El día el 16
de febrero de 1616 es un día fundamental para la historia de Europa. Esta a
punto de producirse uno de los acontecimientos más transcendentes de la historia
de nuestra civilización. El prestigioso y reconocido sabio Galileo Galilei, eminente
ciudadano, es convocado por el Santo Oficio. La Inquisición está escandalizada
por sus tesis sobre el Heliocentrismo. Quieren censurarlo, escarmentarlo por su
intolerable osadía. Días atrás, la poderosa Iglesia católica, el papado, el establishment
europeo, escandalizada por la tesis expresada por Galileo de que la Tierra se
mueve alrededor del Sol, deciden detenerlo y enviarlo a prisión. Su proposición
revolucionaria dinamita los cimientos del pensamiento tradicional, sólidamente establecido.
Un atentado, no ya contra las leyes, sino contra los principios divinos inamovibles,
contra la concepción verdadera del mundo. Los inquisidores, astutos, comprenden
que el sabio Galileo es una seria amenaza contra el poder establecido que ellos
representan y que se sustenta en una determinada manera de concebir el mundo,
asentada como verdad irrefutable. Ante el peligro que entraña tamaña osadía, se
deciden por una estrategia tan astuta como miserable. Proponen a Galileo que
abjure de su proposición heliocéntrica a cambio de entrar en prisión y
recuperar así la libertad. El científico renacentista ya es casi un anciano,
consciente de que no podrá resistir los duros rigores de la prisión. Acepta,
humillado, la propuesta. Está a punto de retractarse de sus intolerables tesis
sobre el Universo. Se dispone una pantomima en la plaza pública, a la vista de
todos los ciudadanos. Se da amplia publicidad al acontecimiento. Los opulentos
cardenales se sientan solemnes en el tribunal del Santo Oficio, haciendo bien
visible su poder omnímodo. Galileo, humilde y vencido, declara humillado bien
alto y fuerte para que pueda ser oído por todo el mundo:
—Me
equivoqué cuando, en mi insolente vanidad, aseguré que la Tierra se mueve
alrededor del Sol. La verdad, como rezan las Divinas Escrituras, es que la Tierra
es el centro del Universo y el Sol gira a su alrededor, tal como Dios lo creó por
los siglos de los siglos.
Con esta
confesión, el poder inquisitorial se dio por satisfecho. Nada podía convenir
más a sus intereses que el sabio abjurara de sus convicciones. Eran conscientes
que el castigo infligido era mucho más severo y cruel que entrar en la prisión.
Con esta miserable patraña la Iglesia Romana perpetuaba un tiempo más su
injusta imposición sobre la sociedad y mantenía una mentira que daba aliento a
sus mezquinos intereses.
Galileo
Galilei, fundador de la ciencia moderna musitó para sí: “E pur si muove”. Con
este hecho, Galileo alumbraba el nacimiento del mundo moderno, un paso de
gigante de la humanidad hacia su liberación y su progreso.
El espíritu de
Galileo Galilea campa hoy en el ambiente. España muestra una vez más que es una
digna heredera de la intransigencia de la Inquisición, no en vano es una Institución
que ella misma inventó y utilizó durante siglos para doblegar, torturar y
asesinar a sus adversarios. Centenares de miles de víctimas fueron masacradas por
su ciega, brutal y vengativa forma de hacer justicia. Con razón, los
historiadores la consideran una de las instituciones más macabras y letales de
la historia de Occidente.
Hoy flota en
Catalunya un aire enrarecido. Se ha instalado en el ambiente, de forma sólo sutilmente
perceptible, un clima de amedrentamiento. Nuestros líderes políticos están encarcelados.
Los que no lo están, aparecen medrosos ante la opinión pública. De la noche a
la mañana parecen haber cambiado su pensamiento. La prensa, sorprendentemente,
modula sus convicciones, las suaviza, las disuelve imperceptiblemente en una
blanca ambigüedad. Algunos responsables políticos, asustados, dicen estar
convencidos que los espían, que les roban documentos. Una neblina como de un
gas letal invade poco a poco todos los recovecos, como un veneno que no huele y
no es visible, pero que transforma poco a poco el paisaje. Nuestros principales
líderes, en el exilio, en la prisión o en la calle, manifiestan ahora
incoherentes opiniones contradictorias. El veneno va impregnando todo poco a
poco. La represión, ahora sutil y taimada, ejerce su inexorable presión. La
intimidación se presiente, pero no se ve. Ya no son los burdos apaleamientos del
uno de octubre. Ahora es el inexorable, terrible despliegue de la razón de
Estado, que paralizando con el miedo ejerce su implacable poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario