La furia desató sobre ellos
su frío vendaval
de odio y
resentimiento.
La frágil concordia
estalló en mil pedazos:
ya eran ellos y los
otros.
Y después del
rompimiento
un estupor vestido de
helado silencio
invadió la paz rota del
ágora.
*
Así cundió la
fetidez de la venganza.
Un tufo tan
palpable como invisible
envenenó todos
los rincones.
La cólera
liquidaba frágiles convicciones.
Volátiles eran
los pactos.
Y jueces torticeros
tomaron parte.
¡Ay de aquellos
que fundan su ser
en la negación
del otro!
*
Fue entonces cuando
a ellos
les negaron la
libertad.
Y podían,
porque tenían más fuerza.
Y los otros los
mantenían presos
porque
necesitaban rehenes.
Tenían miedo…
Sí… el miedo
pudo sobre las leyes.
Pensaban que
así, evitarían lo peor:
¡No podían
vivir sin ellos!
¡Que perverso
sentido de posesión
el que atenaza
al otro para ser!
Hay un miedo
atávico a perderlo.
No sabe este
atavismo de sutiles seducciones:
solamente
conoce la imposición cerril.
¡Que peligrosa
es la torpeza! ¡Y la arrogancia!
*
Supieron
entonces los presos
que de nuevo habían
despertado a la bestia.
Recordaron que
sus aspiraciones no valían.
¡Ay de aquellos
que fundan su ser
en la negación
del otro!
No sabían que eran
rehenes todos:
rehenes del
miedo, ellos;
presos de un
equívoco deseo, los otros.
Barcelona, julio de 2018