Apuntes en el dietario:
Lunes, 8 de mayo de
2017
Crisis. Este es el estado de cosas. En esto, todo el mundo
está de acuerdo. Pero, ¿qué crisis? ¿Es una crisis política, económica?... No.
No nos engañemos: es una crisis de
valores. Sí, asumámoslo ya de una vez: nuestra sociedad está en decadencia.
Nos hemos corrompido poco a poco. Y, además, no somos capaces de dar respuesta
a los complejos problemas de hoy. Estamos desbordados. Asistimos a una crisis de civilización. ¡Esto se acaba,
amigos: nos lo hemos cargado! Se habla mucho de la corrupción; claro, la hay.
En todo el mundo. En nuestro país, el partido gobernante es una sociedad de
delincuentes para saquear la Hacienda pública. Ya lo sabemos. Y no hacemos
(casi) nada. En Francia, crece el neofascismo. También en Estados Unidos. Y en
otros muchos sitios. El divorcio entre la política y los ciudadanos es un
hecho, en todo el mundo. El mundo está en guerra de nuevo; estallan conflictos
por todos lados. Los que huyen de la tragedia y la muerte se cuentan por
millones, pero el mundo “civilizado” se los saca de encima como un estorbo: son
los desperdicios humanos (lo dice
Zygmunt Bauman). Muchos ciudadanos están cabreados, hartos. Y votan cualquier
cosa… o no votan, pasan del sistema. Los políticos, ya no son servidores
públicos; medran en la política para beneficiarse, para enriquecerse… ¡Yo
también me quiero forrar!, piensan. Se han vendido al mejor postor, en
detrimento de la gestión de los asuntos de sus conciudadanos. Los grandes
lobbies pagan bien a cambio de que se legisle y gobierne a su favor. Las
grandes corporaciones, todopoderosas, ya no temen a la opinión pública. La
tienen cautiva al servicio de sus intereses; nos exprimen a conveniencia y
nosotros, impotentes, estamos desarmados para defendernos. ¿Puede hablarse de
un neo-feudalismo? La honestidad ya no es un valor. Muchos, hacia sus adentros,
se ríen de la honestidad. ¡Es un principio para ingenuos, para tontos! Pronto,
los padres reñirán a sus hijos honestos:
__ ¿Qué no ves que siendo honesto no te vas a comer un rosco?
¡Serás un desgraciado toda tu vida!
Martes, 9 de mayo
Pero no nos engañemos; el retroceso de la democracia tiene mucho que ver con la dejación de
responsabilidades por parte de los ciudadanos en general, no solamente de los
políticos. Todos nos pasamos la culpa de unos a otros. Siempre se busca un
culpable. Pero las excusas ya no valen. Tarde o temprano la dura realidad nos
golpeará en los morros… si es que no lo ha hecho ya. Seamos valientes y digamos
las cosas por su nombre: la corrupción y la decadencia nos han carcomido por
dentro. Los principios éticos se han perdido; la sociedad en su conjunto los ha
dejado de lado. La corrupción de nuestro sistema de valores está en la base de
la crisis. Es una crisis de civilización, pues el sistema de valores es lo que
sustenta una civilización. Son los cimientos. Nos hemos cargado los fundamentos
y, ahora, el edificio se viene abajo.
La crisis, que es una crisis de valores y ha dinamitado los
cimientos de nuestra civilización, ha producido un dramático efecto, el más
terrible de todos: la deshumanización de
la sociedad. Nuestra sociedad ya no tiene rostro humano. El valor dominante
ahora es la codicia y el egoísmo. Yo me salvo, ¡a los demás que les den un
duro! Aparece en el horizonte el
fantasma del fascismo. Como siempre, el lobo se viste de cordero, pero
detrás de su máscara se esconden el odio, la rabia, la sed de venganza, el
racismo, la repulsión por la diferencia, la intolerancia… Y su remate final: la
violencia que aboca a la destrucción. Al final, el fascismo es una borrachera
de sangre y fuego. Una orgía de la muerte. Una destrucción que ahora sería
total, pues la humanidad ya dispone de los medios para autodestruirse.
¿Cómo acabará todo esto? ¿Cómo podemos evitar la caída en el
precipicio? ¿Hay solución?
Miércoles, 10 de mayo
La regeneración pasa por comprender que hemos de ir hacia un
nuevo humanismo. Hemos olvidado lo más importante, anteponiendo cosas que son
secundarias. Hemos de ir a lo esencial. Y lo esencial es un sistema de valores.
Nuestra civilización actual --ahora en decadencia, con su camino ya
prácticamente agotado--, es la consecuencia del Humanismo renacentista. Aquel
que, con Erasmo de Rotterdam, entre otros, estableció que “el hombre es la
medida de todas las cosas” y que culmina en el Siglo de las luces con los derechos del hombre, una de las
grandes conquistas de la humanidad. Las democracias occidentales de mediados
del siglo XX, son una gloriosa excepción en la turbulenta historia de nuestra
especie, su resultado más brillante. El apogeo de este ciclo civilizatorio, su
edad dorada, ya ha terminado y nos ha sumido a todos en el desconcierto. Hemos
de crear nuevas reglas del juego. Me refiero a un código ético que enmarque
toda nuestra actividad humana, como individuos y como sociedad. No es un nuevo
contrato social; es algo que está por encima y lo regula. En cierto modo, es un
imaginario que nos define (de nuevo) como humanos. Algo así como lo que
queremos ser. Un ideal. Sólo una pauta como esta, nos servirá de guía para
salir del embrollo. Un nuevo humanismo que sea como un código genético que nos
permitirá generar un nuevo “ser vivo”.
¿Cómo debería ser este neohumanismo?
Se me ocurre, en primer lugar, que este nuevo sistema de valores debería tener
un principio supremo: la conservación de
nuestro planeta. Si, antes, el hombre era la medida de todas las cosas,
ahora la preservación de la Tierra debe ser el valor que lo mida todo y el
hombre el garante de este principio sagrado y de la vida en su totalidad. Hemos
de volvernos a poner en nuestro lugar. Al acto de autoafirmación que representó
la aparición del hombre libre e independiente frente al Universo, ahora
corresponde volver a la humildad de un lugar más acorde con la realidad y la
conveniencia de las cosas. Hemos abusado de nuestra condición de reyes del
Universo y, en la borrachera de nuestra prepotencia, nuestra codicia ha
arrasado con todo. Se impone un poco de humildad; un ejercicio de
responsabilidad y constatar que no estamos solos… y no me refiero a Dios. No
podemos hacer lo que nos dé la gana. No señor. La preservación del planeta debe
convertirse en un tabú, en un asunto
sagrado, como en los tiempos más remotos de nuestra especie lo fue la
prohibición del incesto, por ejemplo. Cualquier actividad tendente a la
destrucción del planeta debe ser severamente penada. Pero no solo eso, la
educación de las futuras generaciones debe operar un mecanismo inconsciente
como el tabú, en cada ser humano. ¿Quién piensa en matar a su madre? Solo
pensarlo, produce un escalofrío, ¿verdad? Pues lo mismo. Debemos inculcar a los
terricidas
la gravedad de su crimen. La actividad humana tiene que ser sostenible. Deberemos
velar por un sistema económico supeditado a lo que nuestro planeta puede
soportar.
Ya sé que es difícil. La codicia y la ambición nos ciegan y
no reparamos en que nos lo estamos cargando todo. ¡Es igual! ¡a mí que me
importa lo que pueda pasar en el futuro, ya no estaré aquí! Un nuevo humanismo
ha de alumbrar una nueva mentalidad. No hablo de imponer por la fuerza, pues
así no lo conseguiremos. Hemos de inculcarlo a nuestros hijos, pues este es un
trabajo de generaciones. La educación de
los futuros ciudadanos es la clave. Las escuelas, al igual que las familias,
son fundamentales para trasmitir los nuevos valores acordes con esto. La educación
es fundamental. Tiene que ser el pilar de una nueva sociedad. No olvidemos que,
además, ya vamos inexorablemente hacia una sola civilización. La humanidad ya
ha entrado en la fase de unificación. Pero, entendámonos bien; no vamos a una
civilización homogénea, asimilada a una supuesta cultura superior (¿la
occidental?). ¡Ni hablar! Mal que nos pese, hemos de dejar de soñar con la
asimilación cultural. Eso no se va a producir. Al contrario, nos veremos
obligados a convivir con la diferencia a diario, junto a nosotros, en una
sociedad que será una mezcla de
interacción y fricción entre múltiples identidades irreductiblemente diversas
(lo afirma Zigmunt Bauman). La nueva civilización humana será una, pero
culturalmente heterogénea. Y con esto propongo el segundo valor esencial del
neo-humanismo, un factor fundamental para una nueva civilización: la
fraternidad, o la solidaridad, como
lo queráis llamar. Si la sociedad humana marcha irremediablemente hacia su
unificación, la fraternidad y la tolerancia del otro debe convertirse en un
valor supremo. El respeto de la
diferencia debe convertirse en un valor positivo, creativo, fundador de
alegría, pues la diversidad humana es una riqueza inmensa, que puede producir
una enorme satisfacción y placer.