Primavera
Amanece
en el horizonte malva marino. Estalla súbita una atmósfera dorada. Despierta la
bestia triunfante: el apoteósico disco solar emerge. La luz tiene una pureza primigenia.
Un sol viril y joven se hace notar en las blanquísimas fachadas cubistas, con sus
reflejos cálidos y anaranjados. El aire es cristalino, su frescura puede olerse,
palparse con el alma. Es el principio del mundo.
Acaba
de copular el astro con la inmensidad azulada del universo que despierta, y en
la portentosa geometría surreal, nace Venus hermosa.
Del
cálido y húmedo vientre de la tierra, brota el feto de su revolucionada raíz. Surge
de la ciclópea lucha por la vida, renegando de las oscuras profundidades. Y
anhela la etérea y soñada belleza de la luz. Verdes cotiledones se alzan al
cielo en retorcidos espasmos. Y henchida la madre de fertilidad, sembrará un paraíso
de perfumes y de formas. Estalla para el mundo la Edad de Oro, cuyo signo es la
blanquísima luminosidad de los almendros.
Verano
Mediodía.
Cegadora luz de un sol que aturde. Densa atmósfera abrasadora. Amarillo en
los trigales. Secano. El hipnótico riquirraca de las cigarras. Se arrapan
las pitas amenazantes a los inmensos acantilados y en su rara belleza trasladan
una hostilidad que seca la garganta y eriza la piel enfebrecida.
En el
mar, sensualidad. El cristal del salitre en la piel. Embriagador perfume de
algas y yodo. El suave sonido arrullador de las olas. La escórpora, pez misterioso de prehistóricas formas, enciende con su
camaleónico fuego el placer más intenso del estío. Tiene su misterioso ojo
negro, vivo y brillante, la profundidad del universo. Su sabrosa carne destila
el Mediterráneo convertido en gelatina.
Mece el
llaüt sus viejas costillas en el
fondeo, mientras traquetea El taf-taf
lejano de los motores marinos de dos tiempos. Más allá, ciñe al viento la
ilusión de un nuevo puerto.
En las
pulidas pizarras, despiertan al ávido oleaje del deseo las mórbidas formas de
una ninfa. Pura sensualidad embrujada por el sol estival. Está tendida su
hermosura junto a un mar convertido en millones de fragmentos; como espejos
destellan la belleza de la luz.
Al
atardecer, en la soledad monástica de los huertos, el embriagador aroma de los
tomates y de la tierra recién regada. Los altos cipreses señalan la materia
púrpura y rojiza tras los montes, mientras el mar es ya cobalto fundido. En
breve, la inmensidad de la bóveda celeste mostrará su redondeada Edad de plata
con el brillo afilado de infinitas estrellas.
Otoño
I
Enigma:
El hombre es la medida de todas las cosas.
II
El vino
es santo grial, pócima mágica, la piedra filosofal. Magia pura. Esconde en sus
destellos de rubí los hondos secretos de la tierra. Decidme sino ¿qué otra
cosa, creada de la mano del hombre, contiene y resume la naturaleza? Destilación
del paisaje, es su imagen poética. Sello del mundo. Signo y metáfora de nuestra
fuerza transformadora de la materia, para convertirla en una libación divina.
Regalo para los sentidos. Origen de la pletórica bacanal de la vida. ¡Predispone
a la alegría y momentánea locura de la embriaguez! Savia purificadora.
Plenitud. Comunión con lo divino. ¿Qué otro brebaje oculta su belleza de forma
tan seductora, forzando el viaje iniciático?
III
Abre la tarde el colosal escenario del bosque
otoñal con sus ocres, rojizos, naranjas, pajizos. Hayas y abedules, robles y
encinas dibujan el vetusto color de la madurez en el cristal de los lagos. La
lechuza observa con ojos atónitos. Negros nubarrones ciegan la luz del alma y
hielan los corazones. Truena y retruena en la colosal campana del cielo.
Retumba la ira del destino en la bóveda del mundo. Zigzaguea el relámpago en un
sordo destello. Barre el valle un aire frío que presagiando tiempos más tristes
descarga un portentoso aguacero. En la neblina de la atmósfera huele a húmedo
sotobosque y a setas.
Invierno
Extiende
el crepúsculo su manto de melancolía. La mar, ahora solitaria y vacía, sirve de
lecho a gigantescos reptiles petrificados; Vivo mineral que el tiempo y el
salitre han trabajado. Sopla la tramontana prometiendo, en el lejano escenario,
un rojizo atardecer. En la recogida ensenada, las alegres gaviotas rasan con la
punta de sus alas las aguas durmientes de la marea.
Es la
bestia cansada que se sumerge en el sueño del ocaso. Que acaricia ya los oscuros
límites de la nada.
Viejos y
retorcidos troncos, abatidos por las violentas avenidas y trabajados por las
rugientes mareas. Árboles desvestidos ya de sus ropajes vegetales, sometidos
por efecto del salitre a una petrificación vegetal. Bruñidas esculturas, ¡Cuánto
podrían explicar sobre las maravillas del mundo! Convertidos ahora en mudas osamentas,
prefiguran su decadencia.
Paco Marfull
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