Muchos de vosotros os preguntareis
cómo puede ser que un movimiento que en el año 2005 tenía sólo un 13,6% de
adeptos entre la población de Cataluña, tenga ahora cerca de un 34,6% de apoyo
en 2017
.
Hay encuestas para todos los gustos, unas más optimistas y otras menos; en
general, a falta de realizar un referéndum con garantías legales que el Estado
no ha permitido, creo que podría afirmarse que la opinión pública catalana está
dividida en dos mitades en estos momentos
.
Lo que pasa es que esta misma opinión oscila mucho y de forma constante, en función
de los embates del propio Estado que, de una forma paradójica, se convierte en el
principal impulsor del independentismo, en su motor más importante, al sentirse
muchos catalanes atacados y la
desafección de muchos indecisos que, poco a
poco, viendo la actitud intransigente de las instituciones del Estado, se
decantan hacia una Cataluña independiente. Además de este principio perverso de
acción-reacción, en mi opinión, el movimiento independentista se sostiene en
tres pilares:
1. LO
IDENTITARIO:
Para una gran
mayoría de los españoles es muy difícil concebir que los catalanes puedan tener
una fuerte convicción identitaria catalana y no se sientan --en mayor o menor
medida-- españoles. Simplemente no lo pueden comprender, les parece una
impostura, una extravagancia. Aceptan el concepto de patria chica, el
sentimiento regionalista de pertenencia, pero aducen que el verdadero
sentimiento nacional de un catalán ha de ser forzosamente el español. El
aspecto emocional es sustancial en las convicciones independentistas. Cataluña
es una nación y esta convicción tan fuerte y arraigada de muchos catalanes provoca
la irritación de muchos españoles, que creen así amenazada su identidad. Este
sentimiento es percibido en España como una anomalía. La nacionalidad española
considera inadmisible la contumacia con la que los catalanes se niegan a ser
españoles. Consideran esa actitud como una provocación. Una anomalía histórica
que no acaba de solucionarse, como si los catalanes se negaran a reconocer de
una vez por todas que su sentimiento es regionalista, pero que su verdadera identidad
es española. Por lo tanto, está en la médula del pensamiento nacionalista
español que “lo normal” es sentirse español y que sentirse sólo catalán es “una
anomalía”. Así, los nacionalistas intransigentes son los otros (los catalanes,
los vascos) y no lo propio, al que ni siquiera se considera un nacionalismo. O,
mejor dicho, se denomina “nacionalismo” aquello que no se tolera, que es
denostado, que se considera inaceptable y se habla de lo propio, en este caso
del nacionalismo español, como si fuera la expresión de un patriotismo natural.
Ya tenemos planteado un choque de nacionalidades: de una nacionalidad hegemónica, que impone;
y de otra nacionalidad defensiva, que se resiste a ser asimilada. Frente a este nacionalismo
“oculto” –el nacionalismo español--, se produce una respuesta reactiva por
parte del nacionalismo denostado –el nacionalismo catalán--. La presión con la
que el nacionalismo hegemónico, que es y siempre fue el español, pretende
imponer su identidad sobre los otros, produce una inflamación que trabaja en
sentido contrario al deseado; es decir, en lugar de invitar al “otro” a
integrarse en un proyecto común, de igual a igual, buscando un encaje en que
ambas identidades sean reconocidas y respetadas, el nacionalismo hegemónico
acude como siempre al reflejo autoritario de imponerse por la fuerza. Es esta
actitud intransigente y autoritaria es el principal estimulante para crear
nuevos adeptos al independentismo. Los ciudadanos, despreciados y ninguneados
en sus sentimientos, reaccionan buscando refugio en la propia nación (catalana)
y articulando soluciones para escapar de la violencia ejercida contra la
cultura propia para asentar la hegemónica (española). En estas circunstancias,
la lengua se convierte en el bastión principal de la identidad. Por esa razón,
el Estado intenta por todos los medios eliminar el catalán como lengua
vehicular en las escuelas y volver a imponer el castellano. En esta lucha se
materializa toda la crudeza de la agresión del Estado recentralizador. Es precisamente
desde la conciencia de esta agresión, que muchos ciudadanos catalanes, que por
otro lado constatan que la inmersión lingüística funciona perfectamente, han
reaccionado posicionándose a favor de la independencia. La fórmula podría ser:
ataque a la lengua, principal bastión de la cultura nacional, igual a reacción y
deslizamiento de la población hacia sentimientos independentistas.
2. ACCESO
DE UNA NUEVA CLASE AL PODER:
El
movimiento 15-M
y similares ha visto una oportunidad en el independentismo para alcanzar sus
objetivos. El advenimiento de una
República Catalana sería para los más
desfavorecidos –y, entre ellos, sobre todo los jóvenes-- una oportunidad para
empezar de nuevo y sortear las políticas de austeridad y la
hegemonía
neoliberal en España y Europa. Amplios sectores de la sociedad creen que la
clase política sirve, por encima de todo, los intereses de los grandes poderes
económicos y financieros, dejando de lado las políticas sociales. Esta actitud
empobreció a las clases medias y trabajadoras con una crisis –
la Gran Recesión--
que ya muchos estudiosos han demostrado que fue culpa de la irresponsabilidad
de nuestras élites globales. Ahora que se produce una incipiente recuperación, los
ciudadanos que fueron devastados por la crisis no ven recuperar su poder
adquisitivo. Sin embargo, todos sabemos que la riqueza que se está creando de
nuevo fluye a las manos de las élites privilegiadas del poder económico. Las
estadísticas apuntan que los multimillonarios en España han aumentado en un 60%
durante estos años de crisis (desde 2008)
.
Esta indignante situación crea una enorme frustración. Una injusticia tan
flagrante está elevando la tensión hasta cotas peligrosas. Esta es una razón
por la que miles de jóvenes catalanes se han sumado al proyecto independentista,
pues ven en ello una esperanza, la posible realización de un sueño de
prosperidad. Tienen la simpatía de
Podemos y sus confluencias que sintonizan
con sus anhelos de una sociedad más justa, además de estar de acuerdo con la
plurinacionalidad del Estado y ver legítima la lucha en Cataluña, aunque no
estén de acuerdo con la separación de España. Los partidos neoliberales
europeos y los
partidos inmovilistas en España --PP, PSOE y Ciudadanos--, no
son conscientes del potencial revolucionario de las jóvenes generaciones
agraviadas por la crisis y las políticas injustas de los gobiernos que dominan
la UE. Les explotará en la cara como una bomba de relojería, más pronto que
tarde. Precisamente, lo que ellos llaman el “desafío independentista” catalán,
porta también en su seno todo el potencial explosivo de esta circunstancia. De
esta forma, la independencia de Cataluña se puede convertir no sólo en una
amenaza a la integridad de España sino, potencialmente, en un desestabilizador de
la Unión Europea, el detonador de una situación social insostenible en toda
Europa. Este desplazamiento del independentismo hacia
la menestralía y
las
clases populares es un factor clave para entender este movimiento soberanista.
Los partidos que lo representan son ERC (un partido que aglutina a la
menestralía catalana) y las CUP (una plataforma asamblearia que representa a
las clases más populares). Ambos han tomado una gran preponderancia en los
últimos tiempos y estoy seguro que si se produjeran unas elecciones, ERC daría
el
sorpasso al PDCAT (partido que
representa a la burguesía catalana, pero que se encuentra muy tocado por sus
propios casos de corrupción). A propósito de esto, hay que añadir que esta cuestión
no es menor:
la corrupción del sistema democrático nacido en España después del
Franquismo, ha quebrado la confianza de los ciudadanos en sus representantes
políticos. Los ciudadanos hemos descubierto estupefactos que la joven
democracia nacida con la Constitución en 1978 ha dado paso, poco a poco, a un
sistema corrupto en los que los dos partidos que se han turnado en el poder han
organizado una correa de transmisión con empresas de amigotes o simplemente cómplices
para saquear de las arcas del Estado los impuestos que pagamos entre todos. Yo
que estoy en el poder político y dispongo de la confianza de los ciudadanos
para adjudicar las gigantescas inversiones del Estado, pacto con empresas “amigas”
para favorecerlas, a cambio de sobornos y futuros favores (como puede ser
obtener cargos honoríficos al final de la carrera política, más que
generosamente remunerados). Este
asalto al Estado por delincuentes ha dejado a
la población inerme, indefensa, frente a las arbitrariedades de los poderosos,
que ya han tomado control de “la cosa pública” que ahora sirve sus intereses, en
detrimento de los intereses de los ciudadanos y con un grave quebranto de las
finanzas públicas, saqueadas con onerosos sobrecostes. Y, en muchos casos, con
obras que no tienen sentido, o sólo tienen el sentido de llenar los bolsillos
de los propios atracadores (véase aeropuertos innecesarios abandonados,
autopistas inservibles, etc)
Lamentablemente, los dos partidos mayoritarios –PP
y PSOE-- que con su bipartidismo han dado juego a este sistema corrupto, junto
con sus complicidades en Cataluña con CIU –lo que se ha dado en llamar el
Régimen del 78—se han encastillado en las Instituciones del Estado y ahora
saben que sólo una resistencia feroz, aunque sea degradando todavía más la ya
precaria democracia, evitará que sean descabalgados del poder, juzgados y
encarcelados. Así pues, también esta circunstancia ha jugado un papel esencial
en la decantación de muchos ciudadanos catalanes hacia la independencia,
pensando que de esta manera podrían escapar de la tenaza que los corruptos han
urdido para inmovilizar el sistema y así fundar una joven nueva república que
les permita soñar con una solución a sus problemas.
3. LA
COMPETENCIA POR EL PODER ECONÓMICO:
Otro factor clave
para entender la enorme vitalidad del independentismo tiene que ver con la
lucha por el poder entre las élites centrales y las élites catalanas, que
aspiran a desarrollar el enorme potencial económico de la región, conjuntamente
con Levante y Baleares. El poder central ve con recelo, desde hace años, este
anhelo, esta ambición de las élites catalanas por potenciar la propia economía
y competir con los mercados más dinámicos, pues ve peligrar los privilegios de
los que ha gozado desde hace siglos. Hemos de recordar que no los perdió
después del Franquismo, pues a pesar del advenimiento de la democracia, nunca
perdieran el poder económico que siguió en Madrid. Hoy, los neoliberales
aplican su programa orquestado por sus think
tanks como FAES y otros, para convertir a España en un estado fuerte,
jacobino, centralizado y hegemónico frente a las otras nacionalidades. Se trata
de convertir a Madrid en una capital fuerte y capaz de competir con los
mejores. Hasta aquí muy bien. No veo nada malo en la voluntad de las élites
centrales en aspirar a más, siempre que no sea haciendo trampas –llamémosle competencia
desleal-- y en detrimento de la periferia. Son numerosos los casos que podría
citar aquí para demostrar esa actitud tramposa y desleal, como el
entorpecimiento para crear definitivamente el corredor mediterráneo, el tapón
que se pone a grandes empresas catalanas para evitar que se conviertan en
líderes del mercado, como puede ser el caso del sector energético donde las
decisiones las toma el Estado español; la empresa estatal AENA bloquea que el
aeropuerto de Barcelona pueda convertirse en un hub global, priorizando que
importantes vuelos internacionales se realicen desde Madrid; la destrucción del
tradicional tejido empresarial catalán de pequeñas y medianas empresas,
implementando políticas que lo perjudicaron en favor de las grandes
multinacionales; la legítima aspiración de convertir Barcelona en una de las
grandes capitales de Europa, etc.
Pero tan importante
como todo esto es el legítimo anhelo de los catalanes de administrar su propio
presupuesto sin las trabas y cortapisas de Madrid. Este asunto, como es lógico,
está en el centro mismo del debate independentista. La actitud intervencionista
del Estado, muchas veces haciendo trampas, como en la financiación del FLA y su
terca actitud en no querer dar su brazo a torcer en el tema del déficit fiscal,
son una muestra de la mala fe de un Estado que, más allá de la solidaridad
debida, que Cataluña no cuestiona, sangra los recursos de Cataluña de una forma
que no se corresponde con una justa distribución de los recursos entre todas
las comunidades del Estado.