Leyendo Herejes de Leonardo Padura, reparo en una escena magistral del
libro que, casualmente, me devuelve al cuadro Melancolía de Degas. La escena se sitúa en el taller de Rembrandt,
en dónde el maestro alecciona a su discípulo sefardí Elías Ambrosius Montalvo
de Ávila sobre el arte supremo de pintar. Dice así:
“Antes de mojar el pincel debes tener una idea de a dónde quieres
llegar. Aunque no sepas cómo vas a hacerlo…Yo hoy quisiera llegar a la tristeza
que hay en el alma de un hombre de cuarenta años. Quisiera descubrirla, porque
es una tristeza nueva… No es lo mismo el dolor que la tristeza, ¿lo sabías?
Tengo mucha experiencia en el dolor, como en la ira, en el desengaño, en la
frustración…, y también en el goce del éxito, aun cuando los demás no lo hayan
entendido y me estén dejando en el borde del camino… Lo cual no resulta
extraño… Pero la tristeza es un sentimiento profundo, demasiado personal. La
alegría y el dolor, la sorpresa y la ira son exultantes, cambian el rostro, la
mirada…, pero la tristeza lo marca por dentro. ¿Dónde crees que puedo encontrar
la tristeza?” Elías Ambrosius respondió de inmediato, satisfecho de su
sagacidad: “En los ojos. Todo está en los ojos”. El maestro negó con la cabeza.
“¿Todavía crees que sabes algo…? No, la tristeza no. La tristeza está más allá
de los ojos… Hay que llegar al pensamiento, al alma del hombre para verla y
hablar con esas profundidades para intentar reflejarla…” El maestro mojó el
pincel en el pigmento amarillo y comenzó a marcar las líneas de lo que pronto
comenzó a ser una cabeza. “Por eso pocos hombres han logrado retratar la
tristeza… Un hombre triste nunca miraría al espectador. Buscaría algo que está
más allá de quien lo observa, una huella remota, perdida en la distancia y a la
vez dentro de sí mismo. Nunca miraría hacia arriba, buscando una esperanza;
tampoco hacia abajo, como alguien avergonzado o temeroso. Debe tener la mirada
fija en lo insondable… El rostro levemente inclinado hacia dentro, la luz no
demasiado brillante en la mejilla que da al espectador, los párpados bien
visibles… para hacer que el rostro resalte y puedas concentrar la fuerza en él,
lo mejor siempre ha sido un fondo marrón oscuro, pero nunca negro: la
profundidad de la atmósfera se correspondería con la profundidad de los
sentimientos, los reiteraría y acabaría con su misterio… Dime, muchacho, ¿te
sientes capaz de pintar mi tristeza?” “Voy a intentarlo, con su permiso…”