“Madurar es ir aproximando lo que
crees ser a lo que eres”. Cierto. Frank Yeomans, psiquiatra especialista en el
trastorno narcisista. El narcisista cree ser mucho mejor de los que es y su
problema es que tan sólo él lo cree. Se protege de la verdad dentro de su ego,
construyendo poco a poco una personalidad falsa y delirante, la que transmite a
los demás, con una alta (altiva) consideración de sí mismo. Pero en realidad,
el narcisista en su interior, en una inconsciencia que apenas aflora a la
superficie, se siente inferior. Por tanto, su imagen altiva de cara a los
demás, no es más que una estrategia para combatir esa inferioridad. Esta contradicción
le hace profundamente desgraciado. En su narcisismo proyecta sus fantasías
hacia los demás, para hacer cuadrar el mundo con la imagen que él tiene del
mismo (o que desearía que tuviera). Así los demás, independientemente de los
que son, pasan a formar parte de su delirio en una jerarquía que divide el
mundo en personas inteligentes, interesantes y válidas como él y otras
mediocres que no merecen su consideración. Al contrario, en su condición de
seres inferiores, están en la tierra para admirar las dotes y las magníficas
cualidades del narciso, el cual siente de esta manera crecer su ego. Si hay
algo que saca de quicio a un narciso es la constatación que aquella obra que ha
realizado –un libro, un cuadro, una película,..—que él cree una obra maestra,
no llama la atención de nadie. Nadie parece darse por enterado, y poco a poco
constata que aquella obra que debería haber detenido el mundo, que debería
haber suscitado verdaderas aclamaciones de entusiasmo, no solo ha pasado
totalmente desapercibida, sino que incluso cabe la sospecha de que muchos la
consideren simplemente mediocre. A consecuencia de esto, las relaciones humanas
del narciso se limitan a una dinámica de admirador y admirado, en la que la
complicidad, la amistad, el compartir de verdad sentimientos de igual a igual
no tiene la más mínima importancia. Sólo cuenta la sumisión del admirador hacia
la grandeza del admirado. Por lo tanto, el narciso es incapaz de tener una
relación de igual a igual, con lo cual acaba cayendo en terribles depresiones
cuando sospecha que hay personas felices que se aceptan tal cual son, asumiendo,
lo que no es fácil, los tremendos defectos y limitaciones que todos, en nuestra
imperfección, acarreamos. Esta difícil aceptación, esta seca constatación que
nos reconduce a la realidad, se llama madurez.
Con esto llegamos a punto de
extrema importancia; la aceptación de la verdad es muchas veces una operación
de humildad, la aceptación de que somos bien poca cosa. Desde la sencillez de
esta asunción podemos llegar a ser libres, pues la sencillez es liberadora;
mientras que el narciso, en la altiva y falsa posición en que se encuentra,
negadora de la realidad, se ve sometido a una cruel esclavitud. Un esclavo de
sí mismo, pues para seguir viviendo en esta fantasía, se aísla cada vez más. El
mundo se convierte en un lugar hostil, pues los demás son vistos con desdén y
desprecio. Así el narciso se acaba encontrando solo, sin la complicidad de una
verdadera amistad, sin conocer una relación auténtica y sincera con alguien. A
veces, sospecha, como si el inconsciente le susurrara en el oído, que en
realidad es un mediocre pues ya ve que nadie admite su superioridad.
El mundo actual es un mundo con
una cantidad de narcisos considerables. Podríamos decir que, de una forma perversa,
nuestro mundo los fomenta y los hace crecer como si de un cáncer desbordado se
tratara. Empezando por las madres que educan a sus hijos en la convicción de
que son los mejores, mimándolos en exceso. Acabando por una sociedad de mercado
que basa gran parte de su negocio en “masajear” el extendido narcisismo y
explotar a sus víctimas vendiéndoles todo aquello que los reafirma en su triste
trastorno o, más cruel aún, los explota para sacarles más jugo en sus
respectivos trabajos, pues conocedores de su incapacidad para relacionarse
normalmente con los demás, los someten a la adicción del trabajo, en donde
estos se refugian para disimular su falta de amigos, de vida social.
Al filo de todo esto, podemos
citar las redes sociales y asociar parte de su éxito al creciente número de
narcisos en nuestra desorientada sociedad. Así, por ejemplo, es fácil
constatar, con absoluta estupefacción, como muchas personas confunden los
amigos de Facebook con los verdaderos amigos (que seguramente no tienen, ni
saben lo que son). De esta forma, hemos convertido los “me gusta” en pequeñas
píldoras de placer que masajean nuestro narcisismo y nos acomodan en nuestra
delirante actitud, manteniéndonos engañados y sólo buscando de forma compulsiva
más y más “me gusta” en una obsesión sin fin, que nunca nos satisface del todo,
pues ambicionamos más y más y así, poco a poco, en lugar de curarnos y
despertar a la realidad –en definitiva, de madurar--nos vamos hundiendo en
nuestra solitaria tristeza.