiscales de Juncker el pájaro han representado cuantiosas pérdidas para las haciendas de la mayoría de los países europeos. Pero el cinismo y la seguridad de nuestro amigo, amparado en su sinvergüencería por el cártel dominante --¡Heil!-- le permitía además exigir, sin piedad y con una desfachatez pasmosa, los ajustes fiscales a Grecia, Portugal, España e Italia, cuando los dineros que él nos había sisado para esta Andorra norteña, hubieran representado un gran alivio para tantos ciudadanos castigados por la crisis. Una ignominia más.

Mariano Rajoy el pelotillero, es el chico de los recados de Her Schäube. ¡A ver cómo lo volvemos a sentar en la poltrona!, se dicen en el centro de control y comando en Berlín. El pelotillero tiene la docilidad imbécil de los esclavos, pero como nos representa a todos y además lo hemos votado, nos convierte a todos en sumisos. Asistimos impasibles a un latrocinio: nos esquilman el fruto de años de trabajo y esfuerzo, enviándonos a la pobreza con el beneplácito de nuestros propios dirigentes. ¡Qué país! ¡Y luego hay quién se extraña de que España salte por los aires! ¿Dónde está nuestra dignidad? ¿Acaso vamos a conformarnos desfilando como corderos hacia el matadero? Muchos se quejan de la falta de patriotismo de tantos ciudadanos y señalan con envidia y nostalgia el furor patrio de otros. ¿Pero, acaso, puede sentirse alguien orgulloso de ver cómo nos arrastramos por el fango, mientras otros nos violan impunemente? ¿Qué ofrece esta raza de esclavos que nos dirige para que los jóvenes se sientan orgullosos y estén dispuestos a esforzarse por su país? Luego algunos se extrañan de que el país y la propia UE se vayan al carajo. Ay, ay… malos tiempos.


lunes, 4 de julio de 2016

Rosae Perséfone


Descorcho con mimo la botella. Es original, el cuello es más grueso de lo habitual, incluso cuesta encajar según qué tipo de sacacorchos en la ancha rebaba. Está lacrada con cera como se hacía antaño, protegiendo el tapón de corcho. Es cera de color rosa y, gran sorpresa, del mismo tono que el vino, exactamente el mismo. Uno no espera un color tan inusitado en un vino. Produce una cierta emoción, descubrir que el color de este vino – como podríamos denominarlo: ¿rosado, gris? — coincide con el lacre rosa, como si éste fuera una anticipación de lo que guarda la botella. Una botella que, al ser de vidrio opaco, esconde este secreto-sorpresa. El color es realmente soberbio, a la luz tamizada del sol que entra oblicua en la estancia esta tarde primaveral. El vino es etéreo, muy leve, cristalino en sus iridiscencias al servirlo en la copa… ¡y es rosa! En los primeros instantes, al escanciarlo, desprende una ligerísima fragancia a rosas. Sutilmente insinuada, nada de exageraciones. Y mucho menos, ese perfume vulgar y evidente a rosa… No, no… es una fragancia floral apenas intuida, para recordarnos que está aquí la primavera, pues este es un vino primaveral, por su frescura, que se adivina incluso antes de degustarlo. Así es, elegante y sutil en boca, fresco, con un punto justo de acidez. Es el perfecto equilibrio entre levedad y estructura; no se puede pedir mayor expresión a una sustancia tan etérea. Original y elegante. ¡Y, repito, es rosa! Rosa es el color del vino, el lacre de su botella y la fragancia que desprende apenas sugerida. ¡Emociona!
Como todos los vinos interesantes, poco a poco insinúa sus encantos escondidos, que confirman su velada complejidad, su finura. Al rato, uno parece adivinar nuevas fragancias que afloran a la superficie de la copa. Descubro, me parece, un recuerdo de frambuesas confitadas.
Lo he degustado con un potaje de calabaza y puerro; combina a las mil maravillas. Lo mismo con un guiso de habitas tiernas y guisantes de Llavaneres, apenadas pochados con cebollita, butifarra negra y un toque de menta. A media tarde, llévate a la boca un fresón y disfrútalo con una copa de este vino; ¡verás qué maravilla!
Yo concibo este vino como un perfecto equilibrio entre un vino profundo y complejo del Norte y otro fragante y fresco del Mediterráneo. Es un vino rosado, pero también un vino gris… aunque por su clase, puede considerarse también un tinto, aunque desvestido de todo el lastre y conservando únicamente el fino velo transparente de una diosa, como Diana, recién sorprendida su belleza en la fuente solitaria.


                                                         Barricas de vino Dido Rosa

Perséfone… Me gusta este nombre para este vino, en griego, pues alerta sobre sobre su elegancia, casi clásica, su alto linaje… ¡como si fuera una Venus recién nacida! Sí, es un vino de signo femenino. Yo diría que es Perséfone, la diosa que volvió del inframundo donde moran los muertos. Una diosa que marchó siendo la joven Koré, que recogía flores junto a otras ninfas, y fue raptada por Hades, que veneraba su belleza. Después de un largo periodo en el que nada crecía sobre la Tierra y los terrenos se volvieron grises y yermos, regresó al mundo de los vivos como la Primavera, como Perséfone, la ninfa que provoca el renacer de la vida haciendo que todo el esplendor de la naturaleza rebrote de nuevo. Así es este vino. Y también podría llamarse así, Perséfone, pues renace en nuestro ánimo como si iluminara nueva vida en nosotros.