Yo mismo asistí al funeral, que era de lo menos habitual. Estaba
estupefacto. El finado, que exhibía una posición grotesca, estaba perfectamente
aseado, niquelado y amortajado con una impecable y almidonada chaquetilla, lo
que denotaba sin lugar a dudas su condición de cocinero –en vida, claro—. Un
congelado gesto burlesco, o mejor dicho, tragicómico, despedía a su postrera
audiencia. Para sorpresa de los presentes, el traspasado exhibía de forma
ostentosa, sorprendente y me atrevería a decir que indigna de tan trascendente
momento, un solemne corte de mangas. Con este gesto inmortalizado, imposible de
cambiar por el rigor mortis, recibía
el difunto la respetuosa presencia de quienes habían acudido a despedirle. Lo
han leído bien: el muerto brindaba a los discretos asistentes con un indecoroso
e inapropiado corte de mangas, lo que los catalanes llamamos una butifarra de payés. ¿Deseaba el
fenecido, en un último gesto de franqueza o de afirmación personal insinuar
algún mensaje póstumo?
El finado, Didier Chante-Canard, prestigioso chef francés,
Tres Estrellas Michelin, Chevalier de
l’Ordre des Manduquaires de France y Médaille
de La Légion d’Honneur, destacadas distinciones entre una larga lista de
condecoraciones, yacía en su lecho de muerte con atusados bigotes dalinianos,
impecable peinado con raya en medio y abundante brillantina. Más chocante
todavía era su expresión: con ojos abiertos como de congelada sorpresa –lo que
no es habitual, incluso considerado de mal gusto y perturbador para los vivos,
que aterrados observan la muerte cara a cara—, reforzaba aún más si cabe ese
acto de reafirmación final: este enigmático, soberano y torero corte de mangas…
¡ala, ahí va eso!
El fallecido parecía una alimaña disecada – ¡perdón! --, de
esas que se ven en las viejas películas en las que aparecen huraños
taxidermistas en sus abarrotados y polvorientos talleres de disecación. Su
gesto, entre cómico y agresivo, potenciado por los estupefactos ojos inermes,
como de vidrio, recordaba el detenido instante del felino disecado a punto de saltar
sobre su presa.
No podía sustraerme a la fascinación. Entre el estupor y la
curiosidad, no pude por menos que preguntarme qué podría haber llevado al chef
Chante-Canard a tan sorprendente afirmación final. Sabemos que la cocina
francesa no pasa por sus mejores momentos, pero esto no parece afectar en
demasía al cerrado y soberbio Club des
Grands Chefs de France.
¿Acaso rabiaba por no haber logrado la excelencia con su
última langosta Termidor, o sus Vieiras Façon
Dupérrier, o aún su reciente Carré
d’Agneau sur feuille Églantine, mi cuit côté-côté et potiron soignée confit?
Sin duda, los cocineros galos siguen siendo los más perseverantes y
disciplinados, vehementes y tenaces hasta dar con la perfección. Pero nos
resistimos a creer que el fracaso en una elaboración suprema pueda haber sido
el motivo de su grotesco gesto, mordazmente apuntando hacia la eternidad.
¿Acaso mostraba así su enfado por la humillante Declaración-de-la-cocina-francesa-como-Patrimonio-de-la-Humanidad?
Seguro que a un hombre sagaz como Didier Chante-Canard no se le escapaba la
burla que esta Declaración representa para la Alta Cocina Francesa: una condena
al museo, al desván de los recuerdos de la Historia. ¿O acaso era un último
gesto en honor de Ferran Adrià, en un sarcástico y póstumo homenaje a la cocina
molecular? ¿Cabe plantearse la posibilidad de que un cocinillas de chichinabo,
vendedor de crecepelos cocineriles, artífice de espurias sferificaciones, pueda
ni siquiera haber inquietado al Chef Chante-Canard, luz y faro de la haute cuisine française? Me pregunto, y
lo hago con la boca pequeña, si por el contrario no recibió en el último
momento, en el trascendental trance de entregar su alma, una postrera
iluminación que lo hiciera dudar de su forma de cocinar, de las pautas
académicas heredadas de sus maestros desde los lejanos tiempos de los clásicos
de la Grande Cuisine Française… ¿Pudo
realmente abjurar a última hora de Vétel, de Carême, de Escoffier, de Bocusse y
de tantos otros astros del art culinaire?
¿A quién dio el gran Chante-canard las muy precisas
instrucciones para ser mostrado de esta manera, en este exabrupto final con
vocación de permanecer congelado en la memoria de los tiempos?
Mi innata timidez y discreción, sumadas a mi condición de
único extranjero en la ceremonia, no me permitieron indagar, entre la
compungida concurrencia, la razón de tamaña afirmación existencial. Puedo decir
que los presentes parecían menos sorprendidos que yo mismo, como si fueran
conocedores y cómplices del póstumo manifiesto y, entendiendo y compartiendo
las razones del finado, se dispusieran a amparar con su presencia la indignada
militancia del admirado Chante-Canard. Las estrafalarias últimas voluntades del
fallecido parecían recibir aquí una soterrada aceptación. Un truculento desafío
a las desafortunadas circunstancias del destino que habían obligado al laureado
chef a dedicarnos este explicito corte de mangas. El desabrido despido de quién
en vida servía la mesa de los principales con inmaculada sonrisa, con un punto
de orgullo –marca de la casa entre los profesionales galos-- pero siempre con
humildad. La magna cocina tiene razones que la razón no entiende…
P.S.: Ya han pasado algunos meses desde la muerte y feliz
entierro del portentoso Chef Didier Chante-Canard. No hemos podido descubrir
los reivindicativos motivos del condecorado cocinero. Nada dicen los periódicos
y las revistas especializadas. Silencio. Las razones del despechado gesto
continúan sumidas en el más grande de los misterios. Mutis por la audiencia. Un
tupido velo se ha extendido alrededor de este hecho. La corporación de los Grands Chefs de France ha cerrado filas
en torno a su venerado colega, y como si de un agujero negro se tratara que
todo se lo traga, nada ha trascendido del singular gesto cocineril. Apelo aquí
a otros colegas de profesión, para que aporten algo de luz a esta misteriosa
historia, en el caso de ser conocedores de algún detalle que nos acerque al
curioso enigma de Chante-Canard. Hoy, desde su tumba, nos sigue inquietando con
su solemne y póstumo corte de mangas.
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