Los resultados de estas
elecciones de junio son muy decepcionantes. Sinceramente, estoy desconcertado. Son
muchos los sentimientos que surgen; frustración, rabia, decepción, impotencia…
pero creo que, por encima de todo, un profundo desencanto. Y lo que es peor;
como ya soy gato viejo, la inequívoca sensación de que estos resultados son
funestos y auguran un futuro inquietante.
Vayamos por partes. ¿Alguien
puede comprender que un partido que está podrido hasta las raíces, haya
obtenido casi ocho millones de votos? ¿Cómo puede ser que un partido que ha
hecho de la corrupción su sistema de gobierno, que ha traicionado a la ciudadanía
legislando y gobernando contra sus intereses, empobreciéndola y que, además,
mantiene un pulso agresivo y chulesco contra una gran parte de la ciudadanía
catalana haya obtenido un soporte electoral tan elevado, de un 33% de los votos
que le reportan hasta 137 diputados?
Está claro que estos resultados muestran
una imagen muy poco halagüeña de la sociedad española de 2016. Hablemos sin ambages:
de una sociedad que también se ha empobrecido éticamente, cuyos valores están
en decadencia. Hemos podido demostrar que nuestro sistema político está
corrupto, pero quizás ha llegado la hora de empezar a comprender que la propia
sociedad está en connivencia con la corrupción, pues el voto del 26 de junio demuestra
que a una gran parte del electorado no parece importarle la catadura moral de
los que han estado en el poder, por no decir que sienten franca complicidad con
ellos.
Ya sabemos pues lo que nos
espera. Un nuevo gobierno del partido popular, en el que una vez más, con la
complicidad de unas instituciones europeas prostituidas, en las que ya pocos
creen y que se desmantela por momentos, se seguirán defendiendo intereses que
destruyen las clases medias y hunden en la desesperación a las clases
populares, que no ven llegar la hora de poner freno a tanto despropósito. El
sueño de mucha gente se ha desvanecido y, con ello, la esperanza de poner en
pie una nueva política que nos permita sacar adelante un nuevo proyecto de
Europa. Una pena, una enorme decepción.
Por último, deseo referirme a un
asunto que posiblemente es el que más ha pesado en toda esta situación: la
cuestión de Cataluña. No hay problema más grave que aquel del que no se habla. Este
es el caso de la cuestión catalana. De tan importante y sensible, se convierte
en un tema tabú, del que nadie habla abiertamente. ¿Os habéis dado cuenta? En
ambas campañas electorales, el tema de Cataluña era hábilmente silenciado,
aquello que en el fondo era lo que más importaba, se amagaba sutilmente a la
opinión pública. Pero no lo dudéis, una cosa es bien cierta: este es el
problema principal y, por lo tanto, el que ha decidido el resultado electoral. Es
muy preocupante y no augura nada bueno, creedme. Dejémonos de hipocresías: una
parte importante de la sociedad española, con su voto, ha votado contra
Cataluña. Intolerancia, la eterna intolerancia de los españoles. ¡Cuántos
conflictos graves no nos ha reportado esto! … pero no aprendemos. Con su
intolerante y rencoroso voto han votado por un gobierno para que, con mano
dura, nos ponga en vereda. ¡Estos catalanes no aprenden nunca! La solución
pasará por la fuerza y la imposición. Terrible. Millones de catalanes, desesperados,
vemos como poco a poco se aleja la esperanza de pactar un mejor acomodo a nuestros
anhelos e intereses. España, con su intransigencia, nos arroja al abismo. ¿Cómo
acabará todo esto? ¿Acaso pretenden que millones de ciudadanos se resignen
simplemente a pasar por el tubo? Creedme, la situación es explosiva; hemos
alimentado lobos sedientos de sangre y nada bueno augura el tenebroso horizonte
que se vislumbra. El destino, una vez más, despliega su funesta y terrible
trampa.