Ahora que asistimos estupefactos
a la actuación de nuestros estados europeos frente a la tragedia de los
migrantes, recupero unos pasajes de Zygmunt
Bauman en su libro Tiempos líquidos. Estoy muy impresionado. Llama la atención que un venerable
anciano como Bauman, con este aspecto tan bondadoso, pueda ser tan incisivo en
su análisis del mundo actual. Me impresiona especialmente su análisis de los
“desperdicios humanos”. Se refiera a todos aquellos individuos, que son
millones en el mundo actual, y que, habiendo sido desposeídos de todo, han sido
literalmente excluidos de la humanidad. Abandonados en campos de refugiados o
vagando por las urbes contemporáneas, nadie quiere saber de ellos y tienen
escasas posibilidades, por no decir imposibles, de volverse a integrar en la
sociedad. Simplemente sobran: son un desperdicio, basura humana. Y Bauman
utiliza estos términos para ser más incisivo, para despertar nuestra adormecida
conciencia; pero en el fondo estos significantes encajan perfectamente con el
significado. Terrible.
Los estados modernos, surgidos
en el siglo XVIII, se han debilitado. Ya no son capaces de proteger a los
individuos. El “estado del bienestar”, su conquista más sobresaliente,
desaparece a marchas forzadas. Los ciudadanos, convertidos cada vez más en
individuos y menos en ciudadanos, asisten impotentes a este progresivo e
imparable desmantelamiento. Aparece el miedo y la inseguridad. El estado, ahora
secuestrado por el poder, ya no sirve a los intereses de los ciudadanos.
Impotente y corrompido, se ha convertido en la correa de transmisión del
verdadero poder en la tierra; una fuerza global, invisible, pero que se deja
sentir con su inmensa i ubicua potencia. Los individuos, desamparados,
temerosos, desprotegidos, asustados por la incertidumbre del futuro, buscan un
nuevo refugio seguro. Un lugar desde el que rehacer la comunidad.
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