El pasado martes 26 de septiembre viajé de Barcelona a La
Rioja y pude comprobar los preparativos de la operación Jaula y Anubis (inquietante Dios egipcio de la muerte,
¡vaya nombre que han buscado!) para
evitar que los catalanes votemos el próximo domingo. Estupefacto, constaté como
decenas de furgonetas de la Guardia civil subían en sentido contrario al mío
hacia Barcelona. Un continuo de vehículos, uno detrás de otro, circulaban hacia
la Ciudad Condal durante la hora y media que viajé entre Barcelona y Lleida.
Sinceramente, impresionaba. Podría decir incluso que amedrentaba. Sí. Y sentí
una profunda rabia. Es una sensación realmente vejatoria pensar que envían
todos estos efectivos –algunas fuentes hablan de 35.000 policías—para reprimir a
la gente corriente que sólo pretende ejercer un derecho que es legítimo.
No quiero que nadie se confunda al leer esto. Yo no estoy en
guerra contra España. Ni estoy aquí haciendo propaganda del independentismo. No
estoy ni mucho menos a favor de una declaración unilateral de independencia. Es
lamentable que los medios españolistas nos metan a todos en el mismo saco.
España es un gran país, al que quiero mucho. Me gustan sus gentes, me gustan
sus paisajes, y me gusta por encima de todo su diversidad cultural. Pero no me
gusta nada, ya lo he repetido varias veces en mis escritos, el Gobierno que
tenemos y el partido que lo sustenta. Creo sinceramente que no han actuado
bien. Algunos individuos, altos cargos del Gobierno, han mostrado abiertamente
su animadversión hacia el oponente político catalanista, incurriendo en la
incitación al odio, que por cierto está penado por nuestras leyes. Véase, a
modo de ejemplo, el execrable video “Hispanofobia”. Son gente peligrosa. Son
peligrosos sobre todo porque evitando el dialogo, desde su (i)responsabilidad
en el Gobierno de España, han incendiado la situación y no han perdido ocasión
de echar más gasolina al fuego. Son peligrosos e irresponsables. La prueba es
la situación a la que hemos llegado. Dejen ya de una vez las mentiras y
reconozcan que una parte mayoritaria de la sociedad catalana está harta y
soliviantada. Dejen de engañar al resto de los españoles explicándoles que
somos unos revoltosos y nos quejamos de vicio. No es así. Los catalanes no se han
levantado porque sí. No somos gente follonera. Todo el proceso se ha conducido
con una actitud pacífica impecable, fuera de incidentes puntuales inevitables y
que yo soy el primero en denostar. Y no es cierto que estamos siendo
manipulados por nuestros gobernantes. Urge que la UE medie en el conflicto. Al
fin y al cabo, es un problema europeo; ¡y tanto que lo es!
Hace por lo menos diez años que esto se veía venir. No se
puede ignorar a la gente durante tanto tiempo y después pretender que, desesperados,
impotentes y acorralados, no busquen una solución. Si todas las puertas han sido
cerradas, ya sólo queda ejercer nuestro derecho a la autodeterminación. Es un
derecho legítimo y lo queremos ejercer in extremis, ante la desesperación de
haber comprobado que todas las vías están cerradas.
Yo iré a votar el domingo. En primer lugar, porque estoy
convencido que el derecho me corresponde, por mucho que el Gobierno,
manipulando el sistema judicial, pretenda hacernos creer que no. Se aducirá que
es inconstitucional, pero esta Constitución que tanto esgrimen se ha convertido
en una mordaza para nosotros, en un cepo para mantenernos inmovilizados. En mi
propia familia, o entre mis amigos, hay partidarios del SÍ y del NO; también
partidarios de que este referéndum no se debe convocar. Todas las posiciones
son respetables. Pero es intolerable que el Estado imponga su criterio por la
fuerza. Por todas estas razones, iré a votar: por dignidad. Ahora ya no se
trata sólo de si SÍ o si NO. Quiero hacer oír mi indignación. Para hacer valer
mi protesta por una situación que considero intolerable: la vulneración de
nuestros derechos civiles. No quiero quedarme en casa amordazado y viendo cómo
se utiliza mi amedrentamiento, para imponer por la fuerza lo que piensa una
facción: el relato mezquino y mentiroso de que por fin han defendido los
derechos de Cataluña salvaguardando el orden perturbado por una pandilla de
tumultuosos.
Desde que el pasado día 20 de septiembre el Estado intervino la
autonomía de Cataluña –por cierto, a partir de esa día todos los ciudadanos hemos
podido comprobar que una autonomía puede ser intervenida en menos de 48 horas;
así que, para nuestra sorpresa, este es el Estado de las Autonomías del que nos
hemos dotado, así de fácil lo tiene el Estado para acabar con esas libertades en
el momento que lo considera oportuno--, los catalanes hemos constatado el
atropello a nuestras Instituciones, deteniendo de forma arbitraria a nuestros
alcaldes y representantes públicos, represaliándolos con la amenaza de la
cárcel y la confiscación de sus bienes, sembrando entre los ciudadanos el temor
a represalias si acuden a votar, amenazándoles con penas desproporcionadas; hemos
asistido a una auténtica invasión policial para sembrar el miedo y la
intimidación de una población pacífica, destituyendo a los mandos policiales
autonómicos y nombrando un coordinador venido de Madrid para mandar a todos
estos efectivos venidos de fuera; a los padres se nos amenaza con que nuestros
hijos no estén en la calle, pues si reciben
nosotros seremos los responsables… es ignominioso; hemos visto como se cerraban
los grifos de la financiación de nuestra comunidad impidiendo, entre otras muchas
cosas más importantes, que nuestros equipos científicos puedan pagar a sus
colaboraciones extranjeros, comprometiendo nuestro prestigio internacional;
hemos visto como se entra a saco en nuestras empresas, sin orden de registro,
para detectar materiales para el referéndum; hemos visto cuarteles de la
Guardia Civil en algunos lugares de España donde familiares, mandos policiales
y voluntarios espontáneos, hacen vítores a los efectivos que se desplazan a
Cataluña para reprimir a la gente, animándoles a “darles su merecido”, en una
injustificada y miserable explosión de rencor y odio. Ahora acabo de saber que
se ha dispuesto cerrar el espacio aéreo sobre Barcelona el domingo 1-0 por
temor a que puedan tomarse fotos aéreas de Barcelona y pueda conocerse el
abasto de la voluntad de los Barceloneses por votar. En definitiva, constatamos
con tristeza que el Gobierno de España, en una actuación arbitraria que más
parece una venganza que otra cosa, ha puesto patas para arriba Cataluña, entrando
como elefante en cacharrería, perjudicando seriamente nuestra economía como
diciendo, “¡Fastidiaros!¡así aprenderéis quien manda!”
Sostengo pues que es una cuestión de dignidad. Si hoy dejamos
pisotear nuestros derechos impunemente, nuestra democracia –por desgracia, tan
vapuleada y mermada—acabará por desaparecer. Con su actitud cerril,
desproporcionada y visceral, las instituciones del Estado central que defienden
la involución a un Estado jacobino, incompatible con la diversidad de España, han
hecho ver a muchos españoles que aquello de lo que las acusaban desde la
periferia tenía un fundamento real; así lo ven ahora muchos españoles que, sin
querer la ruptura de España, ven como se conculcan los derechos y se pisotean
los sentimientos de los catalanes. Yo voy a ir a votar; no diré si voy a votar
SÍ o NO; para mí, ahora, es lo de menos. Voy a votar para que mis hijos vean
que siempre hemos de estar vigilantes por nuestros derechos y libertades. No
nos los han regalado y hay que conquistarlos de nuevo. Así es la Historia.
Ahora hay que defenderlos. Y yo creo firmemente que los defiendo votando el
domingo.