Son muchos los que se sorprenden y se indignan por lo que
está ocurriendo en España. Es un país sin gobierno, empantanado. Nadie se
entiende, todos están enfadados. Los partidos se rompen, los ciudadanos están
hastiados… Una sensación de impotencia y zozobra se apodera de una sociedad que
ya hace tiempo que ha perdido su norte.
Pero yo pienso que lo que ocurre es bueno. O, mejor dicho,
es sano. No os espantéis con lo que digo, dejadme proseguir con mi argumento.
Todo este desaguisado es un síntoma de la curación de la herida después de un
tremendo desgarro. Una catarsis, una expulsión de los demonios. Sí… porque lo
que ha pasado en nuestro país es muy grave, un pequeño terremoto, que ha
removido la geografía, los contornos de las cosas tal como los conocíamos hasta
ahora, para comenzar todo de nuevo, en un nuevo paisaje, en un mundo diferente.
Y éste es el proceso en el que estamos. La noticia mala no es que no haya
gobierno. No. La mala noticia es que vuelvan a gobernarnos los mismos. Por eso
yo pienso que este impasse, este
desgobierno, es un síntoma de hartazgo, una constatación --en la aritmética
parlamentaria-- de que algo no cuadra, de que los que pretenden gobernar ya no
tienen una masa crítica para hacerlo. ¡Y esto es una excelente noticia!
Hay tres razones de peso que explican este enredo, que
justifican tamaña rotura y que exigen un orden nuevo: la plurinacionalidad de
España, la corrupción y la creciente pobreza. Y por este orden.
La plurinacionalidad de España es un tema todavía no
resuelto. Es muy sencillo: España es un estado plurinacional, es decir, que
está formado por varias naciones. Esto es un hecho. Se ha intentado ocultar o
superar, sin éxito. Ha llegado la hora de afrontarlo con seriedad, con madurez,
honestidad y espíritu libre. No se puede seguir engañando a los ciudadanos
explicándoles cuentos chinos. De algo tienen que haber servido estos treinta
años de democracia: la sociedad española ya está madura, debe afrontar este
conflicto y resolverlo definitivamente. No valen imposiciones. Se precisa juego
limpio, dialogo y búsqueda sincera de un pacto. No es de recibo que la unidad
de España sea una condición innegociable, cuando cientos de miles de ciudadanos
–por no decir millones—quieren explorar otras formas de convivencia. No se
puede apelar a la ley, como si fuera algo intocable, inamovible, para
encastillarse en la propia posición en un acto de flagrante intolerancia hacia
otra parte de la sociedad que quiere mover ficha. No se puede gobernar desde la
intransigencia, hostigando al adversario con la amenaza de los tribunales,
cortando los suministros financieros y los recursos necesarios a una parte de
la población como si se tratara de un castigo, con ánimo de torcer la voluntad
por la fuerza. Esto sólo genera odio y mayor rechazo, exacerbando las
posiciones, desgarrando la convivencia y haciendo mucho más difícil el pacto
necesario. Seamos honestos: si no se ha formado un nuevo gobierno hasta ahora,
que se adivinaba del PP, es por la sencilla razón de que este partido y su
equipo de gobierno han demostrado su ineptitud para encauzar este grave
problema. Los populares se han convertido en un claro peligro. Su
intransigencia es incendiaria. Su torpeza no hace más que desgarrar la urdimbre
necesaria para tejer una nueva convivencia. Esta investidura que nunca llega,
enrocada, demuestra que la opción en liza no tiene suficiente fuerza y
legitimidad para obtener la confianza. Hay un hecho de gran significación y que
debe tenerse muy en cuenta: en Cataluña y en Euskadi los dos partidos del
sistema, PP y PSOE, son residuales. Yo ahora os pregunto, ¿cómo se puede
gobernar un país en donde las dos regiones de mayor peso económico están
determinadas por partidos que, ahí, son minoritarios y denostados, que aplican
políticas hostiles a sus necesidades? ¿cuánto puede durar esta situación sin
que salte todo por los aires? Ya se ha dicho muchas veces: contra Cataluña no
se puede gobernar. Sólo un equipo que afronte con altura de miras el conflicto,
merecerá la investidura.
La corrupción es el siguiente problema en importancia y
explica también la situación de bloqueo que vive este país. La corrupción ha
consistido en un régimen por el cual los principales partidos existentes –PP,
PSOE y la complicidad periférica de CIU—se han convertido en correa de
transmisión de los intereses de las grandes empresas y de los grandes bancos
para beneficiarse mutuamente en detrimento del bien común de los ciudadanos. Es
el cáncer de nuestro sistema democrático. Mientras estos partidos sigan en el
poder, la corrupción continuará. Lo que está ahora en juego no es si gobierna
el PP con sus coaligados o el PSOE con los suyos. No, no. Lo que se dirime aquí
es si sigue el “régimen” o vence una nueva política que regenere la democracia.
Los españoles, poco a poco, se van dando cuenta y giran su voto hacia otras
opciones. Pero los viejos partidos se resisten. Se defienden como gato panza
arriba: están en juego sus privilegios, los fabulosos intereses de los que
chupan estas fenomenales máquinas electorales que son el PP y el PSOE. Han
colonizado el Estado como un mortal parásito y no están dispuesto a soltar la
presa. Están incrustados en las arcas del Estado y no sueltan prenda. Esto es
lo que explica lo que está pasando, por ejemplo, en el PSOE. Los barones socialistas,
viejos jerarcas con Felipe González a la cabeza, apoltronados en sus
privilegios, dirigen un partido que ya hace tiempo que no representa los
intereses de la izquierda; ¡es un negocio! Han defenestrado a Pedro Sánchez,
por una razón muy sencilla: está poniendo en riesgo el sistema. Díscolo Pedro
Sánchez… --¿de dónde ha salido este chico? ¿Pero es tonto o qué? — deben pensar
todos estos carcamales. ¡Hay que ver el nerviosismo, la inquietud que les ha
causado al ver que al chico no podían manejarlo! Pero al final se han salido
con la suya. Hay que dar paso a un gobierno del PP, les interesa enormemente.
Con este golpe de mano, un sector del partido socialista ha perdido la
oportunidad de iniciar su regeneración política. ¿Por qué? La alternancia del
bipartidismo, el mantenimiento del sistema, el régimen “democrático” que ha
regido los destinos de este país… al servicio de una “maquinaría” que chupa de
los bienes que todos generamos. ¿Qué puede ocurrir si accede al poder la nueva
política? Pues que se desmonta todo el invento. Y lo que es más grave, los
políticos del antiguo régimen, ya desaforados, quedaran expuestos a los jueces…
y a cumplir sus condenas. El PP y el PSOE pueden ser dos partidos distintos,
pero en lo esencial defienden un mismo interés. Por esto ahora se blindan, por
eso van de la mano, por eso no han permitido la aventura de Sánchez y por eso
no pueden soportar a Podemos.
Por ultimo está el problema de la creciente pobreza. La
clase media ha sufrido mucho con la crisis y se ha reducido de forma muy
notable, engrosando las filas de una nueva clase baja. ¿Consideráis normal que
el esfuerzo de tanta gente, durante estos treinta años, se haya ido al garete?
¡¿Pero cómo es posible?! Todos los logros de la socialdemocracia, la gran
conquista de la sociedad europea de la postguerra mundial, conseguidos tan
arduamente y a costa de tan duros sacrificios, se ha volatilizado. Asistimos
impotentes al esperpéntico espectáculo de ver como una retahíla de chorizos, de
aprovechados, de nuevos ricos horteras y mafiosos de todo pelaje se aprovechan
de un botín de dudosa--¡o no tanto! —procedencia. La riqueza se polariza y, de
nuevo, en una experiencia que parecía superada por la historia, aparece una
sociedad con un perfil lacerante e injusto en el que los ricos son más ricos
que antes y los que habían conseguido acceder al estado del bienestar alimentan,
ahora, las filas de los pobres. ¿Qué han hecho los partidos ante este hecho?
Nada, absolutamente nada. Claro… están por otras cosas. Ahora nos gobiernan
desde Bruselas funcionarios no electos que aplican políticas neoliberales y no
rinden cuentas más que a los poderes rectores a los que sirven, ajenos a la
democracia y con un claro perjuicio para el bien común. Nuestros políticos son
unos simples mandados, lacayos mediocres, des simples d’esprit como
dirían los franceses. Es un divorcio, un trágico divorcio entre la política y
la sociedad. Una tremenda estafa de la nos costará recuperarnos. Pero hay que
levantar el nuevo edificio de la política desde cero. Hay que empezar de nuevo.
Concluyo mi argumento; los viejos partidos ya no sirven, y
todo lo que está ocurriendo es el proceso natural para cambiar las cosas. Se
está produciendo una profunda transformación. Por esto decía en la introducción
que lo que ocurre es, en el fondo, una buena noticia. La sociedad se dirige
hacia el cambio. Lentamente. Hay que regenerar las instituciones. Poner al
frente gente competente y honesta. Hacer entrar en la política gente con otra
mentalidad, más abierta, mejor formada. Se necesitan amplitud de miras,
capacidad para generar nuevos modelos posibles y nuevas ilusiones. Tardará más
o menos. A lo mejor es una cuestión de años, no creo que muchos. Pero llegará.
Después de lo que hemos visto estos últimos días, es casi seguro que acabe
gobernando, ahora, el PP. Para mi es una indecencia, un tremendo ultraje. Pero
tendrán los días contados, pues la sinrazón no se acabará imponiendo. No cabe
gobernar desde la ineptitud, el odio y la intolerancia. No merecen dirigirnos
estas gentes que ningunean y desprecian cuanto ignoran. ¿Qué les importa a
ellos la rica diversidad de los pueblos ibéricos y la complejidad de
sensibilidades distintas en una sociedad como la nuestra? ¿Qué ideas aportan
verdaderamente para ayudarnos a salir del atolladero? Ninguna. No, no están
legitimados, aunque hayan conseguido una mayoría relativa en las urnas. Más
pronto que tarde, los que aún les votan se darán cuenta. Y se acabarán
estrellando. Se estrellarán y se impondrá la razón. Estoy seguro de ello.