¡Anda,
mira, hermano! ya están ahí en el puerto. Claro, ya son las nueve. Uf, a estas
horas ya no corre ni gota de aire, de aquí a un rato el calor será
insoportable. Ya han llegado del caladero, bueno… ya debe hacer un buen rato. ¿Los
ves?, son aquellos de allí, son pescadores egipcios ¿sabes?, que trabajan por
cuenta de un armador griego, calan al atardecer y al alba vuelven para levantar
las redes. Ahora faenan en el muelle junto a su barca, la Cap Spiros, limpiando las redes y todo eso. Es un rincón apacible,
junto al aparcamiento, apartado del barullo de los turistas. Ya te imaginarás
que les pagan dos duros, ¿qué griego quiere ahora hacer esta faena, horas en el
mar, de noche, calado hasta los huesos?, bah. Ese es su atracadero, un recodo
tranquilo del muelle, apartado de la playa de los turistas, sí, aquella de
allá, a lo lejos. Están al lado de la pescadería de Batsí, aquí detrás nuestro,
pero no creas que le venden el pescado, no; todo va a parar a los restaurantes,
¡estaríamos buenos!, así sacan una buena pasta; a los guiris se lo venden a 50
euros el kilo, ¡te imaginas! bueno, qué sabrás tú de euros, hermano; son unas
600 libras sirias, esto en el caso de que la libra no se haya venido abajo de
nuevo. Sí, Khalil, esa es la Cap Spiros,
ahí la tienes, la barca en la que me quiero enrolar, insha’Allah, ¿a qué es
bonita?, sólida y buena para navegar, fíjate la línea. ¿Qué te parece? Y este
lugar, ¿qué me dices? Este es un pueblo de esos turísticos de postal, ¿sabes?, muy
chic, con las casitas blancas frente al mar, los bares de copas y todo eso, la
iglesia arriba… y, fíjate, playas de
arenas blancas, aguas transparentes, turquesas. Un sueño.
–¡Eh!, Ibrahim, ¿qué te cuentas?
Es Fadil. Es el
más joven del grupo de mis amigos pescadores egipcios. Me cae bien. Aquí no es
fácil hacer amigos, ya te imaginarás. Llegaron hace dos años de no sé qué sitio,
Nilo arriba o algo así, huyendo de la miseria, claro. Fadil quiere ser
futbolista, un día jugaré en el Barça, dice (no es ambicioso ni nada). Son una
pandilla curiosa; al menos, con ellos me entiendo, hablan árabe, ¿sabes?, qué
alivio.
—Ibrahim, pero ¿qué coño murmuras?;
pareces un viejo loco de esos, hablando solo
—(Risas).
Estos chavales
egipcios son la monda, no se cortan por nada. Siempre están de guasa. ¡Fíjate!,
ahora mismo se enrollan con ese turista (¿será francés?), que los ronda con su
cámara para hacerles una foto, me imagino. No se atreve. Estampa de pescadores tipical (si supieran), todos ellos
formando un corro junto a la barca remendando las redes, hace ya rato que han
retirado el pescado, ya me dirás que va a fotografiar. Debe pensar que son lugareños
y no se atreve a retratarlos, ¡foto, yes,
foto, okey!, ese Fadil no se corta, ¡mira! ahora le dice que se acerque, posando,
y hace gestos a los demás para que poseen como él, ¡será carota! Así que ya
ves, esta es mi pandilla aquí, hermano. ¿Te gustan? Son algo mayores que yo. ¿Tú
que edad dirías que tiene Fadil?, ¿no sabes?, hum… pues yo diría que diecinueve
o veinte, como tú. ¿Qué no? ¡Anda, tío, Khalil!, al menos tiene dos años más
que yo. Son quisquillosos (ya sabes, hermano, bromitas pesadas), pero
simpáticos. A Fadil ya le expliqué mi historia, es al único, ¿qué no debiera
habérsela explicado?, nunca explico nada a nadie, a quién le importa, no me
gusta dar pena, desnudarme, así, delante de la gente. Hay cosas que deben
guardarse para uno mismo. Sí, ya sé que no debo atormentarme con el pasado,
pero, hermano, es que aquí estoy muy solo, con alguien me tengo que desahogar,
¿no?, Fadil se enrolla bien. Me ha prometido que hablará con el armador (lo
tiene medio enchufado, ¿sabes?). Cada día me dice lo mismo: hoy no he podido
verlo, Ibrahim, mañana sin falta, te lo prometo. También los otros: Ibrahim, no
te preocupes, la semana que viene ya estarás faenando con nosotros (todos a coro). Todos los días la misma
cantinela. Para serte sincero, no sé si me toman en serio o no. Siempre están
de guasa. Pero son emigrantes como yo y me siento bien entre ellos. Glorificado
sea Allah.
—¡Ibrahim!, explica que quieres ser de
mayor —Todos serios.
Ese es Manu,
siempre de guasa, le llamamos el negrote.
Como si al turista ese inglés (no es francés), le interesara mi futuro:
—¡Ibrahim, doctor, Ibrahim, doctor! —Y
todos se desternillan.
Para los
europeos, en cambio, no existes, Khalil, te lo digo yo. Pasan de ti. Eres
transparente. Recuerdo que me decías: Ibrahim,
salgamos de este infierno, vayamos a Europa; allí seremos felices de nuevo,
allí podremos construir un futuro, ¡a la mierda, Siria! ¡Ja!, déjame que me
ría. Se nota que tú no has vivido esto, hermano. Perdona, Khalil, no debería hablarte
en este tono; ¡qué más quisiera que estuvieras ahora conmigo! Sí, ya lo sé, no
debo perder la esperanza, tú siempre lo decías. Europa es un universo de
oportunidades… Bah. Un futuro mejor, ¡insha’Allah! Perdona, hermano, no
pretendo faltarte el respeto, que para algo eres mi hermano mayor, pero si
estuvieras ahora aquí conmigo verías que todo esto no tiene nada que ver con el
anhelado paraíso que soñábamos tú y yo día tras día. Te miran como si fueras un
don nadie; otro miserable, piensan, ¡y qué sabrán ellos!, yo no estoy
acostumbrado a vivir así, ¿qué se creen? Hasta que estalló la guerra en Siria yo
vivía muy bien, ¿sabe?, tenía una buena vida, les digo mentalmente a todos esos
que me miran con desdén. Pero siempre hay un buen samaritano en el mundo, claro
que sí, algunos me han ayudado, ¡alabado sea Allah! Atanasios dice que tengo
mucho talento, que no debo desperdiciarlo en un buque pesquero en una isla
perdida como esta. Atanasios es mi amigo griego. Por eso estoy aquí, en Andros.
Aún no te había hablado de él. No me atrevía; ya sé como eres, hermano, y no te
hubiera gustado. Tu siempre tan formal. Pero gracias a Atanasios pude salir de
la pesadilla de la plaza Sintagma. Por fin dormía bajo techo, después de tanto
tiempo. Plaza Sintagma, ¡ja!, mucho relevo de la guardia, mucho folklore y todo
eso, pero en cuanto caía la noche, se volvía tenebrosa, un infierno, uf. En
aquella plaza, hermano, he visto cosas terribles, las peleas y eso entre
extranjeros… ¡Y nosotros que pensábamos que los humanos se vuelven animales en
las guerras!, ¡tendrías que ver la plaza Sintagma por la noche! ¡Que Allah nos
proteja! La ley de la selva, Khalil. Europa,
un futuro mejor, ¡y un huevo, hermano! Por las noches había que pelearse
por encontrar un rincón para dormir (con lo fino que eres, lo hubieras pasado
fatal). La plaza Sintagma la controlan las mafias de emigrantes, ¿sabes?, te
juegas la vida. Y cuando no son estos, pasan los energúmenos racistas, que aquí
los hay, Khalil, y nos odian, por ser extranjeros, por ser pobres y miserables
(qué saben ellos) y nos apalean, sí Khalil, nos apalean, tú que te creías que
esto era el paraíso, que si Europa,
Europa y toda la mandanga. La primera noche me echaron a patadas del lugar
en dónde me había instalado para dormir. ¡Largo
de aquí, pedazo de mierda!, me dijeron unos tipos con la cabeza rapada,
borrachos. Y cuidado con pelearte,
pues la pasma se lo mira impasible. Y si detienen a alguien, a quién va a ser.
Atanasios me sacó de allí, sí, fue él, gracias a él. No te dije nada porque es
homosexual. Ya sé lo que piensas, siempre me decías: hermano, apártate de esos
degenerados. Tipos que tú llamas pederastas y maricas… sí, rondan la plaza
Sintagma toda la noche. Pero Atanasios es diferente. Sí, sí, ya sé lo que opinas.
Tranquilízate. ¿Que qué dirían padre y madre?, bien que tengo que sobrevivir,
¿no?, ¿qué hubieras hecho tú, a ver? No te pongas triste, Khalil, que me duele.
¡Necesito tu apoyo, tío! Créeme, estoy bien. Atanasios me cuida como a un hijo.
Tú no puedes seguir aquí, me dijo una noche, te van a matar, y por eso me sacó
de la plaza Sintagma. Y me llevó a su casa. Habla francés, ¡te imaginas!, vaya,
menos mal. El francés, uf. ¿Te acuerdas del cole, en Alepo?, Madame Creuset;
uf, con lo poco que me gustaba el francés, ahora le tendría que hacer un
monumento. Atanasios es un hombre rico, Khalil, tiene recursos. Me quiere. Y
está dispuesto a ayudarme. Hermano, no he visto otra para salir de esta. No es
lo que piensas. Me trata bien. Con él no me falta de nada. Ahora estoy con él
aquí, en Andros. Es una isla muy bonita, tranquila. Mira la vista, Khalil, mira
que sitio, ¿a qué es hermoso? Él veranea aquí. ¿Te imaginas? Con todo lo que
hemos pasado y yo veraneando aquí, en
Grecia, en el paraíso del turismo, qué chic, ¿no?, es que es para troncharse,
yo aquí en Greeeece, ¿te imaginas,
hermano? Atanasios me pasea por Grecia de tapadillo, como un polizón. ¿Y si nos
para la Policía?, le pregunto; tú no te preocupes, me dice, vas conmigo. Le he
pedido que me ayude a que me enrolen en la Cap
Spiros, ¡venga, Atanasios!, tu eres griego, tienes influencia, te harán
caso, puedes dar buenos informes de mí. ¡Va, Atanasios!, que quiero trabajar,
le suplico yo. Es una barca de pesca que embarca una tripulación de seis
hombres además del patrón, le explico, les falta un marinero. Les va bien. Atanasios,
aquí puedo ganar algo de dinero, le digo. Que no, que no, Ibrahim, tesoro, que
esto no es para un chico fino y guapo como tú. Además, no tienes papeles; te
pueden detener y expulsar de Grecia, me dice. Mis amigos egipcios son también
inmigrantes sin papeles (me lo ha confesado Fadil), ¿por qué voy a ser yo
menos? Conmigo no te faltará de nada, insiste. Es que yo quiero ir a Francia; mi
sueño, Atanasios, es estudiar medicina allá, ya lo sabes. Es por madre. Quiero
que se sienta orgullosa de mí. ¿Recuerdas, Khalil? Tú eras el estudioso, el
aplicado, el serio, el todo… Cuando vi a madre herida, me sentí tan impotente
que me prometí a mí mismo que estudiaría medicina: quiero ser cirujano, así no
morirán tantos y tantos inútilmente. Mamá, pienso tanto en ti… ¡cómo me hubiera
gustado salvarte!, te prometo que seré un chico de provecho, que estudiaré
mucho, en Francia, ¡por ti, mamá!, que Allah te tenga en su gloria. Hermano,
¿te acuerdas cuando madre se enfadaba porque jugábamos en la habitación hasta
altas horas de la noche?, entraba con una zapatilla en la mano, diciendo ya
está bien, a dormir, y nosotros corríamos a escondernos bajo las sábanas, para
que los zapatillazos no nos hicieran efecto, y ella gritaba y nosotros nos
reíamos bajo las sábanas. ¿Te acuerdas, Khalil? Mamá tenía malgenio, ¡y tanto
que lo tenía! Siempre me las cargaba yo, deja a tu hermano, que tiene que
descansar, uy, míralo él, que tiene que desscannsarrr, ¿y yo qué? Fue siempre
muy exigente conmigo, a ti te tenía mimado, no me digas que no. Tú saliste
aplicado, yo era un trasto; este niño no para, nunca se le acaban las pilas,
decía papá, dejándome por perdido ¿te acuerdas?; pero ahora he cambiado, os lo
prometo. Haré de mí un hombre de provecho, como quería papá, os lo prometo a
todos. En Francia. Dicen que allí sí se respetan a las personas. Es un país
civilizado, con derechos humanos y todo eso. No como en Siria, donde todo es
destrucción y muerte. Desgraciadamente, no hay terror que no hayamos conocido,
¿verdad, Khalil? Los misiles cayendo día y noche, las calles, las casas, los
rincones de nuestra infancia convertidos en montones de escombros polvorientos,
¿y ese polvo blanco que se te metía por todos lados?, y la gente teñida de
blanco, despavorida, los bombardeos, huyendo en todas direcciones, el griterío
desesperado de los supervivientes y tú, hermano, sentado junto a mamá,
llorando, y ella como un juguete roto, inmóvil, sucia de polvo blanco, pobre
mamá, ensangrentada. Y, luego, la muerte… ¿Cómo puedes digerir, en un instante,
que ya no existe, que ya no está? Mamá, mamá… Nos abrazamos, y allí esperamos
hasta que alguien nos rescató, ¿recuerdas, Khalil? ¿Sabes?… una cosa que me
sorprendió es que a nadie parecía importarle nuestra desgracia. Mamá sin vida,
yaciendo allí. Y tú decías, no, no puede ser, que el tiempo vuelva atrás, no ha
pasado nada, es una pesadilla. No, no y no… No ha muerto, no es posible. El
mundo se hundió para nosotros, ¿verdad, Khalil, hermano? Pero todo seguía igual
para los demás, indiferentes a nuestro dolor. La vida sigue, como un gran
torbellino. A nadie parece importarle lo que nos ha pasado. Todo es tan
absurdo. Dicen que Francia está dispuesta a recibir a refugiados sirios, y más
si son niños, ¡insha’Allah! Bueno, yo ya tengo diecisiete años, pero aún soy
menor de edad. Dicen que allí hay gente buena, que está dispuesta a recibirte
en su casa. Digo yo que un huérfano lo tendrá más fácil. He visto fotos,
Khalil. Me gusta París. Sólo sueño con eso. Le he pedido a Atanasios que me
ayude a pedir asilo político en la embajada, el sabrá cómo rellenar los papeles
y eso, además habla francés. A la vuelta del verano, Ibrahim, no seas
impaciente, me dice. Pero yo sí estoy impaciente. Esta isla es un paraíso,
disfrútalo, me dice. Y, sí, es verdad, pero yo quiero empezar el cole en París,
porque deberé estudiar primero en el cole, ¿no, hermano? Tenías razón: debo
cursar el último curso antes de la universidad, eso creo, ya hace dos años que
se interrumpieron las clases, allá. No sé, a ver.
—¡Doctor Ibrahim, tío! Vente a sentar con
nosotros, hombre, que siempre estás pensando en las musarañas.
—¡Que te den,
Fadil!
Cuando padre
marchó al frente, se puso muy serio y le dijo a madre que cuidara de nosotros. ¿Recuerdas?
En la sala de estar, que ahora ya no existe, que se convirtió en polvo y, con
ella, toda nuestra vida. A veces pienso que aquella vida no existió más que en
mi mente, como un paraíso perdido, y siento un nudo en el estómago. Pienso que padre
sabía que no volvería a vernos. Pero yo creo que está vivo. Tú me dijiste una
vez que unos milicianos lo habían visto con vida, en una cárcel del Régimen. No
sé. Algo me dice que está en Francia, y que yo lo encontraré… insha’Allah.
Recuerda, siempre dijo que en Siria no había futuro, que Francia era un buen
país para vivir… Papá es duro de pelar, habrá sabido como escapar, ¿no crees,
Khalil? A mala hora se alistó en el Ejército Libre Sirio. Recuerdo que siempre
estaba que si Bashar el Asad por aquí, que si corrupción por allá, todo el día
protestando y yo le decía déjalo ya papá que al final te vas a meter en un lío.
Calla, que no entiendes nada, renacuajo, me decía. ¡Y tanto que entendía!, mira
sino en que ha acabado todo esto, primero unas manifestaciones en la calle,
cuatro exaltados y luego mira como hemos terminado, mira qué tragedia,
papá. ¿Valía la pena todo esto? Al final
son cuatro aprovechados que defienden lo suyo y a los demás que los zurzan.
Siempre pagan los mismos. Y mamá, papá… hemos perdido a mamá. Ya-Allah. Y
también a Khalil, sí papá, ¡también a Khalil! No te había dicho nada aún, no me
atrevía, claro que no; pensaba contártelo todo cuanto nos reuniéramos en Paris.
Huimos juntos de Alepo, no fue fácil, cruzamos la frontera turca de noche, con
otros refugiados. Aún no me creo que pudiéramos escaparnos de la guerra. Muchos
nos decían que el viaje era demasiado peligroso, que arriesgábamos mucho. Caminamos
varios días, de noche, para evitar las patrullas diurnas. Llegamos a Esmirna,
¡hemos llegado a Esmirna, Ibrahim!, me decía Khalil, con un brillo en los ojos,
y se quedaba embobado exclamando: ¡Europa, Europa!... ¿Que qué pasó?... No pude
hacer nada por salvarlo, padre. Fue en el mar. Sí, cerca de Lesbos. Con el
dinero que llevábamos, compramos nuestro pasaje en una barca, que debía
conducirnos hasta una isla de Grecia, no teníamos ni idea adónde nos llevaban,
es igual, decíamos con Khalil, mientras entremos en la Unión Europea. Mil
dólares nos costó el viaje a cada uno, mientras los guiris iban tranquilamente
en Ferry por diez, ¿te imaginas, papá?… ¡es de locos, este mundo está loco! Era
una noche oscura como la boca de un lobo. La goma iba cargada hasta los topes,
se levantó mar, la gente empezó a inquietarse, cundió el pánico. Algunos cayeron
al agua. Gritos. Otros trataban de salvar a sus familiares cogiéndoles por el
brazo, por el sobaco, por donde fuera, pero no podían. ¡Era horrible, papá! Las
ropas mojadas pesaban demasiado, muchos no sabían nadar. Era un caos. Nadie
ponía orden, y se entorpecían entre sí, agravando la situación. En un nuevo
golpe de mar, Khalil cayó al agua; ¡Khaliiil! Me tiré al agua para ayudarlo,
pero era tan oscuro que no lo veía, de verdad papá, no lo veía, ¡Khaliiiil!,
pero no respondía. Algunos náufragos se me aferraban, desesperados, me
ahogaban, y yo me aferré a su vez a la borda de la goma, agotado. ¡Khaliiiil!,
grité toda la noche desesperado, ¡Khaliiiiiil! Lo siento papá, no pude
salvarlo, no pude…
—¡Eh!, Ibrahim,
cuéntanos de nuevo como piensas llegar a París. ¿Cómo es eso del asilo no sé
qué?…
—¡Callad,
pringaos! que vosotros aún estaréis aquí manoseando redes cuando yo sea ya todo
un médico reputado en Francia. Entonces os vendré a ver y seré yo el que se dé
un buen hartón de reír.
Y a ti también
te encontraré, papá, te lo prometo, aunque sea lo último que haga en el mundo.
Al fin y al cabo, estamos solos, tu y yo. Viviremos juntos, ¿verdad, papá?,
buscaremos una casa que se parezca a nuestro hogar en Alepo. ¿Sabes?, me
acuerdo tanto de los olores de casa, y del kebab asándose en las brasas, ¿tú,
no?… Atanasios siempre me dice; pero Ibrahim, tesoro, ¿tú sabes lo grande que
es París?, ¿cómo quieres encontrar a tu padre allí?, ¿no ves que es cómo buscar
una aguja en un pajar? Pero yo te encontraré, papá, te lo prometo. Reharemos
nuestra vida, ya verás, papá, volveremos a ser felices, yo seré médico, estoy
preparado para empezar de cero, y salvaré vidas, sí, salvaré vidas, papá, ya
verás. Pronto estaremos juntos, ya verás. Que Allah te bendiga, papá.