El ministro federal de Finanzas, Wolfgang Schäuble, perfectamente
trajeado, está sentado en silla de ruedas. Con una mirada malhumorada,
disimulada detrás de sus oscuras gafas de sol, muestra con un rictus que hiela
la sangre, apenas un movimiento casi imperceptible de su labio inferior, su
desagrado con la situación y su implacable determinación para imponer los
sagrados intereses de Alemania. Se parece a Peter Sellers en el papel de doctor
Strangelove en la inefable película “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú”.
Tiene uno la impresión de que también a él, Her
Schäuble, se le va a disparar el brazo como el muelle de un juguete roto marcando
un inoportuno saludo nazi, no sabemos si debido a un disfuncional acto reflejo fruto
de su minusvalía o a una traición de su inconsciente. Europa será alemana o no
será, ¡Heil!
¿Será que los alemanes, al final, han ganado la guerra? Por
medios pacíficos. Cabría pensar que han entendido que hacerse con la hegemonía
de Europa no pasaba por la brutal imposición con las armas y el sacrificio de
pueblos enteros. Sólo pensarlo, se hiela la sangre. ¿Entra dentro de lo
posible, aunque en ningún caso desvelado, que sutiles y astutos como son, perseverantes
y trabajadores, hayan urdido una lenta estrategia gracias a la cual han acabado
cogiendo al ratón por el rabo? ¡Estamos jodidos!
En los años 60 y 70, cuando éramos jóvenes adolescentes
despreocupados, el cine de barrio era una de nuestras principales
distracciones. Cada sábado por la tarde, asistíamos a una sesión doble. Entonces
se producían como churros películas sobre la Guerra Mundial en la que los
alemanes, como si fueran tontos, salían despavoridos cazados como conejos por
los sempiternos héroes de Hollywood, en el papel de salvadores americanos del
continente. ¿Os acordáis? Pues bien, ¡ya podéis reíros, ya! Porque ahora los
que nos cazan como a conejos son ellos a nosotros. ¡Heil!
Los ingleses siempre se han mirado la cosa desde la barrera.
Sus altivos dirigentes, mirándoselo todo siempre por encima del hombro, parecen
preguntarse, con flemática parsimonia, que coño se les ha perdido en el
continente. Había que ver que ufano se presentaba Nagel Farage, personaje
rayano en lo ridículo, acudiendo como un dandi, paraguas en mano –¡más faltaría!
--, para atender a la prensa, escasos instantes después del resultado del
dichoso referendo del Brexit. Su
payasada acababa horas después, escondido bajo las piedras, ante el terror que
le producía afrontar el liderazgo de la desconexión británica que él mismo
había provocado. Recuerdo una anécdota que nos explicaba siempre el poeta José
Maria Valverde, cuando daba clases en la Universidad, respecto a las
peculiaridades de los británicos: cuando Alemania declaró la guerra a Europa en
1940, el entonces prestigioso diario The
Times tituló, a toda caja –cosa que no había ocurrido nunca, pues por muy
importante que fuera la noticia, nunca era merecedora de una anchura mayor de
tres columnas—: ESTALLA LA GUERRA EN EUROPA, EL CONTINENTE INCOMUNICADO. Los
ingleses son el centro del Universo. Hoy siguen viviendo en la nube del ya
inexistente Imperio británico. Es el único país de Europa donde las clases
sociales son castas. La aristocracia, en pleno vigor aún –no hay más que ver a
la reina—y la gentry desdeñan
abiertamente al populacho, con el que
no se consideran dignos de hacerse. ¿En qué otro país, una misma lengua puede
ser al mismo tiempo una barrera que distingue y separa? Ahora, en una maniobra
mezquina y equivocada, que sólo se explica por su prepotencia, sus delirios de
grandeza y, ciertamente, su aversión por ver una Europa alemana, han convencido
a sus nacionales para que voten la salida de la Unión Europea. No nos
engañemos, nunca han estado a gusto. Tampoco ellos confían en una Europa en la
que no manden. Su política siempre ha consistido en dividir Europa, pues a río
revuelto ellos siempre pescan. ¡Bye, bye, gentelmen!
Los franceses están en horas bajas. No asumen el liderazgo.
Están acomplejados frente al poderío de Alemania. Y eso que cuentan con un
crédito que otros no tienen: encarnan mejor que nadie los derechos del hombre y
los valores de la ciudadanía democrática. Los ideales revolucionarios de la
libertad, la igualdad y la fraternidad. No encuentran la forma de hacerle
frente a su --¿aún temido? —vecino. Los boches
dicen aún muchos franceses. Despectivo término, pero las salvajadas cometidas
todavía no se olvidan. ¿Podría aliarse Francia con los los países mediterráneos,
y liderar un grupo de presión para acabar con la imposición de una política
económica que nos lleva al desastre? En el fondo, Francia comparte con el Norte
despectivo y xenófobo la creencia que los ciudadanos del sur son perezosos,
displicentes y deshonestos. ¡Ah, los complejos de superioridad! Lo mismo ocurre
entre españoles y portugueses; siempre ese poso de superioridad de los primeros
hacia los segundos. Y qué decir del Norte de Italia, incapaz de respetar al
sur, siempre con ese comentario despectivo respecto a napolitanos o sicilianos.
¿Por cierto, habéis viajado a través de Sicilia? Yo sí… Y puedo deciros que no
les vendría mal a los italianos darse una vuelta por el sur de España para ver
cómo ha funcionado aquí la solidaridad interregional, a pesar de nuestras
quejas.
Uno de los pájaros más espabilados de nuestra decadente UE
es el inefable Jean-Claude Juncker. Un sinvergüenza procedente de Luxemburgo
que ha conseguido una proeza inigualable: la presidencia de la Comisión Europea,
a pesar de haber creado un quebranto a las haciendas públicas de los países de
la Unión de proporciones gigantescas. El truhan ha sido elegido a dedo, claro,
pues en esta Europa que decide por nosotros nadie ha votado a este granuja que
ocupa un cargo tan significado como la presidencia de la Comisión. Podríamos
decir que el nombramiento del pájaro Juncker es la viva prueba de que se ríen
de nosotros. El amigo Juncker es un especialista en estafarnos a todos. Cuando
era ministro de finanzas en su país, un paraíso fiscal en la Eurozona, ofreció
a importantes multinacionales que tributaran en su país, en lugar de hacerlo en
los países donde operaban. Les ofrecía tributar los beneficios con un 1% de
risa. El muy espabilado nos retiraba la alfombra de debajo de los pies. Así que
los pactos fiscales de Juncker el pájaro
han representado cuantiosas pérdidas para las haciendas de la mayoría de los
países europeos. Pero el cinismo y la seguridad de nuestro amigo, amparado en su sinvergüencería por el
cártel dominante --¡Heil!-- le permitía además exigir, sin piedad y con una
desfachatez pasmosa, los ajustes fiscales a Grecia, Portugal, España e Italia,
cuando los dineros que él nos había sisado para esta Andorra norteña, hubieran
representado un gran alivio para tantos ciudadanos castigados por la crisis.
Una ignominia más.
Mariano Rajoy el
pelotillero, es el chico de los recados de Her Schäube. ¡A ver cómo lo
volvemos a sentar en la poltrona!, se dicen en el centro de control y comando
en Berlín. El pelotillero tiene la
docilidad imbécil de los esclavos, pero como nos representa a todos y además lo
hemos votado, nos convierte a todos en sumisos. Asistimos impasibles a un
latrocinio: nos esquilman el fruto de años de trabajo y esfuerzo, enviándonos a
la pobreza con el beneplácito de nuestros propios dirigentes. ¡Qué país! ¡Y
luego hay quién se extraña de que España salte por los aires! ¿Dónde está
nuestra dignidad? ¿Acaso vamos a conformarnos desfilando como corderos hacia el
matadero? Muchos se quejan de la falta de patriotismo de tantos ciudadanos y
señalan con envidia y nostalgia el furor patrio de otros. ¿Pero, acaso, puede
sentirse alguien orgulloso de ver cómo nos arrastramos por el fango, mientras
otros nos violan impunemente? ¿Qué ofrece esta raza de esclavos que nos dirige
para que los jóvenes se sientan orgullosos y estén dispuestos a esforzarse por
su país? Luego algunos se extrañan de que el país y la propia UE se vayan al
carajo. Ay, ay… malos tiempos.
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