lunes, 18 de julio de 2016

¡Heil!


El ministro federal de Finanzas, Wolfgang Schäuble, perfectamente trajeado, está sentado en silla de ruedas. Con una mirada malhumorada, disimulada detrás de sus oscuras gafas de sol, muestra con un rictus que hiela la sangre, apenas un movimiento casi imperceptible de su labio inferior, su desagrado con la situación y su implacable determinación para imponer los sagrados intereses de Alemania. Se parece a Peter Sellers en el papel de doctor Strangelove en la inefable película “¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú”. Tiene uno la impresión de que también a él, Her Schäuble, se le va a disparar el brazo como el muelle de un juguete roto marcando un inoportuno saludo nazi, no sabemos si debido a un disfuncional acto reflejo fruto de su minusvalía o a una traición de su inconsciente. Europa será alemana o no será, ¡Heil!

¿Será que los alemanes, al final, han ganado la guerra? Por medios pacíficos. Cabría pensar que han entendido que hacerse con la hegemonía de Europa no pasaba por la brutal imposición con las armas y el sacrificio de pueblos enteros. Sólo pensarlo, se hiela la sangre. ¿Entra dentro de lo posible, aunque en ningún caso desvelado, que sutiles y astutos como son, perseverantes y trabajadores, hayan urdido una lenta estrategia gracias a la cual han acabado cogiendo al ratón por el rabo? ¡Estamos jodidos!

En los años 60 y 70, cuando éramos jóvenes adolescentes despreocupados, el cine de barrio era una de nuestras principales distracciones. Cada sábado por la tarde, asistíamos a una sesión doble. Entonces se producían como churros películas sobre la Guerra Mundial en la que los alemanes, como si fueran tontos, salían despavoridos cazados como conejos por los sempiternos héroes de Hollywood, en el papel de salvadores americanos del continente. ¿Os acordáis? Pues bien, ¡ya podéis reíros, ya! Porque ahora los que nos cazan como a conejos son ellos a nosotros. ¡Heil!

Los ingleses siempre se han mirado la cosa desde la barrera. Sus altivos dirigentes, mirándoselo todo siempre por encima del hombro, parecen preguntarse, con flemática parsimonia, que coño se les ha perdido en el continente. Había que ver que ufano se presentaba Nagel Farage, personaje rayano en lo ridículo, acudiendo como un dandi, paraguas en mano –¡más faltaría! --, para atender a la prensa, escasos instantes después del resultado del dichoso referendo del Brexit. Su payasada acababa horas después, escondido bajo las piedras, ante el terror que le producía afrontar el liderazgo de la desconexión británica que él mismo había provocado. Recuerdo una anécdota que nos explicaba siempre el poeta José Maria Valverde, cuando daba clases en la Universidad, respecto a las peculiaridades de los británicos: cuando Alemania declaró la guerra a Europa en 1940, el entonces prestigioso diario The Times tituló, a toda caja –cosa que no había ocurrido nunca, pues por muy importante que fuera la noticia, nunca era merecedora de una anchura mayor de tres columnas—: ESTALLA LA GUERRA EN EUROPA, EL CONTINENTE INCOMUNICADO. Los ingleses son el centro del Universo. Hoy siguen viviendo en la nube del ya inexistente Imperio británico. Es el único país de Europa donde las clases sociales son castas. La aristocracia, en pleno vigor aún –no hay más que ver a la reina—y la gentry desdeñan abiertamente al populacho, con el que no se consideran dignos de hacerse. ¿En qué otro país, una misma lengua puede ser al mismo tiempo una barrera que distingue y separa? Ahora, en una maniobra mezquina y equivocada, que sólo se explica por su prepotencia, sus delirios de grandeza y, ciertamente, su aversión por ver una Europa alemana, han convencido a sus nacionales para que voten la salida de la Unión Europea. No nos engañemos, nunca han estado a gusto. Tampoco ellos confían en una Europa en la que no manden. Su política siempre ha consistido en dividir Europa, pues a río revuelto ellos siempre pescan. ¡Bye, bye, gentelmen!

Los franceses están en horas bajas. No asumen el liderazgo. Están acomplejados frente al poderío de Alemania. Y eso que cuentan con un crédito que otros no tienen: encarnan mejor que nadie los derechos del hombre y los valores de la ciudadanía democrática. Los ideales revolucionarios de la libertad, la igualdad y la fraternidad. No encuentran la forma de hacerle frente a su --¿aún temido? —vecino. Los boches dicen aún muchos franceses. Despectivo término, pero las salvajadas cometidas todavía no se olvidan. ¿Podría aliarse Francia con los los países mediterráneos, y liderar un grupo de presión para acabar con la imposición de una política económica que nos lleva al desastre? En el fondo, Francia comparte con el Norte despectivo y xenófobo la creencia que los ciudadanos del sur son perezosos, displicentes y deshonestos. ¡Ah, los complejos de superioridad! Lo mismo ocurre entre españoles y portugueses; siempre ese poso de superioridad de los primeros hacia los segundos. Y qué decir del Norte de Italia, incapaz de respetar al sur, siempre con ese comentario despectivo respecto a napolitanos o sicilianos. ¿Por cierto, habéis viajado a través de Sicilia? Yo sí… Y puedo deciros que no les vendría mal a los italianos darse una vuelta por el sur de España para ver cómo ha funcionado aquí la solidaridad interregional, a pesar de nuestras quejas.

Uno de los pájaros más espabilados de nuestra decadente UE es el inefable Jean-Claude Juncker. Un sinvergüenza procedente de Luxemburgo que ha conseguido una proeza inigualable: la presidencia de la Comisión Europea, a pesar de haber creado un quebranto a las haciendas públicas de los países de la Unión de proporciones gigantescas. El truhan ha sido elegido a dedo, claro, pues en esta Europa que decide por nosotros nadie ha votado a este granuja que ocupa un cargo tan significado como la presidencia de la Comisión. Podríamos decir que el nombramiento del pájaro Juncker es la viva prueba de que se ríen de nosotros. El amigo Juncker es un especialista en estafarnos a todos. Cuando era ministro de finanzas en su país, un paraíso fiscal en la Eurozona, ofreció a importantes multinacionales que tributaran en su país, en lugar de hacerlo en los países donde operaban. Les ofrecía tributar los beneficios con un 1% de risa. El muy espabilado nos retiraba la alfombra de debajo de los pies. Así que los pactos fiscales de Juncker el pájaro han representado cuantiosas pérdidas para las haciendas de la mayoría de los países europeos. Pero el cinismo y la seguridad de nuestro amigo, amparado en su sinvergüencería por el cártel dominante --¡Heil!-- le permitía además exigir, sin piedad y con una desfachatez pasmosa, los ajustes fiscales a Grecia, Portugal, España e Italia, cuando los dineros que él nos había sisado para esta Andorra norteña, hubieran representado un gran alivio para tantos ciudadanos castigados por la crisis. Una ignominia más.

Mariano Rajoy el pelotillero, es el chico de los recados de Her Schäube. ¡A ver cómo lo volvemos a sentar en la poltrona!, se dicen en el centro de control y comando en Berlín. El pelotillero tiene la docilidad imbécil de los esclavos, pero como nos representa a todos y además lo hemos votado, nos convierte a todos en sumisos. Asistimos impasibles a un latrocinio: nos esquilman el fruto de años de trabajo y esfuerzo, enviándonos a la pobreza con el beneplácito de nuestros propios dirigentes. ¡Qué país! ¡Y luego hay quién se extraña de que España salte por los aires! ¿Dónde está nuestra dignidad? ¿Acaso vamos a conformarnos desfilando como corderos hacia el matadero? Muchos se quejan de la falta de patriotismo de tantos ciudadanos y señalan con envidia y nostalgia el furor patrio de otros. ¿Pero, acaso, puede sentirse alguien orgulloso de ver cómo nos arrastramos por el fango, mientras otros nos violan impunemente? ¿Qué ofrece esta raza de esclavos que nos dirige para que los jóvenes se sientan orgullosos y estén dispuestos a esforzarse por su país? Luego algunos se extrañan de que el país y la propia UE se vayan al carajo. Ay, ay… malos tiempos.


lunes, 4 de julio de 2016

Rosae Perséfone


Descorcho con mimo la botella. Es original, el cuello es más grueso de lo habitual, incluso cuesta encajar según qué tipo de sacacorchos en la ancha rebaba. Está lacrada con cera como se hacía antaño, protegiendo el tapón de corcho. Es cera de color rosa y, gran sorpresa, del mismo tono que el vino, exactamente el mismo. Uno no espera un color tan inusitado en un vino. Produce una cierta emoción, descubrir que el color de este vino – como podríamos denominarlo: ¿rosado, gris? — coincide con el lacre rosa, como si éste fuera una anticipación de lo que guarda la botella. Una botella que, al ser de vidrio opaco, esconde este secreto-sorpresa. El color es realmente soberbio, a la luz tamizada del sol que entra oblicua en la estancia esta tarde primaveral. El vino es etéreo, muy leve, cristalino en sus iridiscencias al servirlo en la copa… ¡y es rosa! En los primeros instantes, al escanciarlo, desprende una ligerísima fragancia a rosas. Sutilmente insinuada, nada de exageraciones. Y mucho menos, ese perfume vulgar y evidente a rosa… No, no… es una fragancia floral apenas intuida, para recordarnos que está aquí la primavera, pues este es un vino primaveral, por su frescura, que se adivina incluso antes de degustarlo. Así es, elegante y sutil en boca, fresco, con un punto justo de acidez. Es el perfecto equilibrio entre levedad y estructura; no se puede pedir mayor expresión a una sustancia tan etérea. Original y elegante. ¡Y, repito, es rosa! Rosa es el color del vino, el lacre de su botella y la fragancia que desprende apenas sugerida. ¡Emociona!
Como todos los vinos interesantes, poco a poco insinúa sus encantos escondidos, que confirman su velada complejidad, su finura. Al rato, uno parece adivinar nuevas fragancias que afloran a la superficie de la copa. Descubro, me parece, un recuerdo de frambuesas confitadas.
Lo he degustado con un potaje de calabaza y puerro; combina a las mil maravillas. Lo mismo con un guiso de habitas tiernas y guisantes de Llavaneres, apenadas pochados con cebollita, butifarra negra y un toque de menta. A media tarde, llévate a la boca un fresón y disfrútalo con una copa de este vino; ¡verás qué maravilla!
Yo concibo este vino como un perfecto equilibrio entre un vino profundo y complejo del Norte y otro fragante y fresco del Mediterráneo. Es un vino rosado, pero también un vino gris… aunque por su clase, puede considerarse también un tinto, aunque desvestido de todo el lastre y conservando únicamente el fino velo transparente de una diosa, como Diana, recién sorprendida su belleza en la fuente solitaria.


                                                         Barricas de vino Dido Rosa

Perséfone… Me gusta este nombre para este vino, en griego, pues alerta sobre sobre su elegancia, casi clásica, su alto linaje… ¡como si fuera una Venus recién nacida! Sí, es un vino de signo femenino. Yo diría que es Perséfone, la diosa que volvió del inframundo donde moran los muertos. Una diosa que marchó siendo la joven Koré, que recogía flores junto a otras ninfas, y fue raptada por Hades, que veneraba su belleza. Después de un largo periodo en el que nada crecía sobre la Tierra y los terrenos se volvieron grises y yermos, regresó al mundo de los vivos como la Primavera, como Perséfone, la ninfa que provoca el renacer de la vida haciendo que todo el esplendor de la naturaleza rebrote de nuevo. Así es este vino. Y también podría llamarse así, Perséfone, pues renace en nuestro ánimo como si iluminara nueva vida en nosotros.



domingo, 3 de julio de 2016

Socotra, la isla de los genios


El pasado jueves asistí a la proyección de la extraordinaria película “Socotra, la isla de los genios” en una sesión especial de la Filmoteca de Barcelona. La esperaba ansiosamente después de ver que ya se había estrenado en Madrid y otras ciudades. No defraudó mis esperanzas, al contrario; Jordi Esteva y su equipo han realizado un trabajo bellísimo y muy poético sobre uno de los últimos paraísos de la tierra. Los felicito con entusiasmo y os recomiendo aprovechar la próxima oportunidad para ver esta joya.



Inspirado en las fotografías de Jordi Esteva sobre Socotra, que ya venía siguiendo desde hacía tiempo en fb, escribí uno de los pasajes de mi novela, aún inédita, LA TRÍADA HELÉNICA Y EL ENIGMÁTICO ÍBICE DE ORO que os dejo a continuación. El pasaje es un cuento que explica la encantadora Birsífuni a Demetria durante su cautiverio en el Yemen:

El cuento de Birsífuni. Hace mucho tiempo, nació en Socotra, la isla de la felicidad de donde procede el preciado incienso, una joven muy bella que se llamaba Cretéis. Sus padres eran humildes pastores de cabras y, viendo las dificultades por la que tuvieron que pasar para sacarla adelante, con el fin de asegurarle una vida mejor, al cumplir los catorce años, decidieron enviarla a servir en el palacio del Sultán de Aswan en Saná. Cretéis se llevó consigo el valioso incienso, que su padre consiguió empeñando sus escasos ahorros, y que ofrecería al sultán a cambio de obtener su favor. Así que, un buen día, con lágrimas en los ojos y gran pena de sus padres, partió en el barco de unos mercaderes egipcios de Menfis. Después de un atropellado y largo viaje por mar, en el que tuvieron que soportar incontables peligros y un terrible temporal por el que a punto estuvieron de morir ahogados, desembarcaron en la encantada ciudad de Adén. Desde allí, la muchacha emprendió una dura marcha por el desierto con una caravanserai de doscientos camellos, que trasportaba la carga de los mercaderes egipcios para el sultán. Después de diez jornadas de marcha por las arenas inacabables y bajo un sol abrasador, la muchacha llegó a una ciudad que parecía salida de los sueños, con bellas casas y tan altas que tocaban las estrellas. Una vez en el palacio, fue aceptada al servicio del gran sultán, pero era tal la belleza de la muchacha, que el sultán quedó perdidamente enamorado. Al principio, ambos vivieron el fuego de la pasión. Pero muy pronto, Cretéis descubrió que su príncipe azul era en realidad un déspota cruel. El caprichoso sultán arrinconó a su abandonada amante en su bien surtido harén, como el que suelta un juguete roto del que ya está cansado. El tiempo pasó y Cretéis no era feliz, como no lo eran tampoco las bellas mujeres que ahí se encontraban, que se sentían prisioneras del cruel príncipe.
Una noche, Cretéis tiene un sueño. Se le aparece un genio y le augura que viajará a los lejanos países del Norte, más allá del gran río que surca el desierto, donde habitan los hombres de rubias cabelleras. Y tendrá un hijo.
Un buen día, acudieron a palacio los miembros de una embajada comercial de la lejana Tirrenia. Uno de ellos, un rico comerciante de Cumas, deslumbrado por la belleza de Cretéis, y viendo a la muchacha tan afligida, decide raptarla y llevarla con él de vuelta a Tirrenia. Así es como una madrugada, el sobornado eunuco del harén permite la salida de la hermosa Cretéis. Apenas han despuntado los rayos del sol, la joven ya se halla a salvo en la embarcación helena de la mano de su valeroso salvador. Durante el viaje de retorno, nace la pasión entre ellos. El griego de Cumas, que se llamaba Febo, es un hombre joven y apuesto, siempre radiante y alegre, que deslumbra a su amante con sus aventuras y su buen humor. Durante el viaje la nave recala finalmente en Bubastis, a la entrada del canal de los faraones en el país del gran río. Camino a Giza, por las abrasadoras arenas del desierto, Cretéis queda deslumbrada por las gigantescas pirámides que ahí levantaron los reyes de Egipto. Pero, reemprendido de nuevo su camino hacia el Mediterráneo, a la salida de las bocas del Nilo, cuando apenas llevaban media jornada navegando, corsarios fenicios los abordan. Se establece una enconada batalla para evitar el asalto, pero finalmente los piratas se hacen con el control de la nave mercante y la apresan con su carga y los pasajeros. Desgraciadamente, Febo muere en la reyerta. Cretéis llora desconsoladamente la pérdida de su amado. Presos en su propia nave, que ahora pilotan algunos de los piratas fenicios, se dirigen al puerto de Tiro, donde los corsarios pedirán un rescate por los ricos comerciantes. Al ser Cretéis una humilde muchacha, y no tener a quién reclamar una buena suma por ella, los corsarios la venderán a un traficante de esclavos.
En Tiro andaba, por aquellos días, un griego de Esmirna llamado Femio, que había acudido a la ciudad para conocer el alfabeto de los hombres rojos. Femio es un anciano sabio y bonachón, que ejerce de maestro y poeta en la próspera Esmirna y siente gran curiosidad por estudiar el nuevo alfabeto del que le han hablado. Un día, paseando por la bella ciudad amurallada, llega hasta el mercado. Aquel día el emporio está en plena actividad, pues se venden mercancías llegadas de todos los rincones del mundo. En todo esto, Femio descubre, en un lugar en el que se ha formado un ruidoso tumulto, a una hermosa muchacha que va a ser vendida como esclava. No era habitual la venta de esclavos en Tiro, pues los fenicios no son muy acordes con esta lacra. Menos lo es, aún, Femio; como hombre sabio y virtuoso, detesta esta práctica que no considera digna de los seres humanos. Indignado con la escena que presencia, al ver a una joven mujer atemorizada ante la posibilidad de ser vendida a cualquiera de los libidinosos desaprensivos que babean a su alrededor, decide pujar por ella. A Costa de todos sus ahorros, consigue adquirirla y, tranquilizándola, la lleva a su casa.
El afable Femio resultó ser un hombre bondadoso. Cuidó de Cretéis como si de su propia hija se tratara. Una noche llegó a casa y se encontró a Cretéis llorando desconsoladamente. No tardó mucho la muchacha de Socotra en descubrirle que estaba embarazada. Sin duda, era el fruto de su dulce amante Febo, acuchillado por la perfidia de un corsario. Viendo la profunda tristeza de la muchacha, Femio la consoló afirmando que su embarazo era una buena noticia. Debía sentirse feliz por el fruto de su amor, aunque el amado Febo ya no estuviera junto a ella. Él cuidaría de su hijo como un padre. Cretéis se tranquilizó, pues Femio era un hombre virtuoso que sabría cuidar de ambos y protegerlos. Además, un sabio maestro que velaría por darle la mejor educación a su hijo.
Al poco, nuestros personajes partieron de la bien amurallada Tiro, apoyados uno en el otro. Esta vez zarparon con una nave de pequeño cabotaje que transportaba púrpura para una compañía de Esmirna. El periplo fue placido y sin incidencias.
Se celebraban por entonces las fiestas de Efeso, que solemnizaban la entrada de la primavera, y una numerosa multitud se había reunido en los verdes prados ribereños del río Meles, que ya empezaban a llenarse de flores. Sintiéndo cercano el parto, la bella Cretéis se estiró en la mullida hierba, junto a la orilla y se sumergió en un profundo sueño. Se le apareció entonces Mnemosyne y le dijo:
Bella Cretéis, que en tu anterior vida fuiste la alegre Koré. Te raptó el torticero Hades, en la flor de tu vida, mientras compartías la alegre juventud con tus amigas inseparables. Viviste entonces en una región desolada, morada helada, reino de sombras y mundo del olvido. Los dioses han querido que encarnes ahora a la bella Cretéis, nacida en la isla donde el tiempo no fluye, hija del pastor Melanopo que cuidó de ti como el mejor de los padres. Concebirás hoy aquí a tu hijo, que será un gran sabio, príncipe de los aedos, y aunque será ciego, los dioses lo dotarán con la visión superior del intelecto y no con los engañosos sentidos. Este hijo, que los hombres y los dioses conocerán con el nombre de “el que lleva lazarillo”, escribirá la historia de la estirpe humana, y en ella estarán contadas para siempre jamás, todas las cosas que han sido y serán. Luego él renacerá en el rango de los dioses inmortales, compartiendo la morada de otros inmortales, libres de inquietudes humanas, escapando al destino y a la destrucción[1].
Y así es como la bella Cretéis parió aquel mismo día a un niño sano, que los numerosos asistentes a las alegres fiestas primaverales, inspirados por Baco, llamaron con ocurrente afecto Melesígenes, pues había nacido a la vera de este río. Femio y Cretéis celebraron el acontecimiento con contenida emoción y felicidad.

 Fotos: Jordi Esteva



[1] Jean-Pierre Vernant. Mito y pensamiento en la grecia antigua. Ariel 1973. Aspectos míticos de la memoria y del tiempo.


lunes, 27 de junio de 2016

Funestos resultados electorales


Los resultados de estas elecciones de junio son muy decepcionantes. Sinceramente, estoy desconcertado. Son muchos los sentimientos que surgen; frustración, rabia, decepción, impotencia… pero creo que, por encima de todo, un profundo desencanto. Y lo que es peor; como ya soy gato viejo, la inequívoca sensación de que estos resultados son funestos y auguran un futuro inquietante.
Vayamos por partes. ¿Alguien puede comprender que un partido que está podrido hasta las raíces, haya obtenido casi ocho millones de votos? ¿Cómo puede ser que un partido que ha hecho de la corrupción su sistema de gobierno, que ha traicionado a la ciudadanía legislando y gobernando contra sus intereses, empobreciéndola y que, además, mantiene un pulso agresivo y chulesco contra una gran parte de la ciudadanía catalana haya obtenido un soporte electoral tan elevado, de un 33% de los votos que le reportan hasta 137 diputados?
Está claro que estos resultados muestran una imagen muy poco halagüeña de la sociedad española de 2016. Hablemos sin ambages: de una sociedad que también se ha empobrecido éticamente, cuyos valores están en decadencia. Hemos podido demostrar que nuestro sistema político está corrupto, pero quizás ha llegado la hora de empezar a comprender que la propia sociedad está en connivencia con la corrupción, pues el voto del 26 de junio demuestra que a una gran parte del electorado no parece importarle la catadura moral de los que han estado en el poder, por no decir que sienten franca complicidad con ellos.  
Ya sabemos pues lo que nos espera. Un nuevo gobierno del partido popular, en el que una vez más, con la complicidad de unas instituciones europeas prostituidas, en las que ya pocos creen y que se desmantela por momentos, se seguirán defendiendo intereses que destruyen las clases medias y hunden en la desesperación a las clases populares, que no ven llegar la hora de poner freno a tanto despropósito. El sueño de mucha gente se ha desvanecido y, con ello, la esperanza de poner en pie una nueva política que nos permita sacar adelante un nuevo proyecto de Europa. Una pena, una enorme decepción.

Por último, deseo referirme a un asunto que posiblemente es el que más ha pesado en toda esta situación: la cuestión de Cataluña. No hay problema más grave que aquel del que no se habla. Este es el caso de la cuestión catalana. De tan importante y sensible, se convierte en un tema tabú, del que nadie habla abiertamente. ¿Os habéis dado cuenta? En ambas campañas electorales, el tema de Cataluña era hábilmente silenciado, aquello que en el fondo era lo que más importaba, se amagaba sutilmente a la opinión pública. Pero no lo dudéis, una cosa es bien cierta: este es el problema principal y, por lo tanto, el que ha decidido el resultado electoral. Es muy preocupante y no augura nada bueno, creedme. Dejémonos de hipocresías: una parte importante de la sociedad española, con su voto, ha votado contra Cataluña. Intolerancia, la eterna intolerancia de los españoles. ¡Cuántos conflictos graves no nos ha reportado esto! … pero no aprendemos. Con su intolerante y rencoroso voto han votado por un gobierno para que, con mano dura, nos ponga en vereda. ¡Estos catalanes no aprenden nunca! La solución pasará por la fuerza y la imposición. Terrible. Millones de catalanes, desesperados, vemos como poco a poco se aleja la esperanza de pactar un mejor acomodo a nuestros anhelos e intereses. España, con su intransigencia, nos arroja al abismo. ¿Cómo acabará todo esto? ¿Acaso pretenden que millones de ciudadanos se resignen simplemente a pasar por el tubo? Creedme, la situación es explosiva; hemos alimentado lobos sedientos de sangre y nada bueno augura el tenebroso horizonte que se vislumbra. El destino, una vez más, despliega su funesta y terrible trampa.


jueves, 23 de junio de 2016

El gang gubernamental

Ya he escrito muchas veces sobre el poco respeto que me merece el gobierno actual y el partido que lo sustenta. La escandalosa noticia que acabamos de conocer sobre las artimañas del siniestro ministro del interior, me produce una mezcla de rabia y asco. Todo ello confirma las malas formas, la escasa catadura moral y la ausencia de una actitud democrática de la pandilla de desaprensivos que nos gobierna. Una prueba más de que los ciudadanos hemos de aprovechar estas elecciones para decir con nuestro voto que ya estamos hartos de todo esto. No quiero resignarme ante la rabia que me produce seguir viendo la cara de cínico de Mariano Rajoy, un mediocre burócrata que parece que no haya roto un plato, pero ya sabemos que además de la incompetencia que suponía su parálisis y falta de iniciativa hacia la cuestión catalana, se suma ahora su actitud claramente mafiosa de intentar socavar al adversario con las peores artes.


miércoles, 22 de junio de 2016

Une étoile caresse le sein d’une négresse



A Joan Miró

Como en un sueño, el árbol de la vida centra en la Masía su metafísica relación: la Tierra conecta con el cosmos. La raíz es ojo negro de insondable profundidad, punto luminoso que engendra la florida copa que enlaza con un místico cielo de surreal belleza. La luna preside con su influjo el fascinante hecho de la vida. Vida que es naturaleza domada, objeto cotidiano convertido en símbolo que escribe el lenguaje por el que el Universo toma sentido. La matemática del hombre empeñada en su geometría del sentido. Raro sello. Luz de otro mundo, que sin embargo es cotidiana razón. Síntesis de lo creado. Raíz.

Amébicos personajes mueven sus ciliares miembros en límpidos espacios siderales. Estrellas que acarician sus recios senos. Criaturas ingrávidas, con vaginas y penes improbables, sugieren potentes emociones. Escueta insinuación erótica, signo cósmico de la semilla de la vida universal. Asombrosa belleza. Vaginas con cilios insinúan la entrada en nuevos universos, amebas de lo minúsculo que conducen al macrocosmos. Rostros orientados a las estrellas en un afán por alcanzarlas. Misterio de la vida.

L’ocell diví llisca per les constel·lacions

Límpidos colores primarios que son la pureza misma. Sobre diáfano fondo ocre que sueña el infinito; rojo, negro y blanco. Una caligrafía de signos nuevos que sugieren un más allá soñado, con puros objetos primigenios, que inducen un estado y un sentir más que una forma. Mágico Universo convertido en acogedora morada soñada.

¿Acaso el Ser visto a través de los ojos de un niño?

Constelaciones que lamen mórbidos senos matemáticos. Geometrías imposibles que dibujan la idea platónica. Síntesis de lo esencial. Perros que ladran a la luna, ante una escalera wittgensteiniana. Rojo, blanco, amarillo y azul sobre Noche oscura. Soledad inmensa, infinita. Estrellas que se refugian en el sexo de los caracoles.

Vida protozoaria de la que emerge la atónita mirada del hombre. La gran pregunta universal reflejada en solícitos ojos redondos, ingenuamente abiertos, curiosos. Agresivas dentaduras perfilan en fondos siderales sus figuras y escriben la ferocidad de la vida.

Las revueltas aguas de pasiones telúricas, reflejadas en esta caligrafía de sexuados signos, conducen al remanso Zen de Azul. Inmenso tríptico azul, meditación trascendental. Magistral poema de sosegada madurez. Estupefacta emoción. Síntesis de la vida, pacífica respuesta a las turbulencias de la existencia. Fuego por fin apagado en una quietud que promete la liberación de la muerte.

Culmina la trilogía en blanco, donde apenas una tímida traza rompe el eterno silencio del universo. Contemplación del Vacío. Sabiduría por fin alcanzada.


Paco Marfull
Barcelona, marzo de 2012


viernes, 10 de junio de 2016

La gran transformación pendiente (2)


La democracia arrastra un grave defecto desde su implantación en la era moderna. Las élites nunca han querido someterse a ella y, desdeñándola, se han mantenido fuera del sistema. No les convenía estar bajo el control democrático, que nos iguala a todos, ni mucho menos les interesaba la redistribución de la riqueza, que unos pocos acaparan desde la noche de los tiempos. Así, la revolución democrática, en su punto de partida, no pudo abarcar a todos los estamentos sociales. Las nuevas reglas del juego se aplicaron a la sociedad en su conjunto, pero los verdaderamente ricos encontraron la manera de zafarse. Los que acumulaban la riqueza, se mantuvieron fuera del sistema. Impusieron, de forma soterrada, su propia exclusión para no ser arrollados por la ola democratizadora. Por el otro lado, las incipientes instituciones democráticas, temerosas del verdadero poder fáctico que éstas representaban, consintieron estas condiciones, en un pacto no escrito, para evitar la guerra y preservar el nuevo orden naciente. La situación, aunque injusta, representaba aun así una clara mejora para las gentes, con respecto a las condiciones anteriores.

De aquellos vientos, cosechamos estas tempestades. Después de un periodo socialdemócrata, en el que parecía que las democracias mejoraban poco a poco, gracias a políticas fiscales y redistributivas cada vez más eficaces, hemos entrado de nuevo en una edad oscura. Parece como si, de repente, anduviéramos para atrás como los cangrejos. No voy a entrar ahora en las razones de este retroceso, que se debe sin duda a las condiciones históricas que han facilitado el desarrollo sin límite del capitalismo neoliberal.

Lo cierto es que seguimos pagando el precio de ese acuerdo injusto, de ese pacto no escrito, que hace que la riqueza se quede a la orilla del sistema democrático. Se entiende por una verdadera democracia, aquel sistema por el que todos –sin ningún tipo de exclusión-- debemos contribuir al bien común, proporcionalmente a nuestra riqueza. Así, nos encontramos ahora, a la entrada del siglo XXI, con que la riqueza de las naciones se sigue volatilizando como antaño, pues los muy ricos disponen de mecanismos “legales” que les permiten pagar muchos menos impuestos de los que les tocarían. En muchos casos, incluso, rehúyen la propia ley, aunque les sea favorable, y en su codicia por llevarse el máximo al saco, deciden evadir sus capitales ilegalmente. Yo diría que con mucha más facilidad y sofisticación que antes y en cantidades inmensamente más importantes, pues la riqueza que ha producido Occidente desde la Segunda Guerra Mundial es fabulosamente gigantesca. Una parte muy significativa de este patrimonio se nos ha escurrido de las manos y escapa de nuestro control gracias a la perversidad del lado malo de la globalización, que permite emboscarse con la riqueza que se ha generado en nuestros países y esconderla en paraísos que medran a la orilla del estado de derecho democrático.

Es un hecho que la polarización entre ricos y pobres está creciendo. Es decir, que vamos para atrás. Es la muestra evidente de la ineficacia de nuestros sistemas fiscales. Esta situación de estancamiento a la que ha sido conducida la democracia, en la que los recursos han vuelto a concentrarse –más que nunca-- en las manos de cuatro, que los retiran del terreno de juego, nos aboca a la gente común a una situación perversa, pues en lugar de buscar los mecanismos para recuperar los recursos ahí donde ilegítimamente se han acumulado, nos despedazamos entre nosotros para repartirnos las migajas que nos dejan “en casa” los poseedores de grandes fortunas. Me explico: ante la impotencia que sentimos por no poder dar caza a los poderosos evasores, nos devoramos entre nosotros. Así vemos, con desanimo, como los partidos en el poder, sean de izquierdas o de derechas --es igual--, sangran al pobre contribuyente –sea más rico o no tanto--, ante la imposibilidad de gravar a quienes realmente deberían gravar, pues son los que realmente acumulan el grueso de la riqueza. Por esto se dice, y con razón, que las clases medias están desapareciendo, pues están siendo esquilmadas por el propio estado de derecho, ante su urgente y desesperada necesidad de recursos. Una situación peligrosa, pues las clases medias han sido la argamasa que ha hecho posible la cohesión social y la paz después de la Gran guerra. Con su desaparición, el mundo volverá a ser un polvorín.

Así pues, lo apropiado es dar la gran batalla en el campo de la evasión fiscal. Dinamitar de una vez por todas los paraísos que han existido hasta ahora, off shore, con impunidad y hasta con una cierta connivencia de muchos estados occidentales. El momento histórico está maduro para acabar con ese pacto no escrito y emprender la gran transformación que representaría cazar a los evasores y a sus inmensas fortunas. Asistimos, insisto, con impotencia, al desvío de esta inmensa riqueza fuera del control del fisco, que pierde así los tan necesarios recursos para asistir a la gente desamparada después de una crisis tan devastadora y remontar nuestras pequeñas y medianas empresas, que son el verdadero nervio de nuestra sociedad. El dinero está globalizado y se mueve a la velocidad de la luz, escapando del control de los estados nacionales y de las situaciones de “riesgo”, buscando la rentabilidad puntual aquí y allá, en los vericuetos del mercado global, ocultándose en el paraíso off shore. Pero las personas estamos aquí y no podemos estar sometidos a la incertidumbre, a esta volatilidad de la inversión por la que el dinero fluye a un sitio u a otro en función de criterios de rentabilidad, haciéndonos ahora ricos según sopla el viento, ahora sumidos en la pobreza, cuando los inversores consideran que las condiciones ya no son óptimas. Hay que colocar a los seres humanos en el centro de las cosas.


Son dos, por lo tanto, las grandes tareas pendientes para conquistar la plena democracia a nivel global: regular democráticamente el sistema financiero y acabar con la evasión fiscal. Poco a poco, las nuevas generaciones empiezan a contestar el principio de impunidad –conforme al pacto no escrito al que nos referíamos más arriba—por el que las élites evaden su capital fuera del sistema. Parece evidente que la siguiente revolución pendiente de la humanidad es abolir estos limbos y hacer entrar en vereda a los evasores. También, y sobre todo, someter al sistema financiero a una regulación que considere al hombre la medida de todas las cosas. Acabar ya de una vez por todas con ese doble estado, a la sombra del democrático, y que socava gravemente la prosperidad de la humanidad. Es revolucionario que jóvenes empleados del sistema bancario hayan tenido las agallas de desvelar las listas de los evasores, de centenares de periodistas de investigación que –en un esfuerzo de trabajo ingente-- unen sus recursos a nivel internacional para poder desvelar las redes de evasores, con nombres y apellidos, forzando de esta manera a los estados –muchas veces en connivencia con los evasores—a perseguirlos y a plantear batalla, por primera vez en la historia, contra este doble estado ilegal consentido a los largo de los siglos XVIII, XIX y XX, como forma de preservar los privilegios. La Gran recesión impide sostener por más tiempo esta situación. Ahora está madura la fase para iniciar el gran salto, la gran transformación pendiente de la humanidad, que tendrá consecuencias altamente benéficas, consiguiendo una sociedad más justa e integrada y, lo que es más importante, representará un avance gigantesco hacia la erradicación de la pobreza y las desigualdades.