Ya hemos
visto en mi post anterior que no existe realmente una voluntad negociadora por
parte del Estado, ahora en manos de recalcitrantes españolistas. En su
intolerancia y aversión hacia la diversidad cultural del Estado español, llevan
años orquestando una operación soterrada para uniformizar a todas las
nacionalidades españolas. Hasta aquí no habría problema, si este proceso se
hubiera realizado de común acuerdo entre todas las partes. Pero no ha sido así;
como siempre, el poder central, prepotente y celoso de sus privilegios, no ha
cedido a la tentación de someter a todo el mundo a una españolización
uniformadora. La transición, que debiera haber sido una oportunidad para la
reconciliación, permitiendo que todas las nacionalidades se comportaran como primus inter pares, no funcionó. La
impugnación del Estatut del 2010, de
forma antidemocrática, por el Tribunal Constitucional, que ya había sido
aprobado en referéndum por el pueblo de Cataluña, fue la constatación de que
las cosas no habían cambiado. Se instalaba un pensamiento único: la nación
española es la única que existe. El nacionalismo más prepotente y hegemónico de
la península ibérica demonizaba a los otros nacionalismos. Acusaban a estos de
los pecados que ellos mismos practicaban con la arrogancia del más fuerte.
Veían la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Esta flagrante
injusticia está en la base de las heridas emocionales de hoy. No nos llamemos a
engaño; esto no es una cosa surgida de repente, sino una crisis largamente
incubada en el desprecio y la intolerancia, que ha acabado indignando a la
gente y exacerbando los ánimos.
Muchos de
vosotros, sobre todo los que no sois catalanes, os debéis preguntar porqué las
partes no se han sentado a la mesa a negociar. En mi opinión, como defendía en
el post anterior, no ha habido nunca por parte del Estado español una verdadera
voluntad de negociar. Es un programa para desmantelar la diversidad e instalar
el Estado nacional español hegemónico, de una vez por todas. A lo largo del
último lustro, como podréis comprobar en las hemerotecas, una amplia mayoría de
los catalanes ha desbordado las calles para manifestar su voluntad de ser
respetados y que el Estado central se avenga a negociar una nueva etapa de la
convivencia entre todos. La actitud, anodina, ha sido el silencio por respuesta
por parte del gobierno de Rajoy. Los analistas se hacían cruces; pero, ¡cómo es
posible! Los más sesudos defendían la tesis de que Rajoy jugaba a la estrategia
del “wait and see”, quédate parado y a ver que pasa. Pero había algo que no
cuadraba; la situación se iba tensando, cada vez salía más gente a la calle
indignada y el Gobierno y otras instancias del Estado afines a la estrategia,
en lugar de enfriar los ánimos de una situación que, por momentos, se volvía peligrosa,
arremetían irresponsablemente con fanfarronadas provocando y encendiendo aún
más la situación. Así hemos llegado hasta aquí.
Ahora, tenebrosos
buques disfrazados con inocentes dibujos infantiles esperan en los puertos de
las principales ciudades de Cataluña para desembarcar un ejército de policías.
¡Que decepción, que gran timo! Que miserable es ver cada mediodía la televisión
y constatar las mentiras que se les cuentan a nuestros conciudadanos del resto
de España respecto a lo que pasa aquí, haciéndoles creer que un corpúsculo de
radicales tiene la perversa intención de hacernos pasar a todos por el tubo,
cuando la verdad –pasa delante de mis narices—es que una muchedumbre de todas
las edades, muestra pacíficamente su indignación en la calle. ¿Acaso están
programando apalear a la población? Es muy inquietante. Yo personalmente no me
fío de nuestros gobernantes. No hay más que ver la actitud chulesca,
prepotente, arrogante y despectiva de algunos de los ministros del PP que ahora
dirigen esta truculenta operación y con la que descalifican las legítimas ideas
de otros. Es para escalofriarse con lo que pueden ser capaces de hacer.
Si hubiera
habido una verdadera voluntad de solución del conflicto catalán, el gobierno de
España lo tenía muy fácil: hacer lo mismo que hicieron ingleses y escoceses.
Para esto está la democracia. Es más, en opinión de muchos, entre los que me
encuentro, hubieran ganado el referéndum. En buena lid. Estarían legitimados.
Es evidente que la sociedad catalana es muy plural y compleja; hay muchas
sensibilidades políticas, muchos matices. Los partidarios del NO son muchos, es
plausible pensar que las cosas están empatadas entre el SÍ y el NO. Por esto
urge votar, esta es la voluntad de la mayoría de los catalanes, incluso de los
que no son independentistas. Los unionistas tienen evidentemente perfecto
derecho a defender nuestra continuidad en España. Yo creo que es fundamental y
necesario que defiendan su opción, aunque yo no lo comparta. Por eso creo que
es fundamental que voten en el referéndum. Tienen opciones de ganar y lo habrán
hecho de una forma democrática, legitimando su posición y obligando al resto de
los catalanes a acatar la voluntad de la mayoría.
Pero lo peor
es que no quieren votar. No y no. Rotundamente NO. ¿Porqué? Yo creo que esto es
un error. Ahora que ven que el Estado recurre a la fuerza para reprimir a la
población de Cataluña, muchos unionistas se echan las manos a la cabeza ante
esta estrategia antidemocrática que no comparten. ¡Así no!, dicen. Pero ya es demasiado
tarde, se hallan prendidos en una trampa. Los que debieran haberlos defendido y
ayudarles a hacer campaña para que ganara el NO, se han puesto sus negras
calaveras y los han abandonado a ellos también.
Foto: Mapa de Cataluña del siglo XVII. Se llama "Cataloniae Principatus novissima te acurata descriptio"y se realizó en el año 1612.
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