Estamos asistiendo inquietos, aunque
impávidos, al saqueo del Estado por parte de delincuentes. Sí, ya sé que para
muchos puede sonar a exageración, pues parece increíble que esos individuos que
hemos aupado al poder, tan seductores ellos cuando explican la cantidad de
cosas buenas que harán por nosotros, sean capaces de tal cosa. Pero es así, no
es un delirio ni una pesadilla. ¡Nos están saqueando ante las propias narices y
somos impotentes para hacer nada!
Ya lo vaticinó Manuel Castells en
su excelente libro La Era de la
información (1997) hace casi veinte años: Las bandas de delincuentes
asaltarán los estados y los saquearán, decía el prestigioso profesor. El primer
ejemplo fue Rusia. Ahí están, impunemente disfrutando de los frutos de sus crímenes.
Los grandes oligarcas rusos son hoy respetados ciudadanos. Recuerdo la sorpresa
que me causó su lectura. Los que hemos nacido en una época en la que nos
inculcaron que el Estado es como nuestro segundo padre, no podíamos dar crédito
a una información tan contundente. ¡Pero ya ha llegado! ¿Quién iba a decirnos
que su progresivo debilitamiento y saqueo era tan inminente?
Hoy es noticia en la prensa que
el expresidente de Brasil, Lula da Silva, vuelve al gobierno como ministro para
evitar su detención por corrupción. Ya os digo: se ríen de nosotros. Ahora, ni
tan siquiera se esconden. Con toda la cara, sin ningún tipo de pudor y vergüenza,
utilizan las prerrogativas del estado de derecho para permanecer impunes. Veréis…
la historia es la siguiente: Lula da Silva, su lugarteniente Dilma Rousseff
–presidenta actual—y todo el aparato de sinvergüenzas que los acompañan,
saquearon, mientras estuvieron en el poder, la gigantesca compañía Petrobras. Un monstruo del sector
petrolero y uno de los buques insignia de la economía brasileira. Ahora, la
justicia sigue sus pasos y, ante la evidencia de que los sabuesos ya les
husmean los talones, los sicarios aforan precipitadamente al jefe del gang para evitar que rinda cuentas ante
la justicia.
Ya veis. En todos lados pasa
igual. Es una epidemia global. Aquí asistimos también a espectáculos
bochornosos, aunque con requiebros un poco más barrocos, pues somos gente
mediterránea. El último sainete al que nos somete la tropa que aquí manda, en
funciones, es el de Rita la fallera. Parece un personaje recién escapado de una
de esas monumentales y grotescas fallas. Ella es la espectacular mascletá que cierra la esperpéntica
temporada. ¡Es que no sólo nos roban, es que además nos toman el pelo!¡Se ríen
de nosotros en la cara! El desfile de personajes de la corte de los milagros, gurteleros valencianos y sus secuaces púnicos madrileños, pone los pelos de
punta: a mí me recuerdan esos corrillos de pícaros típicos de la literatura del
siglo de oro, o de esos personajes que aparecen en El lazarillo de Tormes, tan
conseguidos, que con un ojo tuerto y haciéndose pasar por desvalidos miserables
eran capaces de retirarte los calzoncillos sin sacarte los pantalones. ¿Habéis
visto al pícaro Rafael Hernando, portavoz de los tunantes, con que desparpajo que
nos larga sus patrañas? Es este un elemento directamente salido de un cuadro de
goya, con sus muecas y sus gestos, que apenan esconden su turbia catadura. Pero el rey del cinismo es Don Mariano, capitán
de la partida de truhanes. Hay individuos que producen repelús y este es uno de
ellos. Es un tipo francamente mediocre, incompetente, ignorante y resentido;
¡una bomba de relojería! Estos personajes son los más peligrosos de todos, pues
parece que no hayan roto un plato y, en realidad, nos han puesto la casa patasparriba. Da miedo. Si este tipo
sigue por más tiempo en la presidencia, este país acabará mal. Os lo digo yo.